“Más felicidad en dar”
Un artículo preparado especialmente para que los padres lo lean con sus hijos
YO SÉ un secreto. ¿Quieres oírlo? Es el secreto de la felicidad. Hay muchas personas que no son felices. Se ven tristes la mayor parte del tiempo. Muchas veces son la clase de personas cuya felicidad depende demasiado de lo que hagan otras personas. Si alguien les da algo bueno, son felices. Pero pasan la mayor parte de su vida esperando recibir cosas que sencillamente no llegan.
Bueno, pues, éste es el secreto. El Gran Maestro dijo: “Hay más felicidad en dar que la que hay en recibir.” (Hech. 20:35) Por eso, la persona que es más feliz no es la persona que consigue regalos, sino la que da cosas a otras personas. ¿Sabías eso? Bueno, este secreto no es un secreto de la clase que no se le puede decir a otras personas. Pero es un secreto porque es algo que no muchas personas conocen en realidad.
Imagínate lo que esto quiere decir. ¿Dijo Jesús que la persona que recibiera un regalo no sería feliz? No. A ti te gusta recibir regalos, ¿verdad? Y a mí también. Nos sentimos felices cuando recibimos cosas buenas.
Pero Jesús dijo que hay más felicidad todavía cuando damos. Y Jesús siempre tuvo razón, ¿verdad?
Jesús conoce a alguien que se dedica más a dar que cualquier otra persona. ¿Sabes quién es? Jehová Dios nos ha dado todas las cosas buenas que tenemos. Nos da agua para beber. Hace que las plantas crezcan para que tengamos alimento que comer. La Biblia dice que Dios da a todos “vida y aliento y todas las cosas.”—Hech. 17:25.
Y Jesús sabe que su Padre que está en el cielo es feliz. La Biblia hasta dice que él es el “Dios feliz.” (1 Tim. 1:11) El dar cosas a otros es una de las cosas que hace feliz a Dios. Y cuando nosotros damos, esto nos puede hacer felices también.
Pues bien, ¿qué hay que podamos dar a otras personas? ¿Qué dirías tú?
A veces cuando uno quiere dar un regalo, cuesta dinero. Si es un regalo que uno consigue en una tienda, uno tiene que pagar por él. Por eso, si tú quieres dar esa clase de regalo, quizás tengas que guardar dinero hasta que tengas suficiente para comprar el regalo.
Pero no todos los regalos vienen de las tiendas. Te voy a explicar lo que quiero decir. En un día caluroso no hay nada tan bueno como un vaso de agua fresca. No tienes que ir a la tienda por él. Sin embargo, cuando se lo das a alguien que tiene sed, puedes tener la felicidad que viene de dar.
Puede ser que algún día tú y tu mamá hagan unas galletas. ¡Qué divertido puede ser eso! Y cuando se les acaba de sacar del horno son especialmente sabrosas. Pero, ¿qué pudiéramos hacer con algunas de esas galletas que nos haría aun más felices que el comérnoslas todas nosotros mismos?
Sí, la mayor felicidad viene de dar. Podemos disfrutar de comer algunas nosotros mismos. Pero, si queremos aun más felicidad, entonces pudiéramos envolver algunas de ellas y regalarlas a unos de nuestros amigos. ¿Te gustaría hacer eso alguna vez?
El apóstol Pablo fue una persona que conocía la felicidad de dar. ¿Qué les dio a otras personas? Tenía la mejor cosa del mundo para darla. Conocía la verdad acerca de Dios y acerca de Jesús. Gozosamente compartió esa verdad con otros. Y lo hizo sin dejar que le dieran dinero por la ayuda que daba.
Una vez el apóstol Pablo y su compañero Lucas encontraron a una señora que también quería tener la felicidad de dar. La encontraron junto a un río. Pablo y Lucas habían ido a aquel lugar porque oyeron que era un lugar de oración. Y de veras lo era; encontraron a algunas mujeres reunidas allí.
Pablo empezó a hablar a estas mujeres acerca de las cosas buenas que tienen que ver con Jehová Dios y su reino. Una de aquellas mujeres, llamada Lidia, puso atención cuidadosa. Le gustó mucho lo que oyó. Y quiso hacer algo para mostrar cuánto lo agradecía.
Lucas nos dice: ‘Nos instó diciendo: “Si ustedes me han juzgado fiel a Jehová, entren en mi casa y quédense.” Y sencillamente nos obligó a ir.’—Hech. 16:13-15.
A Lidia le alegraba tener a estos siervos de Dios en su casa. Los amaba porque le habían ayudado a aprender acerca de la provisión que Dios ha hecho para que la gente viva para siempre. Le alegraba poder darles alimento que comer y un lugar donde descansar.
Por eso, el que Lidia diera así la hacía feliz porque de veras quería dar. Y eso es algo que debemos recordar. Alguien nos dice que hagamos un regalo. Pero si realmente no queremos hacerlo, el darlo no nos hará felices.
Por ejemplo, vamos a suponer que tienes una barra de chocolate que te quieres comer. Si yo te dijera que tienes que dársela a otro niño, ¿crees que te sentirías feliz al dársela? Pero digamos que tienes una barra de chocolate cuando te encuentras con un amigo a quien quieres mucho. Si a ti mismo se te ocurriera la idea de que sería bueno compartir la barra de chocolate con tu amigo, entonces te sentirías feliz por ello, ¿verdad?
Y, ¿sabes que a veces amamos a una persona tanto que queremos darle todo, y no retener nada para nosotros mismos? Mientras aumente nuestro amor, así debemos sentirnos acerca de Dios.
El Gran Maestro conoció a una señora que se sentía así. La vio en el templo de Jerusalén. Ella solo tenía dos moneditas; era todo lo que tenía. Pero echó las dos en la caja como contribución o dádiva para el templo. Nadie la obligó a hacerlo. La mayoría de la gente ni siquiera supo lo que había hecho. Ella lo hizo porque quiso hacerlo, porque de veras amaba a Dios. El poder dar la hacía feliz.—Luc. 21:1-4.
Así, pues, hay muchas maneras en que podemos dar, ¿no te parece? Y el Gran Maestro sabía que si diéramos porque quisiéramos hacerlo, seríamos felices. Es por eso que nos dice: “Practiquen el dar.” Es decir, hagan un hábito de dar cosas a otras personas. Si hacemos eso, no estaremos tristes por estar esperando que alguien nos haga algo bueno. Estaremos ocupados haciendo felices a otras personas. Y cuando nosotros hacemos eso, ¡somos los más felices de todos!—Luc. 6:38.
[Ilustración de la página 636]
Bondadosa consideración a otros