Mejore su memoria
JEHOVÁ DIOS creó el cerebro humano y lo dotó de la maravillosa facultad de la memoria. En consonancia con Su objetivo de que viviéramos para siempre, lo diseñó como un depósito que, sin importar la información que se extraiga de él, nunca pierde su valioso caudal (Sal. 139:14; Juan 17:3).
Sin embargo, quizá le parezca que, con excesiva frecuencia, lo que entra en su cabeza no está allí cuando lo necesita. ¿Cómo puede mejorar su memoria?
Ponga interés
El interés es un factor clave. La costumbre de ser observadores e interesarnos por la gente y lo que pasa a nuestro alrededor estimula las facultades mentales, de modo que al leer u oír algo de valor perdurable se nos hará más sencillo prestar la misma atención.
Con bastante frecuencia no resulta fácil acordarse de los nombres. Sin embargo, los cristianos sabemos que las personas son importantes, sean nuestros hermanos en la fe, la gente a la que predicamos o aquellos a quienes tratamos cuando atendemos las necesidades de la vida. ¿Qué nos ayudará a recordar los nombres que no deberíamos olvidar? El apóstol Pablo hizo mención de veintiséis miembros de una congregación a la que escribió. Su interés por ellos es manifiesto, pues no solo sabía cómo se llamaban, sino que, en muchos casos, agregó detalles concretos de su vida (Rom. 16:3-16). Algunos superintendentes viajantes de los testigos de Jehová de la actualidad logran memorizar los nombres, a pesar de que cada semana visitan una congregación distinta. ¿Cómo lo hacen? Tienen la costumbre de emplear varias veces el nombre de la persona la primera vez que hablan con ella, y procuran asociarlo con su rostro. Además, pasan algún tiempo con diferentes hermanos, ya sea predicando o comiendo juntos. Cuando usted conozca a alguien, ¿recordará cómo se llama? Empiece por pensar en una buena razón para no olvidarlo, y luego trate de seguir algunas de las sugerencias que acabamos de exponer.
La capacidad de recordar lo que leemos también es fundamental. ¿Qué le ayudará a mejorar en este campo? Tanto el interés como la comprensión cumplen su función. Es preciso que el tema le interese tanto que atraiga su atención, pues no retendrá nada si sus pensamientos están en otra parte mientras lee. Incrementará su comprensión relacionando la lectura con lo que le resulte familiar o lo que ya sepa del tema. Pregúntese: “¿Cómo y cuándo podría aplicar esta información? ¿Cómo podría utilizarla para ayudar a alguien?”. Asimismo, si lee frases, y no palabras sueltas, captará mejor las ideas y los puntos principales, y los recordará con más facilidad.
Haga repasos
Los expertos en materia de enseñanza recalcan el valor de los repasos. Un estudio de cierto profesor universitario reveló que un solo minuto de repaso inmediato multiplica por dos la información que se recuerda. Por consiguiente, una vez concluya su lectura o una sección significativa de ella, revise mentalmente las ideas principales y trate de memorizarlas. Piense en cómo explicaría con sus propias palabras los puntos aprendidos. Refrescar los conceptos poco después de leerlos le permitirá retenerlos durante más tiempo.
Al cabo de unos días procure compartir lo que ha leído con un miembro de su familia o de la congregación, con un compañero del trabajo o de la escuela, con un vecino o con quien converse en el ministerio del campo. Intente repetir, además de los hechos fundamentales, los razonamientos bíblicos que se usaban como apoyo. De este modo retendrá los puntos clave, y al mismo tiempo beneficiará a otras personas.
Medite en los asuntos importantes
Además de repasar lo que ha leído y hablar de ello, hallará provechoso reflexionar en las cuestiones importantes que haya aprendido, tal como hicieron los escritores bíblicos Asaf y David. El primero dijo: “Me acordaré de las prácticas de Jah; pues ciertamente me acordaré de tu maravilloso obrar de mucho tiempo atrás. Y ciertamente meditaré en toda tu actividad, y en tus tratos sí me interesaré intensamente” (Sal. 77:11, 12). De igual modo, David escribió: “Durante las vigilias de la noche medito en ti”. “He recordado días de mucho tiempo atrás; he meditado en toda tu actividad.” (Sal. 63:6; 143:5.) ¿Hace usted lo mismo?
