CONGREGACIÓN
Grupo de personas reunido para un propósito o actividad en particular. La palabra hebrea que suele traducirse “congregación” en la Traducción del Nuevo Mundo es qa·hál, que viene de una raíz cuyo significado es “convocar; congregar”. (Nú 20:8; Dt 4:10.) Se usa frecuentemente con relación a un cuerpo organizado, y se encuentra en las expresiones “congregación de Israel” (Le 16:17; Jos 8:35; 1Re 8:14), “congregación del Dios verdadero” (Ne 13:1) y “congregación de Jehová”. (Dt 23:2, 3; Miq 2:5.) Qa·hál designa diferentes tipos de convocatorias humanas: con fines religiosos (Dt 9:10; 18:16; 1Re 8:65; Sl 22:25; 107:32), para tratar asuntos civiles (1Re 12:3) y para la guerra (1Sa 17:47; Eze 16:40). En el libro de Eclesiastés se identifica a Salomón como “el congregador” (heb. qo·hé·leth). (Ec 1:1, 12.) En su calidad de rey, congregó o reunió al pueblo para la adoración de Jehová. Una ocasión notable fue cuando reunió a sus súbditos con motivo de la inauguración del templo de Jerusalén. (1Re 8:1-5; 2Cr 5:2-6.)
La palabra traducida “congregación” en las Escrituras Griegas Cristianas es ek·klē·sí·a, de la que se deriva el vocablo “iglesia”. Ek·klē·sí·a viene de dos raíces griegas: ek, que significa “fuera”, y ka·lé·ō, que significa “llamar”. Por lo tanto, designa a un grupo de personas a las que se ha ‘llamado hacia afuera’ o se ha convocado, sea oficial o extraoficialmente. Es la palabra que se usa con referencia a la congregación de Israel en Hechos 7:38 y también para aludir a la “asamblea” que el platero Demetrio levantó contra Pablo y sus compañeros en Éfeso. (Hch 19:23, 24, 29, 32, 41.) Sin embargo, su uso más frecuente es con relación a la congregación cristiana. Se aplica a la congregación cristiana en general (1Co 12:28); a una congregación de una ciudad en particular, como Jerusalén (Hch 8:1), Antioquía (Hch 13:1) o Corinto (2Co 1:1), y a un grupo específico que se reúne en casa de alguien. (Ro 16:5; Flm 2.) También se mencionan congregaciones cristianas individuales o “congregaciones de Dios”. (Hch 15:41; 1Co 11:16.) La mayoría de las versiones españolas utilizan la palabra “iglesia” en textos que hablan de la congregación cristiana, como en 1 Corintios 16:19, pero puesto que muchas personas relacionan el término iglesia con un edificio para servicios religiosos más bien que con una congregación reunida para adorar, esa traducción puede conducir a equívocos.
La palabra griega ek·klē·sí·a se utiliza normalmente en la Versión de los Setenta para traducir el vocablo hebreo qa·hál, como en el Salmo 22:22 (21:23, LXX). (Compárese con NM, nota.)
La congregación de Israel. Desde el tiempo de Moisés en adelante, las Escrituras llamaron congregación a la nación de Israel. Jehová dispuso que el gobierno de la congregación fuese, no democrático, del pueblo, sino teocrático, es decir, de Él mismo. Precisamente con ese propósito se introdujo a la nación en el pacto de la Ley. (Éx 19:3-9; 24:6-8.) Puesto que Moisés era el mediador de aquel pacto, los israelitas podían decir: “Moisés nos impuso como mandato una ley, una posesión de la congregación de Jacob” (Dt 33:4), aunque Jehová era su Juez, Dador de Estatutos y Rey. (Isa 33:22.) De este modo, la nación era una congregación de Dios y se la podía llamar la “congregación de Jehová”. (Nú 16:3; 1Cr 28:8.)
