PRÉSTAMO
Cualquier valor, particularmente dinero, que se da para que se utilice durante cierto tiempo, a condición de que se devuelva o se entregue algo equivalente.
Entre los pueblos de la antigüedad era frecuente que se cobrase un interés muy alto por los préstamos, y se castigaba con severidad a quienes no podían devolverlos. Según algunos registros antiguos, el interés que debía pagarse por el arrendamiento de un campo podía ascender a la mitad de la cosecha, y no se consideraba ilegal el que un mercader tuviese que devolver el doble de lo que pedía prestado. (Código de Hammurabi, edición de Federico Lara Peinado, Madrid, Tecnos, 1986, párrs. 46, 101.) Pueden leerse ejemplos del castigo severo que se aplicaba a los deudores pueden leerse en la Historia de Roma desde su fundación, de Tito Livio, II, XXIII, 2-7, y en Mateo 18:28-30.
En el Israel de la antigüedad, sin embargo, la situación era muy diferente. Generalmente, los israelitas prestaban dinero o alimento a sus compatriotas si habían sufrido reveses económicos, y la Ley prohibía que se les exigiera el pago de interés. El que un israelita aceptase el pago de intereses de otro israelita necesitado equivalía a aprovecharse de su adversidad. (Éx 22:25; Le 25:35-37; Dt 15:7, 8; 23:19.) No obstante, se podía exigir el pago de interés a los extranjeros. No obstante, parece que incluso en este caso la Ley aplicaba exclusivamente a préstamos comerciales y no a situaciones de verdadera necesidad. Con frecuencia, los extranjeros que se hallaban en Israel eran comerciantes viajeros, así que era razonable que pagaran interés, pues ellos también prestarían a interés. (Dt 23:20.)
Las Escrituras Hebreas censuran al que rehúsa devolver un préstamo (Sl 37:21) y a la vez animan a prestar a los necesitados. (Dt 15:7-11; Sl 37:26; 112:5.) Proverbios 19:17 dice: “El que muestra favor al de condición humilde le presta a Jehová, y Él le pagará su trato”.
La experiencia de Ana demuestra que Jehová paga generosamente. En cumplimiento de su voto a Jehová, ella le ‘prestó’ a Samuel, su único hijo, para que sirviese en el santuario. En consecuencia, fue bendecida, no con solo un hijo más, sino con tres hijos y dos hijas. (1Sa 1:11, 20, 26-28; 2:20, 21.)
Mientras Cristo Jesús estuvo en la Tierra, reflejó la generosidad de su Padre Jehová y enseñó a otros a hacer lo mismo. Dijo con relación a los préstamos: “Si prestan sin interés a aquellos de quienes esperan recibir, ¿de qué mérito les es? Hasta los pecadores prestan sin interés a los pecadores para que se les devuelva otro tanto. Al contrario, continúen [...] prestando sin interés, sin esperar que se les devuelva nada; y su galardón será grande, y serán hijos del Altísimo, porque él es bondadoso para con los ingratos e inicuos”. (Lu 6:34, 35.)
La Ley obligaba a los judíos que escuchaban a Jesús a prestar sin interés a otros israelitas necesitados. No era infrecuente el que los pecadores prestasen sin interés a aquellos que podrían devolver el préstamo. No obstante, tal préstamo sin interés tal vez se hiciese con objeto de obtener algún favor del prestatario en el futuro. Por otro lado, si alguien deseaba imitar a Dios, iría más allá que un pecador y prestaría incluso a personas necesitadas cuya situación económica quizás no les permitiese devolver nunca lo que habían pedido.
Como es lógico, la aplicación de las palabras de Jesús se ve limitada por las circunstancias. Por ejemplo, la obligación de proveer lo necesario para la familia es de mayor importancia, por lo que sería incorrecto que alguien hiciese un préstamo que le impidiera cumplir con dicha obligación. (Mr 7:11-13; 1Ti 5:8.) También han de tomarse en cuenta la actitud y las circunstancias de la persona que pide el préstamo. ¿Se encuentra necesitada porque es irresponsable, perezosa y no desea aceptar trabajos que podría desempeñar? En ese caso aplicarían las palabras del apóstol Pablo: “Si alguien no quiere trabajar, que tampoco coma”. (2Te 3:10; véanse DEUDA, DEUDOR; INTERÉS.)