Capítulo 116
Prepara a los apóstoles para Su partida
LA CENA de la conmemoración ha terminado, pero Jesús y sus apóstoles todavía están en el cuarto superior. Aunque pronto Jesús se habrá ido, todavía tiene mucho que decirles. Los consuela así: “No se les perturbe el corazón. Ejerzan fe en Dios”. Pero añade: “Ejerzan fe también en mí”.
Jesús pasa a decir: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas [...] voy a preparar un lugar para ustedes [...] para que donde yo estoy también estén ustedes. Y a donde yo voy ustedes saben el camino”. Los apóstoles no comprenden que Jesús se refiere a su partida hacia el cielo, y por eso Tomás pregunta: “Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo sabemos el camino?”.
“Yo soy el camino y la verdad y la vida”, contesta Jesús. Sí, solo por aceptarlo e imitar su proceder en la vida puede alguien entrar en la casa celestial de su Padre, porque, como dice Jesús: “Nadie viene al Padre sino por mí”.
“Señor, muéstranos al Padre —pide Felipe—, y nos basta.” Parece que Felipe quiere que Jesús suministre una manifestación visible de Dios, como la que se concedió en la antigüedad por visiones a Moisés, Elías e Isaías. Pero en realidad los apóstoles tienen algo mucho mejor que visiones de ese tipo, como hace notar Jesús: “¿He estado con ustedes tanto tiempo, y aun así, Felipe, no has llegado a conocerme? El que me ha visto a mí ha visto al Padre también”.
Jesús refleja con tanta perfección la personalidad de su Padre que el vivir con él y observarlo es, de hecho, como en realidad ver al Padre. Sin embargo, el Padre es superior al Hijo, como reconoce Jesús: “Las cosas que les digo a ustedes no las hablo por mí mismo”. Como es propio, Jesús atribuye a su Padre celestial el mérito por lo que enseña.
¡Cuánto debe animar a los apóstoles oír a Jesús decirles: “El que ejerce fe en mí, ese también hará las obras que yo hago; y hará obras mayores que estas”! Jesús no quiere decir que sus seguidores tendrán poderes milagrosos mayores que los de él. No; lo que quiere decir es que efectuarán el ministerio por un tiempo mucho más largo, en territorio mucho más extenso, y alcanzarán a muchas más personas.
Jesús no abandonará a sus discípulos después de su partida. “Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre —promete—, esto lo haré.” Además, dice: “Yo pediré al Padre, y él les dará otro ayudante que esté con ustedes para siempre, el espíritu de la verdad”. Más tarde, después de ascender al cielo, Jesús derrama sobre sus discípulos el espíritu santo, este otro ayudante.
Se acerca el momento en que Jesús ha de partir, como dice: “Un poco más y el mundo ya no me contemplará”. Jesús será una criatura celestial que ningún humano puede ver. Pero de nuevo promete a sus apóstoles fieles: “Ustedes me contemplarán, porque yo vivo y ustedes vivirán”. Sí; Jesús no solo se les aparecerá en forma humana después de su resurrección, sino que, al debido tiempo, también los resucitará a la vida en el cielo con él como criaturas celestiales, o espíritus.
Jesús ahora declara una regla sencilla: “El que tiene mis mandamientos y los observa, ese es el que me ama. A su vez, el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me mostraré a él claramente”.
Al oír eso, el apóstol Judas, aquel a quien también se llama Tadeo, le interrumpe diciendo: “Señor, ¿qué ha pasado que vas a mostrarte claramente a nosotros y no al mundo?”.
“Si alguien me ama —responde Jesús—, observará mi palabra, y mi Padre lo amará [...] El que no me ama no observa mis palabras.” A diferencia de los obedientes seguidores de Jesús, el mundo pasa por alto las enseñanzas de Cristo. Por eso él no se revela al mundo.
Durante su ministerio terrestre Jesús ha enseñado muchas cosas a sus apóstoles. ¿Cómo las recordarán, especialmente cuando hasta este momento es tanto lo que no han podido captar? Felizmente, Jesús promete: “El ayudante, el espíritu santo, que el Padre enviará en mi nombre, ese les enseñará todas las cosas y les hará recordar todas las cosas que les he dicho”.
Jesús los consuela de nuevo, así: “La paz les dejo, mi paz les doy. [...] No se les perturbe el corazón”. Es cierto que Jesús se va, pero les explica: “Si me amaran, se regocijarían de que sigo mi camino al Padre, porque el Padre es mayor que yo”.
