PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN
Presciencia significa conocimiento de lo que ha de suceder o existir. En la Biblia, esta palabra tiene que ver principalmente, aunque no de manera exclusiva, con Jehová Dios, el Creador, y con sus propósitos. Predeterminación es la acción de determinar o decidir algo por anticipado.
Los términos griegos. Las palabras que por lo general se traducen por “presciencia” y “predeterminación” se encuentran en las Escrituras Griegas Cristianas, aunque estos mismos conceptos se hallan reflejados también en las Escrituras Hebreas.
El término “presciencia” traduce la palabra griega pró·gnō·sis (de pro, “antes” y gnō·sis, “conocimiento”). (Hch 2:23; 1Pe 1:2.) La forma verbal correspondiente, pro·gui·nṓ·skō, se emplea en dos ocasiones con referencia a los seres humanos: en el comentario de Pablo respecto a ciertos judíos que lo habían “conocido de antes” y en la referencia que hace Pedro al “conocimiento de antemano” que tenían aquellos a quienes dirigió su segunda carta. (Hch 26:4, 5; 2Pe 3:17.) En este último caso es obvio que tal presciencia no era infinita, es decir, no significaba que aquellos cristianos conocían todos los detalles sobre el tiempo, el lugar y las circunstancias relacionados con las condiciones y los sucesos futuros que Pedro había considerado. Pero sí tenían una idea general de lo que podían esperar, una idea que habían recibido gracias a que Dios inspiró a Pedro y a los otros escritores de la Biblia.
“Predeterminar” traduce la palabra griega pro·o·rí·zō (de pro, “antes” y ho·rí·zō, “delimitar, demarcar”). (La palabra española “horizonte” se deriva de la griega ho·rí·zōn, que significa “delimitador, demarcador”.) Como ilustración del sentido que tiene el verbo griego ho·rí·zō, véase la declaración que hizo Jesús con respecto a sí mismo: “El Hijo del hombre se va conforme a lo que está designado [ho·ri·smé·non]”; o las palabras de Pablo cuando dijo que Dios “decretó [delimitó, ho·rí·sas] los tiempos señalados y los límites fijos de la morada de los hombres”. (Lu 22:22; Hch 17:26.) Este mismo verbo también se usa para hacer referencia a la determinación de los hombres, como, por ejemplo, cuando los discípulos “resolvieron [hó·ri·san]” enviar una ministración de socorro a sus hermanos necesitados. (Hch 11:29.) No obstante, las referencias específicas a la acción de predeterminar que aparecen en las Escrituras Griegas Cristianas solo se aplican a Dios.
Factores que se han de tener presente. Para entender la presciencia y la predeterminación de Dios, es preciso tener presente ciertos factores.
Primero: en la Biblia se dice claramente que Dios puede preconocer y predeterminar. Jehová mismo presenta como prueba de su Divinidad esta capacidad de preconocer y predeterminar acontecimientos de salvación y liberación, así como actos de juicio y castigo, y luego hacer que se realicen. Su pueblo escogido es testigo de ello. (Isa 44:6-9; 48:3-8.) La presciencia y la predeterminación divinas constituyen la base de toda profecía verdadera. (Isa 42:9; Jer 50:45; Am 3:7, 8.) Jehová desafía a todas las naciones que se oponen a su pueblo a que demuestren la pretendida divinidad de aquellos a quienes consideran dioses y de sus ídolos, pidiendo que sus deidades profeticen actos de salvación y juicio similares y que luego hagan que se cumplan. Su impotencia ante este desafío demuestra que sus ídolos solo “son viento e irrealidad”. (Isa 41:1-10, 21-29; 43:9-15; 45:20, 21.)
Un segundo factor que debe tenerse en cuenta es el libre albedrío de las criaturas inteligentes de Dios. Las Escrituras muestran que Dios extiende a tales criaturas el privilegio y la responsabilidad de elegir lo que quieren hacer, de ejercer libre albedrío (Dt 30:19, 20; Jos 24:15), haciéndolas así responsables de sus actos. (Gé 2:16, 17; 3:11-19; Ro 14:10-12; Heb 4:13.) Por lo tanto, no son meros autómatas o robots. No se podría afirmar que el hombre fue creado a la “imagen de Dios” si no tuviera libre albedrío. (Gé 1:26, 27; véase LIBERTAD.) Lógicamente, no debería haber ningún conflicto entre la presciencia de Dios, así como su predeterminación, y el libre albedrío de sus criaturas inteligentes.
Un tercer factor que debe tomarse en cuenta, pero que a veces se pasa por alto, es el de las normas y cualidades morales de Dios reveladas en la Biblia, como su justicia, honradez, imparcialidad, amor, misericordia y bondad. Por lo tanto, la manera de entender cómo Dios usa sus facultades de presciencia y predeterminación tiene que armonizar, no solo con algunos de estos factores, sino con todos ellos. Es evidente que cualquier cosa que Dios preconozca tiene que suceder inevitablemente, por lo que Dios puede llamar a las “cosas que no son como si fueran”. (Ro 4:17.)
¿Sabe Dios de antemano todo lo que la gente hará?
La cuestión que ahora se plantea es: ¿Es infinito o ilimitado su ejercicio de la presciencia? ¿Prevé y preconoce todas las acciones futuras de todas sus criaturas, tanto celestiales como humanas? Y, ¿predetermina Dios tales acciones o hasta preordina cuál será el destino final de todas sus criaturas, aun antes de que hayan llegado a existir?
O, ¿ejerce quizás Dios su presciencia de manera selectiva o a voluntad, de modo que solo prevea o preconozca lo que opte por prever o preconocer? Y, en lugar de determinar el destino eterno de sus criaturas antes que lleguen a existir, ¿espera hasta poder juzgar su proceder en la vida y la actitud que demuestren al estar bajo prueba? Las respuestas a estas preguntas solo pueden hallarse en las Escrituras y en la información que en ellas se da sobre los tratos de Dios con sus criaturas, así como en aquellas cosas que Su Hijo Jesucristo reveló. (1Co 2:16.)
