MOISÉS
(Sacado [es decir, salvado del agua]).
“Hombre del Dios verdadero” que fue caudillo de la nación de Israel, mediador del pacto de la Ley, profeta, juez, comandante, historiador y escritor. (Esd 3:2.) Nació en Egipto en el año 1593 a. E.C. Fue hijo de Amram, nieto de Qohat y bisnieto de Leví. Su madre Jokébed era hermana de Qohat. (No obstante, véase JOKÉBED.) Moisés tenía tres años menos que su hermano Aarón, mientras que su hermana Míriam era unos cuantos años mayor que ellos. (Éx 6:16, 18, 20; 2:7.)
Primera etapa de su vida en Egipto. Moisés era un niño “divinamente hermoso” que se salvó del genocidio que decretó Faraón cuando ordenó la muerte de todo varón hebreo recién nacido. Su madre lo tuvo escondido durante tres meses y luego lo colocó en un arca de papiro y lo dejó en el río Nilo, donde lo encontró la hija de Faraón. Gracias al ingenio de la madre y la hermana de Moisés, su propia madre consiguió criarlo y educarlo debido a que la tomó a su servicio la hija de Faraón, quien adoptó al niño como si fuese suyo. Como miembro de la casa de Faraón, se le ‘instruyó en toda la sabiduría de los egipcios’ y se hizo “poderoso en sus palabras y hechos”, expresión que probablemente se refiriese tanto a sus facultades mentales como físicas. (Éx 2:1-10; Hch 7:20-22.)
A pesar de esa posición favorecida y de las oportunidades que se le ofrecían en Egipto, Moisés se sentía ligado al pueblo de Dios, que entonces estaba en esclavitud. De hecho, esperaba que Dios se valiese de él para liberarlo. A los cuarenta años, mientras observaba las cargas que llevaban sus hermanos hebreos, vio a un egipcio golpear a un hebreo. En un intento por defender al israelita, mató al egipcio, y luego lo escondió en la arena. En ese preciso momento tomó la decisión más importante de su vida: “Por fe Moisés, ya crecido, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón, escogiendo ser maltratado con el pueblo de Dios más bien que disfrutar temporalmente del pecado”. De este modo rechazó el honor y los bienes materiales de que pudiera haber disfrutado como miembro de la casa del poderoso Faraón. (Heb 11:24, 25.)
En realidad, Moisés creía que había llegado el momento en que iba a poder salvar a los hebreos. Pero ellos no apreciaron su esfuerzo, y cuando Faraón se enteró de la muerte del egipcio, Moisés tuvo que huir de Egipto. (Éx 2:11-15; Hch 7:23-29.)
Cuarenta años en Madián. Moisés hizo un largo viaje a través del desierto hasta Madián, donde buscó refugio. Allí, al lado de un pozo, volvió a ponerse de manifiesto el valor y la solicitud que tenía para actuar con firmeza a favor de los que padecen injusticias. Cuando los pastores echaron a las siete hijas de Jetró y a su rebaño, Moisés libró a las mujeres y abrevó el rebaño. Como resultado, se le invitó a la casa de Jetró, donde trabajó para este como pastor de sus rebaños, y finalmente se casó con una de sus hijas, Ziporá, quien le dio dos hijos, Guersom y Eliezer. (Éx 2:16-22; 18:2-4.)
Preparación para servicio futuro. Aunque el propósito de Dios era liberar a los hebreos mediante Moisés, no había llegado Su debido tiempo; además Moisés tampoco estaba preparado para encargarse del pueblo de Dios. Tenía que pasar por otros cuarenta años de preparación. A fin de reunir los requisitos para dirigir al pueblo de Dios, debía desarrollar cualidades como la mansedumbre, la humildad, la gran paciencia, la apacibilidad de genio y el autodominio, y debía aprender a confiar en Jehová a un grado mayor. Tenía que prepararse para evitar el desánimo y la desilusión y resistir dificultades, así como para tratar con bondad, calma y determinación la multitud de problemas que se presentarían en una gran nación. Tendría ya la dignidad, confianza y aplomo propios de un miembro de la casa de Faraón, así como dotes de organización y mando, pero la humilde ocupación de pastor en Madián le permitió desarrollar otras cualidades que aún serían más importantes para su futura comisión. También a David se le sometió a una rigurosa preparación, aun después de que Samuel lo ungió, y Jesucristo fue probado para perfeccionarlo como Rey y Sumo Sacerdote para siempre. “[Cristo] aprendió la obediencia por las cosas que sufrió; y después de haber sido perfeccionado vino a ser responsable de la salvación eterna para todos los que le obedecen.” (Heb 5:8, 9.)
