ARQUEOLOGÍA
La arqueología bíblica es el estudio de los pueblos y acontecimientos mencionados en la Biblia a través del fascinante registro sepultado en la tierra. El arqueólogo cava, analiza la roca, las paredes, los edificios en ruinas y las ciudades desmoronadas; descubre alfarería, tablillas de arcilla, inscripciones, tumbas y otros restos antiguos de los que va recogiendo información. A menudo tales estudios mejoran el entendimiento de las circunstancias en las que se escribió la Biblia y las condiciones de vida de los hombres de fe de la antigüedad, así como de los idiomas que hablaron ellos y los pueblos circunvecinos. La arqueología ha ampliado nuestro conocimiento de todas las regiones citadas en la Biblia: Palestina, Egipto, Persia, Asiria, Babilonia, Asia Menor, Grecia y Roma.
La arqueología bíblica es un estudio científico relativamente nuevo. Fue en 1822 cuando se halló en la Piedra Rosetta la clave para descifrar la escritura jeroglífica egipcia. Veinte años más tarde se logró comprender la escritura cuneiforme asiria. En 1843 se dio comienzo a un programa de excavaciones en Asiria, y en 1850 se hizo lo propio en Egipto.
Algunos lugares y hallazgos más importantes. La arqueología ha servido para confirmar muchos aspectos históricos del relato bíblico en relación con estas tierras y para apoyar cuestiones que en algún tiempo pusieron en duda los críticos modernos. Ha sido posible demostrar que hoy carecen de fundamento tanto el escepticismo mantenido respecto al relato de la Torre de Babel, como la negación de la existencia del rey babilonio Belsasar y el rey asirio Sargón (cuyos nombres no se hallaron en fuentes extrabíblicas al menos hasta el siglo XIX) y hasta la crítica adversa que se ha hecho de diversos aspectos de estas tierras mencionados en la Biblia. Se ha desenterrado un verdadero caudal de prueba material que concuerda por completo con el texto bíblico.
Babilonia. Las excavaciones efectuadas en la antigua ciudad de Babilonia y en sus alrededores han sacado a la luz la ubicación de varios zigurats o templos en forma de pirámides escalonadas, como el templo en ruinas de Etemenanki dentro del recinto amurallado de Babilonia. Los registros e inscripciones que se hallaron concernientes a estos templos a menudo contienen las palabras: “Su cima llegará a los cielos”. Hay registro de que el rey Nabucodonosor dijo: “Elevé la cúspide de la Torre escalonada de Etemenanki de modo que su cumbre rivalizara con los cielos”. Un fragmento de arcilla hallado al N. del templo de Marduk, en Babilonia, puede tener relación con la caída de una torre como esa y con la confusión del lenguaje, aunque no menciona específicamente un zigurat. (The Chaldean Account of Genesis, de George Adam Smith, revisado y corregido [con adiciones] por A. H. Sayce, 1880, pág. 164.) Se descubrió que el zigurat ubicado en Uruk (la Erec bíblica) estaba construido con arcilla, ladrillos y asfalto. (Compárese con Gé 11:1-9.)
Cerca de la Puerta de Istar de Babilonia, se desenterraron alrededor de trescientas tablillas cuneiformes que se remontan al período del reinado de Nabucodonosor. Entre las listas de nombres de trabajadores y cautivos que entonces vivían en Babilonia y a los que se daban provisiones, aparece el de “Yaukin, rey de la tierra de Yahud”, es decir, “Joaquín, el rey de la tierra de Judá”, llevado a Babilonia cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén en 617 a. E.C., pero a quien liberó de la casa de detención Awel-Marduk (Evil-merodac), sucesor de Nabucodonosor, y a quien se prescribió una porción designada de alimento. (2Re 25:27-30.) En estas tablillas también se menciona a cinco de los hijos de Joaquín. (1Cr 3:17, 18.)
Ciertos hallazgos han puesto al descubierto una gran cantidad de información sobre el panteón de dioses babilonios, entre ellos el principal dios, Marduk —más tarde llamado Bel—, y el dios Nebo, ambos mencionados en Isaías 46:1, 2. Mucha de la información sobre las inscripciones del reinado de Nabucodonosor tiene que ver con su amplio programa de construcción, que hizo de la Babilonia de su día una espléndida urbe. (Compárese con Da 4:30.) El nombre de Awel-Marduk, su sucesor (llamado Evil-merodac en 2Re 25:27), aparece en una vasija descubierta en Susa (Elam).
También en Babilonia, en el lugar donde estaba el templo del dios Marduk, se encontró un cilindro de arcilla del rey Ciro, el conquistador de Babilonia. Este cilindro relata la facilidad con que Ciro capturó la ciudad y también da cuenta de su política de repatriar a los pueblos cautivos que residían en Babilonia, lo que armoniza con el registro bíblico que había profetizado que Ciro sería el conquistador de Babilonia y quien repatriaría a los judíos a Palestina durante su reinado. (Isa 44:28; 45:1; 2Cr 36:23.)
Las excavaciones realizadas cerca de la actual Bagdad en la segunda mitad del siglo XIX aportaron muchas tablillas y cilindros de arcilla, como la hoy famosa Crónica de Nabonido. Todas las objeciones levantadas en contra del capítulo cinco del libro de Daniel, en cuanto a que Belsasar gobernara en Babilonia al tiempo de la caída de esta ciudad, se desvanecieron gracias a este documento, que probó que Belsasar, el mayor de los hijos de Nabonido, era corregente con su padre, quien en la parte final de su reinado, confió el gobierno de Babilonia a su hijo.
Ur, el que fuera antiguo hogar de Abrahán (Gé 11:28-31), dio prueba de haber sido una metrópoli prominente con una civilización muy avanzada. Esta ciudad sumeria se encontraba situada sobre el Éufrates, cerca del golfo Pérsico. Las excavaciones que hizo sir Leonard Woolley indican que dicha ciudad estaba en la cúspide de su poder y prestigio cuando Abrahán partió de allí hacia Canaán, antes de 1943 a. E.C. Su templo en forma de zigurat es el mejor conservado de todos los que se han encontrado. Las tumbas reales de Ur proveyeron una enorme abundancia de objetos de oro y joyas de un gran valor artístico, así como instrumentos musicales, entre ellos el arpa. (Compárese con Gé 4:21.) Además, se encontró un hacha pequeña de acero, no meramente de hierro. (Compárese con Gé 4:22.) También en este lugar, miles de tablillas de arcilla revelaron muchos detalles en cuanto a cómo se vivía hace unos cuatro mil años. (Véase UR núm. 2.)
