JOSÉ
(forma abreviada de Josifías, que significa: “Que Jah Añada [Aumente]; Jah Ha Añadido [Aumentado]”).
1. Primero de los dos hijos que Jacob tuvo con su amada esposa Raquel. (Gé 35:24.) Cuando José nació, Raquel exclamó: “¡Dios ha quitado mi oprobio!”, pues había sido estéril. Luego lo llamó José, diciendo: “Jehová me añade otro hijo”, es decir, otro hijo además de Dan y Neftalí, a quienes Raquel había aceptado como suyos aunque le nacieron a su sierva Bilhá. (Gé 30:3-8, 22-24.) En aquel entonces Jacob debía tener unos noventa y un años de edad. (Compárese con Gé 41:46, 47, 53, 54; 45:11; 47:9.)
Unos seis años después, Jacob partió de Padán-aram con toda su familia para regresar a la tierra de Canaán. (Gé 31:17, 18, 41.) Cuando se enteró de que su hermano Esaú iba a su encuentro con 400 hombres, Jacob repartió sus hijos a las esposas y concubinas, y colocó a Raquel y José detrás de todos, en la posición más segura. (Gé 33:1-3.) José y su madre fueron, por lo tanto, los últimos en inclinarse ante Esaú. (Gé 33:4-7.)
Después José residió con su familia en Sucot, Siquem (Gé 33:17-19) y Betel. (Gé 35:1, 5, 6.) Más tarde, cuando iban de Betel a Efrat (Belén), Raquel, la madre de José, murió mientras daba a luz a Benjamín. (Gé 35:16-19.)
Odiado por sus medio hermanos. A la edad de diecisiete años, José cuidaba ovejas junto con los hijos que Jacob tuvo con Bilhá y Zilpá. Mientras lo hacía, aunque era el menor, no se unió a ellos en sus malas acciones, sino que, movido por un sentido de responsabilidad, le llevó a su padre un mal informe sobre ellos. (Gé 37:2.)
Jacob tuvo más cariño a José que a todos sus demás hijos, debido a que era un hijo de su vejez, y tal vez también debido al apego de José a la rectitud. Jacob mandó hacer para su hijo una larga vestidura rayada, quizás como las que llevaban las personas de rango. Como resultado, los hermanos de José le cobraron odio. Más tarde, cuando les relató un sueño que predecía que llegaría a tener preeminencia sobre ellos, su odio fue mayor. Un segundo sueño señaló que, no solo sus hermanos, sino hasta su padre y su madre (al parecer no Raquel, pues ya había muerto, sino quizás la casa o la principal esposa viva de Jacob), se inclinarían ante él. Cuando José relató este sueño, su padre lo reprendió, y los celos de sus hermanos se intensificaron. El que José hablara concerniente a sus sueños no significa que abrigase sentimientos de superioridad. Tan solo estaba dando a conocer lo que Dios le había revelado, y seguramente Jacob reconoció la naturaleza profética de aquellos sueños, pues “observó el dicho”. (Gé 37:3-11.)
En otra ocasión, Jacob, que entonces se hallaba en Hebrón, pidió a José que comprobase el bienestar del rebaño y de sus hermanos mientras estaban en las inmediaciones de Siquem. En vista del rencor que le guardaban, esta no debió ser una asignación agradable para José. No obstante, dijo sin vacilar: “¡Aquí estoy!”. Desde la llanura baja de Hebrón se puso en camino hacia Siquem. Un hombre le informó que sus hermanos se habían dirigido a Dotán, por lo que continuó su viaje. Cuando sus hermanos alcanzaron a verlo en la distancia, empezaron a tramar contra él, diciendo: “¡Miren! Ahí viene ese soñador. Y ahora vengan y matémoslo y arrojémoslo en una de las cisternas [...]. Entonces veremos en qué vendrán a parar sus sueños”. (Gé 37:12-20.) Pero Rubén, el primogénito, quiso frustrar el asesinato y los exhortó a que no matasen a José, sino que lo arrojasen en una cisterna seca. Cuando José llegó, lo despojaron de su larga prenda de vestir rayada e hicieron lo que Rubén había recomendado. Posteriormente, cuando apareció una caravana de ismaelitas, Judá, en ausencia de Rubén, persuadió a los demás para que en lugar de matar a José lo vendiesen a los mercaderes que pasaban. (Gé 37:21-27.)
Vendido en esclavitud. A pesar de las súplicas de José para que se apiadaran de él, lo vendieron por veinte piezas de plata. (Gé 37:28; 42:21.) Más tarde, engañaron a Jacob para que creyese que una bestia salvaje había matado a José. El anciano Jacob estaba tan afligido por la pérdida de su hijo que rehusó recibir consuelo. (Gé 37:31-35.)