Su nombramiento como libertador. Hacia el fin de su estancia de cuarenta años en Madián, Moisés estaba pastoreando el rebaño de Jetró cerca del monte Horeb, cuando se sorprendió al ver una zarza que ardía sin consumirse. Al acercarse para inspeccionar aquel extraño fenómeno, el ángel de Jehová le habló desde las llamas y le reveló que había llegado el momento para que Dios liberara a Israel de la esclavitud, por lo que le comisionó para que fuera en su nombre memorial: Jehová. (Éx 3:1-15.) De modo que Dios nombró a Moisés profeta y representante suyo, y entonces se le podía llamar correctamente “ungido”, “Mesías” o el “Cristo”, como en Hebreos 11:26. Por medio del ángel, Jehová proveyó las credenciales que Moisés podía presentar a los hombres de mayor edad de Israel. Estas consistían en tres milagros que servirían de señales. Esta es la primera vez que leemos en las Escrituras sobre un humano que haya recibido poder para hacer milagros. (Éx 4:1-9.)
La falta de confianza en sí mismo no descalificó a Moisés. Sin embargo, Moisés demostró falta de confianza en sí mismo, y arguyó que no podía hablar con fluidez. Este era un Moisés cambiado, bastante diferente del que por propia voluntad se había ofrecido como libertador de Israel cuarenta años antes. Persistió en señalar inconvenientes en lo que Jehová le decía, y finalmente le pidió que le excusara de aquella misión. Aunque Jehová se molestó por esta actitud, no lo rechazó, sino que designó a su hermano Aarón para que fuese su portavoz. Como Moisés era el representante de Dios, sería para Aarón como “Dios”, y Aarón hablaría en representación suya. Parece ser que con ocasión del encuentro que tuvieron con los hombres de mayor edad de Israel y los enfrentamientos con Faraón, Dios dio instrucciones y mandatos a Moisés, quien a su vez se los comunicó a Aarón para que hablara ante Faraón (un sucesor del Faraón del que había huido Moisés cuarenta años antes). (Éx 2:23; 4:10-17.) Posteriormente, Jehová llamó a Aarón “profeta” de Moisés, queriendo decir que así como Moisés era el profeta de Dios, dirigido por Él, de manera similar Aarón sería dirigido por Moisés. También le dijo a Moisés que sería hecho “Dios para Faraón”, es decir, que recibiría poder divino y autoridad sobre Faraón, de modo que no tenía por qué temer al rey de Egipto. (Éx 7:1, 2.)
Debido a que Moisés no estuvo dispuesto a aceptar la inmensa tarea de ser el libertador de Israel, Dios lo censuró, pero no canceló su asignación. Moisés no había vacilado debido a su edad avanzada, aunque ya tenía ochenta años de edad. Cuarenta años más tarde, a la edad de ciento veinte años, aún conservaba todo su vigor y agudeza mental. (Dt 34:7.) Durante los cuarenta años que pasó en Madián, tuvo mucho tiempo para meditar, y se dio cuenta del error que había cometido al intentar liberar a los hebreos por su propia cuenta. Entonces comprendía su insuficiencia, de modo que debió ser para él una gran sorpresa el que de súbito se le ofreciera este cometido después de tanto tiempo desligado de toda actividad pública.
Más adelante la Biblia nos dice: “El hombre Moisés era con mucho el más manso de todos los hombres que había sobre la superficie del suelo”. (Nú 12:3.) Como persona mansa, reconoció que solo era un ser humano, con sus imperfecciones y debilidades. No se presentó como el caudillo indiscutido de los israelitas. No tuvo temor de Faraón, sino una clara conciencia de sus limitaciones.
Ante Faraón en Egipto. Moisés y Aarón eran entonces figuras clave de una ‘batalla de dioses’. Por mediación de los sacerdotes magos, cuyos jefes eran al parecer Janes y Jambres (2Ti 3:8), Faraón invocó los poderes de todos los dioses de Egipto contra el poder de Jehová. El primer milagro que realizó Aarón ante Faraón por instrucción de Moisés demostró la supremacía de Jehová sobre los dioses de Egipto, aunque Faraón se hizo más obstinado. (Éx 7:8-13.) Más tarde, cuando llegó la tercera plaga, incluso los sacerdotes tuvieron que admitir: “¡Es el dedo de Dios!”. Y la plaga de diviesos los afectó tanto, que ni siquiera pudieron comparecer ante Faraón para oponerse a Moisés durante esa plaga. (Éx 8:16-19; 9:10-12.)
