La madurez cristiana... ¿una meta elusiva?
¿PRECISAMENTE qué es la “madurez cristiana”? ¿Cómo la definiría usted? ¿La tiene usted? O, ¿todavía está tratando de alcanzarla?
Hay verdadero valor en entender correctamente lo que es la madurez cristiana. Entre otras cosas, el no entender correctamente lo que es puede resultar en desaliento. Puede hacer que la madurez cristiana se parezca a un espejismo, a una ilusión engañosa que de manera atormentadora se aleja precisamente cuando uno cree que está a punto de alcanzarla. El alcanzar la madurez cristiana no es una meta así de elusiva.
Además, el tener el entendimiento incorrecto de lo que es puede resultar en que nos llevemos por normas falsas al estimar o juzgar a otros. Puede hacer que no veamos y apreciemos las buenas cualidades de ellos. Por tener un concepto falso de la madurez cristiana una persona podría tender a degradar a otros y elevarse a sí misma en su propia estimación, o a favorecer a algunos equivocadamente por encima de otros.
PASANDO DE LA NIÑEZ ESPIRITUAL
En el sentido común, la persona “madura” es una que ha salido de la niñez y pasado al estado de adulto. El crecimiento físico alcanza cierto punto, entonces a paso más lento logra su límite. La madurez emocional se desarrolla de manera algo parecida pero a menudo requiere más tiempo que el crecimiento físico.
En cuanto a los cristianos, también hay crecimiento de la niñez espiritual al estado de adulto espiritual, la madurez cristiana. ¿Cómo puede uno saber si ha logrado el estado adulto espiritual?
A los que todavía son “pequeñuelos en Cristo” hay que alimentarlos únicamente de la “leche” de la verdad cristiana. Estos “pequeñuelos” no están seguros en cuanto a lo que es la verdad, y por eso se inclinan a tambalear y a dejarse desviar fácilmente por las tretas y astucia de hombres que promueven enseñanzas falsas. En este estado pueril pueden contribuir poco al crecimiento del “cuerpo del Cristo,” la congregación cristiana, en “la edificación de sí mismo en amor.” (Efe. 4:12-16) Todavía son “carnales,” quizás inclinados a celos, contiendas y sectarismo y tendrán que dejar atrás estos modos de ser mundanos a fin de llegar a ser “hombres espirituales,” no pequeñuelos.—1 Cor. 3:1-4.
¿Somos algunos de nosotros así... inestables, careciendo de convicción en cuanto a la verdad cristiana, todavía inclinados a seguir a hombres, no habiendo entrado en unidad con los que son nuestros hermanos espirituales, por lo tanto no habiendo desarrollado el amor que edifica y fortalece a la congregación cristiana? Entonces realmente tenemos que esforzarnos por alcanzar la madurez cristiana. Debemos comprender, también, que el crecer para salir de la niñez espiritual y entrar en el estado de adulto espiritual no es automático, como lo es el crecimiento físico. Requiere esfuerzo sincero de parte de nosotros y cooperación con Dios y su Hijo y el medio que suministran para lograr el estado de adulto o entereza espiritual.
ACEPTANDO LA VERDAD CRISTIANA EN TODOS SUS ASPECTOS
Una parte principal del crecimiento espiritual encauzado al estado de adulto cristiano, entonces, es el progreso en aceptar la verdad cristiana en todos sus aspectos. Algunos cristianos hebreos del primer siglo no progresaron más allá de las “cosas elementales de las sagradas declaraciones formales de Dios” y por eso eran como los que todavía estaban en una ‘dieta de leche,’ pues no estaban listos para el alimento espiritual sólido que “pertenece a personas maduras, a los que por medio del uso tienen sus facultades perceptivas entrenadas para distinguir tanto lo correcto como lo incorrecto.” Por esta razón Pablo les escribió, exhortándolos a ‘pasar adelante a la madurez.’ ¿Cómo harían esto? ¿Cómo podemos nosotros hacer esto si no lo hemos hecho ya?