Asiria. En 1843 se descubrió sobre un afluente septentrional del río Tigris, cerca de Jorsabad, el palacio del rey asirio Sargón II, situado sobre una plataforma de casi 10 Ha. Los trabajos arqueológicos allí efectuados sacaron a este rey mencionado en Isaías 20:1 de la oscuridad en la que se encontraba y lo elevaron a un lugar de importancia histórica. (GRABADO, vol. 1, pág. 960.) En uno de sus anales, Sargón II se atribuye la conquista de Samaria (740 a. E.C.). También registra la captura de Asdod, referida en Isaías 20:1. Aunque en un tiempo muchos destacados escriturarios pensaron que Sargón II no había existido, hoy es uno de los reyes asirios más conocidos.
Nínive, la capital de Asiria, fue donde se hicieron las excavaciones que desenterraron el inmenso palacio de Senaquerib, que tenía unas 70 habitaciones con 3.000 m. de paredes cubiertas de losas esculpidas. En una de ellas se representa a prisioneros judaítas llevados al cautiverio después de la caída de Lakís, en 732 a. E.C. (2Re 18:13-17; 2Cr 32:9; GRABADO, vol. 1, pág. 952.) Más interesantes aún resultaron ser los anales de Senaquerib hallados en Nínive y que estaban inscritos en prismas de arcilla. En uno de ellos Senaquerib narra la campaña asiria contra Palestina durante el reinado de Ezequías (732 a. E.C.), pero —y esto es muy notable— el jactancioso monarca no alardea de haber tomado la ciudad de Jerusalén, lo que da apoyo al registro bíblico. (Véase SENAQUERIB.) El informe del asesinato de Senaquerib a manos de sus hijos también se registra en una inscripción de Esar-hadón, su sucesor, así como en una inscripción del siguiente rey. (2Re 19:37.) Además de la mención que Senaquerib hace del rey Ezequías, también aparecen en los registros cuneiformes de diversos emperadores asirios los nombres de Acaz y Manasés, reyes de Judá, y los de Omrí, Jehú, Jehoás, Menahem y Hosea, reyes de Israel, así como el de Hazael, rey de Damasco.
Persia. Cerca de Behistún, en Irán (la antigua Persia), el rey Darío I (521-486 a. E.C.; Esd 6:1-15) hizo grabar una inscripción monumental en lo alto de un despeñadero de caliza, en la que narraba la unificación del Imperio persa que había logrado y atribuía el éxito a su dios Ahura Mazda. Es de valor primordial el que la inscripción se registrara en tres idiomas: babilonio (acadio), elamita y persa antiguo, pues esta fue la clave para descifrar la escritura cuneiforme asirobabilonia, ininteligible hasta ese entonces. Como resultado de este trabajo, ahora es posible leer miles de tablillas de arcilla e inscripciones en lenguaje babilonio.
Entre 1880 y 1890, arqueólogos franceses excavaron en Susa, el escenario de los acontecimientos registrados en el libro de Ester. (Est 1:2.) Una vez desenterrado el palacio real de Jerjes, que abarcaba una superficie aproximada de una hectárea, se descubrió el esplendor y la magnificencia de los reyes persas. Los hallazgos confirmaron la exactitud de los detalles mencionados por el escritor del libro de Ester concerniente a la administración del reino persa y la construcción del palacio. El libro The Monuments and the Old Testament (de I. M. Price, 1946, pág. 408) comenta: “No hay nada descrito en el Antiguo Testamento que pueda recomponerse tan vívida y exactamente por medio de las excavaciones actuales como ‘Susa el palacio’”. (Véase SUSA.)
Mari y Nuzi. Desde 1933 se han venido realizando excavaciones en la antigua ciudad real de Mari (Tell Hariri), ubicada cerca del Éufrates y a unos 11 Km. al NNO. de Abu Kemal, en el SE. de Siria. Con el tiempo se desenterró un enorme palacio de unas 6 Ha. que tenía 300 habitaciones, en el que se encontraron unos archivos con más de 20.000 tablillas de arcilla. En el recinto palaciego se hallaban las estancias reales, habitaciones administrativas y una escuela de escribas. Muchas paredes lucían grandes pinturas murales al fresco, en los cuartos de baño había bañeras y en las cocinas del palacio se encontraron moldes de pastelería. Según parece, la ciudad fue una de las más sobresalientes y brillantes que hubo hacia el inicio de la andadura del II milenio a. E.C. Las inscripciones en tablillas de arcilla contenían, entre otras cosas, decretos reales, asuntos públicos, cuentas y dictámenes para la construcción de canales, esclusas, diques y otros proyectos de riego, así como correspondencia aduanera y de política exterior. Hay registro de frecuentes censos tomados con motivo de la aplicación de impuestos y el alistamiento militar. La religión ocupaba un lugar destacado, en particular el culto a la diosa de la fertilidad, Istar, cuyo templo también se encontró. Se practicaba la adivinación del mismo modo que en Babilonia: mediante la observación del hígado, la astrología y métodos similares. El rey babilonio Hammurabi destruyó prácticamente esta ciudad. Fue de particular interés el hallazgo de nombres como Péleg, Serug, Nacor, Taré y Harán, todos anotados como nombres de ciudades del N. de Mesopotamia y que correspondían a nombres de familiares de Abrahán. (Gé 11:17-32.)
En Nuzi, una ciudad situada al E. del Tigris y al SE. de Nínive que fue desenterrada entre 1925 y 1931, se encontró un mapa grabado en arcilla —el más antiguo que se ha descubierto— y también pruebas de que hacia el siglo XV a. E.C. ya se efectuaban allí operaciones de compra-venta por pagos aplazados. Se sacaron a la luz unas veinte mil tablillas de arcilla que, según se cree, escribieron en lenguaje babilonio escribas huritas. En este conjunto de documentos había un caudal de información sobre la jurisprudencia de la época, en relación con cuestiones como la adopción, contratos matrimoniales, derechos de herencia y testamentos. En algunos respectos se aprecia una estrecha similitud con las costumbres patriarcales referidas en el relato de Génesis. Cuando una pareja no tenía hijos, existía la costumbre de adoptar uno para que atendiese al matrimonio en su vejez, le diese sepultura y heredase el patrimonio familiar, costumbre que guarda relación con las palabras de Abrahán en Génesis 15:2 acerca de Eliezer, su esclavo de confianza. Se cuenta también la venta de un derecho de primogenitura que recuerda el caso de Jacob y Esaú. (Gé 25:29-34.) Además, en estos documentos se hace referencia a la posesión de pequeñas figuras de arcilla, dioses familiares cuya tenencia se consideraba comparable a la posesión de un título de propiedad, de tal modo que al que los poseía se le consideraba como aquel en quien recaía el derecho a la propiedad o a la herencia. Esto podría explicar el hurto de Raquel de los terafim de su padre y el gran interés de este por recuperarlos. (Gé 31:14-16, 19, 25-35.)
