Cristianos primitivos no comunistas
LA GUERRA fría de palabras es una batalla calurosa para la mente. Sus fuerzas invasoras convergen al blanco desde toda dirección posible. “Voces” de naciones penetran tierras extranjeras, sólo para ser ahogadas y combatidas por explosiones vengativas. Mediante un bombardeo de palabras sostenido de día y de noche los propagandistas tratan de subyugar la mente pública, de amoldar la opinión pública para adaptarla a sus intereses egoístas. Acusaciones y denegaciones, cargos calientes y contracargos más calientes, tiznaduras y desdoros, insultos personales y lanzamiento de improperios, medias verdades y supresión de verdades enteras—todas esas tácticas son dirigidas para atacar su mente y tomarla por asalto.
La fuerza política que ahora lleva acabo una cruzada tan celosa para dominar la mente de las masas es el comunismo. Este usador marrullero de propaganda conoce todas las trampas, incluyendo la artimaña de hacer que se acepte una idea sobre méritos distintos a los suyos mediante el presentar recomendaciones de fuentes altamente respetadas. Cuando tratan de hacer conversos políticos de personas de la cristiandad que supuestamente respetan la Biblia algunos comunistas frecuentemente citan la Biblia. Arguyen que los cristianos primitivos fueron comunistas, y citan Hechos 2:44, 45 como prueba: “Todos los creyentes estaban juntos, y tenían todas las cosas comunes. Y vendían las posesiones y las propiedades, y repartieron el producto de ellas entre todos, según cada cual tenía necesidad.” Igual como muchos políticos que citan la Biblia para propósitos egoístas, estos comunistas no tienen entendimiento de los textos que repiten.
Hay que tener presente la escena. Es a fines de la primavera de 33 d. de J.C. Ese atormentador día de Pascua en el que Cristo Jesús había sido empalado en la estaca de tormento ya hacía siete semanas que había pasado. En esas semanas él había sido levantado de entre los muertos, visto por centenares de sus discípulos, y había ascendido al cielo, una criatura espiritual incorruptible, dejando la promesa de que pronto derramaría el espíritu santo sobre sus seguidores. Ahora, cincuenta y un días después de la Pascua, Jerusalén estaba apiñada por multitudes de judíos. Algunos habían venido de cerca y otros de lejos, para celebrar la fiesta de las semanas, el día del Pentecostés. Era una de las tres fiestas del año que todos los varones judíos deberían observar en Jerusalén.—Deu. 16:1-16.
Los seguidores de Jesús también estuvieron allí, cerca de ciento veinte en total. En este día del Pentecostés de 33 d. de J.C. estaban reunidos. ¡De repente un ruido como el de un viento impetuoso llenó el lugar de reunión, lenguas como si fueran de fuego se hicieron visibles sobre ellos, el espíritu santo los llenó, y comenzaron a hablar en diferentes lenguas! La conmoción atrajo a los judíos religiosos de muchas naciones, judíos que estaban presentes en Jerusalén en este tiempo del Pentecostés. Estos judíos que hablaban muchas diferentes lenguas se “azoraron, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua”. En contestación a sus preguntas atónitas el apóstol Pedro explicó que todo sucedió en cumplimiento de la profecía de Joel respecto al derramamiento del espíritu santo, y él les predicó tan convincentemente que “los que abrazaron su palabra sinceramente fueron bautizados, y en ese día cerca de tres mil almas fueron añadidas”.—Hech. 2:1-41, NM.
Durante los días que siguieron “todos los que vinieron a ser creyentes estuvieron juntos teniendo todas las cosas en común, y se pusieron a vender sus posesiones y propiedades y a distribuir los productos a todos a medida que cualquiera tuviera la necesidad. Y día tras día estaban en constante asistencia al templo de común acuerdo, y tomaban sus comidas en casas particulares y participaban del alimento con gran regocijo y sinceridad de corazón, alabando a Dios y siendo aceptados por toda la gente. Al mismo tiempo Jehová diariamente continuó uniendo a ellos los que estaban siendo salvados”.—Hech. 2:44-47, NM.
En las fiestas religiosas públicas en Jerusalén siempre había habido una especie de comunidad de bienes. Casas y camas fueron prestadas gustosamente por sus dueños. Otras cosas necesarias eran voluntariamente compartidas durante el período limitado de la fiesta, especialmente con visitantes de lugares lejanos. Sin embargo, en el caso de estos cristianos esta generosidad fué mucho más lejos, hasta el grado de vender posesiones para proveer fondos para cuidar de los pobres y necesitados. La situación era extraordinaria. Muchos de entre las tres mil almas añadidas en el día del Pentecostés eran de partes lejanas. Habían venido a Jerusalén para la fiesta de las semanas, pero debido a las cosas milagrosas que habían acontecido permanecieron en Jerusalén mucho más tiempo del que habían anticipado. No habían hecho provisiones para esta estancia inesperada y extendida. Empero ellos se quedaron, porque ahora su interés principal era obtener más entendimiento concerniente a esta nueva fe que habían abrazado, ser edificados, asociarse con otros cristianos, predicar a otros, ayudar a edificar y organizar la iglesia primitiva. Además, otros conversos eran pobres, y necesitaban ayuda fraternal.
