JUDÁ
(Elogiado; [Objeto de] Elogio).
1. Cuarto hijo de Jacob y de su esposa Lea. (Gé 29:35; 1Cr 2:1.) Después de haber vivido unos nueve años en Harán (Padán-aram), Judá partió junto con toda la casa de Jacob hacia Canaán. (Compárese con Gé 29:4, 5, 32-35; 30:9-12, 16-28; 31:17, 18, 41.) Posteriormente residió con su padre en Sucot y más tarde en Siquem. Después que el hijo de Hamor violó a su hermana Dina y que Simeón y Leví la vengaron matando a todos los varones de Siquem, Judá participó en saquear la ciudad. (Gé 33:17, 18; 34:1, 2, 25-29.)
Relaciones con José. Con el transcurso del tiempo, Judá y sus otros medio hermanos le cobraron odio a José debido a que gozaba del favor de Jacob. Este odio se intensificó cuando José les contó dos sueños que indicaban que llegaría a ser superior a ellos. Por consiguiente, cuando Jacob envió a José para comprobar cómo estaban sus medio hermanos mientras cuidaban de los rebaños, estos, al verle a distancia, tramaron matarle. No obstante, a instancias de Rubén, que pretendía salvarle la vida, lo arrojaron en una cisterna vacía. (Gé 37:2-24.)
Posteriormente, al ver una caravana de ismaelitas, Judá al parecer en ausencia de Rubén, convenció a los demás de que sería mejor vender a José a los mercaderes que pasaban, en lugar de matarlo. (Gé 37:25-27.) A pesar de que José suplicaba compasión, lo vendieron por veinte piezas de plata (si eran siclos, 44 dólares [E.U.A.]). (Gé 37:28; 42:21.) Aunque parece que la principal preocupación de Judá era salvar la vida de José, y la venta en sí resultó más tarde en bendición para todos los implicados, él, al igual que los demás, fue culpable de un grave pecado que pesó durante mucho tiempo sobre su conciencia. (Gé 42:21, 22; 44:16; 45:4, 5; 50:15-21.) (La ley mosaica, que más tarde habrían de recibir los israelitas, castigaba este delito con pena de muerte; Éx 21:16.) Luego, Judá, que en aquel entonces tenía unos veinte años, también se unió a los demás en engañar a Jacob para que pensase que una bestia salvaje había matado a José. (Gé 37:31-33.)
La familia de Judá. Es posible que después de este incidente Judá dejara a sus hermanos. Asentó su tienda cerca de Hirá, el adulamita, y por lo visto hubo entre ellos una relación de amistad. Durante este tiempo se casó con la hija de Súa, un cananeo. Con ella tuvo tres hijos: Er, Onán y Selah. El más joven, Selah, nació en Aczib. (Gé 38:1-5.)
Con el tiempo Judá escogió a Tamar como esposa para Er, su primogénito, pero Jehová ejecutó a este debido a su maldad. Por tanto Judá mandó a su segundo hijo, Onán, que cumpliese con el matrimonio de cuñado y se casara con Tamar. No obstante, aunque Onán tuvo relaciones con ella, “desperdició su semen en la tierra para no dar prole a su hermano”. Por esta acción, Jehová también le dio muerte. Luego Judá le recomendó a Tamar que volviese a la casa de su padre y esperase hasta que Selah creciese. Sin embargo, cuando Selah creció, Judá no se lo dio a Tamar en matrimonio, al parecer porque razonó que su hijo más joven pudiera morir. (Gé 38:6-11, 14.)
Por consiguiente, después que Judá enviudó, Tamar, que se enteró de que su suegro iba a Timnah, se disfrazó de prostituta y se sentó en la entrada de Enaim, en el camino por el que Judá pasaría. Judá no reconoció a su nuera y supuso que era una prostituta, así que tuvo relaciones con ella. Cuando más tarde salió a la luz que Tamar estaba encinta, Judá insistió en que la quemaran por ramera. Sin embargo, una vez que quedó demostrado que él mismo la había dejado encinta, exclamó: “Ella es más justa que yo, por razón de que yo no la di a Selah mi hijo”. De esta forma, sin ser consciente de ello, Judá había ocupado el lugar de Selah a la hora de engendrar prole legal. Unos seis meses después, Tamar dio a luz dos gemelos, Pérez y Zérah. Judá no volvió a tener relaciones con ella. (Gé 38:12-30.)