Egipto. El relato de la ida de José a Egipto, seguida de la llegada de toda la familia de Jacob y su estancia en esa tierra, suministra la descripción bíblica más detallada de ese país. Los hallazgos arqueológicos ponen de manifiesto lo muy exacto que es este cuadro, tanto que no lo hubiera podido presentar de esa manera un escritor que hubiera vivido mucho tiempo después, como algunos críticos han afirmado. J. G. Duncan dice en cuanto al escritor del relato de José en su libro New Light on Hebrew Origins (1936, pág. 174): “Utiliza el título correcto, tal como se usaba en la época de la que se habla, y en los casos en que no hay una palabra hebrea equivalente, sencillamente adopta la palabra egipcia y la translitera al hebreo”. Los nombres egipcios, la posición que ocupaba José como administrador de la casa de Potifar, las casas de encierro, los títulos “jefe de los coperos” y “jefe de los panaderos”, la importancia que los egipcios daban a los sueños, la costumbre de los panaderos egipcios de llevar las canastas de pan sobre su cabeza (Gé 40:1, 2, 16, 17), la posición como primer ministro y administrador de alimentos que el Faraón otorgó a José, la manera de investirlo de tal poder, el aborrecimiento que sentían los egipcios hacia los pastores de ovejas, la notable influencia de los magos en la corte egipcia, el asentamiento de los israelitas como residentes temporales en la tierra de Gosén, las costumbres funerarias egipcias: todos estos puntos y otros muchos mencionados en el registro bíblico los verifica con claridad el testimonio arqueológico desenterrado en Egipto. (Gé 39:1–47:27; 50:1-3.)
En Karnak (la antigua Tebas), situada a orillas del Nilo, hay un enorme templo egipcio en cuya pared S. aparece una inscripción que confirma la campaña del rey egipcio Sisaq (Sesonq I) en Palestina, mencionada en 1 Reyes 14:25, 26 y 2 Crónicas 12:1-9. El relieve gigantesco en el que se narran sus victorias muestra a 156 prisioneros de Palestina maniatados, cada uno de los cuales representa una ciudad o aldea, cuyo nombre aparece en caracteres jeroglíficos. Entre los nombres identificables se cuentan los de Rabit (Jos 19:20), Taanac, Bet-seán y Meguidó (donde se ha desenterrado una porción de una estela o pilar inscrito de Sisaq) (Jos 17:11), Sunem (Jos 19:18), Rehob (Jos 19:28), Hafaraim (Jos 19:19), Gabaón (Jos 18:25), Bet-horón (Jos 21:22), Ayalón (Jos 21:24), Socoh (Jos 15:35) y Arad (Jos 12:14). En esta relación incluso se menciona el “campo de Abrán” como una de sus capturas, lo que constituye la referencia más antigua a Abrahán en los registros egipcios. También en esta zona se encontró un monumento de Merneptah, hijo de Ramsés II, que contiene un himno en el que aparece la única mención del nombre Israel en textos egipcios antiguos.
En Tell el-Amarna, situada a unos 270 Km. al S. de El Cairo, una campesina descubrió por accidente unas tablillas de arcilla que condujeron al hallazgo de un buen número de documentos escritos en acadio, pertenecientes en su mayoría al archivo real de Amenhotep III y su hijo Akhenatón. Hay unas 380 tablillas, y la mayor parte son correspondencia que enviaron a Faraón los príncipes vasallos de las numerosas ciudades-reinos de Siria y Palestina, incluso alguna de los gobernadores de Lakís, Hazor, Guézer, Meguidó y Urusalim (Jerusalén), y revelan un cuadro de luchas e intrigas. Algunos han relacionado con los hebreos a los “habiru”, contra quienes se presentan muchas quejas en estas cartas, pero todos los indicios tienden a indicar que se trataba más bien de diversos pueblos nómadas que ocupaban un nivel social muy bajo en la sociedad de aquel tiempo. (Véase HEBREO, I [Los “habiru”].)
En Elefantina, una isla del Nilo de nombre griego situada en el extremo S. de Egipto (cerca de Asuán), se estableció una colonia judía después de la caída de Jerusalén en 607 a. E.C. Allí se encontraron en 1903 gran cantidad de documentos escritos en arameo, en su mayor parte en papiro, que datan del siglo V a. E.C. y de la época del Imperio medopersa. Los documentos mencionan a Sanbalat, el gobernador de Samaria. (Ne 4:1.)
Es indudable que los hallazgos más valiosos desenterrados en Egipto son los fragmentos y porciones en papiro de los libros bíblicos, tanto de las Escrituras Hebreas como de las Griegas, algunos de los cuales se remontan al siglo II a. E.C. El clima seco y el suelo arenoso convirtieron a este país en un almacén idóneo para la conservación de tales documentos en papiro. (Véase MANUSCRITOS DE LA BIBLIA.)
Palestina y Siria. En este territorio se han excavado unos seiscientos lugares cuyos restos pueden fecharse. Muchos de los datos obtenidos son de carácter general, es decir: más bien que referirse a acontecimientos específicos, apoyan el registro bíblico en un sentido amplio. Por ejemplo, en el pasado se hicieron esfuerzos por desacreditar el relato bíblico de la desolación completa de Judá durante el cautiverio babilonio. No obstante, las excavaciones verifican en su conjunto el relato bíblico. En este sentido W. F. Albright dice: “No conocemos ni un solo caso de que una ciudad de la Judea [Judá] propiamente dicha estuviera ocupada sin interrupción durante todo el período exílico. Para subrayar el contraste, señalaremos que Betel, que en los tiempos preexílicos se hallaba precisamente al otro lado de la frontera norte de Judea [Judá], no fue destruida en esa época, sino que prosiguió ocupada hasta finales del siglo VI [a. E.C.]”. (Arqueología de Palestina, 1962, pág. 144.)