Los cristianos que estaban en mejores condiciones de bienes materiales deseaban compartir con sus hermanos menos afortunados, especialmente en vista de las circunstancias extraordinarias. Para que ninguno sufriera necesidad, bienes fueron vendidos para llenar las necesidades. Si los hermanos cristianos no ayudaran a los pobres, ¿quién lo haría? Los judíos ortodoxos despreciaban a los cristianos y en vez de ayudarlos conspiraban para perseguirlos. Bajo presión religiosa los romanos habían matado a su Caudillo; odiaban a Sus seguidores. Por eso era lógico que los cristianos bendecidos materialmente dieran voluntariamente para ayudar a sus hermanos más pobres. Correctamente mostraron indiferencia para con los bienes mundanos, no poniendo confianza en ellos, sino compartiéndolos por causa del afecto y amor cristiano. Sabían que Jerusalén caería con el tiempo, y su desolación venidera y la ruina de Judea los hizo comprender la inutilidad de riquezas materiales como salvador. Además, ellos desearon honrar al Señor con su substancia, hacer amigos mediante el uso sabio de las riquezas de la injusticia. De modo que fué por todas estas razones, y no por algún requisito o mandamiento o precepto doctrinal, que estos cristianos primitivos establecieron un arreglo de socorro entre ellos mismos, y mediante él pudieron continuar por un tiempo en una especie de convención prolongada. Fué para que la iglesia primitiva tuviera un buen comienzo. Sólo fué un arreglo transitorio para llenar las circunstancias extraordinarias de esos días; pero aun así en ningún sentido de la palabra fué una mancomunidad completa de todas las posesiones de todos los cristianos.
Concerniente a este mismo período general de tiempo se declara, en Hechos 4:32, 34, 35; 5:1-4, NM: “Además, la multitud de los que habían creído tenía un mismo corazón y alma, y ni siquiera uno diría que cosa alguna de las que él poseía era suya, sino que tenían todas las cosas en común. De hecho, no hubo ningún necesitado entre ellos; porque todos los que eran poseedores de campos o casas las vendían y traían el valor de las cosas vendidas y lo depositaban a los pies de los apóstoles. A su vez, distribución se hacía a cada uno según tuviera la necesidad. Sin embargo, cierto hombre, Ananías de nombre, junto con Safira su esposa, vendió una posesión y secretamente retuvo parte del precio, su esposa también sabiendo de ello, y él trajo sólo una parte y la depositó a los pies de los apóstoles. Pero Pedro dijo: ‘Ananías, ¿con qué fin te ha animado Satanás a tratar de engañar al espíritu santo y retener secretamente parte del precio del campo? Mientras quedaba contigo ¿no quedaba tuyo, y después que fué vendido no continuó en tu control? ¿Por qué fué que propusiste un acto tal como éste en tu corazón? Has tratado de engañar, no a los hombres, sino a Dios.’”
Los que vendían sus posesiones y daban el producto a los apóstoles para distribución ciertamente obtenían alguna mención y reconocimiento por este acto de amor cristiano, como se evidencia en la mención especial del levita José Bernabé, en Hechos 4:36, 37. Este mismo reconocimiento de ellos como contribuyentes ejemplares muestra que su dádiva era enteramente voluntaria, y no el resultado de algún edicto comunista inflexible para tomar su propiedad. El caso de Ananías y Safira también muestra la naturaleza completamente voluntaria de dar. Diferente de los otros contribuyentes, el motivo de estos dos fué impuro. Aparentemente ellos codiciaron la reputación de dar todo, pero fueron demasiado egoístas para ganarla. Así que conspiraron juntos, vendieron la posesión, y mientras pretendieron que dieron todo sólo depositaron una parte del precio del campo a los pies de los apóstoles. Mediante un don especial de conocimiento por el espíritu, Pedro discernió su duplicidad y los expuso, y Jehová los ejecutó por su descaro hipócrita, ostentoso y falso.
