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¿Son los desastres naturales una señal de los tiempos?La Atalaya 1993 | 1 de diciembre
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¿Son los desastres naturales una señal de los tiempos?
“SE LEVANTARÁ nación contra nación y reino contra reino, y habrá escaseces de alimento y terremotos en un lugar tras otro. Todas estas cosas son principio de dolores de angustia.” Con estas palabras Jesucristo explicó a sus discípulos hace diecinueve siglos que esos desastres, unidos a un aumento del desafuero y a la predicación mundial de las buenas nuevas del Reino, introducirían una señal compuesta que marcaría “la conclusión del sistema de cosas”. (Mateo 24:3-14.)
En vista de lo antedicho, debemos preguntarnos: ¿estamos viendo más terremotos catastróficos, huracanes, inundaciones, sequías y hambres que las generaciones pasadas? Y a pesar de los avances de la ciencia y la tecnología, ¿están sufriendo proporcionalmente más personas como resultado de esos desastres?
La respuesta para muchos es sí. Por ejemplo, la revista New Scientist advierte que “el mundo puede esperar más desastres en los noventa que en las pasadas décadas”. De igual manera, en la revista Crónica ONU de junio de 1991, el director de la Organización Meteorológica Mundial dijo: “La tendencia es bastante clara. Entre el decenio de 1960 y el decenio de 1980 se ha quintuplicado la frecuencia con que ocurren los grandes desastres naturales y se ha triplicado el total de las pérdidas económicas”. La revista Salud Mundial, de la Organización Mundial de la Salud, organismo de las Naciones Unidas, amplía la perspectiva del tema al decir: “La historia nos brinda abundantes ejemplos de desastres naturales y de sus efectos devastadores. Ahora bien, a medida que se acerca el siglo XXI, el inestable entramado de circunstancias demográficas, ecológicas y tecnológicas con que nos enfrentamos hace que muchas poblaciones sean más vulnerables que otras al impacto de las catástrofes, tanto las naturales como las provocadas por el hombre”.
Estas declaraciones no sorprenden a nadie que esté al corriente de los sucesos mundiales. Los medios de comunicación abundan en noticias sensacionales, ya sea una erupción volcánica en las Filipinas, un terremoto en California, una inundación en Bangladesh, el hambre en Somalia, un huracán en Hawai o un maremoto en Nicaragua. Difícilmente pasa un mes sin que se oiga la noticia de un desastre en una u otra parte del mundo.
Algunas personas no conceden importancia a estos sucesos. Piensan que el aparente aumento de los desastres en nuestro tiempo se debe sencillamente a que tenemos mejores medios de comunicación o mejores bases de datos. También piensan que hoy sufre más gente debido a los desastres simplemente porque hay más gente en el mundo. ¿Son satisfactorios estos argumentos?
Fíjese en lo que dice el artículo supracitado de New Scientist. “Se informaron 523 desastres en los años sesenta y 767 en los setenta. Para los ochenta la cantidad había ascendido a 1.387”. Explica que “el aparente aumento experimentado durante el pasado decenio puede deberse en parte a que China y la Unión Soviética han informado más abiertamente los desastres que han sufrido”. Luego añade: “Aun así, la cantidad está aumentando”. El apresurado incremento del número de desastres no se puede minimizar ni atribuir solo a mejores medios de comunicación y mejores bases de datos.
Además, la revista Crónica ONU de marzo de 1992 informa: “Durante los dos últimos decenios, unos 3 millones de personas perdieron la vida y otras 800.000[.000] se vieron afectadas por ‘los estragos, las penurias y los sufrimientos’ causados por los desastres naturales”. Esto significa que aproximadamente una de cada siete personas del mundo se ha visto afectada por algún tipo de desastre o tragedia, un dato verdaderamente asombroso y que deja poca duda de que vivimos en un tiempo de convulsión e inquietud.
Dado que la Biblia predice un tiempo de gran angustia, ¿hay que entender que Dios es el responsable de los desastres y el sufrimiento resultante? Muchos así lo creen. Ahora bien, ¿qué muestran los hechos? Y más importante aún, ¿qué muestra la Biblia?
