ÍDOLO, IDOLATRÍA
Un ídolo es una imagen, una representación de algo o un símbolo, material o imaginario, que es objeto de devoción fervorosa. En términos generales, la idolatría es la veneración, amor, culto o adoración de un ídolo. Normalmente está relacionada con un poder superior, real o supuesto, tanto si se le atribuye una existencia animada (humano, animal o, incluso, una organización) como si se trata de algo inanimado (una fuerza u objeto inanimado de la naturaleza). La idolatría suele ir acompañada de algún tipo de ceremonia o rito.
Los términos hebreos con los que se hacía referencia a los ídolos solían aludir tanto al material del que estaban hechos como a su inutilidad, o eran términos con una profunda carga despectiva. Entre estos hay palabras que se han traducido por expresiones como “imagen tallada o esculpida” (literalmente, “talla”); “estatua fundida, imagen o ídolo” (literalmente, “algo fundido; vaciado”); “ídolo horrible”; “ídolo vano” (literalmente, “vanidad”), e “ídolo estercolizo”. La palabra “ídolo” es traducción de la voz griega éi·dō·lon.
No todas las imágenes son ídolos. La ley de Dios sobre no hacerse imágenes (Éx 20:4, 5) no quiso decir que quedaba terminantemente prohibido hacer una estatua o algún tipo de representación material. Este hecho queda patente por el mandato posterior de Jehová de hacer dos querubines de oro para la cubierta del Arca y bordar representaciones de querubines sobre las diez telas de la cubierta interior del tabernáculo y sobre la cortina que separaba el Santo del Santísimo. (Éx 25:18; 26:1, 31, 33.) De igual manera, el interior del templo de Salomón, cuyos planos arquitectónicos recibió David por inspiración divina (1Cr 28:11, 12), estaba decorado con gran belleza con bajorrelieves de querubines, palmeras y flores. En el Santísimo de este templo había querubines de madera de árbol oleífero revestidos de oro. (1Re 6:23, 28, 29.) El mar fundido descansaba sobre doce toros de cobre, y las paredes laterales de las carretillas de cobre para el uso del templo estaban decoradas con figuras de leones, toros y querubines. (1Re 7:25, 28, 29.) Había doce leones a lo largo de los escalones que conducían al trono de Salomón. (2Cr 9:17-19.)
Sin embargo, estas representaciones no eran ídolos; solo los sacerdotes que oficiaban podrían ver las que estaban en el interior del tabernáculo y luego en el interior del templo. Nadie, salvo el sumo sacerdote, entraba en el Santísimo, y tan solo lo hacía el Día de Expiación. (Heb 9:7.) Por lo tanto, no había ningún peligro de que los israelitas pudiesen incurrir en idolatrar a los querubines de oro del Santuario. Estas figuras eran principalmente una representación de los querubines celestiales. (Compárese con Heb 9:23, 24.) Y es evidente que no se las había de venerar, pues no se debía dar adoración ni a los mismos ángeles. (Col 2:18; Rev 19:10; 22:8, 9.)
Por supuesto, en ocasiones algunas imágenes se convirtieron en ídolos, aunque originalmente no se tenía la intención de que fuesen objetos de veneración. La serpiente de cobre que Moisés hizo en el desierto llegó a ser adorada y por esta razón el fiel rey Ezequías la trituró. (Nú 21:9; 2Re 18:1, 4.) El efod que hizo el juez Gedeón llegó a ser un “lazo” para él y para su casa. (Jue 8:27.)
Imágenes como ayuda en la adoración. Las Escrituras no aprueban el uso de imágenes como un medio de dirigirse a Dios en oración. Esta práctica va en contra del principio que dice que aquellos que buscan a Jehová deben adorarle con espíritu y con verdad. (Jn 4:24; 2Co 4:18; 5:6, 7.) Él no tolera que se mezclen prácticas idolátricas con la adoración verdadera, como lo ilustra el hecho de que condenase la adoración del becerro, a pesar de que los israelitas lo habían relacionado con Su nombre. (Éx 32:3-10.) Jehová no comparte su gloria con imágenes esculpidas. (Isa 42:8.)
