MARÍA
(del heb. Míriam, que posiblemente signifique: “Rebelde”).
Hay seis mujeres en la Biblia con ese nombre.
1. María, la madre de Jesús. Era hija de Helí, aunque en la genealogía de Lucas se lee que José, el esposo de María, era “hijo de Helí”. La Cyclopædia (de M’Clintock y Strong, 1881, vol. 3, pág. 774) dice: “Es sabido que los judíos trazaban su árbol genealógico únicamente por el nombre del varón, y cuando el linaje del abuelo pasaba al nieto por medio de una hija, se omitía el nombre de esta y se ponía el de su esposo como hijo del abuelo materno (Nú XXVI, 33; XXVII, 4-7)”. Esta debió ser la razón por la que el historiador Lucas dice que José era “hijo de Helí”. (Lu 3:23.)
María era de la tribu de Judá y descendiente de David. Por consiguiente, se podía decir que su hijo Jesús “provino de la descendencia de David según la carne”. (Ro 1:3.) Por su padre adoptivo José, descendiente de David, Jesús tenía el derecho legal al trono de David, y por su madre, como “prole”, “descendencia” y “raíz” de David, tenía el derecho hereditario natural al “trono de David su padre”. (Mt 1:1-16; Lu 1:32; Hch 13:22, 23; 2Ti 2:8; Rev 5:5; 22:16.)
Si la tradición está en lo cierto, Ana fue esposa de Helí y madre de María. Una hermana de Ana tuvo una hija llamada Elisabet, que fue la madre de Juan el Bautista. Según esa tradición, Elisabet era prima de María. Las Escrituras dicen que María estaba emparentada con Elisabet, que era “de las hijas de Aarón”, de la tribu de Leví. (Lu 1:5, 36.) Algunos piensan que Salomé, esposa de Zebedeo y madre de Juan y Santiago, dos de los apóstoles de Jesús, era hermana de María. (Mt 27:55, 56; Mr 15:40; 16:1; Jn 19:25.)
La visita un ángel. A principios del año 2 a. E.C., Dios envió al ángel Gabriel a María, una muchacha virgen del pueblo de Nazaret. “Buenos días, altamente favorecida, Jehová está contigo”, fue el sorprendente saludo del ángel. Cuando le dijo que concebiría y daría a luz un hijo llamado Jesús, María, que en aquel tiempo solo estaba comprometida con José, preguntó: “¿Cómo será esto, puesto que no estoy teniendo coito con varón alguno?”, a lo que el ángel respondió: “Espíritu santo vendrá sobre ti, y poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, también, lo que nace será llamado santo, Hijo de Dios”. Emocionada con la perspectiva, pero con la debida modestia y humildad, ella contestó: “¡Mira! ¡La esclava de Jehová! Efectúese conmigo según tu declaración”. (Lu 1:26-38.)
A fin de fortalecer aún más su fe para esta experiencia tan importante, a María se le informó de que su parienta Elisabet, ya anciana, había dejado de ser estéril por el poder milagroso de Jehová y estaba encinta de seis meses. María fue a visitarla, y cuando entró en su casa, la criatura que estaba en la matriz de Elisabet saltó de gozo. Ante esto, Elisabet felicitó a María diciendo: “¡Bendita eres tú entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu matriz!”. (Lu 1:36, 37, 39-45.) A continuación María pronunció bajo inspiración palabras de alabanza a Jehová por su bondad. (Lu 1:46-55.)
Tras pasar unos tres meses con Elisabet en la serranía de Judá, María volvió a Nazaret. (Lu 1:56.) Cuando José se enteró de que estaba embarazada (probablemente por boca de la propia María), pensó en divorciarse de ella en secreto, más bien que exponerla a la vergüenza pública. (A las personas comprometidas se las consideraba como si estuvieran casadas, y se requería un divorcio para disolver el compromiso.) Pero el ángel de Jehová se le apareció y le reveló a José que lo que había sido engendrado en ella era por espíritu santo. Por consiguiente, José obedeció la instrucción divina y tomó a María por esposa, “pero no tuvo coito con ella hasta que ella dio a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús”. (Mt 1:18-25.)
