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El principio de un día críticoEl hombre más grande de todos los tiempos
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El principio de un día crítico
CUANDO Jesús parte de Jerusalén al anochecer del lunes, regresa a Betania, en la ladera oriental del monte de los Olivos. Se han completado dos días de su ministerio final en Jerusalén. Puede que Jesús pase de nuevo la noche en la casa de su amigo Lázaro. Esta es la cuarta noche que ha pasado en Betania desde que llegó de Jericó el viernes.
Ahora, temprano por la mañana el martes 11 de Nisán, él y sus discípulos están de viaje de nuevo. Este resulta ser un día crítico en el ministerio de Jesús, el más ocupado hasta ahora. Es el último día en que se presenta en el templo. Además, es el último día de su ministerio público antes de que se le someta a juicio y ejecute.
Jesús y sus discípulos toman la misma ruta sobre el monte de los Olivos hacia Jerusalén. En aquel camino desde Betania, Pedro nota el árbol que Jesús había maldecido la mañana anterior. “¡Rabí, mira! —exclama—, la higuera que maldijiste se ha marchitado.”
Pero ¿por qué mató Jesús aquel árbol? Él indica por qué, al decir: “En verdad les digo: Si solo tienen fe y no dudan, no solo harán lo que yo hice a la higuera, sino que también si dijeran a esta montaña [el monte de los Olivos, donde están]: ‘Sé alzada y arrojada al mar’, sucederá. Y todas las cosas que pidan en oración, teniendo fe, las recibirán”.
Así, al hacer que el árbol se marchite, Jesús da a sus discípulos una lección práctica sobre lo necesario que es que tengan fe en Dios. Como declara: “Todas las cosas que oran y piden, tengan fe en que pueden darse por recibidas, y las tendrán”. ¡Qué importante lección para ellos, especialmente en vista de las temibles pruebas que se avecinan! Pero hay otra relación entre el que se marchitara la higuera y la cualidad de la fe.
La nación de Israel, tal como esta higuera, presenta una apariencia engañosa. Aunque esta nación está bajo pacto con Dios y aparenta observar Sus reglamentos, no ha demostrado fe ni ha producido buen fruto. ¡Su falta de fe hasta la está llevando a rechazar al propio Hijo de Dios! Por lo tanto, cuando Jesús hace que la higuera infructífera se marchite está demostrando claramente en qué irá a parar al fin esta nación infructífera y sin fe.
Poco después Jesús y sus discípulos llegan a Jerusalén y, como de costumbre, van al templo, donde Jesús empieza a enseñar. Los sacerdotes principales y los ancianos del pueblo —quizás teniendo presente lo que él hizo a los cambistas el día anterior— lo desafían diciendo: “¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te dio esta autoridad?”.
Jesús responde: “Yo, también, les preguntaré una cosa. Si me la dicen, yo también les diré con qué autoridad hago estas cosas: El bautismo por Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres?”.
Los sacerdotes y los ancianos empiezan a consultar entre sí sobre cómo contestarán. “Si decimos: ‘Del cielo’, nos dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creyeron?’. Sin embargo, si decimos: ‘De los hombres’, tenemos la muchedumbre a quien temer, porque todos tienen a Juan por profeta.”
Los líderes no saben qué responder. Por eso contestan: “No sabemos”.
Jesús, a su vez, dice: “Tampoco les digo yo con qué autoridad hago estas cosas”. (Mateo 21:19-27; Marcos 11:19-33; Lucas 20:1-8.)
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Desenmascarados por las ilustraciones de la viñaEl hombre más grande de todos los tiempos
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Desenmascarados por las ilustraciones de la viña
JESÚS está en el templo. Acaba de dejar perplejos a los líderes religiosos que exigieron que les dijera con qué autoridad hacía lo que hacía. Antes de que salgan de su perplejidad, Jesús pregunta: “¿Qué les parece?”. Y entonces, por una ilustración, les muestra qué clase de personas realmente son.
“Un hombre tenía dos hijos —relata Jesús—. Dirigiéndose al primero, dijo: ‘Hijo, ve, trabaja hoy en la viña’. En respuesta, este dijo: ‘Iré, señor’, pero no fue. Acercándose al segundo, dijo lo mismo. En respuesta, este dijo: ‘No quiero’. Después le pesó, y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?”, pregunta Jesús.
“El segundo”, contestan sus opositores.
Por eso Jesús explica: “En verdad les digo que los recaudadores de impuestos y las rameras van delante de ustedes al reino de Dios”. Se pudiera decir que al principio los recaudadores de impuestos y las rameras habían rehusado servir a Dios. Pero después —como el segundo hijo— se arrepintieron y le sirvieron. Por otra parte, los líderes religiosos —como el primer hijo— afirmaban que servían a Dios; sin embargo, como Jesús indica: “Juan [el Bautizante] vino a ustedes en camino de justicia, pero ustedes no le creyeron. No obstante, los recaudadores de impuestos y las rameras le creyeron, y a ustedes, aunque vieron esto, no les pesó después, de modo que le creyeran”.
Jesús entonces muestra que la falta de aquellos líderes religiosos no es que simplemente se hayan descuidado en cuanto a servir a Dios. No; lo que sucede es que en verdad son hombres malos, inicuos. “Había un hombre, un amo de casa —relata Jesús—, que plantó una viña y la rodeó de una cerca y cavó en ella un lagar y erigió una torre, y la arrendó a cultivadores, y viajó al extranjero. Cuando llegó la época de los frutos, despachó sus esclavos a los cultivadores para conseguir sus frutos. Sin embargo, los cultivadores tomaron a sus esclavos, y a uno lo golpearon severamente, a otro lo mataron, a otro lo apedrearon. De nuevo despachó otros esclavos, más que los primeros, pero a estos les hicieron lo mismo.”