Con el tiempo los mercaderes llevaron a José a Egipto y lo vendieron a Potifar, el jefe de la guardia de corps de Faraón. (Gé 37:28, 36; 39:1.) Esta compra del egipcio Potifar no era algo insólito, pues papiros antiguos indican que los esclavos sirios (José era medio sirio, Gé 29:10; 31:20) eran muy apreciados en el país.
Tal como José había sido diligente en favorecer los intereses de su padre, también fue un esclavo industrioso y confiable. Con la bendición de Jehová, todo lo que hizo tuvo éxito, de modo que Potifar le confió todos los asuntos de su casa. Parece que José desempeñó un cargo de superintendente, un puesto mencionado en los registros egipcios con relación a las casas grandes de los egipcios influyentes. (Gé 39:2-6.)
Resiste la tentación. José se había hecho un joven muy apuesto, y la esposa de Potifar se encaprichó con él. Le pidió repetidas veces que tuviera relaciones con ella, pero José, educado en las sendas de la justicia, rehusó, diciendo: “¿Cómo podría yo cometer esta gran maldad y realmente pecar contra Dios?”. Sin embargo, eso no eliminó el peligro que afrontaba. Como indican los descubrimientos arqueológicos, parece que las casas egipcias estaban diseñadas de tal manera que había que pasar por la parte principal de la casa para llegar a las despensas. Si la casa de Potifar estaba construida de manera similar, debió resultarle imposible a José evitar todo contacto con la esposa de Potifar. (Gé 39:6-10.)
Finalmente, la esposa de Potifar se aprovechó de un momento que consideró oportuno. Mientras no había otros hombres presentes y José se ocupaba de la administración de la casa, ella se agarró de su prenda de vestir y le dijo: “¡Acuéstate conmigo!”. Pero José se desprendió de su prenda de vestir y huyó. Ante esto, la mujer se puso a gritar y dio a entender que José había intentado abusar de ella. Tras referírselo a su esposo, el encolerizado Potifar hizo arrojar a José en la casa de encierro, en la que se mantenía detenidos a los prisioneros del rey. (Gé 39:11-20.)
En prisión. Según parece, al principio José recibió un trato severo en la prisión. “Con grilletes afligieron sus pies, en hierros entró su alma.” (Sl 105:17, 18.) Sin embargo, debido a la conducta ejemplar de José en aquellas circunstancias y a la bendición de Jehová, más tarde el oficial principal de la casa de encierro le colocó en un cargo de confianza sobre los demás prisioneros. En este puesto el prisionero José demostró de nuevo su aptitud como administrador al encargarse de que se hiciera todo el trabajo. (Gé 39:21-23.)
Más tarde, cuando dos oficiales de Faraón —el jefe de los coperos y el jefe de los panaderos— fueron puestos en la misma prisión, se designó a José para que los atendiese. Después de algún tiempo, los dos hombres tuvieron sueños, y José, tras atribuir la interpretación a Dios, se los descifró. El sueño del jefe de los coperos indicaba que se le restablecería a su posición al cabo de tres días. Por lo tanto, José le solicitó que le recordase e hiciera mención de él a Faraón para que pudiera ser libertado de la prisión. José explicó que se le había secuestrado de la “tierra de los hebreos” y que no había hecho nada que mereciese encarcelamiento. Probablemente para no dejar en mala posición a su familia, prefirió no identificar a los secuestradores. Después interpretó que el sueño del panadero significaba que se le daría muerte al cabo de tres días. Ambos sueños se cumplieron tres días después con motivo del cumpleaños de Faraón. Sin duda, esta circunstancia le dio a José la seguridad de que sus propios sueños se cumplirían y le ayudó a continuar perseverando. Para entonces ya habían transcurrido unos once años desde que sus hermanos lo habían vendido. (Gé 40:1-22; compárese con Gé 37:2; 41:1, 46.)
Ante Faraón. Cuando se le volvió a colocar en su puesto, el copero se olvidó por completo de José. (Gé 40:23.) Sin embargo, después de dos años completos, Faraón tuvo dos sueños que ninguno de los sacerdotes magos y sabios de Egipto pudo interpretar. El copero se acordó entonces de José y se lo mencionó a Faraón, quien en seguida hizo que lo llevasen a su presencia. Siguiendo la costumbre egipcia, José se afeitó y se mudó de ropas antes de presentarse ante Faraón. Tampoco en esta ocasión se atribuyó ningún mérito, sino que reconoció que la interpretación procedía de Dios. Luego explicó que los dos sueños de Faraón indicaban que habría siete años de abundancia seguidos por siete años de hambre. Además, recomendó medidas para aliviar la futura escasez de alimento. (Gé 41:1-36.)