El apóstol les mostró que no debían ser como edificadores que jamás pasaban del fundamento del edificio, siendo el “fundamento” en este caso las doctrinas elementales o primarias acerca de Cristo. Debían pasar adelante a la ‘superestructura’ que descansa sobre ese fundamento, a saber, la enseñanza más avanzada acerca del propósito de Dios revelada por medio de su Hijo, enseñanza que es más difícil de explicar que las enseñanzas elementales.
Había necesidad urgente de progresar de esta manera, era vital hacerlo. ¿Por qué? Porque no podían estancarse indefinidamente; con el tiempo tendrían que progresar o retroceder. ¿Qué significaría el retroceder? Significaría apostasía, el apartarse de la fe verdadera, y eso acarrearía destrucción.—Heb. 5:11-6:8.
Por supuesto, su progreso en entender estas doctrinas más difíciles tendría que ir acompañado del correspondiente crecimiento en su punto de vista espiritual y personalidad cristiana. Mero conocimiento intelectual no bastaría. Esas verdades avanzadas deberían tener un efecto en la vida de ellos, tal como ya lo habían tenido las enseñanzas “elementales.”
Hoy tenemos la completa Palabra inspirada de Dios. ¿La aceptamos en todos los aspectos de sus enseñanzas y estamos esforzándonos sinceramente por vivir en armonía con ellas? O, ¿escogemos solo lo que nos agrada, como sucede con muchos hoy día que solo son cristianos nominales? Esas personas observan solo lo que quieren observar pero no quieren asumir la plena responsabilidad de ser discípulos del Hijo de Dios y por lo tanto están divididas en muchas sectas de la cristiandad. ¿Es cierto eso de nosotros? Nuestra respuesta a estas preguntas nos ayudará a determinar si hemos alcanzado la madurez cristiana o no.
LA MADUREZ CRISTIANA NO ES EL FIN DEL PROGRESO
Pero, ¿no es un hecho que a medida que transcurre el tiempo entendemos mejor la Palabra de Dios, obtenemos conocimiento aumentado de ciertas verdades, incluso de algunos ‘puntos excelentes’ de entendimiento? Es cierto. Bueno, entonces, ¿realmente alcanzamos la madurez alguna vez? O, ¿siempre está adelante de nosotros, de modo que a pesar de esforzarnos incesante y afanosamente, realmente nunca alcanzamos la madurez como meta? No, ése no es el caso. Veamos por qué no.
Considere el ejemplo que la Biblia usa de la infancia y del estado de hombre o de adulto (“hombre hecho” [Efe. 4:13], que traduce la misma palabra griega [teleiotes] como lo hace “madurez”). Cuando un niño crece y llega a ser adulto, ¿significa esto que dicho adulto tiene ahora todo el conocimiento, experiencia y discernimiento que jamás tendrá? Es obvio que no. Una persona continúa progresando en su vida adulta.
El cristiano maduro también debe continuar progresando en conocimiento, amor, fe, sabiduría y todas las otras cualidades que son frutos del espíritu de Dios. ¿Pudiéramos decir que al progresar de esa manera llega a ser ‘más maduro’?
No, de la misma manera que no diríamos que un adulto llega a ser ‘más adulto’ debido a la experiencia y conocimiento que agrega después de alcanzar la edad adulta. ¿Es un hombre de cincuenta años de edad ‘más adulto’ que uno de cuarenta? O, ¿hablaríamos de un hombre de sesenta años como ‘muy adulto’ y de un anciano de setenta años como ‘sumamente adulto’? No, porque éste no es el sentido de la palabra. Tampoco es el sentido de la palabra “madurez.”
