MUJER
Persona del sexo femenino, especialmente la que ha pasado la pubertad. La expresión hebrea para mujer es ʼisch·scháh (literalmente, “varona”), que también puede traducirse “esposa”. De igual modo, la palabra griega gy·nḗ se traduce “mujer” y “esposa”.
Creación. Aun antes de que Adán siquiera solicitase una compañera humana, Dios, su Creador, se propuso crearla. Después de poner a Adán en el jardín de Edén y darle la ley respecto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, Jehová dijo: “No es bueno que el hombre continúe solo. Voy a hacerle una ayudante, como complemento de él”. (Gé 2:18.) Dios no impuso al hombre el mandato de seleccionar una compañera del reino animal, pues le llevó a los animales con el único fin de que les pusiese nombre. Adán no sentía la más mínima inclinación por la zoofilia, y se daba perfecta cuenta de la ausencia de una compañera idónea para él en el ámbito animal. (Gé 2:19, 20.) “Por lo tanto Jehová Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre y, mientras este dormía, tomó una de sus costillas y entonces cerró la carne sobre su lugar. Y Jehová Dios procedió a construir de la costilla que había tomado del hombre una mujer, y a traerla al hombre. Entonces dijo el hombre: ‘Esto por fin es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada Mujer, porque del hombre fue tomada esta’.” (Gé 2:21-23.)
Su posición y responsabilidades. La mujer fue creada del hombre, y por ello su existencia dependía de este. Como era “una sola carne” con él, su complemento y ayudante, tenía que someterse a él como su cabeza. También estaba bajo la ley que Dios le había dado a Adán en cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo. Tenía la responsabilidad de trabajar para el bien del hombre, tendrían hijos y juntos dominarían los animales. (Gé 1:28; 2:24.)
Puesto que era normal que la mujer de tiempos bíblicos estuviera casada, los textos que se refieren a sus responsabilidades suelen estar relacionados con su posición de esposa. El principal deber de toda mujer en Israel era rendir adoración verdadera a Jehová Dios. Un ejemplo fue Abigail, que se casó con David después de la muerte de su esposo Nabal, ‘hombre que no servía para nada’. Aunque Nabal actuó mal —rehusó emplear sus bienes materiales para ayudar a David, el ungido de Jehová—, Abigail comprendió que no estaba obligada a efectuar una acción contraria a la voluntad de Jehová, como había hecho su esposo. Jehová la bendijo por apegarse a la adoración correcta ayudando a su ungido. (1Sa 25:23-31, 39-42.)
En segundo lugar, la mujer tenía que obedecer a su esposo. Su deber era trabajar arduamente para el bien de la casa y procurar la honra de su cabeza y marido. Esto resultaría en el mayor honor para ella. Proverbios 14:1 dice al respecto: “La mujer verdaderamente sabia ha edificado su casa, pero la tonta la demuele con sus propias manos”. Ella siempre tendría que hablar bien de su esposo y aumentar el respeto que otros sintieran por él, y el esposo debería poder estar orgulloso de ella. “Una esposa capaz es una corona para su dueño, pero como podredumbre en sus huesos es la que actúa vergonzosamente.” (Pr 12:4.) En el capítulo 31 de Proverbios se habla de su posición honorable y de los privilegios que tiene como esposa, junto con las bendiciones que recibe por su fidelidad, diligencia y sabiduría. (Véase ESPOSA.)
En Israel, la madre tenía mucho que ver en que sus hijos aprendiesen justicia, respeto y diligencia, y con frecuencia su consejo y su influencia sobre sus hijos mayores resultaba en el bien de ellos. (Gé 27:5-10; Éx 2:7-10; Pr 1:8; 31:1; 2Ti 1:5; 3:14, 15.) Las muchachas en particular aprendían a ser buenas esposas, pues su madre las enseñaba a cocinar, tejer y todo lo relacionado con la administración del hogar. Por su parte, el padre enseñaba un oficio a sus hijos. Las esposas también podían dirigirse con libertad a sus maridos (Gé 16:5, 6), y en ocasiones les ayudaban a tomar decisiones acertadas. (Gé 21:9-13; 27:46–28:4.)