El tiempo que le queda a Jesús para estar con ellos es corto. “Ya no hablaré mucho con ustedes —dice—, porque el gobernante del mundo viene. Y él no tiene dominio sobre mí.” Satanás el Diablo, quien pudo entrar en Judas y dominarlo, es el gobernante del mundo. Pero Jesús no tiene ninguna debilidad asociada con pecado que pudiera usar Satanás para apartarlo de servir a Dios.
Disfrutan de una relación íntima
Después de la cena conmemorativa, Jesús ha estado animando a sus apóstoles con un discurso informal íntimo. Puede que ya sea más de la medianoche. Por eso Jesús insta: “Levántense, vámonos de aquí”. Sin embargo, antes de partir, Jesús, movido por su amor a ellos, sigue hablando y da una ilustración motivadora.
“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el cultivador”, empieza. El Gran Cultivador, Jehová Dios, plantó esta vid simbólica cuando ungió a Jesús con espíritu santo en su bautismo en el otoño de 29 E.C. Pero Jesús pasa a mostrar que la vid simboliza más que solo a él, cuando dice: “Todo sarmiento en mí que no lleva fruto, él lo quita, y todo el que lleva fruto él lo limpia, para que lleve más fruto. [...] Así como el sarmiento no puede llevar fruto por sí mismo a menos que permanezca en la vid, así mismo tampoco pueden ustedes, a menos que permanezcan en unión conmigo. Yo soy la vid, ustedes son los sarmientos”.
En el Pentecostés —51 días después— los apóstoles y otros llegan a ser sarmientos de la vid cuando se derrama espíritu santo sobre ellos. Con el tiempo, 144.000 personas llegan a ser sarmientos de la vid figurativa. Junto con el tronco de la vid, Jesucristo, estas personas componen una vid simbólica que produce los frutos del Reino de Dios.
Jesús explica lo esencial para producir fruto: “El que permanece en unión conmigo, y yo en unión con él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí ustedes no pueden hacer nada”. No obstante, si alguien no produce fruto, Jesús dice que “es echado fuera como un sarmiento, y se seca; y a esos sarmientos los recogen y los arrojan al fuego, y se queman”. Por otra parte, Jesús promete: “Si permanecen en unión conmigo y mis dichos permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se efectuará para con ustedes”.
Además, Jesús dice a sus apóstoles: “Mi Padre es glorificado en esto, que ustedes sigan llevando mucho fruto y demuestren ser mis discípulos”. El fruto que Dios desea de los sarmientos es que manifiesten cualidades como las de Cristo, en especial el amor. Además, puesto que Cristo era proclamador del Reino de Dios, el fruto deseado también incluye que participen en la obra de hacer discípulos, como él.
Jesús ahora insta: “Permanezcan en mi amor”. Pero ¿cómo pueden hacer eso sus apóstoles? “Si observan mis mandamientos —dice—, permanecerán en mi amor.” Jesús pasa a explicar: “Este es mi mandamiento: que ustedes se amen unos a otros así como yo los he amado a ustedes. Nadie tiene mayor amor que este: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos”.
En unas cuantas horas Jesús demostrará ese amor sobrepujante al dar la vida a favor de sus apóstoles, así como a favor de todos los que ejerzan fe en él. Su ejemplo debe impulsar a sus seguidores a manifestar ese mismo amor abnegado unos por otros. Este amor los identificará, como Jesús ha declarado antes: “En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí”.
Al identificar a sus amigos, Jesús dice: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. Ya no los llamo esclavos, porque el esclavo no sabe lo que hace su amo. Pero los he llamado amigos, porque todas las cosas que he oído de mi Padre se las he dado a conocer a ustedes”.
¡Qué relación más preciosa! ¡Ser amigos íntimos de Jesús! Pero para seguir disfrutando de esa relación sus seguidores tienen que ‘seguir llevando fruto’. Si hacen eso, Jesús dice que “sin importar qué le pidan al Padre en mi nombre, él se lo [dará] a ustedes”. ¡Qué magnífico galardón por llevar fruto del Reino! Después de instar de nuevo a los apóstoles a ‘amarse unos a otros’, Jesús explica que el mundo los odiará. Pero los consuela con estas palabras: “Si el mundo los odia, saben que me ha odiado a mí antes que los odiara a ustedes”. Jesús entonces revela por qué el mundo odia a sus seguidores, así: “Porque ustedes no son parte del mundo, sino que yo los he escogido del mundo, a causa de esto el mundo los odia”.
