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¿Estamos destruyendo nuestro suministro de alimento?¡Despertad! 2001 | 22 de septiembre
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¿Estamos destruyendo nuestro suministro de alimento?
“El verdadero problema que afrontamos en la actualidad [no lo constituyen] ni la deuda ni los déficit económicos ni la competencia mundial, sino la necesidad de encontrar la manera de llevar una vida satisfaciente y plena que no arruine la biosfera, tan esencial para la existencia de todos los seres vivos. La humanidad jamás se había visto ante semejante amenaza: el colapso de los mismísimos elementos que nos mantienen vivos.”—David Suzuki, genetista.
UNA manzana quizá no nos llame mucho la atención y, si vivimos donde abundan, tal vez concluyamos que es muy fácil obtenerlas o incluso que disponemos de una gran variedad. Pero ¿sabía que la diversidad actual es mucho menor que la de cien años atrás?
Entre 1804 y 1905 se cultivaban en Estados Unidos 7.098 clases de manzanas, de las cuales 6.121, es decir, el 86%, ya se han extinguido. Idéntico destino ha tenido el 88% de los 2.683 tipos de peras. Y las cifras relativas a las hortalizas son aún más alarmantes. Lo que está desapareciendo es la biodiversidad, es decir, no solo la gran riqueza de especies, sino la multitud de variedades con las que cuenta cada una de ellas. Por ejemplo, la diversidad de las hortalizas cultivadas en Estados Unidos ha disminuido en un 97% en menos de ochenta años. Ahora bien, ¿es la diversidad realmente tan importante?
Eso es lo que numerosos científicos opinan. Pese a que la función de la biodiversidad es aún objeto de debate, muchos expertos medioambientales concuerdan en que es esencial para la vida en la Tierra. Dicen que es vital, tanto para las plantas destinadas a alimento como para las que crecen silvestres en bosques, selvas y pastizales. Además, la diversidad es fundamental dentro de las propias especies. Por ejemplo, contar con distintas clases de granos de arroz posibilita que algunos desarrollen resistencia a las plagas comunes. Por ello, un artículo reciente del Instituto Worldwatch señaló un aspecto en particular que indica a la humanidad lo grave de reducir la biodiversidad, a saber, la repercusión en nuestro suministro de alimento.
La extinción de las plantas afecta a las cosechas alimentarias al menos de dos formas: primero, destruyendo los parientes silvestres de las especies cultivadas, con lo que se pierde una fuente potencial de genes para futura reproducción, y segundo, reduciendo el número de variedades dentro de tales especies. Por ejemplo, se calcula que a principios del siglo XX había más de cien mil tipos de arroz en Asia, de los que al menos treinta mil se encontraban solo en la India; pero en la actualidad, el 75% de la producción arrocera de este país comprende solo diez variedades. Sri Lanka poseía en un tiempo 2.000 diferentes clases de arroz, pero ahora solo cultiva cinco. México, la cuna del maíz, cuenta apenas con el 20% de las variedades que había en la década de 1930.
Pero no es únicamente el alimento lo que está en juego. Alrededor del 25% de los medicamentos comercializados se obtienen de la flora mundial y no dejan de descubrirse nuevas plantas medicinales. Sin embargo, estas también se extinguen constantemente. ¿Podríamos estar aserrando la rama en la que estamos sentados?
Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y de los Recursos Naturales, de las 18.000 especies vegetales y animales investigadas, más de 11.000 se hallan en peligro de extinción. En lugares como Indonesia, Malaysia y Latinoamérica, donde se han talado grandes franjas de bosque para destinarlas a plantaciones, los investigadores solo pueden hacer cálculos aproximados del número de especies que están al borde de la desaparición o que ya se han extinguido. Con razón hay quien afirma, según El Correo de la UNESCO, que el exterminio se está produciendo a una velocidad “catastrófica”.
Claro está, la Tierra todavía produce enormes cantidades de alimento. Ahora bien, ¿cuánto tiempo más podrá sustentarse una población humana en constante aumento si la biodiversidad del planeta mengua? Varios países han adoptado la medida de crear bancos de semillas a fin de garantizar la conservación de plantas importantes. Algunos jardines botánicos han asumido la misión de preservar las especies. La ciencia ha aportado una nueva herramienta de gran potencia: la ingeniería genética. Sin embargo, ¿podrán los adelantos científicos y los bancos de semillas solucionar realmente el problema? El siguiente artículo examinará esta cuestión.