A Egipto por alimento. Con el tiempo llegaron informes a Canaán, tierra afligida por el hambre, de que en Egipto había suficiente alimento. Por consiguiente, Jacob ordenó a diez de sus hijos, entre ellos Judá, que fueran en busca de víveres. Por aquel entonces, su medio hermano José administraba en Egipto el alimento almacenado. Aunque José los reconoció inmediatamente, ellos no le reconocieron a él. José los acusó de ser espías y les advirtió que no regresasen a Egipto sin Benjamín, de quien hablaron al negar que eran espías. También hizo que ataran y retuvieran como rehén a Simeón, uno de sus medio hermanos. (Gé 42:1-25.)
Es comprensible que habiendo perdido tanto a José como a Simeón, Jacob se mostrase reacio a dejar que Benjamín acompañase a sus otros hermanos a Egipto. El comentario irreflexivo de Rubén de que Jacob podía dar muerte a sus dos hijos si no llevaba de vuelta a Benjamín no tuvo suficiente peso, quizás porque él mismo no había sido muy confiable, pues había violado a la concubina de su padre. (Gé 35:22.) Por último, Judá consiguió el consentimiento de su padre, después de prometerle ser fiador de Benjamín. (Gé 42:36-38; 43:8-14.)
Cuando regresaban a su casa después de haber comprado cereales en Egipto, el mayordomo de José los alcanzó y los acusó de robo (en realidad, era una treta de José). Una vez que se encontró en el costal de Benjamín el artículo de cuyo robo se les acusaba, regresaron y entraron en la casa de José. Judá respondió a la acusación y, con elocuencia y sinceridad, suplicó a favor de Benjamín y de su padre que él pasara a ser esclavo en lugar de Benjamín. A José le conmovió tanto la sincera solicitud de Judá, que no pudo controlar más sus emociones. Ya a solas con sus hermanos, se identificó, los perdonó por haberle vendido en esclavitud y les mandó que fuesen a por Jacob y regresasen a Egipto, pues el hambre tenía que continuar por cinco años más. (Gé 44:1–45:13.)
Más tarde, cuando Jacob y toda su casa se acercaban a Egipto, Jacob “envió a Judá delante de sí a José para impartir información antes de él a Gosén”. (Gé 46:28.)
Superior entre sus hermanos. Debido a su preocupación por su padre, ya anciano, y a su noble esfuerzo por proteger la libertad de Benjamín a costa de la suya propia, Judá demostró que era superior a sus hermanos. (1Cr 5:2.) Ya no era aquel Judá que en su juventud había participado en saquear a los siquemitas y había sido cómplice del trato injusto a su medio hermano José, así como de engañar después a su propio padre. Su notable don de mando hizo que Judá, como uno de los cabezas de las doce tribus de Israel, pudiese recibir de su moribundo padre una bendición profética superior. (Gé 49:8-12.) Más adelante se considera el cumplimiento de esta profecía.
2. La tribu que descendió de Judá. Unos doscientos dieciséis años después que Judá fue a Egipto con la casa de Jacob, los hombres robustos de la tribu mayores de veinte años habían aumentado a 74.600, un número mayor que el del resto de las doce tribus. (Nú 1:26, 27.) Próximo ya el fin de los cuarenta años que Israel vagó por el desierto, la cantidad de los varones registrados de Judá había aumentado en 1.900. (Nú 26:22.)
El tabernáculo, sus accesorios y sus utensilios se construyeron bajo la dirección de Bezalel, de la tribu de Judá, y su servidor, Oholiab, de la tribu de Dan. (Éx 35:30-35.) Después de esta construcción, Judá y las tribus de Isacar y Zabulón acamparon en el lado oriental del santuario. (Nú 2:3-8.)
