Preservación mediante obedecer la ley de Dios sobre la sangre
¡VIDA o muerte—la elección es suya! ¿Pero qué determinará su elección? Enfrentado con una crisis que envuelve su vida, ¿guiará su curso por los principios que se hallan en la Palabra de Dios? O, si ese curso parece poner en peligro sus perspectivas de vida inmediatas, ¿se someterá más bien a la coerción de los hombres que le instan a poner a un lado la ley de Dios? —Deu. 30:19, 20; Mat. 16:25.
Los cristianos primitivos rehusaron transigir. Su intrépida predicación de la Palabra de Dios los puso en conflicto con el mundo romano. Dado que los cristianos no tenían en estima las cosas que los romanos consideraban honorables, éstos no querían tolerar su punto de vista. Sin embargo no era un triunfo para Roma el simplemente destruirlos. Querían hacerlos renunciar a su fe. Llegó a ser el objetivo de los jueces romanos, no el mandarlos a ejecutar, sino obligarlos mediante hechos a mostrar que habían abandonado su fe cristiana. “Si consentían en arrojar unos cuantos granos de incienso sobre el altar [en adoración de los dioses nacionales], los despedían del tribunal en seguridad y con aplausos.” En sus esfuerzos por hacer que las emociones de los presos vencieran sus convicciones cristianas, el juez “ponía delante de sus ojos toda circunstancia que podía hacer más grata la vida, o más terrible la muerte; y les solicitaba, no, más bien les rogaba, que mostraran alguna compasión a sí mismos, a sus familias y a sus amigos.”a
Tampoco era el ofrecer incienso al emperador la única transgresión que trataban de hacer que estos testigos cristianos cometieran. Censurando las prácticas del mundo romano de su día, el escritor cristiano Tertuliano dice: “Sonrójese vuestro error ante los cristianos, porque nosotros no incluimos siquiera la sangre de animales en nuestra dieta natural. Nos abstenemos a causa de eso de cosas estranguladas o que mueren de sí mismas, para que de ninguna manera seamos corrompidos por sangre, aun si está enterrada en la carne. Finalmente, cuando ustedes prueban a los cristianos, les ofrecen salchichas llenas de sangre; bien saben ustedes, por supuesto, que entre ellos está prohibido; pero ustedes quieren que ellos cometan transgresión.”b Era tan bien conocido el que los cristianos no comían sangre que aun en la antigua Roma una violación de este principio por parte de un cristiano se consideraba como el renunciar a la fe cristiana.
¿No hubiera sido tan solo una cosa pequeña el ofrecer una pizca de incienso al emperador? ¿Realmente hubiera sido una transgresión tan tremenda el que el cristiano tomara un poco de sangre? Los cristianos primitivos sabían que su elección significaba vida o muerte. El retener su integridad les aseguraba el favor de su Dador de vida, su Dios en los cielos, y la liberación de la muerte misma mediante una resurrección a la vida eterna.—Mat. 24:13.
En su fe eran como los testigos de Jehová que vivieron antes de ellos. De éstos se escribió: “Hombres fueron atormentados porque rehusaban aceptar la liberación por algún rescate, para que pudieran alcanzar una resurrección mejor. Sí, otros recibieron sus pruebas por burlas y azotes, verdaderamente, aun más que eso, por cadenas y prisiones.” Dios no impidió que fueran puestos en prisión, golpeados y aun que se les diera muerte. Sin embargo la fe de ellos no vaciló. No pensaban que se les debiera preservar de las pruebas a mano de los enemigos de Dios. Lo que deseaban era el ser preservados en la memoria de Dios por haber obedecido sus mandamientos y así poder lograr la recompensa de vida en el mundo venidero. Con fe firme, rehusaron dejar que la coerción de los hombres que los instaban a poner a un lado la ley de Dios los hiciera flaquear.—Heb. 11:35-38; 1 Cor. 10:13.
