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  • En búsqueda de predicciones confiables
    La Atalaya 1999 | 15 de julio
    • En búsqueda de predicciones confiables

      POCO después de ascender al trono en el año 336 a.E.C., el rey macedonio que llegó a conocerse como Alejandro Magno visitó el oráculo de Delfos, en el centro de Grecia. Sus ambiciosos planes para el futuro eran nada menos que conquistar gran parte del mundo de aquel tiempo. Pero deseaba tener la garantía divina de que podría llevar a cabo aquella enorme empresa. Según la leyenda, el día que visitó Delfos no se podía consultar al oráculo. Dado que no quería partir sin una respuesta, Alejandro insistió y obligó a la pitonisa a pronunciar una predicción. Debido a su frustración, ella exclamó: “¡Eres invencible, hijo mío!”. El joven rey tomó sus palabras como un buen agüero y pensó que le esperaba una victoriosa campaña militar.

      Sin embargo, Alejandro se hubiera informado mucho mejor sobre el resultado de su campaña si hubiese examinado las profecías que se encontraban en el libro bíblico de Daniel, las cuales predecían con sorprendente exactitud sus veloces conquistas. La tradición dice que, con el tiempo, Alejandro tuvo oportunidad de leer lo que Daniel había escrito sobre él. Según el historiador judío Josefo, cuando el rey macedonio entró en Jerusalén, le mostraron dichas profecías, al parecer las que se encuentran en el capítulo 8 del libro (Daniel 8:5-8, 20, 21). Se dice que por esta causa las devastadoras tropas de Alejandro perdonaron la ciudad.

      Una necesidad humana inherente

      El hombre, tanto del pasado como del presente, sea este rey o plebeyo, ha tenido la necesidad de conocer predicciones confiables relacionadas con el futuro. Como criaturas inteligentes, los seres humanos estudiamos el pasado, somos conscientes del presente y nos interesamos especialmente en el futuro. Un proverbio chino dice acertadamente: “El que pueda prever las cosas con tres días de antelación será rico por miles de años”.

      A lo largo de los siglos, millones de personas han intentado averiguar el futuro consultando fuentes que consideraban de origen divino. Pensemos, por ejemplo, en los antiguos griegos. Ellos tenían muchos oráculos sagrados, tales como los de Delfos, Delos y Dodona, adonde acudían para inquirir de sus dioses sobre temas políticos y militares y también acerca de asuntos privados tales como un viaje, el matrimonio o los hijos. No solo los reyes y los jefes del ejército buscaban la guía de la región espiritual mediante los oráculos, sino tribus enteras y ciudades estado.

      Cierto profesor universitario afirma que, en la actualidad, hay una “repentina proliferación de organizaciones dedicadas al estudio del futuro”. Aun así, muchas personas prefieren no hacer caso de la única fuente exacta de profecías: la Biblia. Descartan de modo tajante la posibilidad de que las profecías bíblicas contengan precisamente la información que están buscando. Algunos especialistas hasta llegan a equipararlas con las predicciones de los antiguos oráculos, y los escépticos de la actualidad normalmente están predispuestos en contra de ellas.

      Le invitamos a que compruebe por sí mismo lo que dice la historia. ¿Qué revela la comparación cuidadosa de las predicciones bíblicas con los oráculos humanos? ¿Podemos confiar en las profecías bíblicas más que en los antiguos oráculos? Y ¿podemos, con confianza, hacer que nuestra vida gire en torno a ellas?

  • Por qué podemos confiar en las profecías bíblicas
    La Atalaya 1999 | 15 de julio
    • Por qué podemos confiar en las profecías bíblicas

      EL REY Pirro de Epiro, región situada en el noroeste de Grecia, había estado implicado en un conflicto con el Imperio romano durante mucho tiempo. Puesto que anhelaba desesperadamente saber en qué acabaría todo, fue a consultar el oráculo de Delfos. La respuesta que recibió podía interpretarse de dos maneras: 1) “Te digo que tú, hijo de Éaco, puedes vencer a los romanos. Irás, regresarás, nunca perecerás en la guerra”. 2) “Digo que los romanos pueden vencerte, hijo de Éaco. Irás, nunca regresarás, perecerás en la guerra.” Él prefirió entender el oráculo de la primera forma y, por lo tanto, emprendió la guerra contra Roma. Pirro sufrió una gran derrota.

