¿Amigo de Dios o de este mundo?
Conviene tener buenos amigos. ¿Le gustaría a usted tener de amigo al más poderoso del universo? Puede, pero sólo en conformidad con lo que él dispone.
“EN 1850, sólo el 15 por ciento de los habitantes de los Estados Unidos pertenecía a alguna iglesia. Hoy, más del 60 por ciento son miembros. . . . Es concluyente la evidencia de que está presente un despertamiento espiritual. Se ve en movimientos dinámicos de laicos, en la calidad mejorada de los líderes religiosos, en vastos programas de construcción de iglesias, en la reaparición del evangelismo en masa.” Así habló el Dr. E. L. R. Elson, pastor del presidente Eisenhower.—Times (NY), 24 de junio de 1957.
Pero, ¿no es patente que algo no marcha bien? El número del 26 de septiembre del Times citó de un informe del F.B.I. (Departamento federal de investigaciones en los EE. UU.) que mostró que durante los primeros seis meses de 1957 hubo un aumento de 8.4 por ciento en los crímenes sobre los crímenes de los primeros seis meses del año anterior, estableciendo una cumbre de todo tiempo. También mostró que si esta tendencia seguía 1957 sería el sexto año consecutivo en que más de dos millones de crímenes mayores se habrían informado al F.B.I.
Está más de acuerdo con los hechos el punto de vista que expresó un obispo católico romano de Saginaw, Míchigan. Él opinaba que más de una cuarta parte de los católicos profesos eran “compañeros de viaje” o reincidentes, y aunque “ha habido gran progreso en cuanto a la condición física de la diócesis, . . . la condición espiritual es un asunto enteramente diferente.”—Time, 23 de sept.e de 1957.
También más a propósito está el comentario reciente del Dr. R. W. Sockman de que “las estadísticas eclesiásticas están creciendo, pero la espiritualidad personal está paralizada. . . . Los individuos no están logrando contacto vital con Dios.”—Times (NY), 21 de oct.e de 1957.
¿A qué se debe esta situación paradójica, un máximo de todo tiempo en el número de miembros de las iglesias y un máximo de todo tiempo en el número de crímenes cometidos? Y ¿por qué puede decirse que “la espiritualidad personal está paralizada”? ¿Por qué? Porque en su gran mayoría las personas que son atraídas a la religión hoy en día no están realmente interesadas en establecer “contacto vital con Dios.” Quieren ser amigas tanto de Dios como de este mundo. Les gusta adherirse a Dios, cuya amistad es conveniente en tiempos de emergencia o muerte, pero jamás pensarían en tratar de cultivar la amistad de él a costa de su amistad con el mundo.
POR QUÉ IMPOSIBLE
Pero en esto se equivocan tristemente. ¿Esperaría cualquier hombre cuerdo viajar hacia el este y hacia el oeste al mismo tiempo? O ¿subir a la vez que baja? O ¿demandaría un plato de sopa que estuviera caliente y también helada? ¡Por supuesto que no! Sin embargo, es igual de imposible el tratar de ser amigos de Dios y de este mundo, pero eso es exactamente lo que está tratando de hacer la mayoría de los que dicen ser cristianos y esto explica por qué el aumento en el número de miembros de las iglesias no va acompañado de un aumento en la moralidad y espiritualidad.
Jesús no cometió semejante error cuando estuvo en la tierra. Respecto a sí mismo y a sus seguidores él oró: “Ellos no son parte del mundo así como yo no soy parte del mundo.” Y dirigiéndose a ellos, declaró: “Porque ustedes no son parte del mundo, sino que yo los he escogido del mundo, por esta causa el mundo los odia.”—Juan 17:16; 15:19.
Y ésta es la manera en que sus apóstoles y primeros discípulos entendieron el asunto. Por eso Juan su apóstol amado escribió: “No estén amando al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo; el amor del Padre no está en él.” Y por eso fué que el discípulo Santiago increpó tan vigorosamente a algunos: “Adúlteras, ¿no saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios?”—1 Juan 2:15; Sant. 4:4.
