LECTURA
Acción de interpretar mentalmente o traduciéndolos en sonido los signos de un escrito; cultura y erudición que se obtiene de lo escrito.
El hombre ha mostrado interés en la lectura desde tiempos antiguos. El rey asirio Asurbanipal, que tuvo una biblioteca con 22.000 tablillas de arcilla y otros textos, dijo en su día: “Soy capaz de descifrar palabra por palabra las inscripciones en piedras de antes del Diluvio”. (Historia del libro, de Hipólito Escobar, Madrid, Pirámide, 1988, pág. 58.) Puede que con este comentario se haga referencia a ciertas narraciones recogidas en la tradición y que hablaban del diluvio universal, o tal vez a algún registro asirio sobre un diluvio o inundación regional. Los únicos escritos sobre un diluvio que se hallaron en las ruinas del palacio de Asurbanipal eran los que recogían la narración babilonia del Diluvio, una narración que está llena de alusiones mitológicas. Hoy por hoy no hay manera de determinar si los asirios tuvieron en su poder escritos antediluvianos auténticos.
Obviamente, el origen de la lectura va ligado al de la escritura. Véase información relacionada con este tema en el artículo ESCRITURA.
Ha de señalarse que en el registro bíblico sobre los acontecimientos acaecidos en tiempos de Moisés (siglo XVI a. E.C.), aparecen referencias explícitas tanto a la lectura como a la escritura. (Éx 17:14.) A la nación de Israel se la animó a leer y escribir. (Dt 6:6-9.) A Josué, el sucesor de Moisés, dada su condición de caudillo de Israel, se le mandó leer las Escrituras “día y noche”, con regularidad, si quería tener éxito en la asignación que Dios le había dado. Para grabar en él la importancia de la Palabra de Dios, y probablemente como una ayuda mnemotécnica, Josué tenía que leerla “en voz baja”. (Jos 1:8.)
Dios mandó a los reyes de Israel que se hicieran una copia de Su ley y la leyeran diariamente. (Dt 17:18, 19; véase MEDITACIÓN.) El que no prestasen atención a este mandato contribuyó a que se descuidara la adoración verdadera en el país, con la consiguiente desmoralización del pueblo, que condujo a la destrucción de Jerusalén en 607 a. E.C.
Jesús tenía acceso a los rollos inspirados de las Escrituras Hebreas que había en las sinagogas, y hay registro de una ocasión en la que leyó públicamente en una sinagoga y se aplicó el texto a sí mismo. (Lu 4:16-21.) Además, cuando Satanás lo tentó tres veces, la respuesta de Jesús en cada ocasión fue: “Está escrito”. (Mt 4:4, 7, 10.) Es obvio, pues, que conocía bien las Escrituras.
Los apóstoles, piedras de fundamento secundarias de un templo santo, la congregación cristiana, consideraron que la lectura de las Escrituras era algo esencial para su ministerio. En sus escritos citaron y se refirieron cientos de veces a las Escrituras Hebreas, y recomendaron su lectura. (Hch 17:11.) Los gobernantes judíos percibieron que Pedro y Juan eran iletrados y del vulgo. (Hch 4:13.) Esto no significaba que no supieran leer ni escribir, pues ambos apóstoles escribieron cartas a los cristianos de su tiempo. Lo que querían decir es que no se les había educado según la elevada erudición de las escuelas hebreas, a los pies de los escribas. Por razones similares, los judíos se admiraron del conocimiento que Jesús tenía, pues, como ellos mismos decían, “no [había] estudiado en las escuelas”. (Jn 7:15.) El hecho de que la lectura era algo muy común en aquel tiempo lo indica el relato concerniente al eunuco y prosélito etíope que estaba leyendo al profeta Isaías, y a quien por esta razón abordó Felipe. El eunuco vio recompensado su interés en la Palabra de Dios y llegó a ser un seguidor de Cristo. (Hch 8:27-38.)
Los idiomas en los que se escribió la primera parte de la Biblia fueron el hebreo y el arameo. Ya en el siglo III a. E.C., se tradujeron al griego las Escrituras Hebreas, pues este se había convertido en la lengua internacional. Las Escrituras Griegas Cristianas, salvo el evangelio de Mateo, se escribieron directamente en ese idioma. De este modo la lectura de la Biblia estaba al alcance de casi todos los habitantes del Imperio romano que sabían leer, en particular de los judíos de Palestina y de los que se hallaban en la Diáspora.
La gran demanda que ha alcanzado la Biblia pone de manifiesto su importancia, así como su inteligibilidad, pues ha superado con mucho en tirada y distribución a cualquier otro libro, y, al tiempo de producirse esta publicación, se ha traducido total o parcialmente a más de 3.000 idiomas y dialectos, con una tirada total de miles de millones de ejemplares. Se ha calculado que la Biblia está al alcance de alrededor del 90% de la población de la Tierra en su propio idioma.
En la Biblia se mencionan muchos beneficios que se derivan de leer las Escrituras, como, por ejemplo, la humildad (Dt 17:19, 20), la felicidad (Rev 1:3) y un discernimiento del cumplimiento de las profecías bíblicas (Hab 2:2, 3). Advierte a sus lectores que seleccionen sus lecturas, pues no todos los libros edifican y estimulan la mente. (Ec 12:12.)
La ayuda del espíritu de Dios es necesaria para tener verdadero discernimiento y entendimiento de la Palabra de Dios. (1Co 2:9-16.) A fin de conseguir este y otros beneficios, ha de leerse la Palabra de Dios con mente abierta, libre de prejuicios u opiniones preconcebidas; de otra manera, el entendimiento estará velado, como fue el caso de los judíos que rechazaron las buenas nuevas que Jesús predicó. (2Co 3:14-16.) La lectura superficial de la Biblia no es suficiente. Hay que poner el corazón, absorberse en su estudio, meditar profundamente en lo que se ha leído y procurar sacar provecho personal. (Pr 15:28; 1Ti 4:13-16; Mt 24:15; véase LECTURA PÚBLICA.)