Jesús explica con más detalle a qué se debe el odio del mundo: “Todas estas cosas las harán contra ustedes por causa de mi nombre, porque ellos no conocen al que me ha enviado [Jehová Dios]”. En efecto, las obras milagrosas que Jesús ha realizado condenan a los que lo odian, pues él señala: “Si yo no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y también han odiado tanto a mí como a mi Padre”. Por eso, como dice Jesús, se cumple la escritura: “Me odiaron sin causa”.
Como lo hizo antes, Jesús los consuela de nuevo prometiéndoles que enviará el ayudante, el espíritu santo, que es la poderosa fuerza activa de Dios. “Ese dará testimonio acerca de mí; y ustedes, a su vez, han de dar testimonio.”
Más exhortación antes de la partida
Jesús y los apóstoles están preparados para salir del cuarto superior. “Les he hablado estas cosas para que no se les haga tropezar”, continúa él. Entonces da la siguiente advertencia solemne: “Los expulsarán de la sinagoga. De hecho, viene la hora en que todo el que los mate se imaginará que ha rendido servicio sagrado a Dios”.
Por supuesto, esta advertencia perturba mucho a los apóstoles. Aunque antes Jesús había dicho que el mundo los odiaría, no había revelado tan directamente que se les daría muerte. “No [les] dije [esto] al principio —explica Jesús—, porque estaba con ustedes.” Sin embargo, ¡qué bueno es que los prepare con esta información antes de su partida!
“Pero ahora —sigue diciendo Jesús— voy al que me ha enviado, y sin embargo ni uno de ustedes me pregunta: ‘¿Adónde vas?’.” Antes aquella noche ellos le habían preguntado adónde iba, pero ahora están tan sacudidos por lo que les ha dicho que han dejado de hacerle preguntas acerca de su partida. Como dice Jesús: “Porque les he hablado estas cosas el corazón se les ha llenado de desconsuelo”. Los apóstoles están desconsolados no solo porque se han enterado de que sufrirán terrible persecución y los matarán, sino también porque su Amo los deja.
Por eso Jesús explica: “Es para provecho de ustedes por lo que me voy. Porque si no me voy, el ayudante de ninguna manera vendrá a ustedes; pero si sigo mi camino, lo enviaré a ustedes”. En su condición de humano Jesús solo puede estar en un lugar a la vez, pero cuando esté en el cielo podrá enviar a sus seguidores el ayudante, el espíritu santo de Dios, dondequiera que se hallen en la Tierra. Por eso la partida de Jesús será provechosa.
Jesús dice que el espíritu santo “dará al mundo evidencia convincente respecto al pecado y respecto a la justicia y respecto al juicio”. Se denunciará el pecado del mundo, el que el mundo no haya ejercido fe en el Hijo de Dios. Además, se presentará evidencia convincente de la justicia de Jesús mediante su ascensión al Padre. Y el hecho de que Satanás y su mundo inicuo no pudieran quebrantar la integridad de Jesús es evidencia convincente de que el gobernante del mundo ha recibido juicio adverso.
“Tengo muchas cosas que decirles todavía —continúa Jesús—, pero no las pueden soportar ahora.” Por eso Jesús promete que cuando derrame el espíritu santo, que es la fuerza activa de Dios, este los guiará a un entendimiento de estas cosas según puedan comprenderlas.
Los apóstoles no comprenden particularmente que Jesús morirá y luego se les aparecerá tras haber sido resucitado. Por eso se preguntan unos a otros: “¿Qué significa esto que nos dice: ‘Dentro de poco tiempo no me contemplarán, y, otra vez, dentro de poco tiempo me verán’, y, ‘porque voy al Padre’?”.
Jesús se da cuenta de que quieren preguntarle, y por eso explica: “Muy verdaderamente les digo: Ustedes llorarán y plañirán, pero el mundo se regocijará; ustedes estarán desconsolados, pero su desconsuelo será cambiado a gozo”. Posteriormente aquel día, por la tarde, cuando se da muerte a Jesús, los líderes religiosos mundanos se regocijan, pero los discípulos se desconsuelan. No obstante, ¡su desconsuelo cambia a gozo por la resurrección de Jesús! ¡Y su gozo continúa cuando él los faculta como testigos suyos mediante derramar sobre ellos el espíritu santo de Dios en el Pentecostés!
