TIEMPOS SEÑALADOS DE LAS NACIONES
Después de hablar de la destrucción que le sobrevendría a la ciudad de Jerusalén, Jesús dijo: “Y Jerusalén será hollada por las naciones, hasta que se cumplan los tiempos señalados de las naciones [“los tiempos de los gentiles”, BAS, EMN, Val]”. (Lu 21:24.) El período indicado por la expresión “tiempos señalados de las naciones” (gr. kai·rói e·thnṓn) ha dado origen a considerable discusión en cuanto a su significado e implicaciones.
Significado de “tiempos señalados”. La expresión “tiempos señalados” que se usa aquí se deriva de la palabra griega kai·rós (plural, kai·rói), que, según el Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento (de W. E. Vine, vol. 4, pág. 153), “significaba un período fijo o definido, una sazón, en ocasiones un tiempo oportuno o en sazón”. La obra de Liddell y Scott Greek-English Lexicon (1968, pág. 859) la define como un “tiempo exacto o crítico”. Por lo tanto, kai·rós se usa para referirse a la “época” de la siega, la “época” de los frutos y “la época” de los higos (Mt 13:30; 21:34; Mr 11:13); el “tiempo apropiado” o ‘el debido tiempo’ para dar alimento (Mt 24:45; Lu 12:42); “el tiempo señalado” para el comienzo del ministerio de Jesús y el período de oportunidad que este brindó (Mr 1:15; Mt 16:3; Lu 12:56; 19:44), y el “tiempo señalado” para su muerte. (Mt 26:18.) Ciertos demonios que estaban a punto de ser expulsados de un hombre gritaron a Jesús: “¿Viniste aquí a atormentarnos antes del tiempo señalado?”. (Mt 8:29.)
Kai·rós también se emplea con respecto a ocasiones futuras en el horario de Dios, particularmente en relación con la presencia de Cristo y su Reino. (Hch 1:7; 3:19; 1Te 5:1.) Por ello, el apóstol Pablo habla del “secreto sagrado” que Dios reveló “para una administración al límite cabal de los tiempos señalados [kai·rṓn], a saber: reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas en los cielos y las cosas en la tierra”. (Ef 1:9, 10.) En vista del significado de la palabra kai·rós según se emplea en el texto bíblico, es lógico concluir que la expresión “los tiempos señalados de las naciones” no se refiere a algo vago o indefinido, sino, más bien, a un “período fijo o definido”, un “tiempo exacto o crítico”, con un comienzo y un fin determinados.
“Las naciones” y “Jerusalén”. El significado de las palabras de Jesús está ligado necesariamente a la ‘holladura de Jerusalén’, que, según dijo, continuaría hasta que se cumplieran los “tiempos señalados de las naciones”. El término “naciones”, o “gentiles”, es la traducción de la palabra griega é·thnē, que significa “naciones” y que los escritores de la Biblia utilizaron para referirse específicamente a las naciones no judías. Por esa razón, hay quien ha entendido que la profecía aplica al período durante el cual Jerusalén se hallaría bajo dominación gentil.
Si bien la ciudad literal de Jerusalén estaba implicada en la profecía de Jesús sobre la destrucción que debía venir y vino sobre aquella ciudad cuando los romanos la arrasaron en 70 E.C., sus palabras acerca de “los tiempos señalados de las naciones” proyectaban la profecía mucho más allá en el tiempo, y así lo han entendido varios comentaristas. Por ejemplo, la afamada obra Commentary, de F. C. Cook, dice que Lucas 21:24 “sirve para separar la parte estrictamente escatológica de la gran profecía [es decir, la que tiene que ver con los últimos días] de la parte que se refiere a la destrucción de Jerusalén propiamente dicha”. Por lo tanto, es esencial determinar el significado que se atribuye a “Jerusalén” en las Escrituras inspiradas a fin de averiguar si “los tiempos señalados de las naciones” tienen que ver únicamente con la ciudad literal de Jerusalén o están relacionados con algo diferente y de mayor trascendencia.
Jerusalén era la capital de la nación de Israel; se decía que sus reyes —pertenecientes a la línea de David— ‘se sentaban sobre el trono de Jehová’. (1Cr 29:23.) Como tal, Jerusalén representaba el asiento del gobierno constituido divinamente o el reino típico de Dios ejercido por medio de la casa de David. Con su monte Sión, era “el pueblo del gran Rey”. (Sl 48:1, 2.) En consecuencia, Jerusalén pasó a representar el reino de la dinastía del rey David, del mismo modo que Washington, Londres, París o Moscú representan los gobiernos de naciones actuales, y por esos nombres se hace referencia a ellos en los comunicados oficiales. Después de que los babilonios ‘hollaron’ Jerusalén, llevándose a su rey al destierro y dejando la tierra desolada, ningún miembro de la dinastía davídica volvió a reinar en la Jerusalén terrestre. Pero las Escrituras muestran que Jesús, el Mesías, nacido en la línea de David, gobernaría desde el monte Sión, o Jerusalén, celestial. (Sl 2:6, 7; Heb 5:5; Rev 14:1, 3.)