Los “esclavos” son los profetas a quienes el “amo de casa”, Jehová Dios, envió a “los cultivadores” de su “viña”. Estos cultivadores son representantes prominentes de la nación de Israel, identificada en la Biblia como la “viña” de Dios.
Puesto que “los cultivadores” maltratan y matan a los “esclavos”, Jesús explica: “Por último [el dueño de la viña] despachó su hijo a ellos, diciendo: ‘Respetarán a mi hijo’. Al ver al hijo, los cultivadores dijeron entre sí: ‘Este es el heredero; ¡vengan, matémoslo y consigamos su herencia!’. De modo que lo tomaron y lo echaron fuera de la viña y lo mataron”.
Ahora, dirigiéndose a los líderes religiosos, Jesús pregunta: “Cuando venga el dueño de la viña, ¿qué les hará a aquellos cultivadores?”.
“Por ser malos —contestan los líderes religiosos—, traerá sobre ellos una destrucción mala, y arrendará su viña a otros cultivadores, que le darán los frutos a su tiempo.”
Sin darse cuenta de ello, así los líderes religiosos proclaman juicio contra sí mismos, puesto que ellos están entre los “cultivadores” israelitas de la “viña” nacional de Jehová, Israel. El fruto que Jehová espera de aquellos cultivadores es fe en su Hijo, el verdadero Mesías. Porque no han dado ese fruto, Jesús advierte: “¿Nunca han leído en las Escrituras [en Salmo 118:22, 23]: ‘La piedra que los edificadores rechazaron es la que ha llegado a ser la principal piedra angular. De parte de Jehová ha venido a ser esto, y es maravilloso a nuestros ojos’? Por eso les digo: El reino de Dios les será quitado a ustedes y será dado a una nación que produzca sus frutos. También, el que caiga sobre esta piedra será hecho añicos. En cuanto a cualquiera sobre quien ella caiga, lo pulverizará”.
Los escribas y los sacerdotes principales ahora comprenden que Jesús se refiere a ellos, y quieren matarlo, al “heredero” legítimo. Por eso, el privilegio de ser gobernantes en el Reino de Dios les será quitado a ellos como nación, y se formará una nueva nación de ‘cultivadores de la viña’; una que produzca frutos apropiados.
Porque los líderes religiosos temen a las muchedumbres, que consideran profeta a Jesús, no tratan de matarlo en esta ocasión. (Mateo 21:28-46; Marcos 12:1-12; Lucas 20:9-19; Isaías 5:1-7.)
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La ilustración del banquete de bodasEl hombre más grande de todos los tiempos
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La ilustración del banquete de bodas
JESÚS ha desenmascarado a los escribas y a los sacerdotes principales mediante dos ilustraciones, y ellos lo quieren matar. Pero Jesús no ha terminado con ellos. Pasa a darles otra ilustración:
“El reino de los cielos ha llegado a ser semejante a un hombre, un rey, que hizo un banquete de bodas para su hijo. Y envió sus esclavos a llamar a los invitados al banquete de bodas, pero ellos no quisieron venir”.
Jehová Dios es el Rey que prepara el banquete de bodas para su Hijo, Jesucristo. Con el tiempo, la novia de este, compuesta de 144.000 seguidores ungidos, se unirá a Jesús en el cielo. Los súbditos del Rey son el pueblo de Israel, quienes, con su admisión en el pacto de la Ley en 1513 a.E.C., recibieron la oportunidad de llegar a ser “un reino de sacerdotes”. Por eso, en aquella ocasión se les extendió originalmente la invitación al banquete de bodas.
Sin embargo, el primer llamamiento a los invitados no salió sino hasta el otoño de 29 E.C., cuando Jesús y sus discípulos (los esclavos del rey) iniciaron su obra de predicar el Reino. Pero los israelitas naturales, a quienes los esclavos llamaron desde 29 E.C. hasta 33 E.C., no quisieron venir. Por eso Dios puso otra oportunidad ante la nación de invitados, como lo relata Jesús:
“De nuevo envió otros esclavos, diciendo: ‘Digan a los invitados: “¡Miren! He preparado mi comida, mis toros y animales cebados están degollados, y todas las cosas están listas. Vengan al banquete de bodas”’”. Aquel llamamiento segundo y final a los invitados empezó en el Pentecostés de 33 E.C., cuando se derramó espíritu santo sobre los seguidores de Jesús. Este llamamiento siguió hasta 36 E.C.
No obstante, la gran mayoría de aquellos israelitas también despreció este llamamiento. “Sin que les importara, se fueron —dice Jesús—, uno a su propio campo, otro a su negocio comercial; pero los demás, echando mano a los esclavos de él, los trataron insolentemente y los mataron.” “Entonces —dice Jesús— el rey se airó, y envió sus ejércitos, y destruyó a aquellos asesinos y quemó su ciudad.” Esto ocurrió en 70 E.C., cuando los romanos arrasaron Jerusalén, y se dio muerte a aquellos asesinos.
Jesús entonces explica lo que sucedió mientras tanto: “Luego [el rey] dijo a sus esclavos: ‘El banquete de bodas por cierto está listo, pero los invitados no eran dignos. Por eso, vayan a los caminos que salen de la ciudad, e inviten al banquete de bodas a cualquiera que hallen’”. Los esclavos obedecieron, y “la sala para las ceremonias de bodas quedó llena de los que se reclinaban a la mesa”.
Esta obra de reunir convidados de los caminos, fuera de la ciudad de los invitados, empezó en 36 E.C. Cornelio (un oficial del ejército romano) y su familia fueron los primeros no judíos incircuncisos así reunidos. La recolección de estos no judíos, todos los cuales reemplazan a los que originalmente rechazaron el llamamiento, ha continuado hasta el siglo XX.
