APACIBILIDAD
El libro Palabras Griegas del Nuevo Testamento, de William Barclay, dice en cuanto a la palabra griega pra·ýs: “En el griego clásico, esta es una palabra encantadora. Aplicada a las cosas, significa ‘suave’. En este sentido se usa, por ejemplo, respecto de la brisa o de la voz. Aplicada a las personas, significa ‘grato’”. “Hay docilidad en praus, pero tras esa docilidad está la fuerza del acero [...]. No es una docilidad pusilánime, una ternura sentimentaloide, un quietismo pasivo” (traducción de Javier José Marín C., C. B. P., 1977, págs. 183, 184). En el Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, de W. E. Vine, se comenta respecto al sustantivo pra·ý·tēs: “[...] consiste ‘no sólo en el comportamiento externo de la persona; ni tampoco en sus relaciones con sus semejantes; tampoco se trata meramente de su disposición natural. Más bien es una obra efectuada en el alma; y sus ejercicios son en primer lugar y ante todo para con Dios. Es aquella disposición de espíritu con la que aceptamos Sus tratos con nosotros como buenos, y por ello sin discutirlos ni resistirlos; este término está estrechamente relacionado con la palabra tapeinophrosunē (humildad), y es una directa consecuencia de ella’” (1984, vol. 2, pág. 369).
La palabra pra·ýs se traduce de diversas maneras en diferentes versiones de la Biblia: “manso”, “apacible” (BC), “de genio apacible”, “apacible” (NM), “paciente”, “humilde”, “dulce” (LT). Sin embargo, como se comenta en la obra de Barclay antes citada, pra·ýs va un poco más allá de la mansedumbre o la docilidad, y cuando se usa respecto a personas, puede significar grato, apacible, afable.
Si bien es cierto que Jehová no puede tolerar el pecado y la maldad, amorosamente ha provisto un medio de acercarse a Él a través del sacrificio de rescate y el servicio sacerdotal de Jesucristo. Por consiguiente, Sus adoradores y siervos pueden acercarse a Él sin sobrecogerse de temor mórbido ni de pavor. (Heb 4:16; 10:19-22; 1Jn 4:17, 18.) Jesús representó a Jehová Dios tan a la perfección, que él mismo pudo afirmar: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también”. Asimismo dijo: “Vengan a mí, todos los que se afanan y están cargados, y yo los refrescaré. Tomen sobre sí mi yugo y aprendan de mí, porque soy de genio apacible [gr., pra·ýs] y humilde de corazón, y hallarán refrigerio para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera”. (Jn 14:9; Mt 11:28-30.) En consecuencia, Jehová Dios también es totalmente abordable para todos aquellos que lo aman, e infunde apacibilidad, sentido de confianza y fortaleza en todos los que lo invocan.
Una característica de fortaleza interior. La apacibilidad de genio o de espíritu no tiene nada que ver con un carácter débil. Jesucristo dijo: “Soy de genio apacible y humilde de corazón”. (Mt 11:29; 2Co 10:1.) Sin embargo, el Padre daba total respaldo a Jesús, quien era firme en lo recto y de gran franqueza de expresión y de acción cuando la situación lo requería. (Mt 23:13-39; compárese con 21:5.)
La persona de genio apacible es así porque tiene fe y una fuente de fortaleza. No se desequilibra o se le hace perder su buen juicio con facilidad. La ausencia de esta cualidad es fruto de la inseguridad, la frustración, la falta de fe y esperanza e incluso la desesperación. El proverbio dice de una persona así: “Como una ciudad en que se ha hecho irrupción, que no tiene muro, es el hombre que no tiene freno para su espíritu”. (Pr 25:28.) Es vulnerable a la invasión de cualquier pensamiento inadecuado que le podría inducir a acciones impropias.
Fruto del espíritu. La apacibilidad es un fruto del espíritu santo de Dios, su fuerza activa. (Gál 5:22, 23.) Siendo que Dios es la Fuente de la apacibilidad, se debe acudir a Él para que nos imparta su espíritu y cultivar este fruto a fin de tener un genio apacible genuino. Por consiguiente, no se adquiere mediante un gran esfuerzo de la voluntad, sino por acercarse más a Dios.
La falta de apacibilidad resulta en excitación indebida, severidad, falta de gobierno de uno mismo y contiendas. Por otro lado, al cristiano se le aconseja que conserve la unidad y la paz por medio de “humildad mental y apacibilidad”. (Ef 4:1-3.)
El que alguien diese lugar a que se arraigaran y desarrollaran en él los celos y un espíritu contencioso, tendría como consecuencia graves perturbaciones. La apacibilidad, en cambio, puede evitar que surjan condiciones semejantes entre los seguidores de Cristo, de ahí que el escritor bíblico Santiago instara a los sabios y entendidos de la congregación a manifestar una “conducta excelente” cuyo soporte fuese la “apacibilidad que pertenece a la sabiduría”, “la sabiduría de arriba”. (Snt 3:13, 17.)