Primeros indicios de liderazgo. La bendición profética de Jacob había asignado a Judá un papel destacado (Gé 49:8; compárese con 1Cr 5:2), que comenzó a confirmarse en los albores de la historia de esta tribu. Bajo el mando de su principal, Nahsón, Judá encabezó la marcha por el desierto. (Nú 2:3-9; 10:12-14.) Además, Caleb, uno de los dos fieles espías que tuvieron el privilegio de volver a entrar en la Tierra Prometida, pertenecía a la tribu de Judá, y participó activamente en conquistar la tierra asignada a Judá, aunque se hallaba ya entrado en años. Por dirección divina, la tribu de Judá llevó la iniciativa en la lucha contra los cananeos, con la colaboración de los simeonitas. (Nú 13:6, 30; 14:6-10, 38; Jos 14:6-14; 15:13-20; Jue 1:1-20; compárese con Dt 33:7.) Nuevamente por dirección divina, Judá encabezó más tarde una acción militar de castigo contra Benjamín. (Jue 20:18.)
La herencia de Judá. La región asignada a la tribu de Judá limitaba al N. con los territorios benjamita y danita (Jos 15:5-11; 18:11); al E., con el mar Salado (mar Muerto) (Jos 15:5), y al O., con el mar Grande (Mediterráneo). (Jos 15:12.) Parece que el límite meridional se extendía desde el extremo S. del mar Muerto en dirección SO., hasta la subida de Aqrabim; después continuaba hasta Zin, luego iba hacia el N., pasando cerca de Qadés-barnea, y finalmente llegaba al Mediterráneo a través de Hezrón, Addar, Qarqá, Azmón y el valle torrencial de Egipto. (Jos 15:1-4.) La porción de este territorio que se centraba principalmente alrededor de Beer-seba estaba asignada a los simeonitas. (Jos 19:1-9.) Los quenitas, una familia no israelita que estaba emparentada con Moisés, también se asentaron en el territorio de Judá. (Jue 1:16.)
Dentro de los límites asignados a Judá hay varias regiones naturales. El Négueb, que en su mayor parte es una meseta que oscila entre los 450 y los 600 m. de altura sobre el nivel del mar, se encuentra al S. A lo largo del Mediterráneo se extiende la llanura de Filistea, con sus dunas de arena que a veces penetran hasta 6 Km. tierra adentro. En un tiempo esta llanura ondulante fue una región de viñas, olivos y campos de cereales. (Jue 15:5.) Justo al E. de Filistea se eleva una zona de colinas, separadas por numerosos valles, que en la parte meridional alcanzan una altitud de unos 450 m. Es la Sefelá (que significa “Tierra Baja”), región que en la antigüedad estaba cubierta de sicómoros. (1Re 10:27.) Se puede decir que es una tierra baja al compararla con la región montañosa de Judá, situada más al E., y que tiene elevaciones que van desde unos 600 m. a más de 1.000 m. sobre el nivel del mar. Las colinas áridas que ocupan la ladera oriental de las montañas de Judá constituyen el desierto de Judá.
Durante el mandato de Josué, el poder cananeo en el territorio de Judá al parecer se había debilitado. Sin embargo, como no se habían apostado guarniciones, los habitantes originales debieron regresar a algunas ciudades, como Hebrón y Debir, mientras los israelitas guerreaban en otra parte. Por consiguiente, hubo que recuperar de nuevo estos lugares. (Compárese con Jos 12:7, 10, 13; Jue 1:10-15.) Sin embargo, a los habitantes de la llanura baja, que tenían carros bien equipados, no se les desposeyó de la tierra. Entre estos últimos debieron hallarse los filisteos de Gat y Asdod. (Jos 13:2, 3; Jue 1:18, 19.)