Las plagas ablandan a unos y endurecen a otros. Moisés y Aarón anunciaron cada una de las diez plagas. Las plagas se produjeron según se habían anunciado, lo que demostró que Moisés era el representante de Dios. El nombre de Jehová se declaró y divulgó por todo Egipto, ablandando a unos y endureciendo a otros con respecto a ese nombre: los israelitas y algunos egipcios se ablandaron, y Faraón, sus consejeros y partidarios se endurecieron. (Éx 9:16; 11:10; 12:29-39.) En vez de creer que habían ofendido a sus dioses, los egipcios sabían que era Jehová el que estaba juzgando a sus dioses. Para cuando ya se habían ejecutado nueve plagas, Moisés también se había hecho “muy grande en la tierra de Egipto, a los ojos de los siervos de Faraón y a los ojos del pueblo”. (Éx 11:3.)
Asimismo, hubo un cambio notable en los hombres de Israel. Al principio habían aceptado las credenciales de Moisés, pero cuando se les impuso condiciones de trabajo más duras por orden de Faraón, se quejaron contra él hasta el punto de que Moisés, desalentado, pidió ayuda a Jehová. (Éx 4:29-31; 5:19-23.) El Altísimo lo fortaleció diciéndole que había llegado el momento de realizar lo que Abrahán, Isaac y Jacob habían esperado, a saber, revelar completamente el significado de su nombre Jehová libertando a Israel y estableciéndolo como una gran nación en la Tierra Prometida. (Éx 6:1-8.) Ni siquiera entonces escucharon a Moisés los hombres de Israel. Pero después de la novena plaga, estuvieron totalmente de su lado, y cooperaron de tal modo que después de la décima plaga pudo organizarlos y sacarlos de Egipto de una manera ordenada, “en orden de batalla”. (Éx 13:18.)
Se necesitó valor y fe para enfrentarse a Faraón. Moisés y Aarón estuvieron a la altura de las circunstancias gracias a la fuerza que recibieron del espíritu de Jehová. Solo hay que pensar en el esplendor de la corte de Faraón, el rey de la potencia mundial indiscutida de aquel tiempo. Tenían ante sí al altivo Faraón, de quien se decía que era un dios, con su séquito de consejeros, comandantes militares, guardas y esclavos, y también a los líderes religiosos, los sacerdotes magos, sus principales opositores. Estos hombres eran, aparte del mismo Faraón, los más influyentes del imperio. Todo este impresionante despliegue tenía el propósito de respaldar a Faraón en apoyo de los dioses de Egipto. Y Moisés y Aarón se presentaron ante Faraón, no solo una vez, sino varias veces. El corazón de Faraón se endurecía cada vez más, porque estaba resuelto a no perder a sus valiosos esclavos hebreos. Tanto fue así, que después de anunciar la octava plaga, a Moisés y Aarón se les echó de delante de Faraón, y después de la novena plaga, se les ordenó que no intentaran ver de nuevo el rostro de Faraón bajo pena de muerte. (Éx 10:11, 28.)
Con este cuadro presente, se entiende mejor que Moisés pidiera repetidamente a Jehová seguridad y fuerza. Pero debe notarse que nunca dejó de cumplir al pie de la letra las órdenes de Jehová. Nunca quitó ni una sola palabra de todo lo que Jehová le mandó decir a Faraón. El liderazgo de Moisés se aceptó sin discusión, pues dice el registro que al tiempo de la décima plaga, “todos los hijos de Israel hicieron tal como Jehová había mandado a Moisés y Aarón. Hicieron precisamente así”. (Éx 12:50.) Moisés es un ejemplo de fe sobresaliente para los cristianos. El apóstol Pablo dice de él: “Por fe dejó a Egipto, pero sin temer la cólera del rey, porque continuó constante como si viera a Aquel que es invisible”. (Heb 11:27.)
Antes de la décima plaga, Moisés tuvo el privilegio de instituir la Pascua. (Éx 12:1-16.) En el mar Rojo tuvo que hacer frente a más quejas de los israelitas, quienes se creían atrapados y a punto de ser aniquilados. Pero expresó la fe de un caudillo verdadero bajo la poderosa mano de Jehová, asegurándoles que Jehová destruiría al ejército egipcio que los perseguía. Parece ser que durante esta crisis clamó a Jehová, pues se le dijo: “¿Por qué sigues clamando a mí?”. Luego Dios le mandó que alzara su vara y extendiera su mano sobre el mar para partirlo. (Éx 14:10-18.) Siglos más tarde, el apóstol Pablo dijo con referencia al paso de Israel por el mar Rojo: “Nuestros antepasados todos estuvieron bajo la nube y todos pasaron por el mar y todos fueron bautizados en Moisés por medio de la nube y del mar”. (1Co 10:1, 2.) Jehová efectuó aquel bautismo. Para librarse de sus perseguidores asesinos, los antepasados judíos tuvieron que unirse a Moisés como cabeza y seguir su acaudillamiento mientras este los conducía a través del mar. De este modo, toda la congregación de Israel fue de hecho sumergida en el libertador y caudillo Moisés.