No hay ni una sola ocasión en las Escrituras en la que los siervos fieles de Jehová hayan recurrido al uso de ayudas visuales para orar a Dios ni que hayan practicado alguna forma de adoración relativa. Es cierto que según la traducción católica Scío de San Miguel, Hebreos 11:21 dice: “Por fe Jacob, estando para morir, bendijo a cada uno de los hijos de Joseph: y adoró la altura de su vara”. Sin embargo, en una nota al pie de la página, la traducción católica Bover-Cantera comenta lo siguiente sobre este texto: “El sentido más obvio es: (Jacob) inclinado adoró (a Dios) (apoyándose) sobre la extremidad de su (propio) báculo”. Esta última forma de traducir el texto, y otras con pequeñas variaciones, demuestra que este versículo de ningún modo apoya la adoración relativa. Además, está en armonía con el sentido del texto hebreo de Génesis 47:31, y así lo han traducido casi todas las versiones católicas.
Formas de idolatría. Algunas de las prácticas idolátricas mencionadas en la Biblia eran repugnantes, como, por ejemplo, la prostitución ceremonial, el sacrificio de niños, la borrachera y la autolaceración hasta el punto de hacer chorrear la sangre. (1Re 14:24; 18:28; Jer 19:3-5; Os 4:13, 14; Am 2:8.) A los ídolos se les veneraba participando de la comida y bebida que se ofrecía en fiestas celebradas en su honor (Éx 32:6; 1Co 8:10), inclinándose y haciéndoles sacrificios, con cantos y danzas e incluso besándolos. (Éx 32:8, 18, 19; 1Re 19:18; Os 13:2.) La idolatría también se practicaba disponiendo una mesa con alimento y bebida para los dioses falsos (Isa 65:11), ofreciendo libaciones, tortas de sacrificio y humo de sacrificio (Jer 7:18; 44:17), así como llorando en ciertas ceremonias religiosas (Eze 8:14). La Ley prohibía tatuarse, hacerse cortaduras, imponerse calvicie sobre la frente, cortar los mechones de los lados y la extremidad de la barba, posiblemente debido a su relación, al menos en parte, con las prácticas idolátricas que eran comunes en las naciones vecinas. (Le 19:26-28; Dt 14:1.)
También hay formas más sutiles de idolatría. La codicia es idolatría (Col 3:5), puesto que el objeto deseado desvía del Creador el afecto de la persona, de modo que se convierte en un ídolo. En lugar de servir a Jehová Dios fielmente, una persona puede llegar a ser esclavo de su vientre, es decir, de su deseo o apetito carnal, y hacer de esto su dios. (Ro 16:18; Flp 3:18, 19.) Puesto que el amor al Creador se demuestra por la obediencia (1Jn 5:3), la rebelión y la presuntuosidad son comparables a actos de idolatría. (1Sa 15:22, 23.)
Idolatría antes del Diluvio. La idolatría no comenzó en la región visible, sino en la invisible. Una gloriosa criatura celestial desarrolló el deseo egoísta de parecerse al Altísimo. Fue tan fuerte su deseo que consiguió apartarle de Jehová, su Dios, y su idolatría le hizo rebelarse. (Job 1:6-11; 1Ti 3:6; compárese con Isa 14:12-14; Eze 28:13-15, 17.)
De manera similar, Eva se hizo a sí misma la primera idólatra humana al codiciar el fruto prohibido, y este deseo incorrecto la llevó a desobedecer el mandato de Dios. Adán también llegó a ser culpable de idolatría al permitir que un deseo egoísta rivalizase con su amor a Jehová y posteriormente desobedecer al Creador. (Gé 3:6, 17.)