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La variedad: esencial para la vida¡Despertad! 2001 | 22 de septiembre
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La variedad: esencial para la vida
EN LA década de 1840, Irlanda era el país europeo de mayor densidad demográfica; su población superaba los ocho millones de habitantes y su alimento básico lo constituían las papas, especialmente la variedad más cultivada: la lumper.
En 1845, los agricultores la plantaron como de costumbre, pero un hongo llamado mildíu acabó con casi toda la cosecha. Paul Raeburn señaló en el libro The Last Harvest—The Genetic Gamble That Threatens to Destroy American Agriculture: “La mayor parte de Irlanda sobrevivió a aquel año difícil, pero la devastación llegó al año siguiente. Como los agricultores no disponían de otra variedad, no tuvieron más remedio que recurrir a la misma, y la plaga azotó de nuevo con una fuerza aplastante. El sufrimiento fue indescriptible”. Los historiadores calculan que un millón de personas murieron de hambre, y otro millón y medio emigró, principalmente a Estados Unidos. Quienes se quedaron se sumieron en la pobreza.
En Sudamérica, los agricultores andinos cultivaban muchas clases de papa, pero solo unas cuantas sufrieron los efectos del hongo, por lo que no hubo epidemia. Es evidente, pues, que la diversidad de especies y de variedades dentro de la especie, es una protección. El monocultivo va en contra de la estrategia fundamental de supervivencia, y expone a las plantas a enfermedades o plagas que pueden diezmar la cosecha de toda una región. Por esa razón, muchos agricultores dependen del empleo continuo de pesticidas, herbicidas y fungicidas, aunque tales productos suelen perjudicar el medio ambiente.
Entonces, ¿por qué se descartan las variedades locales en aras de un cultivo uniforme? Normalmente, debido a las presiones económicas, ya que cultivos de esta clase garantizan una recolección más fácil, un producto atractivo y resistente a la putrefacción, y un gran rendimiento. Esta tendencia proliferó en la década de 1960, en lo que llegó a llamarse la revolución verde.
La revolución verde
Las enormes campañas que lanzaron los gobiernos y las empresas en los países propensos al hambre, persuadieron a los agricultores a reemplazar sus variadas siembras por plantaciones uniformes muy productivas, particularmente de arroz y trigo. Esos granos “milagrosos” se acogieron como la panacea del hambre mundial. Pero las semillas no eran baratas: el precio era casi el triple de lo habitual. Además, la producción dependía mucho de compuestos químicos, como los fertilizantes, por no mencionar los costosos tractores y demás maquinaria. Con todo, las subvenciones gubernamentales permitieron el despegue de la revolución verde. “Aunque [esta revolución] ha evitado que millones de personas mueran de hambre —menciona Raeburn—, hoy amenaza la seguridad alimentaria del mundo.”
En efecto, la revolución verde tal vez haya producido beneficios a corto plazo, pero a costa de riesgos a largo plazo. La homogeneidad de los cultivos no tardó en popularizarse a escala mundial, pero el empleo intensivo de fertilizantes estimuló el crecimiento de mala hierba, y los pesticidas que exterminaron las plagas también acabaron con insectos beneficiosos. En los arrozales, los productos químicos tóxicos mataron peces, camarones, cangrejos y ranas, así como hierbas comestibles y plantas silvestres que, en su mayoría, eran valiosos alimentos complementarios. También se dieron casos de envenenamiento entre los agricultores que habían estado en contacto con tales productos.
La doctora Mae-Wan Ho, del Departamento de Biología de la Open University, del Reino Unido, escribió: “Es un hecho indiscutible que los monocultivos introducidos tras la ‘revolución verde’ han perjudicado la biodiversidad y la seguridad alimentaria de todo el planeta”. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, se ha perdido, mayormente a consecuencia de la industrialización agrícola, el 75% de la diversidad genética de las especies que se cultivaban hace un siglo.
