¿Acepta usted realmente las enseñanzas de Cristo?
Para ser cristiano ¿hay que creer todo lo que dice la Biblia? Si se lleva una vida “buena,” ¿no es suficiente?
LEJOS de ser inofensivo y de habla blanda, Cristo Jesús dijo claridades sin rebozo en el interés de la verdad. Las cosas que él decía no siempre agradaban a sus oyentes, ni siquiera a todos los que afirmaban ser sus discípulos. Él no pretendió en absoluto promover los movimientos de unión de fes; al contrario abogó inflexiblemente por la adoración pura del único Dios verdadero. Jesús no practicó una religión “fácil,” ni abogó por esa clase de religión para otros. Él fué un enérgico ministro de Dios.
Después de ser bautizado por Juan el Bautista en el otoño del año 29 (d. de J.C.), comenzó a enseñar a sus primeros discípulos. La próxima primavera mientras asistía a la Pascua en Jerusalén expuso a vista pública el comercialismo que se llevaba a cabo en los mismos terrenos del templo, volcando las mesas de los cambistas. Fué alrededor de ese tiempo que Juan el Bautista fué puesto en cárcel debido a su predicación sin rebozo, y permaneció allí más de un año hasta su ejecución. La encarcelación de Juan no disuadió a Jesús. Él inició un intenso ministerio público de dos años en Galilea, y en la sinagoga de su propio pueblo de Nazaret leyó su comisión del rollo de Isaías para que todos oyesen.
Durante el segundo año de su ministerio galileo, Jesús designó a los doce que habían de ser apóstoles. Él los llevaba consigo y también los enviaba en pares a asignaciones para darles entrenamiento en el ministerio que habían de continuar después que él muriera. Su predicación lo llevó a la vecindad de Fenicia, a través de Judea y de Perea y hasta Jerusalén y a la culminación de su carrera terrenal allí en la primavera de 33 (d. de J.C.).
ACTITUD HACIA LAS ESCRITURAS
Jesús aceptó las Escrituras como la Palabra inspirada de Dios. No era ningún crítico textual, que dijera enseñar la Biblia pero disputara las cosas que ésta dice. Él no desacreditó como fábula el registro concerniente a Adán y Eva, sino que citó del registro autoritativo del Génesis acerca del asunto, diciendo: “¿No han leído que el que los creó en el principio los hizo varón y hembra y dijo: ‘Por esta razón el hombre dejará a su padre y a su madre y se adherirá a su esposa, y los dos serán una carne’?” Él creía en el registro acerca de Jonás y el gran pez y habló del diluvio del día de Noé como de un acontecimiento histórico. Jamás puso Jesús en tela de juicio la veracidad de parte alguna del registro bíblico. Aunque porciones de las Escrituras se remontaban hasta acontecimientos que sucedieron más de cuatro mil años en lo pasado al tiempo cuando Jesús se refirió a ellos, él no sugirió que quizás fuera mejor reemplazarlos con ideas más modernas. Tampoco adopta semejante punto de vista ninguno que sea un verdadero seguidor de Cristo.—Mat. 19:4, 5; 24:37, 38; Luc. 11:30.
Cuando rechazaba las impías insinuaciones del Diablo, Jesús declaró: “El hombre ha de vivir, no sólo de pan, sino de toda declaración que procede de la boca de Jehová.” Así como lo había hecho durante su vida humana, de igual modo después de su resurrección de entre los muertos, él grabó en la mente de sus seguidores la importancia y confiabilidad de las Escrituras. “Comenzando desde Moisés y todos los Profetas él les interpretó cosas tocantes a él mismo en todas las Escrituras.” Él sabía que la única manera en que ellos podían tener una fe firme era mediante el tener un conocimiento acertado de la Palabra de Dios. ¿Acepta usted toda la Biblia como la Palabra inspirada de Dios y sabe usted lo que ella contiene? Eso es parte del ser cristiano.—Mat. 4:4; Luc. 24:27.
