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Otra visita al temploEl hombre más grande de todos los tiempos
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Otra visita al templo
JESÚS y sus discípulos acaban de pasar en Betania su tercera noche desde su llegada de Jericó. Ahora, temprano por la mañana el lunes 10 de Nisán, ya están de viaje a Jerusalén. Jesús tiene hambre. Por eso, cuando alcanza a ver una higuera que tiene hojas, va a ver si tiene higos.
Este árbol tiene follaje precoz, pues la época de los higos se espera en junio, y esto sucede a fines de marzo. Sin embargo, parece que Jesús piensa que si el árbol tiene follaje precoz también puede tener higos precoces. Pero queda desilusionado. El follaje ha dado al árbol una apariencia engañosa. Entonces Jesús maldice el árbol así: “Nunca jamás coma ya nadie fruto de ti”. Las consecuencias de esta acción de Jesús, y el significado de esta, se aprenden la mañana siguiente.
Jesús y sus discípulos siguen adelante, y pronto llegan a Jerusalén. Él entra en el templo, que había inspeccionado la tarde anterior. Pero hoy entra en acción, como lo había hecho tres años antes cuando vino a la Pascua de 30 E.C. Jesús echa fuera a los que venden y compran en el templo y vuelca las mesas de los cambistas y los bancos de los que venden palomas. Ni siquiera permite que nadie lleve utensilios por el templo.
Condena con estas palabras a los cambistas y a los que venden animales en el templo: “¿No está escrito: ‘Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones’? Pero ustedes la han hecho una cueva de salteadores”. Son salteadores porque exigen precios exorbitantes de los que no tienen más remedio que comprar de ellos los animales que necesitan para ofrecer sacrificios. Por eso Jesús ve estos tratos de negocio como una forma de extorsión o robo.
Cuando los sacerdotes principales, los escribas y otra gente prominente del pueblo oyen lo que Jesús ha hecho, de nuevo buscan una manera de matarlo. Así prueban que son irreformables. Pero no hallan cómo destruir a Jesús, porque todo el pueblo sigue colgándose de él para oírle.
Además de judíos naturales, gentiles también han venido a la Pascua. Estos son prosélitos, es decir, se han convertido a la religión de los judíos. Ciertos griegos, evidentemente prosélitos, se acercan ahora a Felipe y solicitan ver a Jesús. Felipe habla a Andrés, tal vez para preguntarle si tal reunión sería apropiada. Parece que Jesús todavía está en el templo, donde los griegos pueden verlo.
Jesús sabe que le quedan solo unos cuantos días de vida; por eso, ilustra bien su situación: “Ha llegado la hora para que el Hijo del hombre sea glorificado. Muy verdaderamente les digo: A menos que el grano de trigo caiga en la tierra y muera, permanece un solo grano; pero si muere, entonces lleva mucho fruto”.
Un grano de trigo es de poco valor. Pero ¿qué hay si se pone en el terreno y “muere”, o sea, deja de existir como semilla? Entonces brota o germina y con el tiempo forma un tallo que produce muchísimos granos de trigo. De manera similar, Jesús es un solo hombre perfecto. Pero si muere fiel a Dios, llega a ser el medio de impartir vida eterna a los fieles que tienen su mismo espíritu de abnegación. Por eso Jesús dice: “El que tiene afecto a su alma la destruye, pero el que odia su alma en este mundo la resguardará para vida eterna”.
Es patente que Jesús no piensa sólo en sí mismo, pues pasa a explicar: “Si alguien quiere ministrarme, sígame, y donde yo esté, allí también estará mi ministro. Si alguien quiere ministrarme, el Padre lo honrará”. ¡Qué grandioso galardón reciben los que siguen a Jesús y le ministran! El galardón de ser honrados por el Padre para que se asocien con Cristo en el Reino.
Mientras Jesús piensa en el gran sufrimiento y la dolorosa muerte que le espera, pasa a decir: “Ahora mi alma está perturbada, ¿y qué diré? Padre, sálvame de esta hora”. ¡Si solo se pudiera evitar lo que le espera! Pero no se puede, como él dice: “Por esto he venido a esta hora”. Jesús concuerda con todo lo que Dios ha arreglado, incluso su propia muerte en sacrificio. (Mateo 21:12, 13, 18, 19; Marcos 11:12-18; Lucas 19:45-48; Juan 12:20-27.)
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Se oye por tercera vez la voz de DiosEl hombre más grande de todos los tiempos
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Se oye por tercera vez la voz de Dios
EN EL templo, Jesús ha estado en angustias por la muerte que pronto tiene que afrontar. Lo que más le preocupa es su efecto en la reputación de su Padre, y por eso ora: “Padre, glorifica tu nombre”.