Desde los jueces hasta Saúl. Durante el período turbulento de los jueces, Judá, al igual que las otras tribus, cayó con frecuencia en la idolatría. Por lo tanto, Jehová permitió que las naciones circundantes, en particular los ammonitas y los filisteos, hicieran incursiones en su territorio. (Jue 10:6-9.) En los días de Sansón, los judaítas no solo habían perdido todo control sobre las ciudades filisteas de Gaza, Eqrón y Asquelón, sino que los filisteos se habían convertido en sus virtuales amos. (Jue 15:9-12.) Al parecer, no fue posible recuperar el territorio de Judá del control filisteo hasta el tiempo de Samuel. (1Sa 7:10-14.)
Una vez que Samuel ungió por primer rey de Israel al benjamita Saúl, los judaítas lucharon lealmente bajo su mando. (1Sa 11:5-11; 15:3, 4.) Las batallas más frecuentes se pelearon contra los filisteos (1Sa 14:52), y todo apunta a que estos últimos comenzaban a imponerse de nuevo sobre los israelitas. (1Sa 13:19-22.) No obstante, su poder disminuyó con el tiempo. Ayudados por Jehová, Saúl y su hijo Jonatán consiguieron vencerlos en la zona que se extendía desde Micmás hasta Ayalón. (1Sa 13:23–14:23, 31.) Tiempo después, cuando los filisteos invadieron Judá, fueron derrotados de nuevo después que David, el joven pastor de Judá, mató a Goliat, el paladín filisteo. (1Sa 17:4, 48-53.) Más adelante, el rey Saúl colocó a David, que para entonces ya había sido ungido por futuro rey, sobre los guerreros israelitas. Mientras desempeñaba esta función, David apoyó lealmente a Saúl y consiguió nuevas victorias sobre los filisteos. (1Sa 18:5-7.) En aquel tiempo la tribu de Judá era como un “cachorro de león”, pues aún no había alcanzado el poder real en la persona de David. (Gé 49:9.)
Cuando Saúl vio en David una seria amenaza para su corona, lo trató como a un proscrito, pero David le guardó lealtad porque Saúl era el ungido de Jehová. Nunca se puso al lado de los enemigos de Israel, ni personalmente causó daño a Saúl o permitió que otros lo hiciesen. (1Sa 20:30, 31; 24:4-22; 26:8-11; 27:8-11; 30:26-31.) Muy al contrario, luchó contra los enemigos de Israel. En una ocasión salvó a Queilá, una ciudad de Judá, de caer en manos de los filisteos. (1Sa 23:2-5.)
La bendición profética de Jacob se cumple en David. Finalmente llegó el debido tiempo de Dios para transferir el poder real de la tribu de Benjamín a la de Judá. Los hombres de Judá ungieron a David por rey en Hebrón después de la muerte de Saúl. No obstante, las otras tribus se adhirieron a la casa de Saúl e hicieron rey sobre ellos a su hijo Is-bóset. A partir de ese momento, se produjeron repetidos choques entre estos dos reinos, hasta que Abner, hombre fuerte de Is-bóset, se pasó al bando de David. Al poco tiempo, Is-bóset fue asesinado. (2Sa 2:1-4, 8, 9; 3:1–4:12.)
Cuando David reinó sobre todo Israel, los ‘hijos de Jacob’, es decir, todas las tribus de Israel, aclamaron a Judá y reconocieron la gobernación de su representante. Por lo tanto, David pudo ir también contra Jerusalén, aunque esta estaba principalmente en territorio benjamita, y después de capturar la fortaleza de Sión, convertirla en su capital. En líneas generales, David se comportó de manera encomiable. De hecho, su comportamiento hizo que se elogiase a la tribu de Judá por cualidades como la rectitud y la justicia, así como por sus servicios a la nación. Uno de estos servicios fue salvaguardar la seguridad nacional, como Jacob había predicho en la bendición que pronunció en su lecho de muerte. En realidad, la mano de Judá estuvo sobre la cerviz de sus enemigos cuando David sojuzgó a los filisteos (que por dos veces habían intentado derrocarle en Sión), moabitas, sirios, edomitas, amalequitas y ammonitas. Por consiguiente, con David, las fronteras de Israel se extendieron al fin hasta los límites que Dios había señalado. (Gé 49:8-12; 2Sa 5:1-10, 17-25; 8:1-15; 12:29-31.)