A veces qa·hál (congregación) se emplea junto con otra palabra hebrea, ʽe·dháh (asamblea). (Le 4:13; Nú 20:8, 10.) ʽE·dháh viene de una raíz cuyo significado es “nombrar”, así que quiere decir un grupo reunido por nombramiento, y con frecuencia se aplica a la comunidad de Israel, como en la expresión “asamblea de Israel”. (Éx 12:3.) Los que constituían la población hebrea de la nación de Israel componían la congregación (qa·hál; Nú 15:15), mientras que, al parecer, la asamblea (ʽe·dháh) abarcaba tanto a los israelitas como a los residentes forasteros que vivían con ellos. (Éx 12:19.) Parece ser que a los residentes forasteros circuncisos se les contaba como parte de la congregación de Israel, en una aplicación general y extendida de este término. (Nú 15:14-16.)
No obstante, había excepciones en cuanto a quiénes podían formar parte de la “congregación de Jehová”. Ningún hombre castrado o que ‘tuviera cortado su miembro viril’ podía entrar en la congregación, ni los hijos ilegítimos ni los varones ammonitas ni moabitas podían formar parte de ella “hasta la décima generación”. Sin embargo, los hijos de los edomitas y de los egipcios de “la tercera generación” podían “entrar de por sí en la congregación de Jehová”. (Dt 23:1-8.) El hecho de que se excluyera “hasta la décima generación” a los hijos de alguien que fuera hijo ilegítimo promovía respeto a la ley de Jehová contra el adulterio. (Éx 20:14.) Y a pesar de que los mutilados sexualmente no podían integrarse en la “congregación de Jehová”, recibían consuelo de las palabras registradas en Isaías 56:1-7. De todas maneras, las personas excluidas de la “congregación de Jehová” en el Israel antiguo tenían la posibilidad de llegar a recibir las bendiciones que Jehová otorgaba a las personas de las demás naciones. (Gé 22:15-18.)
A aquellos que formaban parte de la congregación de Israel se les mostraba misericordia si pecaban por error, pero se les ejecutaba en caso de hacer algo malo deliberadamente. (Nú 15:27-31.) Por ejemplo, había que cortar de la congregación y ejecutar a quien rehusase purificarse cuando estaba “inmundo” ceremonialmente, comiese de la carne del sacrificio de comunión estando en esa condición, participase de la grasa de las ofrendas o de la sangre o comiese cosas santas mientras estaba inmundo. (Nú 19:20; Le 7:21-27; 17:10, 14; 22:3.) Se debía ejecutar también a aquel que trabajase en sábado (Éx 31:14), entregase su prole a Mólek, se volviera a médium espiritistas y pronosticadores profesionales de sucesos, se entregara a ciertas clases de inmoralidad sexual y a quien no ‘se afligiera’ en el Día de Expiación anual. (Le 20:1-6, 17, 18; 23:27-30; véanse también Éx 30:31-33; Le 17:3, 4, 8, 9; 18:29; 19:5-8.)
Los habitantes de Israel estaban organizados en tribus, familias y casas. El incidente que tuvo que ver con Acán muestra esta organización del pueblo, pues en esa ocasión Israel se presentó primero tribu por tribu, luego familia por familia, más tarde casa por casa y por fin hombre físicamente capacitado por hombre físicamente capacitado, hasta que se aisló a Acán como el malhechor. (Jos 7:10-19.)
En Israel, los “príncipes” solían actuar en representación de todo el pueblo. (Esd 10:14.) Así, los “principales de las tribus” hicieron sus presentaciones cuando se erigió el tabernáculo. (Nú 7:1-11.) Los sacerdotes, levitas y “cabezas del pueblo” también actuaron como representantes de la nación cuando se autenticó por sello el “arreglo fidedigno” en los días de Nehemías. (Ne 9:38–10:27.) Durante el viaje de los israelitas por el desierto, doscientos cincuenta de los “principales de la asamblea, los convocados de la reunión, hombres de fama”, se congregaron con Coré, Datán, Abiram y On en contra de Moisés y Aarón. (Nú 16:1-3.) En conformidad con la instrucción divina, Moisés seleccionó a 70 ancianos de Israel para que le ayudaran a llevar “la carga del pueblo”, demasiado pesada para él solo. (Nú 11:16, 17, 24, 25.) En Levítico 4:15 se habla de “los ancianos de la asamblea”; al parecer los ancianos de la nación, sus cabezas, sus jueces y sus oficiales eran los representantes del pueblo. (Nú 1:4, 16; Jos 23:2; 24:1.)