En la antigua ciudad fortificada de Bet-san (Bet-seán), que guardaba el acceso al valle de Esdrelón por el E., se hicieron excavaciones de gran importancia que revelaron la existencia de dieciocho niveles, lo que exigió que se cavara hasta una profundidad de 21 m. (GRABADO, vol. 1, pág. 959.) El registro bíblico muestra que Bet-san no era una de las ciudades que en un principio ocuparon los israelitas y que para el tiempo de Saúl, la habitaban los filisteos. (Jos 17:11; Jue 1:27; 1Sa 31:8-12.) Las excavaciones apoyan en general este registro e indican que Bet-san sufrió destrucción algún tiempo después de que los filisteos se apoderaran del arca del pacto. (1Sa 4:1-11.) Fue de particular interés el descubrimiento en esta ciudad de ciertos templos cananeos. En 1 Samuel 31:10 se dice que los filisteos pusieron la armadura del rey Saúl “en la casa de las imágenes de Astoret, y su cadáver lo fijaron en el muro de Bet-san”, mientras que 1 Crónicas 10:10 lee: “Pusieron su armadura en la casa del dios de ellos, y su cráneo lo fijaron en la casa de Dagón”. Dos de los templos descubiertos pertenecían a la misma época, y uno de ellos al parecer era el templo de Astoret, mientras que se considera que el otro correspondía a Dagón. Esto armonizaría con los textos citados antes, que hablan de la existencia de dos templos en Bet-san.
Ezión-guéber fue la ciudad portuaria de Salomón situada en el golfo de ʽAqaba. Es posible que corresponda al Tell el-Kheleifeh (desenterrado entre los años 1937 y 1940), donde se hallaron pruebas de la existencia de una antigua fundición de cobre, puesto que en un montículo poco elevado de esa región se encontró escoria de cobre y restos de ese mismo mineral. Sin embargo, el arqueólogo Nelson Glueck modificó radicalmente sus conclusiones originales concernientes al lugar en un artículo publicado en The Biblical Archaeologist (1965, pág. 73). Su punto de vista de que allí había habido un sistema de altos hornos de fundición se basó en el descubrimiento en el más importante de los edificios excavados de lo que —para él— eran “agujeros de chimeneas”. Más tarde llegó a la conclusión de que estas aberturas en los muros del edificio eran el resultado del “deterioro o la quema de vigas de madera que estaban colocadas a lo ancho de los muros y que servían de soportes”. Ahora se cree que el edificio que antes se había considerado una fundición era en realidad una estructura que servía de almacén y granero. Si bien todavía se sostiene que en esa ciudad se llevaban a cabo actividades metalúrgicas, hoy día no se piensa que hayan sido de la envergadura que antes se creyó. Esto subraya el hecho de que los datos arqueológicos dependen en primer lugar de la interpretación individual del arqueólogo, interpretación, por otra parte, que en ningún caso es infalible. La Biblia misma no habla de industrias de cobre en Ezión-guéber, en tanto que alude a la fundición de artículos de este metal en una localidad del valle del Jordán. (1Re 7:45, 46.)
En tiempos de Josué se dijo que la ciudad de Hazor, en Galilea, era “la cabeza de todos estos reinos”. (Jos 11:10.) Las excavaciones practicadas en la zona han demostrado que en su día la ciudad ocupó unas 60 Ha. y debió tener una población numerosa, por lo que debió ser una de las ciudades más importantes de la región. Salomón la fortificó, y, por otra parte, el testimonio de aquel período manifiesta que pudo ser una de las “ciudades de los carros”. (1Re 9:15, 19.)
Con motivo de tres expediciones diferentes (1907-1909; 1930-1936; 1952-1958), la ciudad de Jericó pasó por varios períodos de excavaciones. Las interpretaciones que siguieron a los hallazgos ponen de manifiesto una vez más que la arqueología, como ocurre con otros campos del saber humano, no es una fuente de información absolutamente estable. Aunque cada una de las tres expediciones sacó a la luz información, fueron distintas sus conclusiones respecto a los antecedentes históricos de la ciudad y, en particular, a la fecha de su caída ante el ejército israelita. En cualquier caso, es posible afirmar que, en su conjunto, los hallazgos de estas tres expediciones presentan un cuadro general como el que se ofrece en el libro Arqueología bíblica (de G. E. Wright, 1975, pág. 113), que dice: “La ciudad sufrió una terrible destrucción o una serie de destrucciones durante el segundo milenio antes de Cristo y [...] permaneció prácticamente desierta durante varias generaciones”. La destrucción estuvo acompañada de un gran incendio, como lo muestran los restos desenterrados. (Véase Jos 6:20-26.)
En 1867 se descubrió en Jerusalén un viejo túnel de agua que salía de la fuente de Guihón y penetraba en la colina situada a sus espaldas. (Véase GUIHÓN núm. 2.) Este descubrimiento puede arrojar luz sobre el relato de la toma de la ciudad por David, registrado en 2 Samuel 5:6-10. Entre 1909 y 1911, se despejó el entero sistema de túneles conectados con la fuente de Guihón. Uno de ellos, conocido como el túnel de Siloam, tenía un promedio de unos 2 m. de altura y estaba labrado en roca a lo largo de unos 533 m., desde Guihón hasta el estanque de Siloam, en el valle de Tiropeón (dentro de la ciudad). Así que parece tratarse del proyecto del rey Ezequías mencionado en 2 Reyes 20:20 y 2 Crónicas 32:30. Resultó de gran interés la antigua inscripción hallada en la pared del túnel, escrita en hebreo primitivo, y que narra la perforación de dicho túnel e informa de su longitud. Esta inscripción se usa como punto de referencia para fechar otras inscripciones hebreas que se han encontrado.
A unos 44 Km. al OSO. de Jerusalén, se hallaba Lakís, importante fortaleza del sistema defensivo que protegía la región montañosa de Judá. A este respecto, el profeta menciona en Jeremías 34:7 que “las fuerzas militares del rey de Babilonia estaban peleando contra Jerusalén y contra todas las ciudades de Judá que quedaban, contra Lakís y contra Azeqá; porque estas, las ciudades fortificadas, eran las que quedaban entre las ciudades de Judá”. Las excavaciones realizadas en Lakís han demostrado que en el transcurso de muy pocos años la ciudad fue pasto de las llamas en dos ocasiones, lo que parece indicar que sufrió dos ataques babilonios (618-617 y 609-607 a. E.C.); después permaneció desolada por un largo período de tiempo.