Un informe del Instituto Worldwatch advierte de “los enormes riesgos ecológicos que se corren al adoptar la uniformidad genética”. ¿Cómo se mantienen bajo control? Se precisan agrónomos, productos químicos potentes y una adecuada financiación para los agricultores. Aun así, no hay garantías. La uniformidad genética fue una de las responsables de que, en Estados Unidos, un hongo causara estragos en los maizales, y de que en Indonesia se perdieran unas 200.000 hectáreas de arrozales. Sin embargo, en los últimos años se ha puesto en marcha una nueva revolución agrícola en la que se manipula la vida en su nivel primario: el gen.
La revolución genética
El estudio de los genes ha dado paso a una nueva industria lucrativa: la biotecnología. Como su nombre indica, se conjugan la biología y la tecnología moderna mediante técnicas como la ingeniería genética. Ciertas empresas biotecnológicas especializadas en el sector agrícola trabajan febrilmente a fin de patentar simientes de alto rendimiento, resistentes a las plagas, sequías y heladas, y que requieran menos productos químicos peligrosos. Aunque alcanzar estos objetivos sería muy beneficioso, hay quienes se muestran preocupados por la existencia de cultivos manipulados genéticamente.
El libro Genetic Engineering, Food, and Our Environment (La ingeniería genética, el alimento y el medio ambiente) indica: “En la naturaleza, la diversidad genética tiene ciertos límites. Podemos cruzar una rosa con otra variedad de rosa, pero jamás con una papa. [...] En cambio, la ingeniería genética consiste usualmente en tomar genes de una especie e introducirlos en otra a fin de transmitir la característica deseada. Nos referimos, por ejemplo, a extraer de un pez del Ártico (como la platija) un gen que estimule la producción de una sustancia con propiedades anticongelantes y luego introducirlo en una papa o en una fresa a fin de que resistan las heladas. En la actualidad es posible utilizar genes de bacterias, virus, insectos, mamíferos e incluso de seres humanos para modificar ciertas plantas”.a En esencia, pues, la biotecnología permite al hombre abrir una brecha en los muros genéticos que separan a las especies.
Al igual que la revolución verde, la llamada revolución genética contribuye al problema de la uniformidad, y hay quien afirma que incluso más que su antecesora, ya que los especialistas pueden recurrir a la clonación y al cultivo de tejidos, técnicas que producen copias totalmente idénticas. Por tanto, la preocupación por el deterioro de la biodiversidad no se ha disipado. Además, la modificación de genes en las plantas hace surgir nuevas cuestiones, como los posibles efectos sobre la humanidad y el medio ambiente. “Volamos a ciegas a la nueva era de la biotecnología agraria con muchas esperanzas, pocas ataduras y escasa idea de los resultados”, afirmó el escritor científico Jeremy Rifkin.b
Por otro lado, la manipulación biológica en el campo genético es una mina de oro aún por explotar. De ahí que muchas empresas hayan empezado a competir por la patente de nuevas semillas y otros organismos transgénicos. Mientras tanto, la extinción de plantas sigue imparable. Como se mencionó en el artículo anterior, algunos gobiernos e instituciones privadas han formado bancos de semillas a fin de evitar el desastre. ¿Permitirán estos que las futuras generaciones dispongan de una gran variedad de semillas para cultivo?
¿Son los bancos de semillas una garantía contra la extinción?
Los Reales Jardines Botánicos de Kew (Inglaterra) se han embarcado en lo que ha sido aclamado como “uno de los mayores proyectos internacionales de conservación jamás acometido”: el Banco de Semillas del Milenio. Sus principales objetivos son: 1) reunir y conservar para el año 2010 el 10% de todas las plantas de semilla del mundo (unas veinticuatro mil especies) y, 2) mucho antes de eso, reunir y conservar las simientes de todas las plantas de semilla autóctonas del Reino Unido. En otros países también se han creado bancos de semillas, o bancos genéticos, como se les llama en ocasiones.
