GUERRA
Situación hostil que va acompañada de acciones destinadas a subyugar o aniquilar a quien se considera enemigo. En hebreo existen varias palabras que se relacionan con la guerra. Una de ellas proviene del verbo raíz qa·ráv, cuyo significado primario es “acercarse”, es decir, acercarse para luchar. El nombre griego pó·le·mos significa “guerra”, y el verbo stra·téu·ō proviene de una raíz que hace alusión a un ejército acampado.
La Biblia dice que Nemrod “salió [de su tierra] para Asiria” —lo que se entiende como una agresión contra el territorio de Asur, el hijo de Sem—, donde edificó ciudades. (Gé 10:11.) En los días de Abrahán, Kedorlaomer, rey de Elam, subyugó varias ciudades (al parecer todas las que estaban alrededor del extremo meridional del mar Muerto) por un período de doce años. Cuando los habitantes de esas ciudades se rebelaron, Kedorlaomer y sus aliados guerrearon contra ellos, derrotaron a las fuerzas de Sodoma y Gomorra, tomaron sus posesiones y capturaron a Lot, el sobrino de Abrahán, junto con toda su casa. Ante eso, Abrahán reunió a 318 siervos adiestrados y junto con sus tres aliados persiguió a Kedorlaomer y consiguió recobrar a los cautivos y todo el botín, si bien no retuvo para sí nada del botín. Este es el primer registro de una guerra librada por un siervo de Dios. El que Abrahán guerreara para liberar a otro siervo de Jehová tuvo Su aprobación, pues a su regreso Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo, lo bendijo. (Gé 14:1-24.)
Guerras decretadas por Dios. Jehová es “persona varonil de guerra”, “el Dios de los ejércitos” y “poderoso en batalla”. (Éx 15:3; 2Sa 5:10; Sl 24:8, 10; Isa 42:13.) Como Creador y Soberano Supremo del universo, no solo tiene el derecho de ejecutar o autorizar la ejecución de los desaforados y de guerrear contra todos los obstinados que rehúsan obedecer sus justas leyes, sino que, además, la justicia le obliga. Por lo tanto, Jehová obró con justicia al destruir a los inicuos en el Diluvio, a Sodoma y Gomorra y a las fuerzas de Faraón. (Gé 6:5-7, 13, 17; 19:24; Éx 15:4, 5; compárese con 2Pe 2:5-10; Jud 7.)
Dios utiliza a Israel como brazo ejecutor. Jehová asignó a los israelitas el deber sagrado de ser su brazo ejecutor en la Tierra Prometida en la que les había introducido. Antes de su liberación de Egipto ellos no habían conocido el arte de la guerra. (Éx. 13:17.) Al dirigir victoriosamente a Israel contra “siete naciones más populosas y más fuertes” que ellos, Dios engrandeció su nombre como “Jehová de los ejércitos, el Dios de las líneas de batalla de Israel”. Esto demostró que “ni con espada ni con lanza salva Jehová, porque a Jehová pertenece la batalla”. (Dt 7:1; 1Sa 17:45, 47; compárese con 2Cr 13:12.) También les dio a los israelitas la oportunidad de demostrar su obediencia a los mandatos de Dios hasta el extremo de arriesgar la vida en guerras decretadas por Dios. (Dt 20:1-4.)
Se prohíbe guerrear para ampliar las fronteras marcadas por Dios. Dios prohibió estrictamente a Israel que guerrease para conquistar más territorio del que se le había concedido o atacase a una nación sin habérselo mandado. No tenía que contender con las naciones de Edom, Moab o Ammón. (Dt 2:4, 5, 9, 19.) Sin embargo, como con el tiempo esas naciones atacaron a los israelitas, se vieron obligados a guerrear en defensa propia. En esos casos tuvieron la ayuda de Dios. (Jue 3:12-30; 11:32, 33; 1Sa 14:47.)
Cuando en el período de los jueces el rey de Ammón intentó justificar su agresión contra Israel acusándole falsamente de anexionarse territorio ammonita, Jefté rebatió su argumento aludiendo a hechos históricos. Por eso, Jefté luchó contra sus agresores, basándose en el principio de que ‘todo aquel a quien Jehová nuestro Dios desposee de delante de nosotros es al que nosotros desposeeremos’. Jefté no entregaría a un intruso ni un centímetro de la tierra que Jehová le había dado. (Jue 11:12-27; véase JEFTÉ.)
