TEMPLO
Morada divina, lugar santo o santuario, ya sea físico o espiritual, que se emplea para la adoración. La palabra hebrea heh·kjál, traducida “templo”, también significa “palacio”. Los términos griegos hi·e·rón y na·ós se traducen “templo”, y pueden referirse a todo el recinto del templo o a su edificio central; na·ós, que significa “santuario” o “morada divina”, a veces se refiere específicamente a los compartimientos sagrados interiores del templo. (Véase LUGAR SANTO.)
El templo de Salomón. El rey David deseaba de todo corazón edificar una casa para Jehová donde colocar el arca del pacto, que entonces moraba “en medio de telas de tienda”. A Jehová le agradó la proposición de David, pero le dijo que debido a que había derramado mucha sangre en guerras, el privilegio de hacer ese edificio lo tendría su hijo (Salomón). Esto no quería decir que Dios no aprobaba las guerras que David había peleado a favor de Su nombre y de Su pueblo, pero el templo tenía que ser edificado en paz y por un hombre de paz. (2Sa 7:1-16; 1Re 5:3-5; 8:17; 1Cr 17:1-14; 22:6-10.)
Costo. David compró posteriormente la era de Ornán (Arauna) el jebuseo, situada en el monte Moria, para edificar el templo. (2Sa 24:24, 25; 1Cr 21:24, 25.) Reunió 100.000 talentos de oro, 1.000.000 de talentos de plata y gran cantidad de cobre y hierro, además de contribuir de su fortuna personal 3.000 talentos de oro y 7.000 talentos de plata. También recibió como contribuciones de los príncipes oro que valía 5.000 talentos y 10.000 dáricos y plata que valía 10.000 talentos, así como mucho cobre y hierro. (1Cr 22:14; 29:3-7.) El total ascendía a 108.000 talentos, 10.000 dáricos de oro y 1.017.000 talentos de plata, que según valores actuales equivaldría a 48.337.047.000 dólares (E.U.A.). Su hijo Salomón no se gastó todo en la construcción, y puso el sobrante en la tesorería del templo. (1Re 7:51; 2Cr 5:1.)
Trabajadores. Siguiendo el plano arquitectónico que David había recibido por inspiración, el rey Salomón empezó a edificar el templo en el año cuarto de su reinado (1034 a. E.C.), en el segundo mes, Ziv. (1Re 6:1; 1Cr 28:11-19.) La obra duró siete años. (1Re 6:37, 38.) A cambio de trigo, cebada, aceite y vino, Hiram, el rey de Tiro, le proporcionó maderas del Líbano y trabajadores diestros en la madera y la piedra, además de un experto especial, también llamado Hiram, de padre tirio y madre israelita, de la tribu de Neftalí. Este hombre era un excelente artesano que trabajaba el oro, la plata, el cobre, el hierro, la madera, la piedra y diferentes telas. (1Re 5:8-11, 18; 7:13, 14, 40, 45; 2Cr 2:13-16.)
Al organizar el trabajo, Salomón reclutó 30.000 hombres de Israel y los envió al Líbano en turnos de 10.000 al mes, permitiéndoles una estancia de dos meses en sus respectivos hogares entre cada turno. (1Re 5:13, 14.) Reclutó a 70.000 hombres de entre los “residentes forasteros” del país para llevar las cargas, y como cortadores, a 80.000. (1Re 5:15; 9:20, 21; 2Cr 2:2.) Salomón nombró a 550 hombres como capataces sobre el trabajo, y a 3.300, como ayudantes. (1Re 5:16; 9:22, 23.) De estos, probablemente 250 eran israelitas y 3.600 eran “residentes forasteros” en Israel. (2Cr 2:17, 18.)
La longitud del “codo” utilizado. En la siguiente consideración sobre las medidas de los tres templos, el de Salomón, el de Zorobabel y el de Herodes, estas se calcularán tomando como base el codo de 44,5 cm. Sin embargo, es posible que se utilizara un codo más largo, de unos 51,8 cm. (Compárese con 2Cr 3:3, que menciona una “longitud en codos por la medida anterior”, siendo esta quizás una medida más larga que el codo que llegó a usarse comúnmente, y con Eze 40:5; véase CODO.)
Plano y materiales. El templo era un edificio espléndido que se construyó de acuerdo con el plano general del tabernáculo, si bien las dimensiones interiores del Santo y el Santísimo eran mayores. El Santo tenía 40 codos (17,8 m.) de largo por 20 codos (8,9 m.) de ancho y probablemente 30 codos (13,4 m.) de alto. (1Re 6:2, 17.) El Santísimo tenía forma cúbica y sus lados medían 20 codos. (1Re 6:20; 2Cr 3:8.) Además, había cámaras del techo sobre el Santísimo, de unos 10 codos (4,5 m.) de altura. (1Cr 28:11.) Alrededor del templo, por tres de sus lados, había una construcción que albergaba almacenes, comedores, etc. (1Re 6:4-6, 10.)