Mediador del pacto de la Ley. Al tercer mes del éxodo de Egipto, Jehová demostró ante Israel la gran autoridad y responsabilidad que había conferido a su siervo Moisés, así como la íntima relación que existía entre ellos. Ante todo el pueblo de Israel, reunido al pie del monte Horeb, Jehová llamó a Moisés a la montaña y habló con él por medio de un ángel. En una ocasión se otorgó a Moisés un privilegio excepcional, tal vez la experiencia más imponente que jamás haya tenido hombre alguno antes de la venida de Jesucristo. En lo alto de la montaña, a solas, Jehová le dio una visión de su gloria, puso su “palma” sobre Moisés como protección, permitiéndole ver su “espalda”, lo que debió ser el resplandor que quedaba después de la manifestación divina de su gloria. Luego habló con él personalmente, por decirlo así. (Éx 19:1-3; 33:18-23; 34:4-6.)
Jehová le dijo a Moisés: “No puedes ver mi rostro, porque ningún hombre puede verme y sin embargo vivir”. (Éx 33:20.) Siglos más tarde, el apóstol Juan escribió: “A Dios ningún hombre lo ha visto jamás”. (Jn 1:18.) El mártir cristiano Esteban dijo a los judíos: “Este [Moisés] es el que llegó a estar entre la congregación en el desierto, con el ángel que le habló en el monte Sinaí”. (Hch 7:38.) De modo que un ángel representó a Jehová en la montaña. No obstante, la gloria de Jehová manifestada por su representante angélico fue de tal magnitud, que ‘la tez del rostro de Moisés emitía rayos’, de modo que los hijos de Israel no podían mirarlo. (Éx 34:29-35; 2Co 3:7, 13.)
Dios nombró a Moisés mediador del pacto de la Ley con Israel, una posición íntima como la que ningún hombre ha ocupado nunca ante Dios, a excepción de Jesucristo, el Mediador del nuevo pacto. Con la sangre de sacrificios animales, Moisés salpicó el libro del pacto, que representaba a Jehová como “un pactante”, y al pueblo (sin duda a los ancianos que representaban al pueblo), como el otro “pactante”. Leyó el libro del pacto al pueblo, y ellos contestaron: “Todo lo que Jehová ha hablado estamos dispuestos a hacerlo, y a ser obedientes”. (Éx 24:3-8; Heb 9:19.) En su calidad de mediador, tuvo el privilegio de supervisar la construcción del tabernáculo y la fabricación de los utensilios según el modelo que Dios le había dado, así como de efectuar la ceremonia de instalación del sacerdocio, con la unción del tabernáculo y del sumo sacerdote Aarón con un aceite de una composición especial. Luego supervisó los primeros servicios oficiales del sacerdocio recién dedicado. (Éx 25–29; Le 8, 9.)
Un mediador adecuado. Moisés subió varias veces al monte Horeb, y en dos ocasiones permaneció allí cuarenta días y cuarenta noches. (Éx 24:18; 34:28.) La primera vez volvió con dos tablas de piedra “en las que el dedo de Dios había escrito”, y que contenían las “Diez Palabras” o Diez Mandamientos, las leyes básicas del pacto de la Ley. (Éx 31:18; Dt 4:13.) En esta primera ocasión demostró tener las aptitudes necesarias para ser el mediador entre Jehová e Israel y para ser el caudillo de esa gran nación, compuesta quizás de tres millones de personas o más. Mientras Moisés estaba en la montaña Jehová le informó que el pueblo se había vuelto a la idolatría, y le dijo: “Ahora déjame, para que se encienda mi cólera contra ellos y los extermine, y déjame hacer de ti una nación grande”. La inmediata respuesta de Moisés puso de manifiesto que la santificación del nombre de Jehová era la cosa más importante para él, y que no tenía ningún tipo de egoísmo ni deseaba fama para sí mismo. No pidió nada para él, sino que demostró interés por el nombre de Jehová, nombre que Él mismo había ensalzado recientemente mediante el milagro del mar Rojo, y mostró respeto por la promesa de Dios a Abrahán, Isaac y Jacob. Jehová aprobó la súplica de Moisés y perdonó al pueblo. Aquí se ve que Jehová consideró que Moisés desempeñaba su papel de mediador de modo satisfactorio, y que Él respetaba el cargo para el que había nombrado a Moisés. De manera que entonces Jehová “empezó a sentir pesar respecto al mal de que había hablado que haría a su pueblo”, es decir, por causa del cambio de circunstancias, cambió de actitud con relación a traer el mal sobre ellos. (Éx 32:7-14.)