¿Por qué debería ser imposible que uno fuera amigo de Dios y también de este mundo o “sistema de cosas,” según se le llama en otras partes de las Escrituras? Porque este mundo consta no sólo de una parte visible, o “tierra,” compuesta del comercio, la política, la religión y la sociedad organizados, sino también de unos “cielos” invisibles compuestos de Satanás y sus demonios.—2 Ped. 3:7.
La parte visible de este mundo está bajo el mando de los “cielos” invisibles, teniendo el espíritu de Satanás y haciendo su voluntad. Él es el “gobernante de la autoridad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de la desobediencia.” A eso se debe el que Jesús se refiriera a Satanás como “el gobernante de este mundo” y que Pablo al hablar acerca de él lo llamara “el dios de este sistema de cosas” que “ha cegado la mente de los incrédulos.” Sí, “el mundo entero está yaciendo en el poder del inicuo.” Tomando en cuenta que Satanás es el malicioso enemigo de Jehová Dios, ciertamente ninguno que quiere ser amigo de Dios puede tener cosa alguna que ver con el mundo de Satanás.—Efe. 2:2; Juan 12:31; 2 Cor. 4:4; 1 Juan 5:19.
Ya que todo esto es cierto, ¿cómo podemos evitar la amistad con este mundo? ¿Ingresando en algún monasterio o haciéndonos ermitaños? No, porque tales prácticas no hallan ningún precedente en las Escrituras, sino sólo en las religiones paganas. Ni Jesús ni ninguno de sus seguidores inmediatos se retiraron de modo que no tuvieran contacto con su prójimo, y no obstante no eran amigos del mundo.—Mat. 4:17.
MANTENIÉNDONOS SEPARADOS DEL MUNDO
Dios envió a Jesús a la tierra en una misión de reconciliación como embajador suyo. Desde que Jesús volvió a los cielos sus seguidores han estado substituyendo por él, como Pablo nos dice: “Somos por lo tanto embajadores substituyendo por Cristo, como si Dios estuviera haciendo súplica mediante nosotros. Como substitutos por Cristo rogamos: ‘Reconcíliense con Dios.’” Para conseguir la actitud mental correcta que se supone que tengamos como embajadores tenemos que ‘dejar de amoldarnos a este sistema de cosas, mas transformarnos rehaciendo nuestra mente, para que probemos para nosotros mismos la buena y la aceptable y la completa voluntad de Dios.’—2 Cor. 5:20; Rom. 12:2.
Un embajador obedece concienzudamente las leyes del país al cual es enviado. Pero a todo tiempo rinde su lealtad al gobierno que lo envía. Así es en el caso nuestro como cristianos dedicados; nuestra lealtad tiene que darse, no a los gobiernos de este mundo, sino al reino de Dios. Por lo tanto, no sólo oraremos “venga tu reino,” sino que ‘seguiremos buscando primero el reino de Dios y su justicia.’ Y tal como un embajador no se envuelve en las disputas políticas de la nación en la cual desempeña su misión, así nosotros no podemos envolvernos en las disputas políticas que dividen las naciones mundanas.—Mat. 6:10, 33.
Ese es el proceder que Jesús siguió. Él rehusó envolverse en asuntos políticos y dijo claramente: “Mi reino no es parte de este mundo.” Él fijó una clara línea de demarcación cuando dijo: “Devuelvan, por lo tanto, las cosas de César a César, pero las cosas de Dios a Dios.” César puede pedir impuestos, lo cual era el asunto que se disputaba en ese momento, pero la “devoción exclusiva” de nuestro corazón y vida pertenece a Jehová Dios; porque, como muestra Pablo, “nuestra ciudadanía existe en los cielos.”—Juan 18:36; Mat. 22:21; Éxo. 20:5; Fili. 3:20.