Guerra santificada. Antiguamente se acostumbraba a santificar a las fuerzas combatientes antes de entrar en batalla. (Jos 3:5; Jer 6:4; 51:27, 28.) Durante la guerra, los combatientes de Israel, incluso los no judíos (por ejemplo, Urías, el hitita, que probablemente era un prosélito circunciso), tenían que permanecer limpios en sentido ceremonial. Durante las campañas militares no estaban permitidas las relaciones sexuales, ni siquiera con la esposa. Por esta razón las prostitutas no seguían al ejército de Israel. Además, el mismo campamento tenía que mantenerse limpio de contaminación. (Le 15:16, 18; Dt 23:9-14; 2Sa 11:11, 13.)
Cuando era necesario castigar al Israel infiel, a los ejércitos extranjeros que llevaban la destrucción se les consideraba ‘santificados’, en el sentido de que Jehová los había ‘apartado’ para la ejecución de sus justos juicios. (Jer 22:6-9; Hab 1:6.) De manera similar, Jehová llamó a las fuerzas militares (principalmente los medos y los persas) que destruyeron a Babilonia: “Mis santificados”. (Isa 13:1-3.)
Debido a la avidez de los falsos profetas de Israel, se dijo que ‘santificaban la guerra’ contra cualquiera que no contribuyese para su sustento. Con una actitud santurrona, alegaban que Dios aprobaba sus actos de opresión, entre los que figuraban la persecución e incluso muerte de profetas verdaderos y siervos de Dios. (Miq 3:5; Jer 2:8; Lam 4:13.)
Reclutamiento. Jehová mandó que se reclutase para servicio militar a los varones físicamente capacitados de Israel de veinte años de edad para arriba. Según Josefo, servían hasta los cincuenta años (Antigüedades Judías, libro III, cap. XII, sec. 4). Se rechazaba a los tímidos y cobardes porque las guerras de Israel eran guerras de Jehová, y quienes manifestasen una fe débil y fuesen temerosos podían debilitar la moral del ejército. Por otra parte, estaban exentos del servicio militar los hombres que habían terminado de edificar una casa y no la habían estrenado o los que habían plantado una viña y no habían tomado de su fruto. Estas exenciones se basaban en el derecho que tenía un hombre de disfrutar del fruto de su trabajo. El recién casado estaba exento por un año. De esta manera se le concedía tiempo para tener un heredero y conocerlo. Con estas concesiones, Jehová demostró su interés y consideración por la familia. (Nú 1:1-3, 44-46; Dt 20:5-8; 24:5.) Como los levitas servían en el santuario, se les eximía de prestar servicio militar, lo que mostraba que para Jehová el bienestar espiritual del pueblo era más importante que la defensa militar. (Nú 1:47-49; 2:32, 33.)
Leyes respecto al ataque y asedio de las ciudades. Jehová dio instrucciones a Israel en cuanto al procedimiento militar a seguir en la conquista de Canaán. Las siete naciones de Canaán mencionadas en Deuteronomio 7:1, 2 tenían que ser exterminadas totalmente, incluyendo a las mujeres y los niños. Sus ciudades tenían que ser dadas por entero a la destrucción. (Dt 20:15-17.) Según Deuteronomio 20:10-15, a otras ciudades primero se las advertía y se les estipulaban las condiciones para un acuerdo de paz. Si la ciudad se rendía, se perdonaba la vida a sus habitantes y se les obligaba a hacer trabajos forzados. El poder rendirse con la seguridad de que se les perdonaría la vida y no se violaría ni acosaría a sus mujeres, era un incentivo para que capitulasen ante el ejército de Israel y evitaran mucho derramamiento de sangre. Si la ciudad no se rendía, se mataba a todos los varones para evitar el riesgo de una posterior sublevación. A “las mujeres y los niñitos” se les dejaba con vida. Las “mujeres” a las que se hace referencia en este relato eran sin duda vírgenes, pues en Deuteronomio 21:10-14 se dice que cuando un israelita escogía como esposa a una cautiva de guerra, ella tenía que llorar a sus padres, no a su esposo. Además, tiempo antes, cuando Israel derrotó a Madián, se le dijo específicamente que solo tenía que perdonar la vida a las mujeres vírgenes. El mantener con vida solo a las vírgenes protegería a Israel de la adoración falsa y posiblemente de contraer enfermedades venéreas. (Nú 31:7, 17, 18.) (En cuanto a lo justo del decreto de Dios contra las naciones cananeas, véase CANAÁN, CANANEOS [Israel conquista Canaán].)