Cuando Moisés bajó de la montaña, se demostró su celo por la adoración verdadera como siervo de Dios. Al ver la fiesta estrepitosa que el pueblo idólatra había promovido, arrojó las tablas al suelo y las rompió, y pidió que los que quisieran se pusiesen de su lado. La tribu de Leví se puso de su parte, y les mandó que diesen muerte a todos los que habían participado en la adoración falsa, lo que resultó en la muerte de unos 3.000 hombres. Luego se volvió a Jehová, reconoció el gran pecado del pueblo y suplicó: “Pero ahora si perdonas su pecado..., y si no, bórrame, por favor, de tu libro que has escrito”. A Dios no le desagradó la súplica mediadora de Moisés, pero contestó: “Al que haya pecado contra mí, lo borraré de mi libro”. (Éx 32:19-33.)
Fueron muchas las veces que Moisés representó el lado de Jehová en el pacto, dio orden de que practicaran la adoración pura y verdadera y ejecutó juicio contra los desobedientes. Más de una vez también intercedió en favor de la nación —o de algunos de sus miembros— para que Jehová no los destruyese. (Nú 12; 14:11-21; 16:20-22, 43-50; 21:7; Dt 9:18-20.)
Altruismo, humildad, mansedumbre. Moisés estaba interesado principalmente en el nombre de Jehová y en Su pueblo. Por consiguiente, no buscaba gloria o posición. Cuando Jehová puso su espíritu sobre algunos hombres del campamento y estos empezaron a comportarse como profetas, el ayudante de Moisés, Josué, quiso impedírselo, al parecer porque pensó que estaban quitando gloria y autoridad a Moisés. Pero él contestó: “¿Sientes celos por mí? No, ¡quisiera yo que todo el pueblo de Jehová fueran profetas, porque Jehová pondría su espíritu sobre ellos!”. (Nú 11:24-29.)
Aunque Moisés era el caudillo de la gran nación de Israel nombrado por Jehová, estaba dispuesto a aceptar consejo de otros, en particular cuando eso repercutía de forma positiva en la nación. Poco tiempo después de que los israelitas salieron de Egipto, Jetró fue a su encuentro acompañado de la esposa y los hijos de Moisés. Jetró observó cuánto trabajaba Moisés y cómo se gastaba al tratar los problemas de cada uno que acudía a él. Con sabiduría le sugirió que, de acuerdo con un criterio ordenado, delegara grados de responsabilidad en otras personas a fin de aligerar su carga. Moisés escuchó el consejo de Jetró y lo aceptó, de modo que organizó al pueblo en millares, centenas, cincuentenas y decenas, con un jefe como juez sobre cada grupo. Solo los casos difíciles se llevaban a Moisés. Es digno de mención también que al explicar a Jetró lo que estaba haciendo, Moisés dijo: “En caso de que se les suscite una causa, esta tiene que venir a mí y yo tengo que juzgar entre una parte y la otra, y tengo que dar a conocer las decisiones del Dios verdadero y sus leyes”. De este modo indicó que reconocía que no tenía que juzgar según sus propias ideas, sino según las decisiones de Jehová, y que además tenía la responsabilidad de ayudar al pueblo a conocer y aceptar las leyes de Dios. (Éx 18:5-7, 13-27.)
Moisés mostró repetidas veces que el verdadero Caudillo no era él, sino Jehová. Cuando el pueblo empezó a quejarse de la comida, Moisés dijo: “Sus murmuraciones no son contra nosotros [Moisés y Aarón], sino contra Jehová”. (Éx 16:3, 6-8.) Posiblemente debido a que Míriam pensó que la presencia de la esposa de Moisés podía eclipsar su prominencia, tanto ella como Aarón, con celos y falta de respeto, empezaron a hablar contra Moisés y su autoridad. El que en este punto del relato se diga: “El hombre Moisés era con mucho el más manso de todos los hombres que había sobre la superficie del suelo”, hace aún más censurable su comportamiento. Parece ser que Moisés aguantaba con mansedumbre el abuso verbal sin imponerse. Pero Jehová se encolerizó por este desafío, ya que en realidad era una afrenta contra Él mismo. Se encargó de la cuestión y castigó con severidad a Míriam. El amor de Moisés por su hermana le impulsó a interceder a su favor y clamar: “¡Oh Dios, por favor! ¡Sánala, por favor!”. (Nú 12:1-15.)