En virtud del pacto eterno para un Reino hecho con David, la tribu de Judá poseyó el cetro y el bastón de mando durante cuatrocientos setenta años. (Gé 49:10; 2Sa 7:16.) Sin embargo, únicamente hubo un reino unido, con todas las tribus de Israel bajo la gobernación de Judá, durante los reinados de David y Salomón. Debido a la apostasía de Salomón hacia el final de su reinado, Jehová le arrancó diez tribus al siguiente rey de Judá, Rehoboam, y se las dio a Jeroboán. (1Re 11:31-35; 12:15-20.) Tan solo los levitas y las tribus de Benjamín y Judá permanecieron leales a la casa de David. (1Re 12:21; 2Cr 13:9, 10.)
3. El reino de Judá, integrado por Judá y Benjamín. (2Cr 25:5.) Después de la muerte de Salomón, las otras diez tribus formaron un reino independiente bajo el efraimita Jeroboán.
Poco tiempo después, en el quinto año de Rehoboam, el rey Sisaq de Egipto invadió el reino de Judá y llegó hasta Jerusalén, capturando a su paso las ciudades fortificadas que halló. (1Re 14:25, 26; 2Cr 12:2-9.)
Por un período de unos cuarenta años, en el transcurso de los reinados de los reyes de Judá Rehoboam, Abiyam (Abías) y Asá, estallaron numerosos conflictos entre los reinos de Judá e Israel. (1Re 14:30; 15:7, 16.) No obstante, Jehosafat, el sucesor de Asá, concertó una alianza matrimonial con Acab, el inicuo rey de Israel. Aunque esta acción supuso paz entre los dos reinos, el matrimonio de Jehoram, hijo de Jehosafat, con Atalía, hija de Acab, fue desastroso para Judá. Bajo la influencia de Atalía, Jehoram apostató gravemente. Durante su reinado, invadieron Judá los filisteos y los árabes, que tomaron cautivos y mataron a todos sus hijos, excepto a Jehoacaz (Ocozías), el más joven. Cuando Ocozías ascendió al trono, siguió también las directrices de la inicua Atalía. Después de la muerte violenta de Ocozías, Atalía mató a toda la prole real. Sin embargo, seguramente por dirección divina, se escondió al joven Jehoás, heredero legítimo del trono de David, de modo que sobrevivió. Mientras tanto, la usurpadora Atalía gobernó como reina hasta que el sumo sacerdote Jehoiadá ordenó su ejecución. (2Cr 18:1; 21:1, 5, 6, 16, 17; 22:1-3, 9-12; 23:13-15.)
Aunque Jehoás empezó bien su reinado, después de la muerte del sumo sacerdote Jehoiadá, se apartó de la adoración verdadera. (2Cr 24:2, 17, 18.) Amasías, hijo de Jehoás, tampoco observó un proceder justo. Durante su reinado, el reino de diez tribus y el reino de Judá se enfrentaron de nuevo después de años de coexistencia pacífica: Judá sufrió una derrota humillante. (2Cr 25:1, 2, 14-24.) El siguiente rey de Judá, Uzías (Azarías) hizo lo justo a los ojos de Jehová, si bien irrumpió en el santuario. Su sucesor, Jotán, también fue un rey fiel. Pero Acaz, hijo de Jotán, se hizo notorio por practicar la idolatría a gran escala. (2Cr 26:3, 4, 16-20; 27:1, 2; 28:1-4.)
En el transcurso del reinado de Acaz, Judá sufrió invasiones edomitas y filisteas, y también incursiones del reino septentrional y de Siria. La coalición siroisraelita llegó a amenazar con derrocar a Acaz y poner como rey de Judá a un hombre que no era del linaje davídico. Aunque el profeta Isaías le aseguró que esto no sucedería, el infiel Acaz sobornó al rey sirio Tiglat-piléser III para que le ayudase. Esta acción imprudente trajo sobre Judá el pesado yugo de Asiria. (2Cr 28:5-21; Isa 7:1-12.)
