¿Hay un tiempo para juzgar?
“DEJEN de juzgar para que ustedes no sean juzgados,” dijo Jesucristo a una muchedumbre de oyentes. (Mat. 7:1) ¿Quiso decir con ello que se excluyeran los juicios de toda clase? O, ¿hay ocasiones en que es del todo apropiado pronunciar juicio sin llegar a estar bajo juicio adverso de Dios?
La Biblia definitivamente indica que surgen situaciones dentro de la congregación del pueblo devoto de Dios que requieren que se pronuncie juicio. Por ejemplo, se les puede requerir a los ancianos que juzguen a compañeros creyentes que llegan a estar envueltos en maldad seria. (1 Cor. 6:1-6) Tienen que determinar si estos malhechores están verdaderamente arrepentidos y deseosos de vivir en armonía con los principios bíblicos. En el caso de los no arrepentidos, los ancianos tienen que cumplir con el mandato bíblico: “Remuevan al hombre inicuo de entre ustedes mismos.”—1 Cor. 5:13.
Sin embargo, se puede notar que, al juzgar a una persona como malhechor no arrepentido, los ancianos están obrando en armonía con un juicio ya manifestado en la Palabra de Dios. No están haciendo un juicio personal basado en sus propias opiniones. El hacer tal cosa sería peligroso, abriendo el camino para que prejuicios personales influyeran en sus decisiones.
Otra zona en la cual los ancianos tienen que hacer un avalúo es cuando consideran si los hermanos cristianos llenan los requisitos para servir de siervos ministeriales o ancianos en la congregación. Nuevamente, el avalúo que hacen no debe basarse en puntos de vista personales sino en la Palabra de Dios. Los ancianos tienen que estar satisfechos de que los recomendados o los que al tiempo presente están sirviendo verdaderamente se elevan a la altura de los requisitos bíblicos.
Por lo tanto, si los ancianos individualmente tienen algunas reservas serias, basadas en la Biblia, deben tener el valor de expresar éstas aunque la persona cuyas cualidades están bajo consideración esté presente. A veces algunos quizás se retengan debido a que la mayoría ya se ha expresado a favor de hacer cierta recomendación. Pero esto no es prudente. Puede ser que los otros ignoren ciertos factores que ejerzan influencia definitiva sobre la recomendación de esta persona como una que realmente se eleva a la altura de los requisitos de la Biblia para aquellos a quienes se confía responsabilidad. O, las propias reservas de uno se pueden disipar con consideración adicional. En todo caso, es mucho mejor dejar que la conciencia de uno entrenada en la Biblia hable y no tener que lamentar el haberse retenido cuando, más tarde, la recomendación resulte ser imprudente.—1 Tim. 5:22.
En algunos casos los cristianos individuales tienen que determinar si ciertas personas en la congregación son buenos compañeros para ellos mismos o sus hijos. (1 Cor. 15:33) Cuando hagan esto, deben estar seguros de que están guiados por un juicio ya expresado en la Biblia y no son impelidos por egoísmo. Ningún cristiano, ni siquiera un anciano, está autorizado para pronunciar juicio según su norma personal.
El apóstol Pablo, en su carta a la congregación de Tesalónica, consideró este asunto de manejar situaciones que tienen que ver con personas que manifiestan un espíritu incorrecto. Algunos en esa congregación eran perezosos; se aprovechaban de la hospitalidad de sus hermanos cristianos y se entremetían en cosas que no les atañían. (2 Tes. 3:11, 12) En cuanto a la actitud de los miembros individuales de la congregación para con una persona que continuaba en tal derrotero, Pablo escribió: “Tengan a éste señalado, dejen de asociarse con él, para que se avergüence. Y no obstante, no estén considerándolo como enemigo, sino continúen amonestándolo como a hermano.”—2 Tes. 3:14, 15.
Para que un individuo señale a alguien como una persona con quien no debe asociarse de manera social definitivamente requiere que la avalúe o juzgue. Pero tal avalúo manifiesta buen juicio, puesto que está impelido por un deseo de ayudar al individuo a cambiar sus caminos. Al mismo tiempo protege a los que dejan de asociarse con él de estar bajo influencia incorrecta.