Es durante el siglo XX cuando se llena la sala para las ceremonias de bodas. Jesús relata lo que entonces sucede: “Cuando el rey entró para inspeccionar a los convidados, alcanzó a ver allí a un hombre no vestido con traje de boda. De modo que le dijo: ‘Amigo, ¿cómo entraste aquí sin tener puesto traje de boda?’. Él enmudeció. Entonces el rey dijo a sus sirvientes: ‘Átenlo de manos y pies y échenlo a la oscuridad de afuera. Allí es donde será su llanto y el crujir de sus dientes’”.
El hombre sin traje de boda representa a los cristianos de imitación de la cristiandad. Dios nunca los ha reconocido como personas que tengan la identificación apropiada de israelitas espirituales. Dios nunca los ungió con espíritu santo como herederos del Reino. Por eso se les echa a la oscuridad, donde se les destruirá.
Jesús concluye su ilustración así: “Porque hay muchos invitados, pero pocos escogidos”. Sí, se invitó a muchos de la nación de Israel a llegar a ser miembros de la novia de Cristo, pero solo unos cuantos israelitas naturales fueron escogidos. Resulta que la mayoría de los 144.000 convidados que reciben la recompensa celestial no son israelitas. (Mateo 22:1-14; Éxodo 19:1-6; Revelación 14:1-3.)
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No pueden entrampar a JesúsEl hombre más grande de todos los tiempos
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No pueden entrampar a Jesús
PORQUE Jesús ha estado enseñando en el templo y acaba de dar a sus enemigos religiosos tres ilustraciones que denuncian la iniquidad de ellos, los fariseos se encolerizan y entran en consejo para entramparlo mediante hacerle decir algo por lo cual puedan hacer que se le arreste. Se juntan para tramar y envían discípulos suyos, junto con partidarios de Herodes, para ver si lo pescan en algo.
Aquellos hombres dicen: “Maestro, sabemos que eres veraz y enseñas el camino de Dios en verdad, y no te importa nadie, porque no miras la apariencia exterior de los hombres. Dinos, por lo tanto: ¿Qué te parece? ¿Es lícito pagar la capitación a César, o no?”.
Los halagos de aquellos hombres no engañan a Jesús. Él se da cuenta de que si dice: ‘No, no es lícito ni correcto pagar esta capitación’, será culpable de sedición contra Roma. Sin embargo, si dice: ‘Sí, uno debe pagar esta capitación’, entonces los judíos, quienes desprecian el dominio de Roma sobre ellos, lo odiarán. Por eso contesta: “¿Por qué me ponen a prueba, hipócritas? Muéstrenme la moneda de la capitación”.
Cuando se la traen, pregunta: “¿De quién es esta imagen e inscripción?”.
“De César”, responden.
“Por lo tanto, paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios.” Pues bien, cuando estos hombres oyen la respuesta magistral de Jesús, se maravillan. Y se van y lo dejan tranquilo.
Al ver que los fariseos no pueden conseguir nada contra Jesús, los saduceos, que dicen que no hay resurrección, se acercan a él y le preguntan: “Maestro, Moisés dijo: ‘Si alguien muere sin tener hijos, su hermano tiene que tomar a su esposa en matrimonio y levantar prole a su hermano’. Pues había con nosotros siete hermanos; y el primero se casó y falleció, y, no teniendo prole, dejó su esposa a su hermano. Les pasó lo mismo también al segundo y al tercero, hasta el último de los siete. Con posterioridad a todos, murió la mujer. Por consiguiente, en la resurrección, ¿de cuál de los siete será ella esposa? Porque todos la tuvieron”.
Jesús les da esta respuesta: “¿No es por esto por lo que están equivocados, por no conocer ni las Escrituras ni el poder de Dios? Porque cuando se levantan de entre los muertos, ni se casan los hombres ni se dan en matrimonio las mujeres, sino que son como los ángeles en los cielos. Mas concerniente a los muertos, de que son levantados, ¿no leyeron en el libro de Moisés, en el relato acerca de la zarza, cómo Dios le dijo: ‘Yo soy el Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob’? Él no es Dios de muertos, sino de vivos. Ustedes están muy equivocados”.
Las muchedumbres de nuevo quedan atónitas con la respuesta de Jesús. Hasta algunos escribas reconocen: “Maestro, hablaste bien”.
Cuando los fariseos ven que Jesús ha acallado a los saduceos, vienen a él en un solo grupo. Para someterlo a otra prueba, un escriba de entre ellos pregunta: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?”.
Jesús contesta: “El primero es: ‘Oye, oh Israel, Jehová nuestro Dios es un solo Jehová, y tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es este: ‘Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo’. No hay otro mandamiento mayor que estos”. De hecho, Jesús añade: “De estos dos mandamientos pende toda la Ley, y los Profetas”.
El escriba concuerda: “Maestro, bien dijiste de acuerdo con la verdad: ‘Uno Solo es Él, y no hay otro fuera de Él’; y esto de amarlo con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y esto de amar al prójimo como a uno mismo, vale mucho más que todos los holocaustos y sacrificios”.
Al discernir que el escriba ha contestado inteligentemente, Jesús le dice: “No estás lejos del reino de Dios”.
Jesús ha estado enseñando en el templo por tres días ya (domingo, lunes y martes). La gente lo ha escuchado con gusto; no obstante, los líderes religiosos quieren matarlo, pero hasta ahora sus intentos han sido frustrados. (Mateo 22:15-40; Marcos 12:13-34; Lucas 20:20-40.)
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Jesús denuncia a sus opositoresEl hombre más grande de todos los tiempos
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Jesús denuncia a sus opositores
JESÚS ha confundido tanto a sus opositores religiosos que estos temen seguir haciéndole preguntas. Así que él toma la iniciativa de denunciar la ignorancia de ellos. Pregunta: “¿Qué les parece del Cristo? ¿De quién es hijo?”.
