CANAÁN
(Tierra de Comercio; Tierra del Mercader), Cananeo.
1. El cuarto en la lista de los hijos de Cam y nieto de Noé. (Gé 9:18; 10:6; 1Cr 1:8.) Fue el progenitor de once tribus que con el tiempo poblaron la región del Mediterráneo oriental, entre Egipto y Siria, por lo que a esta se la llegó a llamar “la tierra de Canaán”. (Gé 10:15-19; 1Cr 16:18; véase núm. 2.)
Después del incidente relacionado con la embriaguez de Noé, Canaán llegó a estar bajo la maldición profética de este, según la cual con el tiempo sería esclavo tanto de Sem como de Jafet. (Gé 9:20-27.) Ya que el registro solo menciona que “Cam el padre de Canaán vio la desnudez de su padre y se puso a informarlo a sus dos hermanos afuera”, surge la pregunta de por qué fue Canaán y no Cam el objeto de la maldición. Una nota al pie de la página de la traducción Nácar Colunga, edición de 1947, hace el siguiente comentario sobre el versículo 24: “La bendición de Sem es indudable y directamente mesiánica; la de Jafet lo es indirectamente. La maldición recae no sobre Cam, sino sobre Canán, su hijo. La razón de esto podría ser que fuera Canán el autor del desacato a que parece referirse el hagiógrafo al decir: ‘Despierto Noé, supo lo que con él había hecho el más pequeño de sus hijos’, que ciertamente no era Cam, el segundo de los tres”. De manera similar, una publicación judía, The Pentateuch and Haftorahs, dice que la breve narración “se refiere a algún acto abominable en el que Canaán parece haber estado implicado” (edición de J. H. Hertz, Londres, 1972, pág. 34), y después de indicar que la palabra hebrea que se traduce “hijo” en el versículo 24 puede significar “nieto”, esta obra expone: “La referencia probablemente sea a Canaán”. The Soncino Chumash también señala que hay quien cree que Canaán “gratificó un deseo perverso en [Noé]”, y que la expresión “hijo menor” se refiere a Canaán, que era el hijo menor de Cam (edición de A. Cohen, Londres, 1956, pág. 47).
Debe entenderse que estos puntos de vista son conjeturales, pues el registro bíblico no da los detalles del incidente. Sin embargo, el que de repente se introduzca a Canaán en la narración antes de relatar la embriaguez de Noé (Gé 9:18), y el que el registro se refiera a Cam como “el padre de Canaán” (Gé 9:22), parecen pruebas claras de que Canaán estuvo implicado de algún modo. Es razonable concluir que la expresión “vio la desnudez de su padre” indique algún abuso o perversión por parte de Canaán, pues la mayoría de las veces que la Biblia habla de ‘poner al descubierto’ o ‘ver la desnudez’ de otra persona se refiere al incesto u otros pecados sexuales. (Le 18:6-19; 20:17.) Así, es posible que Canaán cometiera, o intentara cometer, algún acto deshonesto con Noé mientras este estaba inconsciente, y que Cam, teniendo conocimiento de ello, no lo impidiera o no disciplinara a su hijo. Tampoco hizo nada para cubrir la desnudez de su padre, limitándose tan solo a darlo a conocer a sus hermanos.
También debe tenerse en cuenta el elemento profético de la maldición. No hay prueba que indique que Canaán mismo llegara a ser esclavo de Sem o Jafet en el transcurso de su vida. Pero como fue Dios quien inspiró la maldición que Noé pronunció, y Él nunca expresa desaprobación sin causa justificada, es probable que ya se hubiera visto en Canaán algún rasgo claramente corrupto, quizás de naturaleza lasciva, y que Jehová hubiera previsto con su presciencia el mal efecto que esta característica tendría con el tiempo en sus descendientes. En el caso de Caín, un caso anterior, Jehová había notado una mala actitud de corazón y le había advertido del peligro de que lo venciera el pecado (Gé 4:3-7); Dios también había discernido la irreformable inclinación hacia la iniquidad de la mayor parte de la población antediluviana, lo que justificaba su destrucción. (Gé 6:5.) La prueba más obvia de la justicia de la maldición pronunciada sobre Canaán se ve más tarde en la historia de sus descendientes, una historia sórdida de inmoralidad y depravación, como lo testifica tanto la historia bíblica como la extrabíblica. La maldición de Canaán vio su cumplimiento unos ocho siglos después que se pronunció, cuando los israelitas de origen semítico subyugaron a los descendientes de Canaán y, más tarde, cuando estos llegaron a estar bajo la dominación de las potencias jaféticas de Medo-Persia, Grecia y Roma.