      Debido a casos como este, los oráculos antiguos tenían fama de imprecisos y enigmáticos. Pero ¿qué puede decirse de las profecías bíblicas? Algunos críticos sostienen que las profecías que se hallan en la Biblia no son mejores que los oráculos. Dichos críticos afirman que estas eran tan solo predicciones astutas de sucesos futuros que pronunciaban personas muy inteligentes y perspicaces, por lo común de la clase sacerdotal. Supuestamente, estos hombres preveían el curso natural que tomarían ciertos acontecimientos solo gracias a su experiencia y a sus buenos contactos. Al comparar las diversas características de las profecías bíblicas con las de los oráculos, estaremos mejor preparados para sacar conclusiones acertadas.

      En qué difieren

      El sello característico de los oráculos era su ambigüedad. En Delfos, por ejemplo, las respuestas constituían sonidos ininteligibles que los sacerdotes tenían que traducir, para lo que creaban versos que se prestaban a interpretaciones contradictorias. Un clásico ejemplo de ambigüedad es la respuesta que recibió Creso, rey de Lidia, cuando consultó al oráculo: “Si Creso cruza el Halis, destruirá un poderoso imperio”. De hecho, el “poderoso imperio” destruido fue el suyo. Cuando cruzó el río Halis para invadir Capadocia, sufrió la derrota a manos de Ciro el Persa.

      En marcado contraste con los oráculos paganos, las profecías bíblicas destacan por su exactitud y claridad. Tomemos, por ejemplo, el caso de la profecía sobre la caída de Babilonia, escrita en el libro bíblico de Isaías. Unos doscientos años antes de que este suceso tuviese lugar, el profeta Isaías predijo con detalle y precisión que Medopersia derrocaría a Babilonia. La profecía desvelaba el nombre del conquistador, Ciro, y la mismísima estrategia que este emplearía, secar el río que a modo de foso defendía la ciudad fortificada, a la que accedería por sus puertas abiertas. Todo ocurrió justo así (Isaías 44:27–45:2). Profetizó también correctamente que, con el tiempo, Babilonia quedaría deshabitada por completo (Isaías 13:17-22).

      Observe, asimismo, la naturaleza explícita de esta advertencia declarada por el profeta Jonás: “Solo cuarenta días más, y Nínive será derribada” (Jonás 3:4). No hay ninguna ambigüedad en esta afirmación. El mensaje fue tan rotundo y franco que los hombres de Nínive inmediatamente “empezaron a poner fe en Dios, y procedieron a proclamar un ayuno y a ponerse saco”. Como consecuencia de su arrepentimiento, Jehová no trajo la calamidad sobre los ninivitas en aquella ocasión (Jonás 3:5-10).

      Los oráculos se utilizaban para influir en la política. Los gobernantes y los jefes militares citaban a menudo la interpretación que les favorecía con el fin de promover sus propios intereses personales y proyectos, a los que atribuían así un “origen divino”. Sin embargo, los mensajes proféticos de Dios no favorecían los intereses personales de nadie.

      Para ilustrarlo: El profeta de Jehová, Natán, no se retuvo de censurar al rey David cuando este pecó (2 Samuel 12:1-12). Durante el reinado de Jeroboán II sobre las diez tribus de Israel, los profetas Oseas y Amós criticaron severamente al rey rebelde y a sus partidarios por su apostasía y por su conducta que deshonraba a Dios (Oseas 5:1-7; Amós 2:6-8). Especialmente incisiva fue la advertencia que dio Jehová al rey por boca del profeta Amós: “Yo ciertamente me levantaré contra la casa de Jeroboán con una espada” (Amós 7:9). La casa de Jeroboán fue aniquilada (1 Reyes 15:25-30; 2 Crónicas 13:20).