[Reconocimiento de la foto de la portada]
Portada: W. Faidley/Weatherstock
[Reconocimientos en la página 3]
Foto central: Mark Peters/Sipa Press
OMS/Liga de la Cruz Roja
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¿Es Dios responsable de los desastres naturales?La Atalaya 1993 | 1 de diciembre
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¿Es Dios responsable de los desastres naturales?
“DIOS, ¿qué nos has hecho?”
Esto es lo que dijo un superviviente que contempló la destrucción causada por la erupción del volcán Nevado del Ruiz en Colombia el 13 de noviembre de 1985. La avalancha de lodo resultante sepultó toda la ciudad de Armero y mató a 20.000 personas en una sola noche.
Son comprensibles las palabras de ese superviviente. Desde tiempos antiguos, las personas, impotentes ante las temibles fuerzas de la naturaleza, han atribuido a Dios los desastres naturales. Los pueblos primitivos presentaban ofrendas, incluso sacrificios humanos, para apaciguar a sus dioses del mar, el cielo, la tierra, las montañas, los volcanes y otras fuentes de peligro. Aun hoy en día, muchas personas aceptan las consecuencias de las catástrofes naturales como obra del destino o la voluntad de Dios.
Pero ¿es Dios realmente responsable de los desastres que ocasionan tantas muertes y sufrimiento humano por todo el mundo? ¿Se le puede culpar a él? Para contestar estas preguntas, tenemos que conocer mejor todo lo implicado en los desastres. Es necesario reexaminar algunos hechos conocidos.
¿Qué es un “desastre natural”?
Los titulares de todo el mundo se hicieron eco del terremoto que asoló Tangshan (China) y causó la muerte de 242.000 personas, según las informaciones oficiales chinas, así como del huracán Andrew, que azotó el sur de Florida y Louisiana (E.U.A.) y causó daños por valor de miles de millones de dólares. Pero, ¿qué habría sucedido si el terremoto se hubiera producido en el desierto deshabitado de Gobi, a unos 1.100 kilómetros al noroeste de Tangshan, o si el huracán Andrew hubiera tomado un curso diferente y se hubiera extinguido en el mar sin afectar para nada la tierra? Posiblemente ahora ni se les recordaría.
Está claro, pues, que cuando hablamos de desastres naturales, no nos referimos sencillamente a manifestaciones espectaculares de las fuerzas de la naturaleza. Todos los años hay miles de terremotos, grandes y pequeños, y decenas de tormentas, huracanes, tifones, erupciones volcánicas y otros fenómenos violentos que no hacen más que traducirse en datos estadísticos para el archivo. Sin embargo, cuando estos sucesos causan muchas muertes y gran destrucción de la propiedad, y paralizan la actividad cotidiana, se convierten en desastres.
Debe tenerse en cuenta que los daños y las pérdidas resultantes no son siempre proporcionales a las fuerzas naturales implicadas. El mayor desastre no lo causa necesariamente la manifestación más intensa de fuerzas naturales. Por ejemplo, en 1971 un terremoto de 6,6 en la escala de Richter azotó San Francisco (California) y mató a 65 personas. Un año más tarde, un seísmo de 6,2 mató a 5.000 en Managua (Nicaragua).
Por lo tanto, debemos preguntarnos con respecto al aumento de la destructividad de los desastres naturales: ¿Se han hecho más violentas las fuerzas de la naturaleza? ¿O han contribuido al problema factores humanos?
¿Quién es responsable?
La Biblia identifica a Jehová Dios como el Magnífico Creador de todas las cosas, entre ellas, las fuerzas naturales de la Tierra. (Génesis 1:1; Nehemías 9:6; Hebreos 3:4; Revelación 4:11.) Ello no significa que Dios cause el movimiento del aire o la lluvia en todo momento; antes bien, él ha establecido ciertas leyes que regulan la Tierra y su ambiente. Por ejemplo, en Eclesiastés 1:5-7 leemos acerca de tres fenómenos esenciales para la vida en la Tierra: la salida y la puesta del Sol todos los días, los invariables recorridos de los vientos y el ciclo del agua. Con el conocimiento de la humanidad o sin él, estos sistemas naturales y otros similares relacionados con el clima, la geología y la ecología han funcionado por miles de años en la Tierra. El escritor de Eclesiastés resalta en este pasaje el gran contraste que existe entre la creación, inmutable e indefinida, y la naturaleza de la vida humana, transitoria y temporal.