Obedeció y esperó en Jehová. Moisés esperó en Jehová. Aunque se le llama legislador de Israel, reconoció que no era el originador de las leyes. Tampoco actuó de manera arbitraria, decidiendo los asuntos según su propio conocimiento. Cuando no existía un precedente para un caso legal o no se podía discernir exactamente cómo aplicar la Ley, Moisés presentaba el caso a Jehová para que Él estableciera una decisión judicial. (Le 24:10-16, 23; Nú 15:32-36; 27:1-11.) Moisés siguió cuidadosamente las instrucciones divinas. Supervisó de cerca el complicado trabajo de construir el tabernáculo y de hacer los utensilios y las vestiduras sacerdotales. El registro dice: “Y Moisés procedió a hacer conforme a todo lo que le había mandado Jehová. Hizo precisamente así”. (Éx 40:16; compárese con Nú 17:11.) Varias veces se dice que las cosas se hicieron “tal como Jehová había mandado a Moisés”. (Éx 39:1, 5, 21, 29, 31, 42; 40:19, 21, 23, 25, 27, 29.) Esto es provechoso para los cristianos, pues el escritor del libro de los Hebreos dice que estas cosas constituyen una “sombra” y una ilustración de cosas celestiales. (Heb 8:5.)
Moisés tropieza. Mientras Israel estaba acampado en Qadés, probablemente en el cuadragésimo año de vagar por el desierto, Moisés cometió una seria equivocación. El examinar este incidente nos ayuda a entender mejor, no solo la posición privilegiada que tenía Moisés, sino también su gran responsabilidad ante Jehová como caudillo y mediador de la nación. Debido a la escasez de agua, el pueblo empezó a protestar amargamente contra Moisés, culpándolo de haberlos sacado de Egipto al desierto árido. Moisés había aguantado mucho: tuvo que soportar la terquedad y rebeldía de los israelitas, compartir sus dificultades e interceder a favor de ellos cuando pecaban, pero en esa ocasión perdió momentáneamente su mansedumbre y su genio apacible. Exasperados y amargados de espíritu, Moisés y Aarón se levantaron ante el pueblo como Jehová había mandado. Pero en vez de dirigir la atención a Jehová como el Proveedor, hablaron con brusquedad al pueblo y asumieron un protagonismo que no les correspondía. Moisés dijo: “¡Oigan, ahora, rebeldes! ¿Es de este peñasco de donde les sacaremos agua?”. Luego Moisés golpeó la roca y Jehová hizo que fluyera suficiente agua para la multitud y sus rebaños. No obstante, Dios estaba disgustado con la conducta de Moisés y Aarón. No cumplieron con su responsabilidad principal, a saber, magnificar Su nombre. “Actuaron en desacato” contra Jehová, y Moisés ‘habló imprudentemente con sus labios’. Más tarde Jehová decretó: “Porque ustedes no mostraron fe en mí para santificarme delante de los ojos de los hijos de Israel, por lo tanto ustedes no introducirán a esta congregación en la tierra que yo ciertamente les daré a ellos”. (Nú 20:1-13; Dt 32:50-52; Sl 106:32, 33.)
Escritor. Moisés fue el escritor del Pentateuco, los primeros cinco libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Durante toda su historia los judíos han reconocido a Moisés como el escritor de esos libros, sección de la Biblia que llaman la Torá o la Ley. Jesús y los escritores cristianos atribuyen frecuentemente la Ley a Moisés. Por lo general se le atribuye la escritura del libro de Job, así como el Salmo 90 y, posiblemente, el 91. (Mt 8:4; Lu 16:29; 24:27; Ro 10:5; 1Co 9:9; 2Co 3:15; Heb 10:28.)
Muerte y entierro. Aarón, el hermano de Moisés, murió a la edad de ciento veintitrés años, mientras Israel estaba acampado al pie del monte Hor (en la frontera con Edom), en el quinto mes del cuadragésimo año de su viaje. Moisés llevó a Aarón a la montaña, le despojó de sus prendas de vestir sacerdotales y vistió con ellas a Eleazar, el hijo mayor vivo y sucesor de Aarón. (Nú 20:22-29; 33:37-39.) Unos seis meses más tarde, Israel llegó a las llanuras de Moab. Allí Moisés explicó la Ley a la nación reunida en una serie de discursos, y explicó detalladamente los ajustes que sería necesario hacer cuando Israel dejara de llevar una vida nómada y se estableciera en su propia tierra. En el duodécimo mes del año cuadragésimo (en la primavera de 1473 a. E.C.), Moisés anunció al pueblo que, según el nombramiento de Jehová, Josué le sucedería como caudillo. Luego comisionó a Josué y le exhortó a ser valeroso. (Dt 31:1-3, 23.) Finalmente, después de recitar una canción y bendecir al pueblo, Moisés, siguiendo el mandato de Jehová, subió al monte Nebo para ver la Tierra Prometida desde esta posición elevada, y luego murió. (Dt 32:48-51; 34:1-6.)