Los materiales utilizados fueron básicamente piedra y madera. Los suelos de estos cuartos estaban revestidos de madera de enebro, las paredes interiores eran de cedro “con entalladuras grabadas de querubines y figuras de palmeras y grabados de flores” y las paredes y el techo estaban completamente revestidos de oro. (1Re 6:15, 18, 21, 22, 29.) Las puertas del Santo (en la entrada del templo) estaban hechas de enebro, talladas y revestidas con pan de oro. (1Re 6:34, 35.) Unas puertas de madera de árbol oleífero, talladas de igual manera y revestidas de oro, comunicaban el Santo con el Santísimo. Prescindiendo de cuál fuese la posición exacta de estas puertas, seguía habiendo una cortina entre ambos compartimientos al igual que en el tabernáculo. (Compárese con 2Cr 3:14.) En el Santísimo había dos gigantescos querubines de madera de árbol oleífero, revestidos de oro, y debajo de sus alas se colocó el Arca. (1Re 6:23-28, 31-33; 8:6; véase QUERUBÍN.)
Todos los utensilios del Lugar Santo eran de oro: el altar del incienso, las diez mesas del pan de la proposición, los diez candelabros y todos sus accesorios. Junto a la entrada del Lugar Santo (el primer compartimiento) se elevaban dos columnas de cobre, llamadas “Jakín” y “Boaz”. (1Re 7:15-22, 48-50; 1Cr 28:16; 2Cr 4:8; véase BOAZ, II.) El patio interior estaba hecho de piedra de excelente calidad y de madera de cedro (1Re 6:36), mientras que los enseres del patio, es decir, el altar de los sacrificios, el gran “mar fundido”, las diez carretillas para las palanganas de agua, así como los otros utensilios, eran de cobre. (1Re 7:23-47.) Alrededor de los patios había comedores. (1Cr 28:12.)
Una característica sobresaliente de la construcción de este templo fue que toda la piedra se cortó en la cantera con la suficiente precisión como para no tener que retocarla luego: “En cuanto a martillos y hachas o cualesquiera instrumentos de hierro, no se oyeron en la casa mientras estaba siendo edificada”. (1Re 6:7.) La obra se completó en siete años y medio (desde la primavera de 1034 a. E.C. hasta el otoño [Bul, el octavo mes] de 1027 a. E.C.). (1Re 6:1, 38.)
Inauguración. El séptimo mes, Etanim, del duodécimo año de su reinado (1026 a. E.C.), Salomón congregó a los hombres de Israel en Jerusalén para la inauguración del templo y la celebración de la fiesta de las cabañas. Se llevó el tabernáculo con su mobiliario santo, y se introdujo el arca del pacto en el Santísimo. (Véase SANTÍSIMO.) A continuación la nube de Jehová llenó el templo. Luego Salomón bendijo a Jehová y a la congregación de Israel, y mientras estaba de pie sobre una plataforma especial delante del altar de cobre de los sacrificios (véase ALTAR), ofreció una larga oración de alabanza a Jehová, en la que pidió su bondad amorosa y misericordia a favor de aquellos, tanto israelitas como extranjeros, que se volvieran a Él para temerle y servirle. Se ofreció un grandioso sacrificio de 22.000 reses vacunas y 120.000 ovejas. La inauguración duró siete días, y la fiesta de las cabañas, otros siete días más, después de lo cual, el día 23 del mes, Salomón envió al pueblo a casa gozoso y agradecido por la bondad y generosidad de Jehová. (1Re 8; 2Cr 5:1–7:10; véase SALOMÓN [Inauguración del templo].)
Historia. Este templo existió hasta el año 607 a. E.C., cuando lo destruyó el ejército babilonio bajo el rey Nabucodonosor. (2Re 25:9; 2Cr 36:19; Jer 52:13.) Dios permitió que las naciones hostigaran a Judá y Jerusalén, en ocasiones incluso que saquearan el templo y sus tesoros, debido a que la nación practicó la religión falsa. En algunas épocas el templo estuvo descuidado. El rey Sisaq de Egipto saqueó sus tesoros (993 a. E. C.) en los días de Rehoboam, el hijo de Salomón, solo treinta y tres años después de su inauguración. (1Re 14:25, 26; 2Cr 12:9.) El rey Asá (977-937 a. E.C.) respetaba la casa de Jehová, pero a fin de proteger Jerusalén, sobornó imprudentemente al rey Ben-hadad I de Siria con plata y oro de los tesoros del templo, con el objeto de que quebrantara su pacto con Baasá, el rey de Israel. (1Re 15:18, 19; 2Cr 15:17, 18; 16:2, 3.)
Tras un período de turbulencia y descuido del templo, el rey Jehoás de Judá (898-859 a. E.C.) supervisó su reparación. (2Re 12:4-12; 2Cr 24:4-14.) En los días de su hijo Amasías, el rey Jehoás de Israel lo saqueó. (2Re 14:13, 14.) El rey Jotán (777-762 a. E.C.) efectuó obras en el recinto del templo y edificó “la puerta superior”. (2Re 15:32, 35; 2Cr 27:1, 3.) El rey Acaz de Judá (761-746 a. E.C.) no solo envió los tesoros del templo a Tiglat-piléser III, rey de Asiria, con el fin de sobornarlo, sino que también contaminó el templo, sustituyendo su altar de cobre por otro que construyó según el modelo de uno que había en Damasco. (2Re 16:5-16.) Finalmente, cerró las puertas de la casa de Jehová. (2Cr 28:24.)
