ALTAR
Básicamente, una estructura o lugar elevado sobre el que se ofrecían sacrificios o se quemaba incienso como parte de la adoración al Dios verdadero o a otra deidad. La palabra hebrea miz·bé·aj (altar) proviene de la raíz verbal za·váj (degollar, sacrificar), por lo que alude fundamentalmente al lugar donde se degüella o sacrifica. (Gé 8:20; Dt 12:21; 16:2.) Algo parecido ocurre con la palabra griega thy·si·a·stḗ·ri·on (altar), derivada de la raíz verbal thý·ō, cuyo significado también es “degollar; sacrificar”. (Mt 22:4; Mr 14:12.) El término griego bō·mós se emplea con referencia al altar de una deidad falsa. (Hch 17:23.)
La primera mención de un altar en el texto bíblico aparece después del Diluvio, cuando “Noé empezó a edificar un altar a Jehová” e hizo ofrendas quemadas sobre él. (Gé 8:20.) Las únicas ofrendas mencionadas con anterioridad al Diluvio fueron las de Caín y Abel, y aunque es de suponer que las hiciesen sobre un altar, no se dice nada al respecto. (Gé 4:3, 4.)
Abrán edificó un altar en Siquem (Gé 12:7), también en algún lugar entre Betel y Hai (Gé 12:8; 13:3), luego en Hebrón (Gé 13:18) y, seguramente, sobre el monte Moria, donde Dios le dio un carnero en sustitución de Isaac. (Gé 22:9-13.) Aunque solo en este último caso se especifica que Abrán ofreció un sacrificio en el altar, el significado de la palabra hebrea empleada indica que en cada uno de los otros casos debió presentarse una ofrenda. Tiempo después, Isaac edificó un altar en Beer-seba (Gé 26:23, 25), y Jacob construyó altares en Siquem y Betel. (Gé 33:18, 20; 35:1, 3, 7.) Estos altares que hicieron los patriarcas probablemente fueron como los que más tarde Dios mencionó en el pacto de la Ley, o bien un montículo de tierra o una plataforma de piedras sin labrar. (Éx 20:24, 25.)
Después de la victoria sobre los amalequitas, Moisés edificó un altar al que puso por nombre “Jehová-nisí” (Jehová Es Mi Poste-Señal). (Éx 17:15, 16.) Luego, cuando se instituyó el pacto de la Ley, edificó un altar al pie del monte Sinaí, sobre el que se ofrecieron sacrificios. La sangre de estos se roció sobre el altar, el libro y el pueblo, con lo que se validó y puso en vigor el pacto. (Éx 24:4-8; Heb 9:17-20.)
Altares del tabernáculo. De acuerdo con el diseño divino, se construyeron para el tabernáculo dos altares: el altar de la ofrenda quemada (también llamado “altar de cobre” [Éx 39:39]) y el altar del incienso. El primero, que tenía forma de un cajón hueco, estaba hecho de madera de acacia, y al parecer carecía de tapa y de fondo. Medía 2,2 m. de lado y 1,3 m. de alto, y de las cuatro esquinas superiores salían “cuernos”. Estaba revestido de cobre en su totalidad. Asimismo, tenía un enrejado o rejilla de cobre debajo del canto del altar, “por dentro” y “hacia el centro”. En sus cuatro extremidades, “cerca del enrejado”, había cuatro anillos, y parece que por ellos se pasaban los dos varales de madera de acacia revestidos de cobre que se usaban para transportar el altar. De esta descripción se desprende que quizás se había hecho una ranura en dos de los lados del altar para poder insertar una rejilla plana, y que los anillos sobresalían por ambos lados. No obstante, las opiniones de los eruditos en la materia varían de forma considerable. Muchos creen que había dos juegos de anillos y que los del segundo juego, por los que se insertaban los varales para transportar el altar, estaban adosados directamente a su parte exterior. Algunos de los utensilios de cobre del altar eran los recipientes y las palas para la ceniza, los tazones para recoger la sangre de los animales, los tenedores para manipular la carne y los braserillos. (Éx 27:1-8; 38:1-7, 30; Nú 4:14.)