La doctrina del predestinacianismo. La doctrina de que Dios ejerce su presciencia hasta un grado infinito y predetermina o preordina el proceder y el destino de todos los individuos es conocida con el nombre de predestinacianismo. Sus defensores razonan que la Divinidad y la perfección de Dios requieren que sea omnisciente (que todo lo sabe), no solo tocante al pasado y al presente, sino también tocante al futuro. Según este concepto, el que Dios no preconociera todos los asuntos hasta en los mínimos detalles sería muestra de imperfección. Casos como el de Esaú y Jacob, los hijos gemelos de Isaac, se presentan como prueba de que Dios predetermina el futuro de sus criaturas antes de que nazcan (Ro 9:10-13); también se citan textos como Efesios 1:4, 5 en prueba de que Dios preconoció y predeterminó el futuro de todas sus criaturas aun antes del principio de la creación.
Para que este punto de vista fuera acertado, tendría que armonizar con todos los factores expuestos hasta ahora, lo que incluiría la explicación bíblica de las cualidades, normas y propósitos divinos, así como la relación justa de Dios con sus criaturas. (Rev 15:3, 4.) Sería conveniente, por lo tanto, analizar las implicaciones de la doctrina del predestinacianismo.
Aceptar este concepto implicaría suponer que, gracias a su presciencia, Dios preconoció y predeterminó antes de la creación de los ángeles y del hombre el comportamiento de dicha creación, incluso la rebelión de uno de sus hijos celestiales, la posterior rebelión de la primera pareja humana (Gé 3:1-6; Jn 8:44) y todas las penosas consecuencias de esa rebelión, tanto hasta el día de hoy como para un futuro. Esto significaría forzosamente que toda la maldad que se ha producido durante la historia (crimen e inmoralidad, opresión y sufrimiento, mentira e hipocresía, adoración falsa e idolatría) existía en un tiempo, antes de la creación, en la mente de Dios, debido a su preconocimiento del futuro hasta los más mínimos detalles.
El que el Creador de la humanidad verdaderamente hubiera ejercido su poder para preconocer todo lo que la historia ha visto desde la creación del hombre querría decir que cuando Él declaró: “Hagamos al hombre” (Gé 1:26), en realidad habría estado poniendo en marcha deliberadamente toda la iniquidad practicada desde aquel tiempo. Estos hechos ponen en tela de juicio lo razonable y consecuente del concepto predestinaciano, en particular en vista de que el discípulo Santiago muestra que el desorden y otras cosas viles no se originan de los cielos, sino que son de fuente “terrenal, animal, demoníaca”. (Snt 3:14-18.)
¿Ejerce Dios la presciencia hasta un grado infinito? Razonar que el que Dios no preconociera todos los sucesos y circunstancias futuras en pleno detalle revelaría imperfección en realidad denota un concepto arbitrario de lo que es perfección. La perfección propiamente definida no presupone términos tan absolutos e inclusivos, puesto que, en realidad, el que algo sea perfecto radica en que esté a la altura de las normas de excelencia impuestas por alguien capacitado para juzgarlas. (Véase PERFECCIÓN.) En el fondo, los factores decisivos que han de determinar si algo es perfecto o no son la propia voluntad y el beneplácito de Dios, no las opiniones o conceptos humanos. (Dt 32:4; 2Sa 22:31; Isa 46:10.)
Examínese el siguiente ejemplo: La omnipotencia de Dios es innegablemente perfecta e infinita. (1Cr 29:11, 12; Job 36:22; 37:23.) No obstante, la perfección de su poder no requiere que haga uso de la plenitud de su omnipotencia en cualquier caso dado o en todos ellos. Es obvio que no lo ha hecho, pues, de haber sido así, no solo hubiese destruido algunas ciudades y naciones antiguas, sino que hace mucho que hasta la propia Tierra y todo cuanto hay en ella habrían sido destruidos por la expresión de sus juicios y poderosas manifestaciones de desaprobación, como ocurrió en el Diluvio y en otras ocasiones parecidas. (Gé 6:5-8; 19:23-25, 29; compárese con Éx 9:13-16; Jer 30:23, 24.) Por lo tanto, el ejercicio que Dios hace de su fuerza no es una liberación de poder ilimitado, sino que está controlada por su propósito, y cuando se merece, atemperado por su misericordia. (Ne 9:31; Sl 78:38, 39; Jer 30:11; Lam 3:22; Eze 20:17.)
De manera similar, si en determinados asuntos Dios opta por hacer uso de su facultad infinita de presciencia de manera selectiva y solo hasta cierto grado, nadie, ni humano ni ángel, tiene derecho a decirle: “¿Qué estás haciendo?”. (Job 9:12; Isa 45:9; Da 4:35.) Por lo tanto, no es una cuestión de capacidad, es decir, de lo que Dios puede prever, preconocer o predeterminar, porque “para Dios todas las cosas son posibles” (Mt 19:26), sino de lo que Dios considere conveniente preconocer y predeterminar, porque “todo lo que se deleitó en hacer lo ha hecho”. (Sl 115:3.)
Presciencia selectiva. La opción al predestinacianismo, el ejercicio selectivo de la presciencia de Dios, tendría que estar de acuerdo con sus propias normas de justicia y ser consecuente con lo que Él revela de sí mismo en su Palabra. Contrario al predestinacianismo, varios textos de la Biblia muestran que Dios analiza una situación que se estaba produciendo y luego decide sobre la base de su examen de los hechos.
Por ejemplo, Génesis 11:5-8 indica que Dios dirigió su atención a la Tierra con el fin de examinar lo que ocurría en Babel y a continuación tomó medidas para desbaratar la conspiración inicua que había comenzado allí. Cuando en Sodoma y Gomorra se vieron sumidos en un ambiente de iniquidad, Jehová le informó a Abrahán que iba a investigar (por medio de sus ángeles) ‘para ver si obraban del todo conforme al clamor que acerca de ello había llegado a él, y, si no, podría llegar a saberlo’. (Gé 18:20-22; 19:1.) Dios dijo que ‘había llegado a conocer a Abrahán’, y después que este estuvo a punto de sacrificar a Isaac, Jehová declaró: “Ahora sé de veras que eres temeroso de Dios, puesto que no has retenido de mí a tu hijo, tu único”. (Gé 18:19; 22:11, 12; compárese con Ne 9:7, 8; Gál 4:9.)