El hijo de Acaz, Ezequías (745-717 a. E.C.), hizo cuanto pudo por remediar las malas obras de su padre. Tan pronto como empezó a reinar, volvió a abrir el templo y lo limpió. (2Cr 29:3, 15, 16.) Sin embargo, posteriormente, por temor al rey de Asiria, Senaquerib, cortó las puertas y las jambas del templo que él mismo había hecho recubrir de oro y las envió a dicho rey. (2Re 18:15, 16.)
No obstante, cuando Ezequías murió, empezó medio siglo de profanación y deterioro. Su hijo Manasés (716-662 a. E.C.) fue peor que cualquiera de sus antecesores, y edificó altares “a todo el ejército de los cielos en dos patios de la casa de Jehová”. (2Re 21:1-5; 2Cr 33:1-4.) Para el tiempo del nieto de Manasés, Josías (659-629 a. E.C.), aquel magnífico edificio estaba completamente deteriorado. Debía reinar el desorden y la confusión, pues el que el sumo sacerdote Hilquías encontrara el libro de la Ley (probablemente, un rollo original escrito por Moisés) fue un descubrimiento emocionante. (2Re 22:3-13; 2Cr 34:8-21.) Una vez reparado y limpiado el templo, se celebró la mayor Pascua desde el tiempo del profeta Samuel. (2Re 23:21-23; 2Cr 35:17-19.) Esto ocurrió durante el ministerio del profeta Jeremías. (Jer 1:1-3.) Desde entonces hasta su destrucción, el templo permaneció abierto y fue utilizado por el sacerdocio, aunque muchos de los sacerdotes eran hombres corruptos.
El templo edificado por Zorobabel. Según predijo Isaías, profeta de Jehová, Dios escogió al rey Ciro de Persia para libertar a Israel de la opresión de Babilonia. (Isa 45:1.) Jehová también animó a su pueblo a regresar a Jerusalén bajo el acaudillamiento de Zorobabel, de la tribu de Judá. El pueblo llegó en 537 a. E.C., tras los setenta años de desolación predichos por Jeremías, con el propósito de reedificar el templo. (Esd 1:1-6; 2:1, 2; Jer 29:10.) Aunque este templo fue mucho menos glorioso que el de Salomón, tuvo una existencia más dilatada —casi quinientos años—, desde 515 a. E.C. hasta finales del siglo I a. E.C. (El templo de Salomón estuvo en pie unos cuatrocientos veinte años, desde 1027 hasta 607 a. E.C.)
El decreto de Ciro ordenaba: “Cualquiera que quede de todos los lugares donde esté residiendo como forastero, que los hombres de su lugar lo ayuden con plata y con oro y con bienes y con animales domésticos, junto con la ofrenda voluntaria para la casa del Dios verdadero, la cual estaba en Jerusalén”. (Esd 1:1-4.) Ciro también devolvió 5.400 vasos de oro y plata que Nabucodonosor había tomado del templo de Salomón. (Esd 1:7-11.)
En el séptimo mes (Etanim o Tisri) del año 537 a. E.C. edificaron el altar, y al año siguiente colocaron el fundamento del nuevo templo. Los reedificadores contrataron a sidonios y tirios para llevar madera de cedro del Líbano, como había hecho Salomón. (Esd 3:7.) No obstante, la oposición, en particular de los samaritanos, los desanimó, y después de quince años los opositores incluso incitaron al rey de Persia a paralizar la obra. (Esd 4.)
Los judíos habían abandonado la construcción del templo y se habían dedicado a otros menesteres, de modo que Jehová envió a sus profetas Ageo y Zacarías en el segundo año de Darío I (520 a. E.C.) a fin de animarlos a continuar, y luego se promulgó un decreto para que se respetase la orden original de Ciro y en el que se mandaba que se suministrara dinero de la tesorería real para sufragar las necesidades de los constructores y los sacerdotes. (Esd 5:1, 2; 6:1-12.) La edificación progresó con rapidez, y la casa de Jehová se terminó el tercer día de Adar del sexto año de Darío (probablemente 6 de marzo del año 515 a. E.C.). Luego los judíos inauguraron el templo reedificado y celebraron la Pascua. (Esd 6:13-22.)
Se sabe poco en cuanto a los detalles del plano arquitectónico de este segundo templo. El templo que el decreto de Ciro autorizó a edificar fue un edificio con las siguientes características: “La altura de ella será de sesenta codos [c. 27 m.], su anchura de sesenta codos, con tres órdenes de piedras rodadas a su lugar y un orden de maderas”, pero no se especifica la longitud. (Esd 6:3, 4.) Tenía comedores, almacenes (Ne 13:4, 5) y probablemente también disponía de cámaras del techo y otras construcciones, al igual que el templo de Salomón.