Da a luz a Jesús en Belén. En el transcurso de estos acontecimientos, el decreto de César Augusto que exigía que todos se registraran en su pueblo natal resultó providencial, pues tenía que cumplirse la profecía concerniente al nacimiento de Jesús. (Miq 5:2.) Por lo tanto, José tomó a María, que se encontraba “en estado avanzado de gravidez”, y la llevó en un agotador viaje de 110 Km. desde su casa de Nazaret, en el N., hasta Belén, al S. Como no había sitio en el hospedaje, el niño nació en las condiciones más humildes y fue acostado en un pesebre. Esto ocurrió probablemente alrededor del 1 de octubre del año 2 a. E.C. (Lu 2:1-7; véanse GRABADOS, vol. 2, pág. 537; JESUCRISTO.)
Cuando los pastores oyeron al ángel decir: “Les ha nacido hoy un Salvador, que es Cristo el Señor, en la ciudad de David”, se apresuraron a Belén y allí hallaron la señal: el hijo de María estaba “envuelto en bandas de tela y acostado en un pesebre”. Informaron a la feliz familia lo que el gran coro de ángeles había cantado: “Gloria en las alturas a Dios, y sobre la tierra paz entre los hombres de buena voluntad”. María, por su parte, “iba conservando todos estos dichos, sacando conclusiones en su corazón”. (Lu 2:8-20.)
Al octavo día, María hizo circuncidar a su hijo en obediencia a la ley de Jehová. Después del día cuadragésimo, ella y su esposo llevaron al niño al templo de Jerusalén para presentar la ofrenda prescrita. La Ley requería el sacrificio de un carnero joven y un palomo o una tórtola. Si la familia no poseía lo suficiente para la oveja, se tenían que ofrecer dos tórtolas o dos palomos. El que María ofreciese “un par de tórtolas o dos pichones” muestra que José era un hombre de escasos recursos. (Lu 2:21-24; Le 12:1-4, 6, 8.) Cuando el anciano Simeón, un hombre justo, vio al niño, alabó a Jehová por haberle permitido contemplar al Salvador antes de morir. Volviéndose a María, dijo: “Sí, a ti misma una espada larga te atravesará el alma”, no queriendo decir que ella sería traspasada con una espada literal, sino que experimentaría dolor y sufrimiento a causa de la predicha muerte de su hijo en un madero de tormento. (Lu 2:25-35.)
Vuelve a Nazaret. Cierto tiempo después, un ángel le advirtió a José de la trama urdida por Herodes el Grande para matar al niño y le ordenó que huyese con Jesús a Egipto. (Mt 2:1-18.) Una vez muerto Herodes, la familia volvió y se estableció en Nazaret. Allí María tuvo más hijos, de los que por lo menos cuatro eran varones. (Mt 2:19-23; 13:55, 56; Mr 6:3.)
Aunque la Ley no requería que las mujeres asistieran a la celebración anual de la Pascua, María solía acompañar a José año tras año en el largo y difícil viaje de unos 150 Km. hasta Jerusalén con este propósito. (Éxo. 23:17; 34:23.) En uno de esos viajes, alrededor del año 12 E.C., después que la familia había salido de Jerusalén y recorrido la distancia correspondiente a un día para regresar a su casa, descubrieron que faltaba Jesús. Sus padres volvieron inmediatamente a Jerusalén para buscarlo. Después de tres días lo hallaron en el templo, escuchando e interrogando a los maestros. María exclamó: “Hijo, ¿por qué nos trataste de este modo? Mira que tu padre y yo te hemos estado buscando con la mente angustiada”. Jesús respondió: “¿Por qué tuvieron que andar buscándome? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?”. Ciertamente el lugar lógico donde hallar al Hijo de Dios era el templo, donde podría recibir instrucción bíblica. María “guardaba cuidadosamente todos estos dichos en su corazón”. (Lu 2:41-51.)
A los doce años Jesús demostró un conocimiento sobresaliente para su edad: “Todos los que le escuchaban quedaban asombrados de su entendimiento y de sus respuestas”. (Lu 2:47.) El conocimiento y el entendimiento que tenía Jesús de las Escrituras reflejaba que sus padres le habían dado una excelente educación. Tanto María como José debieron ser muy diligentes en enseñar y educar al niño, criándolo en “la disciplina y regulación mental” de Jehová y cultivando en él la costumbre de asistir a la sinagoga todos los sábados. (Lu 4:16; Ef 6:4.)