Jesús establece un paralelo entre la situación de los apóstoles y la de una mujer durante sus dolores de parto, cuando dice: “La mujer, cuando está dando a luz, siente desconsuelo, porque ha llegado su hora”. Pero Jesús indica que la mujer no se acuerda de su tribulación una vez que ha dado a luz, y anima a sus apóstoles diciendo: “Ustedes también, pues, ahora sienten, en realidad, desconsuelo; pero los veré otra vez [cuando sea resucitado], y se regocijará su corazón, y su gozo nadie se lo quitará”.
Hasta el momento los apóstoles nunca han hecho peticiones en el nombre de Jesús. Pero ahora él dice: “Si le piden alguna cosa al Padre, él se la dará en mi nombre. [...] Porque el Padre mismo les tiene cariño, porque ustedes me han tenido cariño a mí y han creído que salí como representante del Padre. Salí del Padre y he venido al mundo. Además, dejo el mundo y sigo mi camino al Padre”.
Las palabras de Jesús son muy animadoras para los apóstoles. “En esto creemos que saliste de Dios”, dicen. “¿Ahora creen?”, pregunta Jesús. “¡Miren! Viene la hora, en realidad, ha llegado, en que serán esparcidos cada uno a su propia casa, y me dejarán solo.” ¡Aunque parezca increíble, esto ocurre antes de que aquella noche termine!
“Les he dicho estas cosas para que por medio de mí tengan paz —concluye Jesús—. En el mundo están experimentando tribulación, pero ¡cobren ánimo!, yo he vencido al mundo.” Jesús venció al mundo al cumplir fielmente la voluntad de Dios a pesar de todo lo que Satanás y su mundo trataron de hacer para quebrantar la integridad de Jesús.
Oración final en el cuarto superior
Conmovido por amor profundo a sus apóstoles, Jesús los ha estado preparando para Su inminente partida. Ahora, después de darles mucho consejo y consuelo, alza los ojos al cielo y pide a su Padre: “Glorifica a tu hijo, para que tu hijo te glorifique a ti, como le has dado autoridad sobre toda carne, para que, en cuanto a todo el número de los que le has dado, les dé vida eterna”.
¡Qué asunto tan conmovedor presenta aquí Jesús: el de la vida eterna! Puesto que se le ha dado “autoridad sobre toda carne”, Jesús puede impartir los beneficios de su sacrificio de rescate a toda la humanidad moribunda. No obstante, concede “vida eterna” solo a los que el Padre aprueba. Elaborando sobre el asunto de la vida eterna, Jesús continúa así su oración:
“Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo”. Sí, nuestra salvación depende de que adquiramos conocimiento tanto de Dios como de su Hijo. Pero no basta con solo el conocimiento intelectual.
Uno tiene que llegar a conocerlos íntimamente y desarrollar para con ellos una amistad que incluya entendimiento. Uno tiene que pensar lo mismo que ellos respecto a los asuntos y verlo todo como ellos lo ven. Y, sobre todo, uno tiene que esforzarse por imitar las cualidades incomparables que ellos manifiestan al tratar con otros.
Jesús sigue orando: “Yo te he glorificado sobre la tierra, y he terminado la obra que me has dado que hiciera”. Puesto que ha cumplido su asignación hasta ahora y confía en su éxito futuro, pide: “Padre, glorifícame al lado de ti mismo con la gloria que tenía al lado de ti antes que el mundo fuera”. Sí, ahora pide que mediante una resurrección se le devuelva la gloria celestial que tenía antes.
Jesús hace este resumen de su obra principal en la Tierra: “He puesto tu nombre de manifiesto a los hombres que me diste del mundo. Tuyos eran, y me los diste, y han observado tu palabra”. Jesús usó en su ministerio el nombre de Dios, Jehová, y demostró su pronunciación correcta, pero hizo más que eso para poner de manifiesto el nombre de Dios a sus apóstoles. También hizo que ellos conocieran y apreciaran mejor a Jehová, su personalidad y sus propósitos.
Jesús admite que Jehová es su Superior, Aquel a quien él sirve, y expresa este humilde reconocimiento: “Los dichos que me diste se los he dado, y ellos los han recibido y ciertamente han llegado a conocer que yo salí como representante tuyo, y han creído que tú me enviaste”.
Jesús hace una distinción entre sus seguidores y el resto de la humanidad cuando, al seguir orando, dice: “No hago petición respecto al mundo, sino respecto a los que me has dado [...] Cuando estaba con ellos yo los vigilaba [...], y los he guardado, y ninguno de ellos es destruido sino el hijo de destrucción”, a saber, Judas Iscariote. Precisamente en este momento Judas está en su vil misión de traicionar a Jesús. Así, sin darse cuenta, Judas está cumpliendo las Escrituras.