Este segundo templo no tenía el arca del pacto, pues parece ser que esta ya no estaba en el templo de Salomón cuando Nabucodonosor lo saqueó en 607 a. E.C. Según el relato del libro apócrifo de 1 Macabeos (1:21-24, 57; 4:38, 44-51), solo había un candelabro en lugar de los diez que había habido en el templo de Salomón; también se menciona el altar de oro, la mesa del pan de la proposición, las vasijas y el altar de la ofrenda quemada, aunque este último era de piedra, no de cobre. Judas Macabeo dirigió la reedificación de este altar con nuevas piedras después que el rey Antíoco Epífanes lo profanó en 168 a. E.C.
El templo que reedificó Herodes. En las Escrituras no se dan muchos detalles sobre este templo, por lo que la principal fuente de información es Josefo, quien lo vio personalmente e informa sobre su construcción en La Guerra de los Judíos y Antigüedades Judías. La Misná judía también suministra algunos detalles y se tienen otros gracias a la arqueología. Los datos que aparecen a continuación se han tomado de estas fuentes, aunque hay que tener en cuenta que no siempre son fidedignas. (GRABADO, vol. 2, pág. 543.)
Josefo dice en una ocasión (Guerra de los Judíos, traducción de Juan Martín Cordero, Barcelona, Orbis, 1985, libro I, cap. XVI [cap. XXI en otras ediciones], pág. 71 [sec. 1]), que Herodes reedificó el templo a los quince años de su reinado, pero en Antigüedades Judías (libro XV, cap. XI, sec. 1) afirma que fue en el año decimoctavo. Esta última fecha es la que normalmente aceptan los eruditos, aunque no se sabe con certeza cuándo comenzó el reinado de Herodes ni cómo hizo Josefo este cálculo. El santuario en sí se edificó en dieciocho meses, pero la construcción de los patios y demás anexos se extendió por ocho años. Cuando ciertos judíos se acercaron a Jesucristo en el año 30 E.C. y le dijeron: “Este templo fue edificado en cuarenta y seis años” (Jn 2:20), parece ser que se referían al trabajo que aún seguía efectuándose en el recinto del templo. No se terminó por completo hasta unos seis años antes de su destrucción en 70 E.C.
Debido a que los judíos odiaban a Herodes y desconfiaban de él, no le permitieron reedificar el templo hasta que tuvo todo preparado para el nuevo edificio. Por la misma razón no consideraron este como un tercer templo, sino como una reconstrucción, y solo hablaban del primer y el segundo templo (el de Salomón y el de Zorobabel).
En cuanto a las medidas que Josefo menciona, el Dictionary of the Bible (de Smith, 1889, vol. 4, pág. 3203) dice: “Sus dimensiones en planta son tan minuciosamente exactas, que casi sospechamos que cuando escribía tenía ante sus ojos algún plano del edificio preparado en el departamento del intendente general del ejército de Tito. Pero hay un extraño contraste con sus dimensiones en alzado, que, casi sin excepción, se puede comprobar que son exageradas y, generalmente, hasta dobladas. No obstante, como todos los edificios fueron derribados durante el sitio, era imposible culparle de error con respecto a las alturas”.
Columnatas y puertas. Josefo escribe que Herodes duplicó el tamaño del recinto del templo, fortificando las laderas del monte Moria con grandes muros de piedra y nivelando una zona en la cima de la montaña. (La Guerra de los Judíos, libro I, cap. XXI, sec. 1; Antigüedades Judías, libro XV, cap. XI, sec. 3.) La Misná (Middot 2:1, The Mishnah, traducción al inglés de H. Danby, Oxford, 1933, pág. 591) dice que la montaña del Templo medía 500 codos por 500 codos (223 m. por 223). En la periferia había columnatas, y, al igual que los anteriores, el templo estaba orientado hacia el E. A lo largo del lado oriental estaba la columnata de Salomón, que consistía en dos pasillos con hileras de columnas de mármol. Un día de invierno, ciertos judíos se acercaron a Jesús en ese lugar para preguntarle si él era el Cristo. (Jn 10:22-24.) Al N. y al O. también había columnatas, aunque un tanto eclipsadas por la columnata real, que daba al S. y consistía en cuatro filas de columnas corintias, 162 en total, con tres grandes pasillos. Las columnas tenían una circunferencia tan grande, que eran necesarios tres hombres con los brazos extendidos para rodear una de ellas, y eran mucho más altas que las de las otras columnatas.
Debía haber ocho puertas para entrar al recinto del templo: cuatro al O., dos al S., una al E. y otra al N. (Véase PUERTA, PASO DE ENTRADA [Puertas del templo].) Debido a la existencia de estas puertas, el primer atrio, el atrio de los gentiles, también hacía las veces de vía pública, ya que los viajeros preferían cruzarlo en lugar de circundar el recinto del templo.