No ha disminuido la falta que hace una fe como ésa en este mundo moderno. Los mandamientos divinos no son diferentes para nosotros hoy en día de lo que fueron para los cristianos primitivos. El apremio que ejerce el mundo, sea en la forma de brutalidad o de argumentos persuasivos, no ha menguado. Los cristianos todavía sostienen la ley de Dios contra la idolatría; lo mismo es cierto de Su mandato que prohíbe el ingerir sangre.
LA LEY DE DIOS SOBRE LA SANGRE
Exactamente, ¿qué dice la Biblia acerca de usar sangre? Inmediatamente después del diluvio de los días de Noé, hace más de 4,300 años, Jehová bendijo a Noé y sus hijos, a quienes había preservado, y con esa bendición incluyó su mandato acerca de la sangre, diciendo: “Todo animal que se arrastra que está vivo puede servir de alimento para ustedes. Como en el caso de la vegetación verde, les doy todo ello. Solo carne con su alma—su sangre—no deben comer.” (Gén. 9:3, 4) Este requisito divino le fue recalcado repetidas veces a la nación de Israel. Vez tras vez se le dijo al pueblo que tenía que abstenerse de sangre. “Simplemente resuélvete firmemente a no comer la sangre, porque la sangre es el alma y no debes comer el alma con la carne. No debes comerla. Deberías derramarla en el suelo como agua. No debes comerla, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, porque tú harás lo que es correcto a la vista de Jehová.” A los que violaban voluntariosamente esta ley se les daba muerte.—Deu. 12:23-25; Lev. 17:14.
La prohibición en cuanto a consumir sangre no pasó con el pacto de la ley. No era una mera ley de la dieta de los judíos. Aplica a todos los descendientes de Noé, a todo el género humano. Por lo tanto, fue apropiado que en el mismo primer siglo de la existencia de la congregación cristiana su junta administrativa diera énfasis a la importancia del asunto y nuevamente lo llamara a la atención de todos los creyentes: “Porque al espíritu santo y a nosotros nos pareció bien no agregarles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias, que se mantengan libres de cosas sacrificadas a los ídolos y de la sangre y de cosas que matan sin extraerles su sangre y de la fornicación. Si se guardan cuidadosamente de estas cosas, prosperarán.” (Hech. 15:28, 29) Sí, es necesario que los cristianos se mantengan libres de la sangre. Ese decreto, motivado por el espíritu santo de Dios, su fuerza activa, no limitó el alcance de la prohibición a sangre de animales ni al introducir la sangre en el cuerpo por la boca. La terminología lo incluye todo: “Que se mantengan libres . . . de la sangre.”
Puesto que la prohibición abarcaba el beber sangre de animales, tanto más proscribía prácticas como las de correr a la arena a chupar la sangre de los gladiadores vencidos, como se hacía en tiempos romanos. Y puesto que la prohibición tiene fuerza igual en la vida de los cristianos hoy, no solo envuelve prácticas como el beber sangre de animales acabados de degollar y comer morcilla y salchichas de sangre, sino que también hace ilegal el apropiarse la sangre vital de otro humano para sostener la vida de uno mismo.
EJEMPLOS MODERNOS DE OBEDIENCIA
El caso de Hannie, joven de veinte años de los Países Bajos, ilustra las situaciones a que se enfrentan casi diariamente en todas partes del mundo los que se amoldan a la ley de Dios sobre la sangre. Desde que cumplió los once años ha sufrido de anemia hemolítica, una condición en que la vejiga destruye un número excesivo de glóbulos rojos, lo cual resulta en falta de oxígeno para las células del cuerpo y en que la piel adquiera un color amarilloso.