Entre las cenizas del segundo incendio se encontraron veintiún ostraca (fragmentos de vasijas de barro con escritura grabada), que, según se cree, forman parte de una correspondencia mantenida poco antes de que Nabucodonosor destruyese la ciudad en su último ataque. Se les conoce como las Cartas de Lakís, y reflejan una situación crítica y angustiosa. Parece que se escribieron a Yaós, el comandante del ejército de Lakís, desde un destacamento de las fuerzas judaítas. (GRABADO, vol. 1, pág. 325.) La carta IV dice lo siguiente: “¡Quiera Yahweh que mi señor oiga hoy buenas noticias! [...] Y sepa (mi señor) que vigilamos las señales de Lakiš, según las indicaciones que mi señor dio, pues no vemos Azeqah”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, pág. 252.) Esto recoge con notable parecido la misma situación referida en el pasaje de Jeremías 34:7, citado antes, y parece que deja entrever que o bien Azeqá ya había caído o por alguna razón no se comunicaba por medio de las señales de humo convenidas.
La carta III, escrita por un tal Hosaya, contenía el siguiente comunicado: “¡Quiera Yahweh que mi señor escuche noticias de paz! [...] Y se ha notificado a tu siervo, diciendo: ‘El jefe de la hueste, Konyah, hijo de Elnatán, ha descendido para ir a Egipto; y a Hodawyah, hijo de Ahiyyah, y sus hombres ha enviado para obtener ... de él [es decir, obtener alimentos]’”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, págs. 251, 252.) El fragmento bien podría referirse al hecho de que Judá buscase la ayuda de Egipto, algo que los profetas habían condenado. (Jer 46:25, 26; Eze 17:15, 16.) Los nombres de Elnatán y Hosaya, que se hallan en el texto de esta carta, también se encuentran en Jeremías 36:12 y 42:1. Otros nombres en esta colección de cartas aparecen asimismo en Jeremías: Guemarías (36:10), Nerías (32:12) y Jaazanías (35:3). No se puede afirmar que estos nombres correspondan a las mismas personas, pero si se tiene en cuenta que Jeremías vivió ese agitado período, la coincidencia es notable.
Llama la atención el uso frecuente del Tetragrámaton en estas cartas, pues pone de manifiesto que los judíos de esa época no tenían aversión alguna al empleo del nombre divino. También es de interés la impresión en arcilla de un sello con la inscripción: “Guedalías, que está sobre la casa”. Guedalías era el nombre del gobernador de Judá que nombró Nabucodonosor después de la caída de Jerusalén, y para muchos es probable que la inscripción del sello se refiera a él. (2Re 25:22; compárese con Isa 22:15; 36:3.)
Meguidó era una ciudad fortificada con un emplazamiento estratégico que dominaba un paso importante al valle de Jezreel. La reedificó Salomón y se la menciona junto con las ciudades de depósitos y las ciudades de los carros de su reino. (1Re 9:15-19.) Excavaciones hechas en el lugar conocido como Tell el-Mutesellim, un montículo de algo más de 5 Ha., pusieron al descubierto lo que para algunos eruditos parecen haber sido establos con capacidad para unos 450 caballos. Al principio se pensó que estas construcciones pertenecían a la época de Salomón, pero después los expertos dijeron que eran de un período posterior, tal vez del reinado de Acab.
La Piedra Moabita fue uno de los primeros hallazgos de especial importancia en la zona que queda al E. del Jordán. (GRABADO, vol. 1, pág. 325.) Descubierta en 1868 en Dibón, al N. del valle de Arnón, presenta la versión del rey Mesá sobre su alzamiento contra Israel. (Compárese con 2Re 1:1; 3:4, 5.) La inscripción dice en parte: “Yo (soy) Meša, hijo de Kemoš-[...], rey de Moab, el Dibonita [...] En cuanto a Omrí, rey de Israel, humilló a Moab muchos años (lit.: días), pues Kemoš [el dios de Moab] se había enojado con su país. Y su hijo le siguió y dijo también: ‘Humillaré a Moab’. En mi época habló (así), pero ¡he triunfado sobre él y sobre su casa, al paso que Israel ha perecido para siempre! [...] Y Kemoš me dijo: ‘Ve, ¡toma a Nebo de Israel!’. Por lo tanto, fui de noche y combatíla desde el alba hasta el mediodía, conquistándola y matando a todos [...]. Y tomé de allí los [vasos] de Yahweh, arrastrándolos ante Kemoš”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, pág. 248.) Puede verse, por consiguiente, que la estela no solo menciona el nombre del rey Omrí de Israel, sino también el Tetragrámaton: las cuatro letras hebreas del nombre divino.
La Piedra Moabita también hace referencia a muchos topónimos mencionados en la Biblia, como por ejemplo: Atarot y Nebo (Nú 32:34, 38); el Arnón, Aroer, Medebá y Dibón (Jos 13:9); Bamot-baal, Bet-baal-meón, Jáhaz y Quiryataim (Jos 13:17-19); Bézer (Jos 20:8); Horonaim (Isa 15:5), y Bet-diblataim y Queriyot (Jer 48:22, 24). En consecuencia, apoya la historicidad de todos estos lugares.
Las excavaciones realizadas en Ras Shamra (la antigua Ugarit) en la costa N. de Siria, frente a la isla de Chipre, han aportado información sobre la existencia de un culto muy parecido al de Canaán: deidades de ambos sexos, templos, prostitución “sagrada”, ritos, sacrificios y oraciones. Entre un templo dedicado a Baal y otro consagrado a Dagón, se encontró una habitación en la que había una biblioteca con centenares de textos religiosos que según se cree datan del siglo XV y principios del XIV a. E.C. Los textos poéticos mitológicos han puesto al descubierto muchos datos relacionados con las deidades cananeas El, Baal y Ashera, y las prácticas idolátricas degradadas que conformaban el culto a estos dioses. Merrill F. Unger dice en su libro Archaeology and the Old Testament (1964, pág. 175): “La literatura épica ugarítica ha contribuido a revelar el alto grado de depravación que caracterizó a la religión cananea. Por tratarse de un modelo politeísta grosero en extremo, sus ritos cultuales eran bárbaros y totalmente licenciosos”. En las excavaciones también se encontraron imágenes de Baal, así como de otros dioses. (Véase DIOSES Y DIOSAS [Deidades cananeas].) Los textos hallados estaban redactados en una escritura cuneiforme alfabética desconocida hasta entonces, diferente de la escritura cuneiforme acadia. Se escribía de derecha a izquierda, como en hebreo, aunque el alfabeto tenía algunas letras más, treinta en total. Al igual que en Ur, en este yacimiento se encontró un hacha de guerra de acero.