Atrio de los gentiles. Las columnatas rodeaban el atrio de los gentiles, que era una amplia zona llamada así porque se permitía la entrada a los gentiles. En dos ocasiones, una al principio y otra al final de su ministerio terrestre, Jesús expulsó de este atrio a los que habían convertido la casa de su Padre en una casa de mercancías. (Jn 2:13-17; Mt 21:12, 13; Mr 11:15-18.)
Había que pasar por varios atrios para llegar al edificio central, que era el santuario en sí. Cada uno de esos sucesivos atrios tenía un mayor grado de santidad. Al cruzar el atrio de los gentiles, había un muro de tres codos de alto (1,3 m.) con espacios abiertos para pasar. En la parte superior había grandes piedras que llevaban una advertencia en griego y en latín. La inscripción en griego decía (según una traducción): “A ningún extranjero se le permite estar dentro de la balaustrada y del terraplén en torno al santuario. Al que se le encuentre será personalmente responsable de su propia muerte”. (Enciclopedia del Mundo Bíblico, Barcelona, Plaza y Janés, 1970, vol. 2, pág. 486.) Cuando una chusma atacó en el templo al apóstol Pablo, se debió a que los judíos rumoreaban que había introducido a un gentil dentro de la zona prohibida. Aunque Pablo estaba hablando en términos simbólicos cuando dijo que Cristo ‘había destruido el muro’ que separaba a los judíos de los gentiles, esa expresión nos recuerda aquel muro literal. (Ef 2:14, nota; Hch 21:20-32.)
Atrio de las mujeres. El atrio de las mujeres estaba catorce gradas más arriba, y en él podían entrar las mujeres para adorar. En el atrio de las mujeres estaban, entre otras cosas, las arcas de la tesorería. Cuando Jesús se hallaba sentado cerca de una de estas arcas, encomió a una viuda por dar todo lo que poseía. (Mr 12:41-44; Lu 21:1-4.) En este atrio también había varias construcciones.
Atrio de Israel y atrio de los sacerdotes. Quince grandes gradas semicirculares llevaban al atrio de Israel, al que podían entrar los hombres que estuvieran limpios ceremonialmente, y en el muro exterior de este atrio había almacenes.
Luego venía el atrio de los sacerdotes, que correspondía con el patio del tabernáculo. En él estaba el altar, construido de piedras no labradas. Según la Misná (Middot 3:1, The Mishnah, traducción al inglés de H. Danby, Oxford, 1933, pág. 593), tenía una base de 32 codos por 32 codos (14,2 m. por 14,2), aunque Josefo dice que era mayor. (La Guerra de los Judíos, libro V, cap. V, sec. 6; véase ALTAR [Altares después del exilio].) Los sacerdotes utilizaban una superficie inclinada para subir al altar. La Misná también habla de un “pilón”. (Middot 3:6.) Al igual que el atrio de las mujeres, en este atrio también había diversas construcciones.
El edificio del templo. Como en los otros casos, el templo en sí consistía principalmente en dos compartimientos: el Lugar Santo y el Santísimo. El suelo de este edificio estaba doce gradas por encima del atrio de los sacerdotes, y, al igual que en el templo de Salomón, a los lados de este edificio también se construyeron cuartos y un aposento superior. La entrada estaba cerrada por puertas de oro, cada una de 55 codos (24,5 m.) de alto y 16 codos (7,1 m.) de ancho. La parte delantera del edificio era más ancha que la trasera, con alas o “estribaciones” que salían 20 codos (8,9 m.) por cada lado. El interior del Lugar Santo tenía 40 codos (17,8 m.) de longitud y 20 codos de anchura. En el Lugar Santo estaba el candelabro, la mesa del pan de la proposición y el altar del incienso, todo ello de oro.
La entrada al Santísimo estaba cerrada por una gruesa cortina, o velo, adornada hermosamente. Cuando Jesús murió, esta cortina se rasgó en dos de arriba abajo, con lo que se pudo ver que el arca del pacto ya no estaba en el Santísimo. En lugar del Arca había una losa de piedra, sobre la que el sumo sacerdote salpicaba la sangre en el Día de Expiación. (Mt 27:51; Heb 6:19; 10:20.) Este cuarto medía 20 codos de largo y 20 codos de ancho.
Durante el sitio romano de Jerusalén en el año 70 E.C., los judíos utilizaron el recinto del templo como una ciudadela o fortaleza. Ellos mismos incendiaron las columnatas, aunque fue un soldado romano quien, contraviniendo el deseo del comandante romano Tito, incendió el templo, de modo que se cumplieron las palabras de Jesús con respecto a los edificios del templo: “De ningún modo se dejará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada”. (Mt 24:2; La Guerra de los Judíos, libro VI, cap. IV, secs. 5-7; libro VII, cap. I, sec. 1.)
