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La ciencia y la religión. Nace el conflictoLa Atalaya 2005 | 1 de abril
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La ciencia y la religión. Nace el conflicto
POSTRADO en su lecho de muerte, el astrónomo de 70 años hacía un esfuerzo supremo por leer. En sus manos tenía un documento que él mismo había escrito y que estaba listo para ser publicado. Lo supiera o no, su obra revolucionaría el criterio predominante sobre el universo y además provocaría una acalorada disputa dentro de la cristiandad. Aun hasta nuestros días perduran los efectos de dicha controversia.
El hombre moribundo era Nicolás Copérnico, un polaco católico, y corría el año 1543. En su obra, titulada Sobre las revoluciones de los orbes celestes, afirmaba que el centro del sistema solar era el Sol, no la Tierra. Copérnico reemplazó de un plumazo el extremadamente complejo sistema geocéntrico —que colocaba a la Tierra en el centro del universo— con una explicación de elegante sencillez.
Al principio había pocos indicios del conflicto que surgiría posteriormente. Por un lado, Copérnico había sido discreto al presentar sus ideas. Por otro lado, la Iglesia Católica, que había adoptado el concepto de que todos los cuerpos celestes tenían como centro nuestro planeta, parecía ser más tolerante con la especulación científica en aquel tiempo. El Papa incluso instó a Copérnico a publicar su libro. Cuando por fin lo hizo, un temeroso editor redactó el prefacio, en el que presentaba la teoría heliocéntrica —el concepto de que la Tierra gira en torno al Sol— como un ideal matemático, no necesariamente como una verdad astronómica.
Un conflicto candente
El siguiente participante del conflicto fue el italiano Galileo Galilei (1564-1642), astrónomo, matemático, físico y también católico. Gracias a los telescopios que él construyó utilizando el recién inventado lente, Galileo vio el cielo como ningún ser humano lo había contemplado. Sus observaciones lo convencieron de que Copérnico estaba en lo correcto. También vio manchas en el Sol, lo cual ponía en tela de juicio otra creencia filosófica y religiosa muy preciada: que el Sol no está sujeto a cambios ni a deterioro.
A diferencia de Copérnico, Galileo era intrépido y vehemente al exponer sus ideas. Y lo hizo en un ambiente religioso más hostil, pues para ese tiempo la Iglesia Católica se había declarado en contra de la teoría copernicana. Por eso, cuando Galileo sostuvo que el sistema heliocéntrico no solo era correcto, sino que estaba en armonía con las Escrituras, la Iglesia consideró que aquello se acercaba peligrosamente a una herejía.a
Aunque Galileo fue a Roma para defenderse, no tuvo éxito. En 1616, la Iglesia le ordenó que dejara de propugnar la teoría copernicana, y lo silenció por algún tiempo. Luego en 1632, Galileo publicó otra obra que apoyaba a Copérnico. Al año siguiente, la Inquisición lo sentenció a cadena perpetua. Sin embargo, por consideración a su edad, inmediatamente conmutaron la sentencia por arresto domiciliario.
Muchos consideran el conflicto entre Galileo y la Iglesia como un gran triunfo de la ciencia sobre la religión, y por extensión, sobre la Biblia. Sin embargo, en el siguiente artículo veremos que esta conclusión simplista pasa por alto muchos factores.
[Nota]
a Galileo se granjeó enemigos acérrimos innecesariamente con sus comentarios ingeniosos y mordaces. Además, al afirmar que la teoría heliocéntrica estaba en armonía con las Escrituras, se erigía como una autoridad en religión, lo cual encolerizó aún más a la Iglesia.
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¿Se contradicen realmente la ciencia y la Biblia?La Atalaya 2005 | 1 de abril
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¿Se contradicen realmente la ciencia y la Biblia?