“De David”, contestan los fariseos.
Aunque Jesús no niega que David sea el antepasado físico del Cristo o Mesías, pregunta: “Entonces, ¿cómo es que David por inspiración [en el Salmo 110] lo llama ‘Señor’, diciendo: ‘Jehová dijo a mi Señor: “Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies”’? Por lo tanto, si David lo llama ‘Señor’, ¿cómo es él su hijo?”.
Los fariseos callan, pues no saben quién es en verdad el Cristo o Ungido. El Mesías no es simplemente un descendiente humano de David, como parece que creen los fariseos; más bien, había existido en el cielo y era el superior o Señor de David.
Jesús ahora se vuelve hacia las muchedumbres y sus discípulos y les da una advertencia acerca de los escribas y los fariseos. Puesto que estos enseñan la Ley de Dios, pues ‘están sentados en la cátedra de Moisés’, Jesús insta: “Todas las cosas que les digan, háganlas y obsérvenlas”. Pero añade: “No hagan conforme a los hechos de ellos, porque dicen y no hacen”.
Son hipócritas, y Jesús los denuncia en términos similares a los que había usado mientras comía en la casa de cierto fariseo unos meses atrás. Dice: “Todas las obras que hacen, las hacen para ser vistos por los hombres”. Y da ejemplos, al decir:
“Ensanchan las cajitas que contienen escrituras que llevan puestas como resguardos”. Estas cajas relativamente pequeñas que llevan sobre la frente o en el brazo contienen cuatro porciones de la Ley: Éxodo 13:1-10, 11-16 y Deuteronomio 6:4-9; 11:13-21. Pero los fariseos aumentan el tamaño de estas cajas para dar la impresión de que son celosos por la Ley.
Jesús pasa a decir que ellos “agrandan los flecos de sus prendas de vestir”. En Números 15:38-40 se da a los israelitas el mandato de hacer flecos en sus prendas de vestir, pero los fariseos hacen los suyos más grandes que los de las demás personas. ¡Cuanto hacen, lo hacen para ser vistos! Jesús declara: “Les gusta el lugar más prominente”.
Lamentablemente, los propios discípulos de Jesús han sido afectados por este deseo de prominencia. Por eso él les aconseja: “Mas ustedes, no sean llamados Rabí, porque uno solo es su maestro, mientras que todos ustedes son hermanos. Además, no llamen padre de ustedes a nadie sobre la tierra, porque uno solo es su Padre, el Celestial. Tampoco sean llamados ‘caudillos’, porque su Caudillo es uno, el Cristo”. ¡Los discípulos tienen que librarse del deseo de ocupar la posición más importante! Jesús da esta amonestación: “El mayor entre ustedes tiene que ser su ministro”.
Luego Jesús pronuncia una serie de ayes contra los escribas y los fariseos, y varias veces los llama hipócritas. “Cierran el reino de los cielos delante de los hombres”, dice, y: “Ellos son los que devoran las casas de las viudas y por pretexto hacen largas oraciones”.
“¡Ay de ustedes, guías ciegos!”, dice Jesús. Condena a los fariseos por su falta de valores espirituales, que se puede ver por las distinciones arbitrarias que hacen. Por ejemplo, dicen: ‘No es nada si alguien jura por el templo, pero uno queda obligado si jura por el oro del templo’. Al dar más énfasis al oro del templo que al valor espiritual de ese lugar de adoración, revelan su ceguera moral.
Entonces, como lo ha hecho antes, Jesús condena a los fariseos por descuidar “los asuntos de más peso de la Ley, a saber: la justicia y la misericordia y la fidelidad” mientras dan mayor atención a pagar el diezmo o décima parte de hierbas insignificantes.
Jesús llama a los fariseos “guías ciegos, que cuelan el mosquito pero engullen el camello”. Cuelan de su vino el mosquito, no solo porque sea un insecto, sino porque ceremonialmente es inmundo. Sin embargo, su desatención a los asuntos de más peso de la Ley es comparable a tragarse un camello, que también es un animal inmundo en sentido ceremonial. (Mateo 22:41-23:24; Marcos 12:35-40; Lucas 20:41-47; Levítico 11:4, 21-24.)
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Completado el ministerio en el temploEl hombre más grande de todos los tiempos
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Completado el ministerio en el templo
ESTA es la última vez que Jesús se presenta en el templo. De hecho, está por terminar su ministerio público en la Tierra, con excepción de los sucesos relacionados con su juicio y ejecución, que tendrán lugar tres días después. Ahora sigue censurando a los escribas y los fariseos.
Otras tres veces exclama: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas!”. Primero proclama un ay contra ellos porque limpian “el exterior de la copa y del plato, pero por dentro están llenos de saqueo e inmoderación”. Así que aconseja: “Limpia primero el interior de la copa y del plato, para que su exterior también quede limpio”.
Luego pronuncia un ay contra los escribas y los fariseos por la podredumbre y la corrupción internas que tratan de ocultar tras su piedad externa. “Se asemejan a sepulcros blanqueados —dice—, que por fuera realmente parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda suerte de inmundicia.”
Finalmente, la hipocresía de ellos se hace patente porque quieren edificar tumbas para los profetas y adornarlas para llamar atención a sus propias obras de caridad. Pero, como revela Jesús, “son hijos de los que asesinaron a los profetas”. Sí, ¡cualquiera que se atreve a desenmascarar su hipocresía está en peligro!
Continuando, Jesús hace su más vigorosa denuncia. “Serpientes, prole de víboras —dice—, ¿cómo habrán de huir del juicio del Gehena?” Gehena es el valle que se usa como el vertedero de Jerusalén. Lo que Jesús dice, pues, es que los escribas y los fariseos, por el derrotero inicuo que han seguido, serán destruidos para siempre.