Es frecuente en la Biblia la mención de “apacibilidad” y “espíritu” juntos: “apacibilidad de espíritu” o “espíritu [...] apacible”. La apacibilidad genuina es, por consiguiente, algo más que una cualidad externa, transitoria u ocasional; más bien, llega a formar parte del carácter o temperamento de la persona. El apóstol Pedro hizo mención de este hecho al decir: “Y que su adorno no sea el de trenzados externos del cabello ni el de ponerse ornamentos de oro ni el uso de prendas de vestir exteriores, sino que sea la persona secreta del corazón en la vestidura incorruptible del espíritu quieto y apacible, que es de gran valor a los ojos de Dios”. (1Pe 3:3, 4.)
El apóstol Pablo escribe: “Vístanse de [...] apacibilidad”, lo que, si se lee de manera superficial, parece indicar que se trata de una especie de barniz exterior, pero en el contexto aconseja: “Vístanse de la nueva personalidad, que mediante conocimiento exacto va haciéndose nueva según la imagen de Aquel que la ha creado”. (Col 3:10, 12; Ef 4:22-24.) Esto muestra que la apacibilidad no es una cualidad inherente, sino un rasgo de la personalidad que, como fruto del espíritu de Dios, básicamente se consigue por medio del conocimiento exacto y su aplicación.
Esencial para los que ocupan un puesto de superintendencia. En su carta de instrucciones al joven Timoteo sobre el cuidado apropiado de la congregación, Pablo le indicó cómo tratar situaciones comprometidas. “El esclavo del Señor no tiene necesidad de pelear —le dijo—, sino de ser amable para con todos, capacitado para enseñar, manteniéndose reprimido bajo lo malo, instruyendo con apacibilidad a los que no están favorablemente dispuestos; ya que Dios quizás les dé arrepentimiento.” (2Ti 2:24, 25.) Puede verse aquí la relación existente entre la apacibilidad y la gran paciencia. El superintendente entiende por qué ha de enfrentarse a la dificultad: en primer lugar, Dios la ha permitido y, por otra parte, al enfrentarse a ella, ha de hacerlo teniendo en cuenta los mejores intereses de los implicados. Debe soportar la situación sin impacientarse hasta que se resuelva.
A Tito, que residía en Creta y también era superintendente, se le dijo que aconsejara a sus hermanos cristianos ‘que fueran razonables, y desplegaran toda apacibilidad para con todos los hombres’. Con el fin de grabar en él la importancia de la apacibilidad, Pablo llamó su atención al inconmensurable amor y misericordia de Dios manifestados a través de su Hijo, lo que requería que se abandonase el derrotero de vida anterior de maldad y odio, para emprender un nuevo camino, uno que conduciría a la vida eterna. (Tit 3:1-7.)
De modo similar, Pablo se dirige a los que son maduros espiritualmente en la congregación y les expone su responsabilidad: “Aunque un hombre dé algún paso en falso antes que se dé cuenta de ello, ustedes los que tienen las debidas cualidades espirituales traten de reajustar a tal hombre con espíritu de apacibilidad, vigilándote a ti mismo, por temor de que tú también seas tentado”. (Gál 6:1.) Tendrían que tener presente cómo les ha tratado Dios a ellos. De ese modo, no le darían al que ha errado una reprensión áspera, sino que tratarían de restaurarle con un espíritu de apacibilidad, con consecuencias mucho más efectivas y provechosas para todos los implicados.
La apacibilidad logra resultados positivos ante situaciones difíciles o al tratar con personas airadas, pues disipa la tensión, mientras que la aspereza solo empeora la situación. El proverbio dice: “La respuesta, cuando es apacible, aparta la furia, pero la palabra que causa dolor hace subir la cólera”. (Pr 15:1.) La apacibilidad puede tener mucha fuerza: “Por paciencia se induce a un comandante, y una lengua apacible misma puede quebrar un hueso”. (Pr 25:15.)
Es esencial cuando se nos disciplina. Salomón presenta otro excelente principio relacionado con la apacibilidad o una actitud serena. Tiene que ver con la tendencia a rebelarnos cuando alguien en posición de autoridad nos corrige o castiga. Puede que nos indignemos tanto, que hasta nos olvidemos de la debida sumisión e irreflexivamente nos salgamos del lugar que nos corresponde. Pero Salomón advierte: “Si el espíritu de un gobernante se levantara contra ti, no dejes tu propio lugar, porque la calma misma templa grandes pecados”. (Ec 10:4; compárese con Tit 3:2.) La actitud apropiada de mantener serenidad y apacibilidad cuando se nos disciplina no solo evita una respuesta airada de quien ostenta la autoridad, sino que también nos permite mejorar nuestra personalidad al tener que dominar nuestro genio, mantenernos en nuestro lugar y aplicar la disciplina que se nos haya dado.
Esto es especialmente cierto cuando el gobernante es Jehová Dios e imparte disciplina mediante aquellos a quienes les ha dado autoridad. (Heb 12:7-11; 13:17.) También aplica a nuestra relación con los que gobiernan y ejercen autoridad temporal por permiso divino. (Ro 13:1-7.) Y si estos gobernantes exigieran ásperamente del cristiano una explicación de su esperanza, él debería responder, teniendo presente ante todo su obediencia a Dios, “con genio apacible y profundo respeto”. (1Pe 3:15.)