En el desierto se usaron dos trompetas de plata para convocar a la asamblea y también para levantar el campamento. La asamblea se reunía con Moisés a la entrada de la tienda de reunión si se tocaban ambas trompetas, pero en caso de que se tocara solo una, no se presentaban más que “los principales como cabezas de los millares de Israel”. (Nú 10:1-4.) A veces los reyes convocaron reuniones (1Re 8:5; 2Cr 20:4, 5), y Ezequías usó a corredores para convocar al pueblo a Jerusalén con ocasión de la gran celebración de la Pascua que tuvo lugar en su día. (2Cr 30:1, 2, 10-13.)
En tiempos posteriores, el cuerpo judicial conocido como el Sanedrín (compuesto de 71 miembros: el sumo sacerdote y otros 70 hombres principales de la nación, “la asamblea de los ancianos”) llegó a concentrar un poder considerable. (Mt 26:59; Lu 22:66.)
Durante el exilio babilonio de los judíos, o poco después, se generalizó el uso de las sinagogas, edificios donde se congregaban los judíos, y con el tiempo se establecieron en diferentes lugares; Jesús enseñó en la sinagoga de Nazaret, por ejemplo. (Lu 4:16-21.) Las sinagogas eran, en realidad, escuelas donde se leían y enseñaban las Escrituras, y donde también se oraba y se daba gracias a Dios. (Hch 15:21; véase SINAGOGA.)
La congregación de Israel estaba en una posición singular. Moisés les recordó: “Porque tú eres un pueblo santo a Jehová tu Dios. Es a ti a quien Jehová tu Dios ha escogido para que llegues a ser su pueblo, una propiedad especial, de entre todos los pueblos que están sobre la superficie del suelo”. (Dt 7:6.) Sin embargo, la congregación judía dejó de ser la congregación de Dios, quien la abandonó por rechazar a Su propio Hijo. (Hch 4:24-28; 13:23-29; Mt 21:43; 23:37, 38; Lu 19:41-44.)
La congregación cristiana de Dios. Antes de que se rechazase a la nación judía y llegase a su fin la posición que había gozado como congregación de Dios, Jesucristo se identificó como la “masa rocosa” sobre la que edificaría ‘su congregación’. (Mt 16:18.) Así es como entendió Pedro lo que Jesús le dijo, pues más tarde le identificó como la “piedra” figurativa que fue rechazada por los hombres, pero “escogida, preciosa, para con Dios”, y como la “piedra angular de fundamento” en la que se puede ejercer fe sin sufrir desilusión. (1Pe 2:4-6; Sl 118:22; Isa 28:16.) Pablo también identificó sin ambages a Jesucristo como el fundamento sobre el que se edifica la congregación cristiana. (Ef 2:19-22; 1Co 3:11.) Además, dado que pertenece a Jehová, es apropiado que se la llame “la congregación de Dios”. (Hch 20:28; Gál 1:13.)
Esta congregación cristiana (gr. ek·klē·sí·a), fundada sobre Cristo, también lo tiene como cabeza. Por eso se dice: “Él [Dios] también sujetó todas las cosas debajo de sus pies, y lo hizo cabeza sobre todas las cosas en cuanto a la congregación, la cual es su cuerpo, la plenitud de aquel que llena todas las cosas en todos”. (Ef 1:22, 23; véase también Col 1:18.)