Samaria, capital sumamente fortificada del reino septentrional de Israel, se edificó sobre una colina que se elevaba a más de 90 m. desde el fondo del valle. Los restos de sus macizas murallas dobles, que en algunos puntos formaban un baluarte de casi 10 m. de ancho, dan prueba de su fortaleza para resistir sitios prolongados, como los mencionados en 2 Reyes 6:24-30 (en el caso de Siria) y en 2 Reyes 17:5 (en el caso del poderoso ejército asirio). La mampostería de piedra encontrada en el lugar —que, según se cree, pertenece al tiempo de los reyes Omrí, Acab y Jehú— es de una artesanía espléndida. Lo que parece ser el embasamiento del palacio tiene una medida aproximada de 90 por 180 m. En el recinto del palacio se ha encontrado una gran cantidad de fragmentos, placas y paneles de marfil, que podrían tener relación con la casa de marfil de Acab mencionada en 1 Reyes 22:39. (Compárese con Am 6:4.) En el extremo NO. de la cima de la colina se descubrió un gran estanque revestido de cemento de unos 10 m. de largo por 5 de ancho, que bien pudiera tratarse del “estanque de Samaria” en el que se lavó la sangre del carro de Acab. (1Re 22:38.)
Han resultado de gran interés los sesenta y tres fragmentos de vasijas (ostraca) con inscripciones en tinta, que probablemente datan del siglo VIII a. E.C. El sistema israelita de escribir los números usando trazos verticales, horizontales e inclinados, aparece en los recibos de embarques de vino y aceite a Samaria desde otras ciudades. En un recibo típico leemos lo siguiente:
En el décimo año.
A Gaddiyau [probablemente, el encargado del tesoro].
De Azzo [quizás el pueblo o distrito desde donde se enviaba el vino o el aceite].
Abibáal, 2
Ahaz, 2
Seba, 1
Merib-báal, 1
Estos recibos también revelan el uso frecuente de la palabra Baal como parte de los nombres, ya que por cada once nombres que contienen alguna forma del nombre Jehová, unos siete incluyen el de Baal, lo que con toda probabilidad indica la infiltración de la adoración a Baal, como se explica en el registro bíblico.
La Biblia también da cuenta de la ardiente y violenta destrucción de Sodoma y Gomorra, así como de la existencia de pozos de betún (asfalto) en aquella región. (Gé 14:3, 10; 19:12-28.) Son muchos los eruditos que opinan que en aquel tiempo el nivel de las aguas del mar Muerto debió experimentar una inesperada subida, y se extendió así el extremo meridional de este mar por una distancia considerable y anegó con ello el lugar donde debieron estar emplazadas estas dos ciudades. Las exploraciones llevadas a cabo en la zona demuestran que se trata de una tierra calcinada debido a la presencia de petróleo y asfalto. A este respecto, Jack Finegan hace el siguiente comentario en su libro Light From the Ancient Past (1959, pág. 147): “Un minucioso examen de los testimonios literarios, geológicos y arqueológicos conduce a la conclusión de que las depravadas ‘ciudades de la llanura’ que fueron destruidas (Gé 19:29) se hallaban en una franja de tierra hoy sumergida [...], y que su destrucción tuvo lugar a causa de un gran terremoto que probablemente estuvo acompañado de explosiones, descargas eléctricas, combustión de gases naturales y fenómenos ígneos”. (Véase también SODOMA.)
La arqueología y las Escrituras Griegas Cristianas. El hallazgo de un denario de plata con la imagen de Tiberio puesto en circulación alrededor del año 15 E.C. (GRABADO, vol. 2, pág. 544) confirma el relato del uso que Jesús hizo de un denario que llevaba la efigie de ese césar. (Mr 12:15-17; compárese con Lu 3:1, 2.) Una losa encontrada en Cesarea con los nombres Pontius Pilatus y Tiberieum corrobora el hecho de que por aquel entonces Poncio Pilato era el gobernador romano de Judea. (Véanse PILATO; GRABADO, vol. 2, pág. 741.)
El libro de Hechos de Apóstoles —que, según todos los indicios del propio texto, escribió Lucas— contiene numerosas referencias a ciudades y a sus provincias respectivas, así como a oficiales de distinto rango y con diversos títulos que estaban en funciones en un tiempo determinado (compárese con Lu 3:1, 2), pormenorización esta que se presta a que el escritor incurra en muchos errores. No obstante, el testimonio arqueológico disponible demuestra a un grado notable la exactitud de Lucas. Por ejemplo, en Hechos 14:1-6, Lucas sitúa Listra y Derbe dentro de la región licaónica, pero da a entender que Iconio estaba en otro territorio, mientras que varios escritores romanos, como es el caso de Cicerón, situaron Iconio en Licaonia. Sin embargo, una inscripción descubierta en 1910 muestra que a Iconio se la consideraba una ciudad de Frigia, más bien que de Licaonia.
Asimismo, una inscripción hallada en Delfos corrobora que, seguramente hacia el 51-52 E.C., Galión era procónsul de Acaya. (Hch 18:12.) Unas diecinueve inscripciones que datan del siglo II a. E.C. al siglo III E.C. confirman el uso apropiado que hace Lucas del título gobernantes de la ciudad (singular, po·li·tár·kjēs) aplicado a los oficiales de Tesalónica (Hch 17:6, 8), y en cinco de estas inscripciones se alude específicamente a dicha ciudad. (Véase GOBERNANTES DE LA CIUDAD.) De manera similar, la referencia a Publio como el “hombre prominente” (prṓ·tos) de Malta (Hch 28:7) es el título exacto que ha de usarse, como lo atestiguan dos inscripciones aparecidas en Malta, una en latín y la otra en griego. En Éfeso se han descubierto los restos del templo de Ártemis, así como algunos textos de magia. (Hch 19:19, 27.) Las excavaciones efectuadas allí también sacaron a la luz un teatro con capacidad para unas 25.000 personas e inscripciones que hacen alusión a los “comisionados de fiestas y juegos”, como los que intervinieron a favor de Pablo, y también a un “registrador”, como el que aquietó a la chusma en la ocasión citada. (Hch 19:29-31, 35, 41.)
Algunos de estos hallazgos impulsaron a Charles Gore a escribir en A New Commentary on Holy Scripture lo siguiente en cuanto a la exactitud de Lucas: “Por supuesto, debe reconocerse que la arqueología moderna prácticamente ha obligado a los críticos de san Lucas a pronunciarse a favor de la extraordinaria exactitud de todas sus alusiones a hechos y sucesos históricos” (edición de Gore, Goudge y Guillaume, 1929, pág. 210).