Jehová no solo es el Creador de las fuerzas naturales, sino que también tiene el poder de controlarlas. En la Biblia hallamos varios relatos que muestran que Jehová controló y manipuló tales fuerzas para cumplir su propósito. Entre ellos se encuentran la división de las aguas de mar Rojo en los días de Moisés y la detención del Sol y la Luna en su trayectoria celeste en tiempos de Josué. (Éxodo 14:21-28; Josué 10:12, 13.) Jesucristo, el Hijo de Dios y Mesías prometido, también demostró su poder sobre las fuerzas naturales, como cuando calmó una tormenta en el mar de Galilea. (Marcos 4:37-39.) Relatos como este no dejan ninguna duda de que Jehová Dios y su Hijo, Jesucristo, pueden ejercer un control completo sobre todo lo que afecta la vida en la Tierra. (2 Crónicas 20:6; Jeremías 32:17; Mateo 19:26.)
Siendo este el caso, ¿podemos culpar a Dios por la mayor destructividad de los desastres naturales de tiempos recientes? Para contestar esta pregunta, primero debemos examinar si hay prueba de que las fuerzas de la naturaleza se hayan hecho mucho más violentas e incontrolables.
A este respecto, el libro Natural Disasters—Acts of God or Acts of Man? dice: “No hay ninguna prueba de que estén cambiando los mecanismos climatológicos relacionados con las sequías, las inundaciones y los ciclones. Y ningún geólogo afirma que los movimientos terrestres que causan terremotos, volcanes y maremotos sean ahora más violentos”. De igual modo, el libro La inestable Tierra observa: “En las rocas de cada continente están registrados un número indeterminable de eventos geológicos mayores y menores, cada uno de los cuales revestiría las características de una catástrofe para el género humano si se produjese en nuestros días, y está científicamente demostrado que tales acontecimientos ocurrirán de nuevo una y otra vez en el futuro”. En otras palabras: la Tierra y sus fuerzas dinámicas se han mantenido sin grandes cambios a través de los siglos. Por lo tanto, aunque algunos datos indiquen que se está produciendo un aumento de la actividad geológica o de otra índole, la Tierra no es más violenta ni incontrolable hoy que en el pasado.
¿Qué da cuenta, entonces, de la mayor frecuencia y destructividad de los desastres naturales que ocurren en nuestro tiempo? Si no se puede culpar a las fuerzas naturales, el dedo delator parece apuntar al factor humano. En realidad, las autoridades han reconocido que las actividades humanas han hecho al medio ambiente más proclive y vulnerable a los desastres naturales. La creciente necesidad de alimento en las naciones en desarrollo obliga a los agricultores a cultivar la tierra en exceso o a recurrir a la deforestación para conseguir más terreno, lo cual ocasiona una grave erosión del suelo. El aumento de la población también fomenta el crecimiento de barrios míseros construidos anárquicamente en zonas inseguras. Incluso en las naciones más desarrolladas, la gente se expone al peligro a pesar de las claras advertencias que reciben, como los millones de personas que viven a lo largo de la falla de San Andrés, en California. En tales circunstancias, cuando se produce un fenómeno inusual, como una tormenta, una inundación o un terremoto, ¿pueden calificarse de “naturales” sus desastrosas consecuencias?
Un ejemplo típico es la sequía en el Sahel africano. Normalmente entendemos la sequía como la carencia de lluvia o de agua que ocasiona hambre, inanición y muerte. Pero ¿se debe el grave hambre de esa región a la falta de agua? El libro Nature on the Rampage (La naturaleza desbocada) dice: “Las pruebas que han recogido los científicos y los organismos humanitarios indican que el hambre persiste no solo por la sequía prolongada, sino por los abusos prolongados de la tierra y del agua. [...] La continua desertización del Sahel es mayormente un fenómeno causado por el hombre”. Un rotativo sudafricano, The Natal Witness, observa: “El hambre no es falta de alimento; es falta de acceso al alimento. En otras palabras, es pobreza”.