Presciencia selectiva significa que Dios podía optar por no preconocer indistintamente todos los actos futuros de sus criaturas. Esto querría decir que en lugar de que toda la historia desde la creación en adelante fuese una simple repetición de lo que Dios ya había previsto y predeterminado, Él podría, con toda sinceridad, colocar ante la primera pareja humana la perspectiva de vida eterna en una Tierra libre de iniquidad. Las instrucciones que Jehová dio a sus dos primeros hijos humanos para que, como sus agentes perfectos y libres de pecado, llenaran la Tierra con su prole, la transformaran en un paraíso y ejercieran control sobre la creación animal, constituían la concesión de un privilegio verdaderamente amoroso y lo que en realidad deseaba para ellos, más bien que ser una comisión condenada al fracaso de antemano. Si Dios hubiera preconocido que la primera pareja humana iba a pecar y que jamás podría comer del “árbol de la vida”, la prueba del “árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo” y el que hubiese creado un “árbol de la vida” en el jardín de Edén hubieran carecido de sentido y de propósito. (Gé 1:28; 2:7-9, 15-17; 3:22-24.)
Ofrecer algo muy deseable a otra persona sabiendo de antemano que no podrá cumplir las condiciones para obtenerlo se considera un acto hipócrita y cruel. La esperanza de tener vida eterna se presenta en la Palabra de Dios como una meta al alcance de toda persona. Después que Jesús instó a sus oyentes a ‘seguir buscando con el fin de hallar’ aquellas cosas buenas que proceden de Dios, dijo que un padre no daría una piedra o una serpiente a un hijo que le pidiese pan o pescado. Luego, con el fin de dar a conocer el punto de vista de su Padre respecto a defraudar las legítimas aspiraciones de una persona, añadió: “Por lo tanto, si ustedes, aunque son inicuos, saben dar buenos regalos a sus hijos, ¡con cuánta más razón dará su Padre que está en los cielos cosas buenas a los que le piden!”. (Mt 7:7-11.)
Así que las invitaciones y oportunidades que Dios coloca delante de todas las personas para que reciban beneficios y bendiciones eternas son de buena fe. (Mt 21:22; Snt 1:5, 6.) Él puede instar a los hombres con toda sinceridad a que ‘se vuelvan de sus transgresiones y sigan viviendo’, como hizo con el pueblo de Israel. (Eze 18:23, 30-32; compárese con Jer 29:11, 12.) Lógicamente, no podría instarlos de este modo si preconociera que individualmente estaban destinados a morir como practicantes de iniquidad. (Compárese con Hch 17:30, 31; 1Ti 2:3, 4.) Jehová le dijo a Israel: “Ni dije yo a la descendencia de Jacob: ‘Búsquenme sencillamente para nada’. Yo soy Jehová, que hablo lo que es justo, que informo lo que es recto. [...] Diríjanse a mí y sean salvos, todos ustedes los que están en los cabos de la tierra”. (Isa 45:19-22.)
De manera similar, el apóstol Pedro escribió: “Jehová no es lento respecto a su promesa [del día venidero en el que se rendirán cuentas], como algunas personas consideran la lentitud, pero es paciente para con ustedes porque no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento”. (2Pe 3:9.) Si Dios ya hubiera preconocido y predeterminado con milenios de anticipación exactamente qué individuos recibirían la salvación eterna y cuáles destrucción eterna, bien cabría preguntarse de qué sirve la ‘paciencia’ de Dios y hasta qué grado es genuino su deseo de que “todos alcancen el arrepentimiento”. El apóstol Juan escribió por inspiración que “Dios es amor”, y el apóstol Pablo indica que el amor ‘espera todas las cosas’. (1Jn 4:8; 1Co 13:4, 7.) En consonancia con esta sobresaliente cualidad divina, Dios muestra una actitud genuinamente sincera y bondadosa hacia todas las personas, deseando que obtengan la salvación, mientras no demuestren ser indignas y ya no quede esperanza para ellas. (Compárese con 2Pe 3:9; Heb 6:4-12.) Por eso el apóstol Pablo habla de la “cualidad bondadosa de Dios [que] está tratando de conducirte al arrepentimiento”. (Ro 2:4-6.)
Finalmente, si por la presciencia de Dios, la oportunidad de recibir los beneficios del sacrificio de rescate de Cristo Jesús ya hubiera estado irrevocablemente cerrada para algunos, quizás para millones de personas, incluso antes de que nacieran, debido a que nunca pudieran ser merecedores de esos beneficios, no podría decirse con sinceridad que el rescate se había hecho disponible para todos los hombres. (2Co 5:14, 15; 1Ti 2:5, 6; Heb 2:9.) Es obvio que la imparcialidad de Dios no es una simple metáfora. “En toda nación, el que le teme [a Dios] y obra justicia le es acepto.” (Hch 10:34, 35; Dt 10:17; Ro 2:11.) La opción de buscar a Dios, por si acaso ‘buscan a tientas y verdaderamente lo hallan, aunque, de hecho, no está muy lejos de cada uno de nosotros’, está disponible para todas las personas. (Hch 17:26, 27.) Por consiguiente, la exhortación divina que se da al final del libro de Revelación: “Cualquiera que oiga, diga: ‘¡Ven!’. Y cualquiera que tenga sed, venga; cualquiera que desee, tome gratis el agua de la vida” (Rev 22:17), no es una esperanza vacía o una promesa hueca.
