El arte de corregir a otro
TODA persona puede corregir a otra. Pero el corregir a otra persona de tal manera que logre algún bien es un arte. Es preciso saber, no solo qué decir, sino cuándo decirlo y dónde y cómo.
Considere, por ejemplo, este incidente de la vida real. En cierta sala había un grupo de lo que se pudiera llamar personas cultas. Todas estaban escuchando atentamente a un miembro de su grupo, un señor, que les refería un relato interesante. En un punto su esposa lo interrumpió para corregirle un leve error de gramática. Claramente disgustado, el esposo repitió su error de gramática con más énfasis y prosiguió su relato. Obviamente su esposa no había aprendido el arte de corregir a otra persona.
Lo de mayor importancia en el arte de corregir es la cuestión del motivo. El motivo nunca debe ser negativo, para humillar, para abochornar a otro, ni por resentimiento o encono. El mejor motivo para ofrecer corrección es el amor. Sin duda la esposa que corrigió a su esposo tocante a gramática lo hizo porque lo amaba. Probablemente no hubiera pensado en decir nada si otro hombre hubiese cometido ese error, porque probablemente hubiera significado poco para ella. Sin duda alguna, una de las maneras en que se puede manifestar el amor es por medio de ofrecer corrección. Como dice la Palabra de Dios: “Pruebas de lealtad son las heridas del amigo.”—Pro. 27:6, BC.
Sin embargo, el que verdaderamente es amigo, y que verdaderamente ama a otros, también tiene que cultivar empatía. Se necesita más que buenas intenciones. Estas se pueden asemejar a la fuerza que se necesita para hacer funcionar las máquinas. Prescindiendo de lo importante que sea la fuerza, también es importante que la maquinaria esté bien ajustada, no estando los engranajes y los cojinetes demasiado sueltos ni demasiado apretados, y también es esencial que tenga suficiente lubricación de la clase correcta. De otra manera, a pesar de toda la fuerza disponible, pronto la máquina rechinará hasta detenerse. Así mismo, cuando uno corrige a otra persona, necesita, no solo buenas intenciones, sino también la sabiduría de la empatía, es decir, saber ponerse en el lugar de la otra persona, para saber cómo abordar el asunto, para que la corrección efectúe algún bien.
Importante en el arte de corregir a otro es el estar seguro de que uno tiene los datos pertinentes. Quizás uno crea que sabe, y luego descubra que estaba equivocado y así sufra bochorno por haberse tomado la libertad de corregir. Tampoco ha de pasarse por alto que es necesario considerar circunstancias que pudieran afectar el criterio en cuanto a si una cosa es prudente o imprudente, si cierto proceder debe criticarse o no. Quizás una persona muestre muy poca habilidad en cierta línea de actividad, pero si usted supiera todos los hechos, todos los obstáculos que tuvo que salvar, posiblemente se sintiera menos inclinado a corregirla. En medio de las circunstancias es posible que se esté desempeñando muy bien en realidad.
También existe el asunto de corregir trivialidades. Un esposo joven se le quejó a su muy brillante esposa joven: “Amor, en solo dos minutos me has corregido cuatro veces, y esto ha sido tocante a simples trivialidades. ¿De veras importaba que estas cositas se hicieran precisamente de cierta manera?” No, no hubiera importado, y al mencionarlas ella reveló falta de empatía. Evidentemente ella estaba permitiéndose adquirir el hábito malo de corregir a su esposo tocante a trivialidades, detalles no esenciales, y por eso estaba en peligro de llegar a ser una esposa regañona.—Pro. 21:9; 27:15.
¿Por qué lo hizo? ¿Por qué lo hacen tantas otras esposas como ella? Bien pudiera ser que sin darse cuenta de ello estén descontentas con su papel de sumisión según se define en las Escrituras. O quizás exista un sentimiento de rivalidad del cual ni siquiera la mujer misma esté consciente. Esto, a su vez, quizás se deba a falta de consideración de parte de su esposo. Un esposo prudente y amoroso puede lograr mucho para remediar las cosas si siempre muestra aprecio por lo que su esposa es y por todo lo que ella contribuye a la comodidad, placer y bienestar de él, física, emocional e intelectualmente.—1 Cor. 11:3, 9.
¿CUÁNDO Y DÓNDE?
Si parece prudente corregir a alguien, es bueno tener presente que, siempre que sea posible, es mejor hacerlo en privado. Sirve para ilustrar esto todavía otro incidente de la vida real.
Un cristiano maduro estaba entrenando a otra cristiana, una señora maternal, en el ministerio de casa en casa en uno de los multifamiliares para personas de bajos ingresos en Brooklyn, Nueva York. Como era su costumbre, de vez en cuando él ofrecía sugerencias sobre cómo ella podría mejorar su ministerio, corrigiéndola. Después pensó que había hecho un buen trabajo, pues había dado atención y empleado tiempo y esfuerzo en ayudar a esta principiante. Pero ésa fue la última vez que la vio por varios meses. ¿Qué había pasado?