Comienzo de la ‘holladura’. La ‘holladura’ del reino de la dinastía de gobernantes davídicos no comenzó cuando los romanos devastaron la ciudad de Jerusalén en 70 E.C., sino siglos antes, con el derrocamiento de esa dinastía por Babilonia en 607 a. E.C., cuando Nabucodonosor destruyó Jerusalén, tomó cautivo al destronado rey Sedequías y la tierra quedó desolada. (2Re 25:1-26; véase CRONOLOGÍA.) Todo esto sucedió de acuerdo con las palabras proféticas dirigidas a Sedequías en Ezequiel 21:25-27, a saber: “Remueve el turbante, y quita la corona. Esta no será la misma [...]. Ruina, ruina, ruina la haré. En cuanto a esta también, ciertamente no llegará a ser de nadie hasta que venga aquel que tiene el derecho legal, y tengo que dar esto a él”. En las Escrituras Griegas Cristianas se demuestra que el que tiene “el derecho legal” a la corona davídica que Sedequías perdió es Cristo Jesús, de quien el ángel dijo, al anunciar su nacimiento futuro: “Jehová Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y de su reino no habrá fin”. (Lu 1:32, 33.)
Con la caída de Jerusalén en 607 a. E.C., los gobiernos gentiles dominaron sobre toda la Tierra. La dinastía y el gobierno davídicos quedaron interrumpidos, y Jerusalén, o lo que representaba, habría de continuar siendo ‘hollada’ mientras se mantuviera al reino de Dios —ejercido por la casa de David— en un estado inoperante bajo las potencias gentiles. La obra Bible Dictionary (de Unger, 1965, pág. 398) comenta sobre esta relación con la gobernación: “Por consiguiente, los Gentiles, es decir, ‘las naciones’, avanzan hacia el fin de su administración o gobernación de la Tierra. El fin de dicho período supondrá el fin de ‘los tiempos de los gentiles’ (Lu 21:24; Da 2:36-44)”. (Compárese con Eze 17:12-21; también con la representación de la caída de Medo-Persia en Da 8:7, 20.)
Relación con las profecías de Daniel. Jesús se refirió al contenido del libro del profeta Daniel al menos dos veces en la profecía concerniente al tiempo del fin. (Compárese Mt 24:15, 21 con Da 11:31; 12:1.) En dicho libro encontramos un cuadro de la dominación de la Tierra por las potencias gentiles durante sus “tiempos señalados”. El segundo capítulo de Daniel contiene la visión profética (recibida por el rey Nabucodonosor) de la gran imagen. Daniel explicó por inspiración que esta imagen representaba la sucesión de potencias mundiales gentiles, que culminaría con su destrucción a manos del Reino establecido por “el Dios del cielo”, y la posterior gobernación de este Reino sobre toda la Tierra. (Da 2:31-45.) Ha de notarse que la imagen comienza con el Imperio babilonio, la primera potencia mundial que ‘holló’ Jerusalén al derrocar la dinastía davídica y dejar vacante “el trono de Jehová” en aquella ciudad. Esto también confirma que en 607 a. E.C., año de la destrucción de Jerusalén, comenzaron los “tiempos señalados de las naciones”.
La visión del árbol del capítulo 4 de Daniel. Una vez más encontramos en el libro de Daniel un paralelo estrecho con el uso que Jesús hizo de la palabra “tiempos” en relación con “las naciones” o potencias gentiles. Y de nuevo fue Nabucodonosor, el rey que derrocó al descendiente de David, Sedequías, quien recibió otra visión que Daniel interpretó como relativa a la gobernación real dada por Dios. En la visión simbólica se veía un árbol inmenso que un ángel del cielo mandó que fuera cortado. Luego se ató su tocón con bandas de hierro y cobre, y así debía permanecer entre la hierba del campo hasta que pasaran “siete tiempos” sobre él. “Sea cambiado su corazón del de la humanidad, y que se le dé el corazón de una bestia, y pasen siete tiempos sobre él. [...] Con la intención de que sepan los vivientes que el Altísimo es Gobernante en el reino de la humanidad, y que a quien él quiere darlo lo da, y coloca sobre él aun al de más humilde condición de la humanidad.” (Da 4:10-17; véase 4:16, nota.)