Lo mismo puede decirse de la destrucción que causan otras catástrofes. Los estudios han puesto de manifiesto que las naciones más pobres sufren índices de mortalidad causada por desastres naturales desproporcionadamente superiores a los de las naciones más ricas del mundo. Por ejemplo, según un estudio, de 1960 a 1981 ocurrieron en Japón 43 terremotos y otros desastres, en los que perdieron la vida 2.700 personas, un promedio de 63 muertes por desastre. En el mismo tiempo, Perú sufrió 31 desastres con un total de 91.000 víctimas, es decir, 2.900 por desastre. ¿A qué se debe la diferencia? Las fuerzas naturales pueden haber desencadenado el desastre, pero la gran diferencia en pérdida de vidas y destrucción de propiedad debe atribuirse a la actividad humana, tanto social como económica y política.
¿Cuáles son las soluciones?
Los científicos y los expertos han intentado por muchos años hallar maneras de enfrentarse a los desastres naturales. Sondean la Tierra a gran profundidad para entender la dinámica de los terremotos y las erupciones volcánicas. Observan mediante satélites las condiciones atmosféricas a fin de hacer un seguimiento de los ciclones y huracanes o predecir inundaciones y sequías. Toda esta investigación ha provisto la información que esperan que les ayude a paliar el impacto de las fuerzas naturales.
¿Han valido la pena esas medidas? Una organización medioambiental comenta con respecto a estas fuertes inversiones de alta tecnología: “Tienen su lugar, pero si consumen una cantidad desproporcionada de dinero y esfuerzo —si sirven de excusa para pasar por alto los riesgos propios de las sociedades de las víctimas, que empeoran los desastres—, entonces pueden hacer más daño que beneficio”. Por ejemplo, aunque es útil saber que el delta de la costa de Bangladesh está bajo la constante amenaza de inundaciones y maremotos, este conocimiento no impide que millones de habitantes se vean obligados a vivir allí. Como consecuencia, los repetidos desastres que se producen arrojan un resultado de cientos de miles de víctimas.
Está claro que la información técnica es útil solo hasta cierto grado. También hay que aliviar las presiones que obligan a la gente a vivir en zonas particularmente expuestas a peligros o a vivir de una forma que arruina el medio ambiente. En otras palabras, para mitigar el daño que causan los elementos, sería necesario dar un giro completo al sistema social, económico y político del mundo. ¿Quién es capaz de conseguir tal cosa? Solo Aquel que puede incluso controlar las fuerzas que desencadenan los desastres naturales.
Lo que Dios hará en el futuro
Jehová Dios no solo tratará los síntomas, sino que llegará a la raíz de la miseria humana. Pondrá fin a los sistemas políticos, comerciales y religiosos, que son codiciosos y opresivos y han “dominado al hombre para perjuicio suyo”. (Eclesiastés 8:9.) Cualquiera que conozca bien la Biblia sabrá que en sus páginas se encuentran muchas profecías que indican que Dios eliminará de la Tierra la iniquidad y el sufrimiento e instaurará un paraíso terrestre de paz y justicia. (Salmo 37:9-11, 29; Isaías 13:9; 65:17, 20-25; Jeremías 25:31-33; 2 Pedro 3:7; y Revelación 11:18.)
Esto es, en realidad, lo que Jesús enseñó a todos sus seguidores a pedir: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”. (Mateo 6:10.) El Reino Mesiánico eliminará toda la gobernación humana imperfecta y la reemplazará, como predijo el profeta Daniel: “En los días de aquellos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos”. (Daniel 2:44.)
¿Qué logrará el Reino de Dios que no pueden conseguir las naciones hoy? La Biblia ofrece una fascinante vista por anticipado de lo que ha de venir. En vez de hambre y pobreza, como se ve en estas páginas, habrá “abundancia de grano en la tierra; en la cima de las montañas habrá sobreabundancia”, y “el árbol del campo tendrá que dar su fruto, y la tierra misma dará su producto, y realmente resultarán estar en su suelo en seguridad”. (Salmo 72:16; Ezequiel 34:27.) Con respecto al medio ambiente, la Biblia nos dice: “El desierto y la región árida se alborozarán, y la llanura desértica estará gozosa, y florecerá como el azafrán. [...] Pues en el desierto habrán brotado aguas, y torrentes en la llanura desértica. Y el suelo abrasado por el calor se habrá puesto como un estanque lleno de cañas; y el suelo sediento, como manantiales de agua”. (Isaías 35:1, 6, 7.) Y no habrá más guerras. (Salmo 46:9)
La Biblia no nos dice cómo conseguirá Jehová Dios la realización de estas palabras y cómo controlará todas las fuerzas naturales de modo que no causen más daño. No obstante, lo cierto es que todos aquellos que vivan bajo ese gobierno justo “no se afanarán para nada, ni darán a luz para disturbio; porque son la prole que está compuesta de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos”. (Isaías 65:23.)