Ezequías, hijo de Acaz, restableció la adoración verdadera y se rebeló contra el rey de Asiria. (2Re 18:1-7.) En consecuencia, Senaquerib invadió Judá y tomó muchas ciudades fortificadas. Sin embargo, no logró ocupar Jerusalén, pues en una noche el ángel de Jehová derribó a 185.000 soldados del campamento de los asirios. Humillado, Senaquerib volvió a Nínive. (2Re 18:13; 19:32-36.) Unos ocho años antes, en 740 a. E.C., había llegado el fin del reino de las diez tribus con la caída de su capital, Samaria, ante los asirios. (2Re 17:4-6.)
El siguiente rey de Judá, Manasés, hijo de Ezequías, restableció la idolatría. No obstante, después que el rey de Asiria lo llevó cautivo a Babilonia, se arrepintió, y a su regreso a Jerusalén emprendió reformas religiosas. (2Cr 33:10-16.) Sin embargo, su hijo Amón volvió a caer en la idolatría. (2Cr 33:21-24.)
La última gran campaña contra la idolatría se produjo en el reinado de Josías, hijo de Amón. Sin embargo, en ese tiempo ya era demasiado tarde para que el pueblo en general se arrepintiera de manera genuina. Por lo tanto, Jehová decretó la desolación completa de Judá y Jerusalén. Pero Josías murió intentando repeler a las fuerzas egipcias en Meguidó, cuando estas se encontraban en camino para ayudar al rey de Asiria en Carquemis. (2Re 22:1–23:30; 2Cr 35:20.)
Los últimos cuatro reyes de Judá —Jehoacaz, Jehoiaquim, Joaquín y Sedequías— fueron malos gobernantes. El faraón Nekoh destronó a Jehoacaz, impuso un pesado tributo sobre la tierra de Judá e hizo rey a Jehoiaquim, hermano de Jehoacaz. (2Re 23:31-35.) Más tarde, al parecer después de ocho años de reinado, Nabucodonosor, el rey de Babilonia, que anteriormente había derrotado a los egipcios en Carquemis, hizo de Jehoiaquim un rey vasallo. Jehoiaquim sirvió por tres años al rey de Babilonia, y después se rebeló. (2Re 24:1; Jer 46:2.) Pasado algún tiempo, Nabucodonosor, que al parecer tenía la intención de llevar como prisionero a Babilonia al rey rebelde, fue contra Jerusalén. (2Cr 36:6.) Sin embargo, Jehoiaquim nunca fue a Babilonia, pues murió de una manera que la Biblia no indica. A su muerte, llegó a ser rey Joaquín. Después de gobernar tan solo tres meses y diez días, se rindió voluntariamente a Nabucodonosor, que le condujo al exilio en Babilonia junto con otros miembros de la familia real, así como con miles de sus súbditos. Luego Nabucodonosor colocó en el trono de Judá a Sedequías, tío de Joaquín. (2Re 24:6, 8-17; 2Cr 36:9, 10.)
En su noveno año como rey vasallo, Sedequías se rebeló y buscó ayuda en la fuerza militar de Egipto contra Babilonia. (2Re 24:18–25:1; 2Cr 36:11-13; Eze 17:15-21.) En consecuencia, Nabucodonosor se dirigió con sus ejércitos contra Judá. El asedio a Jerusalén duró dieciocho meses, hasta que finalmente se abrió brecha en sus muros. Aunque Sedequías huyó, fue capturado, se degolló a sus hijos en su presencia y a él se le cegó. Al mes siguiente, condujeron a la mayoría de los supervivientes al exilio. A Guedalías se le nombró gobernador sobre los pocos habitantes que quedaron en Judá —en su mayor parte gente humilde—, pero después de su asesinato la población huyó a Egipto. Por lo tanto, en el séptimo mes de 607 a. E.C. la tierra de Judá quedó completamente desolada. (2Re 25:1-26; véanse más detalles en los artículos sobre cada rey.)