Moisés tenía ciento veinte años de edad cuando falleció. La Biblia dice con referencia a su fortaleza física: “Su ojo no se había oscurecido, y su fuerza vital no había huido”. Jehová lo enterró en un lugar que nunca se ha descubierto. (Dt 34:5-7.) Probablemente se hizo así para impedir que los israelitas cayeran en la adoración falsa convirtiendo su tumba en un santuario. Parece que el Diablo deseaba valerse del cuerpo de Moisés para algún fin semejante, pues Judas, el discípulo cristiano y medio hermano de Jesucristo, escribió: “Pero cuando Miguel el arcángel tuvo una diferencia con el Diablo y disputaba acerca del cuerpo de Moisés, no se atrevió a llevar un juicio contra él en términos injuriosos, sino que dijo: ‘Que Jehová te reprenda’”. (Jud 9.) Antes de cruzar hacia Canaán acaudillado por Josué, Israel observó treinta días de duelo en memoria de Moisés. (Dt 34:8.)
Un profeta a quien Jehová conoció “cara a cara”. Cuando Míriam y Aarón desafiaron la autoridad de Moisés, Jehová les dijo: “Si llegara a haber un profeta de ustedes para Jehová, sería en una visión como me daría a conocer a él. En un sueño le hablaría. ¡No así con mi siervo Moisés! Tiene confiada a él toda mi casa. Boca a boca le hablo, y así le muestro, y no por enigmas; y la apariencia de Jehová es lo que él contempla. ¿Por qué, pues, no temieron hablar contra mi siervo, contra Moisés?”. (Nú 12:6-8.) La conclusión del libro de Deuteronomio pone de relieve la posición privilegiada de Moisés ante Jehová: “Pero nunca desde entonces se ha levantado en Israel un profeta como Moisés, a quien Jehová conoció cara a cara, tocante a todas las señales y los milagros que Jehová lo envió a hacer en la tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, y en cuanto a toda la mano fuerte y todo el grande e imponente respeto que Moisés ejerció ante los ojos de todo Israel”. (Dt 34:10-12.)
Según estas palabras de Jehová, aunque Moisés nunca lo vio literalmente, tuvo una relación más directa, constante e íntima con Él que cualquier otro profeta antes de Jesucristo. La declaración de Jehová: “Boca a boca le hablo”, reveló que Moisés tenía una comunicación personal con Dios (por medio de ángeles, que tienen acceso a la misma presencia de Dios, Mt 18:10). (Nú 12:8.) Como mediador de Israel, disfrutó de una comunicación bilateral casi constante. Podía presentar problemas de importancia nacional en cualquier momento y recibir la respuesta de Dios. Jehová le confió ‘toda su casa’ y lo usó como su representante personal para organizar la nación. (Nú 12:7; Heb 3:2, 5.) Los profetas de tiempos posteriores solo edificaron sobre el fundamento que se había puesto por medio de Moisés.
Jehová se relacionó con Moisés de una manera tan impresionante, que era como si este realmente hubiera contemplado a Dios con sus ojos, en vez de solo tener una visión mental o un sueño en el que oyera hablar a Dios, que era como normalmente se comunicaba Dios con sus profetas. Los tratos de Jehová con Moisés fueron tan reales que Moisés se comportó como si hubiera visto “a Aquel que es invisible”. (Heb 11:27.) La impresión que esto causó en Moisés debió ser semejante a la que la transfiguración causó en el apóstol Pedro siglos más tarde. La visión fue tan real para Pedro que tomó parte en ella y habló sin darse cuenta de lo que decía. (Lu 9:28-36.) Y el apóstol Pablo también experimentó una visión tan real, que después dijo de sí mismo: “Si en el cuerpo, no lo sé, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe”. (2Co 12:1-4.)
No cabe duda de que el extraordinario éxito de Josué en introducir a Israel en la Tierra Prometida se debió en cierta medida a las excelentes cualidades que Moisés le inculcó de palabra y con su ejemplo. Josué fue el ministro de Moisés “desde su mocedad en adelante”. (Nú 11:28.) Seguramente fue comandante del ejército bajo el mando de Moisés (Éx 17:9, 10), y estuvo cerca de él como ayudante en muchas experiencias. (Éx 24:13; 33:11; Dt 3:21.)
Prefiguró a Jesucristo. Jesucristo dejó claro que Moisés había escrito en cuanto a él, pues en una ocasión dijo a sus opositores: “Si creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque aquel escribió de mí”. (Jn 5:46.) Estando con sus discípulos, “comenzando desde Moisés y todos los Profetas les interpretó cosas referentes a él en todas las Escrituras”. (Lu 24:27, 44; véase también Jn 1:45.)