Tanto en las páginas de esta revista como en las de otras publicaciones de la Sociedad Watch Tower, los testigos de Jehová han señalado repetidamente que el Reino de Dios se estableció en los cielos en el año 1914. Se ha dado un testimonio mundial por casi ochenta años bajo la dirección de ese Reino, y hoy estamos en el umbral de los prometidos “nuevos cielos y una nueva tierra”. No solo se librará a la humanidad de los estragos de los desastres naturales, sino también de todo el dolor y sufrimiento que ha plagado al ser humano por los últimos seis mil años. Se podrá decir ciertamente de ese tiempo venidero: “Las cosas anteriores han pasado”. (2 Pedro 3:13; Revelación 21:4.)
Pero ¿y en la actualidad? ¿Ha actuado Dios en favor de los que están angustiados por los desastres naturales o por otras circunstancias? Ha hecho mucho, pero no necesariamente como la mayoría de las personas hubieran esperado.
[Fotografías en las páginas 8, 9]
Las actividades humanas han hecho al medio ambiente más proclive a los desastres naturales
[Reconocimientos]
Laif/Sipa Press
Chamussy/Sipa Press
Wesley Bocxe/Sipa Press
Jose Nicolas/Sipa Press
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Los actos de salvación de Jehová hoy díaLa Atalaya 1993 | 1 de diciembre
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Los actos de salvación de Jehová hoy día
LA BIBLIA nos dice de Jehová: “Son muchas las calamidades del justo, pero de todas ellas lo libra Jehová”, y “Jehová sabe librar de la prueba a personas de devoción piadosa”. (Salmo 34:19; 2 Pedro 2:9.)
¿Cómo ayuda Jehová a su pueblo cuando tiene dificultades? No lo hace alterando milagrosamente las fuerzas de la naturaleza o mediante algún acto sobrenatural, como muchas personas creen que debería hacer, sino por medio de otra fuerza que muchos no comprenden del todo: el amor. Sí, Jehová ama a su pueblo, y ha fomentado en ellos un amor mutuo tan fuerte, que le permite hacer por ellos lo que podría considerarse casi milagroso. (1 Juan 4:10-12, 21.)
Algunos pueden pensar que lo que se necesita en una emergencia es alimento, medicamentos y materiales, no amor. Por supuesto, el alimento, los medicamentos y los materiales son importantes. Sin embargo, el apóstol Pablo razona: “Si tengo el don de profetizar y estoy enterado de todos los secretos sagrados y de todo el conocimiento, y si tengo toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si doy todos mis bienes para alimentar a otros, y si entrego mi cuerpo, para jactarme, pero no tengo amor, de nada absolutamente me aprovecha”. (1 Corintios 13:2, 3.)
Muchas veces leemos que ciertas provisiones de socorro se echan a perder amontonadas en muelles o que se las comen los roedores, mientras la gente necesitada perece por las enfermedades y el hambre. O peor aún, tales provisiones pueden caer en manos de gente codiciosa y sin escrúpulos que las utiliza para provecho propio. De modo que una cosa es disponer de provisiones, y otra muy diferente es hacer que estas lleguen a los necesitados. El amor e interés sinceros pueden salvar esa brecha.
Amor en acción
En septiembre de 1992, el huracán Iniki azotó la isla hawaiana de Kauai, de 55.000 habitantes. Sus vientos, de 210 Km/h con rachas de 260 Km/h, causaron la muerte a dos personas, hirieron a 98, afectaron al 75% de las viviendas, dejaron a 8.000 personas sin hogar y produjeron daños por valor de 1.000 millones de dólares (E.U.A.). En esta isla vivían unos ochocientos testigos de Jehová, repartidos en seis congregaciones. ¿Qué fue de ellos?
Antes de que azotara el huracán, los ancianos de las congregaciones, bajo la dirección del superintendente de circuito, se pusieron en contacto con todos los hermanos para ver si estaban a salvo y seguros, preparados para la embestida. Este interés amoroso fue muy importante e impidió que los Testigos sufrieran daños serios o hasta la muerte. (Compárese con Isaías 32:1, 2.)