Valor relativo de la arqueología. La arqueología ha sacado a la luz información provechosa que ha ayudado a la identificación, a menudo tentativa, de emplazamientos bíblicos. De igual manera, ha desenterrado documentos escritos que han contribuido a un mejor entendimiento de los idiomas originales en los que se escribió la Biblia; también ha esclarecido las condiciones de vida y las actividades de los pueblos antiguos, así como de los gobernantes a los que se hace referencia en las Escrituras. No obstante, en lo que respecta a la autenticidad y veracidad de la Biblia, así como a la fe en ella, en sus enseñanzas y en su revelación de los propósitos y promesas de Dios, es preciso decir que la arqueología no es un complemento esencial ni una confirmación necesaria de la veracidad de la Palabra de Dios. El apóstol Pablo se expresa al respecto del siguiente modo: “Fe es la expectativa segura de las cosas que se esperan, la demostración evidente de realidades aunque no se contemplen. [...] Por fe percibimos que los sistemas de cosas fueron puestos en orden por la palabra de Dios, de modo que lo que se contempla ha llegado a ser de cosas que no aparecen”. (Heb 11:1, 3.) “Andamos por fe, no por vista.” (2Co 5:7.)
Esto no significa que la fe cristiana no tenga base alguna en lo que se puede ver o que tan solo trate de lo que es intangible. Lo cierto es que en todas las épocas, las circunstancias del entorno de las personas, sus propias vidas y sus experiencias personales han suministrado pruebas abundantes que permiten convencerse de que la Biblia es la verdadera fuente de revelación divina y que no contiene nada que no esté en armonía con los hechos demostrables. (Ro 1:18-23.) El conocimiento del pasado a la luz de los descubrimientos arqueológicos es interesante y tiene cierto valor, pero no es indispensable. El conocimiento del pasado a la luz de la Biblia es, por sí solo, suficiente y absolutamente confiable. La Biblia, con o sin la arqueología, da verdadero significado al presente e ilumina el futuro. (Sl 119:105; 2Pe 1:19-21.) Débil, sin duda, será la fe que necesite de ladrillos desmoronados, vasijas rotas y muros derruidos para sustentarse en ellos como si de una muleta se tratase.
Conclusiones arqueológicas poco fiables. Si bien es cierto que los descubrimientos arqueológicos a veces han refutado las críticas de quienes cuestionan los relatos bíblicos o la historicidad de ciertos sucesos y han ayudado a personas sinceras afectadas por dichos argumentos, no han silenciado a los críticos de la Biblia ni son un fundamento verdaderamente sólido del que depende la confianza en el registro bíblico. Las conclusiones que se extraen de la mayor parte de las excavaciones dependen principalmente del razonamiento deductivo e inductivo de los investigadores, quienes, al igual que los detectives, reúnen las pruebas en las que se basan para apoyar unas conclusiones. Aun hoy día, aunque los detectives descubran y reúnan una cantidad impresionante de prueba circunstancial y material, cualquier caso fundado tan solo en dicha prueba, pero que carezca de testigos presenciales dignos de crédito, sería considerado muy débil si se presentara ante un tribunal. Cuando las sentencias solo se han basado en este tipo de prueba, se han cometido injusticias y errores graves. Por consiguiente, es razonable esperar que sea más probable incurrir en este error cuando entre la investigación y el acontecimiento han transcurrido dos o tres mil años.
El arqueólogo R. J. C. Atkinson trazó un paralelo similar, al decir: “No puedo por menos que imaginar lo difícil que les resultaría a los arqueólogos del futuro la tarea de reconstruir el dogma, el ritual y la doctrina de las iglesias cristianas solo a partir de las ruinas de los edificios eclesiásticos, sin la ayuda de algún documento escrito o inscripción. Nos hallamos, por lo tanto, ante una situación paradójica para la arqueología: siendo el único método que el hombre tiene —en ausencia de registros escritos— de investigar su pasado, se convierte gradualmente en un medio de estudio impráctico al aproximarse a los aspectos de la vida más específicamente humanos”. (Stonehenge, Londres, 1956, pág. 167.)
Pero el que a los arqueólogos no les sea posible presentar el pasado antiguo más que con una exactitud aproximada no es el único problema. A pesar de su deseo de mantener un punto de vista puramente objetivo al estudiar las pruebas que desentierran, están —al igual que otros científicos— sujetos a las debilidades humanas, así como a las inclinaciones y ambiciones personales, lo que puede llevarlos a un razonamiento equivocado. El profesor W. F. Albright menciona este inconveniente en el siguiente comentario: “Por otra parte, hay peligro en buscar nuevos descubrimientos y novedosos puntos de vista, hasta el grado de menospreciar unas obras más antiguas que tienen más valor. Esto es particularmente cierto en campos como el de la arqueología y la geografía bíblicas, en donde el dominio de los instrumentos y métodos de investigación es tan arduo que siempre existe la tentación de descuidar un método preciso, substituyendo con hábiles combinaciones y brillantes suposiciones una obra más lenta y sistemática”. (Atlas Histórico Westminster de la Biblia, edición de G. E. Wright, 1956, pág. 9.)
Diferencias en la datación. Al considerar las fechas que los arqueólogos asignan a sus hallazgos, es muy importante tener en cuenta lo expuesto con anterioridad. A este respecto, Merrill F. Unger dice: “Por ejemplo, Garstang fecha la caída de Jericó c. 1400 a. E.C. [...]; Albright apoya la fecha de c. 1290 a. E.C. [...]; Hugues Vincent, el acreditado arqueólogo de Palestina, defiende el año 1250 a. E.C. [...]; mientras que para H. H. Rowley, Ramsés II es el Faraón de la opresión y el éxodo aconteció bajo su sucesor, Marniptah [Merneptah], alrededor de 1225 a. E.C.”. (Archaeology and the Old Testament, pág. 164, nota 15.) A la vez que argumenta en favor de la fiabilidad del proceso y del análisis arqueológico moderno, el profesor Albright reconoce que “a los no especialistas todavía les es muy difícil abrirse camino entre los datos y las conclusiones contradictorias de los arqueólogos”. (Arqueología de Palestina, pág. 258.)