Respecto a los que envía como representantes suyos, Jesús dice: “A algunos de ellos ustedes los matarán y fijarán en maderos, y a algunos los azotarán en sus sinagogas y los perseguirán de ciudad en ciudad; para que venga sobre ustedes toda la sangre justa vertida sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías [llamado Jehoiadá en Segundo de Crónicas], a quien ustedes asesinaron entre el santuario y el altar. En verdad les digo: Todas estas cosas vendrán sobre esta generación”.
Porque Zacarías reprendió a los líderes de Israel, estos “conspiraron contra él y lo lapidaron por mandamiento del rey, en el patio de la casa de Jehová”. Pero, como predice Jesús, Israel pagará por toda esa sangre justa que ha derramado. Pagan 37 años más tarde, en 70 E.C., cuando los ejércitos romanos destruyen Jerusalén y más de un millón de judíos perecen.
Al pensar en esta espantosa situación, Jesús se angustia. “Jerusalén, Jerusalén —proclama una vez más—, ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne sus pollitos debajo de sus alas! Pero ustedes no lo quisieron. ¡Miren! Su casa se les deja abandonada a ustedes.”
Entonces Jesús añade: “No me verán de ningún modo de aquí en adelante hasta que digan: ‘¡Bendito es el que viene en el nombre de Jehová!’”. Ese día será durante la presencia de Cristo, cuando él entra en su Reino celestial y la gente lo ve con los ojos de la fe.
Jesús ahora se va a un lugar desde donde puede observar las arcas de la tesorería del templo y a las muchedumbres echando dinero en ellas. Los ricos echan muchas monedas. Pero entonces se acerca también una viuda pobre y echa dos monedas pequeñas de muy poco valor.
Jesús llama a sí a sus discípulos y dice: “En verdad les digo que esta viuda pobre echó más que todos los que están echando dinero en las arcas de la tesorería”. Ellos tienen que preguntarse cómo es posible eso. Así que Jesús explica: “Todos ellos echaron de lo que les sobra, pero ella, de su indigencia, echó cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir”. Después de decir estas cosas, Jesús sale del templo por última vez.
Maravillados por el tamaño y la belleza del templo, uno de los discípulos de Jesús exclama: “Maestro, ¡mira!, ¡qué clase de piedras y qué clase de edificios!”. En efecto, ¡se dice que las piedras miden más de 11 metros (35 pies) de largo, más de 5 metros (15 pies) de ancho, y más de 3 metros (10 pies) de alto!
“¿Contemplas estos grandes edificios?” contesta Jesús. “De ningún modo se dejará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada.”
Después de decir estas cosas, Jesús cruza con sus apóstoles el valle de Cedrón y sube al monte de los Olivos. Desde aquí pueden ver, abajo, aquel magnífico templo. (Mateo 23:25-24:3; Marcos 12:41-13:3; Lucas 21:1-6; 2 Crónicas 24:20-22.)
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La señal de los últimos díasEl hombre más grande de todos los tiempos
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La señal de los últimos días
ES MARTES por la tarde. Mientras Jesús está sentado en el monte de los Olivos observando el templo, que se ve abajo, Pedro, Andrés, Santiago y Juan se le acercan en privado. Les preocupa el templo, pues Jesús acaba de predecir que no se dejará piedra sobre piedra en él.
Pero parece que es más que eso lo que tienen presente cuando abordan a Jesús. Unas semanas antes él había hablado de su “presencia”, un tiempo durante el cual “el Hijo del hombre ha de ser revelado”. Y antes de eso les había hablado de “la conclusión del sistema de cosas”. Por eso los apóstoles tienen mucha curiosidad.
“Dinos —dicen—: ¿cuándo serán estas cosas [que tendrán como resultado la destrucción de Jerusalén y su templo], y qué será la señal de tu presencia y de la conclusión del sistema de cosas?” En realidad su pregunta tiene tres partes. Primero, quieren saber sobre el fin de Jerusalén y su templo, después sobre la presencia de Jesús en el poder del Reino, y por último sobre el fin de todo el sistema de cosas.
En su respuesta detallada Jesús contesta las tres partes de la pregunta. Suministra una señal que indica cuándo terminará el sistema de cosas judío; pero provee algo más. Da también una señal que avisará a sus discípulos futuros para que puedan saber que están viviendo durante su presencia y cerca del fin de todo el sistema de cosas.
Con el paso de los años, los apóstoles observan el cumplimiento de la profecía de Jesús. Sí, los mismos sucesos que él predijo empiezan a realizarse en sus tiempos. Por eso la destrucción del sistema judío con su templo no sorprende a los cristianos todavía vivos 37 años después, en 70 E.C.
Sin embargo, la presencia de Cristo y la conclusión del sistema de cosas no tienen lugar en 70 E.C. Su presencia en el poder del Reino tiene lugar mucho tiempo después. Pero ¿cuándo? Una consideración de la profecía de Jesús lo revela.
Jesús predice que habrá “guerras e informes de guerras”. “Se levantará nación contra nación”, dice, y habrá escaseces de alimento, terremotos y pestes. A sus discípulos se les odiará y matará. Falsos profetas se levantarán y extraviarán a muchos. El desafuero aumentará, y el amor de la mayor parte se enfriará. A la misma vez, las buenas nuevas del Reino de Dios se predicarán como testimonio a todas las naciones.
Aunque la profecía de Jesús tiene un cumplimiento limitado antes de la destrucción de Jerusalén en 70 E.C., su cumplimiento en mayor escala acontece durante su presencia y la conclusión del sistema de cosas. Un repaso cuidadoso de los acontecimientos mundiales desde 1914 revela que el cumplimiento mayor de la profecía trascendental de Jesús se ha estado realizando desde aquel año.