Este altar de cobre para las ofrendas quemadas estaba colocado delante de la entrada del tabernáculo. (Éx 40:6, 29.) Aunque tenía poca altura, es posible que, con el fin de facilitar la manipulación de los sacrificios colocados en su interior, se levantara un poco el suelo a su alrededor o tuviera una rampa. (Compárese con Le 9:22, donde se dice que Aarón “bajó” de hacer las ofrendas.) Puesto que el animal era sacrificado “al lado del altar que da al norte” (Le 1:11), el “lugar para las cenizas grasosas” que se retiraban del altar estaba al E. (Le 1:16) y la palangana de cobre “para el lavado” se encontraba al O. (Éx 30:18), el único lado libre donde podía haber estado dicha rampa era el S.
Altar del incienso. El altar del incienso (también llamado “altar de oro” [Éx 39:38]) estaba igualmente hecho de madera de acacia, pero “su superficie superior y sus lados” estaban revestidos de oro. Alrededor de la parte superior había un borde de oro. El altar medía 44,5 cm. de lado y 89 cm. de alto, y también tenía “cuernos” que salían de las cuatro esquinas superiores. Debajo del borde de oro, y en dos costados opuestos, había dos anillos de oro para insertar los varales de madera de acacia recubiertos de oro que se usaban para transportar el altar. (Éx 30:1-5; 37:25-28.) En este altar se quemaba un incienso especial dos veces al día, por la mañana y al atardecer. (Éx 30:7-9, 34-38.) En otras partes se menciona el uso de un incensario o un braserillo para quemar incienso, que también se empleaba en conexión con el altar del incienso. (Le 16:12, 13; Heb 9:4; Rev 8:5; compárese con 2Cr 26:16, 19.) El altar del incienso estaba colocado dentro del tabernáculo, justo delante de la cortina del Santísimo, por lo que se dice que estaba “delante del arca del testimonio”. (Éx 30:1, 6; 40:5, 26, 27.)
La santificación y el uso de los altares del tabernáculo. Al tiempo de la ceremonia de instalación del tabernáculo, ambos altares fueron ungidos y santificados. (Éx 40:9, 10.) En aquella ocasión, al igual que en otras posteriores en las que se presentaron ciertas ofrendas por el pecado, la sangre del animal sacrificado se puso sobre los cuernos del altar de ofrendas quemadas y el resto se derramó sobre la base. (Éx 29:12; Le 8:15; 9:8, 9.) Hacia la conclusión de la ceremonia de instalación, una porción del aceite de la unción y de la sangre que estaba sobre el altar se salpicó sobre Aarón y sus hijos, así como sobre sus prendas de vestir, con el objeto de santificarlos. (Le 8:30.) En total, se necesitaron siete días para la santificación del altar de las ofrendas quemadas. (Éx 29:37.) En el caso de otras ofrendas quemadas, sacrificios de comunión y ofrendas por la culpa, la sangre se rociaba sobre el altar, mientras que si el sacrificio era de aves, la sangre se salpicaba o se derramaba al lado del altar. (Le 1:5-17; 3:2-5; 5:7-9; 7:2.) Las ofrendas de grano se hacían humear sobre el altar como “olor conducente a descanso” a Jehová. (Le 2:2-12.) El sumo sacerdote y sus hijos comían la parte sobrante de la ofrenda de grano junto al altar. (Le 10:12.) Todos los años, en el Día de Expiación, el sumo sacerdote limpiaba y santificaba el altar, poniendo sobre los cuernos un poco de la sangre de los animales sacrificados y rociándola siete veces sobre el altar. (Le 16:18, 19.)
De todos los animales sacrificados se apartaban porciones con el fin de hacerlas humear sobre el altar, por lo que siempre se mantenía ardiendo en el altar un fuego que nunca debía apagarse. (Le 6:9-13.) De este fuego se apartaba una llama para quemar el incienso. (Nú 16:46.) Solo Aarón y aquellos de sus descendientes que no tuviesen defecto físico alguno estaban autorizados a rendir servicio en el altar. (Le 21:21-23.) El resto de los levitas solo servían en calidad de ayudantes. Cualquier otro hombre que sin ser descendiente de Aarón se acercase al altar tenía que ser muerto. (Nú 16:40; 18:1-7.) Se destruyó a Coré y su asamblea porque no reconocieron esta designación divina, y los braserillos de cobre que habían llevado consigo fueron batidos en finas láminas, que se usaron para revestir el altar en señal de que no debería acercarse nadie que no fuese de la descendencia de Aarón. (Nú 16:1-11, 16-18, 36-40.)