La gobernación no se perdió. Sin embargo, este fin calamitoso del reino de Judá no significó que el cetro y el bastón de mando se habían apartado para siempre de la tribu. Según la profecía de Jacob en su lecho de muerte, la tribu de Judá tenía que producir al heredero real permanente, Siló (que significa “Aquel de Quien Es; Aquel a Quien Pertenece”). (Gé 49:10.) Por consiguiente, antes de que se acabara con el reino de Judá, Jehová le dirigió las siguientes palabras a Sedequías por medio de Ezequiel: “Remueve el turbante, y quita la corona. Esta no será la misma. Póngase en alto aun lo que está bajo, y póngase bajo aun al alto. Ruina, ruina, ruina la haré. En cuanto a esta también, ciertamente no llegará a ser de nadie hasta que venga aquel que tiene el derecho legal, y tengo que dar esto a él”. (Eze 21:26, 27.) El que tiene el derecho legal, como lo indicó en su anuncio el ángel Gabriel a la virgen judía María unos seiscientos años después, no es otro que Jesús, el Hijo de Dios. (Lu 1:31-33.) Por lo tanto, es apropiado que Jesucristo lleve el título: “el León que es de la tribu de Judá”. (Rev 5:5.)
Comparado con el reino septentrional. El reino de Judá disfrutó de mucha más estabilidad que el reino septentrional y también duró unos ciento treinta y tres años más. A esto contribuyeron varios factores: 1) En armonía con el pacto que Dios hizo con David, el linaje real permaneció intacto, mientras que en el reino septentrional menos de la mitad de los reyes tuvieron a sus propios hijos como sucesores. 2) La continuidad del sacerdocio aarónico en el templo de Jerusalén tuvo la bendición de Jehová y facilitó mucho el que la nación infiel volviese a su Dios. (2Cr 13:8-20.) Por otro lado, el reino septentrional consideraba que la adoración de becerros era necesaria para mantener su independencia de Judá, y esta debió ser la razón por la que nunca se intentó erradicarla. (1Re 12:27-33.) 3) Cuatro de los diecinueve reyes de Judá —Asá, Jehosafat, Ezequías y Josías— se destacaron por su apego a la adoración verdadera y llevaron a cabo importantes reformas religiosas.
Sin embargo, la historia de los dos reinos ilustra lo insensato que es pasar por alto los mandamientos de Jehová y buscar seguridad en las alianzas militares. También se resalta la gran paciencia de Jehová con su pueblo desobediente. En repetidas ocasiones envió a sus profetas con el fin de que su pueblo se arrepintiese, pero muchas veces no se prestó atención a sus advertencias. (Jer 25:4-7.) Entre los profetas que sirvieron en Judá se cuentan Semaya, Idó, Azarías, Oded, Hananí, Jehú, Eliezer, Jahaziel, Miqueas, Oseas, Isaías, Sofonías, Habacuc y Jeremías. (Véase ISRAEL núms. 2 y 3.)
Después del exilio. En 537 a. E.C., el decreto de Ciro permitió a los israelitas volver a la tierra de Judá y reedificar el templo, y en ese tiempo debieron volver a su tierra natal representantes de las diferentes tribus. (Esd 1:1-4; Isa 11:11, 12.) En cumplimiento de Ezequiel 21:27, ningún rey del linaje de David volvió a administrar al pueblo repatriado. También es digno de notar que no se hace ninguna mención de rivalidades tribales, lo que indica que Efraín y Judá efectivamente se habían unido. (Isa 11:13.)
4. Al parecer es la misma persona que el levita Hodavías, o Hodevá, cuyos hijos volvieron a Jerusalén con Zorobabel. (Esd 2:40; 3:9; Ne 7:43.)
5. Levita mencionado entre los que regresaron con Zorobabel. (Ne 12:1, 8.)
6. Uno de los levitas que despidieron a sus esposas extranjeras e hijos. (Esd 10:23, 44.)
7. Benjamita que trabajaba en Jerusalén como supervisor después del exilio. (Ne 11:7, 9.)
8. Uno de los que se hallaban en la procesión inaugural que preparó Nehemías cuando se terminó la construcción del muro de Jerusalén. (Ne 12:31, 34.)
9. Músico sacerdotal de la procesión inaugural. (Ne 12:31, 35, 36.)