Cuando Hannie cumplió los diecinueve años los ataques volvieron después de haber desaparecido por algunos años y aumentaron en seriedad. Al fin un especialista en enfermedades de la sangre aconsejó al padre de ella que debería extraérsele la vejiga. Se le dijo al padre que la operación quizás exigiera transfusiones de sangre, pero el padre explicó que como cristiano no podía hacer otra cosa sino oponerse al uso de la sangre de esta manera, puesto que la Palabra de Dios prohíbe el que se alimente al cuerpo con sangre, sea por la boca o por cualquier otro medio que haya producido la ciencia.
Como medio año después Hannie se enfermó de gravedad. Su temperatura subió a 40 grados centígrado. De día en día su condición empeoró. El cirujano encargado aconsejó una transfusión de sangre. Pero él sabía cuál era el punto de vista de los padres y de la joven y no apremió, diciendo: “En la mayoría de los casos uno abandona esa decisión al final.” Cuando la condición de la paciente siguió empeorando, el padre llamó al especialista y le pidió que hiciera cuanto fuera posible, pero sin usar la transfusión de sangre. Una hora después se presentó una ambulancia en frente de la casa de la joven y ésta fue llevada al hospital.
En el hospital los médicos afirmaron que si no se administraban transfusiones de sangre, la joven moriría en cualquier momento, pero a pesar de argumentos médicos y acusaciones insultantes hechas con el propósito de hacer que las emociones de los padres vencieran sus convicciones, no pudieron sacudir la bien arraigada fe de la familia en lo correcto de la ley de Dios que prohíbe el uso de sangre. Aunque la paciente estaba desesperadamente débil y necesitaba consideración y simpatía, se hicieron esfuerzos repetidos por hacer que vacilara en su decisión y pusiera a un lado en este tiempo crítico la confianza que tenía en las leyes de Dios, alrededor de las cuales había edificado su vida. Ella misma cuenta la experiencia:
“Durante la noche caí en profunda inconsciencia, y mientras me hallaba moribunda llamaron al hospital a mis padres. Todas mis reacciones habían disminuido grandemente, hasta el punto que se me tuvo que aplicar respiración artificial, pues no podía respirar. Puesto que no había comido ni había bebido por varios días, era necesario alimentar mi cuerpo por infusión. Aunque lo peor no se produjo, mi condición permaneció grave y una estaba preparada para lo que viniera . . . Se hizo todo esfuerzo por hacer que mis padres y mi hermano y mi prometido cambiaran de parecer. Entonces ellos le dijeron al médico que me preguntara él mismo. . . . Pude ver el rostro del doctor y oler el repugnante hedor del tabaco cuando éste se inclinó sobre mí y me planteó la pregunta: ‘Muchacha, todavía tienes una oportunidad leve de quedarte viva . . . si no aceptas una transfusión para esta noche estarás muerta. ¿Quieres la transfusión?’ La rehusé llanamente, no una vez, sino siete veces.”
Finalmente la ciencia médica cedió ante la integridad cristiana. Se ejecutó la operación, y, gracias a los propios poderes recuperativos que Dios ha dado al cuerpo, la habilidad del cirujano, el cuidado devoto de las enfermeras y el firme deseo de vivir de la paciente, Hannie salió bien de la operación sin que se diera una transfusión de sangre. Lo más importante para ella era que no había violado su integridad a Dios
Otro caso ocurrió hace unos meses en Los Ángeles, California. Una mujer joven, una Testigo, y sus dos hijitos estuvieron envueltos en un accidente automovilístico que instantáneamente le quitó la vida a su hijito de dos años de edad y a ella la dejó en condición crítica. Al llegar al hospital, el administrar una transfusión de sangre llegó a ser un punto en disputa casi inmediatamente. Aunque ella estaba solo semiconsciente, expresó claramente que no quería sangre, y cuando su esposo llegó él también rehusó consentir en violar esta ley de Dios. Un testigo presencial informa: “Si yo no hubiera estado en el hospital casi todo el tiempo durante esos días y oído el lenguaje de los doctores, y observado el apremio constante que impusieron en esta joven hermana y su esposo no creo que lo hubiera creído. Fueron inmisericordes e inflexibles en el tormento que infligieron a estos pobres dos hermanos. Llamaron al esposo ‘asesino,’ ‘criminal,’ ‘bestia ignorante,’ y todo esto lo suficientemente fuerte como para que se oyera por toda la sección aquella del hospital. A la hermana se le dijo repetidamente que se estaba muriendo y que la sangre era lo único que la salvaría. Según mi parecer, no le dieron la oportunidad de vivir, porque tanto médicos como enfermeras la mantuvieron en estado de temor día y noche. Todo intento por parte mía y por parte de otros hermanos por razonar con estos doctores se enfrentó con fuertes explosiones emocionales de parte de ellos.” En pocos días la hermana murió. ¿La hubiera salvado la sangre? Eso es algo que ningún médico puede garantizar. Ciertamente ése no es el único tratamiento disponible, ni carece de sus propios peligros mortíferos.