Por lo general, la elección de la novia correspondía a los padres del novio. Pero, al igual que había sucedido anteriormente en el caso de Rebeca, parece que bajo la Ley también se daba atención al parecer de la muchacha. (Gé 24:57, 58.) Aunque la poligamia era común, pues Dios no restableció el estado original de monogamia hasta que se fundó la congregación cristiana (Gé 2:23, 24; Mt 19:4-6; 1Ti 3:2), se regulaban las relaciones polígamas.
Incluso las leyes militares favorecían tanto a la esposa como al esposo al eximir del ejército durante un año al hombre recién casado. De este modo la pareja podía ejercer su derecho de tener un hijo, que sería de gran consuelo para la madre en ausencia de su esposo, y más aún en el caso de que perdiese la vida en la batalla. (Dt 20:7; 24:5.)
La Ley no hacía distinción entre hombres y mujeres si eran culpables de adulterio, incesto, bestialidad y otros delitos. (Le 18:6, 23; 20:10-12; Dt 22:22.) Ninguna mujer debía ponerse la ropa de un hombre, ni un hombre ropa de mujer, ya que esto podía inducir a la inmoralidad y, en particular, a la homosexualidad. (Dt 22:5.) Las mujeres podían beneficiarse de los sábados, las leyes que tenían que ver con el nazareato, las fiestas y todas las disposiciones de la Ley en general. (Éx 20:10; Nú 6:2; Dt 12:18; 16:11, 14.) Los hijos tenían el deber de honrar y obedecer a su madre de la misma manera que a su padre. (Le 19:3; 20:9; Dt 5:16; 27:16.)
Privilegios en la congregación cristiana. En sentido espiritual, no hay distinción entre hombre y mujer para aquellos a quienes Dios llama a la herencia celestial (Heb 3:1) a fin de ser coherederos con Jesucristo. El apóstol escribe: “Todos ustedes, de hecho, son hijos de Dios mediante su fe en Cristo Jesús [...], no hay ni varón ni hembra; porque todos ustedes son una persona en unión con Cristo Jesús”. (Gál 3:26-28.) Todos ellos tienen que recibir un cambio de naturaleza en su resurrección al ser hechos copartícipes de la “naturaleza divina”, y en esta condición nadie será mujer, pues entre las criaturas celestiales no existe el sexo femenino, porque el sexo es el medio otorgado por Dios para la reproducción de las criaturas terrestres. (2Pe 1:4.)
Proclamadoras de las buenas nuevas. Hubo mujeres entre los que recibieron los dones del espíritu santo en el día del Pentecostés de 33 E.C., mujeres a las que se hace referencia en la profecía de Joel como “hijas” y “siervas”. Desde aquel día en adelante, las mujeres cristianas que recibieron estos dones hablaron en lenguas extranjeras que no habían entendido antes y ‘profetizaron’, no necesariamente en el sentido de predecir importantes acontecimientos futuros, sino de proclamar las verdades bíblicas. (Joe 2:28, 29; Hch 1:13-15; 2:1-4, 13-18; véase PROFETISA.)
Cuando las mujeres hablaban a otros acerca de las verdades de la Biblia, no se circunscribían a sus compañeros de creencia. Antes de ascender al cielo, Jesús había dicho a sus seguidores: “Recibirán poder cuando el espíritu santo llegue sobre ustedes, y serán testigos de mí tanto en Jerusalén como en toda Judea, y en Samaria, y hasta la parte más distante de la tierra”. (Hch 1:8.) Posteriormente, en el día del Pentecostés de 33 E.C., cuando el espíritu santo se derramó sobre los 120 discípulos (entre ellos varias mujeres), a todos se les otorgó el privilegio de testificar (Hch 1:14, 15; 2:3, 4.); y la profecía de Joel (2:28, 29) a la que se refirió Pedro en aquella ocasión, menciona específicamente a las mujeres. De modo que ellas se contaban entre los que tenían la responsabilidad de ser testigos de Jesús “tanto en Jerusalén como en toda Judea, y en Samaria, y hasta la parte más distante de la tierra”. Consecuentemente, el apóstol Pablo informó más tarde que Evodia y Síntique, dos hermanas de Filipos, se habían “esforzado lado a lado [con él] en las buenas nuevas”. Asimismo, Lucas menciona a Priscila, quien junto con su marido, Áquila, ‘exponía el camino de Dios’ en Éfeso. (Flp 4:2, 3; Hch 18:26.)