Cosas preconocidas y predeterminadas. En todo el registro bíblico, cuando Dios ejerce su presciencia y predeterminación siempre es en consonancia con sus propósitos y su voluntad. “Proponerse” algo significa aspirar a conseguir cierta meta u objetivo poniendo los medios que lo propician. (La palabra griega pró·the·sis, que se traduce “propósito”, significa literalmente “colocación o preparación antes [de algo]”.) Puesto que los propósitos de Dios se cumplirán inevitablemente, Él puede preconocer los resultados, la realización final de sus propósitos, y puede predeterminar tanto esos resultados como los pasos que quizás crea conveniente dar para lograrlos. (Isa 14:24-27.) Por eso se dice que Jehová ‘forma’ o ‘moldea’ (del hebreo ya·tsár, término relacionado con “alfarero”; Jer 18:4) su propósito en lo que respecta a acontecimientos o acciones futuras. (2Re 19:25; Isa 46:11; compárese con Isa 45:9-13, 18.) En su calidad de Gran Alfarero, Dios “opera todas las cosas conforme a la manera como su voluntad aconseja”, en armonía con su propósito (Ef 1:11), y “hace que todas sus obras cooperen juntas” para el bien de los que lo aman. (Ro 8:28.) Por tanto, Dios “declara desde el principio el final, y desde hace mucho las cosas que no se han hecho”, específicamente en relación con sus propósitos determinados. (Isa 46:9-13.)
Dios creó perfecta a la primera pareja humana, y pudo contemplar los resultados de toda su obra creativa y ver que todo era “muy bueno”. (Gé 1:26, 31; Dt 32:4.) En lugar de preocuparse con un sentido de desconfianza por lo que la pareja humana pudiera hacer en el futuro, Dios “procedió a descansar”, dice el registro. (Gé 2:2.) Pudo hacerlo porque, en virtud de su omnipotencia y sabiduría supremas, ninguna acción, circunstancia o contingencia que surgiera podría convertirse en un obstáculo insalvable o en un problema irremediable que impidiera la realización de su propósito soberano. (2Cr 20:6; Isa 14:27; Da 4:35.) Por lo tanto, no existe ninguna base bíblica para apoyar los argumentos de los que creen en la predestinación y alegan que el que Dios se abstuviera así de emplear sus poderes de presciencia pondría en peligro sus propósitos, dejándolos “siempre expuestos al fracaso por falta de previsión, lo que lo obligaría a poner continuamente en orden su sistema cuando este se desordenara por causa de la contingencia de las acciones de los seres con libre albedrío”. El que Dios haga uso de su presciencia de manera selectiva tampoco significa que sus criaturas tengan el poder de “quebrantar las medidas [de Dios], obligarlo a cambiar continuamente su modo de pensar, someterlo a vejación o ponerlo en confusión”, como afirman los que creen en el predestinacianismo. (Cyclopædia, de M’Clintock y Strong, 1894, vol. 8, pág. 556.) Si ni siquiera los siervos terrestres de Dios tienen verdadera necesidad de ‘inquietarse acerca del día siguiente’, se desprende que su Creador, para quien las naciones poderosas son “como una gota de un cubo”, ni tuvo ni tiene tal ansiedad. (Mt 6:34; Isa 40:15.)
Respecto a clases de personas. También hay casos en los que Dios preconoció el derrotero que emprenderían ciertos grupos, naciones o la mayoría de la humanidad, y por ello predijo el rumbo básico que seguirían sus acciones futuras y predeterminó la acción que tomaría con ellos. No obstante, esa presciencia o predeterminación no priva a los que integran tales grupos de la humanidad de ejercer su libre albedrío para decidir qué proceder particular quieren seguir, como se ve en los siguientes ejemplos:
Antes del diluvio del día de Noé, Jehová anunció su propósito de causar una destrucción que resultaría en la pérdida de vidas humanas y animales. No obstante, el relato bíblico muestra que Dios tomó esa determinación después que se manifestaron las condiciones que requirieron tal acción, como la violencia y otras maldades. Además, como Dios puede ‘conocer el corazón de los hijos de la humanidad’, examinó la situación y descubrió que “toda inclinación de los pensamientos del corazón [de la humanidad] era solamente mala todo el tiempo”. (2Cr 6:30; Gé 6:5.) Sin embargo, hubo personas, a saber, Noé y su familia, que individualmente obtuvieron el favor de Dios y escaparon de la destrucción. (Gé 6:7, 8; 7:1.)
Algo similar sucedió en el caso de la nación de Israel: aunque Dios dio a los israelitas la oportunidad de llegar a ser un “reino de sacerdotes y una nación santa” si guardaban su pacto, no obstante, unos cuarenta años después, cuando la nación estaba a punto de entrar en la Tierra Prometida, predijo que quebrantarían su pacto y que Él los abandonaría como nación. En este caso, la presciencia de Dios no carecía de base previa, puesto que ellos ya habían manifestado insubordinación y rebelión a escala nacional. Por consiguiente, Dios dijo: “Porque bien conozco su inclinación que van desarrollando hoy antes de que yo los introduzca en la tierra acerca de la cual he jurado”. (Éx 19:6; Dt 31:16-18, 21; Sl 81:10-13.) Dios podía preconocer que la inclinación que manifestaban resultaría en que aumentara su iniquidad, pero eso no hacía que Él, en virtud de su presciencia, fuera responsable de ello, tal como el que alguien sepa de antemano que una determinada estructura que se ha edificado con materiales de poca calidad y de manera deficiente se deteriorará no lo hace responsable de ello. La regla divina que rige es: ‘Se siega lo que se siembra’. (Gál 6:7-9; compárese con Os 10:12, 13.) Ciertos profetas proclamaron advertencias proféticas de las expresiones de juicio que Dios había predeterminado, pero todas se basaban en una condición o actitud de corazón ya existente. (Sl 7:8, 9; Pr 11:19; Jer 11:20.) Sin embargo, aun en estos casos, había oportunidad para que algunos respondieran individualmente al consejo, la censura y las advertencias de Dios, y así se hicieran dignos de su favor; de hecho, hubo quienes lo hicieron. (Jer 21:8, 9; Eze 33:1-20.)