2. El nombre Canaán también aplica a la raza que descendió del hijo de Cam y a la tierra donde residía. Canaán es el nombre antiguo de la parte de Palestina situada al O. del río Jordán (Nú 33:51; 35:10, 14), aunque algún tiempo antes de la conquista israelita, los amorreos de Canaán invadieron la tierra que está al E. del Jordán. (Nú 21:13, 26.)
Límites e historia primitiva. La descripción más antigua de los límites de Canaán indica que esta tierra se extendía desde Sidón, al N., hasta Guerar, cerca de Gaza, al SO., y hasta Sodoma y las ciudades vecinas, al SE. (Gé 10:19.) Sin embargo, parece ser que en el tiempo de Abrahán, a Sodoma y a las otras “ciudades del Distrito” no se las consideraba parte de la tierra de Canaán propiamente dicha (Gé 13:12), como tampoco a los territorios posteriores de Edom y Moab, que habitaban descendientes de Abrahán y Lot. (Gé 36:6-8; Éx 15:15.) El territorio de Canaán tal y como se prometió a la nación de Israel se delimita con mayor detalle en Números 34:2-12. Empezaba al N. de Sidón y se extendía hacia el S. hasta “el valle torrencial de Egipto” y Qadés-barnea. Los filisteos, que no eran cananeos (Gé 10:13, 14), habían ocupado la región costera que estaba al S. de la llanura de Sarón, pero antes a esta también se la había ‘considerado’ tierra cananea. (Jos 13:3.) Otras tribus, como los quenitas (una de cuyas familias se relaciona más tarde con Madián; Nú 10:29; Jue 1:16) y los amalequitas (descendientes de Esaú; Gé 36:12), también se habían asentado en este territorio. (Gé 15:18-21; Nú 14:45.)
La Biblia no especifica si los descendientes de Canaán emigraron a esta tierra y se afincaron en ella después de la división de Babel (Gé 11:9), o si primero acompañaron al grupo principal de camitas a África y desde allí pasaron a la región de Palestina. De cualquier modo, para 1943 a. E.C., cuando Abrahán dejó Harán, en Padán-aram, y se dirigió a esta tierra, los cananeos ya se habían establecido en ella, y Abrahán tuvo ciertos tratos con amorreos e hititas. (Gé 11:31; 12:5, 6; 13:7; 14:13; 23:2-20.) Jehová repitió a Abrahán la promesa de que su descendencia heredaría esa tierra y le dijo que fuera “de un sitio a otro en la tierra por su largo y por su ancho”. (Gé 12:7; 13:14-17; 15:7, 13-21; 17:8.) Sobre la base de esta promesa y por respeto a la maldición que Dios había pronunciado, Abrahán se preocupó de que su hijo no se casara con una cananea. (Gé 24:1-4.)
La relativa facilidad con la que Abrahán y, más tarde, Isaac y Jacob viajaron por esta región con sus grandes manadas y rebaños muestra que aún no estaba densamente poblada. (Compárese con Gé 34:21.) Las investigaciones arqueológicas también dan prueba de que en aquel tiempo la población era bastante escasa y de que la mayoría de las ciudades se asentaban a lo largo de la costa mediterránea, en la región del mar Muerto, el valle del Jordán y la llanura de Jezreel. W. F. Albright dice que en la primera parte del II milenio a. E.C. prácticamente no había ninguna población sedentaria en la región montañosa de Palestina, lo que corrobora la tradición bíblica, según la cual los patriarcas vagaron por los amplios espacios de las colinas de la Palestina central y las tierras secas del S. (Archaeology of Palestine and the Bible, 1933, págs. 131-133.) Para ese tiempo, Canaán aún debía estar bajo la influencia y dominio elamita (y, por lo tanto, semita), como lo indica el registro de Génesis 14:1-7.
Algunas de las ciudades en cuyos aledaños acamparon Abrahán, Isaac y Jacob fueron Siquem (Gé 12:6), Betel y Hai (Gé 12:8), Hebrón (Gé 13:18), Guerar (Gé 20:1) y Beer-seba (Gé 22:19). Aunque no parece que los cananeos mostraron gran animosidad a los patriarcas hebreos, el factor principal por el que se vieron libres de ataques fue la protección divina. (Sl 105:12-15.) Así, después que los hijos de Jacob asaltaron la ciudad hevea de Siquem, “el terror de Dios” llegó a estar sobre las ciudades vecinas, “de modo que no corrieron tras los hijos de Jacob”. (Gé 33:18; 34:2; 35:5.)