Aunque la isla se quedó sin transporte y comunicaciones después del huracán, tres representantes de la sucursal de Honolulú de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract fueron de los primeros que se presentaron en la zona del desastre, tras obtener un permiso especial de defensa civil para volar a Kauai. Se pusieron en contacto inmediatamente con los Testigos locales y, a la mañana siguiente, organizaron una reunión a fin de planear la estrategia a seguir. Se formó un comité de socorro para calcular lo que se requería y conseguir los materiales necesarios a través de la sucursal de Honolulú. Trabajaron sin descanso para dirigir la entrega de abastecimientos a los damnificados, y limpiar y reparar sus casas.
Los Testigos de las demás islas respondieron sin dilación para ayudar a sus hermanos necesitados. Tan pronto como se abrió el aeropuerto de Kauai, llegaron 70 Testigos con el propósito de ayudar. Se mandaron provisiones de emergencia valoradas en 100.000 dólares [E.U.A.], que incluían generadores, cocinas de cámping, linternas y alimentos. Uno de los Salones del Reino de la isla se usó como almacén; sin embargo, se temía que fuera objeto de saqueo. Entonces llegaron algunos camiones del ejército al estacionamiento del Salón del Reino y los conductores preguntaron si podían estacionarlos allí. Los soldados que montaron guardia para vigilar el cargamento también evitaron indirectamente el temido saqueo.
Los hermanos llevaron los generadores de casa en casa, donde los tenían entre dos y tres horas para ayudar a las personas a mantener funcionando sus neveras. Se mandaron grupos de hermanos a diferentes casas con el fin de limpiar y reparar los daños. Cuando uno de estos grupos reparó la casa de una hermana cuyo esposo se había opuesto violentamente en el pasado, él se conmovió tanto que todo lo que pudo hacer fue contemplar lo que ocurría y llorar. Un visitante del continente que vio a otro grupo de Testigos trabajando quedó tan impresionado por su conducta y organización, que se acercó a ellos y les preguntó qué les hacía tan diferentes. Cuando un hermano le explicó que era su amor a Dios y a sus hermanos cristianos, el hombre respondió: “¿Cómo puedo conocer a Dios?”. (Mateo 22:37-40.) Luego añadió: “Ustedes están tan organizados que probablemente tendrán a alguien esperándome cuando llegue a Florida”.
En total, los testigos de Jehová ayudaron a limpiar y reparar 295 casas en Kauai. Doscientas siete de estas requerían reparaciones menores, pero 54 habían sufrido daños graves y 19 se habían desplomado. También visitaron a todos los Testigos conocidos de la isla para asegurarse de que estuvieran bien. Cuando entregaron unas provisiones a una hermana, una vecina budista dijo que ella no había recibido de los suyos ni siquiera una bolsita de té. Otra señora, a la que un equipo de Testigos limpió la casa, dijo: “Han estado viniendo a mi puerta por mucho tiempo, y les tenía por buenos vecinos, pero esta expresión de amor al prójimo me enseña lo que en realidad es su organización. Muchas gracias por todo su duro trabajo”.
Además de preocuparse por las necesidades materiales de sus compañeros cristianos, los encargados de la operación de socorro estaban igualmente interesados en su bienestar espiritual. Menos de dos días después del huracán, varias congregaciones celebraron de nuevo sus reuniones. Se pusieron en marcha rápidamente varios grupos pequeños de Estudio de Libro. De las islas vecinas acudieron diez ancianos para ayudar a los ancianos locales a realizar visitas de pastoreo a cada uno de los Testigos de Kauai. Al domingo siguiente, las seis congregaciones tuvieron el Estudio de La Atalaya, un discurso de treinta minutos sobre procedimientos de emergencia, que pronunció un miembro del comité de socorro, y un discurso de conclusión, también de treinta minutos, que estuvo a cargo de un miembro del Comité de la Sucursal llegado de Honolulú para este propósito. Un informe de un testigo presencial dice: “Todos se vieron reconfortados por la excelente dirección que se dio, y se sintieron espiritualmente preparados para enfrentarse a los problemas que quedaban. Hubo muy pocos ojos sin lágrimas en el auditorio cuando el programa concluyó, y el aplauso fue espontáneo”.