Reuniones de congregación. En algunas reuniones la mujer podía orar o profetizar, siempre que llevase una cobertura para la cabeza. (1Co 11:3-16; véase COBERTURA PARA LA CABEZA.) Sin embargo, en reuniones de carácter público, cuando “toda la congregación”, así como los “incrédulos”, se reunía en un lugar (1Co 14:23-25), las mujeres tenían que ‘guardar silencio’. Si ‘querían aprender algo, podían preguntarle a su propio esposo en casa, porque era vergonzoso que una mujer hablase en la congregación’. (1Co 14:31-35.)
Aunque no se permitía a la mujer enseñar en una reunión de congregación, podía enseñar fuera de la congregación a las personas que deseaban aprender la verdad de la Biblia y las buenas nuevas acerca de Jesucristo (compárese con Sl 68:11), y, además, debía ser ‘maestra de lo que es bueno’ para las mujeres más jóvenes (y los niños) dentro de la congregación. (Tit 2:3-5.) Pero no tenía que ejercer autoridad sobre el hombre o disputar con él, como, por ejemplo, en las reuniones de la congregación. Tenía que recordar lo que le sucedió a Eva y lo que Dios dijo con respecto a la posición de la mujer después del pecado de Adán y Eva. (1Ti 2:11-14; Gé 3:16.)
Los superintendentes y siervos ministeriales han de ser varones. No se menciona a las mujeres cuando se habla sobre las “dádivas en hombres” que Cristo dio a la congregación. Las palabras “apóstoles”, “profetas”, “evangelizadores”, “pastores” y “maestros” se encuentran en género masculino. (Ef 4:8, 11.)
Por consiguiente, cuando el apóstol Pablo escribió a Timoteo acerca de los requisitos que debían llenar los “superintendentes” (e·pí·sko·poi), que también eran “ancianos” (pre·sbý·te·roi), así como los “siervos ministeriales” (di·á·ko·noi) de la congregación, especifica que deben ser varones, y en caso de estar casados, ‘esposos de una sola mujer’. Ningún apóstol hace mención de un puesto de “diaconisa” (di·a·kó·nis·sa). (1Ti 3:1-13; Tit 1:5-9; compárese con Hch 20:17, 28; Flp 1:1.)
Aunque se dijo que Febe (Ro 16:1) era “ministra” (di·á·ko·nos, sin el artículo definido griego), es evidente que a ella no se la nombró “sierva ministerial” en la congregación, pues este cargo no se contempla en las Escrituras. El apóstol no estaba diciendo a la congregación que aceptara las instrucciones que ella diese, sino que la recibiera bien y ‘le prestasen ayuda en cualquier asunto en que los necesitara’. (Ro 16:2.) El que Pablo se refiriera a ella como “ministra” se relacionaba obviamente con su actividad en la proclamación de las buenas nuevas, y en ese sentido Febe era una ministra que se asociaba con la congregación de Cencreas. (Compárese con Hch 2:17, 18.)
En el hogar. En las Escrituras se dice que la mujer es “un vaso más débil, el femenino”. En consecuencia, su esposo ha de tratarla de acuerdo con esta condición. (1Pe 3:7.) Ella tiene muchos privilegios, entre otros, participa en la enseñanza de los hijos y cuida de los asuntos domésticos con la aprobación de su esposo y bajo su dirección. (1Ti 5:14; 1Pe 3:1, 2; Pr 1:8; 6:20; cap. 31.) Tiene el deber de ser sumisa a su esposo (Ef 5:22-24) y ha de rendirle el débito conyugal. (1Co 7:3-5.)