Una vez al año también se hacía expiación por el altar de oro para el incienso poniendo sangre sobre los cuernos de este. Otra ocasión en la que se repetía esta misma ceremonia era cuando se presentaban ofrendas por el pecado de algún sacerdote. (Éx 30:10; Le 4:7.)
Cuando los hijos de Qohat transportaban el altar de incienso y el altar de las ofrendas quemadas, los cubrían, el primero, con una tela azul y pieles de foca, y el segundo, con una tela de lana teñida de púrpura rojiza y, también, pieles de foca. (Nú 4:11-14; véase TABERNÁCULO.)
Altares del templo. Antes de la dedicación del templo de Salomón, el altar de cobre que se hizo en el desierto sirvió para los sacrificios que Israel ofrecía en el lugar alto de Gabaón. (1Re 3:4; 1Cr 16:39, 40; 21:29, 30; 2Cr 1:3-6.) El altar de cobre que después se hizo para el templo cubría una superficie dieciséis veces mayor que el anterior, y medía unos 9 m. de lado y unos 4,5 m. de alto. (2Cr 4:1.) En vista de su altura, era imprescindible que tuviera una vía de acceso. La ley de Dios prohibía el uso de escalones para el altar, con el fin de evitar descubrir la desnudez de los sacerdotes. (Éx 20:26.) Hay quien cree que los calzoncillos de lino que usaban Aarón y sus hijos servían para obviar este mandamiento y así hacer permisibles los escalones. (Éx 28:42, 43.) Sin embargo, parece probable que usaran una rampa para acercarse a la parte superior del altar de la ofrenda quemada. Josefo (La Guerra de los Judíos, libro V, cap. V, sec. 6) indica que en el altar del templo que Herodes construyó tiempo después se utilizó una rampa. Si la situación del altar del templo de Salomón siguió el modelo del altar del tabernáculo, la rampa probablemente estaba en el lado S. del altar. De este modo el “mar fundido”, donde los sacerdotes se lavaban, quedaba cerca, pues también estaba en el lado S. (2Cr 4:2-5, 9, 10.) Es probable que la configuración del altar construido para el templo siguiera el modelo del altar del tabernáculo, y no se da una descripción detallada de él.
Fue ubicado donde David había edificado con anterioridad su altar temporal en el monte Moria (2Sa 24:21, 25; 1Cr 21:26; 2Cr 8:12; 15:8), que, según la tradición, era el lugar donde Abrahán se había dispuesto a sacrificar a Isaac. (Gé 22:2.) La sangre de los animales sacrificados se derramaba en la base del altar, y cabe la posibilidad de que existiera cierto tipo de conducto para conducir la sangre fuera del recinto del templo. Según se informa, el templo de Herodes tuvo un conducto así, conectado con el cuerno del altar que daba al SO.; en la roca del recinto del templo donde se supone que se alzaba el altar, se ha hallado una abertura que lleva a un canal subterráneo que desemboca en el valle de Cedrón.
El altar del incienso para el templo estaba hecho de madera de cedro, lo único que, según parece, lo diferenciaba del que había en el tabernáculo, ya que también estaba revestido de oro. (1Re 6:20, 22; 7:48; 1Cr 28:18; 2Cr 4:19.)
Cuando se dedicó el templo, Salomón pronunció su oración delante del altar de las ofrendas quemadas. Una vez terminada, bajó fuego del cielo y consumió los sacrificios que había sobre el altar. (2Cr 6:12, 13; 7:1-3.) A pesar de que este altar de cobre tenía una superficie aproximada de setenta y nueve metros cuadrados, resultó demasiado pequeño para la gran cantidad de sacrificios que se ofrecieron, por lo que fue necesario santificar el centro del patio y así disponer de más lugar para el sacrificio. (1Re 8:62-64.)