      Los oráculos tenían casi siempre un precio. El que pagaba más recibía el oráculo que le agradaba. Las personas que consultaban los oráculos de Delfos pagaban precios desorbitados a cambio de información sin ningún valor, lo que llenaba el templo de Apolo y los demás edificios de grandes tesoros. En cambio, las profecías y advertencias bíblicas se daban sin costo y sin ningún tipo de parcialidad, independientemente de la posición o la riqueza de la persona a quien se dirigían, pues no se podía sobornar a un profeta verdadero. Por ello, el profeta y juez Samuel pudo preguntar con sinceridad: “¿De mano de quién he aceptado dinero con que se compra el silencio para que cubriera mis ojos con él?” (1 Samuel 12:3).

      Dado que los oráculos solo se daban en ciertos lugares, requería mucho esfuerzo llegar hasta allí a fin de recibirlos. La mayoría de estos santuarios eran casi inaccesibles para la gente común porque se ubicaban en parajes tales como Dodona, situada en el monte Tomarus de Epiro, y Delfos, en el centro montañoso de Grecia. Normalmente, solo los ricos y poderosos podían consultar a los dioses en estos sitios. Además, solo se revelaba “la voluntad de los dioses” durante unos cuantos días al año. En marcado contraste, Jehová Dios enviaba a sus mensajeros los profetas directamente a las personas para que les declarasen las profecías que debían oír. Durante el exilio de los judíos en Babilonia, por ejemplo, Dios tenía al menos tres profetas entre el pueblo: Jeremías en Jerusalén, Ezequiel junto a los exiliados y Daniel en la capital del Imperio babilonio (Jeremías 1:1, 2; Ezequiel 1:1; Daniel 2:48).

      Por lo general, los oráculos se daban en privado para que el destinatario pudiera utilizar la interpretación en su propio beneficio. En cambio, las profecías bíblicas se daban a menudo en público para que todo el mundo pudiese oír el mensaje y comprender sus implicaciones. El profeta Jeremías habló públicamente en Jerusalén muchas veces, aunque sabía que su mensaje era impopular entre los caudillos y los habitantes de la ciudad (Jeremías 7:1, 2).

      En la actualidad, se consideran los oráculos como parte de la historia antigua. No tienen valor práctico para los que vivimos en estos tiempos críticos. Ninguno de ellos habla de nuestro día o de nuestro futuro. Sin embargo, las profecías bíblicas forman parte de “la palabra de Dios [que] es viva, y ejerce poder” (Hebreos 4:12). Las profecías de la Biblia ya cumplidas ejemplifican cómo trata Jehová con las personas y revelan aspectos esenciales de sus propósitos y de su personalidad. Además, todavía quedan importantes profecías bíblicas por cumplirse en el futuro cercano. Hablando de lo que se avecina, el apóstol Pedro escribió: “Hay nuevos cielos [el Reino mesiánico celestial] y una nueva tierra [una sociedad humana justa] que esperamos según [la] promesa [de Dios], y en estos la justicia habrá de morar” (2 Pedro 3:13).

      Esta breve comparación entre las profecías bíblicas y los oráculos de la religión falsa podría, perfectamente, llevarnos a una conclusión similar a la que aparece en el libro The Great Ideas (Las grandes ideas): “En lo que tiene que ver con el conocimiento del futuro por parte del hombre mortal, los profetas hebreos parecen ser inigualables. Al contrario que los agoreros o adivinos paganos, [...] ellos no tienen que emplear artes o estratagemas para penetrar en los secretos divinos. [...] Gran parte de los discursos proféticos, a diferencia de los de los oráculos, no parecen contener ambigüedades. Al menos la intención es, aparentemente, la de revelar, no la de esconder, el plan de Dios con relación a ciertos asuntos a medida que Él mismo desee que el hombre prevea el curso de la providencia”.

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