Los árboles frutales no debían cortarse para obras de asedio. (Dt 20:19, 20.) Los caballos del enemigo eran desjarretados durante el ardor de la batalla para incapacitarlos y luego se les daba muerte. (Jos 11:6.)
No todas las guerras de Israel fueron justas. Cuando Israel se hizo infiel, se vio envuelto en conflictos que no eran más que luchas por el poder. Este fue el caso de los enfrentamientos de Abimélec contra Siquem y Tebez en el tiempo de los jueces (Jue 9:1-57), y la guerra de Omrí contra Zimrí y Tibní que le permitió apoderarse del trono del reino de diez tribus. (1Re 16:16-22.) Además, en lugar de confiar en que Jehová los protegería de sus enemigos, los israelitas empezaron a confiar en el poder militar, los caballos y los carros de guerra. Por eso, en el tiempo de Isaías, el país de Judá estaba “lleno de caballos” y “no [había] límite para sus carros”. (Isa 2:1, 7.)
Estrategia y tácticas de guerra de la antigüedad. A veces se enviaban espías para explorar el lugar antes del ataque. Estos espías no tenían el propósito de provocar disturbios, rebeliones o movimientos subversivos. (Nú 13:1, 2, 17-19; Jos 2:1; Jue 18:2; 1Sa 26:4.) Se utilizaban llamadas especiales de trompeta para reunir a las fuerzas militares, emitir una llamada de guerra y dar una señal de acción unida. (Nú 10:9; 2Cr 13:12; compárese con Jue 3:27; 6:34; 7:19, 20.) En ocasiones las fuerzas se dividían y se desplegaban a fin de atacar desde los flancos o para tender emboscadas o trampas. (Gé 14:15; Jos 8:2-8; Jue 7:16; 2Sa 5:23, 24; 2Cr 13:13.) Hubo por lo menos una ocasión en que, por orden de Jehová, se colocó en la vanguardia de las fuerzas armadas a cantores que ofrecían alabanza a Dios. Aquel día Dios luchó por Israel, poniendo en confusión al campamento del enemigo y haciendo que se mataran unos a otros. (2Cr 20:20-23.)
El combate se libraba principalmente cuerpo a cuerpo, hombre contra hombre. Se utilizaban diversas armas: espadas, lanzas, jabalinas, flechas, piedras de honda, etc. Durante la conquista de la Tierra Prometida, Israel no cifró su confianza ni en los caballos ni en los carros, sino más bien en el poder salvador de Jehová. (Dt 17:16; Sl 20:7; 33:17; Pr 21:31.) Posteriormente, los ejércitos de Israel empezaron a utilizar caballos y carros, al igual que los egipcios y otros pueblos. (1Re 4:26; 20:23-25; Éx 14:6, 7; Dt 11:4.) Algunos ejércitos extranjeros contaban con carros de guerra armados con hoces de hierro que salían de sus ejes. (Jos 17:16; Jue 4:3, 13.)
Las tácticas bélicas cambiaron durante el transcurso de los siglos. Por lo general, Israel no se concentró en desarrollar armas ofensivas, aunque dio considerable atención a la fortificación. El rey Uzías de Judá se hizo famoso por haber hecho “máquinas de guerra, invención de ingenieros”, cuya misión principal era la defensa de Jerusalén. (2Cr 26:14, 15.) Los ejércitos asirios y babilonios se destacaron especialmente por sus muros de asedio y terraplenes, por los que se hacían subir torres con arietes para atacar la parte más elevada y débil del muro de la ciudad. En lo alto de estas torres se colocaban arqueros y honderos. Además de las torres, se empleaban otras máquinas de asedio, como las gigantescas catapultas. (2Re 19:32; Jer 32:24; Eze 4:2; Lu 19:43.) Al mismo tiempo, los defensores de la ciudad intentaban resistir el ataque con la ayuda de arqueros y honderos y la de sus soldados, que arrojaban teas desde los muros y las torres y desde las catapultas que se hallaban en el interior de la ciudad. (2Sa 11:21, 24; 2Cr 26:15; 32:5.) Cuando se asaltaban fortificaciones amuralladas, una de las primeras cosas que intentaban hacer los invasores era cortar el suministro de agua de la ciudad, mientras que la ciudad amenazada de sitio solía cegar las fuentes de agua de los alrededores a fin de que no las usasen los atacantes. (2Cr 32:2-4, 30.)