Por todas partes los periódicos han informado acerca de casos como éstos en términos cargados de emoción, presentando al doctor que insiste en que se administre sangre en el papel de salvavidas y al que rehúsa el tratamiento como un fanático. Durante el tiempo de guerra, los patriotas consideran un honor el que un hombre muera por su patria. ¿Pero cuántos consideran como un honor el que un hombre esté dispuesto a morir, si acaso se hace necesario, por rehusar violar su integridad a Dios? Más frecuentemente, copian el ejemplo de los jueces paganos de Roma que se esforzaban por vencer los principios cristianos por medio de apelar a las emociones.
No debe llegarse a la conclusión de que estos cristianos devotos vuelven sus espaldas a toda ayuda médica y que no hay otro tratamiento que pueda administrarse. Hay muchísimos casos en que ciertos médicos han rehusado operar sin sangre y han rechazado a los pacientes, pero se ha hallado a otros doctores que han estado dispuestos a ejecutar las operaciones, y lo han hecho con éxito—sin sangre. En muchos casos ha habido considerable pérdida de sangre, pero se han usado sustancias ensanchadoras del volumen del plasma, frecuentemente llamadas “sustitutos de la sangre,” y éstas han hecho posible el sostener la presión de la sangre hasta que el cuerpo pudiera compensar por la sangre perdida por medio de su propio mecanismo. Muchas veces ha exigido más habilidad y mayor cuidado el operar sin usar sangre, pero, más que eso, ha exigido un doctor que estuviera dispuesto a respetar las convicciones religiosas de su paciente y todavía hacer todo lo que pudiera para ayudar. Por todo el mundo aumenta el número de doctores que, al llegar a reconocer los peligros inherentes en la transfusión de sangre y especialmente al llegar a apreciar la sinceridad de las convicciones religiosas de sus pacientes que rehúsan aceptar sangre, han estado dispuestos a tratar estos casos.
FALTA DE CONOCIMIENTO AUMENTA EL PELIGRO DE USAR SANGRE
En vista de la posición que adopta la profesión médica en general en conexión con las transfusiones de sangre, es interesante el considerar el aspecto médico del asunto.
Los médicos en general consideran las transfusiones de sangre como salvavidas. Hasta los que escriben acerca de los abusos que por lo general se practican dan énfasis a que, desde un punto de vista médico, se ha hecho mucho bien. Pero, ¿puede decirse, aun desde un punto de vista médico, que las transfusiones de sangre son completamente seguras y que de ellas solo puede resultar lo bueno?
Publicaciones médicas mismas censuran la actitud de médicos que con gran liberalidad administran sangre. Dijo el director del Departamento Jurídico de la Asociación Médica Americana en el número de junio de 1960 de Medicolegal Digest: “La técnica de la transfusión de sangre ha llegado a ser cosa tan rutinaria que algunos médicos tienden a pasar por alto los peligros inherentes que acompañan a las transfusiones de sangre y de plasma. Demasiados médicos tienen la impresión equivocada de que la transfusión de sangre es tan segura como una infusión intravenosa de glucosa o solución salina normal.”