Cuando otro cristiano maduro la visitó para averiguar por qué ella había dejado de ir a las reuniones de la congregación se enteró de que ella se había sentido muy ofendida porque se le había corregido en presencia de otros, de compañeros cristianos. Se requirió bastante explicación con paciencia para ayudarle a olvidar la ofensa y hacerla ver las cosas como eran en realidad. Después de eso de nuevo comenzó a asociarse con sus compañeros cristianos en el Salón del Reino local. ¡Qué lección fue ésa para el ministro que había tratado de ayudarla en primer lugar! A menos que seamos cuidadosos y despleguemos empatía, podemos causar más daño que bien, a pesar de tener las mejores intenciones.
Los matrimonios en particular hacen bien en tener presente este principio. Como observó bien un consejero cristiano sobre el matrimonio: “Es bueno que el esposo y la esposa se den consejo uno al otro, pero que siempre lo hagan en privado. Consideren los sentimientos el uno del otro. No humille a su cónyuge delante de otros. Tampoco es prudente hacerlo en la forma molesta de bromear.” Esto incluye el que los padres no se corrijan el uno al otro en presencia de sus hijos.
Pero debe añadirse que a veces es preciso que los que están en autoridad administren corrección en presencia de otros, así como se hace notar en 1 Timoteo 5:20: “Censura delante de todos los presentes a las personas que practican el pecado.” Sin embargo, eso se hace, no tocante a asuntos menores, sino cuando una persona hace una práctica del pecado. Y no se hace tanto para provecho del pecador como para provecho de los presentes, como pasa a decir el apóstol Pablo: “Para que los demás también tengan temor.”
¿CÓMO Y A QUIÉN?
Con la excepción de tales ocasiones raras, siempre es bueno poner en un estado de ánimo receptivo a la persona que ha de ser corregida. Una manera en que se puede hacer esto es por medio de dar primero alguna alabanza o encomio. El tener algo favorable que decir primero hace que la persona esté más dispuesta a recibir la corrección. Le ayudará a reconocer que usted no tiene prejuicios, que usted nota los puntos fuertes y buenos así como los puntos débiles y, más que eso, que usted tiene empatía y comprende que el recibir corrección muy probablemente no sea agradable.
Si usted quiere dominar el arte de corregir a otro tiene que interesarse en cómo administrar la corrección. A menos que el error sea muy grave y haya obstinación o indiferencia asociada con éste, es mejor proceder a ofrecer corrección de manera amable, con bondad y apacibilidad. Sabio es el consejo inspirado: “Hermanos, aun cuando un hombre da algún paso en falso antes de darse cuenta de ello, ustedes que tienen las debidas cualidades espirituales traten de restaurar a tal hombre con espíritu de apacibilidad, a la vez que cada uno de ustedes se vigila a sí mismo, por temor de que también sea tentado.” (Gál. 6:1) Sí, la bondad y la apacibilidad hacen tanto más fácil que otra persona acepte la corrección que se le da. Sin embargo, esto requiere gobierno de uno mismo, pues el corregir a otro con apacibilidad, con bondad y calmadamente no es proceder de la manera que requiere el menor esfuerzo.
El arte de corregir a otro incluye el considerar el asunto de puestos. Ciertamente no hay por qué los que están en autoridad deban emplear tono de excusa cuando, con sabiduría y con apacibilidad, ofrecen corrección a los que están bajo su cuidado. El dar corrección es parte del deber de los esposos, padres, maestros y pastores cristianos. Es verdad, estos mismos a veces pueden equivocarse y necesitar que se les llame a su atención un error. Esto, por supuesto, debe hacerse de una manera sumamente respetuosa.
Todos estos principios que gobiernan el corregir a otro los pueden aplicar bien los ministros cristianos a su actividad de predicar e instruir. Pudiera decirse que Jehová Dios los ha comisionado para ofrecer corrección a todos aquellos a quienes hablan en su ministerio. ¿Por qué? Porque se les ha mandado que adviertan al mundo de la humanidad de la inminente destrucción de este sistema de cosas. El llevar a cabo esta comisión de manera eficaz requiere que dominen el arte de corregir a otros.
Por eso ellos también tienen que, ante todo, estar plenamente informados a fin de saber qué decir; también es preciso que tengan el motivo correcto, dando la advertencia por la benignidad de su corazón, a causa de amor, aunque quizás otras personas no reconozcan eso. Tienen que considerar el tiempo y el lugar, no insistiendo en que se les oiga cuando no les es conveniente a otros escuchar. Tampoco obligan a que acepten su mensaje los que no aprecian las cosas sagradas; ‘No tiran lo que es santo a los perros.’ Y al hacer todo esto dan con apacibilidad y bondad una razón por la esperanza que tienen. Por medio de dominar así el arte de corregir a otro pueden esperar efectuar el mayor bien en su ministerio cristiano.—Mat. 7:6; 1 Ped. 3:15.