La esperanza: protección esencial en un mundo sombrío
Un jovencito coreano deseaba ayudar a su madre a convencer a una estudiante universitaria de lo importante que es tener esperanza en el futuro. Recordando una ilustración que había oído en una reunión cristiana, preguntó a la estudiante si quería ayudarle a resolver un acertijo. La joven aceptó. Él le dijo: “Había dos familias muy pobres. Llovía a cántaros, y los techos de ambas casas tenían goteras. Una familia estaba muy triste y se quejaba mucho de las goteras. A la otra se la veía contenta y feliz reparando el techo. ¿Por qué eran tan diferentes estas familias?”. Intrigada, la joven respondió que no lo sabía. “Pues bien —añadió el jovencito—, la segunda familia estaba contenta porque acababa de recibir la noticia de que el gobierno le daría una casa nueva. Por lo tanto, tenía esperanza. ¡Esa era la diferencia!”
EL ACERTIJO de este jovencito ilustra una verdad sencilla: la esperanza cambia nuestro modo de ver la vida, sin importar cuáles sean las circunstancias. Al igual que esas dos familias, la mayoría de nosotros hemos tenido que capear el temporal de la vida: problemas de salud y económicos, presiones familiares, delito y un sinfín de otras pruebas e injusticias. Normalmente es tan difícil solucionar esos problemas como lo sería evitar que una tormenta pasara por nuestro lugar de residencia. Por ello, podemos sentirnos frustrados, solos; en una palabra, desamparados. Para empeorar las cosas, es posible que en la iglesia se nos haya enseñado que a la mayoría de los pecadores les aguarda un futuro tenebroso, el tormento eterno.
Se ha dicho que la fórmula para caer en la depresión es desamparo más desesperanza. Pero no hay duda de que podemos sustraer uno de esos ingredientes; nadie tiene por qué sentirse desesperanzado. Y puede que la esperanza misma sea lo que necesitamos para neutralizar el otro ingrediente: el sentimiento de desamparo. Si mantenemos la esperanza, podremos soportar las tempestades de la vida con cierta calma y satisfacción, en vez de rendirnos ante la miseria ignominiosa. Sí, la esperanza brinda una protección esencial.
¿Ve usted con escepticismo esta última declaración? ¿Tiene en realidad tanta fuerza la esperanza? Y ¿tenemos a nuestro alcance una esperanza fiable?
Como yelmo
En el campo de la medicina se ha empezado a reconocer el extraordinario poder de la esperanza. El Dr. Shlomo Breznitz, sobreviviente del holocausto nazi, dijo que en la mayoría de los problemas de la vida, “la tensión es producto de nuestra propia interpretación de la dificultad de los problemas, más bien que de la que estos tienen per se. La esperanza los aligera”. En un artículo de la revista The Journal of the American Medical Association se afirma que la esperanza es “una medicina poderosa”. La revista American Health dijo: “Hay muchos ejemplos de pacientes, principalmente enfermos de cáncer, cuya salud se desploma cuando algo les hace perder la esperanza, o que mejoran de súbito cuando hallan una nueva razón para vivir”. (Compárese con Proverbios 17:22.)
Los estudiantes de la Biblia han reconocido por mucho tiempo la importancia de la esperanza. En 1 Tesalonicenses 5:8, el apóstol Pablo instó a los cristianos: “Mantengamos nuestro juicio y llevemos [...] como yelmo la esperanza de la salvación”. ¿De qué manera es “la esperanza de la salvación” como un yelmo?
Considere lo que un yelmo puede hacer. El soldado de tiempos bíblicos llevaba puesto un yelmo de cobre o de hierro sobre una especie de gorro de fieltro, lana o piel. En la guerra, el yelmo le protegía la cabeza de las flechas y los golpes de garrotes y espadas. Es probable, entonces, que muy pocos soldados vacilaran en usar el yelmo. Sin embargo, el que el soldado se lo pusiera no quería decir que fuera invencible o que no sintiera nada cuando se le golpeaba en la cabeza; el yelmo solo conseguía amortiguar lo suficiente la mayoría de los golpes para que no fueran mortales.
Tal como el yelmo protege la cabeza, así la esperanza protege la mente. La esperanza no hará que minimicemos los problemas o que nos crucemos de brazos como si nada sucediese. No obstante, amortigua los golpes de la vida e impide que estos causen un daño fatal a nuestra salud mental, emocional o espiritual.