Se le nombra segundo gobernante de Egipto. Faraón consideró que José, que entonces tenía treinta años, poseía la sabiduría necesaria para administrar los asuntos durante el tiempo de abundancia y el de hambre. Por lo tanto, lo elevó al segundo puesto en el gobierno de Egipto, y le dio su propio anillo de sellar, prendas de vestir de lino fino y un collar de oro. (Gé 41:37-44, 46; compárese con Sl 105:17, 20-22.) Esta manera de investir de autoridad está atestiguada por inscripciones y pinturas murales egipcias. También es digno de mención que los registros egipcios antiguos revelan que varios cananeos ocuparon puestos encumbrados en Egipto, y el que a José se le cambiara el nombre a Zafenat-panéah tampoco es un caso sin precedente. Además, José recibió por esposa a Asenat, la hija de Potifera (que en egipcio significa “Aquel a Quien Ha Dado Ra”), el sacerdote de On. (Gé 41:45.)
Después José recorrió la tierra de Egipto e hizo preparativos para administrar los asuntos del Estado, y luego almacenó grandes cantidades de víveres durante los años de abundancia. Antes de que llegase el hambre, su esposa Asenat le dio dos hijos, Manasés y Efraín. (Gé 41:46-52.)
Sus medio hermanos van a comprar alimento. Llegó el hambre. Debido a que se extendió más allá de las fronteras de Egipto, los pueblos circundantes acudían a José para comprar alimento. Por fin, incluso sus diez medio hermanos llegaron y se inclinaron ante él, lo que cumplió, de manera parcial, los dos sueños previos de José. (Gé 41:53–42:7.) Ellos, sin embargo, no lo reconocieron, ya que llevaba su atavío real y les hablaba por medio de un intérprete. (Gé 42:8, 23.) Fingiendo no conocerlos, los acusó de ser espías, ante lo que ellos le aseguraron que eran diez hermanos que habían dejado tras sí, en casa, a su padre y a un hermano más joven, y que otro hermano ya no vivía. Pero José insistió en que eran espías y los puso bajo custodia. Al tercer día les dijo: “Hagan esto y manténganse vivos. Yo temo al Dios verdadero. Si son rectos, que uno de sus hermanos se quede atado en su casa de custodia [al parecer, en la que habían estado los diez bajo custodia], pero los demás de ustedes vayan, lleven cereales para el hambre de sus casas. Entonces me traerán a su hermano menor, para que sus palabras sean halladas fidedignas; y no morirán”. (Gé 42:9-20.)
Al ver cómo se había desarrollado la situación, los medio hermanos de José empezaron a sentir sobre sí mismos la retribución divina por haberlo vendido en esclavitud años antes y reconocieron su culpabilidad delante de su hermano, a quien todavía no habían reconocido. Cuando José los oyó y se dio cuenta de su arrepentimiento, se conmovió tan profundamente que tuvo que retirarse a llorar. Después que volvió, hizo atar a Simeón hasta que los demás regresaran con su hermano menor. (Gé 42:21-24.)
Sus medio hermanos vuelven con Benjamín. Cuando los nueve medio hermanos de José le contaron a Jacob lo que había acontecido en Egipto y luego descubrieron que su dinero estaba de nuevo en sus sacos, les dio mucho miedo, y su padre empezó a lamentarse. Jacob permitió que su hijo más joven acompañara a sus hermanos de regreso a Egipto, solo debido a la severidad del hambre y a que Judá prometió que Benjamín regresaría a salvo. (Gé 42:29–43:14.)
Cuando llegaron allí, se reunieron con Simeón, y para sorpresa suya, todos fueron invitados a comer con el administrador de los víveres. Una vez que llegó José, le presentaron un regalo, se postraron ante él y tras contestar sus preguntas concernientes a su padre, se volvieron a inclinar ante él. Cuando José vio a Benjamín, su hermano carnal, se emocionó tanto que se apartó de su presencia y cedió a las lágrimas, pero logró controlar sus sentimientos e hizo que se sirviera la comida. Los once hermanos estaban sentados a su propia mesa, según su edad, y a Benjamín se le sirvieron porciones cinco veces mayores que las de los demás. José tal vez quiso probar así a sus hermanos, para determinar si había en ellos algún sentimiento recóndito de celos, pero no parecía haberlo. (Gé 43:15-34.)