Otra parte de la señal que da Jesús es la aparición de “la cosa repugnante que causa desolación”. En 66 E.C. esta cosa repugnante aparece en la forma de los “ejércitos acampados” de Roma que rodean Jerusalén y socavan la muralla del templo. “La cosa repugnante” está donde no debería estar.
En el cumplimiento mayor de la señal la cosa repugnante es la Liga de Naciones y su sucesora, las Naciones Unidas. La cristiandad ve a esta organización para la paz mundial como algo que sustituye al Reino de Dios. ¡Qué repugnante es esto! Por lo tanto, con el tiempo los poderes políticos asociados con la ONU se volverán contra la cristiandad (la Jerusalén antitípica) y la desolarán.
Por eso Jesús predijo: “Habrá gran tribulación como la cual no ha sucedido una desde el principio del mundo hasta ahora, no, ni volverá a suceder”. Aunque la destrucción de Jerusalén en 70 E.C. es en verdad una gran tribulación en la que, según informes, muere más de un millón de personas, no es mayor que la del Diluvio global de los días de Noé. Esto indica que el cumplimiento principal de esta porción de la profecía de Jesús todavía es futuro.
Confianza durante los últimos días
Al acercarse el fin del martes 11 de Nisán, Jesús sigue hablando con sus apóstoles en el monte de los Olivos acerca de la señal de su presencia con el poder del Reino y de la conclusión del sistema de cosas. Les advierte que no vayan tras falsos Cristos. Les dice que algunos tratarán de “extraviar, si fuera posible, hasta a los escogidos”. Pero, como águilas que tienen vista aguda, estos escogidos se reunirán donde haya verdadero alimento espiritual; es decir, acudirán al Cristo verdadero durante su presencia invisible. No se les extraviará y reunirá alrededor de un Cristo falso.
Los falsos Cristos solo pueden presentarse visiblemente. En contraste con eso, la presencia de Jesús será invisible. Acontecerá durante un período temible de la historia humana, como dice Jesús: “El sol será oscurecido, y la luna no dará su luz”. Sí, este será el tiempo más tenebroso de la existencia de la humanidad. Será como si el sol se oscureciera durante el día y como si la luna no diera su luz por la noche.
Jesús continúa explicando: “Los poderes de los cielos serán sacudidos”. Así indica que los cielos físicos tomarán una apariencia que anunciará males. Los cielos no serán ya solamente el dominio de las aves; habrá en ellos muchos aviones militares, cohetes y sondas espaciales. El temor y la violencia excederán todo lo que se haya experimentado anteriormente en la historia humana.
Como resultado de eso, dice Jesús, habrá “angustia de naciones, por no conocer la salida a causa del bramido del mar y de su agitación, mientras que los hombres desmayan por el temor y la expectación de las cosas que vienen sobre la tierra habitada”. Sí, este período, el más tenebroso de la existencia humana, llevará al tiempo en que, como dice Jesús, “aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre, y entonces todas las tribus de la tierra se golpearán en lamento”.
Pero no todos se lamentarán cuando ‘el Hijo del hombre venga con poder’ a destruir este inicuo sistema de cosas. Los “escogidos”, los 144.000 que estarán con Cristo en su Reino celestial, no se lamentarán, como tampoco se lamentarán sus compañeros, a quienes Jesús ha llamado antes sus “otras ovejas”. A pesar de que viven durante el tiempo más tenebroso de la historia humana, estos responden a las palabras alentadoras de Jesús: “Al comenzar a suceder estas cosas, levántense erguidos y alcen la cabeza, porque su liberación se acerca”.
Para que sus discípulos que vivirían en los últimos días pudieran determinar lo cerca que estaría el fin, Jesús da esta ilustración: “Noten la higuera y todos los demás árboles: Cuando ya echan brotes, ustedes, al observarlo, saben para sí que ya se acerca el verano. Así también ustedes, cuando vean suceder estas cosas, sepan que el reino de Dios está cerca. En verdad les digo: Esta generación no pasará de ningún modo sin que todas las cosas sucedan”.
Por eso, cuando sus discípulos vean el cumplimiento de los muchos diferentes rasgos de la señal, deben darse cuenta de que el fin del sistema de cosas está cerca y de que el Reino de Dios pronto eliminará toda la iniquidad. De hecho, ¡el fin vendrá durante el tiempo en que vive la gente que ve el cumplimiento de todo lo que Jesús predice! Jesús exhorta así a los discípulos que vivirían durante los trascendentales últimos días:
“Presten atención a sí mismos para que sus corazones nunca lleguen a estar cargados debido a comer con exceso y beber con exceso, y por las inquietudes de la vida, y de repente esté aquel día sobre ustedes instantáneamente como un lazo. Porque vendrá sobre todos los que moran sobre la haz de toda la tierra. Manténganse despiertos, pues, en todo tiempo haciendo ruego para que logren escapar de todas estas cosas que están destinadas a suceder, y estar en pie delante del Hijo del hombre”.
Las vírgenes sabias y las necias
Jesús ha estado contestando la petición que le han hecho sus apóstoles de una señal de Su presencia en el poder del Reino. Ahora añade otros rasgos de la señal mediante tres parábolas o ilustraciones.
Los que estuvieran vivos durante la presencia de Cristo verían el cumplimiento de cada ilustración. Él introduce la primera con estas palabras: “Entonces el reino de los cielos llegará a ser semejante a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco eran discretas”.
¡Por la expresión “el reino de los cielos llegará a ser semejante a diez vírgenes” Jesús no quiere decir que la mitad de los que heredan el Reino celestial son necios y la otra mitad discretos! No; más bien quiere decir que, con relación al Reino de los cielos, hay un rasgo que se asemeja a esto o a aquello, o que los asuntos que tienen que ver con el Reino se parecerán a tal o cual cosa.