Durante la parte final del reinado de Salomón y los reinados de Rehoboam y Abiyam, el altar de las ofrendas quemadas cayó en el abandono, de manera que cuando el rey Asá comenzó su reinado, hizo que fuese renovado. (2Cr 15:8.) Algún tiempo después, el rey Uzías fue herido de lepra por intentar quemar incienso sobre el altar de oro para incienso. (2Cr 26:16-19.) Respecto al altar de cobre para las ofrendas quemadas, el rey Acaz hizo que se le desplazase a un lado para poner en su lugar un altar pagano. (2Re 16:14.) Sin embargo, su hijo Ezequías hizo limpiar el altar de cobre y sus utensilios, los santificó y reanudó su servicio. (2Cr 29:18-24, 27; véase TEMPLO.)
Altares después del exilio. Al regresar a Jerusalén del exilio, lo primero que se construyó, bajo la dirección de Zorobabel y el sumo sacerdote Jesúa, fue el altar para las ofrendas quemadas. (Esd 3:2-6.) Con el tiempo también se hizo un nuevo altar del incienso.
El rey sirio Antíoco Epífanes se llevó el altar de oro del incienso, y dos años más tarde (168 a. E.C.) construyó un altar encima del gran altar de Jehová y en él ofreció un sacrificio a Zeus. (1 Macabeos 1:20-64.) Después de esto, Judas Macabeo construyó un nuevo altar de piedras sin labrar y colocó de nuevo el altar del incienso. (1 Macabeos 4:44-49.)
El altar de las ofrendas quemadas del templo de Herodes se hizo de piedras sin labrar, y, según Josefo (La Guerra de los Judíos, libro V, cap. V, sec. 6), tenía 50 codos de lado y 15 codos de alto, aunque la Misná judía (Middot 3:1) le atribuye dimensiones menores. Fue a este altar al que Jesús se refirió en su día. (Mt 5:23, 24; 23:18-20.) No se da una descripción del altar del incienso de dicho templo, aunque se le menciona en Lucas 1:11 con relación a Zacarías, el padre de Juan, cuando un ángel se le apareció, de pie, al lado derecho del altar.
El altar del templo de Ezequiel. En el templo que Ezequiel vio en visión, el altar para las ofrendas quemadas también estaba situado delante del templo (Eze 40:47), pero tenía un diseño diferente al de los anteriores altares. Consistía en varias secciones que se adentraban sucesivamente dejando salientes escalonados. Sus dimensiones están dadas en función del codo largo (51,8 cm.). La base del altar era de un codo de espesor, y como borde alrededor de la parte superior tenía un “labio” de un palmo (unos 26 cm.) que formaba una especie de ranura o canalón, quizás para recibir la sangre derramada. (Eze 43:13, 14.) Descansando sobre la misma base, pero un codo más adentro del borde exterior, había otra sección que medía dos codos de alto (unos 104 cm.). Una tercera sección, también adentrada un codo y de cuatro codos de alto (unos 208 cm.), tenía asimismo un borde que la rodeaba, en este caso de medio codo (unos 26 cm.), formando quizás un segundo canal o un saliente protector. Finalmente, el hogar del altar, que también estaba adentrado un codo en comparación con la sección que le precedía, todavía subía otros cuatro codos, y de él salían cuatro “cuernos”. Había escalones que daban al E., para facilitar el acceso al hogar del altar. (Eze 43:14-17.) Al igual que ocurrió con el altar construido en el desierto, para este también se debía observar un período de siete días de expiación e instalación. (Eze 43:19-26.) En el primer día de Nisán se debía efectuar la expiación anual por el altar y el resto del santuario. (Eze 45:18, 19.) El río de aguas curativas que vio Ezequiel fluía desde el templo hacia el E. y pasaba por el lado S. del altar. (Eze 47:1.)