Al igual que en la visita anterior, José hizo que de nuevo les pusieran el dinero de cada uno en su costal (Gé 42:25), y además dispuso que se colocara su copa de plata en el costal de Benjamín. Una vez puestos en camino, ordenó que se les alcanzara y acusase de robar su copa de plata. Quizás con el fin de impresionar en ellos el gran valor que tenía esa copa para José y la gravedad de su supuesto delito, el hombre que estaba a cargo de la casa de José tenía que decirles: “¿No es esta la cosa en que bebe mi amo y por la cual con pericia lee agüeros?”. (Gé 44:1-5.) Naturalmente, como todo esto era parte de un ardid, no hay ninguna base para creer que José en realidad se valiera de la copa de plata para leer agüeros. Es probable que desease dar la impresión de ser un administrador de un país en el que la adoración verdadera era algo extraño.
La consternación de sus hermanos debió ser grande cuando se halló la copa en el costal de Benjamín. Volvieron a la casa de José con sus prendas de vestir rasgadas y se inclinaron ante él. Este les dijo que todos, excepto Benjamín, estaban libres para marcharse. Sin embargo, no quisieron hacerlo, lo que probó que había desaparecido el espíritu envidioso que unos veintidós años atrás les había movido a vender a su hermano. Judá dio una conmovedora explicación de sus circunstancias y se ofreció para ocupar el lugar de Benjamín, pues su padre moriría de dolor si Benjamín no regresaba. (Gé 44:6-34.)
José revela su identidad. Emocionado por el ruego de Judá, José ya no pudo contenerse más. Pidió a todos los demás que saliesen y se identificó ante sus hermanos. Aunque anteriormente le habían maltratado de manera cruel, no abrigaba ningún resentimiento contra ellos. Les dijo: “Ahora no se sientan heridos y no se encolericen contra ustedes mismos por haberme vendido acá; porque para la conservación de vida me ha enviado Dios delante de ustedes. Pues este es el segundo año del hambre en medio de la tierra, y todavía hay cinco años en que no habrá tiempo en que se are, ni habrá siega. Por consiguiente, Dios me envió delante de ustedes a fin de colocarles un resto en la tierra y para mantenerlos vivos mediante un gran escape. Así pues, no fueron ustedes los que me enviaron acá, sino el Dios verdadero”. (Gé 45:1-8.) El perdón de José fue genuino, y lo exteriorizó llorando en presencia de sus hermanos y besándolos. (Gé 45:14, 15.)
Después, de acuerdo con las órdenes de Faraón, José les proporcionó carruajes con el fin de que pudieran llevar a Jacob y a toda su casa a Egipto. Además les dio regalos y provisiones para el viaje. Y cuando partieron, les animó a que ‘no se exasperaran unos con otros en el camino’. (Gé 45:16-24.)
El padre de José va a Egipto. Al principio Jacob no podía creer que su hijo José todavía estuviese vivo. Sin embargo, cuando al final se convenció, Jacob, que ya tenía ciento treinta años, exclamó: “¡Ah, permítaseme ir y verlo antes de morir!”. Más tarde, en Beer-seba, mientras estaba en camino a Egipto con toda su casa, Jacob recibió en visión la aprobación divina para aquel traslado y también se le dijo: “José pondrá su mano sobre tus ojos”. José tenía que ser el que cerrara los ojos de Jacob después de su muerte. Como la costumbre era que el primogénito hiciera esto, Jehová reveló de este modo que José recibiría el derecho de primogenitura. (Gé 45:25–46:4.)
Judá, a quien se había enviado delante, avisó a José de la llegada de su padre, y José hizo preparar su carro, fue al encuentro de Jacob en Gosén y luego se presentó ante Faraón con cinco de sus hermanos. Siguiendo las instrucciones de José, sus hermanos se identificaron como pastores de ovejas y pidieron permanecer como residentes forasteros en la tierra de Gosén. Su solicitud les fue concedida, y José, tras presentar a su padre a Faraón, instaló a Jacob y su casa en lo mejor de la tierra. (Gé 46:28–47:11.) Así que, de manera sabia y amorosa, José sacó el mejor partido del prejuicio egipcio contra los pastores. Resultó en una salvaguarda para que la familia de Jacob no se contaminase con la influencia egipcia, y eliminó el peligro de ser asimilados totalmente por los egipcios como consecuencia de casarse con ellos. Desde entonces en adelante, Jacob y toda su casa dependieron de José. (Gé 47:12.) En efecto, todos se inclinaron ante José como primer ministro de Faraón, con lo que sus sueños proféticos se cumplieron de manera sobresaliente.