Es patente que el fiel Abrahán llevaba puesto el yelmo figurativo. Jehová le pidió que sacrificara a Isaac, su hijo amado. (Génesis 22:1, 2.) Qué fácil habría sido que Abrahán hubiera cedido a la desesperación, un sentimiento que pudiera haberlo impulsado a desobedecer a Dios. ¿Qué protegió su mente de tales sentimientos? La esperanza fue un factor fundamental. Según Hebreos 11:19, “estimó que Dios podía levantarlo [a Isaac] hasta de entre los muertos”. Del mismo modo, la esperanza de Job en la resurrección le ayudó a proteger su mente de la amargura que pudo haberle llevado a maldecir a Dios. (Job 2:9, 10; 14:13-15.) En medio de su agonía, Jesucristo halló fortaleza y solaz en su alentadora esperanza. (Hebreos 12:2.) El fundamento de la verdadera esperanza es la confianza en que Dios nunca hará nada malo ni incumplirá su palabra. (Hebreos 11:1.)
La base de la esperanza verdadera
Al igual que la fe, la esperanza legítima se basa en los hechos, la realidad, la verdad. Algunos se sorprenden de que sea así. Cierto escritor lo expresó de este modo: “Parece que la mayoría de la gente cree que la esperanza es una manera absurda de negar la realidad”. Sin embargo, la esperanza genuina no es un castillo en el aire, un optimismo infundado o una creencia insulsa de que podremos conseguir lo que querramos y que todas nuestras pequeñas dificultades se resolverán. La vida se encarga de apagar nuestras más encendidas ilusiones con baldes de cruda realidad. (Eclesiastés 9:11.)
La esperanza verdadera es diferente. Nace del conocimiento, no de los deseos. Piense en la segunda familia del acertijo que se mencionó al principio. ¿Qué esperanza hubiesen podido tener si su gobierno hubiera sido muy conocido por incumplir sus promesas? Pero en su caso la promesa, aunada a la credibilidad, proveyó a la familia una base sólida para tener esperanza.
Del mismo modo, los testigos de Jehová de hoy tienen una esperanza vinculada estrechamente a un gobierno, el Reino de Dios. Este Reino es la esencia misma del mensaje de la Biblia. Durante miles de años ha sido la fuente de la esperanza de hombres, como Abrahán. (Hebreos 11:10.) La promesa de Dios es que mediante su Reino destruirá el corrupto sistema mundial actual e introducirá uno nuevo. (Romanos 8:20-22; 2 Pedro 3:13.) Esta esperanza del Reino es real, no es un sueño. Su origen —Jehová Dios, el Soberano universal— es simplemente irrecusable. Basta examinar su creación física para constatar que él existe y que tiene el poder suficiente para cumplir sus promesas. (Romanos 1:20.) Un escrutinio de su trato con la humanidad es suficiente para hacernos comprender que su palabra nunca queda sin cumplirse. (Isaías 55:11.)
No obstante, triste es decirlo, la mayoría de los que profesan el cristianismo han perdido de vista la esperanza verdadera. El teólogo Paul Tillich, según un sermón que se publicó recientemente, expresó: “Los [primeros] cristianos aprendieron a esperar el fin. Pero poco a poco dejaron de esperarlo. [...] La expectativa de un nuevo estado de cosas en la Tierra se debilitó, a pesar de pedirlo en cada padrenuestro: ‘hágase tu voluntad en la Tierra como en el cielo’”.
¡Qué tragedia! Millones, sí, miles de millones de personas que necesitan con urgencia una esperanza no tienen ninguna, aunque está al alcance de su mano, en su propia Biblia. Vea el fruto deprimente. Puesto que muchas personas carecen de una esperanza que les proteja la mente, ¿debería sorprendernos que “un estado mental desaprobado”, desesperanzado, las haya llevado a corromper la Tierra con inmoralidad y violencia desenfrenadas? (Romanos 1:28.) Es muy importante que nunca caigamos en esa trampa. En lugar de quitarnos el yelmo de la esperanza, debemos fortalecerlo de continuo.
Cómo cultivar la esperanza
La mejor manera de cultivar la esperanza es tomando en cuenta a su fuente, Jehová Dios. Tenemos que estudiar diligentemente su Palabra, la Biblia. Romanos 15:4 dice: “Todas las cosas que fueron escritas en tiempo pasado fueron escritas para nuestra instrucción, para que mediante nuestro aguante y mediante el consuelo de las Escrituras tengamos esperanza”.
Además, debemos impedir que nuestra esperanza se convierta en una idealización vaga. Debemos concebirla como una realidad futura. ¿Espera vivir para siempre en el Paraíso terrestre? ¿Le gustaría ver de nuevo a sus seres queridos cuando resuciten? Si es así, ¿puede visualizarse ahí durante ese tiempo? Por ejemplo, Isaías 65:21, 22 dice que cada uno edificará su propia casa y la ocupará. ¿Puede cerrar los ojos y verse clavando la última tablilla del techo de su nueva casa? Imagínese contemplando satisfecho el resultado de su trabajo y sus proyectos. El alegre sonido de las herramientas se detiene, y usted observa el panorama mientras el atardecer se extiende por el horizonte. Una brisa agradable se lleva suavemente cualquier vestigio de tensión y lo refresca del calor del trabajo. La risa de los pequeños se confunde en sus oídos con el canto de las aves. Y abajo, en la casa, se oye la conversación de sus seres queridos.