Los vencedores también cegaban los pozos y los manantiales de la zona y esparcían piedras sobre el suelo, incluso en algunas ocasiones sembraban el suelo de sal. (Jue 9:45; 2Re 3:24, 25; véanse ARMAS, ARMADURA; FORTIFICACIONES.)
Jesús predijo la guerra. Jesús, hombre de paz, dijo que “todos los que toman la espada perecerán por la espada”. (Mt 26:52.) A Pilato le dijo que si su Reino hubiese sido de este mundo, sus servidores habrían luchado para evitar que fuese entregado a los judíos. (Jn 18:36.) Sin embargo, predijo que debido a que Jerusalén lo había rechazado como el Mesías, sufriría asedio y desolación, durante la cual sus “hijos” (habitantes) serían ‘arrojados al suelo’. (Lu 19:41-44; 21:24.)
Poco antes de su muerte, Jesús pronunció profecías que aplicaban a aquella generación y también al tiempo en que comenzara su presencia en el poder del Reino: “Van a oír de guerras e informes de guerras; vean que no se aterroricen. Porque estas cosas tienen que suceder, mas todavía no es el fin. Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino”. (Mt 24:6, 7; Mr 13:7, 8; Lu 21:9, 10.)
Cristo guerrea como “Rey de reyes”. La Biblia revela que el resucitado Señor Jesucristo, a quien su Padre ha concedido ‘toda autoridad en el cielo y sobre la tierra’, participará en una guerra para destruir a todos los enemigos de Dios e introducirá paz eterna, como indica su título “Príncipe de Paz”. (Mt 28:18; 2Te 1:7-10; Isa 9:6.)
El apóstol Juan tuvo una visión de lo que ocurriría después del entronizamiento de Cristo en el cielo. En el Salmo 2:7, 8 y 110:1, 2 se había profetizado que el Hijo de Dios ‘le pediría que le diese naciones por herencia suya’, y que como respuesta Jehová le enviaría para ‘ir sojuzgando en medio de sus enemigos’. (Heb 10:12, 13.) La visión de Juan describió una guerra en el cielo, en la que Miguel (Jesucristo [véase MIGUEL núm. 1]) conduciría a los ejércitos celestiales en una guerra contra el dragón, Satanás el Diablo, como resultado de la cual el Diablo y sus ángeles serían arrojados a la Tierra. Esta guerra se peleará inmediatamente después del ‘nacimiento de un hijo, un varón’, que iba a pastorear a todas las naciones con vara de hierro. (Rev 12:7-9.) Luego se oyó una voz fuerte en el cielo que anunció: “¡Ahora han acontecido la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo [...]!”. Este anuncio trajo gran consuelo y gozo entre los ángeles, pero para la Tierra fue presagio de problemas y hasta guerras, pues la voz siguió diciendo: “¡Ay de la tierra y del mar!, porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto espacio de tiempo”. (Rev 12:10, 12.)
Después que se arrojó a Satanás a la Tierra, los siervos terrestres de Dios, el resto de la ‘descendencia de la mujer’, “los cuales observan los mandamientos de Dios y tienen la obra de dar testimonio de Jesús”, llegaron a ser el blanco principal del Diablo. Satanás inició una guerra contra ellos, que consistió tanto en un conflicto espiritual como en verdadera persecución, y hasta llegó a la propia muerte en el caso de algunos. (Rev 12:13, 17.) Los capítulos siguientes (13, 17–19) describen los agentes e instrumentos que Satanás utiliza contra ellos, así como la victoria de los santos de Dios bajo su Caudillo Jesucristo.
“La guerra del gran día de Dios el Todopoderoso.” El capítulo 19 de Revelación nos da una visión de la mayor guerra de toda la historia humana, algo que sobrepasa cualquier otra cosa que el hombre haya presenciado. Al comienzo de la visión se la llama “la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso”. En orden de batalla contra Jehová y el Señor Jesucristo como Comandante del ejército de Dios (las huestes celestiales), se hallan ‘la bestia salvaje y los reyes de la tierra y sus ejércitos’ simbólicos, reunidos en el campo de batalla por “expresiones inspiradas por demonios”. (Rev 16:14; 19:19.) No se representa a ningún siervo terrestre de Dios tomando parte en el combate. Por el contrario, los reyes de la Tierra “combatirán contra el Cordero, pero, porque es Señor de señores y Rey de reyes, el Cordero los vencerá”. (Rev 17:14; 19:19-21; véase HAR-MAGEDÓN.) Después de la lucha, se atará a Satanás por mil años, ‘para que no extravíe más a las naciones hasta que se terminen los mil años’. (Rev 20:1-3.)