El efecto del hambre en los egipcios. Puesto que el hambre continuaba, los egipcios agotaron poco a poco todo su dinero y su ganado a cambio de alimento. Finalmente, llegaron a vender a Faraón su tierra y se vendieron a sí mismos como esclavos. Luego José los instaló en ciudades, sin duda para facilitar la distribución del grano. No obstante, este trasvase de población a las ciudades debió ser una medida temporal, pues como los egipcios tendrían que regresar a sus campos para sembrarlos, lógicamente ocuparían de nuevo sus casas anteriores. Cuando la tierra les volviera a producir cosecha, los egipcios, en cumplimiento del decreto de José, tendrían que dar la quinta parte de su producto a Faraón por el uso de la tierra. Sin embargo, los sacerdotes quedaron exentos. (Gé 47:13-26.)
Jacob bendice a los hijos de José. Unos doce años después de terminar el hambre, José llevó ante Jacob a sus dos hijos, Manasés y Efraín. Fue entonces cuando Jacob indicó que el derecho de primogenitura sería de José, al considerar a Efraín y Manasés del mismo modo que si fueran hijos suyos. Así que de José tenían que surgir dos tribus distintas, con dos herencias tribales separadas. Mientras bendecía a Efraín y Manasés, Jacob mantuvo su mano derecha colocada sobre el más joven, Efraín, pese al desagrado de José. Al dar preeminencia a Efraín, indicó de manera profética que el más joven llegaría a ser el mayor. (Gé 47:28, 29; 48:1-22; véanse también Dt 21:17; Jos 14:4; 1Cr 5:1.)
Jacob bendice a José y a los otros hijos. Tiempo después, Jacob reunió a todos sus hijos en su lecho de muerte y los bendijo individualmente. Asemejó a José al “retoño de árbol frutal”. Aquel “árbol frutal” era el patriarca Jacob mismo, y José llegó a ser una de sus ramas prominentes. (Gé 49:22.) Aunque los arqueros hostigaron a José y fue blanco del odio, el arco de José “moraba en lugar permanente, y la fuerza de sus manos era flexible”. (Gé 49:23, 24.) Estas palabras podrían aplicar personalmente a José. Sus medio hermanos le habían abrigado rencor y de manera figurada lo habían asaeteado para destruirlo. Sin embargo, José les pagó con misericordia y bondad amorosa, cualidades que llegaron a ser como flechas que mataron su rencor. Los arqueros enemigos no consiguieron matar a José ni debilitar su devoción a la justicia y su afecto fraternal.
Sin embargo, las palabras de Jacob también podían aplicarse de manera profética a las tribus que descenderían de los dos hijos de José, Efraín y Manasés, y a sus futuras batallas. (Compárese con Dt 33:13, 17; Jue 1:23-25, 35.) Es digno de mención que Josué (Hosea, Jehosúa), el sucesor de Moisés y caudillo de la lucha contra los cananeos, procedió de la tribu de Efraín. (Nú 13:8, 16; Jos 1:1-6.) Otro descendiente de José, Gedeón, de la tribu de Manasés, venció a los madianitas con la ayuda de Jehová. (Jue 6:13-15; 8:22.) Y Jefté, también de la tribu de Manasés, sojuzgó a los ammonitas. (Jue 11:1, 32, 33; compárese con Jue 12:4; Nú 26:29.)
Otros aspectos de la bendición profética de Jacob también tienen un paralelo en las experiencias de José. Cuando José suministró alimento para toda la casa de Jacob o Israel en lugar de vengarse, hizo las veces de pastor y de piedra de apoyo para Israel. Como Jehová había dirigido los asuntos para que él pudiera ayudar de ese modo, José procedía de las manos del “Poderoso de Jacob”, por lo que contaba con el apoyo de Jehová. Él estaba con el Todopoderoso en el sentido de estar del lado de Jehová, y por eso, tenía su bendición. (Gé 49:24, 25.)
Las tribus que descendieron de José por medio de Efraín y Manasés también experimentarían la bendición de Jehová. Jacob dijo: “El Todopoderoso [...] te bendecirá con las bendiciones de los cielos arriba, con las bendiciones de la profundidad acuosa que yace allá abajo, con las bendiciones de los pechos y la matriz”. (Gé 49:25.) Esto les aseguró a los descendientes de José que tendrían el agua necesaria procedente del cielo y de debajo de la tierra, así como una población numerosa. (Compárese con Dt 33:13-16; Jos 17:14-18.)