Una hermandad mundial
Este amor e interés es una característica del pueblo de Jehová en todo el mundo. Cuando el ciclón Val barrió Samoa Occidental un año antes, causó muchos daños; pero los testigos de Jehová de otras partes del mundo acudieron sin demora con el fin de ayudar a sus hermanos. Más tarde, cuando el gobierno suministró fondos a todas las religiones —incluidos los testigos de Jehová— para que repararan sus inmuebles, los Testigos los devolvieron con una carta en la que explicaban que ya habían reparado todos los daños, y que podían usar el dinero para reparar algunos edificios gubernamentales. Un periódico local se hizo eco de este gesto de los Testigos. Un funcionario del gobierno lo leyó y le dijo a un Testigo que se sentía avergonzado de su propia iglesia, pues había aceptado el dinero del gobierno aunque todos los edificios que el ciclón había dañado estaban cubiertos por el seguro.
Del mismo modo, en septiembre de 1992, cuando el río Ouvèze, del sureste de Francia, se desbordó y devastó Vaison-la-Romaine y otras quince comunidades vecinas, los Testigos respondieron con rapidez. En una noche la inundación se cobró 40 víctimas, destruyó 400 hogares, dañó otros centenares y dejó a miles de familias sin agua ni electricidad. Al amanecer del día siguiente, los Testigos de las congregaciones locales fueron los primeros en presentarse para ayudar a las víctimas de la inundación. Las familias Testigos de la región ofrecieron amorosamente sus casas a los que se habían quedado sin cobijo. Centenares de Testigos acudieron de lugares lejanos y cercanos para ofrecer su ayuda. En la ciudad vecina de Orange se estableció un comité de socorro para coordinar los esfuerzos de cuatro equipos de voluntarios, que quitaron el barro de las casas y las limpiaron, lavaron montañas de ropa llena de barro y prepararon y distribuyeron alimento y agua potable por toda la zona afectada. También se ofrecieron para limpiar una escuela local y varios edificios municipales. Tanto sus hermanos como la gente de la comunidad agradecieron su incansable labor.
En muchos otros lugares, los testigos de Jehová han sufrido a consecuencia de los desastres, como inundaciones, tormentas y terremotos, al igual que el resto de la gente. Entendiendo que estos son los resultados de circunstancias imprevistas o imprevisibles, no culpan a Dios ni a nadie más. (Eclesiastés 9:11.) Antes bien, confían en que el amor abnegado de sus hermanos los socorrerá sin importar las terribles circunstancias en las que se encuentren. Tales actos de amor son el resultado de la fe que comparten. El discípulo Santiago explica: “Si un hermano o una hermana están en estado de desnudez y carecen del alimento suficiente para el día, y sin embargo alguno de entre ustedes les dice: ‘Vayan en paz, manténganse calientes y bien alimentados’, pero ustedes no les dan las cosas necesarias para su cuerpo, ¿de qué provecho es? Así, también, la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma”. (Santiago 2:15-17.)
La fuente de la verdadera protección
En lugar de esperar una intervención divina milagrosa, los testigos de Jehová reconocen que su hermandad cristiana mundial va a protegerlos. De hecho, lo que esta hermandad puede lograr en tiempos de angustia es poco menos que milagroso. Recuerdan las palabras de Jesús recogidas en Mateo 17:20: “Si tienen fe del tamaño de un grano de mostaza, dirán a esta montaña: ‘Transfiérete de aquí allá’, y se transferirá, y nada les será imposible”. Sí, cuando la verdadera fe cristiana y el amor entran en acción pueden salvar obstáculos como montañas.
El pueblo de Jehová por todo el mundo siente la mano protectora de su Dios en estos tiempos inestables y peligrosos. Se sienten como el salmista: “En paz ciertamente me acostaré y también dormiré, porque tú, sí, tú solo, oh Jehová, me haces morar en seguridad”. (Salmo 4:8.) Enfocan su atención con confianza en la obra que tienen por delante: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”. (Mateo 24:14.) Y están convencidos de la realización de la promesa de Jehová de un nuevo mundo pacífico y justo, en el que nunca más serán víctimas de desastres de ningún tipo, ni naturales ni causados por el hombre. (Miqueas 4:4.)
[Fotografías en la página 12]
Los Testigos acudieron de lugares lejanos y cercanos para ayudar a las víctimas de la inundación
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