El Hijo de Dios, que también podía leer los corazones humanos (Mt 9:4; Mr 2:8; Jn 2:24, 25), fue dotado por su Padre con poderes de presciencia, de modo que pudo predecir condiciones, sucesos y expresiones de juicio divino que acontecerían en el futuro. Jesús predijo que los escribas y fariseos como clase recibirían el juicio del Gehena (Mt 23:15, 33), pero con ello no quiso decir que cada fariseo o escriba estuviera condenado de antemano a la destrucción, como lo muestra el caso del apóstol Pablo. (Hch 26:4, 5.) Jesús predijo ayes para Jerusalén y otras ciudades que no querían arrepentirse, pero no indicó que su Padre hubiera predeterminado que cada persona de esas ciudades sufriría ese castigo. (Mt 11:20-23; Lu 19:41-44; 21:20, 21.) También preconocía en qué resultaría la inclinación y actitud de corazón de la humanidad, y predijo las condiciones que existirían entre la humanidad para el tiempo de la “conclusión del sistema de cosas”, y también cómo se irían realizando los propósitos de Dios. (Mt 24:3, 7-14, 21, 22.) Los apóstoles de Jesús también pronunciaron profecías que manifestaban la presciencia de Dios con respecto a ciertas clases, como el “anticristo” (1Jn 2:18, 19; 2Jn 7), y también el fin que tales clases tienen predeterminado. (2Te 2:3-12; 2Pe 2:1-3; Jud 4.)
Respecto a determinadas personas. Además de emplear su presciencia con respecto a clases de personas, también lo ha hecho en relación con determinadas personas. Entre estos están: Esaú y Jacob (mencionados antes), el Faraón del éxodo, Sansón, Salomón, Josías, Jeremías, Ciro, Juan el Bautista, Judas Iscariote y el propio Hijo de Dios, Jesús.
En los casos de Sansón, Jeremías y Juan el Bautista, Jehová hizo caso de su presciencia antes de que nacieran. Sin embargo, Dios no especificó cuál iba a ser su destino final, pero sí predeterminó que Sansón viviría conforme al voto de los nazareos e iniciaría la liberación de Israel de los filisteos, que Jeremías sería profeta y que Juan el Bautista haría una obra preparatoria como precursor del Mesías. (Jue 13:3-5; Jer 1:5; Lu 1:13-17.) Aunque se les favoreció mucho con dichos privilegios, este hecho no garantizaba que obtendrían salvación eterna, ni siquiera que permanecerían fieles hasta la muerte (aunque los tres lo hicieron). Jehová predijo que uno de los muchos hijos de David sería llamado Salomón y predeterminó que ese sería quien edificaría el templo. (2Sa 7:12, 13; 1Re 6:12; 1Cr 22:6-19.) No obstante, aunque se le favoreció de esta manera y hasta tuvo el privilegio de escribir ciertos libros de las Santas Escrituras, Salomón cayó en la apostasía en los últimos años de su vida. (1Re 11:4, 9-11.)
En el caso de Esaú y Jacob, la presciencia de Dios tampoco fijó sus destinos eternos; lo que hizo fue determinar o predeterminar cuál de los grupos nacionales que descenderían de ellos conseguiría una posición dominante sobre el otro. (Gé 25:23-26.) Al prever que dominaría Jacob, también se mostró que él sería quien obtendría el derecho de primogénito, lo que conllevaba el privilegio de pertenecer al linaje por medio del cual vendría la “descendencia” abrahámica. (Gé 27:29; 28:13, 14.) De este modo, Jehová Dios dejó claro que cuando selecciona individuos para usarlos de determinada manera, no se rige por las costumbres o procedimientos usuales que se conforman a las expectativas humanas. Tampoco se ve obligado a otorgar ciertos privilegios únicamente sobre la base de obras, de modo que alguien pudiera llegar a creer que se ha ‘ganado el derecho’ a tales privilegios y que ‘se le deben’. El apóstol Pablo destacó este punto cuando mostró por qué Dios, por su bondad inmerecida, pudo conceder a las naciones gentiles privilegios que en otro tiempo parecía que estaban reservados a Israel. (Ro 9:1-6, 10-13, 30-32.)
La cita que Pablo hace de que Jehová ‘amó a Jacob [Israel] y odió a Esaú [Edom]’ corresponde a Malaquías 1:2, 3, escrito mucho después del tiempo de Jacob y Esaú. De modo que la Biblia no dice necesariamente que Jehová tuviera esa opinión de los gemelos antes de su nacimiento, aunque es un hecho probado científicamente que gran parte de la manera de ser y del temperamento de un niño se determinan al tiempo de la concepción como consecuencia de los factores genéticos aportados por cada uno de los padres, y es obvio que Dios puede ver esos factores. David dijo que Jehová vio ‘hasta su embrión’. (Sl 139:14-16; véase también Ec 11:5.) No es posible decir hasta qué grado afectó eso a la predeterminación de Jehová concerniente a los dos muchachos, pero, de todos modos, el que escogiera a Jacob en lugar de a Esaú no significó en sí mismo que condenaba a la destrucción a Esaú o a sus descendientes, los edomitas. Hasta algunos cananeos, cuyos pueblos habían sido maldecidos, tuvieron el privilegio de asociarse con el pueblo que estaba en relación de pacto con Dios y recibieron bendiciones. (Gé 9:25-27; Jos 9:27; véase CANAÁN, CANANEO núm. 2.) El “cambio de parecer” que Esaú buscó encarecidamente con lágrimas solo fue un intento infructuoso de alterar la decisión de su padre Isaac de que la bendición especial correspondiente al primogénito aplicara por entero a Jacob. Por lo tanto, esto indicó que Esaú no sentía ningún arrepentimiento ante Dios por su actitud materialista. (Gé 27:32-34; Heb 12:16, 17.)
La profecía de Jehová concerniente a Josías requería que algún descendiente de David se llamara así, y además predijo que ese rey tomaría acción contra la adoración falsa que se practicaba en la ciudad de Betel. (1Re 13:1, 2.) Más de tres siglos después, un rey con ese nombre cumplió esta profecía. (2Re 22:1; 23:15, 16.) Sin embargo, no prestó atención a “las palabras de Nekó procedentes de la boca de Dios”, lo que resultó en su muerte. (2Cr 35:20-24.) Por lo tanto, aunque Dios lo preconoció y predeterminó para hacer un trabajo específico, Josías era una persona con libre albedrío que podía escoger entre obedecer o no hacerlo.
De manera similar, Jehová predijo con casi dos siglos de anterioridad que se valdría de un conquistador llamado Ciro para liberar a los judíos de Babilonia. (Isa 44:26-28; 45:1-6.) No obstante, la Biblia no dice que el gobernante persa que se llamó así en cumplimiento de la profecía divina se hiciese adorador verdadero de Jehová; de hecho, la historia seglar muestra que continuó adorando a dioses falsos.