Las bendiciones que Jacob pronunció sobre su amado hijo José tenían que ser semejantes a un adorno para las dos tribus que surgirían de José, un adorno superior a las bendiciones que constituyen los bosques y manantiales que adornan las eternas montañas y las colinas indefinidamente duraderas. Serían una bendición permanente, y continuarían sobre la cabeza de José y de sus descendientes por tanto tiempo como continuaran las montañas y las colinas. (Gé 49:26; Dt 33:16.)
José fue “singularizado de entre sus hermanos” porque Dios lo escogió para desempeñar un papel especial. (Gé 49:26.) Se distinguió por su excelente disposición y dotes para la superintendencia y organización. Por lo tanto, era apropiado que descendieran bendiciones especiales sobre la coronilla de su cabeza.
Jacob murió cuando terminó de bendecir a sus hijos. Luego José cayó sobre el rostro de su padre y lo besó. En conformidad con el deseo de Jacob de que se le enterrara en la cueva de Macpelá, José hizo que los médicos egipcios embalsamaran el cuerpo de su padre como preparación para el viaje a Canaán. (Gé 49:29–50:13.)
Actitud hacia sus hermanos. A su regreso de enterrar a Jacob, los medio hermanos de José, cuya conciencia aún les remordía, temieron que José tomara alguna represalia contra ellos, por lo que suplicaron que los perdonase. Ante eso, José rompió a llorar, y les consoló y aseguró que no había razón para temer: “No tengan miedo, ¿pues acaso estoy yo en el lugar de Dios? En cuanto a ustedes, ustedes tenían pensado un mal contra mí. Dios lo tenía pensado para bien, con el propósito de obrar como sucede hoy, para conservar viva a mucha gente. Ahora pues, no tengan miedo. Yo mismo seguiré proveyéndoles alimento a ustedes y a sus niñitos”. (Gé 50:14-21.)
Su muerte. José sobrevivió a su padre unos cincuenta y cuatro años, y llegó a la edad de ciento diez años. Tuvo el privilegio de llegar a ver a algunos de sus bisnietos. Por fe, pidió antes de morir que los israelitas llevasen sus huesos a Canaán al tiempo del éxodo. Cuando murió, se embalsamó su cuerpo y se puso en un ataúd. (Gé 50:22-26; Jos 24:32; Heb 11:22.)
Se da prominencia al nombre de José. En vista de la posición prominente de José entre los hijos de Jacob, era muy apropiado que su nombre se usase a veces para designar a todas las tribus de Israel (Sl 80:1) o a las que integraron el reino norteño. (Sl 78:67; Am 5:6, 15; 6:6.) Su nombre también figura en la profecía bíblica. En la visión profética de Ezequiel, la herencia de José es una porción doble (Eze 47:13), una de las puertas de la ciudad “Jehová Mismo Está Allí” lleva el nombre José (Eze 48:32, 35) y, con referencia a la reunificación del pueblo de Jehová, se habla de José como jefe de una parte de la nación y de Judá, como jefe de la otra. (Eze 37:15-26.) La profecía de Abdías indicó que la “casa de José” tomaría parte en la destrucción de la “casa de Esaú” (Abd 18), y la de Zacarías dice que Jehová salvaría a la “casa de José”. (Zac 10:6.) Entre las tribus del Israel espiritual aparece la de José en lugar de la de Efraín. (Rev 7:8.)
El hecho de que se mencione a la tribu de José en Revelación 7:8 da a entender que la profecía de Jacob en su lecho de muerte tendría una aplicación en el Israel espiritual. Por lo tanto, es digno de notar que el Poderoso de Jacob, Jehová Dios, proveyó a Jesucristo como el Pastor Excelente que entregó su vida por las “ovejas”. (Jn 10:11-16.) Cristo Jesús es también la piedra angular de fundamento sobre la que descansa el templo de Dios compuesto de israelitas espirituales. (Ef 2:20-22; 1Pe 2:4-6.) Y este ‘Pastor’ y ‘Piedra’ está con el Dios Todopoderoso. (Jn 1:1-3; Hch 7:56; Heb 10:12; compárese con Gé 49:24, 25.)