La sangre es una parte altamente compleja del cuerpo humano y el que los doctores la usen en transfusiones ha exigido gran cuidado y extenso conocimiento de la sangre misma y de las reacciones que pueden ocurrir cuando ésta se introduce en el cuerpo de otra persona, si se ha de evitar graves complicaciones, hasta la muerte. Pero, ¿se han mantenido los doctores al tanto de esa importante información? Dice Pablo I. Hoxworth, M.D. y miembro del Colegio Americano de Cirujanos, en el Bulletin de la Asociación Americana de Bancos de Sangre de marzo de 1960: “El aumento en el uso de las transfusiones de sangre en años recientes ha tenido el extraño efecto de que la mayoría de los clínicos saben menos en vez de más acerca del asunto, sencillamente porque su aumentante complejidad lo ha lanzado dentro del campo del conocimiento especializado. No se espera que el médico que hace un pedido de sangre para un paciente esté bien versado en todos los aspectos de este conocimiento . . . [No obstante] la transfusión de sangre es un riesgo que solo se puede calcular teniendo conocimiento de los peligros.”
Tampoco basta un conocimiento cabal de todo lo que la profesión médica ha aprendido acerca del tema para eliminar los peligros. Dice The Medical Journal of Australia, del 24 de septiembre de 1960: “El problema, en realidad, es que, a pesar de todos los adelantos en separar la sangre en categorías y en la técnica de administrar las transfusiones de sangre, no hay una prueba enteramente satisfactoria de cotejar sangres para toda circunstancia, y el problema del patólogo no puede resolverse rápidamente.” De manera similar, mostrando que el procedimiento de la transfusión de sangre envuelve asuntos que ningún médico entiende cabalmente, la altamente respetada publicación médica de Inglaterra The Lancet informa: “Se están presentando dificultades que no podemos explicar: a pesar de todas las precauciones algunos pacientes reaccionan desfavorablemente a transfusiones que se administran correctamente.”
TRANSFUSIONES CAUSAN MUERTE Y ENFERMEDADES
Un informe del Quinto Congreso Internacional de transfusión de Sangre, que relató lo que sigue acerca de un caso, da énfasis a los peligros que hay envueltos: “Una paciente que había sido operada por un simple quiste del ovario y que se había recuperado sin novedad estaba por ser dada de alta del hospital. El médico notó una leve palidez y un recuento sanguíneo completo reveló una anemia secundaria de grado bajo. Él explicó a la paciente que podía irse a casa esa tarde si quería, pero que entonces sería necesario que él, en su oficina, tratara la anemia, probablemente por un período de 6 meses. Además declaró que si ella, sin embargo, se quedaba en el hospital un día más y recibía una transfusión de sangre, probablemente no necesitaría más tratamiento. Ella escogió esta alternativa. Exámenes de laboratorio indicaron que su sangre era de categoría B Rh positivo, y se pidieron 500 cc. de categoría B Rh positivo y reconocidamente fueron recibidos, cotejados, declarados compatibles y administrados. Para esa noche la temperatura de la paciente era de 41° C. y para la mañana siguiente estaba ictérica y tenía anuria. En 24 horas murió.”
