¿Se fija usted tan solo en las apariencias?
HEINZ, un adolescente dominado por el odio, quería matar a su padrastro. Pero no tuvo el valor para hacerlo. Unos años después decidió suicidarse, pero tampoco pudo hacer esto. Empezó a robar y se dedicó al tráfico de drogas, por lo cual fue enviado a la cárcel. Luego su matrimonio fracasó.
Hoy día Heinz no es drogadicto. Lleva una vida honrada. Disfruta de un matrimonio feliz y una buena relación con su padrastro. ¿Cómo fue posible el cambio? Empezó a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. Su punto de vista sobre la vida fue cambiando gradualmente.
No hay duda de que muchos que conocían al Heinz de antes pensaban que era un caso perdido. Menos mal que, como en el caso de muchos como él, Dios no lo abandonó como irredimible. ¿Por qué no? La razón es esta: “No de la manera como el hombre ve es como Dios ve, porque el simple hombre ve lo que aparece a los ojos; pero en cuanto a Jehová, él ve lo que es el corazón”. (1 Samuel 16:7.)
Esa es una gran diferencia entre el hombre y Dios. Nosotros tendemos a juzgar por las apariencias. Hasta decimos que “la primera impresión es la que vale”. En otras palabras, tendemos a catalogar a la gente según las reacciones iniciales. Pero Dios, que puede leer el corazón, es justo e imparcial. Y por eso envió a su Hijo Jesucristo a la Tierra, para que “hombres de toda clase se salven y lleguen a un conocimiento exacto de la verdad”. (1 Timoteo 2:4.) Con relación a esto, los cristianos dedicados tienen el privilegio de ser “colaboradores de Dios” al predicar activamente las buenas nuevas del Reino de Dios a toda la humanidad. (1 Corintios 3:9.) Sin embargo, los cristianos tienen sus limitaciones... no pueden leer el corazón de la gente. Por lo tanto, tienen que ser imparciales y no dejar que las apariencias influyan en ellos.
Santiago, medio hermano de Jesús, estaba al tanto de este peligro en la congregación cristiana primitiva. Dijo: “Hermanos míos, no entre la acepción de personas en la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado. Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido; y entra también un pobre con un vestido sucio; y que dirigís vuestra mirada al que lleva el vestido espléndido y le decís: ‘Tú, siéntate aquí, en un buen lugar’; y en cambio al pobre le decís: ‘Tú, quédate ahí de pie’, [...] ¿No sería esto hacer distinciones entre vosotros y juzgar con criterios falsos?”. Con esto como base, ¿sucede a veces que juzgamos mal a personas que vienen por primera vez al Salón del Reino? (Santiago 2:1-4, Biblia de Jerusalén.)
Jesús dio el ejemplo
Jesús no trataba a otros como a pecadores irredimibles, sino como a personas que quizás estuvieran dispuestas a cambiar si se les daba la ayuda necesaria y el incentivo apropiado. Por eso “se dio a sí mismo como rescate correspondiente por todos”. (1 Timoteo 2:6.) En su predicación él no despreció ni consideró poco merecedor de su atención a nadie que tuviera buen corazón. Al tratar con la gente, no manifestó el orgullo del que se paga de su propia rectitud. (Lucas 5:12, 13.)
¡Qué diferente de los fariseos!, de quienes leemos: “Pero los escribas de los fariseos, cuando vieron que comía con los pecadores y recaudadores de impuestos, se pusieron a decir a sus discípulos: ‘¿Come él con los recaudadores de impuestos y pecadores?’. Al oír esto, Jesús les dijo: ‘Los fuertes no necesitan médico, pero los que se hallan mal sí. No vine a llamar a justos, sino a pecadores’”. (Marcos 2:16, 17.)