Paralelos entre José y Jesucristo. Se pueden observar numerosos paralelos entre la vida de José y la de Cristo Jesús. Al igual que José, Jesús también se distinguió por ser el hijo predilecto de su padre. (Compárese con Mt 3:17; Heb 1:1-6.) Los medio hermanos de José le mostraban hostilidad. De manera similar, a Jesús lo rechazaron los suyos, los judíos (Jn 1:11), y sus medio hermanos en la carne al principio no ejercieron fe en él. (Jn 7:5.) La disposición obediente de José al cumplir con la voluntad de su padre de ir y comprobar cómo estaban sus medio hermanos tiene su paralelo en que Jesús aceptara de buena gana venir a la Tierra. (Flp 2:5-8.) Las amargas experiencias que tuvo José como resultado de esta misión fueron comparables a lo que le ocurrió a Jesús, sobre todo cuando lo maltrataron y finalmente le dieron muerte en un madero de tormento. (Mt 27:27-46.) Así como los medio hermanos de José lo vendieron a la caravana de madianitas-ismaelitas, de manera similar, los judíos entregaron a Jesús a la autoridad romana para que lo ejecutase. (Jn 18:35.) Tanto en el caso de José como en el de Jesús, el sufrimiento los refinó y preparó para cumplir con sus respectivas misiones de salvación. (Sl 105:17-19; Heb 5:7-10.) El que se elevara a José al puesto de administrador de alimentos de Egipto, así como las vidas que se salvaron por esa razón, encuentra un paralelo en el que Jesús haya sido ensalzado y llegue a ser Salvador tanto de los judíos como de los que no lo son. (Jn 3:16, 17; Hch 5:31.) El ardid de los hermanos de José para hacerle daño resultó ser el medio de que Dios se valió para salvarles de la inanición. De igual manera, la muerte de Jesús suministró la base para la salvación. (Jn 6:51; 1Co 1:18.)
2. Padre de Igal, el espía de la tribu de Isacar a quien Moisés envió desde el desierto de Parán. (Nú 13:2, 3, 7.)
3. Levita de “los hijos de Asaf” al que durante el reinado de David se designó por suertes para formar parte del primero de los veinticuatro grupos de músicos. (1Cr 25:1, 2, 9.)
4. “Hijo de Jonam”; antepasado de Jesucristo por parte de su madre, María. (Lu 3:30.) José era descendiente de David y vivió antes de que los babilonios destruyesen Jerusalén.
5. Uno de los hombres que acataron la exhortación de Esdras y despidieron a sus esposas e hijos extranjeros. (Esd 10:10-12, 42, 44.)
6. Sacerdote de la casa paterna de Sebanías que fue contemporáneo del sumo sacerdote Joiaquim, el gobernador Nehemías y Esdras el sacerdote. (Ne 12:12, 14, 26.)
7. “Hijo de Matatías” y antepasado de Jesucristo por línea materna. (Lu 3:24, 25.) Vivió varios años después del destierro en Babilonia.
8. Hijo de cierto Jacob; padre adoptivo de Cristo Jesús, esposo de María y, más tarde, progenitor de por lo menos cuatro hijos varones: Santiago, José, Simón y Judas, además de varias hijas. (Mt 1:16; 13:55, 56; Lu 4:22; Jn 1:45; 6:42.) También se le llamó hijo de Helí (Lu 3:23), su suegro. El justo José, siempre obediente a la dirección divina, se apegó a la ley mosaica y acató los decretos de César.
Como carpintero y residente en Nazaret, José no era un hombre de muchos recursos financieros. (Mt 13:55; Lu 2:4; compárese Lu 2:24 con Le 12:8.) Estaba prometido con la muchacha virgen María (Lu 1:26, 27), pero antes de que se desposaran, ella se quedó encinta por medio del espíritu santo. Puesto que no quería hacer de ella un espectáculo público, José tenía la intención de divorciarse en secreto. (Véase DIVORCIO.) Sin embargo, tras recibir una explicación del ángel de Jehová en un sueño, llevó a María a su hogar como su esposa legal. No obstante, se abstuvo de tener relaciones con ella hasta después del nacimiento de aquel hijo engendrado milagrosamente. (Mt 1:18-21, 24, 25.)
En obediencia al decreto de César Augusto de que la población se registrara en sus propias ciudades, José, descendiente del rey David, se desplazó con María hasta Belén de Judea, en donde María dio a luz a Jesús en un establo, ya que no había disponible otro alojamiento. Aquella noche, ciertos pastores a quienes un ángel había informado del nacimiento, fueron a ver al niño recién nacido. Unos cuarenta días después, como requería la ley mosaica, José y María presentaron a Jesús en el templo de Jerusalén junto con una ofrenda. Tanto José como María se admiraron cuando oyeron las palabras proféticas del anciano Simeón en cuanto a las grandes cosas que haría Jesús. (Lu 2:1-33; compárese con Le 12:2-4, 6-8.)