Se relaciona con los “tiempos señalados de las naciones”. La visión tuvo un cumplimiento en Nabucodonosor mismo. (Véase Da 4:31-35.) En consecuencia, algunos creen que solo tiene aplicación profética directa en él, y únicamente ven en esta visión la presentación de la verdad eterna de la ‘supremacía de Dios sobre todas las otras potencias humanas o supuestamente divinas’. Reconocen que la aplicación de esa verdad o principio trasciende del caso de Nabucodonosor, pero no la relacionan con ningún período de tiempo u horario divino específico. No obstante, un examen de todo el libro de Daniel revela que el factor tiempo es muy importante en sus visiones y profecías. Tanto las potencias mundiales como los sucesos que se narran en cada una de estas visiones no son independientes ni acontecen al azar o en un tiempo indefinido, sino que se encuadran en un fondo histórico y cronológico. (Compárese con Da 2:36-45; 7:3-12, 17-26; 8:3-14, 20-25; 9:2, 24-27; 11:2-45; 12:7-13.) Además, el libro señala repetidas veces hacia el futuro, a lo que constituye el tema de sus profecías: la instauración de un reino eterno de Dios ejercido mediante la gobernación del “hijo del hombre”. (Da 2:35, 44, 45; 4:17, 25, 32; 7:9-14, 18, 22, 27; 12:1.) El libro también se distingue en las Escrituras Hebreas por sus referencias al “tiempo del fin”. (Da 8:19; 11:35, 40; 12:4, 9.)
En vista de lo mencionado, no parece lógico interpretar la visión del “árbol” simbólico —al igual que su referencia a los “siete tiempos”— como si no tuviera más aplicación que a los siete años de locura y posterior recobro y retorno al poder de un gobernante babilonio, en especial si se tiene en cuenta la referencia profética de Jesús a los “tiempos señalados de las naciones”. El tiempo en que se dio la visión: en un punto crítico de la historia, cuando Dios, el Soberano Universal, había permitido que fuera derrocado el mismo reino que Él había establecido en su pueblo. La persona a la que se reveló la visión: el mismo gobernante que sirvió como instrumento divino de ese derrocamiento mediante el que llegó a ostentar la dominación mundial por permiso divino, es decir, sin interferencia de ningún reino representativo de Jehová Dios. El tema de la visión, a saber: “Que sepan los vivientes que el Altísimo es Gobernante en el reino de la humanidad, y que a quien él quiere darlo lo da, y coloca sobre él aun al de más humilde condición de la humanidad”. (Da 4:17.) Todo lo expuesto aporta suficiente base como para creer que esta pormenorizada visión y su interpretación se hallan en el libro de Daniel debido a que revelan la duración de los “tiempos de los gentiles” y el tiempo de la instauración del reino de Dios a manos de Cristo.
El simbolismo del árbol y la soberanía de Dios. Los simbolismos que se usan en esta visión profética de ninguna manera son únicos. Los árboles se emplean en otras partes para representar gobiernos, incluso el reino típico de Dios en Jerusalén. (Compárese con Jue 9:6-15; Eze 17:1-24; 31:2-18.) Tanto el brote de un tocón como el símbolo de una “ramita” o “brote” se encuentran en diversos pasajes como representación del renuevo de la gobernación de cierto linaje, particularmente en las profecías mesiánicas. (Isa 10:33–11:10; 53:2-7; Jer 23:5; Eze 17:22-24; Zac 6:12, 13; compárese con Job 14:7-9.) Jesús se llamó a sí mismo “la raíz y la prole de David”. (Rev 5:5; 22:16.)
Es evidente que el punto clave de la visión es el ejercicio de la soberanía incontestable de Jehová Dios en el “reino de la humanidad”, lo que provee la guía para comprender el significado pleno de la citada visión. Al interpretar el sueño, el árbol se aplica a Nabucodonosor, que en ese momento de la historia era el cabeza dirigente de Babilonia, la potencia mundial dominante. No obstante, con anterioridad a que Nabucodonosor conquistara Jerusalén, el reino típico de Dios —que gobernaba desde esa ciudad— era la agencia mediante la cual Jehová expresaba su soberanía legítima con respecto a la Tierra. Constituía un obstáculo puesto por Dios, que impedía que Nabucodonosor lograra su objetivo de conseguir la dominación mundial. Al consentir que se acabara con ese reino típico en Jerusalén, Jehová permitió que se cortara su propia expresión visible de soberanía mediante la dinastía davídica de reyes. La expresión y el ejercicio de la dominación mundial en “el reino de la humanidad” pasaron a continuación a manos de las naciones gentiles, sin estorbo alguno por parte de un reino representante de Dios. (Lam 1:5; 2:2, 16, 17.) A la luz de estos hechos, se ve que, más allá de su aplicación a Nabucodonosor y de un modo más importante, el “árbol” representa la soberanía o dominación mundial dispuesta por Dios.