Por supuesto, esto no quiere decir que Jesús aprobaba tácitamente las prácticas poco honradas e incorrectas de aquellos pecadores y recaudadores de impuestos. Pero sabía que la gente puede envolverse en un estilo de vida incorrecto, quizás sin querer o debido a circunstancias difíciles de controlar. Por eso él fue comprensivo y “se enterneció por ellos, porque eran como ovejas sin pastor”. (Marcos 6:34.) Amorosamente hizo distinción entre las malas acciones de la gente y el corazón de aquellas personas, que quizás era bueno.
Al tratar con sus seguidores, Jesús también veía más allá de las apariencias. Eran pecadores que a menudo cometían errores, pero Jesús no era un perfeccionista irrazonable que los regañara constantemente por cualquier pequeño error. Él sabía que las intenciones de ellos eran buenas, o, como diríamos hoy, que ellos tenían buen corazón. Lo que necesitaban era ayuda y estímulo; Jesús nunca fue mezquino al respecto. No hay duda de que vio a la gente como Dios la ve. ¿Nos esforzamos por imitar su excelente ejemplo?
¿‘Juzga usted con juicio justo’?
En cierta ocasión Jesús se encaró a un grupo de quejumbrosos que se consideraban justos a sus propios ojos y que se enojaron con él porque había curado a alguien en sábado. Jesús les dijo: “Dejen de juzgar por la apariencia exterior, pero juzguen con juicio justo”. ¿Por qué no les alegró el que Jesús fuera un obrador de milagros que hubiera hecho que “un hombre quedara completamente bien de salud”, sino que se ‘encolerizaron violentamente’ contra él y lo consideraron quebrantador de la ley sabática? Por juzgar por las apariencias, revelaron sus malos motivos. Mostraron que su juicio era el de gente pagada de su propia rectitud, e injusto. (Juan 7:23, 24.)
¿Cómo pudiera ser que nosotros cometiéramos el mismo error? Al no regocijarnos cuando un arrepentido vuelve a la congregación o una persona muy mundana aprende la verdad y empieza a beneficiarse de la curación espiritual. Puede que a veces juzguemos a otras personas por su raro vestir o arreglo personal y pensemos que nunca llegarán a ser Testigos. Sin embargo, muchos que antes eran “hippies”, o tenían estilos de vida raros, con el tiempo han llegado a ser testigos cristianos de Jehová. Mientras estén haciendo cambios en su vida, no permitamos que el “juzgar por la apariencia exterior” nos impida ver la buena condición de corazón de esas personas.
¡Cuánto mejor sería seguir el excelente ejemplo de Jesús y orar por ellos y ofrecerles ayuda práctica para que alcancen la madurez cristiana! Quizás se nos haga difícil ver en ellos razón para regocijarnos. Pero si Jehová los atrae a sí mediante Cristo, ¿quiénes somos nosotros para rechazarlos según nuestro propio criterio limitado? (Juan 6:44.) El juzgar farisaicamente a alguien sin conocer su corazón ni sus circunstancias pudiera acarrearnos juicio adverso. (Compárese con Mateo 7:1-5.)
En vez de juzgar severamente a los que empiezan a interesarse en el mensaje bíblico, debemos ayudarlos, animarlos y exhortarlos por nuestro ejemplo. Sin embargo, aunque tratamos con bondad a los nuevos que tal vez sean muy conocidos en el mundo, ciertamente no los idolatramos. Eso sería una forma de parcialidad. También sería señal de falta de madurez de parte nuestra. En cuanto a la persona misma, ¿le ayudaría a ser humilde nuestra adulación? ¿No le causaría, más bien, desconcierto? (Levítico 19:15.)