La visualización de tan agradable momento no es especulación inútil; es meditar en una profecía cuyo cumplimiento es seguro. (2 Corintios 4:18.) Cuanto más real le parezca la perspectiva, más segura será su esperanza. Una esperanza segura y firme impedirá que usted sienta ‘vergüenza de las buenas nuevas’, un sentimiento que pudiera hacerle eludir la responsabilidad de compartirlas con otros. (Romanos 1:16.) Por el contrario, deseará ‘jactarse respecto a la esperanza’, compartiéndola con otros con confianza, como hizo Pablo. (Hebreos 3:6.)
La esperanza no solo se centra en un futuro eterno. También hoy día hay fuentes de esperanza. ¿Cuáles son estas? Casiodoro, cuestor romano del siglo V, dijo: “Quien adquiere la esperanza de bendiciones futuras es quien reconoce las bendiciones actuales”. ¡Qué ciertas son esas palabras! ¿Cómo pudieran alentarnos las promesas de bendiciones futuras si no apreciamos las bendiciones presentes?
La oración también fortalece la esperanza ahora. Además de orar por el futuro a largo plazo, podemos pedir las cosas que necesitamos actualmente. Podemos pedir —y por ello esperar— que mejoren nuestras relaciones con los familiares y compañeros cristianos, que recibamos el alimento espiritual e incluso que se satisfagan nuestras necesidades materiales. (Salmo 25:4; Mateo 6:11.) Dejar nuestras esperanzas en manos de Jehová nos ayudará a aguantar día a día. (Salmo 55:22.) Si perseveramos, el aguante mismo también fortalecerá el yelmo de la esperanza. (Romanos 5:3-5.)
Mantengamos la esperanza con respecto a nuestro prójimo
Los pensamientos negativos son la herrumbre del yelmo de la esperanza. Corroen y poco a poco pueden hacer inservible el yelmo. ¿Ha aprendido a distinguir y combatir los pensamientos negativos? Que no lo extravíe el concepto erróneo de que la actitud cínica, crítica o pesimista manifiesta inteligencia. En realidad, no se necesita mucha inteligencia para pensar negativamente.
Es muy fácil perder las esperanzas con relación a nuestro semejante. Algunos que han tenido experiencias dolorosas en el pasado dan por imposible que otros los ayuden o alienten. “Gato escaldado —dicen—, del agua fría huye.” Quizás ni se atrevan a pedir la ayuda de los ancianos cuando tienen problemas.
La Biblia nos ayuda a ver a las personas de manera más equilibrada. Es verdad que no es sabio cifrar todas nuestras esperanzas en el hombre. (Salmo 146:3, 4.) No obstante, los ancianos de la congregación cristiana son “dádivas en hombres” de parte de Jehová. (Efesios 4:8, 11.) Son cristianos concienzudos y con experiencia que desean sinceramente ser “como escondite contra el viento y escondrijo contra la tempestad de lluvia”. (Isaías 32:2.)
En la congregación hay muchos otros cristianos que también se interesan sinceramente en brindar esperanza. Tan solo piense en los cientos de miles que sirven de madres, padres, hermanas, hermanos e hijos a los que han perdido a su familia. Piense en todos aquellos que son como un “amigo más apegado que un hermano” para los afligidos. (Proverbios 18:24; Marcos 10:30.)
Si ha pedido la ayuda de Jehová, no pierda la esperanza. Puede que él ya le haya contestado; tal vez un anciano u otro cristiano maduro ya esté preparado para brindarle la ayuda que necesita en cuanto usted le exponga su problema. Una opinión equilibrada en cuanto a lo que debemos esperar de nuestro prójimo impedirá que nos alejemos de los demás e incurramos en una conducta egoísta y poco práctica. (Proverbios 18:1.)
Por otra parte, si tenemos un problema con nuestro hermano, no debemos afrontarlo con una actitud desesperanzada y negativa, pues “el amor [...] todas [las cosas] las espera”. (1 Corintios 13:4-7.) Intente ver a los hermanos como Jehová los ve, con esperanza. Centre su atención en sus cualidades, concédales un margen de confianza e interésese en resolver los conflictos. Esa esperanza hará que evitemos las riñas y peleas, que no benefician a nadie.
Nunca sucumba a la desesperanza del viejo mundo agonizante. Hay base para tener esperanza, tanto en el futuro eterno como en poder solucionar muchos de nuestros problemas actuales. ¿Conseguirá asirse de la esperanza? Prescindiendo de lo terribles que parezcan las circunstancias, ningún siervo de Jehová está verdaderamente desamparado mientras lleve como yelmo la esperanza de la salvación. Si no nos rendimos, nada, ni en el cielo ni en la Tierra, podrá arrebatarnos la esperanza que Jehová nos ha dado. (Compárese con Romanos 8:38, 39.)