Poniéndose en el lugar del otro
DEBIDO a negligencia craso estalló un incendio en un gigantesco portaaviones estadounidense que estaba en construcción. El incendio le costó al gobierno norteamericano más de 50 millones de dólares y segó veintenas de vidas. La esposa de una de las víctimas escuchó con ansiedad por la radio las noticias acerca del incendio. Cuando su marido no llegó a casa a la hora acostumbrada, ella temió lo peor. Luego sonó el timbre de la puerta, ¡y cómo se apresuró a contestarlo! Al abrir la puerta, allí de pie estaban dos policías. Les faltaban palabras, pero las palabras no hacían falta. La expresión bondadosa de compadecimiento que tenían en el rostro hablaba con suficiente claridad. Sí, el marido de ella se hallaba entre los que habían perdido la vida en aquel incendio.
Esos policías sabían muy bien cómo se sentía aquella señora, porque podían imaginarse bien cómo se hubieran sentido sus propias esposas en el lugar de ella. En tales ocasiones una expresión bondadosa del rostro, un ademán o unas pocas palabras pronunciadas con comprensión afectuosa tal vez sean todo cuanto se necesite para mostrar que comprendemos, que podemos ponernos en el lugar del otro.
La Biblia toma nota de esta necesidad, puesto que nos dice: “Regocíjense con los que se regocijan; lloren con los que lloran.” Ella muestra que “el cantante con canciones a un corazón triste” sencillamente está fuera de lugar y que hay “tiempo para llorar y tiempo para reír; tiempo para lamentar y tiempo para brincar.” Si podemos ponernos en el lugar del otro sabremos cuándo es el tiempo para llorar y lamentar y cuándo para reír y brincar.—Rom. 12:15; Pro. 25:20; Ecl. 3:4.
Este asunto de ponernos en el lugar del otro aplica a todas nuestras relaciones para con los demás. Hay necesidad particular de ello en el círculo de la familia. ¡Cuánto mejor se llevarían los padres e hijos los unos con los otros si cada cual pudiera ponerse en el lugar del otro! No que los padres hayan de abdicar su autoridad, pero la comprensión es vital. ¡Y cuánta fricción existe entre maridos y esposas por falta de tal comprensión! Este principio aplica aun a tales asuntos de poca monta como el querer mirar la televisión o escuchar la radio cuando otro necesita tranquilidad para descansar o estudiar. También aplica al estar a la hora para las comidas y el estar listos para salir a una hora convenida.
¿Ha pedido dinero prestado uno alguna vez sin devolverlo después cuando dijo que lo haría? ¿Ha considerado uno como cosa trivial su falta de consideración? Pero, ¿qué hay de la otra persona? Quizás ella comience a preguntarse si acaso uno se habrá olvidado por completo de ello. Si uno ha prometido devolver cierta suma en una fecha fija y no lo puede hacer, ¿no podría por lo menos dar una explicación en cuanto a por qué no puede cumplir con su promesa, en vez de pasar por alto el asunto como si no tuviera ninguna obligación? El acreedor sin duda tendrá mucho gusto en concederle a uno más tiempo, ¡siempre que uno no se forme la idea de que el préstamo fuera un regalo! Difícilmente será justo el sonsacar un regalo bajo pretexto de un préstamo, ¿verdad?
¡Cuánta contienda, confusión y sufrimiento innecesario existen en la industria debido a que los hombres no se ponen mentalmente en el lugar del otro! Debido a que o las clases obreras o las gerencias o ambas no hacen esto, a veces hay huelgas que se extienden por semanas y meses. ¡En realidad, no habría ninguna discriminación racial ni religiosa si la gente pudiera ponerse en el lugar de otros que son diferentes en estos respectos.
Sea que uno tenga una solicitud que hacer o una reprensión que administrar, será mucho más eficaz si puede ponerse en el lugar del otro. ¡Qué bien pudo hacer esto Jesús! Por eso, después que Pedro le hubo negado tres veces, él no increpó a Pedro. Todo cuanto se necesitó fue una mirada: “Y se volvió el Señor y miró a Pedro, y Pedro recordó lo expresado por el Señor,” de que lo traicionaría. Entonces Pedro “salió fuera y lloró amargamente.” Sí, a veces una mirada censuradora, a veces una entonación solícita—¡cuán a menudo suplicó Jehová a su pueblo!—a veces el razonar suavemente con uno que yerra logrará mejores resultados que el dejarse caer sobre él con todo su peso.—Luc. 22:60-62; Gál. 6:1.
El apóstol Pablo imitó a su Amo en este respecto también. Él sabía que si se mostraba indiferente al modo de pensar y sentir de otros les ofendería innecesariamente, ya que es muy fácil insinuar que otros, a quienes uno cree equivocados, o carecen de sinceridad o de inteligencia. Él se hizo, por decirlo así, “el esclavo de todos,” para que pudiera ganar al máximo de personas. “Y por eso,” dijo él, “a los judíos me hice como judío, para ganar a judíos; . . . A los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me he hecho toda cosa a gente de toda clase, para que de todos modos salve a algunos.” No cabe duda acerca de ello, el apóstol Pablo sabía ponerse en el lugar del otro.—1 Cor. 9:19-22.
El poder ponerse en el lugar del otro no solo le impide a uno ofender a otros innecesariamente, sino que también le protege de egoísmo craso o pecados. Una de las causas principales de la inmoralidad y el crimen es la codicia, es decir, el desear ávidamente lo que pertenece a otro. Pero si uno puede ponerse en el lugar del otro sencillamente no codiciará su automóvil, empleo, esposa o alguna otra posesión. Uno no desearía perder tales cosas personalmente, si las tuviera, ¿no es verdad?—Deu. 5:21.
Por supuesto, el ponerse en el lugar del otro no quiere decir que uno se dejará guiar indebidamente por el sentimiento al tratar con otros que no son merecedores. Tampoco significa que uno no administraría censura firme a veces cuando fuera su deber y fuese para el mayor bien el hacerlo. Uno debería preocuparse de lo que sea para el mayor bien del otro así como desearía lo que fuera para el mayor bien de uno mismo, ¿verdad?
En resumen, el ponerse en el lugar del otro puede lograr muchísimo hacia el forjamiento de relaciones amistosas para con otros así como ayudar a uno a hacer lo correcto. Es precisamente lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos; esto, de hecho, es lo que significan la Ley y los Profetas.”—Mat. 7:12.