El gran templo espiritual de Jehová. El tabernáculo que construyó Moisés y los templos de Salomón, Zorobabel y Herodes fueron solo típicos o representativos. El apóstol Pablo escribió a este respecto que el tabernáculo, cuyas características básicas se incluyeron en los templos posteriores, era “una representación típica y sombra de las cosas celestiales”. (Heb 8:1-5; véase también 1Re 8:27; Isa 66:1; Hch 7:48; 17:24.) Las Escrituras Griegas Cristianas revelan la realidad representada por el tipo. Muestran que el tabernáculo y los templos construidos por Salomón, Zorobabel y Herodes, así como sus características, representaron el templo mayor y espiritual de Jehová, “la tienda verdadera, que Jehová levantó, y no el hombre”. (Heb 8:2.) Como lo muestran sus diferentes características, el templo espiritual es el sistema para acercarse a Dios en adoración sobre la base del sacrificio propiciatorio de Jesucristo. (Heb 9:2-10, 23.)
La carta inspirada a los Hebreos dice que en este templo espiritual el Santísimo es “el cielo mismo”, el lugar donde está la persona de Dios. (Heb 9:24.) Puesto que solo el Santísimo es “el cielo mismo”, el Santo y el patio de los sacerdotes, así como sus características, tienen que representar cosas terrestres, cosas relacionadas con Jesucristo durante su ministerio en la Tierra y con sus seguidores que son “participantes del llamamiento celestial”. (Heb 3:1.)
La cortina era una barrera que separaba el Santo del Santísimo; en el caso de Jesús representó “su carne”, que tenía que ofrecer en sacrificio, entregándola para siempre, a fin de poder entrar en el cielo, el Santísimo antitípico. (Heb 10:20.) Los cristianos ungidos también tienen que pasar esta barrera carnal que los separa del acceso a la presencia de Dios en el cielo. Por consiguiente, el Santo representa su condición de hijos de Dios engendrados por espíritu con la vida celestial en mira, y conseguirán su recompensa celestial una vez que entreguen sus cuerpos carnales en la muerte. (1Co 15:50; Heb 2:10.)
Mientras están en el Santo antitípico, los que han sido ungidos con espíritu santo y sirven de subsacerdotes con Cristo pueden disfrutar de iluminación espiritual, como si fuera del candelabro; pueden comer alimento espiritual, como si lo tomaran de la mesa del pan de la proposición, y pueden ofrecer oraciones, alabanza y servicio a Dios, como si presentaran incienso aromático en el altar de oro del incienso. El Santo del templo típico estaba oculto de la vista de los observadores; de igual manera, los que no son ungidos no son capaces de apreciar plenamente cómo sabe una persona que es un hijo de Dios engendrado por espíritu y qué experimenta como tal. (Rev 14:3.)
En el patio del antiguo templo estaba el altar para ofrecer sacrificios, que prefiguró la voluntad de Dios de proveer un sacrificio humano perfecto para redimir a la prole de Adán. (Heb 10:1-10; 13:10-12; Sl 40:6-8.) En el templo espiritual, el patio debe representar una condición relacionada con ese sacrificio. En el caso de Jesús, su sacrificio fue aceptable por tratarse de un humano perfecto. En el caso de sus seguidores ungidos, se les declara justos sobre la base de su fe en el sacrificio de Cristo, y de este modo Dios los ve como si no tuviesen pecado mientras aún están en la carne. (Ro 3:24-26; 5:1, 9; 8:1.)
Las características de la “tienda verdadera”, el gran templo espiritual de Dios, ya existían en el siglo I E.C. Este hecho lo indica el que Pablo dijera que el tabernáculo construido por Moisés era “una ilustración para el tiempo señalado que está aquí ahora”, es decir, para algo que existía en el tiempo de Pablo. (Heb 9:9.) Este templo ciertamente existía cuando Jesús presentó el valor de su sacrificio en el Santísimo, el cielo mismo. Debe haber llegado a existir en el año 29 E.C., cuando se ungió a Jesús con espíritu santo para ser el gran Sumo Sacerdote de Jehová. (Heb 4:14; 9:11, 12.)
Jesucristo promete a los cristianos engendrados con espíritu que al que venza, al que persevere fielmente hasta el fin, se le hará una “columna en el templo de mi Dios, y ya no saldrá de este nunca”. (Rev 3:12.) De modo que se garantiza a tal persona un lugar permanente en el “cielo mismo”, el Santísimo antitípico.
Revelación 7:9-15 habla de “una gran muchedumbre” de otros adoradores de Jehová que participan en la adoración verdadera en el templo espiritual. No se dice que los que componen esta “gran muchedumbre” sean subsacerdotes. Se menciona que los que componen esta “gran muchedumbre” “han lavado sus ropas largas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero”. Debido a su fe en el sacrificio de Cristo, se les atribuye una posición de justos que hace posible que se les conserve con vida a través de la “gran tribulación”, de modo que se dice que “salen” de ella como supervivientes.
En Isaías 2:1-4 y Miqueas 4:1-4 se habla de ‘alzar’ “la montaña de la casa de Jehová” en “la parte final de los días”, y se predice un recogimiento de gente de “todas las naciones” a esa “casa de Jehová”. Como no ha habido ningún templo físico de Jehová en Jerusalén desde el año 70 E.C., estas palabras no pueden referirse a un edificio físico, sino a un alzamiento de la adoración verdadera en la vida de los que componen el pueblo de Jehová durante “la parte final de los días”, y a un gran recogimiento de gente de todas las naciones para adorar en el gran templo espiritual de Jehová.