Cuando concluya esta guerra, la Tierra disfrutará de paz durante mil años. El salmo declara a este respecto, “[Jehová] hace cesar las guerras hasta la extremidad de la tierra. Quiebra el arco y verdaderamente corta en pedazos la lanza; quema los carruajes en el fuego”. Este salmo tuvo su primer cumplimiento cuando Dios trajo paz a la tierra de Israel al destruir los instrumentos de guerra del enemigo. Pero una vez que Jesucristo derrote a los instigadores de la guerra en Har-Magedón, se disfrutará de paz completa y satisfaciente hasta la extremidad de esta esfera terrestre. (Sl 46:8-10.) Finalmente, las personas favorecidas con vida eterna serán las que habrán batido “sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas” y que no habrán ‘aprendido más la guerra’. “Porque la boca misma de Jehová de los ejércitos lo ha hablado.” (Isa 2:4; Miq 4:3, 4.)
La amenaza de guerra habrá terminado para siempre. La visión de Revelación pasa a mostrar que al final de los mil años se soltará a Satanás el Diablo de su prisión en el abismo y de nuevo inducirá a muchos a luchar contra los que permanezcan leales a Dios. Pero no se les hará ningún daño, porque ‘descenderá fuego del cielo’ y devorará a estos enemigos; así se hará desaparecer para siempre toda amenaza de guerra. (Rev 20:7-10.)
El guerrear cristiano. Aunque el cristiano no guerrea de una manera física contra sangre y carne (Ef 6:12), sí participa en una guerra, una lucha espiritual. El apóstol Pablo explica la guerra que se produce dentro del cristiano entre “la ley del pecado” y “la ley de Dios”, o ‘la ley de la mente’ (la mente cristiana que está en armonía con Dios). (Ro 7:15-25.)
Debido a que esta guerra es muy intensa, el cristiano tiene que esforzarse muchísimo para salir victorioso. Sin embargo, puede confiar en que logrará la victoria gracias a la bondad inmerecida de Dios mediante Cristo y a la ayuda del espíritu de Dios. (Ro 8:35-39.) Jesús dijo en cuanto a esta lucha: “Esfuércense vigorosamente por entrar por la puerta angosta” (Lu 13:24), y el apóstol Pedro aconsejó: “Sigan absteniéndose de los deseos carnales, los cuales son los mismísimos que llevan a cabo un conflicto [o: “están prestando servicio militar” (stra·téu·on·tai)] en contra del alma”. (1Pe 2:11, Int; compárese con Snt 4:1, 2.)
Contra espíritus inicuos. Además de guerrear contra la ley del pecado, el cristiano tiene una pelea contra los demonios, quienes se aprovechan de las tendencias de la carne a fin de tentar al cristiano para que peque. (Ef 6:12.) En esta lucha los demonios también inducen a los que están bajo su influencia para que tienten o se opongan y persigan a los cristianos en un esfuerzo por quebrantar su integridad a Dios. (1Co 7:5; 2Co 2:11; 12:7; compárese con Lu 4:1-13.)
Contra enseñanzas falsas. El apóstol Pablo también habló de una guerra que tanto él como sus compañeros estaban librando al desempeñar su comisión como personas nombradas para cuidar de la congregación cristiana. (2Co 10:3.) La congregación de Corinto había sufrido la mala influencia de hombres altivos a quienes Pablo llamó “apóstoles falsos”, que causaban divisiones y sectas en la congregación porque atribuían indebida importancia a personas. (2Co 11:13-15.) En realidad, se convirtieron en seguidores de hombres, tales como Apolos, Pablo y Cefas. (1Co 1:11, 12.) Los miembros de la congregación se volvieron carnales, perdiendo el punto de vista espiritual de que estos hombres tan solo representaban a Cristo y que unidamente servían para el mismo propósito. (1Co 3:1-9.) Veían a sus hermanos en la congregación ‘según lo que eran en la carne’, es decir, de acuerdo con su apariencia, habilidades innatas, personalidades, etc., en vez de verlos como hombres espirituales. No percibían que el espíritu de Dios estaba actuando en la congregación y que lo que lograban hombres como Pablo, Pedro y Apolos era gracias al espíritu de Dios y para Su gloria.