Adorno. La Biblia no condena en ninguna parte el uso de adornos o joyas en el arreglo personal, pero manda que se haga con modestia y decoro. El apóstol dice que la mujer debería llevar vestido bien arreglado y adornarse “con modestia y buen juicio”. No debería concederse importancia excesiva a peinados, adornos y vestiduras costosas, sino a aquellas cosas que contribuyen a la belleza espiritual, a saber, “buenas obras”, y a “la persona secreta del corazón en la vestidura incorruptible del espíritu quieto y apacible”. (1Ti 2:9, 10; 1Pe 3:3, 4; compárese con Pr 11:16, 22; 31:30.)
El apóstol Pedro dice a esas mujeres sumisas que muestran una conducta casta, respetuosa y piadosa: “Ustedes han llegado a ser hijas de ella [Sara], con tal que sigan haciendo el bien y no teman a ninguna causa de terror”. Por lo tanto, estas esposas tienen la magnífica oportunidad de ser ‘descendientes’ de la fiel Sara, no en sentido literal, sino por imitar su conducta. Sara tuvo el privilegio de dar a luz a Isaac y llegar a ser antepasada de Jesucristo, la ‘descendencia principal de Abrahán’. (Gál 3:16.) Por consiguiente, las esposas cristianas que demuestran ser hijas de Sara en sentido figurado, aun teniendo esposos incrédulos, tienen la seguridad de que Dios las recompensará abundantemente. (1Pe 3:6; Gé 18:11, 12; 1Co 7:12-16.)
Mujeres que sirvieron a Jesús. Hubo mujeres que disfrutaron de privilegios en relación con el ministerio terrestre de Jesús, aunque no de los privilegios concedidos a los 12 apóstoles y a los 70 evangelizadores. (Mt 10:1-8; Lu 10:1-7.) Varias mujeres ministraron a Jesús con sus propios bienes. (Lu 8:1-3.) Una le ungió poco antes de su muerte, y debido a su acción, Jesús aseguró que por todo el mundo, donde se predicasen las buenas nuevas, ‘lo que esa mujer hizo también se contaría para recuerdo de ella’. (Mt 26:6-13; Jn 12:1-8.) Hubo mujeres entre aquellos a quienes Jesús se apareció el día de su resurrección, y también las había entre aquellos a quienes se apareció más tarde. (Mt 28:1-10; Jn 20:1-18.)
Uso figurado. En varias ocasiones se usa simbólicamente a la mujer para representar a congregaciones u organizaciones. También puede simbolizar ciudades. A la congregación de Cristo se la llama su “novia”, y también se la llama “la santa ciudad, la Nueva Jerusalén”. (Jn 3:29; Rev 21:2, 9; 19:7; compárese con Ef 5:23-27; Mt 9:15; Mr 2:20; Lu 5:34, 35.)
Jehová habló de la congregación o nación de Israel como su “mujer”, pues Él era su “dueño marital” en virtud del pacto de la Ley que existía entre ellos. En las profecías de restauración Dios habla a Israel en estos términos, a veces dirigiendo sus palabras a Jerusalén, la ciudad que gobernaba la nación. Los ‘hijos e hijas’ (Isa 43:5-7) de esta mujer eran los miembros de la nación de Israel. (Isa 51:17-23; 52:1, 2; 54:1, 5, 6, 11-13; 66:10-12; Jer 3:14; 31:31, 32.)
En muchas ocasiones, se hace referencia a otras naciones o ciudades en femenino o como si se tratase de mujeres. Algunos ejemplos son: Moab (Jer 48:41), Egipto (Jer 46:11), Rabá de Ammón (Jer 49:2), Babilonia (Jer 51:13) y la simbólica Babilonia la Grande. (Rev 17:1-6; véanse BABILONIA LA GRANDE; HIJOS.)
La “mujer” de Génesis 3:15. Cuando Dios sentenció a los padres de la humanidad, Adán y Eva, prometió que la “mujer” produciría una descendencia que magullaría la cabeza de la serpiente. (Gé 3:15.) Este era un “secreto sagrado” que Dios se proponía revelar a su debido tiempo. (Col 1:26.) Algunos factores que concurrieron en el anuncio de la promesa profética proporcionan indicios en cuanto a la identidad de la “mujer”. Puesto que su descendencia tendría que magullar la cabeza de la serpiente, no podía tratarse de una descendencia humana, pues las Escrituras muestran que las palabras de Dios no se dirigieron a una serpiente literal. En Revelación 12:9 se indica que la “serpiente” es Satanás el Diablo, un espíritu. En consecuencia, la “mujer” de la profecía no podría ser una mujer humana, como María, la madre de Jesús. El apóstol arroja luz sobre esta cuestión en Gálatas 4:21-31. (Véase DESCENDENCIA, SEMILLA.)