Jesús la amaba y respetaba. Después de su bautismo, Jesús no manifestó favoritismo alguno por María; no se dirigió a ella como “madre”, sino simplemente como “mujer”. (Jn 2:4; 19:26.) El uso de este término en el contexto de la época no demostraba en ningún sentido falta de respeto. Su uso moderno tampoco tiene por qué transmitir un sentimiento negativo. María era la madre de Jesús según la carne, pero desde que se le engendró por espíritu santo en el momento de su bautismo, fue principalmente el hijo de Dios y su “madre” era “la Jerusalén de arriba”. (Gál 4:26.) Jesús puso de relieve este hecho cuando María y sus otros hijos le interrumpieron en una ocasión, mientras estaba enseñando, pidiéndole que saliese afuera, a donde ellos estaban. Jesús mostró que en realidad su madre y sus parientes cercanos eran los miembros de su familia espiritual y que los asuntos espirituales tenían prioridad sobre los carnales. (Mt 12:46-50; Mr 3:31-35; Lu 8:19-21.)
Cuando faltó el vino en una boda en Caná de Galilea y María le dijo a Jesús: “No tienen vino”, él respondió: “¿Qué tengo que ver contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”. (Jn 2:1-4.) Jesús se valió de una antigua forma interrogativa que aparece varias veces en las Escrituras Hebreas (Jos 22:24; Jue 11:12; 2Sa 16:10; 19:22; 1Re 17:18; 2Re 3:13; 2Cr 35:21; Os 14:8) y seis veces en las Escrituras Griegas. (Mt 8:29; Mr 1:24; 5:7; Lu 4:34; 8:28; Jn 2:4.) Traducida literalmente, la pregunta diría: “¿Qué para mí y para ti?”, queriendo decir: “¿Qué hay en común entre yo y tú?”, “¿qué tenemos en común tú y yo?” o “¿qué tengo que ver contigo?”. En cada uno de los casos, la pregunta indica objeción a lo que se ha sugerido, propuesto o sospechado. Así que Jesús expresó de esta forma su bondadosa reprensión, indicándole a su madre que él recibía instrucciones de la Autoridad Suprema que le había enviado y no de ella. (1Co 11:3.) María, mujer sensible y humilde, lo entendió rápidamente y aceptó la corrección. Se hizo a un lado y, para dejar que Jesús llevase la delantera, dijo a los servidores: “Todo cuanto les diga, háganlo”. (Jn 2:5.)
María estaba junto al madero de tormento cuando fijaron a Jesús. Para ella, Jesús era más que un hijo amado, era el Mesías, su Señor y Salvador, el Hijo de Dios. Al parecer, en aquel entonces María ya había enviudado. Por consiguiente, Jesús, como primogénito de la casa de José, cumplió con su responsabilidad y pidió al apóstol Juan, probablemente su primo, que llevase a María a su casa y cuidase de ella como si fuera su propia madre. (Jn 19:26, 27.) ¿Por qué no la confió Jesús a uno de sus medio hermanos? No se dice que ninguno de ellos estuviera presente. Además, no eran creyentes, y Jesús consideraba la relación espiritual más importante que la carnal. (Jn 7:5; Mt 12:46-50.)
Discípula fiel. La última referencia bíblica a María muestra que era una mujer creyente y devota y que todavía tenía una relación estrecha con otros fieles después de la ascensión de Jesús. Los once apóstoles, María y otros discípulos estaban reunidos en un “aposento de arriba”, y “todos estos persistían de común acuerdo en oración”. (Hch 1:13, 14.)
2. María, la hermana de Marta y Lázaro. Jesús solía visitar el hogar de esta familia, por la que sentía un cariño especial. Su casa estaba en Betania, a unas 2 millas romanas (2,8 Km.) del monte del Templo de Jerusalén y en la ladera oriental del monte de los Olivos. (Jn 11:18.) Durante una visita de Jesús en el tercer año de su ministerio, Marta, en su afán por ser una buena anfitriona, estaba excesivamente preocupada por el bienestar físico de Jesús. María, sin embargo, mostró otro tipo de hospitalidad: “Se sentó a los pies del Señor y se quedó escuchando su palabra”. Cuando Marta se quejó porque su hermana no le ayudaba, Jesús encomió a María, diciendo: “Por su parte, María escogió la buena porción, y no le será quitada”. (Lu 10:38-42.)