Pero el punto que debe notarse aquí son las palabras de Pedro a Ananías: “Mientras quedaba contigo ¿no quedaba tuyo, y después que fué vendido no continuó en tu control?” La propiedad pertenecía a ellos. No estaban obligados a venderla. Y si querían venderla y quedarse con el pago, estaban libres para hacerlo. No estaban bajo ninguna obligación en el asunto. Esta acción de los cristianos primitivos de vender sus bienes y dar todo el producto a un fondo común para la obra de socorro era enteramente voluntaria. Fué la acción de Ananías y Safira al falsamente pretender que dieron todo para lograr una reputación de generosidad la que trajo la ira de Jehová sobre ellos.—Hech. 5:4-10.
El ‘tener las cosas en común’, como se menciona en Hechos capítulos 2 y 4, fué limitado a Jerusalén. No hay indicación de que fuese practicado por grupos cristianos más allá de la vecindad de Jerusalén. Jerusalén fué donde la ayuda mutua era tan urgente, porque allí estaba la fortaleza de los escribas y fariseos y sacerdotes del templo, allí estaba el núcleo de la oposición. Los aumentos sorprendentes de los cristianos en Jerusalén después del Pentecostés suscitaron tanta ira clerical que una campaña violenta de persecución fué descargada, principiada por el apedreamiento de Esteban. “En ese día gran persecución se levantó contra la congregación que estaba en Jerusalén; todos salvo los apóstoles fueron esparcidos por las regiones de Judea y Samaria”. Fué bueno que antes de esto los cristianos hubieran vendido posesiones para ayudarse unos a otros; evitó que sus bienes cayeran como botín en manos de los perseguidores que los esparcieron.—Hech. 8:1, NM.
Cuando esta explosión particular de persecución se disipó y la congregación cristiana volvió a funcionar abiertamente en Jerusalén, no hay registro de que algún ‘mantenimiento de cosas en común’ se haya reasumido. La iglesia primitiva salió ilesa de una tormenta y ahora estaba más fuerte debido a ella. La necesidad para tales medidas de emergencia pareció pasada. De hecho, precisamente antes de que la ola de persecución satánica se desatara sobre ellos, parece que estas medidas de socorro más drásticas estaban disminuyendo y dando entrada a los principios más generalmente prescritos en las Escrituras, tal como socorro para los despojados o huérfanos y viudas. Esto se indica en Hechos 6:1-4. Puesto que este texto a veces también es interpretado como apoyando el comunismo, lo citamos para analizarlo:
“Ahora en estos días, cuando los discípulos estaban aumentando, una murmuración surgió por parte de los judíos de habla griega contra los judíos de habla hebrea, porque sus viudas estaban siendo pasadas por alto en la distribución diaria. Por eso los doce convocaron la multitud de los discípulos y dijeron: ‘No es cosa que agrade el que nosotros abandonemos la palabra de Dios para distribuir alimento a las mesas. Así que, hermanos, búsquense siete hombres reputados de entre ustedes, llenos de espíritu y sabiduría, para que los designemos sobre este asunto necesario; mas nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.’” (NM) El curso sugerido fué seguido y el asunto fué atendido prestamente.
Esto no se puede interpretar como queriendo decir que los cristianos primitivos establecieron comedores de la comunidad o comedores para los menesterosos donde todos se reunían para tomar sus alimentos. Hechos 2:46 plenamente declara que “tomaban sus comidas en casas particulares”. (NM) Sírvase notar, también, que sus casas eran particulares, y no consideradas como la propiedad de toda la congregación. La distribución diaria mencionada en Hechos 6:1-4 era una obra de socorro mediante la cual la mesa de los pobres era abastecida apropiada e imparcialmente. El texto trata específicamente de viudas, que probablemente serían personas sin otro medio de sostén. Era a tales pobres que se distribuían los víveres, y no se trataba de que todo el cuerpo de cristianos mancomunaran todo y luego todos sacaran de este almacén común de bienes para sus necesidades diarias.