En este pasaje el apóstol habla de la mujer libre de Abrahán y de su concubina Agar, y dice que Agar corresponde a la ciudad literal de Jerusalén bajo el pacto de la Ley, y sus “hijos”, a los ciudadanos de la nación judía; mientras que Sara, la esposa de Abrahán, corresponde a la “Jerusalén de arriba”, dice Pablo, su madre espiritual y la de sus compañeros ungidos por espíritu. Esta “madre” celestial también sería la “madre” de Cristo, el mayor de sus hermanos espirituales a quienes Dios engendra como Padre. (Heb 2:11, 12; véase MUJER LIBRE.)
Lógicamente, y en armonía con las Escrituras, la “mujer” de Génesis 3:15 tiene que ser una “mujer” espiritual. Y en correspondencia con el hecho de que la “novia” o “esposa” de Cristo no es una mujer individual, sino una mujer compuesta de muchos miembros espirituales (Rev 21:9), la “mujer” que da a luz a los hijos de Dios engendrados por espíritu, Su ‘esposa’ (predicha proféticamente en las palabras de Isaías y Jeremías citadas antes), estaría formada por muchas personas celestiales. Sería un conjunto de personas u organización, una organización celestial.
Se describe a esta “mujer” en la visión de Juan, en el capítulo 12 de Revelación. Se la representa dando a luz a un hijo, un gobernante que habrá de “pastorear a todas las naciones con vara de hierro”. (Compárese con Sl 2:6-9; 110:1, 2.) Juan recibió esta visión mucho después del nacimiento humano de Jesús y de su unción como el Mesías de Dios. Como obviamente tiene que ver con la misma persona, ha de hacer referencia, no al nacimiento humano de Jesús, sino a otro acontecimiento, a saber, su acceso al poder del Reino. En consecuencia, lo que aquí se representó fue el nacimiento del Reino mesiánico de Dios.
Después se ve a Satanás persiguiendo a la “mujer” y haciendo guerra contra “los restantes de la descendencia de ella”. (Rev 12:13, 17.) Puesto que se trata de una “mujer” celestial y que entonces Satanás ya había sido arrojado a la Tierra (Rev 12:7-9), las personas celestiales que integraban esta “mujer” se hallaban fuera de su alcance, pero sí podía atacar al resto de su “descendencia” o hijos, los hermanos de Jesucristo que todavía estaban en la Tierra. De esa manera persiguió a la “mujer”.
Otros usos. Cuando Dios predijo el hambre que pasaría Israel si quebrantaba Su pacto, dijo: “Entonces diez mujeres realmente cocerán el pan de ustedes en un solo horno y les devolverán su pan por peso”. El hambre llegaría a ser tan acuciante que diez mujeres necesitarían un solo horno, mientras que normalmente usarían uno cada una. (Le 26:26.)
Después de advertir a Israel de las calamidades que le sobrevendrían por su infidelidad, Jehová dijo por medio del profeta Isaías: “Y siete mujeres realmente se agarrarán de un solo hombre en aquel día, y dirán: ‘Comeremos nuestro propio pan y nos vestiremos de nuestras propias mantas; solo que se nos llame por tu nombre para quitar nuestro oprobio’”. (Isa 4:1.) En los dos versículos precedentes (Isa 3:25, 26) Dios indicó que los hombres de Israel morirían en guerra. Así informó a Israel del efecto que tales condiciones tendrían en el número de varones de la nación, que los diezmarían hasta el punto de que habría varias mujeres para un solo hombre. Aceptarían con gusto su nombre y algunas de sus atenciones, aunque tuvieran que compartirlo con otras mujeres. También aceptarían la poligamia o el concubinato con tal de tener alguna participación, aunque fuese pequeña, en la vida de un hombre, y disminuir de ese modo la vergüenza que significaba para ellas la viudez o la soltería y el hecho de no ser madres.
