“El amor edifica”... ¿a quién y cómo?
¡QUÉ abundancia de significado encierran, qué verdad contienen esas tres palabras: “El amor edifica”! El amor edifica mental y físicamente; también edifica moral y espiritualmente. Vez tras vez se han aplicado esas palabras del apóstol Pablo a los efectos psicosomáticos que tiene el amor sobre los enfermos mental y físicamente, y no sin buena razón.—1 Cor. 8:1.
Típicas del caudal de testimonio del poder que tiene el amor para edificar son las palabras del Dr. Leo Bartemeir. Como director médico de un instituto de psiquiatría, declaró en una ocasión que el amor debería ocupar un lugar entre los remedios del médico junto con antibióticos, vacunas y otras medicinas. “El amor del médico a su paciente y el amor del paciente a su médico es una influencia poderosa en el restablecimiento de los pacientes,” dijo él. Sostiene que la tendencia moderna de los practicantes a ser ‘objetivos’ o desprendidos al tratar con sus pacientes es un error y que “el amor del médico a sus pacientes era el elemento central y necesario para aliviarlos.”
Sin embargo, por más cierto que sea que por el amor podemos edificar a otros, no fue acerca de eso que escribió el apóstol Pablo. En el mismo versículo declaró que “el conocimiento hincha.” Puesto que Pablo quiso decir que cierta clase de conocimiento tendía a hinchar a los que tenían ese conocimiento en particular, debe haber querido decir en el caso bajo consideración que el amor edifica a los que lo tienen; que los que expresan el amor ellos mismos sacan provecho al hacerlo. En realidad, en las palabras que citamos del Dr. Bartemeir se reconoce este hecho. ¿De qué manera? En que no solo hace notar que el amor del médico edifica al paciente sino que el amor del paciente edifica —¿al médico?— no, ¡sino al paciente mismo! Razonando en la misma forma el antropólogo Ashley Montagu escribió que “el amor crea, enriqueciendo muchísimo tanto la vida del recipiente como del dador.”
Agrega más testimonio a la verdad de las palabras de Pablo de que “el amor edifica” la siguiente cita de un libro de texto de medicina psicosomática por los profesores Weiss y English: “La persona que tiene la capacidad para amar por lo general es amada en cambio. La capacidad para extender buena voluntad y consideración en todo aspecto de la vida, familiar, marital, sexual, paternal y maternal, tiene un efecto constructivo marcado sobre la persona que extiende estos sentimientos lo mismo que sobre la persona que los recibe y así produce placer a ambos.” (La letra cursiva la hemos puesto nosotros.) Sí, tal como los arqueólogos siguen haciendo descubrimientos que verifican los registros históricos de la Biblia, así los psiquiatras están verificando la exactitud y sabiduría del consejo de la Biblia en cuanto a las relaciones humanas.
El reflexionar un poco aclarará exactamente cuán cierta es la declaración de que el amor edifica a la persona que ama. Nuestro grandioso, amoroso y sabio Creador edificó en nosotros un sistema hormonal que funciona óptimamente cuando vivimos en armonía con sus principios justos y sabios. La ciencia de lo psicosomático ha demostrado el daño que sufre una persona que se entrega a emociones negativas como malicia, ira, amargura, codicia, autocompasión, envidia y frustración. Aunque resultan en daño a otros, dañan ante todo al que cede a estas emociones.
Lógicamente, ha de desprenderse por lo tanto que cuando expresamos emociones constructivas, sanas, la principal de las cuales es el amor altruista, no solo edificamos a otros sino primariamente a nosotros mismos, tal como se denota en las palabras del Señor Jesús: “Hay más felicidad en dar que la que hay en recibir.”—Hech. 20:35.
Aunque es cierto que el amor a nuestro cónyuge, a nuestra familia y a un amigo allegado puede edificarlo a uno, del uso que hace el apóstol de la palabra griega agape es evidente que él tenía presente el amor altruista, que se basa en principios, que está libre de toda consideración personal. El que este amor edifica se ve además por la descripción que da de él. Él dice que esta clase de amor es sufrido, que es paciente y bondadoso, que puede soportar y aguantar todas las cosas y que nunca falla. Un hecho que ayuda a explicar por qué el amor edifica es que el amor disipa emociones debilitantes como orgullo, celos y codicia.—1 Cor. 13:4-8.
Un amor altruista a Jehová Dios y a nuestro prójimo hará posible que resistamos tentaciones a hacer lo malo o a seguir un derrotero de autoservicio, que puede ser enteramente “legal” pero que no nos edifica. Cuando nos atenemos a nuestros principios, nuestros ideales, cuando conseguimos la victoria sobre nuestras inclinaciones egoístas y caídas, no solo mantenemos una conciencia limpia sino que somos edificados moral y espiritualmente mediante ello. Entonces hallaremos que es cierto en nuestro caso el proverbio inspirado: “Los justos son como un león joven que tiene confianza.” Como Job de la antigüedad podremos refutar a los que traten de impugnar nuestros motivos, y podremos confesar una buena conciencia ante Dios.—Pro. 28:1; Job 16:1-4; 29:1-25.
También se pudiera decir que el amor edifica debido a que es autorremunerador. No que ésa sea la razón para expresar amor, no obstante es muy probable que eso mismo resultará. Como lo expresó Jesucristo: “Practiquen el dar y se les dará. . . . Porque con la medida con que ustedes miden, se les medirá a ustedes en cambio.” (Luc. 6:38) Una famosa psicoanalista escribió un libro de exhortación a casadas desdichadas, y la sustancia de éste fue que el verdaderamente amar y sujetarse a sus esposos era la cosa más remuneradora que podían hacer. Los miembros de la familia pueden conseguir felicidad esforzándose por hacerse felices mutuamente.
Aquí está otro ejemplo tomado de las Escrituras de este principio bíblico. Al estimular a los cristianos materialmente prósperos en Corinto a mostrar amor altruista hacia sus hermanos necesitados en Jerusalén, el apóstol Pablo escribió: “El que siembra liberalmente, liberalmente también segará.”—2 Cor. 9:6.
“El amor edifica”... ¿a quién? Al recipiente apreciativo, ciertamente, pero aun más al dador, al que ama. El dador es edificado en todo sentido, física, mental, emocional y espiritualmente. siega liberalmente y Dios lo ama, porque “Dios ama al dador alegre.”—2 Cor. 9:7.