El biólogo John Tuxill señala que al menos el 90% de los millones de semillas almacenadas en estos bancos corresponden a plantas destinadas a la alimentación y a otros fines útiles, como el trigo, el arroz, el maíz, el sorgo, las papas, las cebollas, el ajo, la caña de azúcar, el algodón, la soja y los frijoles, por mencionar solo unas cuantas. Ahora bien, las semillas son organismos vivos que solo permanecen viables mientras duran sus reservas internas de energía. Por ello, ¿qué confianza merecen los bancos en cuestión?
Problemas con los bancos
El costoso mantenimiento de estos almacenes representa un gasto anual de unos 300 millones de dólares, según el señor Tuxill. Sin embargo, ni siquiera esta cantidad es suficiente, pues, según él, “solo el 13% de las semillas se hallan en instalaciones adecuadas con una capacidad de almacenaje a largo plazo”. Dado que las simientes que no se conservan adecuadamente no duran mucho, deben plantarse pronto a fin de obtener la siguiente generación de semillas; si no, los bancos se convierten en “morgues”. Huelga decir que la envergadura de semejante tarea solo complica más los asuntos para unas instalaciones que ya tienen una necesidad acuciante de fondos.
Según el libro Seeds of Change—The Living Treasure (Semillas de cambio, el tesoro viviente), el National Seed Storage Laboratory, ubicado en Colorado (E.U.A.), “ha padecido múltiples dificultades, como averías del suministro eléctrico y del equipo de refrigeración y la falta de personal, que han dejado enormes cantidades de semillas sin catalogar”. Los bancos de semillas también están sujetos a los levantamientos políticos, las recesiones económicas y los desastres naturales.
Además, el almacenaje a largo plazo crea otros problemas. En su ambiente natural, las plantas poseen cierta capacidad de adaptación, lo que les permite superar enfermedades y otras amenazas. Sin embargo, en el ambiente protegido de un depósito de semillas, tal capacidad quizá merme al cabo de unas cuantas generaciones. Por otro lado, si están bien guardadas, muchas simientes pueden durar siglos antes de que tengan que replantarse. Al margen de las limitaciones y la incertidumbre, la misma existencia de estos bancos es un reflejo de la creciente preocupación por el futuro de los cultivos destinados a alimentar a la humanidad.
Claro está, la mejor fórmula para evitar la extinción es proteger los hábitats locales y volver a fomentar la biodiversidad de los cultivos. Pero para lograrlo, dice el señor Tuxill, se debe “conseguir un nuevo equilibrio entre las necesidades humanas y las de la naturaleza”. Ahora bien, ¿es realista pensar que los seres humanos ‘conseguirán un nuevo equilibrio’ con la naturaleza mientras sigan yendo tras el progreso industrial y económico con un fervor casi religioso? Como se ha visto, el mundo de las grandes empresas de alta tecnología, obsesionado con el lucro, está absorbiendo incluso al sector agrícola. La solución tiene que ser otra.
[Notas]
a Las teorías sobre los posibles efectos de los alimentos modificados genéticamente en la salud animal y humana y en el medio ambiente continúan siendo objeto de debate. La combinación genética de organismos que no guardan ninguna relación entre sí ha planteado una serie de cuestiones éticas (véase ¡Despertad! del 22 de abril de 2000, págs. 25-27).
b La revista New Scientist informa que la remolacha azucarera europea “alterada genéticamente para resistir cierto herbicida ha adquirido por accidente los genes para soportar otra clase de estos productos”. El gen errante se introdujo en las plantas cuando estas fueron polinizadas fortuitamente por otra variedad que había sido tratada para repeler otro compuesto químico. Algunos científicos temen que el cultivo generalizado de plantas resistentes a los herbicidas acabe creando una supermaleza inmune a todos ellos.
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La variedad: esencial para la vida¡Despertad! 2001 | 22 de septiembre
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[Ilustraciones de la página 7]
“Los monocultivos introducidos tras la ‘revolución verde’ han perjudicado la biodiversidad y la seguridad alimentaria de todo el planeta.”—Dra. Mae-Wan Ho
[Reconocimientos]
Fondo: U.S. Department of Agriculture
Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT)
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¿Quién alimentará al mundo?¡Despertad! 2001 | 22 de septiembre
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¿Quién alimentará al mundo?