Para que seamos amigos de Dios, el Potentado que nos comisionó como embajadores suyos, no podemos dejarnos enlazar en los ardides comerciales de este mundo, así como un embajador mundano no puede dejarse absorber en amontonar una fortuna en el país al cual es enviado. Se le envía allí no para que se enriquezca, sino para que represente los intereses de su país. Eso significa, entonces, que en lugar de sucumbir al amor al dinero, “raíz de toda suerte de cosas perjudiciales,” cultivaremos la ‘devoción piadosa junto con suficiencia en nosotros mismos,’ la cual es gran ganancia. Luego, en vez de ‘almacenar tesoros sobre la tierra,’ representaremos fielmente el reino de Dios, de ese modo ‘almacenando tesoros en el cielo’ y haciéndonos “ricos en obras rectas.”—1 Tim. 6:10, 6; Mat. 6:19, 20; 1 Tim. 6:18.
En esto también Jesús nos puso el ejemplo. ¡Qué riquezas podría haber acumulado él si hubiera hecho objeto de comercio sus poderes de curación! Pero tan lejos estaba semejante pensamiento de su mente que él pudo decir: “Las zorras tienen cuevas y las aves del cielo tienen perchas, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar su cabeza.” Y advirtió a sus seguidores que no trataran de ser amigos de Dios y del mercantilismo o materialismo codicioso, cuando les dijo: “Ustedes no pueden ser esclavos de Dios y de las Riquezas.”—Mat. 8:20; 6:24.
Para ser amigos de Dios también tenemos que vivir una vida limpia, estando cabalmente dedicados a la justicia y siguiendo tan estrechamente como sea posible el ejemplo perfecto que nos puso Jesucristo. Sólo entonces podemos servir apropiadamente como embajadores del santo Dios Jehová. Por eso nos es menester tener cuidado, de modo que nos mantengamos “sin mancha del mundo,” apreciando que “todo en el mundo—el deseo de la carne y el deseo de los ojos y la exhibición ostentosa del medio de vida de uno—no se origina del Padre, sino que se origina del mundo.”—Sant. 1:27; 1 Juan 2:16.
Y finalmente, para ser amigos de Dios tenemos que, como sus embajadores, mantenernos separados de las religiones que son parte de este mundo y que también están discordes con su Palabra, la Biblia. Se les prohibió estrictamente a los israelitas que tomaran parte en cualesquier movimientos de unión de fes. Jesús, nuestro Dechado, se negó a fraternizar con los fariseos, saduceos o herodianos de su día. Por eso se les manda a los cristianos: “No lleguen a estar unidos en yugo desigual con los incrédulos. Porque ¿qué consorcio tienen la justicia y lo que es contrario a ley? O ¿qué compañerismo tiene la luz con las tinieblas? Más aún, ¿qué armonía hay entre Cristo y Belial? O ¿qué parte tiene una persona fiel con un incrédulo? Y ¿qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos?”—2 Cor. 6:14-16.
Claramente, entonces, en vista de lo susodicho podemos ver por qué, a pesar del aumento en el número de miembros de las iglesias, aumentan los crímenes y por qué “la espiritualidad personal está paralizada.” Como bien lo expresó Burlingame en su obra The American Conscience: “La religión ha llegado a ser, generalmente, una convención social—conveniente en tiempos de dificultad pero exenta de responsabilidad.” Para ser amigos de Dios tenemos que asumir la responsabilidad de ser sus embajadores. Y eso significa que tenemos que poner los intereses de Dios, los intereses de su reino, primero; no tratando de dividir nuestra lealtad entre él y las naciones de este mundo; no descuidándonos del reino de Dios en el interés de ganancia comercial; no causando descrédito a Dios y su reino por conducta indecorosa de parte de uno que es embajador cristiano, y no fraternizando con organizaciones religiosas mundanas discordes con su Palabra.
Si tratamos de ser amigos de Dios y también de este mundo seremos ‘tibios y como tales seremos vomitados.’ Pero si nos concentramos en ser amigos de Dios, dándole “devoción exclusiva,” entonces a su debido tiempo él nos recibirá en “los lugares de habitación eternos” de su justo nuevo mundo.—Apo. 3:16; Luc. 16:9; 2 Ped. 3:13.