¿LO SABÍA?
¿Por qué fue tan útil para el apóstol Pablo ser ciudadano romano?
El ciudadano romano disfrutaba de ciertos derechos y privilegios en cualquier lugar del Imperio. No estaba sujeto a las leyes de las provincias donde vivía, sino a las de Roma. Si era acusado de un delito, podía aceptar ser juzgado según las leyes locales, pero siempre conservaba su derecho a ser oído por un tribunal romano. Y si se le condenaba a muerte, podía apelar al emperador.
Cicerón, político romano del siglo primero antes de Cristo, basó en esos derechos el siguiente comentario: “Es una injuria atar a un ciudadano romano; es un crimen azotarle; matarle es tan malo como asesinar a un padre”.
El apóstol Pablo dedicó su vida a predicar a lo largo y ancho del Imperio. Hasta donde sabemos, usó sus derechos de ciudadano en tres ocasiones: 1) En Filipos informó a los magistrados de que habían violado sus derechos al golpearlo. 2) En Jerusalén dijo que era ciudadano romano para evitar que lo azotaran. 3) Al ser llevado a juicio, apeló a César, es decir, pidió que el emperador romano escuchara su caso en persona (Hechos 16:37-39; 22:25-28; 25:10-12).
¿Cómo se pagaba a los pastores de tiempos bíblicos?
El patriarca Jacob cuidó los rebaños de su tío Labán durante veinte años. Los primeros catorce trabajó a cambio de la mano de las dos hijas de Labán, y los seis restantes, para obtener sus propios rebaños (Génesis 30:25-33). La revista Biblical Archaeology Review comenta: “Para los antiguos escritores y lectores del texto bíblico, los acuerdos sobre rebaños, como el que hicieron Labán y Jacob, eran algo muy común”.
Por ejemplo, en algunos lugares de Irak, como las ciudades de Nuzi y Larsa, se han desenterrado antiguos contratos escritos en tablillas de arcilla. Por lo general, los contratos duraban un año; empezaban y terminaban en la época del esquilado. El pastor aceptaba cuidar una cantidad establecida de animales y se anotaba la edad y sexo de estos. Pasado el año, el dueño recibía una cantidad definida de lana, productos lácteos, crías, etc. Lo que sobrara era para el pastor.
Los rebaños crecían dependiendo del número de hembras que se confiaban al pastor. Por ejemplo, se esperaba que de 100 hembras nacieran unos 80 corderitos vivos. Cualquier pérdida de animales se descontaba del pago al pastor. Obviamente, esto lo motivaba a esforzarse por cuidar bien del rebaño.