Renovación de la dominación mundial. Dios, no obstante, deja claro que no ha pasado la dominación del mundo a las potencias gentiles para siempre. La visión muestra que la restricción que Dios se impuso (representada por las ataduras de hierro y de cobre alrededor del “tocón” del árbol) continuaría hasta que ‘pasaran siete tiempos sobre él’. (Da 4:16, 23, 25.) Luego daría la dominación mundial ‘a quien él quisiera’, puesto que “el Altísimo es Gobernante en el reino de la humanidad”. (Da 4:17.) Según muestra el libro profético de Daniel, este habría de ser el “hijo del hombre”, a quien le serían dadas “gobernación y dignidad y reino, para que los pueblos, grupos nacionales y lenguajes todos le sirvieran aun a él”. (Da 7:13, 14.) La propia profecía de Jesús, en la que aparece la referencia a “los tiempos señalados de las naciones”, tiene que ver claramente con su ejercicio de tal dominación mundial como el rey escogido de Dios, el heredero de la dinastía davídica. (Mt 24:30, 31; Lu 21:27-31, 36.) De este modo, el tocón simbólico (que representa el derecho que Dios se reserva como soberano de ejercer la dominación mundial en “el reino de la humanidad”) habría de brotar nuevamente en el reino de su Hijo. (Sl 89:27, 35-37.)
Siete tiempos simbólicos. En la experiencia personal que Nabucodonosor tuvo del cumplimiento de la visión, los “siete tiempos” fueron siete años durante los cuales él enloqueció, con síntomas semejantes a los de la licantropía, y abandonó su trono para comer vegetación como una bestia del campo. (Da 4:31-36.) Es significativo que la Biblia represente por tanto el ejercicio de la dominación mundial por las potencias gentiles mediante bestias que se hallan en oposición al pueblo santo de Dios y su “Príncipe de príncipes”. (Compárese con Da 7:2-8, 12, 17-26; 8:3-12, 20-25; Rev 11:7; 13:1-11; 17:7-14.) Los lexicógrafos dicen que la palabra “tiempos” (del arameo ʽid·dán) se usa en la profecía de Daniel con el significado de “años”. (Véase Lexicon in Veteris Testamenti Libros, de L. Koehler y W. Baumgartner, Leiden, 1958, pág. 1106; A Hebrew and English Lexicon of the Old Testament, de Brown, Driver y Briggs, 1980, pág. 1105; Lexicon Linguae Aramaicae Veteris Testamenti, edición de E. Vogt, Roma, 1971, pág. 124.) La duración de un año en este caso es de 360 días, tal como en Revelación 12:6, 14 tres tiempos y medio equivalen a “mil doscientos sesenta días”. (Compárese también con Rev 11:2, 3.) Según este cálculo, “siete tiempos” equivaldrían a 2.520 días. El hecho de que un número específico de días puede utilizarse en el registro bíblico para representar proféticamente una cantidad igual de años, se puede observar al leer los registros de Números 14:34 y Ezequiel 4:6. Solo aplicando la fórmula “un día por un año” a los “siete tiempos” de esta profecía, puede tener la visión del capítulo 4 de Daniel un cumplimiento significativo que trascienda de los tiempos ya pasados de Nabucodonosor, cumplimiento que cabe esperar según las pruebas hasta ahora presentadas. Por lo tanto, los “siete tiempos” representan 2.520 años.
Es un hecho histórico digno de mención el que —sobre la base de la información y pruebas presentadas— el número de marzo de 1880 de la revista Watch Tower identificase el año 1914 con el tiempo en que concluirían “los tiempos señalados de las naciones” (el permiso de gobernar que Dios había concedido a los gobernantes gentiles). Eso fue unos treinta y cuatro años antes de que llegara dicho año y de los sucesos trascendentales a los que dio comienzo. El periódico The World del 30 agosto de 1914, uno de los más importantes de Nueva York en aquel entonces, comentó lo siguiente en un artículo principal de su revista dominical: “El tremendo estallido de guerra en Europa ha cumplido una profecía extraordinaria. Durante el pasado cuarto de siglo, por medio de predicadores y de la prensa, los ‘Estudiantes Internacionales de la Biblia’ [...] han estado proclamando al mundo que el Día de la Ira profetizado en la Biblia amanecería en 1914”.
Los sucesos que acontecieron en el otoño del año 1914 E.C. y desde entonces, son historia que todos conocemos bien; aquel año vio el comienzo de la gran guerra, la primera guerra mundial de la historia de la humanidad y la primera que se peleó, no por la cuestión de la dominación de Europa solamente, ni de África ni de Asia, sino por la dominación del mundo. (Lu 21:7-24, 29-33; Rev 11:15-18; véanse PRESENCIA; ÚLTIMOS DÍAS.)