EL DIOS DE ÉL
Para que uno crea en las enseñanzas de Cristo ciertamente tiene que conocer y adorar al Dios a quien Cristo adoraba. No concluya usted erróneamente que los cristianos deberían adorar a Cristo; eso no es lo que enseñó él. Es verdad, él es un dios, un poderoso, pero él no se adoró ni enseñó a sus discípulos que lo adoraran. Más bien, en el día de su resurrección él le dijo a María Magdalena: “Estoy ascendiendo a mi Padre y al Padre de ustedes y a mi Dios y al Dios de ustedes.” Al Padre no se le había de pasar por alto como si fuera uno y el mismo con el Hijo. Jesús dijo: “El que me envió es real.”—Juan 20:17; 7:28.
Es cierto que los opositores de Jesús lo acusaron de hacerse igual a Dios por medio de llamar a Dios su propio Padre, pero al hacer esto ellos tergiversaron los hechos, así como lo hacen los que enseñan la doctrina de la trinidad hoy día. Jesús respondió a la mentira que proferían diciendo: “Muy ciertamente les digo: El Hijo no puede hacer ni una sola cosa de su propia iniciativa.” No, él no era igual a Dios, y él hizo destacar más ese punto al decir: “El Padre es mayor que yo.” (Juan 5:18, 19; 14:28) Sus propios discípulos entendían correctamente el asunto, y cuando él les preguntó, “¿Quién dicen que yo soy?,” ellos no confundieron su identidad con la del Padre ni dijeron que él era miembro de una Deidad trina. No; Pedro dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo.” Su Padre lo había enviado a la tierra para glorificar a Dios y para “dar su alma como rescate en cambio por muchos.”—Mat. 16:15-17; 20:28.
¿A quién, pues, adoraba Jesús, y a quién nos enseña que adoremos? Él contesta: “Está escrito: ‘Es a Jehová tu Dios que tienes que adorar, y es a él solamente que tienes que rendir servicio sagrado.’” Tal vez la traducción de la Biblia que tiene usted no diga “Jehová” en Mateo 4:10, sino “el Señor.” En tal caso, sírvase notar que Jesús estaba citando esto de otra fuente, diciendo: “Está escrito.” Citaba de Deuteronomio 6:13, donde, en la Versión Moderna, se usa el nombre “Jehová.” ¿Por qué? Porque el texto original en este lugar contiene los caracteres hebreos para el nombre de Dios, Jehová. Jesús usó ese nombre y lo mantuvo prominente, siendo el significado de su propio nombre “Jehová es salvación.” Él nos enseñó a orar: “Nuestro Padre en los cielos, santificado sea tu nombre.” En su propia oración al Padre él dijo: “He hecho tu nombre manifiesto a los hombres que del mundo me diste.” Jesús era un adorador de Jehová Dios, y los que son discípulos suyos siguen su ejemplo.—Mat. 6:9; Juan 17:6.
PUNTO DE VISTA EN CUANTO A OTRAS RELIGIONES
Es una idea común entre los que afirman ser cristianos en nuestro tiempo el que no importa de qué iglesia uno sea miembro con tal que sea sincero. Tal siendo el caso, se considera de mal gusto criticar la religión de otra persona. Los que sostienen estas ideas quizás crean que el suyo es un punto de vista cristiano tolerante. ¿Apoyan el caso los hechos?
Cristo no concordó con la idea de que todo el mundo adora al mismo Dios o de que toda religión es buena. Con toda franqueza dijo al clero de su día: “Ustedes no me conocen a mí ni a mi Padre. . . . Ustedes son de su padre el Diablo y quieren cumplir los deseos de su padre. . . . El que es de Dios escucha los dichos de Dios. Por eso ustedes no escuchan, porque no son de Dios.”—Juan 8:19, 44, 47.