OBRA DE SOCORRO UN REQUISITO
La Palabra de Jehová expresa interés en las viudas, y decreta retribución sobre cualquiera que las oprima. (Éxo. 22:22-24; Deu. 14:28, 29; 26:12; Sal. 68:5; 146:9; Zac. 7:9, 10; Mal. 3:1-5) Él ordena que las honren, lo cual incluiría su sostén si fuera necesario. Jesús mostró que esto incluía sostén cuando él disputó con los escribas y fariseos acerca de sus tradiciones. Él indicó que la Palabra de Dios manda que uno honre a su madre y a su padre, pero que la tradición de ellos les permitía escabullirse de la responsabilidad de dar a sus padres sostén material. De este modo él unió la honra con el sostén material, y que el dejar de sostener a los padres que lo necesitaban era lo mismo como dejar de obedecer el mandato de honrarlos. (Mat. 15:1-6, NM) Pablo mostró este mismo entendimiento de la expresión “honrar” cuando le escribió a Timoteo unos treinta años después sobre cómo tratar con las de la congregación que realmente eran viudas, es decir, aquéllas sin medios de sostén. Él dijo:
“Honra a viudas que realmente son viudas. Ahora bien la mujer que realmente es viuda y dejada desamparada ha puesto su esperanza en Dios y continúa en súplicas y oraciones noche y día. Que sea puesta en la lista la viuda que haya cumplido por lo menos sesenta años, la mujer de un solo esposo, acerca de quien se testifica a causa de sus obras rectas, si ella crió hijos, si hospedó a extranjeros, si lavó los pies de los santos, si socorrió a los que estaban en tribulación, si diligentemente siguió toda obra buena.” (1 Tim. 5:3, 5, 9, 10, NM) Esto indica que las viudas que eran demasiado ancianas para ganarse la vida y que no tenían parientes que las sostuvieran, pero que eran mujeres teocráticas dignas, deberían estar en la lista para recibir socorro de la congregación.
En ningún sentido fué esto comunismo. Si las viudas podían ser cuidadas privadamente, no deberían ser puestas en la lista para sostén congregacional. Cada familia era responsable para proveer lo suyo propio. La devoción piadosa exigiría que los hijos honraran a sus padres mediante sostén material, remunerando debidamente a sus padres, quienes los habían criado y provisto para ellos mientras crecieron a la madurez, hasta que ya no fueron impotentes, hasta que pudieron sostenerse. Por consiguiente Pablo escribió: “Pero si alguna viuda tiene hijos o nietos, que éstos primero aprendan a practicar la devoción piadosa en su propia casa y a seguir pagando una remuneración debida a sus padres y abuelos, porque esto es aceptable a la vista de Dios. Ciertamente si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe. Si alguna mujer creyente tiene viudas, que ella las socorra, y que la congregación no esté bajo la carga. Entonces ésta podrá socorrer a las que realmente son viudas.” (1 Tim. 5:4, 8, 16, NM) Ni habían las viudas jóvenes de agobiar la congregación con sus necesidades. Podían trabajar, o mejor todavía, volver a casarse.—1 Tim. 5:11-15.
Los cristianos primitivos no trataron de borrar los males políticos o desigualdades sociales de su tiempo, ya sea mediante enseñanza comunista o precepto religioso. Si la regla cristiana permanente hubiera sido que todas las cosas se mantuvieran en común, no hubiera habido ricos o pobres. No habría habido necesidad de aceptar contribuciones de los que tenían dinero para ayudar a otros que eran pobres y necesitados, como Pablo lo hizo. (Hech. 24:17; Rom. 15:26; 1 Cor. 16:1-4; 2 Cor. 8:1-15; 9:1-15) Más de veinticinco años después del Pentecostés ninguna forma de comunismo había igualado a los cristianos en un sentido material, porque el discípulo Santiago escribió contra la distinción de clases entre ricos y pobres, y amonestó a los que se dedicaban a amontonar riquezas materiales, como también lo hizo Pablo. (1 Tim. 6:7-10; Sant. 1:27; 2:1-9; 5:1-6) Los ricos fueron advertidos del engaño de las riquezas, y habían de compartir amorosamente con los hermanos necesitados, no obligatoriamente ni con descontento, sino alegremente, como evidencia de su fe, considerando que el dar era mayor bendición que el recibir.—Hech. 20:35; Rom. 12:13; 2 Cor. 9:7; Sant. 2:14-20; 1 Ped. 4:9.
En cuanto a Pablo personalmente, él se entregó al servicio de las congregaciones cristianas, empero nunca buscó sostén para sí de algún fondo comunal. (Hech. 18:1-4; 20:33-35; 2 Cor. 11:9; 1 Tes. 2:9; 2 Tes. 3:7-9) Ni mostró Pablo tendencias comunistas tratando de trastornar el orden social de esclavitud que existía, sino que recomendó que los esclavos cristianos fueran obedientes a sus amos en un sentido carnal, y aun más cuando los amos eran hermanos cristianos.—Efe. 6:5; Col. 3:22; 1 Tim. 6:1, 2; Tito 2:9, 10.
Todo lo anterior aclara que los cristianos primitivos no estaban defendiendo ni el comunismo ni el capitalismo. Eran teocráticos, progobierno de Dios, en pro de predicar el evangelio sobre todo. Los males sociales y políticos los dejaron para que Jehová Dios los corrija, a su manera, a su tiempo, mediante su reino. Por consiguiente cualquier comunista que cargue su pistola de propaganda con textos bíblicos la está cargando con cartuchos sin balas.