No exija más que Dios
Lo que podemos ver en otras personas es muy limitado en comparación con lo que Jehová ve, pues él percibe lo que hay en el corazón. (1 Crónicas 28:9.) El comprender esto evitará que nos convirtamos en fariseos modernos, justos a nuestros propios ojos, y que tratemos de obligar a la gente a amoldarse a nuestra idea humana de lo justo y así encajar en nuestro concepto de lo que es correcto. Si nos esforzamos por ver a las personas como Dios las ve, no exigiremos más de ellas de lo que Él exige. ‘No iremos más allá de las cosas que están escritas.’ (1 Corintios 4:6.) Es especialmente importante que los ancianos cristianos tomen esto a pecho. (1 Pedro 5:2, 3.)
Podemos ilustrar esto con el asunto de la vestimenta. El requisito bíblico —requisito de Dios— es que el cristiano se vista de manera nítida y limpia, bien arreglada, y que no indique falta de “modestia y buen juicio”. (1 Timoteo 2:9; 3:2.) Es obvio, pues, que los ancianos de cierta congregación fueron “más allá de las cosas que están escritas” al requerir hace unos años que todo orador público de su congregación usara camisa blanca, aunque en ese país también se aceptaban las camisas de colores claros. A los discursantes de otras congregaciones que venían con camisa de color se les pedía que se pusieran una de las camisas blancas que mantenían en el Salón del Reino para tales emergencias. ¡Cuánto cuidado debemos tener para no imponer nuestro gusto personal en los demás! Y este consejo del apóstol Pablo es muy apropiado: “Llegue a ser conocido de todos los hombres lo razonables que son ustedes”. (Filipenses 4:5.)
Beneficios de ver más allá de las apariencias
El comprender que no podemos ver lo que hay en el corazón de la gente nos lleva a mejores relaciones con los que nos rodean, tanto dentro de la congregación cristiana como fuera de ella. Contribuirá a que pensemos bien de otras personas y a que no dudemos de sus motivos, “porque hasta nosotros en un tiempo éramos insensatos, desobedientes, extraviados, esclavizados a diversos deseos y placeres”. (Tito 3:3.) Si reconocemos esto, estaremos prestos a predicar a toda persona, hasta a las que por su apariencia no parezcan ser merecedoras. Después de todo, a ellas les toca decidir si aceptarán la verdad o no. Nuestra responsabilidad es predicar la verdad a todos.
Al igual que Heinz, muchos testigos de Jehová agradecen que se les haya recibido bien en la congregación cristiana, que hermanos y hermanas que vieron más allá de las apariencias no se dejaran llevar por las primeras impresiones.
Considere el caso de Frank, que fue un domingo a un Salón del Reino de los Testigos de Jehová en el sur de Alemania. ¿Qué vieron los Testigos allí reunidos? A un joven desaliñado, barbudo y con el cabello que le llegaba a los hombros, con ropa sucia, notorio por frecuentar los bares locales y por ser un fumador empedernido... un individuo que no se ocupaba de la mujer con quien vivía ni de sus hijitos gemelos. No obstante, fue recibido afectuosamente en la reunión. Aquello lo impresionó tanto que volvió la semana siguiente. ¿Qué vieron entonces los hermanos? A un joven arreglado y con ropa limpia. A la tercera semana vieron a un joven que ya no fumaba, acompañado de la mujer con quien vivía y sus dos hijitos. Para el cuarto domingo vieron a un joven que acababa de obtener una licencia matrimonial para legalizar su relación con aquella mujer. El quinto domingo vieron a un joven que había cortado todo vínculo con la religión falsa. Hoy día, unos cuatro años después, un testigo de Jehová informa lo que ellos ven: “Una familia que causa tan buena impresión que se pensaría que han sido nuestros hermanos por muchos años”.
La calidad de un libro no siempre se refleja en su encuadernación; tampoco puede juzgarse bien una casa por su fachada. De igual manera, la verdadera calidad de una persona no siempre se ve por las apariencias. Los cristianos que se esfuerzan por ver a la gente como Dios la ve no juzgan por primeras impresiones. Dios presta atención a “la persona secreta del corazón”, y de eso podemos estar muy agradecidos. (1 Pedro 3:3, 4.)