En Pentecostés de 33 E.C., cuando se derramó el espíritu santo sobre los seguidores de Jesús en Jerusalén, la congregación cristiana de Dios sustituyó a la de Israel. Jesús escogió a los que llegarían a ser los primeros miembros de aquella congregación poco después de su bautismo, justo al principio de su ministerio terrestre. (Hch 2:1-4; Jn 1:35-43.) De entre sus primeros seguidores seleccionó a los doce apóstoles. (Lu 6:12-16.) Más tarde, escogió a Saulo de Tarso, quien llegó a ser un “apóstol a las naciones”. (Hch 9:1-19; Ro 11:13.) Los doce apóstoles fieles del Cordero Jesucristo —entre los que hay que contar a Matías, sustituto de Judas— constituyen fundamentos secundarios de la congregación cristiana. (Hch 1:23-26; Rev 21:1, 2, 14.)
A esta congregación se la llama “la congregación de los primogénitos que han sido matriculados en los cielos”, el número total de los cuales, bajo Cristo la cabeza, es de 144.000. (Heb 12:23; Rev 7:4.) A estos llamados se les ‘compra de entre la humanidad’ para llevar a cabo una obra especial aquí en la Tierra y luego estar con Cristo en los cielos como su novia. Tal como había que satisfacer ciertos requisitos para pertenecer a la congregación hebrea de Dios, también hay requisitos que satisfacer para formar parte de la ‘congregación cristiana de Dios’. Los que la componen son vírgenes espirituales que van siguiendo al Cordero, Jesucristo, no importa adónde vaya, ‘y no se halla en su boca falsedad; están sin tacha’. (Rev 14:1-5.)
Es Jehová quien escoge a los que forman parte de la congregación cristiana. (Ro 8:30; 2Te 2:13.) A los primeros se les llamó de la congregación judía rechazada, que no había aceptado al Hijo de Dios como su Mesías. No obstante, empezando con Cornelio en 36 E.C., también se llamó a miembros de la congregación cristiana de entre las demás naciones, de manera que Pablo pudo decir: “No hay ni judío ni griego, no hay ni esclavo ni libre, no hay ni varón ni hembra; porque todos ustedes son una persona en unión con Cristo Jesús”. (Gál 3:28; Hch 10:34, 35; Ro 10:12; Ef 2:11-16.) Cristo cumplió con el pacto de la Ley, del que Moisés había sido mediador y que regulaba a la congregación de Israel, y Jehová Dios lo quitó del camino (Mt 5:17; 2Co 3:14; Col 2:13, 14); no obstante, los miembros de la congregación cristiana de Dios participan de los beneficios del nuevo pacto mediado por Jesucristo, el Moisés Mayor. (Mt 26:28; Heb 12:22-24; Hch 3:19-23.) Asimismo, mientras que los sacerdotes y reyes de Israel eran ungidos con aceite (Éx 30:22-30; 2Re 9:6), los que Dios escoge para ser miembros de la congregación cristiana son ungidos con espíritu santo (2Co 1:21, 22; 1Jn 2:20) y Jehová Dios los adopta como hijos. (Ef 1:5.)
La congregación hebrea estaba compuesta básicamente de israelitas naturales. Las personas que componen la congregación cristiana ungida de Dios son israelitas espirituales y forman las tribus del Israel espiritual. (Rev 7:4-8.) Puesto que la mayoría de los israelitas naturales rechazaron a Jesucristo, “no todos los que provienen de Israel son realmente ‘Israel’”, es decir, Israel espiritual. (Ro 9:6-9.) Y con respecto a la congregación cristiana de Dios compuesta de judíos espirituales, Pablo escribió: “No es judío el que lo es por fuera, ni es la circuncisión la que está afuera en la carne. Más bien, es judío el que lo es por dentro, y su circuncisión es la del corazón por espíritu”. (Ro 2:28, 29.)