Entonces, desde los cielos se oye una voz poderosa que proclama: “Lo glorifiqué, y también lo glorificaré de nuevo”.
La muchedumbre que está de pie allí queda perpleja. Algunos empiezan a decir: “Un ángel le ha hablado”. Otros afirman que ha tronado. Pero, en realidad, ¡es Jehová Dios quien ha hablado! Sin embargo, esta no es la primera vez que se ha oído la voz de Dios con relación a Jesús.
Tres años y medio antes, cuando Jesús se bautizó, Juan el Bautizante oyó a Dios decir respecto a Jesús: “Este es mi Hijo, el amado, a quien he aprobado”. Más tarde, algún tiempo después de la Pascua anterior, en la transfiguración de Jesús delante de Santiago, Juan y Pedro, ellos oyeron a Dios decir: “Este es mi Hijo, el amado, a quien he aprobado; escúchenle”. Y ahora, por tercera vez, el 10 de Nisán, cuatro días antes de la muerte de Jesús, los hombres de nuevo oyen la voz de Dios. ¡Pero esta vez Jehová habla de modo que multitudes oigan!
Jesús explica: “Esta voz ha ocurrido, no por mí, sino por ustedes”. Da prueba de que Jesús en verdad es el Hijo de Dios, el Mesías prometido. Jesús pasa a decir: “Ahora se somete a juicio a este mundo; ahora el gobernante de este mundo será echado fuera”. En efecto, el derrotero fiel de Jesús confirma que Satanás el Diablo, el gobernante del mundo, merece ser “echado fuera”, ejecutado.
Jesús señala las consecuencias de Su muerte que se acerca, al decir: “Y sin embargo yo, si soy alzado de la tierra, atraeré a mí a hombres de toda clase”. Su muerte de ninguna manera es una derrota, porque por esa muerte Jesús atraerá a otros a sí para que disfruten de vida eterna.
Pero la muchedumbre protesta: “Nosotros oímos, de la Ley, que el Cristo permanece para siempre; ¿y cómo es que dices tú que el Hijo del hombre tiene que ser alzado? ¿Quién es este Hijo del hombre?”.
A pesar de toda la prueba, incluso el haber oído la propia voz de Dios, la mayoría no cree que Jesús sea el verdadero Hijo del hombre, el Mesías prometido. No obstante, Jesús, como ya había hecho seis meses antes en la fiesta de los Tabernáculos, de nuevo se llama a sí mismo “la luz” y da esta exhortación a sus oyentes: “Mientras tienen la luz, ejerzan fe en la luz, para que lleguen a ser hijos de la luz”. Después de decir estas cosas, Jesús se va y se esconde, evidentemente porque su vida está en peligro.
El que los judíos no pongan fe en Jesús cumple las palabras de Isaías acerca de que ‘los ojos del pueblo están cegados y su corazón endurecido para que no se vuelvan y sean sanados’. Isaías contempló en visión las cortes celestiales de Jehová, y esto incluía a Jesús en la gloria que tuvo con Jehová antes de que fuera hombre. Con todo, los judíos, en cumplimiento de las palabras que Isaías escribió, rechazan tercamente la prueba de que Este es el Libertador prometido.
Por otra parte, muchos de hasta los gobernantes (obviamente miembros del Sanedrín, el tribunal supremo judío) realmente ponen fe en Jesús. Dos de ellos son Nicodemo y José de Arimatea. Pero los gobernantes, por lo menos durante este tiempo, no declaran su fe por temor de que se les eche de sus puestos en la sinagoga. ¡Cuánto se pierden estos!
Jesús pasa a decir: “El que pone fe en mí, no pone fe en mí solamente, sino también en el que me ha enviado; y el que me contempla, contempla también al que me ha enviado. [...] Pero si alguien oye mis dichos y no los guarda, yo no lo juzgo; porque no vine para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. [...] La palabra que he hablado es lo que lo juzgará en el último día”.
El amor de Jehová al mundo de la humanidad lo impulsó a enviar a Jesús para que los que ponen fe en él reciban salvación. El que las personas se salven dependerá de que obedezcan los dichos que Dios mandó que Jesús hablara. El juicio se efectuará “en el último día”, durante el Reinado de Mil Años de Cristo.
Jesús concluye sus palabras así: “No he hablado de mi propio impulso, sino que el Padre mismo, que me ha enviado, me ha dado mandamiento en cuanto a qué decir y qué hablar. También, sé que su mandamiento significa vida eterna. Por lo tanto, las cosas que hablo, así como el Padre me las ha dicho, así las hablo”. (Juan 12:28-50; 19:38, 39; Mateo 3:17; 17:5; Isaías 6:1, 8-10.)
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