La historia muestra que Canaán estuvo sometida a Egipto por unos dos siglos antes de la conquista israelita. Unos mensajes, conocidos como las Cartas de el-Amarna, enviados por ciertos gobernantes vasallos de Siria y Palestina a los faraones Amenhotep III y Akhenatón, presentan un cuadro de considerable disensión e intriga política en la región durante ese período. Para cuando Israel llegó a su frontera (1473 a. E.C.), Canaán era una tierra de numerosas ciudades-estados o pequeños reinos que de algún modo estaban relacionados por lazos tribales. Los espías que habían explorado la tierra casi cuarenta años antes habían hallado que era muy productiva y que sus ciudades estaban bien fortificadas. (Nú 13:21-29; compárese con Dt 9:1; Ne 9:25.)
Distribución de las tribus de Canaán. Parece ser que la principal de las once tribus cananeas (Gé 10:15-19) era la de los amorreos. (Véase AMORREO.) Además de haber conquistado Basán y Galaad, al E. del Jordán, las referencias a los amorreos muestran que eran poderosos tanto en el N. como en el S. de la región montañosa de Canaán. (Jos 10:5; 11:3; 13:4.) A los amorreos quizás los seguían en poder los hititas. Esta tribu se hallaba en tiempos de Abrahán en la zona S., Hebrón y sus alrededores (Gé 23:19, 20), pero parece que más tarde se ubicaron sobre todo en las regiones del N., en dirección a Siria. (Jos 1:4; Jue 1:23-26; 1Re 10:29.)
De las otras tribus, las que se mencionan con mayor frecuencia durante la conquista son las de los jebuseos, los heveos y los guirgaseos. Los jebuseos habitaban la región montañosa de los alrededores de Jerusalén. (Nú 13:29; Jos 18:16, 28.) Los heveos estaban diseminados desde Gabaón, al S. (Jos 9:3, 7), hasta la base del monte Hermón, al N. (Jos 11:3.) No se especifica qué territorio ocupaban los guirgaseos.
Las seis tribus restantes —los sidonios, los arvadeos, los hamateos, los arqueos, los sineos y los zemareos— bien pueden incluirse en el término global “cananeos”, usado con frecuencia con los nombres específicos de otras tribus; también es posible que la expresión “cananeos” se use sencillamente para referirse a ciudades o grupos de población cananea mixta. (Éx 23:23; 34:11; Dt 7:1; Nú 13:29.) Parece ser que esas seis tribus estaban asentadas al N. de la región que los israelitas conquistaron al principio y no se las menciona específicamente en el relato de la conquista.
Israel conquista Canaán. (MAPAS, vol. 1, págs. 737, 738.) En el segundo año después del éxodo, los israelitas intentaron entrar en Canaán por el S., pero como carecían del apoyo divino, los cananeos y sus aliados amalequitas los derrotaron. (Nú 14:42-45.) Hacia el fin de los cuarenta años de vagar por el desierto, Israel de nuevo avanzó hacia la tierra de Canaán. El rey de Arad atacó a los israelitas en el Négueb, pero esta vez las fuerzas cananeas fueron derrotadas y destruidas sus ciudades. (Nú 21:1-3.) Después de esta victoria, los israelitas no iniciaron la invasión por el S., sino que dieron un rodeo para penetrar por el E. Esto los enfrentó a los reinos amorreos de Sehón y Og, pero la derrota de estos reyes dejó todo Basán y Galaad bajo control israelita. Tan solo en Basán había sesenta ciudades “con muro alto, puertas y barras”. (Nú 21:21-35; Dt 2:26–3:10.) La derrota de estos reyes poderosos debilitó a los reinos cananeos del O. del Jordán, y el que después la nación israelita cruzara milagrosamente a pie enjuto el Jordán hizo que los corazones de los cananeos ‘empezaran a derretirse’. De manera que los cananeos no atacaron el campamento israelita de Guilgal durante el período en que muchos de los varones israelitas se recuperaban de la circuncisión ni tampoco durante la posterior celebración de la Pascua. (Jos 2:9-11; 5:1-11.)