Para los que escapan de muerte debida a graves reacciones a la transfusión de sangre, solo se ha pasado el primer obstáculo. Puede haber enfermedades en el futuro. Sífilis, malaria, hepatitis y otras enfermedades se pueden transmitir por la sangre. No solo pueden ser transmitidas por la sangre, sino que de hecho han sido transmitidas así, y aun hoy se informan casos en que están siendo transmitidas por transfusiones de sangre.c Sí, se pueden ejecutar ciertas pruebas para determinar si la sangre es segura o no, pero las pruebas no son infalibles, y los que investigan los resultados tampoco son infalibles. La mayoría de los bancos de sangre no les preguntan a los donantes si tienen sífilis porque es una pregunta embarazosa; si el donante supiera, quizás mentiría en cuanto a ello; hasta las pruebas de laboratorio no siempre registran el peligro que existe. En cuanto a la malaria o paludismo, en la mayoría de los sitios la posibilidad se considera remota, de modo que poco se hace para investigar si existe. Aun si se hace una investigación, quizás no se determine. Y en aquellos lugares de la Tierra en que es un peligro muy presente si se tomara esto en cuenta sería necesario rechazar a tantos donantes que no habría suficiente sangre; de modo que los doctores frecuentemente razonan que lo mejor que pueden hacer es dar la sangre y después tratar la malaria. Concerniente a la hepatitis de suero, transmitida en transfusiones regulares de sangre y de plasma, Today’s Health de octubre de 1960 dice que “se transmite de donantes a recipientes con un promedio de una vez cada 200 transfusiones de sangre íntegra. ‘No se sabe de alguna prueba de laboratorio que descubra a los donantes que son portadores del virus de la hepatitis,’ dice Juan B. Alsever, M.D., director médico de los Bancos de Sangre del Sudoeste, Phoenix, Arizona. ‘No se puede confiar en la historia del donante para excluir a los portadores, en parte debido a que éste posiblemente esconda datos voluntariamente o por mala memoria, pero principalmente debido a que la mayoría son portadores inocentes que nunca han tenido una enfermedad que se haya podido diagnosticar clínicamente.’”
SABIDURÍA DE OBEDECER LA LEY DIVINA
Estas declaraciones tomadas de publicaciones médicas muestran claramente que no se puede afirmar que las transfusiones de sangre son tratamientos salvavidas completamente seguros. La experiencia médica testifica del hecho de que al prohibir al hombre el uso de la sangre, el Dios Todopoderoso, el Creador del hombre, el gran Médico que entiende el funcionamiento del cuerpo del hombre como ningún médico humano podrá jamás, no solo estaba exigiendo la obediencia del hombre, sino que para los que obedecían la ley estaba proveyendo preservación de los muchos males que les han sobrevenido a los hombres como resultado directo del uso de sangre.
Los doctores quizás arguyan que el riesgo vale la pena si hay alguna oportunidad de salvar una vida. Los líderes religiosos quizás se unan a ellos en su alegato, diciendo que la ley de Dios no aplica en los casos en que la vida está envuelta. Ambos están equivocados. Al amenazar la muerte no es tiempo de vacilar o volver la espalda a Dios. Es tiempo de cifrar confianza completa en Aquel en cuyas manos está el poder de la vida. Es tiempo en que toda otra persona, sean doctores o amigos o parientes, puede mostrar su amor sincero al paciente y su temor a Dios al animar al paciente a apegarse a su fe, a no temer, sino a poner su confianza en el Dios Altísimo.
Los cristianos fieles recuerdan la acusación del Diablo, que dijo: “Piel a favor de piel, y todo lo que el hombre tenga lo dará a favor de su vida.” (Job 2:4, margen) Él afirmó que nadie mantendría fe en Dios y obedecería Su ley si el hacerlo pusiera en peligro su vida. Pero el Diablo es un mentiroso, y los cristianos temerosos de Dios de todas partes de la Tierra diariamente prueban que lo es porque obedecen la ley divina en cuanto a abstenerse de sangre. Por su fidelidad Dios los preservará, aun si mueren, levantándolos a vida eterna en su justo nuevo mundo.
[Notas]
a History of Christianity, por Eduardo Gibbon, págs. 234, 235.
b Apology de Tertuliano.
c Vea Blood Transfusion and Clinical Medicine (P. L. Mollison); The Lancet, 27 de agosto de 1960; Surgery and Clinical Pathology in the Tropics (C. Bowesman); Nursing Times (Inglaterra), 17 de enero de 1958; Physiologie und Klinik der Bluttransfusion (2.a edición, 1960; publicado en Jena, Alemania).