En el primer siglo, cristianos maduros que mostraban sabiduría y que estaban capacitados para enseñar, exhortar y censurar, fueron nombrados como “hombres de mayor edad” en las congregaciones. (1 Tim. 3:1-7; Tito 1:5-9) ¿Significó esto que ellos eran los únicos maduros y que otros que no fueron nombrados eran ‘inmaturos’? No, porque las cualidades que tenían estos hombres, y que los capacitaban para servir de esta manera, eran adicionales al hecho de que ya eran cristianos maduros. Por ejemplo, en la vida normal un hijo que crece, se casa y tiene su propia familia, quizás todavía acuda a su padre o a otros hombres de mayor edad en busca de consejo y guía en ciertos asuntos, pues reconoce la mayor experiencia y sabiduría de ellos. Así, también, los cristianos, aunque ellos mismos son espiritualmente maduros, pueden beneficiarse al recibir ayuda de los “hombres de mayor edad” espirituales de la congregación.—Hech. 20:17, 28; Efe. 4:11, 12.
Tal como un niño debe sentir que su meta en la vida es más que solo llegar a ser adulto, nosotros debemos considerar el logro de la madurez cristiana como un estado deseable pero no como nuestra meta final. Es después de haber llegado a ser cristianos maduros que podemos dar mayores pasos y desarrollar la sabiduría y perseverancia que nos permitirá rendir excelente ayuda a nuestros hermanos y que nos llevará a nuestra meta decisiva, la de conseguir la aprobación final de Dios para la vida eterna.
Por eso, hallamos que el apóstol Pablo instaba a sus hermanos cristianos a seguir hacia adelante a su meta, el premio de la llamada celestial, diciendo: “Nosotros, pues, cuantos somos maduros, seamos de esta actitud mental; . . . hasta donde hemos progresado, sigamos andando ordenadamente en esta misma rutina.”—Fili. 3:12, 14-16.
Vista del modo correcto, entonces, vemos la madurez como una plataforma útil desde la cual trabajar... no como una escalera desalentadora cuyos peldaños siguen multiplicándose interminablemente a medida que subimos.
¿REGRESIÓN A LA INMADUREZ?
Pero supongamos que un cristiano no muestra buen juicio en cierto asunto espiritual u obra de una manera que no está en armonía con los principios cristianos. Puede que su acción no sea lo suficientemente grave como para merecer expulsión de la congregación, no obstante muestra que no aplicó plenamente cierto consejo bíblico. ¿Lo señala esto como ‘inmaturo’?
No necesariamente. Puede que él sea inmaturo, porque tal vez sea joven en años o sea “recién convertido” (1 Tim. 3:6), y por consiguiente no esté firmemente establecido en la verdad. Por otra parte, quizás sea un cristiano maduro con un registro largo de servicio cristiano. No es la gravedad, grande o pequeña, del acto mismo lo que determina lo que es la persona... ya sea madura o inmatura. Es verdad que la falta de buen juicio y la debilidad son características de los niños. Pero aun los adultos pueden ser culpables de estas cosas en ciertas ocasiones. ¿Se ha hallado usted, como adulto, avergonzado alguna vez por haber obrado o hablado de manera “pueril”? Sin embargo, usted no regresó por ello a ser realmente un niño; usted siguió siendo adulto.
El proceder incorrecto que emprende el cristiano maduro quizás se deba al hecho de que se ha ‘enfermado espiritualmente,’ quizás debido a que ha descuidado el estudio de la Palabra de Dios, o porque ha dejado que deseos incorrectos entren en su corazón y debiliten su devoción a Dios y Cristo. Una persona plenamente desarrollada que se enferma puede ponerse ‘tan débil como un pequeñuelo,’ sin embargo todavía es adulta. Tal vez tenga que alimentarse de comida adecuada para los bebés, leche u otro alimento blando, por un tiempo debido a su enfermedad. De manera similar, el cristiano espiritualmente enfermo, aunque es maduro, quizás por un tiempo necesite que otros lo ayuden y lo cuiden, hasta que lo alimenten espiritualmente para restaurarlo a la salud y fuerza espirituales.—Compare con Hebreos 12:5, 6, 12, 13; Santiago 5:13-16.
Por supuesto, en vez de enfermarse espiritualmente, es posible que el cristiano maduro se eche a perder, sí, que se haga delincuente o apóstata. Pero no vuelve a ser inmaturo. Un fruto maduro que se echa a perder no se pone verde (inmaturo) de nuevo. Se corrompe, se pudre.—Heb. 6:1-8; 12:15.