Los israelitas tenían en Guilgal una buena base desde la que continuar la conquista de la tierra, pues entonces disponían de suficiente agua en el Jordán y podían conseguir suministros de alimento de la región conquistada al E. del río. Su primer objetivo fue la cercana ciudad fronteriza de Jericó, bien cerrada a causa de los israelitas, pero cuyos poderosos muros cayeron por el poder de Jehová. (Jos 6:1-21.) Más tarde, las fuerzas invasoras subieron unos mil metros, hasta la región montañosa del N. de Jerusalén, y, después de sufrir una derrota, capturaron Hai y la quemaron. (Jos 7:1-5; 8:18-28.) Ante la amenaza israelita, los reinos cananeos de todo el país formaron una importante coalición para repeler el ataque, aunque ciertas ciudades heveas buscaron la paz con Israel valiéndose de un subterfugio. Para los demás reinos cananeos, esta secesión de Gabaón y otras tres ciudades vecinas fue un acto de traición que ponía en peligro la unidad de toda la ‘liga cananea’, por lo que cinco reyes cananeos se aliaron para luchar contra Gabaón; no obstante, las tropas israelitas bajo el mando de Josué marcharon toda la noche para salvar la ciudad asediada. La derrota de los cinco reyes agresores estuvo acompañada de una precipitación milagrosa de enormes piedras de granizo, y fue en esa ocasión cuando Dios hizo que se retrasara la puesta del Sol. (Jos 9:17, 24, 25; 10:1-27.)
Las fuerzas victoriosas israelitas invadieron luego toda la mitad meridional de Canaán (con excepción de las llanuras de Filistea), conquistando ciudades de la Sefelá, la región montañosa y el Négueb, y más tarde volvieron a su campamento base de Guilgal, junto al Jordán. (Jos 10:28-43.) A continuación, los cananeos de la mitad septentrional, bajo el mando del rey de Hazor, concentraron sus tropas y carros de guerra, y reunieron sus fuerzas en las aguas de Merom, al N. del mar de Galilea. Sin embargo, el ejército de Josué atacó por sorpresa a la confederación cananea y la puso en fuga, tras lo cual pasó a capturar sus ciudades hasta Baal-gad, al N., al pie del monte Hermón. (Jos 11:1-20.) Parece ser que la campaña duró bastante tiempo y fue seguida por otra acción ofensiva en la región montañosa del S., esta vez contra los gigantescos anaquim y sus ciudades. (Jos 11:21, 22; véase ANAQUIM.)
Para entonces habían pasado unos seis años desde el comienzo de los enfrentamientos. Se había realizado la mayor parte de la conquista de Canaán y se había doblegado la fuerza de las tribus cananeas, lo que hacía posible que se empezara a distribuir la tierra entre las tribus israelitas. (Véase LÍMITE.) Sin embargo, todavía quedaban por subyugar varias regiones, algunas importantes, como el territorio de los filisteos, quienes, aunque no eran cananeos, habían usurpado parte de la Tierra Prometida a los israelitas: el territorio de los guesuritas (compárese con 1Sa 27:8), el territorio que iba desde los alrededores de Sidón hasta Guebal (Biblos) y toda la región del Líbano. (Jos 13:2-6.) Por otra parte, había focos de resistencia diseminados por todo el país, algunos de los cuales más tarde sofocaron las tribus de Israel que heredaron aquella tierra. A otros no se les conquistó y a algunos se les obligó a realizar trabajos forzados para los israelitas. (Jos 15:13-17; 16:10; 17:11-13, 16-18; Jue 1:17-21, 27-36.)
Aunque muchos cananeos sobrevivieron a la conquista y no fueron subyugados, aún podía decirse que ‘Jehová había dado a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus antepasados’, que les había dado “descanso todo en derredor” y que no había fallado “ni una promesa de toda la buena promesa que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se [había realizado]”. (Jos 21:43-45.) El temor había hecho presa de todos los pueblos vecinos y enemigos de los israelitas, por lo que no supusieron una amenaza verdadera a su seguridad. Dios había dicho con anterioridad que expulsaría a los cananeos “poco a poco” para que no se multiplicaran las bestias salvajes en una tierra desolada súbitamente. (Éx 23:29, 30; Dt 7:22.) A pesar de que los cananeos disponían de un armamento superior, como carros de guerra con hoces de hierro, no se puede decir que Jehová falló con respecto a su promesa porque en algunas ocasiones los israelitas fueron derrotados. (Jos 17:16-18; Jue 4:13.) Más bien, el registro bíblico muestra que las pocas derrotas que sufrieron los israelitas se debieron a su infidelidad. (Nú 14:44, 45; Jos 7:1-12.)