Por lo tanto, Pablo se sintió impelido a escribirles: “En verdad ruego que, estando presente, no use del denuedo con aquella confianza con que estoy contando tomar medidas denodadas contra algunos que nos valoran como si anduviéramos según lo que somos en la carne. Porque aunque andamos en la carne, no guerreamos según lo que somos en la carne. Porque las armas de nuestro guerrear no son carnales, sino poderosas por Dios para derrumbar cosas fuertemente atrincheradas. Porque estamos derrumbando razonamientos y toda cosa encumbrada que se levanta contra el conocimiento de Dios; y ponemos bajo cautiverio todo pensamiento para hacerlo obediente al Cristo”. (2Co 10:2-5.)
Pablo escribió a Timoteo, a quien había dejado en Éfeso para cuidar de la congregación: “Este mandato te encargo, hijo, Timoteo, de acuerdo con las predicciones que condujeron directamente a ti, que por estas sigas guerreando el guerrear excelente; manteniendo la fe y una buena conciencia”. (1Ti 1:18, 19.) Timoteo no solo tenía que enfrentarse con la carne pecaminosa y la oposición de los enemigos de la verdad, sino que también tenía que luchar contra la infiltración de falsas doctrinas y contra los que querían corromper la congregación. (1Ti 1:3-7; 4:6, 11-16.) Esta acción protegería a la congregación de la apostasía que Pablo sabía que surgiría una vez que los apóstoles desaparecieran. (2Ti 4:3-5.) Por consiguiente, Timoteo se iba a enfrentar a una verdadera lucha.
Pablo pudo decirle a Timoteo: “He peleado la excelente pelea, he corrido la carrera hasta terminarla, he observado la fe”. (2Ti 4:7.) Pablo había mantenido su fidelidad a Jehová y Jesucristo demostrando una conducta correcta y desempeñado bien su servicio frente a la oposición, el sufrimiento y la persecución. (2Co 11:23-28.) Además, había cumplido con la responsabilidad que su puesto como apóstol del Señor Jesucristo conllevaba, luchando por mantener a la congregación cristiana limpia y sin mancha, como una virgen casta, y como “columna y apoyo de la verdad”. (1Ti 3:15; 1Co 4:1, 2; 2Co 11:2, 29; compárese con 2Ti 2:3, 4.)
La ayuda material de Dios al cristiano. Con relación a la lucha del cristiano, Dios ve a su siervo como un soldado que le pertenece, por lo que le provee las cosas materiales necesarias. El apóstol razona sobre la autoridad de alguien que sirve como ministro de otros: “¿Quién es el que jamás sirve de soldado a sus propias expensas?”. (1Co 9:7.)
Los cristianos y las guerras de las naciones. Los cristianos siempre han mantenido estricta neutralidad en las guerras de las naciones y de los grupos o facciones de cualquier clase. (Jn 18:36; Ef 6:12.) Para ver ejemplos en cuanto a la actitud de los cristianos primitivos a este respecto, véase EJÉRCITO (Los llamados cristianos primitivos).
Otros usos. La canción que entonaron Barac y Débora tras la victoria sobre el ejército de Jabín, el rey de Canaán, contiene un detalle que pone de relieve un principio: “Ellos [Israel] procedieron a escoger dioses nuevos. Fue entonces cuando hubo guerra en las puertas”. (Jue 5:8.) Tan pronto como abandonaron a Jehová por la adoración falsa, empezaron a tener dificultades y sus enemigos llegaron a las mismas puertas de sus ciudades. Por ello, el salmista declaró: “A menos que Jehová mismo guarde la ciudad, de nada vale que el guarda se haya quedado despierto”. (Sl 127:1.)
Salomón escribió en Eclesiastés 8:8: “No hay hombre que tenga poder sobre el espíritu para restringir el espíritu; [...] ni hay licencia alguna en la guerra”. En el día de su muerte una persona no puede retener el espíritu o fuerza de vida e impedir que regrese a Dios, su Dador y Fuerza, para así vivir más tiempo. La humanidad moribunda no puede evitar que la muerte le alcance. Tampoco puede librarse, mediante esfuerzos humanos, de la guerra que su enemigo la Muerte libra contra ella sin hacer excepciones. El hombre pecaminoso no puede hacer que otro hombre como él le sustituya en la muerte y de esta manera librarse de ella. (Sl 49:6-9.) La única liberación posible se debe a la bondad amorosa de Jehová por la mediación de su hijo Jesucristo. “Así como el pecado reinó con la muerte, así mismo también la bondad inmerecida reinara mediante la justicia con vida eterna en mira mediante Jesucristo nuestro Señor.” (Ro 5:21.)