Ve a Lázaro resucitado. Unos meses después de la visita mencionada antes, Lázaro cayó enfermo de muerte. De manera que María y Marta enviaron recado a Jesús, que probablemente estaba al E. del Jordán, en Perea. Sin embargo, cuando llegó, Lázaro ya llevaba muerto cuatro días. Al oír que Jesús venía, Marta fue rápidamente a su encuentro para saludarle, mientras que María “se quedó sentada en casa”. A su regreso, Marta fue a su desconsolada hermana y le dijo: “El Maestro está presente, y te llama”. María se apresuró a ir a su encuentro. Sollozando a sus pies, le dijo: “Señor, si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Pronunció exactamente las mismas palabras que su hermana había dicho cuando poco antes había ido al encuentro de Jesús. Al ver las lágrimas de María y de los judíos que estaban con ella, el Maestro gimió y lloró. Después que Jesús realizó el asombroso milagro de levantar a Lázaro de entre los muertos, “muchos de los judíos que habían venido a María [para consolarla] [...] pusieron fe en él”. (Jn 11:1-45.)
Unge a Jesús con aceite. Cinco días antes de que Jesús celebrase la última Pascua, él y sus discípulos fueron invitados otra vez a Betania, en esta ocasión a la casa de Simón el leproso, donde también se encontraban María y su familia. Marta estaba sirviendo la cena, mientras que María de nuevo prestó atención al Hijo de Dios. Mientras Jesús estaba reclinado, María “tomó una libra de aceite perfumado, nardo genuino, muy costoso” (aproximadamente el salario de un año) y lo derramó sobre su cabeza y sus pies. Aunque este acto de amor y consideración a Jesús pasó inadvertido, en realidad significaba la preparación para su inminente muerte y sepultura. Como en la ocasión anterior, se criticó la expresión de amor de María, y al igual que en aquella ocasión, Jesús aprobó y valoró mucho su amor y devoción. “Dondequiera que se prediquen estas buenas nuevas en todo el mundo —dijo él—, lo que esta mujer ha hecho también se contará para recuerdo de ella.” (Mt 26:6-13; Mr 14:3-9; Jn 12:1-8.)
No debe confundirse este incidente —el que María ungiera a Jesús, según Mateo, Marcos y Juan— con la unción mencionada en Lucas 7:36-50. En los dos acontecimientos se dan ciertas similitudes, aunque se aprecian algunas diferencias: el primer suceso, informado por Lucas, tuvo lugar en el distrito septentrional de Galilea; en tanto que el segundo ocurrió en el S., en Betania de Judea. El primero aconteció en la casa de un fariseo; el segundo, en la casa de Simón el leproso. En el primer caso, fue una mujer cuyo nombre no se menciona, pero a la que se conocía públicamente como una “pecadora”, probablemente una prostituta, quien realizó la unción; mientras que en el segundo fue María, la hermana de Marta. Además, hubo una diferencia de más de un año entre los dos acontecimientos.
Algunos críticos afirman que Juan contradice a Mateo y a Marcos cuando dice que el perfume se derramó sobre los pies de Jesús, más bien que sobre la cabeza. (Mt 26:7; Mr 14:3; Jn 12:3.) En un comentario sobre Mateo 26:7, Albert Barnes dice: “No obstante, no hay ninguna contradicción. Probablemente lo derramó tanto sobre la cabeza como sobre los pies. Como Mateo y Marcos habían registrado lo primero, Juan, que en parte escribió su evangelio para relatar acontecimientos que ellos omitieron, dice que el ungüento también se derramó sobre los pies del Salvador. Derramar ungüento sobre la cabeza era común, mientras que derramarlo sobre los pies era un acto de notable humildad y afecto por el Salvador, por lo que merecía que constase por escrito”. (Barnes’ Notes on the New Testament, 1974.)
3. María Magdalena. Su nombre distintivo (que significa “De [Perteneciente a] Magdala”) probablemente se origine de la ciudad de Magdala (véase MAGADÁN), situada en la orilla occidental del mar de Galilea, aproximadamente a medio camino entre Capernaum y Tiberíades. No hay registro de que Jesús visitase este pueblo, aunque pasó mucho tiempo en sus alrededores. Tampoco se sabe con certeza si era el pueblo natal de María o su lugar de residencia. El que Lucas se refiera a ella como “María la llamada Magdalena” ha llevado a algunos a pensar que el evangelista quería resaltar algo especial o peculiar. (Lu 8:2.)
Jesús expulsó siete demonios de María Magdalena, razón suficiente para que ella pusiese fe en él como el Mesías y para que respaldara tal fe con excepcionales obras de devoción y servicio. Se la menciona por primera vez en el transcurso del segundo año del ministerio de Jesús, cuando él y sus apóstoles estaban “viajando de ciudad en ciudad y de aldea en aldea, predicando y declarando las buenas nuevas del reino de Dios”. Junto con Juana —la esposa del intendente de Herodes—, Susana y otras mujeres, María Magdalena continuó atendiendo con sus propios bienes las necesidades de Jesús y sus apóstoles. (Lu 8:1-3.)