¿Por qué decretó Jehová el exterminio de los cananeos?
El registro histórico muestra que las poblaciones de las ciudades cananeas que conquistaron los israelitas fueron destruidas por completo. (Nú 21:1-3, 34, 35; Jos 6:20, 21; 8:21-27; 10:26-40; 11:10-14.) Por este motivo algunos críticos han acusado a las Escrituras Hebreas o “Antiguo Testamento” de estar imbuidas de un espíritu de crueldad y matanza desenfrenada. No obstante, la cuestión es si se reconoce o no la soberanía de Dios sobre toda la Tierra y sus habitantes. Mediante un pacto juramentado, había entregado el derecho de tenencia de la tierra de Canaán a la ‘descendencia de Abrahán’. (Gé 12:5-7; 15:17-21; compárese con Dt 32:8; Hch 17:26.) No obstante, Dios se proponía más que solo desahuciar o desposeer a los habitantes de aquella tierra. Él tiene el derecho de actuar como “Juez de toda la tierra” (Gé 18:25) y decretar la sentencia de pena capital sobre los que, según Él, lo merezcan, como también de hacer cumplir la ejecución de tal sentencia por los medios que desee emplear.
Las condiciones que habían llegado a existir entre los cananeos para el tiempo de la conquista israelita prueban fuera de toda duda la justicia de la maldición profética de Dios sobre Canaán. Jehová había permitido que pasaran cuatrocientos años desde el tiempo de Abrahán para que ‘quedase completo el error de los amorreos’. (Gé 15:16.) El hecho de que las esposas hititas de Esaú fuesen una “fuente de amargura de espíritu para Isaac y Rebeca” hasta el punto de que esta había ‘llegado a aborrecer su vida a causa de ellas’, ciertamente es una prueba de la maldad que ya manifestaban los cananeos. (Gé 26:34, 35; 27:46.) En los siglos siguientes, la tierra de Canaán llegó a estar saturada de prácticas detestables de idolatría, inmoralidad y derramamiento de sangre. La religión cananea era degradada en extremo, sus “columnas sagradas” y “postes sagrados” posiblemente eran emblemas fálicos y en muchos de los ritos que practicaban en los “lugares altos” se entregaban a la lujuria y a otras formas de depravación. (Éx 23:24; 34:12, 13; Nú 33:52; Dt 7:5.) El incesto, la sodomía y la bestialidad formaban parte de ‘la manera de obrar de la tierra de Canaán’; estas prácticas hicieron inmunda la tierra, por cuyo error era inevitable que se ‘vomitara a sus habitantes’. (Le 18:2-25.) La magia, la hechicería, el espiritismo y el sacrificio de los hijos en el fuego eran algunas de las prácticas detestables cananeas. (Dt 18:9-12.)
Baal era la deidad más importante que adoraban los cananeos. (Jue 2:12, 13; compárese con Jue 6:25-32; 1Re 16:30-32.) Un texto egipcio representa a las diosas cananeas Astoret (Jue 2:13; 10:6; 1Sa 7:3, 4), Aserá y Anat como diosas madre y, a la vez, prostitutas sagradas, que, paradójicamente, no perdían su virginidad (literalmente, “las grandes diosas que conciben, pero no dan a luz”). Su adoración al parecer siempre incluía la prostitución en los templos. Las diosas no solo simbolizaban la lujuria, sino también la guerra y la violencia sádica. Por ello, en el Poema de Baal hallado en Ugarit se dice que la diosa Anat realizó una gran matanza y luego se adornó con las cabezas de los muertos y colgó de su cinto las manos de estos, mientras se bañaba gozosamente en su sangre. Las figurillas de la diosa Astoret descubiertas en Palestina la representan desnuda y con los órganos sexuales groseramente exagerados. El arqueólogo W. F. Albright hace la siguiente observación sobre su adoración fálica: “En su peor momento, [...] el aspecto erótico de su culto debe haberse sumido en profundidades extremadamente sórdidas de degradación social”. (Archaeology and the Religion of Israel, 1968, págs. 76, 77; véanse ASTORET; BAAL núm. 4.)