Estos casos de presciencia antes del nacimiento de la persona no están en pugna con las cualidades reveladas de Dios y las normas que Él ha declarado. Tampoco hay nada que indique que Dios haya obligado a aquellas personas a obrar contra su voluntad. En los casos del Faraón, de Judas Iscariote y del propio Hijo de Dios, no hay prueba alguna de que Jehová haya empleado su presciencia antes de que llegaran a existir. En cada uno de estos casos quedan reflejados algunos principios relacionados con la presciencia y predeterminación divinas.
Uno de esos principios es que Dios pone a prueba a una persona, bien al ocasionar o dar lugar a que ocurran determinadas circunstancias o acontecimientos, o al hacer que esa persona escuche sus mensajes inspirados, con el fin de que ejerza su libre albedrío y tome una decisión que revele a la vista de Jehová cuál es la inclinación de su corazón. (Pr 15:11; 1Pe 1:6, 7; Heb 4:12, 13.) De acuerdo con la respuesta de la persona, Dios puede también amoldarla en el derrotero que ella ha escogido de propia voluntad. (1Cr 28:9; Sl 33:13-15; 139:1-4, 23, 24.) Así que “el corazón del hombre terrestre” tiene que inclinarse primero en una determinada dirección antes de que Jehová proceda a dirigir sus pasos. (Pr 16:9; Sl 51:10.) Cuando se halla bajo prueba, el corazón puede adoptar una actitud invariable, bien para endurecerse en un proceder de injusticia y rebelión o para reafirmarse en su devoción inquebrantable a Jehová Dios y en su determinación a hacer Su voluntad. (Job 2:3-10; Jer 18:11, 12; Ro 2:4-11; Heb 3:7-10, 12-15.) Una vez que la persona ha llegado a ese extremo por decisión propia, las consecuencias de su derrotero pueden predeterminarse y predecirse sin violentar su derecho a ejercer libre albedrío y sin que se haga injusticia. (Compárese con Job 34:10-12.)
El caso del fiel Abrahán, que ya se ha examinado, ilustra bien estos principios. Un caso opuesto fue el del insensible Faraón del éxodo. Jehová previó que no autorizaría la salida de los israelitas “salvo por una mano fuerte” (Éx 3:19, 20), y predeterminó la plaga que resultaría en la muerte de su primogénito. (Éx 4:22, 23.) A menudo se ha interpretado mal la consideración que hace el apóstol Pablo de cómo actuó Dios con el Faraón, como si Dios endureciese el corazón de las personas arbitrariamente, conforme a su propósito predeterminado, sin tomar en cuenta la inclinación o actitud de corazón que esas personas hayan tenido antes. (Ro 9:14-18.) Según muchas traducciones, Dios advirtió a Moisés que ‘endurecería el corazón [del Faraón]’. (Éx 4:21; compárese con Éx 9:12; 10:1, 27.) No obstante, algunas versiones traducen el relato bíblico de manera que diga: “Yo dejaré que a él se le haga obstinado el corazón” (NM); “Yo permitiré que quede endurecido [“dejaré se endurezca”; BC, nota] su corazón” (CJ). De igual manera, el apéndice de la traducción al inglés de Rotherham muestra que en hebreo a menudo se presentan las circunstancias o el permiso de un suceso como si fueran la causa del mismo, y que incluso mandatos positivos han de aceptarse ocasionalmente con tan solo el sentido de permiso”. Por ejemplo, el texto hebreo original dice en Éxodo 1:17 que las parteras “hacían que los niños varones vivieran”, cuando la realidad era que, al no darles muerte, les permitían vivir. Después de citar como apoyo a los doctos hebreos M. M. Kalisch, H. F. W. Gesenius y B. Davies, Rotherham comenta que el sentido hebreo de los textos relacionados con el Faraón es que “Dios permitió que Faraón endureciera su corazón —le dejó permanecer—, le dio la oportunidad, la ocasión, de que saliera la iniquidad que había en él. Eso es todo”. (The Emphasised Bible, apéndice, pág. 919; compárese con Isa 10:5-7.)
Un hecho que corrobora este punto de vista es que el propio registro bíblico indica claramente que fue el propio Faraón quien “endureció su corazón”. (Éx 8:15, 32, Val; “hizo insensible su corazón”, NM.) De modo que actuó según su voluntad y siguió su inclinación terca, lo que condujo a unos resultados que Jehová ya había previsto y predicho con exactitud. Las repetidas oportunidades que Jehová dio a Faraón le obligaron a tomar decisiones, y a medida que las tomaba, iba endureciendo su actitud. (Compárese con Ec 8:11, 12.) Como lo muestra el apóstol Pablo al citar Éxodo 9:16, Jehová permitió que la situación tomara este curso a lo largo de las diez plagas para poner de manifiesto Su poder y hacer que Su nombre se conociera por toda la Tierra. (Ro 9:17, 18.)
¿Predestinó Dios a Judas para que traicionara a Jesús de modo que se cumpliese la profecía?
El proceder traidor de Judas Iscariote cumplió profecía divina y demostró la presciencia de Jehová, así como también la de su Hijo. (Sl 41:9; 55:12, 13; 109:8; Hch 1:16-20.) No obstante, no puede afirmarse que Dios predeterminó o predestinó específicamente a Judas para que siguiera tal proceder. Las profecías habían predicho que uno de los asociados íntimos de Jesús lo traicionaría, pero no especificaron cuál de ellos sería. También en este caso los principios bíblicos excluyen la posibilidad de aducir que Dios predestinó el comportamiento de Judas. El apóstol Pablo mencionó la siguiente norma divina: “Nunca impongas las manos apresuradamente a ningún hombre; ni seas partícipe de los pecados ajenos; consérvate casto”. (1Ti 5:22; compárese con 3:6.) Jesús se interesó en seleccionar sabiamente y con el debido rigor a sus doce apóstoles, pues antes de dar a conocer su decisión, pasó toda una noche orando a su Padre. (Lu 6:12-16.) Si hubiera estado predestinado que Judas fuese un traidor, la guía de Dios hubiese sido inconsecuente y, según su propia norma, se hubiese hecho partícipe de los pecados que Judas cometió.