La referencia más destacada a María Magdalena está relacionada con la muerte y resurrección de Jesús. Cuando se le llevó al degüello, como el Cordero de Dios, ella estaba entre las mujeres ‘que le habían acompañado desde Galilea para ministrarle’ y permanecieron allí, “mirando desde lejos” su cuerpo fijado en el madero de tormento. Junto con ella estaban María, la madre de Jesús, y Salomé, así como también la “otra María” (núm. 4). (Mt 27:55, 56, 61; Mr 15:40; Jn 19:25.)
Después del entierro de Jesús, María Magdalena y otras mujeres fueron a preparar especias y aceite perfumado antes del anochecer, cuando comenzaba el sábado. Luego, al terminar el sábado y despuntar el alba, en el primer día de la semana, María y las otras mujeres llevaron el aceite perfumado a la tumba. (Mt 28:1; Mr 15:47; 16:1, 2; Lu 23:55, 56; 24:1.) Cuando María vio que la tumba estaba abierta y al parecer vacía, se apresuró a contar las asombrosas noticias a Pedro y Juan, quienes corrieron hacia aquel lugar. (Jn 20:1-4.) Para cuando María llegó de nuevo a la tumba, Pedro y Juan ya habían partido. Inspeccionó el interior de la tumba y quedó atónita al ver a dos ángeles vestidos de blanco. Después, al volverse hacia atrás, vio a Jesús de pie, y pensando que era el hortelano, le preguntó dónde estaba el cuerpo para poder atenderlo. Cuando él respondió: “¡María!”, descubrió su identidad y ella le abrazó impulsivamente, a la vez que exclamó: “¡Rabboni!”. Pero no era momento para expresiones de afecto. Jesús iba a estar con ellos poco tiempo. María debía apresurarse a informar a los otros discípulos sobre su resurrección y su ascensión, como él dijo, “a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes”. (Jn 20:11-18.)
4. La “otra María”. La esposa de Clopas (Alfeo) (véase CLOPAS) y madre de Santiago el Menos y de Josés. (Mt 27:56, 61; Jn 19:25.) Aunque sin ningún apoyo bíblico, la tradición dice que Clopas y José, el padre adoptivo de Jesús, eran hermanos. De ser cierto, María sería la tía de Jesús, y los hijos de ella, sus primos.
María no solo estuvo entre las mujeres “que habían acompañado a Jesús desde Galilea para ministrarle”, sino que también fue testigo de su ejecución en el madero de tormento. (Mt 27:55; Mr 15:40, 41.) Junto con María Magdalena, permaneció fuera de su tumba aquella tarde tan amarga del 14 de Nisán. (Mt 27:61.) Al tercer día, tanto ellas como otras mujeres fueron a la tumba con especias y aceite perfumado a fin de untar el cuerpo de Jesús, pero, para su consternación, hallaron la tumba abierta. Un ángel explicó que Cristo había sido levantado de entre los muertos y les mandó: “Vayan [díganselo] a sus discípulos”. (Mt 28:1-7; Mr 16:1-7; Lu 24:1-10.) Mientras estaban en camino, el resucitado Jesús se apareció a esta María y a las otras mujeres. (Mt 28:8, 9.)
5. María, la madre de Juan Marcos. También era la tía de Bernabé. (Hch 12:12; Col 4:10.) La congregación cristiana primitiva de Jerusalén usaba su hogar como lugar de reunión. Su hijo Marcos tenía una estrecha relación con el apóstol Pedro, quien probablemente tuvo mucho que ver con su crecimiento espiritual, pues Pedro le llama “Marcos mi hijo”. (1Pe 5:13.) Cuando se liberó al apóstol del encarcelamiento al que le sometió Herodes, fue directamente a la casa de ella, “donde muchos estaban reunidos y orando”. Esta vivienda debió ser de un tamaño considerable; la presencia de una sirvienta parece indicar que María era una mujer adinerada. (Hch 12:12-17.) El que se diga que la casa era de ella y no de su esposo probablemente se deba a que era viuda. (Hch 12:12.)
6. María de Roma. Pablo le envió saludos en su carta a los Romanos, y la encomió por sus “muchas labores” a favor de la congregación de Roma. (Ro 16:6.)