En la visión no se hace una alusión específica al altar del incienso. Sin embargo, la descripción del “altar de madera” que se halla en Ezequiel 41:22 y en especial la referencia al mismo como la “mesa que está delante de Jehová”, indica que este corresponde al altar del incienso más bien que a la mesa del pan de la proposición. (Compárese con Éx 30:6, 8; 40:5; Rev 8:3.) Este altar tenía tres codos de alto (unos 155 cm.) y probablemente dos codos de lado (unos 104 cm.).
Otros altares. Dado que después del Diluvio la humanidad no siguió con Noé en la adoración pura, es de suponer que proliferaron los altares para la religión falsa. Las excavaciones realizadas en Canaán, Mesopotamia y otros lugares prueban que existieron desde tiempos muy remotos. Balaam hizo levantar sucesivamente siete altares en tres lugares distintos cuando intentó, aunque en vano, invocar una maldición contra Israel. (Nú 22:40, 41; 23:4, 14, 29, 30.)
A los israelitas se les mandó demoler todos los altares paganos y destrozar las columnas y los postes sagrados que se acostumbraban a construir junto a estos. (Éx 34:13; Dt 7:5, 6; 12:1-3.) Nunca deberían imitarlos ni ofrecer a sus hijos en el fuego como hacían los cananeos. (Dt 12:30, 31; 16:21.) En lugar de muchos altares, Israel solo debía tener un altar para la adoración del único Dios verdadero, y debía estar ubicado en el lugar que Jehová escogiera. (Dt 12:2-6, 13, 14, 27; contrástese con Babilonia, donde había 180 altares exclusivamente en honor a la diosa Istar.) Al principio se les ordenó que hicieran un altar de piedras sin labrar después de cruzar el río Jordán (Dt 27:4-8), orden que cumplió Josué al construir un altar en el monte Ebal. (Jos 8:30-32.) Después de la división de la tierra conquistada, las tribus de Rubén y Gad y la media tribu de Manasés construyeron un altar monumental junto al Jordán, lo que provocó una gran agitación entre las otras tribus hasta que se determinó que no se había construido con motivos apóstatas, sino como recordatorio de su fidelidad a Jehová como el Dios verdadero. (Jos 22:10-34.)
Aunque se construyeron otros altares, parece ser que solo fue para ocasiones específicas, no para un uso continuo, y por lo general después de apariciones de ángeles o por instrucción suya. Algunos ejemplos son: el ubicado en Bokim y los de Gedeón y Manóah. (Jue 2:1-5; 6:24-32; 13:15-23.) El registro no indica si el altar que el pueblo edificó en Betel cuando consideraba cómo impedir la desaparición de la tribu de Benjamín tuvo la aprobación divina o sencillamente fue un caso de hacer “lo que era recto a sus propios ojos”. (Jue 21:4, 25.) Como representante de Dios, Samuel ofreció un sacrificio en Mizpá y también construyó un altar en Ramá. (1Sa 7:5, 9, 10, 17.) Esto quizás se debió al hecho de que, después de haber desaparecido el Arca del tabernáculo de Siló, ya no había ninguna prueba de la presencia de Jehová allí. (1Sa 4:4, 11; 6:19-21; 7:1, 2; compárese con Sl 78:59-64.)
Uso de altares temporales. En varias ocasiones se construyeron altares temporales. Por ejemplo, Saúl ofreció un sacrificio en Guilgal y construyó un altar en Ayalón. (1Sa 13:7-12; 14:33-35.) En el primer caso se le condenó por no esperar a que Samuel presentase el sacrificio, pero no se dice nada en cuanto a la selección de estos lugares para hacer los sacrificios.
David le dijo a Jonatán que explicara su ausencia de la mesa de Saúl el día de la luna nueva diciéndole que había ido a Belén para un sacrificio familiar anual; sin embargo, dado que esto era un subterfugio, no se puede saber con seguridad si de verdad se celebraba ese tipo de sacrificio. (1Sa 20:6, 28, 29.) Más tarde, siendo ya rey, David edificó un altar en la era de Arauna (Ornán) por mandato divino. (2Sa 24:18-25; 1Cr 21:18-26; 22:1.) La declaración registrada en 1 Reyes 9:25 en cuanto a que Salomón ‘ofrecía sacrificios sobre el altar’ obviamente significa que hacía que se ofreciesen por medio del sacerdocio autorizado. (Compárese con 2Cr 8:12-15.)