Los padres especialmente tienen que tomar en consideración esto cuando ayudan a sus hijos a comprender que aun en la congregación puede haber algunos que, debido a que el mundo ejerce fuerte influencia en ellos en actitud, habla y acciones, no son buenos asociados.
Sin embargo, cuando un cristiano juzga según sus propias normas, realmente está haciendo un avalúo no autorizado del valor de un individuo como persona. Al asumir el juzgar por sus propias normas, se está colocando en una posición seria delante de Dios. El discípulo Santiago indicó esto al decir: “El que habla contra un hermano o juzga a su hermano habla contra ley y juzga ley. Ahora bien, si juzgas ley, eres, no hacedor de ley, sino juez. Uno solo hay que es legislador y juez, el que puede salvar y destruir. Pero tú, ¿quién eres para que estés juzgando a tu prójimo?”—Sant. 4:11, 12.
Santiago pudo usar correctamente lenguaje tan fuerte, porque a los cristianos se les manda que amen a sus hermanos. (Sant. 2:8; 1 Juan 3:14-17) Ahora bien, ¿sería amoroso el que ellos hablaran contra sus hermanos, que juzgaran sus acciones, motivos y modo de vivir por una norma que no se halla en la Biblia? Ciertamente que no. Más bien, las personas que juzgan así estarían elevándose por encima de la ley del amor que Dios da. (Mat. 22:36-40; Rom. 13:8-10) Estarían ‘juzgando esa ley,’ considerando que no les aplica.
¿Qué puede hacer que una persona se halle en la situación de juzgar incorrectamente a sus hermanos? Puede que les imponga su conciencia en asuntos estrictamente personales. Tal vez haga de sus propios gustos y manera de hacer las cosas la base para juzgar el valor y motivos de otros. Así pasa por alto el hecho de que las personas son muy diferentes y tienen diferentes necesidades, gustos y aversiones. Por lo tanto es vital que una persona tenga cuidado de no obtener una opinión ensalzada de sí misma. Ninguna criatura humana imperfecta puede constituirse como norma para juzgar a otros.
A los cristianos también se les aconseja contra el juzgar a los incrédulos como individuos. El apóstol Pablo recordó a los cristianos de Corinto que “Dios juzga a los de afuera.” (1 Cor. 5:13) El pueblo devoto de Dios no tiene derecho de pronunciar sentencia sobre individuos fuera de la congregación e infligirles castigo. La admonición que aplica a los cristianos es: “No se venguen ustedes mismos, amados, sino cédanle lugar a la ira; porque está escrito: ‘Mía es la venganza; yo pagaré, dice Jehová.’”—Rom. 12:19.
A este respecto, los cristianos pueden seguir el buen ejemplo del arcángel Miguel. Cuando disputaba con el Diablo acerca del cuerpo de Moisés, Miguel “no se atrevió a traer un juicio contra él en términos injuriosos, sino que dijo: ‘Que Jehová te reprenda.’” (Jud. 9) De este modo Miguel mostró la debida estimación y respeto a la posición de Jehová como Juez Supremo.
Además, los cristianos no deben juzgar a otros y pensar que son demasiado pecaminosos para merecer el oír las “buenas nuevas” del reino de Dios. Saben que el deseo de Dios es que todos los hombres, si quisieran, lleguen a un conocimiento exacto de la verdad y consigan la salvación. (1 Tim. 2:3, 4) Por lo tanto, deben mostrar su amor a sus congéneres de manera imparcial esforzándose por alcanzar a todos con el mensaje confortante que contiene la Biblia.
Así se ve claramente que los cristianos pueden hacer juicios o avalúos serios con referencia a personas solo cuando lo hacen sobre la base de la Biblia. El que ellos confiaran en opinión o preferencia personal podría resultar en que fueran juzgados adversamente por el Juez Supremo, Jehová Dios.