Desde la rebelión en Edén, tan solo una minoría de la humanidad ha permanecido libre de la idolatría. Durante la vida de Enós, el nieto de Adán, parece que se llegó a practicar cierta forma de idolatría: “En aquel tiempo se dio comienzo a invocar el nombre de Jehová”. (Gé 4:26.) Pero esta invocación no fue con fe, como sí había hecho el justo Abel muchos años antes, por lo que sufrió martirio a manos de su hermano Caín. (Gé 4:4, 5, 8.) Lo que debió comenzar en los días de Enós fue una forma de adoración falsa en la que el nombre de Jehová se usaba mal o se aplicaba de manera impropia. Probablemente los hombres se hacían llamar por el nombre de Dios o usaban este nombre para dirigirse a otros hombres (por medio de los cuales pretendían acercarse a Dios en adoración), o bien aplicaban el nombre divino a objetos usados como ídolos (a modo de ayuda visible y tangible al intentar adorar al Dios invisible).
El registro bíblico no revela hasta qué grado se practicó la idolatría desde los días de Enós hasta el Diluvio. La situación debió ir deteriorándose progresivamente, pues en los días de Noé vio “Jehová [...] que la maldad del hombre abundaba en la tierra, y que toda inclinación de los pensamientos del corazón de este era solamente mala todo el tiempo”. Además, la inclinación pecaminosa que heredó el hombre, la presencia de los ángeles materializados que tuvieron relaciones con las hijas de los hombres, así como la prole híbrida de estas uniones, los nefilim, ejercieron sobre el mundo de ese tiempo una fuerte influencia hacia lo malo. (Gé 6:4, 5.)
La idolatría en tiempos de los patriarcas. A pesar de que el Diluvio del día de Noé aniquiló a todos los idólatras humanos, la idolatría surgió de nuevo, esta vez encabezada por Nemrod, “poderoso cazador en oposición a Jehová”. (Gé 10:9.) Sin duda bajo su dirección empezó la construcción de Babel y su torre (probablemente un zigurat para adoración idolátrica). No obstante, Jehová frustró los planes de aquellos constructores, confundiendo su lenguaje. Como no podían entenderse unos con otros, abandonaron gradualmente la construcción de la ciudad y se dispersaron. Sin embargo, la idolatría que empezó en Babel no terminó allí. Aquellos hombres llevaron consigo sus conceptos religiosos falsos. (Gé 11:1-9; véase DIOSES Y DIOSAS.)
Al igual que Babel, Ur de los caldeos, la siguiente ciudad que se menciona en las Escrituras, no estaba dedicada a la adoración del Dios verdadero, Jehová. Las excavaciones arqueológicas efectuadas en ese lugar han revelado que la deidad de aquella ciudad era el dios-luna Sin. En Ur residía Taré, el padre de Abrán (Abrahán). (Gé 11:27, 28.) Como Taré vivía en un entorno en el que se practicaba la idolatría, es posible que a él también le hubiese afectado, tal como dan a entender las palabras que siglos más tarde Josué dirigió a los israelitas: “Fue al otro lado del Río [Éufrates] donde hace mucho moraron sus antepasados, Taré padre de Abrahán y padre de Nacor, y ellos solían servir a otros dioses”. (Jos 24:2.) Sin embargo, Abrahán puso fe en Jehová, el Dios verdadero.
Allí a donde Abrahán y sus descendientes fueron se encontraron con la idolatría, fruto de la influencia de la apostasía original de Babel. En consecuencia, siempre estaba presente el peligro de contaminarse con aquella idolatría. Los mismos parientes de Abrahán tenían ídolos. Por ejemplo, Labán, suegro del nieto de Abrahán, Jacob, tenía terafim o dioses familiares. (Gé 31:19, 31, 32.) A Jacob mismo se le hizo necesario instruir a su casa para que se librasen de todos sus dioses extranjeros, y luego escondió los ídolos que le habían entregado. (Gé 35:2-4.) Es posible que se deshiciese de ellos de esta manera con el fin de que ninguno de los miembros de su casa usase el metal con un motivo impropio, atribuyéndole un valor especial por haber sido antes un ídolo. No se especifica si previamente Jacob fundió o machacó las imágenes.