Parece que cuando se erigió el templo en Jerusalén, el altar tuvo una ubicación definitiva: en el “lugar que Jehová su Dios escoja [...], y allá tendrás que ir”. (Dt 12:5.) Con la excepción del altar que utilizó Elías en el monte Carmelo para la prueba del fuego delante de los sacerdotes de Baal (1Re 18:26-35), todos los demás altares construidos a partir de entonces estuvieron relacionados con la apostasía. Salomón mismo fue el primer culpable de tal apostasía debido a la influencia de sus esposas extranjeras. (1Re 11:3-8.) Jeroboán, el rey del reino norteño recién formado, procuró que sus súbditos no fueran al templo de Jerusalén construyendo altares en Betel y Dan. (1Re 12:28-33.) Luego un profeta predijo que durante el reinado del rey Josías de Judá se daría muerte a los sacerdotes que oficiaban en el altar de Betel y se quemarían huesos humanos sobre él. Como señal, el altar se partió, y tiempo después se cumplió cabalmente aquella profecía. (1Re 13:1-5; 2Re 23:15-20; compárese con Am 3:14.)
Durante la gobernación del rey Acab de Israel, se empezaron a hacer muchos altares paganos (1Re 16:31-33), y en el tiempo del rey Acaz de Judá había altares “en todo rincón de Jerusalén”, así como en los muchos “lugares altos”. (2Cr 28:24, 25.) Manasés llegó al extremo de edificar altares dentro de la casa de Jehová y altares para “el ejército de los cielos” en dos patios del templo. (2Re 21:3-5.)
Aunque los reyes fieles destruyeron periódicamente estos altares paganos (2Re 11:18; 23:12, 20; 2Cr 14:3; 30:14; 31:1; 34:4-7), Jeremías todavía pudo decir antes de la caída de Jerusalén: “Tus dioses han llegado a ser tantos como el número de tus ciudades, oh Judá; y son tantos como el número de las calles de Jerusalén los altares que ustedes han puesto para la cosa vergonzosa, altares para hacer humo de sacrificio a Baal”. (Jer 11:13.)
Durante el exilio y en el período apostólico. Según los papiros de Elefantina, los judíos que huyeron durante el período del exilio a Elefantina, en el Alto Egipto, edificaron un templo y un altar; y algunos siglos más tarde, los judíos que vivían cerca de Leontópolis hicieron lo mismo. (Antigüedades Judías, libro XIII, cap. III, sec. 1; La Guerra de los Judíos, libro VII, cap. X, secs. 2 y 3.) Este último templo y su correspondiente altar fueron construidos por el sacerdote Onías en un intento de cumplir Isaías 19:19, 20.
Ya en la era común, cuando el apóstol Pablo habló a los atenienses, se refirió a un altar dedicado “A un Dios Desconocido”. (Hch 17:23.) Existe amplia información histórica en respaldo del registro de Hechos. Se dice que Apolonio de Tiana, quien visitó Atenas un poco después que Pablo, comentó: “Hay más moderación en hablar bien de todos los dioses y especialmente en Atenas, en donde incluso en honor de dioses desconocidos se alzan altares”. (Vida de Apolonio de Tiana, de Filóstrato, VI, III.) En el siglo II E.C. el geógrafo Pausanias informó que en el camino que iba desde el puerto de la bahía de Falero hasta la ciudad de Atenas había observado “altares de los dioses llamados desconocidos, [y] de héroes”. También habló del “altar de los dioses desconocidos” en Olimpia. (Descripción de Grecia, traducción de Antonio Tovar, Orbis, 1986, Ática, cap. I, sec. 4; Élide, libro I, cap. XIV, sec. 8.) En 1909 se descubrió un altar parecido en Pérgamo, en las inmediaciones del templo de Deméter.