¿SE DEDICARÁ alguna vez la humanidad a proteger la biodiversidad en vez de arruinarla? Según el biólogo John Tuxill, eso requeriría “un giro total” que “no es probable que ocurra a menos que, tras un profundo cambio de mentalidad, se reconozcan los beneficios de la biodiversidad vegetal, se vea un deseo de abandonar las prácticas actuales y exista una voluntad expresa de intentar nuevas fórmulas”.
A muchos les resulta difícil creer que tales cambios se producirán, y otros tantos no concuerdan con las conclusiones del señor Tuxill. Algunos científicos medioambientales opinan que la función de la biodiversidad todavía no se comprende bien y que sus colegas la están exagerando. No obstante, mientras los científicos debaten el asunto, merece la pena advertir el grito de alarma de algunos expertos en este campo. Parece que a estos les preocupa, no solo la pérdida de biodiversidad, sino también la avaricia y la falta de visión que se observa tras ella. Veamos los comentarios de varios escritores.
“Hace solo un siglo, cientos de millones de campesinos, dispersos por todo el planeta, controlaban sus propias reservas de semillas [...]. Hoy buena parte de la reserva semillera ha sido desarrollada, sometida a ingeniería y patentada por las multinacionales, que la hacen suya como propiedad intelectual. [...] [Las grandes empresas biotécnicas] se centran en las prioridades del mercado a corto plazo, y así ponen en peligro de destrucción las herencias genéticas que un día podrían valer su peso en oro como nueva línea de defensa contra una enfermedad nueva y resistente o un [poderoso insecto].”—Jeremy Rifkin, escritor científico.
“El mantra que repiten sin cesar los medios de comunicación es que el punto focal debe ser el mercado, el libre comercio y la economía mundial. Cuando la riqueza y los intereses de las grandes empresas controlan los medios informativos, este credo económico se transforma en un dogma religioso apenas discutido.”—David Suzuki, genetista.
En el libro Seeds of Change—The Living Treasure, el escritor Kenny Ausubel denuncia la hipocresía de los países industrializados, cuyos “gobiernos y empresas se lamentan del peligro inminente de extinción mundial que afronta la ‘herencia común’ de la humanidad: el patrimonio genético”. Sin embargo, según el autor, ellos también amenazan la biodiversidad al promover el monocultivo y las técnicas agrícolas modernas.
Estén o no justificadas las peores premoniciones de los ecologistas, tal vez nos resulte difícil ver con optimismo el futuro del planeta. ¿Cuánto tiempo durará mientras lo habite una humanidad codiciosa? Son muchas las personas que, desesperadas por hallar respuestas, esperan que la ciencia acuda al rescate.
¿Pueden salvarnos la ciencia y la tecnología?
Recientemente, la Royal Society de Edimburgo mostró su preocupación por el hecho de que los avances actuales de la ciencia son tan rápidos y complejos que los científicos corren el riesgo de no comprender a cabalidad sus repercusiones. “La ciencia aporta diminutos elementos fragmentados de conocimiento sobre la naturaleza —escribió David Suzuki—. Apenas sabemos nada de la constitución biológica de las formas de vida terrestres, y mucho menos de su interrelación e interdependencia.”
La revista Science lo explicó así: “Los riesgos y los beneficios que entrañan los organismos modificados genéticamente no están claros ni generalizados. [...] No podemos predecir con exactitud el impacto ecológico de las especies introducidas, incluidos los organismos transgénicos”.
Muchos “avances” han resultado ser un arma de doble filo: nos ofrecen ciertas ventajas, pero también dejan entrever la avaricia y la carencia de sabiduría de las que adolece la humanidad (Jeremías 10:23). A título de ejemplo, aunque la revolución verde posibilitó una abundancia que alimentó a muchas bocas, también influyó en la pérdida de biodiversidad. Al promover la utilización de pesticidas y otras técnicas agrícolas costosas, benefició a la larga “a las empresas cultivadoras y a la elite del Tercer Mundo a expensas de la gente de término medio”, escribió la doctora Mae-Wan Ho. Esta tendencia prosigue, ya que la aplicación de la biotecnología en el sector agrícola es un negocio cada vez más grande y poderoso que nos conduce a un futuro donde la seguridad alimentaria depende cada vez más de la ciencia.
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