Reflexionar de forma profunda y detenida en torno a los actos, las cualidades y las expresiones de la voluntad de Jehová no solo le permitirá memorizar datos, sino que, además, tal hábito grabará información crucial en su corazón y moldeará su ser interior. Los recuerdos que se formen constituirán sus pensamientos más íntimos (Sal. 119:16).
La función del espíritu de Dios
Disponemos de ayuda para recordar las verdades relacionadas con las obras de Jehová y el mensaje de Jesucristo. La noche antes de morir, este dijo a sus discípulos: “Mientras permanecía con ustedes les he hablado estas cosas. Mas el ayudante, el espíritu santo, que el Padre enviará en mi nombre, ese les enseñará todas las cosas y les hará recordar todas las cosas que les he dicho” (Juan 14:25, 26). Entre los presentes se hallaban Mateo y Juan. ¿Fue el espíritu santo un ayudante para ellos? Desde luego. Unos ocho años más tarde, Mateo terminó el primer relato minucioso de la vida de Jesús, en el que plasmó recuerdos tan inestimables como el Sermón del Monte o los pormenores de la señal de la presencia de Cristo y la conclusión del sistema de cosas. El apóstol Juan escribió su Evangelio al cabo de sesenta y cinco años de la muerte del Señor, y transcribió ciertos detalles de las palabras que este dirigió a sus apóstoles aquella última noche, antes de entregar su vida. Seguramente, tanto Mateo como Juan guardaban vívidos recuerdos de lo que Jesús dijo e hizo mientras estuvo con ellos, pero la intervención del espíritu santo fue fundamental para que no olvidaran los hechos relevantes que Jehová deseaba incluir en su Palabra escrita.
¿Es el espíritu santo un ayudante para los siervos de Dios de la actualidad? Sin duda alguna. Claro está, no nos transmite información que no hayamos aprendido, pero sí nos ayuda a recordar los aspectos importantes de lo que hemos estudiado (Luc. 11:13; 1 Juan 5:14). Cuando surge la necesidad, aviva nuestras facultades mentales para que “[nos acordemos] de los dichos hablados previamente por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador” (2 Ped. 3:1, 2).
“No vayas a olvidar”
Jehová advirtió una y otra vez a los israelitas que ‘no olvidaran’, no porque pretendiera que se acordaran de todo a la perfección, sino para evitar que se enredaran tanto en sus intereses personales que relegaran la memoria de los actos divinos a un segundo plano. Tenían que mantener vivos los recuerdos de la liberación que Jehová les otorgó cuando su ángel exterminó a todos los primogénitos de Egipto, así como cuando Él abrió el mar Rojo para luego cerrarlo y ahogar al Faraón junto con su ejército. Habían de tener muy presente que Dios les entregó su Ley en el monte Sinaí, los dirigió a través del desierto y los introdujo en la Tierra Prometida. No podían olvidarlo, pues aquellos sucesos debían seguir influyendo profundamente en su vida cotidiana (Deu. 4:9, 10; 8:10-18; Éxo. 12:24-27; Sal. 136:15).
Nosotros tampoco podemos darnos el lujo de olvidar. En medio de las presiones de la vida, debemos acordarnos de Jehová y de la clase de Dios que es, así como del amor que demostró al entregar a su Hijo, el cual aportó el precio requerido para rescatarnos de nuestros pecados y brindarnos vida eterna en perfección (Sal. 103:2, 8; 106:7, 13; Juan 3:16; Rom. 6:23). Mediante la lectura asidua de la Biblia y la participación activa en las reuniones de la congregación y en el ministerio del campo, mantendremos vivas en nosotros estas verdades tan valiosas.
Al tomar decisiones, sean de mayor o menor trascendencia, acuérdese de estos hechos y permita que moldeen su pensamiento. No los olvide. Busque la guía de Jehová. En vez de limitarse a dar un enfoque carnal a los asuntos o confiar en los impulsos de su corazón imperfecto, pregúntese qué consejos o principios de la Palabra de Dios deberían influir en su decisión (Pro. 3:5-7; 28:26). Cierto, jamás podrá acordarse de lo que no haya leído u oído. Sin embargo, según vaya creciendo su amor por Jehová y vaya convirtiéndose en su motivación principal, usted tratará de actuar en conformidad con las cosas que ha aprendido y que puede recordar con la ayuda del espíritu santo. En efecto, al aumentar en conocimiento exacto y amor por el Creador, crecerá también su caudal de sabiduría.