Con el fin de fechar los objetos descubiertos, se ha empleado el reloj de radiocarbono y otros métodos modernos. No obstante, el siguiente comentario de G. Ernest Wright en The Biblical Archaeologist (1955, pág. 46) pone de manifiesto que este método carece de una total exactitud: “Puede advertirse que el nuevo método de carbono 14 para fechar ruinas antiguas no ha estado tan exento de error como se esperaba. [...] Algunas pruebas han dado resultados que sin duda eran erróneos, probablemente por diversas razones. Por el momento, solo es posible confiar en los resultados, sin cuestionarlos, cuando se han hecho varias pruebas con resultados casi idénticos y cuando mediante otros métodos de cálculo parece confirmarse la fecha [cursivas nuestras]”. Más recientemente, The New Encyclopædia Britannica (Macropædia, 1976, vol. 5, pág. 508) comentó: “Cualquiera que sea la causa [...], parece fuera de duda que la datación con carbono 14 carece de la exactitud que los historiadores tradicionalistas quisieran que tuviese”. (Véase CRONOLOGÍA [Fechas arqueológicas].)
Valor relativo de las inscripciones. Se han encontrado miles y miles de inscripciones antiguas que se están interpretando. Albright dice: “Los documentos escritos forman, y con mucho, el más importante cuerpo singular de material descubierto por los arqueólogos. De ahí que sea extremadamente importante lograr una clara idea de su carácter y de nuestra habilidad para interpretarlos”. (Atlas Histórico Westminster de la Biblia, pág. 11.) Estas pueden estar escritas en trozos de alfarería, tablillas de arcilla, papiros, o esculpidas en granito. No obstante, cualquiera que sea el material utilizado, ha de sopesarse y probarse en cuanto a valor y fiabilidad a la información que transmiten. El error o la falsedad intencional pueden ponerse por escrito —y con frecuencia así ha sucedido— tanto en piedra como en papel. (Véanse CRONOLOGÍA [Cronología bíblica e historia seglar]; SARGÓN.)
Por ejemplo, el registro bíblico relata que Adramélec y Sarézer, hijos de Senaquerib, mataron a su padre, y que Esar-hadón, otro de sus hijos, le sucedió en el trono. (2Re 19:36, 37.) No obstante, una crónica de Babilonia decía que a Senaquerib lo había asesinado su hijo en una revuelta el día vigésimo de Tebet. Tanto Nabonido, rey babilonio del siglo VI a. E.C., como Beroso, sacerdote babilonio del siglo III a. E.C., presentan la misma versión en sus escritos, a saber, que Senaquerib murió a manos de uno solo de sus hijos. Sin embargo, en un fragmento del Prisma de Esar-hadón descubierto más tarde, este hijo de Senaquerib que le sucedió en el trono —el propio Esar-hadón— afirma con claridad que sus hermanos (plural) se rebelaron y mataron a su padre, después de lo cual huyeron. Al comentar sobre este asunto en Universal Jewish History (1948, vol. 1, pág. 27) Philip Biberfeld dice: “La Crónica de Babilonia, Nabonido y Beroso estaban equivocados; solo el registro bíblico demostró ser fidedigno. La inscripción de Esar-hadón lo confirmó hasta en los mínimos detalles, así que demostró ser más exacto en lo que respecta a este suceso de la historia asirobabilonia que las propias fuentes babilonias mismas. Este es un hecho de máxima importancia, incluso para la evaluación de fuentes contemporáneas que no estén en concordancia con la tradición bíblica”.
Problemas para descifrar y traducir. Asimismo, es necesario que el cristiano demuestre la debida cautela antes de aceptar sin reservas la interpretación que se da de las muchas inscripciones halladas en los diversos idiomas antiguos. En algunos casos, como el de la Piedra Rosetta y la inscripción de Behistún, los especialistas han adquirido un amplio conocimiento de un lenguaje desconocido hasta ese momento, gracias a comparar relatos escritos en dicho lenguaje con otros paralelos escritos en otro idioma conocido. Sin embargo, no debería esperarse que tales aportaciones resolviesen todos los problemas o permitiesen obtener un entendimiento pleno del lenguaje con todos sus matices y expresiones idiomáticas. Incluso el entendimiento de los idiomas bíblicos básicos —hebreo, arameo y griego— ha progresado de manera considerable en tiempos recientes, y todavía son objeto de estudio. En lo que atañe a la Palabra inspirada de Dios, es lógico esperar que el Autor de la Biblia nos capacite para obtener el entendimiento correcto de su mensaje por medio de las traducciones que están disponibles en los idiomas modernos. Pero no ocurre lo mismo con los escritos de las naciones paganas.
En la obra El misterio de los hititas (de C. W. Ceram, Destino, 1981, págs. 103, 107), se recoge un comentario sobre un prestigioso asiriólogo que contribuyó a descifrar el idioma “hitita”, con el que se ilustra bien la necesidad de ser precavidos y se pone de manifiesto una vez más que las dificultades existentes para descifrar las inscripciones antiguas a menudo no reciben un tratamiento tan objetivo como cabría esperar. Ceram dice: “En [su] obra, que es un verdadero prodigio, las revelaciones de capital importancia se entrelazan con ingeniosos errores [...] [;] contiene errores de bulto, pero como están apoyados por argumentaciones que a primera vista parecen irrebatibles, se ha tardado muchos años en poder descubrirlos y eliminarlos”. A continuación, pasa a hablar sobre la fuerte obstinación de este docto ante cualquier intento de modificar sus hallazgos. Después de muchos años, finalmente consintió en hacer algunos cambios, y como resultado, ¡modificó aquellas lecturas que, como más tarde se demostró, eran las acertadas! Al relatar la violenta disputa cargada de recriminaciones personales que surgió entre este docto y otro erudito de la escritura jeroglífica “hitita”, Ceram escribe: “Quien tilde de impertinente el tono de esta polémica, olvida que un gran problema [...] exige un abandono total por parte del investigador, que a su solución debe consagrar toda una vida”. En consecuencia, a pesar de que el tiempo y el estudio han eliminado muchos errores en la interpretación de las inscripciones antiguas, hacemos bien en tener presente que es probable que las futuras investigaciones resulten en otros ajustes.
Estos hechos realzan la superioridad de la Biblia como fuente de conocimiento confiable, de información veraz y guía segura. Este conjunto de documentos escritos —llegado hasta nosotros no por excavación, sino preservados por su Autor, Jehová Dios— nos ha legado el cuadro más claro del pasado del hombre. La Biblia es “viva, y ejerce poder” (Heb 4:12), y es la “palabra del Dios vivo y duradero”. “Toda carne es como hierba, y toda su gloria es como una flor de la hierba; la hierba se marchita, y la flor se cae, pero el dicho de Jehová dura para siempre.” (1Pe 1:23-25.)