Entre las cosas que Moisés escribió sobre Jesucristo se encuentran las palabras de Jehová: “Les levantaré un profeta de en medio de sus hermanos, semejante a ti; y verdaderamente pondré mis palabras en su boca, y él ciertamente les hablará todo lo que yo le mande”. (Dt 18:18, 19.) El apóstol Pedro citó esta profecía y la aplicó a Jesucristo. (Hch 3:19-23.)
Entre estos dos grandes profetas, Moisés y Jesucristo, hubo muchas correspondencias proféticas. Ambos escaparon en la infancia de una matanza en masa ordenada por los respectivos gobernantes de su tiempo. (Éx 1:22; 2:1-10; Mt 2:13-18.) A Moisés se le llamó de Egipto con el “primogénito” de Jehová, la nación de Israel, y fue el caudillo de esa nación. A Jesús se le llamó de Egipto como el Hijo primogénito de Dios. (Éx 4:22, 23; Os 11:1; Mt 2:15, 19-21.) Tanto el uno como el otro ayunaron durante cuarenta días en lugares desérticos. (Éx 34:28; Mt 4:1, 2.) Ambos vinieron en el nombre de Jehová, y el propio nombre de Jesús significa “Jehová es Salvación”. (Éx 3:13-16; Mt 1:21; Jn 5:43.) Al igual que Moisés, Jesús ‘declaró el nombre de Jehová’. (Dt 32:3; Jn 17:6, 26.) Ambos fueron excepcionalmente mansos y humildes (Nú 12:3; Mt 11:28-30) y tuvieron las credenciales más convincentes de que Dios los había enviado: sorprendentes milagros de muchas clases, en los que Jesús superó a Moisés al resucitar a los muertos. (Éx 14:21-31; Sl 78:12-54; Mt 11:5; Mr 5:38-43; Lu 7:11-15, 18-23.)
Moisés fue el mediador del pacto de la Ley entre Dios y la nación de Israel. Jesús fue el Mediador del nuevo pacto entre Dios y la “nación santa”, el “Israel [espiritual] de Dios”. (1Pe 2:9; Gál 6:16; Éx 19:3-9; Lu 22:20; Heb 8:6; 9:15.) Ambos fueron jueces, legisladores y caudillos. (Éx 18:13; 32:34; Da 9:25; Mal 4:4; Mt 23:10; Jn 5:22, 23; 13:34; 15:10.) A Moisés se le confió la mayordomía de la ‘casa de Dios’, es decir, la nación o congregación de Israel, y fue probado fiel. Jesús mostró fidelidad en la casa de Dios que él, como Hijo de Dios, edificó, a saber, la nación o congregación del Israel espiritual. (Nú 12:7; Heb 3:2-6.) Hubo un paralelo incluso en su muerte, pues en ambos casos Dios hizo desaparecer el cadáver. (Dt 34:5, 6; Hch 2:31; Jud 9.)
Hacia el fin de los cuarenta años que Moisés estuvo en el desierto, el ángel de Dios se le manifestó milagrosamente en la llama de una zarza, al pie del monte Horeb, mientras pastoreaba el rebaño de su suegro. Allí Jehová le comisionó para libertar a su pueblo de Egipto. (Éx 3:1-15.) Así Dios nombró a Moisés su profeta y representante, por lo que entonces podía llamársele correctamente un ungido o “Cristo”. Para llegar a estar en esa posición privilegiada, tuvo que abandonar los “tesoros de Egipto” y dejarse ‘maltratar con el pueblo de Dios’, siendo así objeto de vituperio. Pero estimó ese “vituperio del Cristo como riqueza más grande que los tesoros de Egipto”. (Heb 11:24-26.)
También este aspecto de la vida de Moisés tiene paralelo en la de Jesús. Según anunció un ángel cuando Jesús nació en Belén, tenía que llegar a ser un “Salvador, [...] Cristo el Señor”. Llegó a ser Cristo o el Ungido después que el profeta Juan lo bautizó en el río Jordán. (Lu 2:10, 11; 3:21-23; 4:16-21.) A partir de entonces, reconoció ser “el Cristo” o Mesías. (Mt 16:16, 17; Mr 14:61, 62; Jn 4:25, 26.) Jesucristo también mantuvo su vista en el premio y despreció la vergüenza de que le hicieron objeto los hombres, tal como Moisés lo había hecho. (Flp 2:8, 9; Heb 12:2.) La congregación cristiana es bautizada en este Moisés Mayor: Jesucristo, el predicho Profeta, Libertador y Caudillo. (1Co 10:1, 2.)