Cuando las Escrituras aluden a “la congregación” en sentido general, suelen referirse a los 144.000, los seguidores ungidos de Cristo, sin incluirle a él. (Ef 5:32; Heb 12:23, 24.) Sin embargo, en Hebreos 2:12 por inspiración se aplican a Jesucristo las palabras de David registradas en el Salmo 22:22, lo que hace ver que el término “congregación” puede incluir también a su cabeza, Jesucristo. Citando parcialmente a David, el escritor de la carta a los Hebreos dijo: “Porque tanto el que está santificando como los que están siendo santificados, todos emanan de uno solo, y por esta causa él no se avergüenza de llamarlos ‘hermanos’, como dice: ‘Declararé tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré con canción’”. (Heb 2:11, 12.) Al igual que David formaba parte de la congregación de Israel, en medio de la que alababa a Jehová, en este caso a Jesucristo se le puede considerar miembro de la congregación espiritual, pues se llama a los demás sus “hermanos”. (Compárese con Mt 25:39, 40.) David perteneció a la congregación israelita de Jehová Dios, de la que también formó parte Jesucristo cuando estuvo en la Tierra, predicando en medio de sus miembros. Un resto de esa congregación llegó a ser parte de la congregación de Jesús.
Organización de la congregación cristiana. Aunque se fundaron congregaciones cristianas en distintos lugares, no funcionaban independientemente unas de otras. Todas reconocían la autoridad del cuerpo gobernante cristiano de Jerusalén, que componían los apóstoles y los ancianos de la congregación de Jerusalén, y no había ningún otro cuerpo rival que intentara supervisar la congregación desde otro lugar. Fue al cuerpo gobernante cristiano fiel del siglo I E.C. a quien se sometió la cuestión de la circuncisión, y cuando este, dirigido por el espíritu santo, tomó una decisión, todas las congregaciones cristianas la aceptaron y se sometieron a ella de forma voluntaria. (Hch 15:22-31.)
El cuerpo gobernante de Jerusalén envió a representantes viajeros. Por ejemplo, se despachó a Pablo y a otros cristianos para que entregaran la mencionada decisión del cuerpo gobernante a las congregaciones: “Ahora bien, a medida que iban viajando por las ciudades entregaban a los de allí, para que los observaran, los decretos sobre los cuales habían tomado decisión los apóstoles y ancianos que estaban en Jerusalén”. Con respecto a los resultados, se dice: “Por lo tanto, en realidad, las congregaciones continuaron haciéndose firmes en la fe y aumentando en número de día en día”. (Hch 16:4, 5.) Cuando algún tiempo antes los apóstoles que estaban en Jerusalén “oyeron que Samaria había aceptado la palabra de Dios, les despacharon a Pedro y a Juan; y estos bajaron y oraron para que recibieran espíritu santo”. (Hch 8:14, 15.)
Las congregaciones se adhirieron estrechamente a la dirección del cuerpo gobernante cristiano, que supervisaba el nombramiento de ancianos. (Tit 1:1, 5.) Bajo la influencia del espíritu santo, el cuerpo gobernante dirigió el nombramiento de superintendentes y auxiliares —siervos ministeriales— en todas ellas. Los hombres colocados en esos puestos de confianza y responsabilidad tenían que satisfacer unos requisitos específicos. (1Ti 3:1-13; Tit 1:5-9.) Los representantes viajeros del cuerpo gobernante, como Pablo, siguieron los pasos de Cristo y pusieron un buen ejemplo a imitar. (1Co 11:1; Flp 4:9.) Todos los que servían como pastores espirituales tenían que hacerse “ejemplos del rebaño” (1Pe 5:2, 3), mostrar interés amoroso en los miembros de la congregación (1Te 2:5-12) y ser verdaderas ayudas para los que padecieran enfermedad espiritual. (Gál 6:1; Snt 5:13-16; véanse ANCIANO; MINISTRO; SUPERINTENDENTE.)
