CAPÍTULO 135
Después de resucitar, Jesús se aparece a muchos
SE APARECE A DOS DISCÍPULOS DE CAMINO A EMAÚS
EXPLICA CLARAMENTE LAS ESCRITURAS EN VARIAS OCASIONES
TOMÁS DEJA DE DUDAR
Todavía es domingo 16 de nisán, y los discípulos están muy desanimados. No entienden lo que significa el hecho de que la tumba de Jesús esté vacía (Mateo 28:9, 10; Lucas 24:11). Más tarde, ese mismo día, Cleopas y otro discípulo salen de Jerusalén y se dirigen a Emaús, que está a unos 11 kilómetros (7 millas).
Por el camino, van hablando de lo que ha ocurrido. Entonces se les une un desconocido y les pregunta: “¿Sobre qué van debatiendo por el camino?”. Cleopas le contesta: “¿Es que eres un extranjero que vives solo en Jerusalén y por eso no te has enterado de las cosas que han pasado allí estos días?”. “¿Qué cosas?”, les pregunta él (Lucas 24:17-19).
Ellos le responden: “Lo que pasó con Jesús el Nazareno [...]. Pero nosotros esperábamos que sería él quien liberaría a Israel” (Lucas 24:19-21).
Cleopas y su compañero le cuentan las cosas que han pasado durante el día. Le dicen que unas mujeres que fueron a la tumba de Jesús la encontraron vacía y presenciaron un suceso sobrenatural: se les aparecieron unos ángeles que dijeron que Jesús está vivo. Además, ellos le explican a este desconocido que otros también fueron a la tumba y “encontraron todo tal como las mujeres habían dicho” (Lucas 24:24).
Los dos discípulos están confusos porque no entienden lo que ha pasado. Así que el desconocido les corrige su manera de pensar equivocada que les impide creer que Jesús ha resucitado. Les dice: “¡Qué insensatos son y qué lentos para creer todas las cosas que dijeron los profetas! ¿Acaso el Cristo no tenía que sufrir estas cosas y entrar en su gloria?” (Lucas 24:25, 26). A continuación, les explica en detalle muchos relatos de las Escrituras relacionados con el Cristo.
Finalmente, los tres llegan a las afueras de Emaús. Como los dos discípulos desean oír más, le ruegan al desconocido: “Quédate con nosotros, que es casi de noche y el día ya está a punto de terminar”. De modo que él se queda con ellos a cenar. Después de orar, parte el pan y empieza a dárselo a ellos. Entonces lo reconocen. Pero, en ese momento, desaparece (Lucas 24:29-31). Ahora ya no tienen ninguna duda de que Jesús está vivo.
Los dos discípulos comentan muy entusiasmados todo lo que les ha pasado: “¿Acaso no nos ardía dentro el corazón cuando él venía hablándonos por el camino, cuando nos explicaba claramente las Escrituras?” (Lucas 24:32). De inmediato, regresan a Jerusalén, y allí se encuentran con los apóstoles y otros discípulos. Antes de que Cleopas y su compañero puedan decir nada, los demás declaran: “¡Es un hecho que el Señor fue resucitado y se le apareció a Simón!” (Lucas 24:34). Después, los dos cuentan cómo Jesús se les apareció. En efecto, ellos también lo han visto con sus propios ojos.
De repente, Jesús se aparece en la habitación. Cuando los discípulos lo ven, se quedan muy impresionados, pues tienen las puertas cerradas con llave por miedo a los judíos. Aun así, Jesús está allí de pie en medio de ellos y les dice con calma: “Tengan paz”. Pero ellos están aterrados. Como ya les pasó en otra ocasión, se imaginan que están “viendo un espíritu” (Lucas 24:36, 37; Mateo 14:25-27).
Para demostrarles que no es un espíritu ni tampoco fruto de su imaginación, sino que es de carne y hueso, Jesús les muestra sus manos y sus pies y les dice: “¿Por qué están alarmados? ¿Por qué les han surgido dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies: soy yo mismo. Tóquenme y miren, porque un espíritu no tiene carne y huesos como ven que tengo yo” (Lucas 24:36-39). Aunque están asombrados y muy contentos, todavía no se lo acaban de creer.
Por eso, Jesús les da otra prueba de que es real. Les pregunta: “¿Tienen por ahí algo de comer?”. Entonces toma un pedazo de pescado asado y se lo come. Luego les explica: “Estas son las palabras que les dije mientras todavía estaba con ustedes [antes de morir]: que todas las cosas escritas sobre mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos tenían que cumplirse” (Lucas 24:41-44).
Jesús ha ayudado a Cleopas y a su compañero a entender las Escrituras, y ahora hace lo mismo con los que están allí reunidos. Les dice: “Esto es lo que está escrito: que el Cristo sufriría y se levantaría de entre los muertos al tercer día y que, en su nombre, en todas las naciones —comenzando por Jerusalén—, se predicaría arrepentimiento para el perdón de pecados. Ustedes tienen que ser testigos de estas cosas” (Lucas 24:46-48).
Por alguna razón, el apóstol Tomás no está allí. Por eso, durante los días siguientes, los demás discípulos le cuentan emocionados: “¡Hemos visto al Señor!”. Pero él les contesta: “A menos que vea en sus manos la marca de los clavos y meta mi dedo en la herida de los clavos y meta mi mano en su costado, jamás lo voy a creer” (Juan 20:25).
Ocho días después, los discípulos se reúnen de nuevo con las puertas cerradas con llave, y esta vez Tomás está con ellos. En ese momento, Jesús se aparece en medio de ellos con un cuerpo humano y les saluda: “Tengan paz”. Luego le dice a Tomás: “Pon tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado. Deja de dudar y cree”. Entonces Tomás exclama: “¡Mi Señor y mi Dios!” (Juan 20:26-28). Ahora a Tomás no le queda ninguna duda de que Jesús está vivo como un ser espiritual poderoso y que es el representante de Dios.
Finalmente, Jesús le dice: “¿Has creído porque me has visto? Felices los que no han visto y aun así creen” (Juan 20:29).