Parece que después de algún tiempo, mientras residían en una casa de Belén, unos astrólogos orientales visitaron a María y su hijito (aunque podría parecer que Lucas 2:39 indica que José y María volvieron a Nazaret justo después de presentar a Jesús en el templo, debe tenerse en cuenta que este texto forma parte de un relato muy condensado). La intervención divina impidió que su visita resultase en la muerte de Jesús. Al ser advertido en un sueño de que Herodes intentaba hallar al niño para destruirlo, José prestó atención a las instrucciones divinas de huir con su familia a Egipto. (Mt 2:1-15.)
Tras el fallecimiento de Herodes, el ángel de Jehová se le volvió a aparecer a José en un sueño y le dijo: “Levántate, toma al niñito y a su madre, y ponte en camino a la tierra de Israel”. Sin embargo, al oír que Arquelao, el hijo de Herodes, gobernaba en lugar de su padre, tuvo miedo de regresar a Judea, y “habiéndosele dado advertencia divina en un sueño, se retiró al territorio de Galilea, y vino y moró en una ciudad de nombre Nazaret”. (Mt 2:19-23.)
José llevaba a su familia a la celebración de la Pascua en Jerusalén todos los años. En cierta ocasión, regresaban a Nazaret cuando, después de viajar la distancia correspondiente a un día desde Jerusalén, se dieron cuenta de que su hijo Jesús, de doce años, no estaba con ellos. Lo buscaron angustiados y por fin lo hallaron en el templo de Jerusalén escuchando e interrogando a los maestros. (Lu 2:41-50.)
El registro bíblico no menciona el grado de enseñanza que José le dio a Jesús. No obstante, no hay duda de que contribuyó a que Jesús progresara en sabiduría. (Lu 2:51, 52.) También le enseñó el oficio de carpintero, pues a Jesús se le conoció como “el hijo del carpintero” (Mt 13:55) y también como el “carpintero”. (Mr 6:3.)
Las Escrituras no mencionan de modo específico la muerte de José, pero parece que murió antes que Jesús. Si hubiera vivido después de la Pascua de 33 E.C., no es probable que Jesús, mientras estaba fijado en el madero, confiara el cuidado de María al apóstol Juan. (Jn 19:26, 27.)
9. Medio hermano de Jesucristo. (Mt 13:55; Mr 6:3.) Al igual que sus demás hermanos, al principio no ejerció fe en Jesús. (Jn 7:5.) Sin embargo, después, los medio hermanos de Jesús, seguramente entre ellos José, se hicieron creyentes. El registro dice que estaban con los apóstoles y otros discípulos después de la ascensión de Jesús al cielo; de modo que es muy posible que se contaran entre los aproximadamente 120 discípulos reunidos en un aposento superior en Jerusalén cuando se escogió por suertes a Matías para reemplazar al infiel Judas Iscariote. Parece ser que este mismo grupo de unos 120 recibió el espíritu de Dios en el día del Pentecostés de 33 E.C. (Hch 1:9–2:4.)
10. Hombre rico de la ciudad de Arimatea (Judea) y miembro respetado del Sanedrín judío. Aunque era un varón bueno y justo que esperaba el reino de Dios, no se identificó abiertamente como discípulo de Jesucristo debido a que temía a los judíos incrédulos. Sin embargo, no votó en favor de la acción injusta del Sanedrín contra Cristo Jesús. Más tarde, mostró valor al pedirle a Pilato el cuerpo de Jesús, y junto con Nicodemo lo preparó para el entierro y luego lo puso en una tumba nueva labrada en la roca. Esta tumba era de su propiedad y estaba situada en un jardín cercano al lugar donde se fijó a Jesús en el madero. (Mt 27:57-60; Mr 15:43-46; Lu 23:50-53; Jn 19:38-42.)
11. Discípulo a quien se propuso junto con Matías como candidato al puesto de superintendencia que dejó vacante el infiel Judas Iscariote. José, llamado también Barsabás (quizás un patronímico o simplemente un nombre adicional) y a quien se dio el sobrenombre de Justo, fue testigo de la obra, milagros y resurrección de Jesucristo. Sin embargo, fue Matías, no José, el escogido por suertes para reemplazar a Judas Iscariote antes del Pentecostés del año 33 E.C. y fue él quien llegó a ser “contado junto con los once apóstoles”. (Hch 1:15–2:1.)
12. Levita de sobrenombre Bernabé y oriundo de Chipre. (Hch 4:36, 37.) Fue compañero íntimo del apóstol Pablo. (Véase BERNABÉ.)