LAS semillas del conflicto entre Galileo y la Iglesia Católica se sembraron siglos antes de que nacieran Copérnico y Galileo. La teoría geocéntrica —el concepto de que la Tierra es el centro del universo— fue adoptada por los griegos de la antigüedad y fue difundida por el filósofo Aristóteles (384-322 antes de la era común [a.e.c.]) y el astrónomo y astrólogo Tolomeo (siglo segundo de la era común [e.c.]).a
Las ideas de Pitágoras, matemático y filósofo griego del siglo VI a.e.c., influyeron en cómo Aristóteles veía el universo. Al adoptar el punto de vista de Pitágoras de que el círculo y la esfera eran formas perfectas, Aristóteles concluyó que los cielos eran una serie de esferas dentro de otras esferas, como las capas de una cebolla. Cada capa era de cristal, y la Tierra estaba en el centro. Las estrellas se movían en círculos, y su movimiento dependía de la esfera más remota, el asiento del poder divino. Aristóteles también creía que el Sol y los demás cuerpos celestes eran perfectos y que no estaban sujetos a cambio ni podían tener ninguna mancha o deterioro.
El concepto de Aristóteles se originaba en la filosofía, no en la ciencia. Él razonaba que la idea de que la Tierra se mueve iba en contra del sentido común. Además, rechazaba la noción de que hubiera un vacío o espacio, pues creía que un planeta en movimiento sería afectado por la fricción y se detendría si no recibía una fuerza constante. Debido a que su concepto parecía lógico según el conocimiento que se tenía entonces, fue aceptado por la mayoría de la gente durante casi dos mil años. Incluso en una época tan relativamente reciente como el siglo XVI, el filósofo francés Jean Bodin expresó ese punto de vista popular, al decir: “Nadie que esté en su sano juicio o cuente con un mínimo conocimiento de física pensará nunca que la Tierra, con su gran peso y volumen, se bambolea [...] alrededor de su propio eje y del centro del Sol, pues, con la más ligera sacudida de la Tierra, veríamos salir despedidos las ciudades y las fortalezas, los pueblos y las montañas”.
La Iglesia adopta el concepto de Aristóteles
Otra razón por la que hubo una confrontación entre Galileo y la Iglesia surgió en el siglo XIII e implicó a Tomás de Aquino (1225-1274), autoridad teológica del catolicismo. Este respetaba profundamente a Aristóteles, a quien llamaba el Filósofo. Aquino luchó durante cinco años por fusionar la filosofía de Aristóteles con la enseñanza de la Iglesia. En la época de Galileo, dice Wade Rowland en su libro Galileo’s Mistake (El error de Galileo), “el híbrido aristotélico que se hallaba en la teología de Aquino se había convertido en un dogma fundamental de la Iglesia de Roma”. Además, hay que tener presente que en aquellos días no existía una comunidad científica como tal, y la educación estaba mayormente en manos de la Iglesia. Muchas veces la única autoridad tanto en materia religiosa como científica era la Iglesia.
El terreno ya estaba abonado para la confrontación entre la Iglesia y Galileo. Aun antes de que Galileo se interesara en la astronomía, ya había redactado un tratado sobre el movimiento. Dicha obra ponía en tela de juicio muchas de las suposiciones del venerado Aristóteles. Sin embargo, fue el categórico apoyo que Galileo le dio a la teoría heliocéntrica y su afirmación de que concordaba con las Escrituras lo que llevó a que fuera juzgado por la Inquisición en 1633.
En su defensa, Galileo manifestó su fe en que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios. También sostuvo que las Escrituras se escribieron para personas comunes y que las referencias bíblicas al aparente movimiento del Sol no debían interpretarse de manera literal. Sus argumentos fueron en vano. Galileo fue condenado porque no aceptó una interpretación de las Escrituras basada en la filosofía griega. No fue sino hasta 1992 cuando la Iglesia Católica admitió oficialmente que cometió un error de juicio en el caso de Galileo.
Lecciones que aprendemos
¿Qué podemos aprender de estos sucesos? En primer lugar, Galileo no puso en duda lo que dice la Biblia. Lo que sí cuestionó fueron las enseñanzas de la Iglesia. Un escritor de temas religiosos observó: “La lección que aprendemos de Galileo, según parece, no es que la Iglesia se aferrara demasiado a las enseñanzas bíblicas, sino, más bien, que no se aferró lo suficiente a ellas”. Al permitir que la filosofía griega influyera en su doctrina, la Iglesia sucumbió a la tradición en vez de seguir las enseñanzas de la Biblia.
Lo anterior nos hace recordar la advertencia bíblica: “Cuidado: quizás haya alguien que se los lleve como presa suya mediante la filosofía y el vano engaño según la tradición de los hombres, según las cosas elementales del mundo y no según Cristo” (Colosenses 2:8).
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