Además de otras prácticas degradantes, también se hacían sacrificios de niños. Según Merrill F. Unger, “las excavaciones realizadas en Palestina han puesto al descubierto montones de cenizas y restos de esqueletos infantiles en cementerios situados cerca de altares paganos, lo que indica lo extendida que estaba esta práctica cruel y abominable”. (Archaeology and the Old Testament, 1964, pág. 279.) La obra Compendio Manual de la Biblia (de Henry H. Halley, 1985, pág. 157) dice: “Los cananeos, pues, adoraban cometiendo excesos inmorales en presencia de sus dioses, y luego asesinando a sus hijos primogénitos como sacrificio a estos mismos dioses. Parece que en gran parte, la tierra de Canaán había llegado a ser una especie de Sodoma y Gomorra en escala nacional. [...] ¿Tenía derecho a seguir viviendo una civilización de semejante inmundicia y brutalidad? [...] Los arqueólogos que cavan en las ruinas de las ciudades cananeas se preguntan por qué Dios no las destruyó mucho antes”. (GRABADO. vol. 1, pág. 739.)
En algunas ocasiones Jehová ha ejercido su derecho soberano de ejecutar la sentencia de muerte sobre gente inicua: en el diluvio global tal sentencia incluyó a casi toda la población humana, aniquiló el entero distrito de las ciudades de Sodoma y Gomorra debido al ‘clamor de queja acerca de ellas y su gravísimo pecado’ (Gé 18:20; 19:13), destruyó las fuerzas militares de Faraón en el mar Rojo y hasta exterminó las casas de Coré y otros rebeldes israelitas. En estos casos, Dios utilizó fuerzas naturales para llevar a cabo la destrucción; sin embargo, en el caso de Canaán asignó a los israelitas el deber sagrado de ser los ejecutores principales de su decreto divino, guiados por su mensajero angélico y respaldados por su fuerza todopoderosa. (Éx 23:20-23, 27, 28; Dt 9:3, 4; 20:15-18; Jos 10:42.) Por otra parte, para los cananeos los resultados fueron exactamente los mismos que si Dios los hubiera destruido mediante algún fenómeno natural, como un diluvio, un fuego o un terremoto, y el hecho de que fuesen agentes humanos los que dieran muerte a los pueblos condenados, por muy desagradable que pudiera parecer su misión, no altera la justicia de esa acción ordenada por Dios. (Jer 48:10.) Al usar a los israelitas como instrumento humano para luchar contra “siete naciones más populosas y más fuertes” que ellos, se enalteció el poder de Jehová y se demostró su divinidad. (Dt 7:1; Le 25:38.)
Los cananeos no ignoraban las muchas pruebas de que Israel era el pueblo de Dios y el instrumento que Él había escogido. (Jos 2:9-21, 24; 9:24-27.) Sin embargo, con la excepción de Rahab, su familia y las ciudades de los gabaonitas, no hubo quien buscara misericordia ni se valiera de la oportunidad de huir. Todos los que fueron exterminados habían decidido endurecerse rebeldemente contra Jehová. Él no los obligó a someterse y rendirse ante su voluntad expresada, sino, más bien, “[dejó] que se les pusiera terco el corazón, para que declararan guerra contra Israel, a fin de que él los diera por entero a la destrucción, para que no llegaran a recibir consideración favorable, sino para que los aniquilara” al ejecutar su juicio contra ellos. (Jos 11:19, 20.)
Con sabiduría, Josué “no quitó una palabra de todo lo que Jehová había mandado a Moisés” en cuanto a la destrucción de los cananeos. (Jos 11:15.) Sin embargo, la nación israelita no siguió su buena dirección y no eliminó por completo lo que contaminaba la tierra. Se toleró la presencia de los cananeos, presencia que afectó a Israel y que con el tiempo sin duda provocó más muertes (sin mencionar la violencia, inmoralidad e idolatría) que las que se hubieran producido si el decreto de exterminio de todos los cananeos se hubiera efectuado con fidelidad. (Nú 33:55, 56; Jue 2:1-3, 11-23; Sl 106:34-43.) Jehová había advertido a los israelitas que Su justicia y Sus juicios no serían parciales, de modo que si se relacionaban con los cananeos, se casaban con ellos, aceptaban su religión y adoptaban costumbres religiosas y prácticas degeneradas, no podrían evitar recibir la misma sentencia de aniquilación y también serían ‘vomitados de la tierra’. (Éx 23:32, 33; 34:12-17; Le 18:26-30; Dt 7:2-5, 25, 26.)
