La receta de la verdadera felicidad
CON una buena receta y un buen cocinero sale delicioso cualquier plato. En cierto sentido ocurre igual con la felicidad. No es el resultado de un único factor, sino de un cúmulo de ellos, como el trabajo, el ocio, la compañía de la familia y los amigos, y las actividades espirituales. Además, hay otros ingredientes más sutiles, como las actitudes, deseos y metas en la vida.
¡Menos mal que no tenemos que andar averiguando por nuestra cuenta la receta de la verdadera felicidad! ¿Por qué no? Porque el Creador nos ha proporcionado un maravilloso manual, la Biblia, que ya se puede leer entera o en parte en 2.377 idiomas y dialectos, mucho más que cualquier otra publicación.
Su asombrosa difusión muestra cuánto se interesa Dios por la felicidad y el bienestar espiritual de cada ser humano (Hechos 10:34, 35; 17:26, 27). Él mismo dice: “Soy [...] Aquel que te enseña para que te beneficies a ti mismo”, y nos promete que, si obedecemos sus mandamientos, disfrutaremos de una paz y una tranquilidad tan abundantes “como un río” (Isaías 48:17, 18).
Esta promesa nos recuerda las palabras de Jesús citadas en el artículo anterior: “Felices son los que tienen conciencia de su necesidad espiritual” (Mateo 5:3). La espiritualidad que menciona este versículo no es una piedad superficial, sino una fuerza que influye en toda nuestra existencia. Dicha espiritualidad refleja el deseo de escuchar a Dios y permitir que nos enseñe, pues somos conscientes de que nos conoce mejor que nosotros mismos. “Lo que más me convence de que la Biblia viene de Dios —señala Errol, quien lleva más de cincuenta años estudiándola— es que sus consejos nunca fallan.” Tomemos como ejemplo las excelentes recomendaciones que hace sobre la búsqueda de las riquezas y los placeres.
Sabia orientación sobre el dinero
Jesús señaló que “hasta cuando uno tiene en abundancia, su vida no resulta de las cosas que posee” (Lucas 12:15). En efecto, el verdadero valor de la persona, sobre todo a los ojos de Dios, no tiene nada que ver con los números de su cuenta bancaria. De hecho, el afán de riquezas suele incrementar las preocupaciones, lo que reduce tanto la alegría de vivir como el tiempo para realizar otras actividades más importantes (Marcos 10:25; 1 Timoteo 6:10).
De acuerdo con Richard Ryan, profesor de Psicología en Estados Unidos, cuanto más se busca la satisfacción en los bienes materiales, menos se encuentra. Así lo reconoció Salomón en la Biblia: “El que ama el dinero nunca se satisface con lo que tiene, siempre quiere más y más” (Eclesiastés 5:10, La Palabra de Dios para Todos [PDT]). Ocurre igual que con la picadura de un mosquito: cuanto más se rasca uno, más picor produce, hasta que de tanto rascarse acaba formándose una llaga.
La Biblia nos anima a ser laboriosos y tener un sentido del logro (Eclesiastés 3:12, 13). Esto fortalece nuestro amor propio —otro ingrediente indispensable para ser feliz— y tal vez nos permita gozar de sanos placeres. Sin embargo, una cosa es aprovechar algunas de las ventajas que nos brinda el dinero y otra muy distinta convertir la adquisición de riquezas en el eje de nuestra vida.
Los placeres tienen su lugar
Una actitud espiritual nos permite sacar el mayor provecho de las diversiones y otros placeres. Así, Jesús disfrutó de celebraciones agradables en las que había comida y bebida (Lucas 5:29; Juan 2:1-10). Pero estas cosas no fueron nunca el principal gozo de su vida. Él encontraba su máxima satisfacción en actividades espirituales, como enseñar a la gente información sobre Dios y Su propósito para la humanidad (Juan 4:34).
El rey Salomón hizo una investigación sobre los placeres, con la intención de ver si encerraban el secreto de la felicidad. Dijo: “Voy a divertirme y a probar los placeres y todo lo que es darse la gran vida”. Este adinerado monarca no exploró tan solo algún que otro placer, sino que se dio “la gran vida”, y luego mencionó a qué conclusión había llegado: “Esto tampoco resultó tener sentido” (Eclesiastés 2:1, PDT).
En efecto, los que viven entregados al placer suelen terminar descubriendo que esa vida resulta vacía y sin sentido. De hecho, algunos estudios han comparado la satisfacción que producen los placeres de “la gran vida” con la satisfacción que se obtiene con cosas como un trabajo significativo, las actividades espirituales y una buena relación de familia. ¿Cuáles han sido los resultados? La búsqueda afanosa del placer fue el factor que menos repercutía en la sensación general de felicidad de los entrevistados.
Hay que ser generosos y agradecidos
Por lo general, la gente feliz no es egoísta, sino que demuestra generosidad e interés por los demás. Ya lo dijo Jesús: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hechos 20:35). Además de bienes materiales, podemos aportar nuestro tiempo y energías, que tal vez hasta se aprecien más, sobre todo en la familia. Los cónyuges tienen que pasar tiempo juntos para fortalecer su matrimonio y mantener la dicha. Los padres, por su parte, deben dedicar mucho tiempo a sus hijos: conversar con ellos, mostrarles afecto y educarlos. Cuando todos los miembros dan de estas maneras, la familia se fortalece y el hogar se convierte en un oasis de felicidad.