La visión del templo de Ezequiel. En los capítulos 40 al 47 del libro de Ezequiel, también se encuentra una detallada descripción de un templo de Jehová, pero es un templo que nunca se construyó en el monte Moria de Jerusalén, y que, por otra parte, nunca hubiera cabido allí. No era una ilustración del gran templo espiritual de Dios, sino un templo que solo existía como visión. El relato da atención especial a las bendiciones que emanan del templo y a las precauciones que se toman para mantener alejados a todos aquellos que no son dignos de adorar en sus patios.
En el año 593 a. E.C., año decimocuarto después de la destrucción de Jerusalén y del templo de Salomón, el profeta y sacerdote Ezequiel fue transportado en una visión a la cima elevada de una montaña, y contempló un gran templo de Jehová. (Eze 40:1, 2.) Con el fin de humillar a los judíos exiliados y hacer que se arrepintieran, y sin duda también para consolar a los fieles, se le ordenó a Ezequiel que relatase a la “casa de Israel” todo lo que había visto. (Eze 40:4; 43:10, 11.) La visión fue muy detallada con las medidas. Las unidades de medida utilizadas fueron la “caña” (caña larga: 3,11 m.) y el “codo” (codo largo: 51,8 cm.). (Eze 40:5, nota.) Debido a la precisión de las medidas, hay quien cree que el templo de la visión tuvo que servir de modelo para el que construyó Zorobabel después del exilio. Sin embargo, esta afirmación no puede probarse.
Todo el recinto del templo debía tener 500 codos de lado. Tenía un patio exterior, un patio interior elevado, el templo con su altar, varios comedores y un edificio en el lado O., o posterior, del templo. Había seis enormes pasos de entrada para entrar en los patios, exterior e interior, tres para el exterior, y tres para el interior. Estos daban al N., al E. y al S., y cada puerta interior estaba en línea con su correspondiente puerta exterior. (Eze 40:6, 20, 23, 24, 27.) Dentro del muro exterior estaba el “pavimento inferior”, que tenía 50 codos (25,9 m.) de ancho, “exactamente la longitud” de los pasos de entrada. (Eze 40:18, 21.) Allí estaban situados 30 comedores, probablemente lugares para que las personas comieran sus sacrificios de comunión. (Eze 40:17.) En las cuatro esquinas de este patio exterior había lugares donde los sacerdotes preparaban, como requería la Ley, las partes de los sacrificios que correspondían a los que presentaban la ofrenda, quienes luego las tomaban en los comedores provistos para tal efecto. (Eze 46:21-24.) El resto del patio exterior entre el pavimento inferior y las puertas que daban al patio interior al parecer tenía 100 codos de ancho. (Eze 40:19, 23, 27.)
Los sacerdotes disponían de otros comedores separados y ubicados más cerca del templo. Dos de estos, junto con dos comedores para los cantores del templo, estaban en el patio interior, al lado de los imponentes pasos de entrada interiores. (Eze 40:38, 44-46.) Asimismo, había conjuntos de comedores para el uso exclusivo de los sacerdotes al N. y al S. del santuario (Eze 42:1-12), y además servían para que los sacerdotes se cambiaran sus prendas de vestir de lino utilizadas en el servicio del templo antes de pasar al patio exterior. (Eze 42:13, 14; 44:19.) Allí también, hacia la parte trasera de los conjuntos de comedores, estaban los cocederos y los hornos de los sacerdotes, destinados básicamente al mismo uso que los del patio exterior. (Eze 46:19, 20.)
Pasando desde el patio exterior por la entrada interior se llegaba al patio interior, cuyos límites estaban a 150 codos (77,7 m.) de los límites exteriores (al E., al N. y al S.) del recinto. El patio interior tenía 200 codos (103,6 m.) de ancho. (Ezequiel 40:47 dice que el patio interior tenía 100 codos de lado. Esto debe referirse solo a la zona de delante del templo a la que daban paso las puertas interiores.) En el patio interior destacaba el altar. (Eze 43:13-17; véase ALTAR [El altar del templo de Ezequiel].)
El primer cuarto del santuario medía 40 codos (20,7 m.) de largo y 20 codos (10,4 m.) de ancho, y disponía de una entrada que tenía dos puertas de dos hojas cada una. (Eze 41:23, 24.) Dentro estaba la “mesa que está delante de Jehová”, que era un altar de madera. (Eze 41:21, 22.)