El significado de los altares. En los capítulos 8 y 9 de la carta a los Hebreos, el apóstol Pablo expone con absoluta claridad que todo lo relacionado con el tabernáculo y el templo tenía un valor típico. (Heb 8:5; 9:23.) Las Escrituras Griegas Cristianas ponen de manifiesto cuál es el significado típico de los dos altares. El altar de las ofrendas quemadas representa la “voluntad” de Dios, es decir, su voluntad o disposición de aceptar el sacrificio humano perfecto de su Hijo unigénito. (Heb 10:5-10.) El que estuviese frente a la entrada que conducía al santuario recalca que el ejercer fe en el sacrificio de rescate es imprescindible para que Dios apruebe a una persona. (Jn 3:16-18.) La insistencia en que solo hubiese un altar de sacrificios armoniza con las palabras de Cristo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”, y también está de acuerdo con muchas otras referencias bíblicas sobre la unidad que debe observarse en la fe cristiana. (Jn 14:6; Mt 7:13, 14; 1Co 1:10-13; Ef 4:3-6; véase además la profecía de Isa 56:7 y 60:7, en cuanto a que personas de todas las naciones acudirían al altar de Dios.)
Es cierto que hubo quienes corrieron a sujetarse a los cuernos del altar en un esfuerzo por obtener protección; no obstante, la ley de Dios prescribía que el asesino deliberado tenía que ser retirado ‘hasta de estar a Su altar, para que muriera’. (Éx 21:14; compárese con 1Re 1:50-53; 2:28-34.) Por otra parte, el salmista dijo: “Lavaré mis manos en la inocencia misma, y ciertamente marcharé alrededor de tu altar, oh Jehová”. (Sl 26:6.)
Aunque la cristiandad ha usado las palabras que se hallan en Hebreos 13:10 para justificar la edificación de nuevos altares, el contexto muestra que el “altar” del que Pablo habla no es literal, sino simbólico. (Heb 13:10-16.) Minucio Félix (al igual que otros apologistas) muestra que era común que cuando a los cristianos primitivos se les acusaba de no tener altares ni templos para el ejercicio del culto, respondieran que ‘no tenían templos ni altares’ por considerarlos innecesarios en la adoración. (El Octavio, X, 1-2; XXXII, 1.) Y en un comentario sobre Hebreos 13:10 recogido en la obra Word Studies in the New Testament, de M. R. Vincent, 1957, vol. IV, pág. 567), se hace la siguiente observación: “Es un error pretender encontrar entre los cristianos primitivos algún objeto en particular que correspondiese a un altar, bien una cruz, la mesa para la eucaristía o el propio Cristo. Más bien, los conceptos de acercamiento a Dios —sacrificios, expiación, perdón y aprobación divinas, y salvación—, se conjugan y, por lo general, se representan, mediante un altar figurativo, tal como en el altar judío convergieron todos estos conceptos”. Los profetas hebreos condenaron con dureza la multiplicación de altares. (Isa 17:7, 8.) Oseas dijo que Efraín se había “multiplicado altares para pecar” (Os 8:11; 10:1, 2, 8; 12:11), Jeremías afirmó que el pecado de Judá estaba grabado “en los cuernos de sus altares” (Jer 17:1, 2) y Ezequiel predijo que los falsos adoradores ejecutados llegarían a estar “todo en derredor de sus altares”. (Eze 6:4-6, 13).
Las expresiones proféticas de juicio divino también están relacionadas con el altar verdadero. (Isa 6:5-12; Eze 9:2; Am 9:1.) Las almas de los que habían sido degollados por dar testimonio acerca de Dios, clamaban precisamente desde “debajo del altar”, y decían: “¿Hasta cuándo, Señor Soberano santo y verdadero, te abstienes de juzgar y de vengar nuestra sangre en los que moran en la tierra?”. (Rev 6:9, 10; compárese con 8:5; 11:1; 16:7.)
En Revelación 8:3, 4, el altar de oro para incienso está relacionado explícitamente con las oraciones de los santos. Era una costumbre de los judíos orar “a la hora en que se ofrecía el incienso”. (Lu 1:9, 10; compárese con Sl 141:2.) Este único altar de incienso también representa la única vía de acercamiento a Dios acerca de la cual hablan las Escrituras Griegas Cristianas. (Jn 10:9; 14:6; 16:23; Ef 2:18-22; véase OFRENDAS.)