Bien enterado como estuvo de los requisitos divinos para la salvación, Jesús sabía que no todas las religiones conducen a la vida, y él nunca dejó esa impresión en otros. En su sermón del monte él dijo: “Entren por la puerta angosta; porque ancha y espaciosa es la vía que conduce a la destrucción, y muchos son los que entran por ella; mientras que angosta es la puerta y estrecha la vía que conduce a la vida, y pocos son los que la hallan. Muchos me dirán en ese día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y echamos fuera demonios en tu nombre, y ejecutamos muchas obras poderosas en tu nombre?’ Y sin embargo entonces les confesaré: Nunca los conocí. Apártense de mí, obradores de lo que es contrario a ley.”—Mat. 7:13, 14, 22, 23.
Jesús reprendió a los líderes religiosos porque no cumplían para con los rebaños de ellos. “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas! por cuanto cierran el reino de los cielos delante de la humanidad; porque ustedes mismos no entran, ni permiten ustedes que entren aquellos que van entrando.” Ellos no estaban dirigiendo a la gente al Reino de Dios. Sí, ellos hacían pretensiones de piedad, pretendiendo ser siervos de Dios e instructores religiosos de la gente, pero eran fraudes, y Jesús dijo: “Ustedes también, por fuera realmente, parecen ser justos a los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de todo lo que es contrario a ley.”—Mat. 23:13, 28.
Declaraciones como ésas hacen que algunas personas piadosas se estremezcan, pero ¿por qué darnos por ofendidos? El disgusto que sentimos deberíamos dirigirlo contra los hipócritas religiosos, contra los que ponen en peligro la vida de otros por medio de hacer difícil el que entren en el Reino, sea que fuere en el día de Jesús o en este siglo veinte. Personas de principios no solamente aprueban el que se saque a luz la improbidad, sino que participan en descubrirla para proteger a su prójimo.
El amor, la compasión, la paciencia y la paz son cualidades importantes. Es preciso que las cultiven y ejerzan los cristianos en sus relaciones los unos con los otros y en sus relaciones con los de afuera, aún cuando éstos abusen de ellas. Dios ha manifestado estas cualidades en sus tratos con nosotros y nosotros estamos bajo obligación de mostrarlas para con otros. Pero no debemos confundir el amor al prójimo con el amor al pecado que deshonra a Dios y las doctrinas religiosas no bíblicas. No debemos condonar el mal. El amor a Dios nos impulsará a permanecer firmes de parte de sus principios justos. El amor al prójimo hará que le amonestemos acerca de los peligros latentes que lo rodean. Eso es amor cristiano—amor que se manifiesta ante todo en lealtad a Dios, y luego en buscar el bienestar duradero del prójimo de uno.—Luc. 10:27.
Así como la enseñanza de Jesús no atrajo a los que insinceramente se apegaban a costumbres y enseñanzas falsas, tampoco atrajo a los que eran indiferentes o perezosos. Tenían que desear la verdad para adquirirla. “De consiguiente les digo a ustedes,” aconsejó Jesús, “Sigan pidiendo, y se les dará; sigan buscando, y hallarán; sigan llamando, y se les abrirá.” Tiene que ser fuerte el deseo que tengamos de entender la Biblia, de modo que sigamos estudiando y preguntando y buscando hasta entenderla bien.—Luc. 11:9.
Hay otros además de los perezosamente indiferentes que no hallan atractivas las enseñanzas de Jesús. Son aquellos que acuden a los eruditos de este mundo para que éstos les digan qué hacer o que confían en la sabiduría de este mundo como su guía. Turbados grandemente por la eficacia de la enseñanza de Jesús, los fariseos arguyeron: “A ustedes no se les ha engañado también, ¿verdad? Ni uno de los gobernantes o de los fariseos ha puesto fe en él, ¿verdad?” (Juan 7:47, 48) El argumento de ellos no venía al caso de ninguna manera, pero es un argumento que fácilmente eclipsa el razonamiento. La gente busca evidencia de la aprobación del mundo. Pero Jesús adoptó el punto de vista contrario, diciendo: “Te alabo públicamente, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas de los sabios e intelectuales y las has revelado a los niños. Sí, oh Padre, porque el hacerlo así llegó a ser la manera de proceder que tú aprobaste.” (Mat. 11:25, 26) La Palabra de Dios se basa en la mismísima Fuente de la sabiduría, Jehová Dios. Es completamente confiable y está en armonía con verdades establecidas que pudieran descubrirse en cualquier otro campo de investigación. Pero no se basa en el modo de pensar erróneo ni en las filosofías del viejo mundo, y por esa razón no atrae a los que se suscriben a esa clase de intelectualismo. Si el que usted acepte las enseñanzas de Jesús depende de que éstas tengan la aprobación de intelectuales mundanos, entonces usted no será cristiano.
