Lecciones que nos enseña el universo
“No pretendo entender el universo, su envergadura es mucho mayor que la mía.” (Thomas Carlyle, 1795-1881.)
ACTUALMENTE, un siglo después, tenemos una mejor idea de lo mucho mayor que es en realidad la envergadura del universo en comparación con la nuestra. Aunque los científicos hoy saben mucho más que antes, su situación sigue siendo, en palabras de cierto astrónomo, como la de “los botánicos del siglo XVIII que descubrían en la jungla todas aquellas flores nuevas”.
A pesar de lo limitado de nuestro conocimiento, podemos llegar a ciertas conclusiones, que guardan relación con las cuestiones más importantes: cómo funciona el universo y cómo se originó.
No hay caos, sino orden
El estudio de la naturaleza del universo se denomina cosmología. Este término se deriva de dos palabras griegas —kosmos y logos— que indican ‘el estudio del orden o la armonía’. Es un nombre apropiado, pues orden es precisamente lo que los astrónomos encuentran, sea que investiguen el movimiento de los cuerpos celestes o la materia de la que se compone el cosmos.
Todo lo que hay en nuestro universo está en movimiento, pero no se trata de un movimiento errático ni imprevisible. Los planetas, las estrellas y las galaxias se mueven por el espacio siguiendo unas leyes físicas precisas, unas leyes que permiten a los científicos predecir ciertos fenómenos cósmicos con una exactitud infalible. Y por increíble que parezca, las cuatro fuerzas fundamentales que controlan el átomo más pequeño gobiernan también las galaxias más inmensas.
También se observa orden en la materia de la que se compone el universo. “La materia está [...] organizada en todas las escalas, desde lo muy pequeño hasta lo muy grande”, explica The Cambridge Atlas of Astronomy. Lejos de estar distribuida al azar, está estructurada de una manera ordenada: del mismo modo que existe una atracción que impide que los electrones se alejen de los protones, y los neutrones, del núcleo atómico, también existe una atracción mutua que mantiene unido un enorme cúmulo de galaxias.
¿Por qué se observa semejante orden y armonía en el universo? ¿Por qué existen leyes trascendentales que lo gobiernan? Además, en vista de que esas leyes tienen que haber existido antes del origen del universo —en caso contrario no podrían controlarlo—, la pregunta lógica es: ¿qué origen tienen dichas leyes?
El famoso científico Isaac Newton llegó a la siguiente conclusión: “Este bellísimo sistema del sol, los planetas y los cometas solo podría dimanar del consejo y dominio de un Ser inteligente y poderoso”.
El físico Fred Hoyle dijo: “El origen del Universo, como la solución del cubo de Rubik, requiere una inteligencia”. La conclusión de que tiene que haber un Legislador sobrenatural está confirmada por lo que hoy se entiende acerca del origen del universo.
La pregunta fundamental: ¿cómo se originó el universo?
El físico teórico Stephen Hawking explica: “En el universo primitivo está la respuesta a la pregunta fundamental sobre el origen de todo lo que vemos hoy, incluida la vida”. ¿Cuál es exactamente el punto de vista científico actual sobre el universo primitivo?
En la década de los sesenta, los científicos detectaron una débil radiación de fondo que llegaba de todas partes del firmamento. Se dijo que se trataba de una reverberación procedente de la primera explosión, a la que los astrónomos denominaron Big Bang (Gran Explosión). Dicen que fue una explosión de tal envergadura, que su eco todavía podía percibirse miles de millones de años después.a
Ahora bien, si el universo llegó a existir de repente debido a una explosión ocurrida entre 15.000 millones y 20.000 millones de años atrás —como creen hoy la mayoría de los físicos, aunque otros se oponen con vehemencia a esa teoría—, surge una pregunta crucial: ¿de dónde salió la energía original? En otras palabras, ¿qué hubo antes del Big Bang?
Esta es una pregunta que muchos astrónomos prefieren evitar. Uno de ellos confesó: “La ciencia ha demostrado que el mundo llegó a la existencia como resultado de fuerzas que parecen estar totalmente fuera de cualquier descripción científica. Este hecho preocupa a la ciencia porque choca con la religión científica (la religión de la causa y el efecto, la creencia de que todo efecto tiene una causa). Ahora nos damos cuenta de que el mayor efecto de todos, el origen del universo, viola este dogma de fe”.
Un catedrático de la universidad de Oxford matizó un poco más la cuestión. “El origen del universo —dijo— es algo que el lector debe deducir por sí mismo, pero nuestra teoría precisa de Él.” No obstante, la Biblia deja totalmente zanjada la cuestión, pues identifica a “la primera causa” cuando dice: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”. (Génesis 1:1.)
La insignificancia del hombre
La lección más sencilla que nos enseña el universo es la más obvia de todas, una que el presuntuoso hombre del Medievo se esforzó por desechar, pero que los poetas bíblicos reconocieron humildemente hace ya miles de años: la insignificancia humana.
Los descubrimientos recientes corroboran esta apreciación realista del rey David: “Cuando veo tus cielos, las obras de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has preparado, ¿qué es el hombre mortal para que lo tengas presente, y el hijo del hombre terrestre para que cuides de él?”. (Salmo 8:3, 4.)
La astronomía ha desvelado la inmensidad y majestuosidad del cosmos: las estrellas de tremendas proporciones, las distancias que superan lo imaginable, los eones de tiempo que se escapan de nuestra comprensión, los hornos cósmicos que generan temperaturas de millones de grados y las erupciones de energía a cuyo lado mil millones de bombas nucleares quedan en nada. En el libro bíblico de Job se hace un comentario muy apropiado al respecto: “¡Miren! Estos son los bordes de sus caminos, ¡y qué susurro de un asunto se ha oído acerca de él! Pero de su poderoso trueno, ¿quién puede mostrar entendimiento?”. (Job 26:14.) Cuanto más aprendemos acerca del universo, más nos damos cuenta de lo poco que sabemos y más insignificante parece el lugar que ocupamos en él. Esta es una lección que da que pensar al observador objetivo.
Isaac Newton admitió: “A mí mismo me hago únicamente el efecto de un chico que ha estado jugando en la playa y se ha divertido encontrando a veces un guijarro más liso o una concha más bonita que de costumbre, mientras el vasto océano de la verdad se extendía totalmente ignoto delante de mí”.
Admitir esta realidad debería hacernos más humildes, y es precisamente la humildad lo que nos ayudará a reconocer que existe Alguien que creó el universo, Alguien que dictó las leyes que lo gobiernan, Alguien mucho más poderoso y sabio que nosotros. El libro de Job nos recuerda: “Con él hay sabiduría y poderío; él tiene consejo y entendimiento”. (Job 12:13.) Y esta es la mayor lección que nos enseña el universo.
Según se desvelan más secretos del universo, aparecen misterios aún mayores. En un artículo futuro se examinarán algunos de los últimos descubrimientos que hoy desconciertan a los astrónomos y hacen surgir nuevas preguntas que provocan debates entre los cosmólogos.
[Nota a pie de página]
a Del mismo modo que se forman ondas en el agua cuando se arroja una piedra a un estanque, esta primera explosión teórica formó “ondas” de radiación de microondas; y eso es lo que los científicos creen que están captando con sus sensibles antenas de radio, unas ondas a las que cierto escritor llamó “los ecos sibilantes de la creación”.
[Fotografía en la página 10]
Aparato para detectar la radiación de fondo procedente del teórico Big Bang
[Reconocimiento]
Cortesía del Royal Greenwich Observatory y del Instituto de Astrofísica de las islas Canarias