En una profecía de consuelo para Israel, Jehová dijo: “¿Hasta cuándo te dirigirás para acá y para allá, oh hija infiel? Pues Jehová ha creado una cosa nueva en la tierra: Una simple hembra estrechará en derredor a un hombre físicamente capacitado”. (“La mujer cortejará al varón”, CI.) (Jer 31:22.) Hasta entonces Israel, con quien Dios estaba en una relación de matrimonio debido al pacto de la Ley, había estado dando vueltas “para acá y para allá” en infidelidad. Jehová invitó a la “virgen de Israel” a que erigiera marcas de camino y postes de señal para guiarse en su regreso, y a que fijara su corazón en la calzada por donde habría de volver. (Jer 31:21.) Jehová pondría su espíritu en ella de manera que estuviese ansiosa por regresar. Por lo tanto, tal como una esposa se abrazaría a su esposo a fin de volver a tener buenas relaciones, así Israel se estrecharía en derredor de Jehová Dios con el fin de restablecer buenas relaciones con Él como su esposo.
El “deseo de las mujeres”. La profecía de Daniel dice que el “rey del norte” “al Dios de sus padres no dará consideración; y al deseo de las mujeres y a todo otro dios no dará consideración, sino que sobre todos se engrandecerá. Pero al dios de las plazas fuertes, en su posición dará gloria”. (Da 11:37, 38.) Las “mujeres” pueden representar en este texto a las naciones más débiles que llegan a ser ‘criadas’ del “rey del norte”, como vasos más débiles. Ellas tienen sus dioses, a quienes desean y adoran, pero el “rey del norte” no les presta atención y rinde homenaje a un dios del militarismo.
Las “langostas” simbólicas. En la visión de las “langostas” simbólicas de Revelación 9:1-11, se describe a estas langostas con “cabellos como cabellos de mujeres”. En armonía con el principio bíblico de que el cabello largo de la mujer es señal de sujeción a su cabeza marital, el cabello de estas “langostas” simbólicas debe representar la sujeción de aquellos a quienes simbolizan al que en la profecía se representa como su cabeza y rey. (Véase ABADÓN.)
144.000 ‘no contaminados con mujeres’. En Revelación 14:1-4 se representa a los 144.000 de pie con el Cordero sobre el monte Sión, y se dice que han sido “comprados de la tierra. Estos son los que no se contaminaron con mujeres; de hecho, son vírgenes”. Se dice que tienen una relación con el Cordero más íntima que cualquier otra persona, ya que son los únicos que aprenden la “canción nueva”. (Rev 14:1-4.) Este hecho indica que constituyen la “esposa” del Cordero. (Rev 21:9.) Son personas celestiales, como lo muestra el que estén de pie con el Cordero sobre el monte Sión celestial. Por lo tanto, el que ‘no se contaminen con mujeres’ y que sean “vírgenes” no significa que ninguno de estos 144.000 nunca se haya casado, pues las Escrituras no prohíben que los que han de ser coherederos con Cristo se casen mientras están en la Tierra. (1Ti 3:2; 4:1, 3.) Tampoco implica que todos los 144.000 sean hombres, pues “no hay ni varón ni hembra” en lo que tiene que ver con la relación espiritual de los coherederos de Cristo. (Gál 3:28.) Por lo tanto, estas “mujeres” deben ser simbólicas, organizaciones religiosas como Babilonia la Grande y sus ‘hijas’; cualquier unión y participación con estas organizaciones religiosas falsas haría imposible mantenerse sin mancha. (Rev 17:5.) Esta descripción simbólica está de acuerdo con el requisito recogido en la Ley según el cual el sumo sacerdote de Israel solo podía tomar por esposa a una virgen, pues Jesucristo es el gran Sumo Sacerdote de Jehová. (Le 21:10, 14; 2Co 11:2; Heb 7:26.)
Con referencia a que Jesús se dirigiera a María como “mujer”, véase MARÍA núm. 1 (Jesús la amaba y respetaba).