Por otro lado, cuando son los demás los que nos aportan un poco de su tiempo, sus energías o cualquier otra cosa, ¿cumplimos nosotros con la exhortación: “Muéstrense agradecidos”? (Colosenses 3:15.) Vivir de acuerdo con estas dos palabras puede mejorar muchísimo nuestras relaciones con el prójimo, además de incrementar significativamente la dicha que sentimos. ¿Verdad que uno siente mucha alegría cuando alguien le expresa de corazón su agradecimiento?
Además, al mostrar gratitud nos hacemos más conscientes de las cosas buenas que nos ocurren. En un experimento controlado, una investigadora de la Universidad de California en Riverside (EE.UU.) pidió a los participantes que llevaran un “diario de gratitud”, es decir, que apuntaran las razones que tenían para estar agradecidos cada día. Como cabría esperar, al cabo de seis semanas se sentían mucho más satisfechos con su vida.
¿Qué aprendemos? Sin importar cuál sea nuestra situación, conviene centrarse en los aspectos positivos de la vida. Esa es la actitud que nos anima a tener la Biblia, pues dice: “Regocíjense siempre. Con relación a todo, den gracias” (1 Tesalonicenses 5:16, 18). Claro, para lograrlo debemos esforzarnos por recordar las cosas buenas que nos pasan. ¿Verdad que sería bueno ponerse esta meta?
El amor y la esperanza son esenciales para la felicidad
Bien se ha dicho que, desde la cuna hasta la tumba, todos necesitamos recibir amor. Si no, nos marchitamos. Ahora bien, ¿qué es el amor? Aunque en la actualidad se aplique este nombre a casi cualquier cosa, la Biblia da una bella descripción de esta cualidad: “El amor es sufrido y bondadoso. El amor no es celoso, no se vanagloria, no se hincha, no se porta indecentemente, no busca sus propios intereses, no se siente provocado. No lleva cuenta del daño. No se regocija por la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Todas las cosas las soporta, todas las cree, todas las espera, todas las aguanta” (1 Corintios 13:4-8).
Sin duda, el amor verdadero es lo contrario al egoísmo. En realidad, como “no busca sus propios intereses”, antepone la felicidad ajena a la personal. Por desgracia, ese amor es cada vez menos frecuente. De hecho, en su trascendental profecía sobre el fin del sistema de cosas actual, Jesús indicó que “se enfriar[ía] el amor de la mayor parte” de las personas (Mateo 24:3, 12; 2 Timoteo 3:1-5).
Pero esta situación no va a seguir así indefinidamente, pues constituye un insulto al Creador, quien es el amor en persona (1 Juan 4:8). Dentro de poco eliminará de la Tierra a las personas dominadas por el odio o la codicia. Tan solo conservará vivos a quienes se esfuercen por cultivar el amor que hemos descrito. Como consecuencia, reinarán la paz y la felicidad en todo el planeta. La siguiente promesa bíblica se cumplirá sin falta: “Solo un poco más de tiempo, y el inicuo ya no será; y ciertamente darás atención a su lugar, y él no será. Pero los mansos mismos poseerán la tierra, y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz” (Salmo 37:10, 11).
Imagínese lo que será sentir cada día “deleite exquisito”. ¿Debería sorprenderle, entonces, que la Biblia exhorte a los cristianos: “Regocíjense en la esperanza”? (Romanos 12:12.) ¿Le gustaría aprender más sobre la maravillosa esperanza que Dios ofrece a la humanidad obediente? Si así es, no deje de leer el siguiente artículo.
[Comentario de la página 7]
“Hay más felicidad en dar que en recibir.” (Hechos 20:35)
[Ilustración y recuadro de la página 5]
¿Son ciertas las historias de triunfadores?
En ocasiones oímos historias de gente que se cría en hogares difíciles, lucha contra viento y marea y termina amasando una fortuna. “Tales relatos se citan a veces como ejemplos de que es posible que las personas se superen en medio de la adversidad y luego les vaya bien en la vida a pesar de haber tenido una infancia infeliz, o incluso como consecuencia de ella —explica un reportaje sobre la felicidad publicado en el periódico San Francisco Chronicle—. El problema con esta interpretación es que, según ciertos estudios, no siempre les ha ido tan bien después de todo. Tan solo es que se han hecho más ricos.”
[Ilustración y recuadro de la página 6]
La felicidad es saludable
Un espíritu alegre es curativo. Según la revista Time, “parece que la felicidad y los estados mentales vinculados —como la esperanza, el optimismo y la satisfacción— reducen el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares y pulmonares, diabetes, hipertensión, resfriados y rinofaringitis, y limitan su gravedad”. De acuerdo con un estudio holandés realizado con pacientes ancianos, la actitud alegre y positiva propició una asombrosa merma del 50% en la mortalidad en un plazo de nueve años.
No está claro cómo influyen los estados mentales en el organismo. Pero los estudios indican que las personas optimistas registran menores niveles de cortisol, hormona del estrés que inhibe el funcionamiento del sistema inmunológico.
[Ilustración de las páginas 4 y 5]
Siguiendo una buena receta se consigue una buena comida; siguiendo las instrucciones de Dios se consigue la felicidad