“El mundo los ha odiado”, sigue orando Jesús. “Te solicito, no que los saques del mundo, sino que los vigiles a causa del inicuo. Ellos no son parte del mundo, así como yo no soy parte del mundo.” Los seguidores de Jesús están en el mundo —esta sociedad humana organizada sobre la cual gobierna Satanás—, pero están separados del mundo y de su iniquidad, y en esa condición deben permanecer siempre.
“Santifícalos por medio de la verdad —continúa Jesús—; tu palabra es la verdad.” Aquí Jesús llama “la verdad” a las Escrituras Hebreas inspiradas, de las cuales continuamente citaba. Pero lo que enseñó a sus discípulos y lo que ellos escribieron después bajo inspiración como las Escrituras Griegas Cristianas también constituyen “la verdad”. Esta verdad puede santificar a uno, transformar por completo su vida, y hacer de uno una persona que se ha separado del mundo.
Jesús pasa a orar, “no respecto a estos solamente, sino también respecto a los que pongan fe en [él] mediante la palabra de ellos”. Así, Jesús ora por los que serán sus seguidores ungidos y por otros discípulos futuros que han de ser juntados en “un solo rebaño”. ¿Qué pide Jesús a favor de todos estos?
“Que todos ellos sean uno, así como tú, Padre, estás en unión conmigo y yo estoy en unión contigo [...], que ellos sean uno así como nosotros somos uno.” Jesús y su Padre no son literalmente una misma persona, pero sí están de acuerdo en todo. Jesús pide que sus seguidores disfruten de esa misma unidad para que “el mundo tenga el conocimiento de que tú me enviaste y de que tú los amaste a ellos así como me amaste a mí”.
A favor de todos los que llegarían a ser sus seguidores ungidos, Jesús ahora le pide algo a su Padre celestial. ¿Qué? “Que, donde yo esté, ellos también estén conmigo, para que contemplen mi gloria que me has dado, porque me amaste antes de la fundación del mundo”, o sea, cuando Adán y Eva concibieron por primera vez prole. Mucho antes de eso Dios amaba a su Hijo unigénito, quien llegó a ser Jesucristo.
Jesús concluye su oración recalcando de nuevo lo siguiente: “Yo les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos, y yo en unión con ellos”. Para los apóstoles, el aprender el nombre de Dios ha incluido llegar a conocer personalmente el amor de Dios. (Juan 14:1-17:26; 13:27, 35, 36; 10:16; Lucas 22:3, 4; Éxodo 24:10; 1 Reyes 19:9-13; Isaías 6:1-5; Gálatas 6:16; Salmo 35:19; 69:4; Proverbios 8:22, 30.)
▪ ¿Adónde va Jesús, y qué respuesta recibe Tomás respecto al camino para ir allí?
▪ Por lo que Felipe pide, ¿qué parece que él quiere que Jesús suministre?
▪ ¿Por qué ha visto al Padre el que ha visto a Jesús?
▪ ¿Cómo harán los seguidores de Jesús obras mayores que las de él?
▪ ¿En qué sentido no tiene dominio sobre Jesús Satanás?
▪ ¿Cuándo plantó Jehová la vid simbólica, y cuándo y cómo llegan otros a ser parte de la vid?
▪ Con el tiempo, ¿cuántos sarmientos tiene la vid simbólica?
▪ ¿Qué fruto desea Dios de los sarmientos?
▪ ¿Cómo podemos ser amigos de Jesús?
▪ ¿Por qué odia el mundo a los seguidores de Jesús?
▪ ¿Qué advertencia de Jesús perturba a sus apóstoles?
▪ ¿Por qué no le preguntan a Jesús adónde va los apóstoles?
▪ Particularmente, ¿qué no comprenden los apóstoles?
▪ ¿Cómo ilustra Jesús que la situación de los apóstoles cambiará de desconsuelo a gozo?
▪ ¿Qué dice Jesús que los apóstoles harán dentro de poco?
▪ ¿Cómo vence al mundo Jesús?
▪ ¿En qué sentido se da a Jesús “autoridad sobre toda carne”?
▪ ¿Qué significa adquirir conocimiento de Dios y de su Hijo?
▪ ¿De qué maneras pone de manifiesto Jesús el nombre de Dios?
▪ ¿Qué es “la verdad”, y cómo ‘santifica’ al cristiano?
▪ ¿Cómo son uno Dios, su Hijo y todos los verdaderos adoradores?
▪ ¿Cuándo fue “la fundación del mundo”?