Los muros exteriores del santuario tenían “cámaras laterales” de cuatro codos (2 m.) de ancho incorporadas en ellos. Había tres pisos de cámaras laterales que cubrían el muro occidental, el septentrional y el meridional, un total de 30 cámaras por piso. (Eze 41:5, 6.) Para subir los tres pisos existía un “pasaje de caracol” en el lado N. y otro en el lado S. (Eze 41:7.) En la parte trasera u occidental del templo, había una estructura situada al parecer longitudinalmente de N. a S. llamada bin·yán, un ‘edificio que daba hacia el oeste’. (Eze 41:12.) Aunque algunos eruditos han pensado que este edificio era el templo o santuario mismo, el libro de Ezequiel no respalda tal conclusión; el ‘edificio que daba hacia el oeste’ era de forma y dimensiones diferentes a las del santuario, aunque sin duda tendría alguna relación con los servicios que se efectuaban en el santuario. Puede que también haya habido uno o más edificios similares situados hacia el O. del templo de Salomón. (Compárese con 2Re 23:11 y 1Cr 26:18.)
El Santísimo de este templo tenía la misma forma que el del templo de Salomón, y medía 20 codos en cuadro. En la visión Ezequiel vio la gloria de Jehová que venía desde el E. y que llenaba el templo. Jehová se refirió a este templo como “el lugar de mi trono”. (Eze 43:1-7.)
Ezequiel hace referencia a un muro de 500 cañas (1.555 m.) de lado que rodeaba el templo. Algunos eruditos han entendido que este muro, que era “para hacer división entre lo que es santo y lo que es profano”, estaba a unos 600 m. del recinto. (Eze 42:16-20.)
Ezequiel también contempló una corriente de agua que salía “de debajo del umbral de la Casa hacia el este” y el sur del altar, y que se convertía en un torrente profundo y caudaloso que fluía por el Arabá hasta el extremo N. del mar Salado. Allí curaba sus aguas saladas y el mar se llenaba de peces. (Eze 47:1-12.)
Los cristianos ungidos, un templo espiritual. A los cristianos ungidos en la Tierra se les compara, entre otras cosas, a un templo. Esta comparación es apropiada porque el espíritu de Dios mora en la congregación de ungidos. Pablo escribió a los cristianos de Éfeso que estaban “en unión con Cristo Jesús”, que estaban “sellados con el espíritu santo prometido”, y les dijo: “Han sido edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular de fundamento. En unión con él, el edificio entero, unido armoniosamente, va creciendo para ser un templo santo para Jehová. En unión con él, ustedes, también, están siendo edificados juntamente para ser lugar donde habite Dios por espíritu”. (Ef 1:1, 13; 2:20-22.) Se dice que estos “sellados”, colocados sobre el fundamento de Cristo, ascienden a 144.000. (Rev 7:4; 14:1.) El apóstol Pedro dice que son “piedras vivas” que “están siendo edificados en casa espiritual para el propósito de un sacerdocio santo”. (1Pe 2:5.)
Como estos subsacerdotes son “edificio de Dios”, Él no permitirá que este templo espiritual se contamine. Pablo recalca la santidad de este templo espiritual y el peligro en el que incurre el que intente contaminarlo, al decir: “¿No saben que ustedes son el templo de Dios, y que el espíritu de Dios mora en ustedes? Si alguien destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo, el cual son ustedes”. (1Co 3:9, 16, 17; véase también 2Co 6:16.)
Jehová Dios y el Cordero ‘son su templo’. Cuando Juan vio a la Nueva Jerusalén descender del cielo, dijo: “Y no vi en ella templo, porque Jehová Dios el Todopoderoso es su templo; también lo es el Cordero”. (Rev 21:2, 22.) Puesto que los miembros de la Nueva Jerusalén tendrán libre acceso para presentarse delante del rostro de Jehová, no necesitarán un templo para acercarse a Él. (1Jn 3:2; Rev 22:3, 4.) Podrán rendirle servicio sagrado directamente bajo el sumo sacerdocio del Cordero, Jesucristo. Por esta razón puede decirse que el Cordero comparte con Jehová su posición como templo de la Nueva Jerusalén.
Un impostor. Al advertir de la apostasía venidera, el apóstol Pablo habló del “hombre del desafuero” y dijo: “De modo que se sienta en el templo del Dios, y públicamente ostenta ser un dios”. (2Te 2:3, 4.) Como este “hombre del desafuero” es un apóstata, un falso maestro, solo se sienta en lo que falsamente presenta como ese templo. (Véase HOMBRE DEL DESAFUERO.)
Uso ilustrativo. En una ocasión, cuando los judíos le pidieron a Jesús una señal, él respondió: “Derriben este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos pensaban que se refería al edificio del templo, pero el apóstol Juan explica: “Él hablaba acerca del templo de su cuerpo”. Cuando su Padre Jehová lo resucitó al tercer día de su muerte, los discípulos recordaron y entendieron este dicho y lo creyeron. (Jn 2:18-22; Mt 27:40.) No se le resucitó con su cuerpo carnal, ya que lo dio como sacrificio de rescate; sin embargo, su cuerpo carnal no se corrompió, sino que Dios se deshizo de él, como si se tratase de un sacrificio consumido sobre el altar. Al resucitar, Jesús siguió siendo la misma persona, con la misma personalidad, pero con un nuevo cuerpo adecuado a su nueva morada, los cielos espirituales. (Lu 24:1-7; 1Pe 3:18; Mt 20:28; Hch 2:31; Heb 13:8.)