Las diez vírgenes simbolizan a todos los cristianos que tienen la perspectiva de formar parte del Reino celestial o que afirman que tienen esa perspectiva. Fue en el Pentecostés de 33 E.C. cuando la congregación cristiana fue prometida en matrimonio al Novio resucitado y glorificado, Jesucristo. Pero las bodas se realizarían en el cielo en una fecha posterior que no se especificó.
En la ilustración las diez vírgenes salen con el fin de recibir al novio y unirse a la procesión nupcial. Cuando él llegue, ellas alumbrarán el camino de la procesión con sus lámparas, y así lo honrarán a medida que él lleva a su novia a la casa preparada para ella. Sin embargo, Jesús explica: “Las necias tomaron sus lámparas, pero no tomaron consigo aceite, mientras que las discretas tomaron aceite en sus receptáculos con sus lámparas. Como el novio se tardaba, todas cabecearon y se durmieron”.
La tardanza prolongada del novio indica que la presencia de Cristo como Rey entronizado será en el futuro distante. Por fin él asciende al trono en el año 1914. Durante la noche larga antes de esa entronización, todas las vírgenes se duermen. Pero no se las condena por esto. Se condena a las vírgenes necias por no tener aceite para sus receptáculos. Jesús explica que las vírgenes se despiertan antes de que el novio llegue: “Justamente a mitad de la noche se levantó un clamor: ‘¡Aquí está el novio! Salgan a su encuentro’. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y pusieron en orden sus lámparas. Las necias dijeron a las discretas: ‘Dennos de su aceite, porque nuestras lámparas están a punto de apagarse’. Las discretas contestaron con las palabras: ‘Tal vez no haya suficiente para nosotras y ustedes. Vayan, más bien, a los que lo venden y compren para ustedes’”.
El aceite es símbolo de lo que mantiene a los verdaderos cristianos resplandeciendo como iluminadores. Esto es la Palabra inspirada de Dios, la cual tienen firmemente asida los cristianos, junto con el espíritu santo que les ayuda a entender esa Palabra. El aceite espiritual permite que las vírgenes discretas esparzan luz al recibir al novio durante la procesión al banquete de bodas. Pero la clase de las vírgenes necias no tiene en sí, en sus receptáculos, el aceite espiritual necesario. De modo que Jesús describe lo que sucede:
“Mientras [las vírgenes necias] iban a comprar [aceite], llegó el novio, y las vírgenes que estaban listas entraron con él al banquete de bodas; y la puerta fue cerrada. Después vinieron también las demás vírgenes, y dijeron: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’. En respuesta, él dijo: ‘Les digo la verdad: no las conozco’”.
Después que Cristo llega en su Reino celestial, la clase de las vírgenes discretas, compuesta de verdaderos cristianos ungidos, despierta a su privilegio de esparcir luz en este mundo tenebroso en alabanza del Novio que ha regresado. Pero aquellos a quienes representan las vírgenes necias no están preparados para dar esta alabanza de bienvenida. Por eso, cuando llega la hora, Cristo no les abre la puerta al banquete de bodas en el cielo. Los deja fuera en la negrura de la noche más tenebrosa del mundo, para que perezcan con todos los demás obradores del desafuero. Jesús concluye: “Manténganse alerta, pues, porque no saben ni el día ni la hora”.
La ilustración de los talentos
Jesús sigue su consideración con los apóstoles en el monte de los Olivos y les da otra ilustración, la segunda de una serie de tres. Unos días atrás, mientras estaba en Jericó, dio la ilustración de las minas para mostrar que el Reino todavía estaba en el futuro lejano. La ilustración que presenta ahora, aunque tiene varios rasgos similares a los de aquella, describe en su cumplimiento actividades que tienen lugar durante la presencia de Cristo en el poder del Reino. Ilustra que, mientras todavía están en la Tierra, sus discípulos tienen que trabajar para aumentar los “bienes” de Cristo.
Jesús empieza así: “Porque es [es decir, las circunstancias relacionadas con el Reino son] justamente como un hombre que, estando para emprender un viaje al extranjero, mandó llamar a sus esclavos y les encargó sus bienes”. Jesús es el hombre que, antes de viajar al extranjero, o sea, al cielo, encarga sus bienes a sus esclavos... los discípulos que esperan formar parte del Reino celestial. Estos bienes no son posesiones materiales; más bien, representan un campo cultivado que, por lo que Jesús ha hecho, puede producir más discípulos.
Jesús encarga sus bienes a sus esclavos poco antes de ascender al cielo. ¿Cómo lo hace? Al mandarles que sigan trabajando en el campo cultivado mediante predicar el mensaje del Reino hasta las partes más distantes de la Tierra. Como dice Jesús: “A uno dio cinco talentos; a otro, dos; y a otro, uno, a cada uno según su propia habilidad, y se fue al extranjero”.
Así, los ocho talentos —los bienes de Cristo— se distribuyen según las aptitudes o capacidades espirituales de los esclavos. Los esclavos representan clases de discípulos. En el primer siglo, la clase que recibió los cinco talentos evidentemente incluía a los apóstoles. Jesús pasa a decir que tanto el esclavo que recibió los cinco talentos como el que recibió los dos talentos los duplicaron al predicar el Reino y hacer discípulos. Pero el esclavo que recibió un solo talento lo escondió en la tierra.
“Después de mucho tiempo —continúa Jesús— vino el amo de aquellos esclavos y ajustó cuentas con ellos.” No fue sino hasta unos 1.900 años más tarde, en el siglo XX, cuando Cristo regresó para ajustar cuentas, de modo que en verdad fue “después de mucho tiempo”. Entonces Jesús explica:
“Se presentó el que había recibido cinco talentos y trajo cinco talentos más, diciendo: ‘Amo, me encargaste cinco talentos; mira, gané otros cinco talentos’. Su amo le dijo: ‘¡Bien hecho, esclavo bueno y fiel! Fuiste fiel sobre unas cuantas cosas. Te nombraré sobre muchas cosas. Entra en el gozo de tu amo’”. El esclavo que recibió dos talentos también los duplicó, y recibió el mismo encomio y la misma recompensa.
