Sabían el nombre de Dios
LA PRIMERA obra literaria que según se sabe fue escrita y publicada en las colonias inglesas de América del Norte fue el “Bay Psalm Book” (Libro de los Salmos de la Bahía). La edición original fue impresa por Stephen Daye en la Colonia de la Bahía de Massachusetts en el año 1640. Aquella publicación temprana contenía el libro bíblico de los Salmos traducido del hebreo al inglés tal como se hablaba y escribía en aquella época.
Un rasgo notable de esta publicación es el uso del nombre divino en algunos versículos. Por consiguiente, cualquier persona que la leyera 350 años atrás podría saber el nombre de nuestro Creador. Por ejemplo, Salmo 83:17, 18 en esa edición dice: “Sean para siempre confundidos y horrendamente perturbados: sí, queden deshonrados y perezcan. A fin de que sepan los hombres que tú, cuyo nombre IEHOVAH es único, eres sobre el orbe entero el altísimo”.
Por supuesto, el Dios altísimo exige más que el que reconozcamos que su nombre es Jehová (Iehovah). Salmo 1:1, 2 dice, según esta misma publicación, que el “hombre bienaventurado” no anda en el consejo de los inicuos, “sino que en la ley de Iehovah está su ansioso deleite”. La versión revisada “New England Psalms” (Salmos de Nueva Inglaterra) de 1648 dice: “Mas en la ley de Jehovah pone toda su complacencia”.
En la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras, del siglo XX, leemos: “Feliz es el hombre que no ha andado en el consejo de los inicuos, y en el camino de los pecadores no se ha parado, y en el asiento de los burladores no se ha sentado. Antes bien, su deleite está en la ley de Jehová, y día y noche lee en su ley en voz baja”.
Para ser verdaderamente felices tenemos que rechazar el consejo de los inicuos, rehusar seguir el ejemplo de los pecadores y evitar la compañía de los burladores impíos. Entre otras cosas, debemos evitar el compañerismo de personas cuyo consejo y conducta pudieran inducirnos a cometer inmoralidad sexual, consumir drogas y participar en otras actividades contrarias a la ley de Dios. Sí, la felicidad genuina depende de que aprendamos acerca del Dios verdadero, cuyo nombre es Jehová, y apliquemos su ley como se nos revela en la Biblia.