Así, tal como Jehová organizó a la congregación de Israel bajo ancianos, cabezas, jueces y oficiales (Jos 23:2), también se preocupó de que ancianos nombrados a puestos de confianza supervisaran la congregación cristiana. (Hch 14:23.) Y tal como en ocasiones hubo hombres responsables que actuaron en representación de toda la congregación de Israel, como a la hora de tratar asuntos judiciales (Dt 16:18), Dios dispuso que de igual manera toda congregación cristiana estuviera representada en tales asuntos por hombres responsables colocados en posiciones de autoridad por el espíritu santo. (Hch 20:28; 1Co 5:1-5.) Sin embargo, cuando surgían dificultades personales entre los miembros de la congregación de Dios, las palabras de Jesucristo registradas en Mateo 18:15-17 (pronunciadas antes de que Dios rechazara a la congregación judía y, por lo tanto, en un principio aplicables a ella) sirvieron de base para zanjar o tratar tales problemas.
Jehová Dios colocó a los miembros del “cuerpo” espiritual “así como le agradó”. Pablo escribió: “Dios ha colocado a las personas respectivas en la congregación: primero, apóstoles; segundo, profetas; tercero, maestros; luego obras poderosas; luego dones de curaciones; servicios de ayuda, capacidades directivas, diferentes lenguas”. No todos llevaban a cabo las mismas funciones, pero todos eran necesarios en la congregación cristiana. (1Co 12:12-31.) Pablo explicó que el que se suministrara a la congregación cristiana apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores y maestros era “con miras al reajuste de los santos, para obra ministerial, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos logremos alcanzar la unidad en la fe y en el conocimiento exacto del Hijo de Dios, a un hombre hecho, a la medida de estatura que pertenece a la plenitud del Cristo”. (Ef 4:11-16.)
Dios dio sus leyes a la congregación de Israel y le hizo ver que “no solo de pan vive el hombre, sino que de toda expresión de la boca de Jehová vive el hombre”. (Dt 8:1-3.) Jesucristo también reconoció que el hombre no vivía solo de pan, “sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová”. (Mt 4:1-4.) De modo que se ha suministrado lo necesario para que la congregación cristiana tenga el alimento espiritual que precisa; Cristo mismo habló del “esclavo” mediante el que se dispensaría tal alimento a los “domésticos” cristianos. Como parte de su profecía acerca de su presencia y de “la conclusión del sistema de cosas”, mostró que cuando el “amo” llegara, nombraría a este “esclavo fiel y discreto” “sobre todos sus bienes”. (Mt 24:3, 45-47.)
En la congregación de Israel eran importantes las reuniones para adorar a Jehová y examinar su ley. (Dt 31:12; Ne 8:1-8.) De igual manera, las reuniones para la adoración de Jehová y el estudio de las Escrituras son un rasgo esencial de la congregación cristiana de Dios, por lo que el escritor de la carta a los Hebreos advirtió a los receptores de esta que no abandonaran el reunirse. (Heb 10:24, 25.) Con el tiempo los judíos usaron sus sinagogas para leer y enseñar las Escrituras, ofrecer oraciones y dar alabanza a Dios. Estas costumbres pasaron a los lugares de reunión cristianos, aunque desprovistas del elemento ritualista que con el tiempo llegó a existir en los servicios de las sinagogas. En la sinagoga no había ninguna clase sacerdotal separada, sino que cualquier varón judío devoto podía participar en la lectura y comentario de las Escrituras. De igual manera, la congregación cristiana primitiva carecía de la distinción entre clero y legos. Por supuesto, ni en la congregación ni en la sinagoga podía la mujer enseñar o ejercer autoridad sobre el varón. (1Ti 2:11, 12.)
El mantenimiento del orden apropiado en las reuniones de la congregación cristiana de Dios estaba de acuerdo con el hecho de que Jehová, quien dispuso que los seguidores de Cristo fueran una congregación, “no es Dios de desorden, sino de paz”. Este orden también obraba para el completo beneficio espiritual de todos los asistentes. (1Co 14:26-35, 40; véase ASAMBLEA.)