Jueces 3:1, 2 dice que Jehová permitió que algunas de las naciones cananeas permaneciesen “para probar a Israel mediante ellas, es decir, a cuantos no habían tenido la experiencia de pasar por ninguna de las guerras de Canaán; fue solamente para que las generaciones de los hijos de Israel tuvieran la experiencia, para enseñarles la guerra, es decir, solo a aquellos que antes de eso no habían experimentado tales cosas”. Esta declaración no está en contradicción con los versículos anteriores (Jue 2:20-22), que dicen que Jehová permitió que estas naciones se quedaran debido a la infidelidad de los israelitas y para ‘probar a Israel mediante ellas, para ver si serían personas que guardaran el camino de Jehová’. Por el contrario, muestra que debido a la permanencia de algunas naciones cananeas, las generaciones posteriores de israelitas tendrían la oportunidad de demostrar obediencia a los mandamientos de Dios con respecto a los cananeos, poniendo a prueba su fe hasta el punto de arriesgar la vida guerreando contra ellos.
En vista de lo antedicho, se hace patente que el punto de vista de algunos críticos sobre la incompatibilidad de la destrucción de los cananeos con el espíritu de las Escrituras Griegas Cristianas no armoniza con los hechos, como también demuestra un examen de los siguientes textos: Mateo 3:7-12; 22:1-7; 23:33; 25:41-46; Marcos 12:1-9; Lucas 19:14, 27; Romanos 1:18-32; 2 Tesalonicenses 1:6-9; 2:3; Revelación 19:11-21.
Historia posterior. Después de la conquista, los cananeos y los israelitas con el tiempo lograron una coexistencia relativamente pacífica, aunque en detrimento de Israel. (Jue 3:5, 6; compárese con Jue 19:11-14.) Unos tras otros, los gobernantes sirios, moabitas y filisteos consiguieron dominar por un tiempo a los israelitas, pero los cananeos no estuvieron en posición de subyugar a Israel durante veinte años hasta el tiempo de Jabín, llamado “el rey de Canaán”. (Jue 4:2, 3.) Después que Barac infligió una derrota definitiva a Jabín, las amenazas a Israel procedieron sobre todo de pueblos no cananeos, como los madianitas, los ammonitas y los filisteos. Del mismo modo, la única tribu cananea que se menciona brevemente durante el tiempo de Samuel son los amorreos. (1Sa 7:14.) El rey David expulsó a los jebuseos de Jerusalén (2Sa 5:6-9), pero sus mayores campañas se dirigieron contra los filisteos, los ammonitas, los moabitas, los edomitas, los amalequitas y los sirios. Así se ve que los cananeos, aunque todavía poseían ciudades y ocupaban tierras en el territorio de Israel (2Sa 24:7, 16-18), habían dejado de ser una amenaza militar. David incluso tuvo dos guerreros hititas en sus fuerzas de combate. (1Sa 26:6; 2Sa 23:39.)
Durante su gobernación, Salomón sometió a trabajos forzados a los que quedaban de las tribus cananeas (1Re 9:20, 21), y llegó con sus obras de construcción incluso hasta la ciudad cananea de Hamat, situada muy al N. (2Cr 8:4.) Sin embargo, más tarde las esposas cananeas contribuyeron a la caída de Salomón, a que su heredero perdiera gran parte del reino y a la corrupción religiosa de la nación. (1Re 11:1, 13, 31-33.) Desde el reinado de Salomón (1037-998 a. E.C.) hasta el de Jehoram de Israel (c. 917-905 a. E.C.), al parecer solo la tribu de los hititas siguió siendo importante y gozando de poder militar, aunque debió estar situada al N. de Israel, cerca de la frontera siria o ya dentro de territorio sirio. (1Re 10:29; 2Re 7:6.)
Los matrimonios con cananeas siguieron constituyendo un problema para los israelitas después del exilio babilonio (Esd 9:1, 2), pero parece ser que los reinos cananeos, incluso los hititas, se habían desintegrado ante las agresiones de Siria, Asiria y Babilonia. El término “Canaán” llegó a referirse sobre todo a Fenicia, como en la profecía de Isaías sobre Tiro (Isa 23:1, 11, nota) y en el caso de la mujer “fenicia” (literalmente, cananea [gr. kja·na·nái·a]) de la región de Tiro y Sidón que se dirigió a Jesús. (Mt 15:22, nota; compárese con Mr 7:26.)