Por consiguiente, se desprende que cuando se seleccionó a Judas para ser apóstol, su corazón aún no daba indicios de tener una actitud traicionera. Él permitió que ‘brotara una raíz venenosa’ y lo contaminara, de modo que se desvió y aceptó la dirección del Diablo en lugar de la de Dios, lo que le llevó al robo y la traición. (Heb 12:14, 15; Jn 13:2; Hch 1:24, 25; Snt 1:14, 15; véase JUDAS núm. 4.) Cuando su desviación llegó a un determinado punto, Jesús mismo pudo leer el corazón de Judas y predecir su traición. (Jn 13:10, 11.)
Es verdad que en Juan 6:64, después de indicar que algunos discípulos habían tropezado debido a ciertas enseñanzas de Jesús, leemos que “Jesús supo desde el principio [“desde el primer momento” (LT); “desde un principio” (FF)] quiénes eran los que no creían y quién era el que lo traicionaría”. Si bien la palabra “principio” (gr. ar·kjḗ) se usa en 2 Pedro 3:4 para referirse al comienzo de la creación, también puede hacer alusión a otras ocasiones. (Lu 1:2; Jn 15:27.) Por ejemplo, cuando el apóstol Pedro dijo que el espíritu santo se había derramado sobre los gentiles “así como también había caído sobre nosotros en el principio”, obviamente no se refería al comienzo de su discipulado o de su apostolado, sino a un momento importante de su ministerio, a saber, el día del Pentecostés de 33 E.C., “el principio” del derramamiento del espíritu santo con un propósito determinado. (Hch 11:15; 2:1-4.) En consecuencia, es de interés notar el comentario que se hace en el Commentary on the Holy Scriptures sobre Juan 6:64: “Principio [...] no significa de manera metafísica desde el principio de todas las cosas [...], ni desde el principio de conocer Él [Jesús] a cada uno [...], ni desde el principio de congregar Él a los discípulos en torno de sí, ni desde el principio de Su ministerio mesiánico [...], sino desde los primeros gérmenes secretos de incredulidad [que hicieron tropezar a algunos discípulos]. Con relación a esto Él conoció al que lo traicionaría desde el principio” (de Lange, traducción y edición de P. Schaff, 1976, pág. 227; compárese con 1Jn 3:8, 11, 12).
La predeterminación del Mesías. Jehová Dios preconoció y predijo los sufrimientos, muerte y resurrección del Mesías. (Hch 2:22, 23, 30, 31; 3:18; 1Pe 1:10, 11.) La realización de lo que Dios había predeterminado por su presciencia dependía en parte de Su propio poder y de las acciones de algunos hombres (Hch 4:27, 28), que se prestaron voluntarios a la influencia del adversario de Dios, Satanás el Diablo. (Jn 8:42-44; Hch 7:51-54.) No obstante, así como los cristianos del tiempo de Pablo ‘no estaban en ignorancia de los designios de Satanás’, Dios podía prever los deseos y recursos inicuos que el Diablo idearía en contra de Jesucristo, el Ungido de Dios. (2Co 2:11.) Además, Dios podía emplear su poder a fin de deshacer u obstaculizar cualquier ataque contra el Mesías que no se ajustara al tiempo y la manera señalados en la profecía. (Compárese con Mt 16:21; Lu 4:28-30; 9:51; Jn 7:1, 6-8; 8:59.)
Las palabras de Pedro en cuanto a que Cristo, como el Cordero de sacrificio de Dios, había sido “preconocido antes de la fundación [una forma del término griego ka·ta·bo·lḗ] del mundo [kó·smou]”, son interpretadas por los defensores de la predestinación en el sentido de que Dios ejerció tal presciencia antes de la creación de la humanidad. (1Pe 1:19, 20.) La palabra griega ka·ta·bolḗ, traducida “fundación”, tiene el sentido literal de “lanzamiento hacia abajo”, y puede referirse a ‘la concepción de descendencia’, como en Hebreos 11:11. Aunque el que Dios creara a la primera pareja humana fue la “fundación” de un mundo de la humanidad, como se muestra en Hebreos 4:3, 4, esa pareja perdió después la posición que tenían como hijos de Dios. (Gé 3:22-24; Ro 5:12.) No obstante, por la bondad inmerecida de Dios, se les permitió concebir descendencia y producir prole, y de uno de sus hijos la Biblia dice específicamente que se ganó el favor de Dios y se colocó en condición de ser redimido y salvado, a saber, Abel. (Gé 4:1, 2; Heb 11:4.) Es digno de mención que en Lucas 11:49-51 Jesús hace alusión a “la sangre de todos los profetas vertida desde la fundación del mundo” y pone esto en paralelo con las palabras “desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías”. Así que Jesús relacionó a Abel con la “fundación del mundo”.
El Mesías o el Cristo habría de ser la prometida Descendencia por medio de la que se bendecirían todas las personas justas de todas las familias de la Tierra. (Gál 3:8, 14.) La primera vez que se mencionó esa “descendencia” fue después de la rebelión en Edén y antes del nacimiento de Abel. (Gé 3:15.) Esto fue más de cuatro mil años antes de que se revelara inequívocamente que el “secreto sagrado” era la “descendencia” o simiente mesiánica. Por lo tanto, puede decirse sin lugar a dudas que ese “secreto” fue “guardado en silencio por tiempos de larga duración”. (Ro 16:25-27; Ef 1:8-10; 3:4-11.)
A su tiempo debido, Jehová Dios asignó a su propio Hijo primogénito para que cumpliera el papel profético de la “descendencia” y llegara a ser el Mesías. No hay nada que muestre que ese Hijo estuviera predestinado a desempeñar esa función aun antes de su creación o de que estallara la rebelión en Edén. El que con el tiempo Dios lo escogiera para que se encargara de cumplir las profecías tampoco se hizo sin que hubiera una base previa. El período de íntima asociación entre Dios y su Hijo antes de que este fuera enviado a la Tierra indudablemente resultó en que Jehová lo ‘conociera’ a tal grado que pudiera estar seguro de que cumpliría fielmente las promesas y los cuadros proféticos. (Compárese con Ro 15:5; Flp 2:5-8; Mt 11:27; Jn 10:14, 15; véase JESUCRISTO [Probado y perfeccionado].)