VARIEDAD ENTRE LOS CRISTIANOS MADUROS
Por eso, pues, hacemos bien en evitar usar la palabra “madurez” como una expresión totalmente abarcadora, tan amplia e indefinida como para ser omnímoda. Tampoco querríamos que simplemente llegue a representar nuestro propio ideal imaginado de lo que debe ser un cristiano. No todos los cristianos maduros serán exactamente iguales en su personalidad o su manifestación de cualidades espirituales. Como ilustración, dos huertos, cada uno conteniendo diferentes clases de árboles frutales, pudieran ser “maduros,” es decir, tener árboles plenamente desarrollados y que producen fruto. Sin embargo, un huerto quizás tenga más manzanos que perales, mientras que el otro quizás tenga más perales que manzanos.
Así, también, los cristianos maduros posiblemente se muestren más fuertes en un aspecto que en otro en cuanto a producir los frutos del espíritu de Dios. (Gál. 5:22, 23) Un cristiano puede ser sobresaliente en conocimiento, otro especialmente notable en bondad o paciencia, posiblemente otro sea excepcional en buen juicio o discernimiento en cuanto a problemas, mientras que otro sea extraordinariamente generoso u hospitalario, y otro tenga muy buena habilidad para dirigir. (Compare con 1 Corintios 7:7; 12:4-11, 27-31.) Sin embargo esta variedad no es señal de inmadurez. No significa que dichos individuos no son todos cristianos ‘adultos.’ No todos tienen que ser igualmente fuertes o capaces en todo aspecto para ser “maduros.” Tampoco son copias estereotipadas unos de los otros. Cada uno de su propia manera contribuye algo como cristiano maduro a la ‘edificación del cuerpo de Cristo.’—Efe. 4:15, 16.
También tenemos que evitar dejarnos guiar por las normas mundanas en cuanto a la madurez cristiana, caracterizando a algunos como ‘inmaturos’ debido a aparentes incapacidades en educación mundana o experiencia en métodos mundanos de hacer las cosas. Ciertamente si los apóstoles del primer siglo fueran introducidos en una sociedad de nuestro día, una sociedad de industrialización moderna, dirigida por oficinas, habría muchos factores que les serían extraños, desconocidos y, temporalmente por lo menos, los tendrían azorados. ¿Los haría esto cristianos inmaturos? Por supuesto que no. Pues la madurez cristiana no se determina por el conocimiento, la experiencia o la eficacia en los métodos comerciales del día actual o la vida urbana moderna. Se determina por los requisitos espirituales que se manifiestan en la Palabra de Dios. Estos requisitos aplican igualmente en todas partes, a toda persona y en toda ocasión, de modo que la ubicación geográfica, la profesión o la posición social no son decisivas.
Algunos pescadores del primer siglo llegaron a ser discípulos maduros del Hijo de Dios, mientras que los escribas y los líderes religiosos con su educación académica superior por lo general no llegaron a serlo. Los principios bíblicos son lo que usa el cristiano maduro al desempeñar su trabajo y éstos aplican por igual en una granja como en una ciudad, lo mismo en un país primitivo “atrasado” como en una nación industrial “avanzada.” Por eso, ningún cristiano tiene por qué sentirse desanimado en cuanto a alcanzar la madurez cristiana debido a su falta de habilidad considerada desde el punto de vista de las normas mundanas.—Compare con 1 Corintios 1:26-31; 2:3-6; 2 Corintios 1:12.
Por lo tanto, si no hemos alcanzado la madurez, “pasemos adelante” a ella. ¿Somos cristianos maduros? Entonces usemos nuestra madurez con buen provecho, ‘portándonos como hombres, haciéndonos poderosos,’ ayudando a los inmaturos y continuando en la misma rutina excelente que nos trajo a la madurez y que nos llevará a nuestra meta final, la aprobación de Dios para conseguir la vida.—1 Cor. 16:13, 14; Gál. 6:1, 2; Fili. 3:15, 16.