Pero ¿cómo entran estos esclavos fieles en el gozo de su Amo? Pues bien, el gozo de su Amo, Jesucristo, es el de recibir en posesión el Reino cuando viaja al extranjero, a su Padre en el cielo. En cuanto a los esclavos fieles de la actualidad, ellos se sienten muy gozosos de que se les confíen más responsabilidades relacionadas con el Reino, y a medida que terminan su carrera terrestre tienen el gozo culminante de ser resucitados como parte del Reino celestial. Pero ¿qué hay del tercer esclavo?
“Amo, yo sabía que eres hombre exigente —se queja el esclavo—. De modo que me dio miedo, y me fui, y escondí tu talento en la tierra. Aquí tienes lo tuyo.” El esclavo se negó deliberadamente a trabajar en el campo cultivado mediante predicar y hacer discípulos. Por eso el amo lo llama “inicuo e indolente” y pronuncia el juicio: “Quítenle el talento [...] Y al esclavo que no sirve para nada, échenlo a la oscuridad de afuera. Allí es donde será su llanto y el crujir de sus dientes”. Los que pertenecen a la clase de este esclavo inicuo son echados fuera y quedan privados de todo gozo espiritual.
Esta es una lección seria para todos los que afirman ser seguidores de Cristo. Si quieren disfrutar del encomio y la recompensa que él da, y evitar que se les eche a la oscuridad de afuera y finalmente a la destrucción, deben trabajar para dar aumento a los bienes de su Amo celestial mediante participar de lleno en la obra de predicar. A este respecto, ¿manifiesta diligencia usted?
Cuando Cristo llega con el poder del Reino
Jesús todavía está con sus apóstoles en el monte de los Olivos. En respuesta a lo que ellos le han pedido, una señal de su presencia y de la conclusión del sistema de cosas, ahora les da la última de la serie de tres ilustraciones. Jesús la empieza así: “Cuando el Hijo del hombre llegue en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará sobre su glorioso trono”.
Los humanos no pueden ver a los ángeles en su gloria celestial. Por eso la llegada del Hijo del hombre, Jesucristo, con sus ángeles tiene que ser invisible a los ojos humanos. Esta llegada acontece en el año 1914. Pero ¿qué propósito tiene? Jesús explica: “Todas las naciones serán reunidas delante de él, y separará a la gente unos de otros, así como el pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha, pero las cabras a su izquierda”.
Jesús da esta descripción de lo que les sucederá a las personas a quienes se separa hacia el lado favorecido: “Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, ustedes que han sido bendecidos por mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo’”. Las ovejas de esta ilustración no van a gobernar con Cristo en el cielo, sino que heredan el Reino en el sentido de ser sus súbditos terrestres. “La fundación del mundo” tuvo lugar cuando Adán y Eva engendraron prole que podía beneficiarse de la provisión divina para la redención de la humanidad.
Pero ¿por qué se separa a las ovejas hacia el lado del favor de Rey, hacia su derecha? “Porque me dio hambre —contesta el rey—, y ustedes me dieron de comer; me dio sed, y me dieron de beber. Fui extraño, y me recibieron hospitalariamente; desnudo estuve, y me vistieron. Enfermé, y me cuidaron. Estuve en prisión, y vinieron a mí.”
Puesto que las ovejas están en la Tierra, quieren saber cómo pudieran haber hecho cosas tan buenas para su Rey celestial. “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos —preguntan—, o con sed, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos extraño y te recibimos hospitalariamente, o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo, o en prisión, y fuimos a ti?”
“En verdad les digo —contesta el Rey—: Al grado que lo hicieron a uno de los más pequeños de estos hermanos míos, a mí me lo hicieron.” Los hermanos de Cristo son los que quedan en la Tierra de los 144.000 que gobernarán con él en el cielo. Y Jesús dice que hacerles el bien a ellos equivale a hacerle el bien a él.
Luego el Rey se dirige a las cabras. “Váyanse de mí, ustedes que han sido maldecidos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque me dio hambre, pero ustedes no me dieron de comer, y me dio sed, pero no me dieron de beber. Fui extraño, pero no me recibieron hospitalariamente; desnudo estuve, pero no me vistieron; enfermo y en prisión, pero no me cuidaron.”
Pero las cabras se quejan: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, o con sed, o extraño, o desnudo, o enfermo, o en prisión, y no te ministramos?”. Las cabras reciben juicio adverso sobre la misma base que se usa para pronunciar juicio favorable sobre las ovejas. “Al grado que no lo hicieron a uno de estos más pequeños [de mis hermanos] —contesta Jesús—, no me lo hicieron a mí.”
Así que la presencia de Cristo con el poder del Reino, precisamente antes del fin de este inicuo sistema de cosas en la gran tribulación, será un tiempo de juicio. Las cabras “partirán al cortamiento eterno, pero los justos [las ovejas] a la vida eterna”. (Mateo 24:2-25:46; 13:40, 49; Marcos 13:3-37; Lucas 21:7-36; 19:43, 44; 17:20-30; 2 Timoteo 3:1-5; Juan 10:16; Revelación 14:1-3.)
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Cercana la última Pascua de JesúsEl hombre más grande de todos los tiempos
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Cercana la última Pascua de Jesús
AL ACERCARSE el fin del martes 11 de Nisán, Jesús termina de instruir a los apóstoles en el monte de los Olivos. ¡Qué día tan ocupado y difícil han tenido! Ahora, quizás mientras regresan a Betania para pasar la noche allí, Jesús dice a sus apóstoles: “Saben que de aquí a dos días ocurre la pascua, y el Hijo del hombre ha de ser entregado para ser fijado en un madero”.
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