Predeterminación de los ‘llamados y escogidos’. Todavía quedan por explicar los textos que tratan acerca de aquellos cristianos que han sido “llamados” o “escogidos”. (Jud 1; Mt 24:24.) Se dice que son “escogidos según la presciencia de Dios” (1Pe 1:1, 2), ‘escogidos antes de la fundación del mundo’, ‘predeterminados a la adopción como hijos de Dios’ (Ef 1:3-5, 11), ‘elegidos desde el principio para la salvación y llamados a este mismo destino’. (2Te 2:13, 14.) El sentido de estos textos depende de que se refieran a la predeterminación de ciertas personas individuales o de que hablen de la predeterminación de una clase de personas, a saber, la congregación cristiana, el “solo cuerpo” (1Co 10:17) de los que serán coherederos con Cristo Jesús en su Reino celestial. (Ef 1:22, 23; 2:19-22; Heb 3:1, 5, 6.)
En caso de que estas palabras aplicaran a individuos específicos que han sido predeterminados a la salvación eterna, querrían decir que esas personas nunca podrían resultar infieles ni fallar en su llamada, puesto que la presciencia de Dios en su caso no podría resultar inexacta y el que Él los predeterminara a cierto destino jamás podría fracasar o ser frustrado. No obstante, los mismos apóstoles a los que se inspiró para escribir las palabras supracitadas mostraron que algunos que fueron ‘comprados’ y ‘santificados’ por la sangre del sacrificio de rescate de Cristo y que habían “gustado la dádiva gratuita celestial” y habían “llegado a ser participantes de espíritu santo [...] y los poderes del sistema de cosas venidero” apostatarían sin posibilidad de arrepentimiento, y así se acarrearían destrucción. (2Pe 2:1, 2, 20-22; Heb 6:4-6; 10:26-29.) Los apóstoles instaron unidamente a aquellos a quienes escribieron: “Hagan lo sumo por hacer seguros para sí su llamamiento y selección; porque si siguen haciendo estas cosas no fracasarán nunca”, y: “Sigan obrando su propia salvación con temor y temblor”. (2Pe 1:10, 11; Flp 2:12-16.) Es obvio que Pablo, quien fue “llamado a ser apóstol de Jesucristo” (1Co 1:1), no se consideró como persona predestinado a la salvación eterna, puesto que habla de sus vigorosos esfuerzos por tratar de alcanzar “la meta para el premio de la llamada hacia arriba por Dios” (Flp 3:8-15) y también expresa su preocupación de ‘no llegar a ser desaprobado de algún modo’. (1Co 9:27.)
De manera similar, el que se les conceda “la corona de la vida” está sujeto a que permanezcan fieles bajo pruebas hasta la mismísima muerte (Rev 2:10, 23; Snt 1:12); en caso contrario, pueden perder la corona de su correinado con el Hijo de Dios. (Rev 3:11.) El apóstol Pablo expresó su confianza en que tendría “reservada la corona de la justicia” solo después de tener la certeza de que se acercaba el fin de su vida, cuando casi había “corrido la carrera hasta terminarla”. (2Ti 4:6-8.)
Por otra parte, si se entiende que los textos citados antes aplican a una clase, es decir, a la congregación cristiana o “nación santa” de los llamados considerada en conjunto (1Pe 2:9), entonces significan que Dios preconoció y predeterminó que llegaría a existir dicha clase (pero no qué personas específicas la formarían). En ese caso, también querrían decir que Él prescribió o predeterminó, según su propósito, el “modelo” al que tendrían que conformarse los que, a su debido tiempo, fueran llamados para ser miembros de ella. (Ro 8:28-30; Ef 1:3-12; 2Ti 1:9, 10.) Dios también predeterminó qué obras se esperaría que estos llevaran a cabo, así como el hecho de que serían probados debido a los sufrimientos que el mundo les causaría. (Ef 2:10; 1Te 3:3, 4.)
Sobre los textos que hablan de los ‘nombres escritos sobre el rollo de la vida’, véase NOMBRE.
Fatalismo y predestinacianismo. Los pueblos paganos de la antigüedad, entre ellos los griegos y los romanos, creían que los dioses predeterminaban el destino de una persona, en particular la duración de su vida. La mitología griega atribuía el control de los destinos del hombre a tres deidades: Cloto (la hilandera), que hilaba la trama de la vida; Láquesis (la que da a cada uno su lote), que determinaba la duración de la vida, y Átropo (la inflexible), que ponía fin a la vida de una persona cuando se cumplía su tiempo. Los romanos también tuvieron una tríada similar.
Según el historiador judío Josefo (siglo I E.C.), los fariseos procuraron conciliar el concepto del destino con su creencia en Dios y el principio del libre albedrío que Dios otorgó al hombre. (La Guerra de los Judíos, libro II, cap. VIII, sec. 14; Antigüedades Judías, libro XVIII, cap. I, sec. 3.) En la obra The New Schaff-Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge, se hace el siguiente comentario: “Antes de Agustín [siglos IV y V E.C.] no hubo en el cristianismo un desarrollo serio de la teoría de la predestinación”. Y la Encyclopædia of Religion and Ethics, de Hastings, 1919, vol. 10, pág. 231) dice a este respecto que los “padres de la Iglesia” anteriores a Agustín —entre ellos Justino, Orígenes e Ireneo— “no tuvieron conocimiento alguno del concepto de la predestinación incondicional; enseñaron el principio del libre albedrío”. Al refutar las doctrinas propias del gnosticismo, estos “padres de la Iglesia” por lo general se apoyaron en la creencia de que la facultad del libre albedrío era “la característica distintiva de la personalidad humana, la base de su responsabilidad moral, un don divino que le permitía al hombre optar por hacer las cosas que agradan a Dios”, y hablaron de “la autonomía del hombre ante Dios, cuyo consejo no le constreñía”. (The New Schaff-Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge, edición de S. Jackson, 1957, vol. 9, págs. 192, 193.)