Importancia comercial y geopolítica. El territorio de Canaán conectaba Egipto con Asia y, en particular, con Mesopotamia. Aunque básicamente la economía del país era agrícola, también se practicaba el comercio. Las ciudades portuarias de Tiro y Sidón, por ejemplo, se convirtieron en importantes centros comerciales, con flotas que se hicieron famosas por todo el mundo conocido de aquel entonces. (Compárese con Eze 27.) Por este motivo, ya en tiempo de Job la palabra “cananeo” llegó a ser sinónima de ‘comerciante’ o ‘mercader’, y así es como se traduce. (Job 41:6, NM; Sof 1:11, NC; obsérvese también la referencia a Babilonia como “la tierra de Canaán” en Eze 17:4, 12.) Canaán ocupaba un lugar muy estratégico en la Media Luna Fértil y fue el objetivo de los grandes imperios de Mesopotamia, Asia Menor y África, que intentaban controlar los pasos militares y el tráfico comercial por sus confines. De este modo, el que Dios situara a su pueblo escogido en esta tierra con toda seguridad atraería la atención de las naciones y tendría efectos de largo alcance; en sentido geográfico, y en especial en sentido religioso, se podía decir que los israelitas moraban “en el centro de la tierra”. (Eze 38:12.)
Idioma. Aunque el registro bíblico muestra con claridad que los cananeos eran de origen camítico, la mayoría de las obras de referencia les atribuyen un origen semita. Esto se debe a la creencia de que hablaban un idioma semítico, creencia basada en la gran cantidad de textos encontrados en Ras Shamra (Ugarit) escritos en un lenguaje o dialecto semita, siendo los más antiguos posiblemente del siglo XIV a. E.C. Sin embargo, parece ser que Ugarit no estaba dentro de los límites bíblicos de Canaán. Un artículo de A. F. Rainey en The Biblical Archaeologist (1965, pág. 105) dice que sobre la base étnica, política y, probablemente, lingüística, “ahora es una clara equivocación llamar ciudad ‘cananea’ a Ugarit”. Además, presenta otras pruebas que muestran que “Ugarit y la tierra de Canaán eran entidades políticas separadas y distintas”. De modo que las susodichas tablillas no proveen ninguna pauta clara para determinar qué lenguaje hablaban los cananeos.
Muchas de las tablillas de el-Amarna halladas en Egipto proceden de los gobernantes de varias ciudades de Canaán, y estas tablillas están escritas sobre todo en acadio cuneiforme, un lenguaje semítico. No obstante, este era el lenguaje diplomático de todo el Oriente Medio en aquel tiempo, usado incluso para escribir a la corte egipcia. Es de particular interés notar que The Interpreter’s Dictionary of the Bible (edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 1, pág. 495) dice que “las Cartas de el-Amarna contienen indicios de que en Palestina y Siria se asentaron elementos étnicos no semitas desde fechas bastante tempranas, pues varias de estas cartas muestran una notable influencia de lenguas no semitas” (cursivas nuestras). En definitiva, aún hay incertidumbre en cuanto a cuál era el lenguaje original que hablaban los primeros habitantes de Canaán.
Es cierto, no obstante, que el relato bíblico mismo parece mostrar que Abrahán y sus descendientes podían comunicarse con los habitantes de Canaán sin necesidad de intérpretes, y también puede notarse que, aunque se usan algunos nombres geográficos no semitas, la mayoría de las ciudades y los pueblos que conquistaron los israelitas ya tenían nombres semitas. Por otra parte, a los reyes filisteos del tiempo de Abrahán, y probablemente también a los del tiempo de David, se les llamaba “Abimélec” (Gé 20:2; 21:32; Sl 34, encab.), un nombre, o título, totalmente semita, y nunca se ha alegado que los filisteos fueran una raza semita. Así que lo que posiblemente sucedió es que las tribus cananeas cambiaron su lenguaje camítico original a una lengua semítica en los siglos posteriores a la confusión de las lenguas en Babel. (Gé 11:8, 9.) Esto pudo suceder debido a la relación que tuvieron con los pueblos de habla aramea de Siria durante el período de dominación mesopotámica o por otras razones desconocidas en la actualidad. Un cambio como este no sería mayor que el que sufrieron otros pueblos de la antigüedad, como el persa, que aunque pertenecía a la familia indoeuropea (jafética), más tarde adoptó tanto el lenguaje arameo semítico como su escritura.
“El lenguaje de Canaán” al que se hace referencia en Isaías 19:18 sería para entonces (siglo VIII a. E.C.) el hebreo, el idioma principal que se hablaba en la zona.