EL REINO DE DIOS
Desde el tiempo en que Jesús comenzó su ministerio galileo en el año 30 (d. de J.C.) él proclamó denodadamente que el Reino de Dios se había acercado, y era apropiado que así lo hiciese, por cuanto él estaba presente como el Rey ungido de ese reino. Pero no era el tiempo para que él tomara su poder real y comenzara a gobernar. No, él había de ascender al cielo y sentarse a la mano derecha de su Padre hasta que caducaran los tiempos señalados de las naciones en 1914 d. de J.C. Entonces, en cumplimiento de su propia profecía, el Hijo del hombre vendría “sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria.” (Mat. 22:44; 24:30) El suyo había de ser un reino celestial. Allí él podría tomar medidas contra el gran opresor del género humano, Satanás el Diablo, y poner fuera de existencia a éste y sus demonios. Como rey celestial él haría para sus súbditos terrenales a grado mucho más grandioso las cosas que efectuó milagrosamente durante su ministerio terrenal. “Porque ésta es la voluntad de mi Padre,” dijo Jesús, “que todo el que ve al Hijo y ejerce fe en él, tenga vida eterna, y que yo lo resucite en el último día.” (Juan 6:40) Él abrirá los ojos de los ciegos y serán destapados los oídos de los sordos. Los lisiados y enfermos serán sanados, y a sus súbditos les concederá prosperidad abundante.
Que nadie se deje confundir por las pretensiones de impostores políticos que dicen que el comunismo mundial introducirá a la gente en un nuevo mundo próspero y feliz. Ni piense nadie que el reino acerca del cual habló Jesús se cumple en la democracia. La democracia es gobierno por el pueblo, pero Jesús nos enseñó a buscar continuamente el reino de Dios, Su reino gobernado por Su Hijo ungido. El ser cristiano significa reconocer que, verdaderamente, Jesús es el Cristo, Aquel a quien Jehová Dios ha ungido como Rey, y someterse a las leyes de su dominio real y promover los intereses de ese reino a todo tiempo.
MÁS QUE UNA “VIDA BUENA”
Es obvio que el ser cristiano implica mucho más que el llevar una “vida buena.” Es más que el honrar a los padres de uno y abstenerse de asesinato, adulterio, hurto y mentira. A un hombre que dijo que cumplía todos estos mandamientos Jesús aconsejó: “Vaya, venda las cosas que tiene y dé a los pobres, y usted tendrá tesoro en el cielo, y venga y sea mi seguidor.” (Mar. 10:17-22) Sí, “sea mi seguidor.” Acepte usted las enseñanzas de Cristo, creyendo la Biblia y dando a Jehová Dios devoción exclusiva como lo hizo Jesús. Siga el ejemplo de Cristo, desprendiéndose de las actividades del viejo mundo que son netamente egoístas y hágase celoso ministro de Dios como lo era Jesús.
¡Felices son los que lo hacen! Ninguna angustia que le sobrevenga a la raza humana en los días por venir podrá debilitar la confianza de ellos. Y ninguna persecución que pudiera sobrevenirles como siervos de Dios, ni siquiera la muerte misma, podrá robarles la realización de su esperanza. “Por lo tanto todo el que oye estos dichos míos y los hace será comparado a un hombre discreto, que edificó su casa sobre la masa de roca. Y la lluvia cayó y llegaron las inundaciones y los vientos soplaron y azotaron contra esa casa, pero no cedió, porque había sido fundada sobre la masa de roca.” (Mat. 7:24, 25) Esa clase de fe es la que tienen los que realmente creen las enseñanzas de Cristo.