La idolatría y el pueblo de Dios. Tal como Jehová le había indicado a Abrahán, sus descendientes, los israelitas, llegaron a ser residentes forasteros en una tierra que no era la suya, Egipto, y allí sufrieron aflicción. (Gé 15:13.) En esa tierra pudieron ver de cerca las prácticas idolátricas más acentuadas, ya que la costumbre de hacer ídolos estaba muy extendida. A muchas de las deidades que se adoraban en Egipto se las representaba con cabezas de animales: Bastet, con cabeza de gato; Hator, con cabeza de vaca; Horus, con cabeza de halcón; Anubis, con cabeza de chacal (GRABADO, vol. 1, pág. 946), y Thot, con cabeza de ibis, por mencionar solo algunos ejemplos. Se veneraban las criaturas marinas, voladoras y terrestres, y cuando los animales sagrados morían, se les momificaba.
La Ley que Jehová le dio a su pueblo después de liberarlos de Egipto condenaba sin ambages las prácticas idolátricas tan extendidas en tiempos pasados. El segundo de los Diez Mandamientos prohibía de manera expresa hacerse una imagen tallada para adoración o una representación de cualquier cosa que estuviese en los cielos, sobre la tierra o en las aguas. (Éx 20:4, 5; Dt 5:8, 9.) En sus exhortaciones finales a los israelitas, Moisés recalcó la imposibilidad de hacer una imagen del Dios verdadero y les advirtió que se cuidasen del lazo de la idolatría. (Dt 4:15-19.) Como otra salvaguarda para que no se hiciesen idólatras, se les ordenó que no celebrasen ningún pacto con los habitantes paganos de la tierra a la que iban a entrar y que no formasen alianzas matrimoniales con ellos. Más bien, los israelitas tendrían que aniquilarlos, y también debían destruir todos los objetos idolátricos: altares, columnas sagradas, postes sagrados e imágenes esculpidas. (Dt 7:2-5.)
Josué, el sucesor de Moisés, reunió a todas las tribus de Israel en Siquem y las exhortó a que se librasen de los dioses falsos y sirviesen fielmente a Jehová. El pueblo estuvo de acuerdo en hacerlo, y continuaron sirviendo a Jehová no solo durante la vida de Josué, sino también con los hombres de más edad que vivieron después de él. (Jos 24:14-16, 31.) Pero con el tiempo surgió una apostasía general. El pueblo empezó a adorar a deidades cananeas: Baal, Astoret y el poste sagrado o aserá. Por esta razón Jehová abandonó a los israelitas en manos de sus enemigos. No obstante, cuando se arrepentían, les tenía misericordia y levantaba jueces para librarlos. (Jue 2:11-19; 3:7; véanse ASTORET; BAAL núm. 4; COLUMNA SAGRADA; POSTE SAGRADO.)
Durante la gobernación de los reyes. No se dice que los israelitas practicaran la idolatría a nivel general durante los reinados de Saúl, primer rey de Israel, Is-bóset, su hijo, y David. Sin embargo, hay muestras de que aún quedaban vestigios de idolatría en el reino. Por ejemplo, Mical, hija de Saúl, tenía una imagen de terafim en su poder. (1Sa 19:13; véase TERAFIM.) No obstante, la idolatría no llegó a practicarse abiertamente hasta la última parte del reinado de Salomón, hijo de David. El propio Salomón impulsó y aprobó la idolatría bajo la influencia de sus numerosas esposas extranjeras. Se edificaron lugares altos para Astoret, Kemós y Milcom o Mólek. El pueblo en general sucumbió a la adoración falsa y empezó a inclinarse delante de esos ídolos de deidades. (1Re 11:3-8, 33; 2Re 23:13; véanse KEMÓS; MÓLEK.)
Debido a esta idolatría, Jehová le quitó diez tribus a Rehoboam, hijo de Salomón, y se las dio a Jeroboán. (1Re 11:31-35; 12:19-24.) A pesar de que a Jeroboán se le aseguró que su reino permanecería firme si continuaba sirviendo a Jehová fielmente, una vez llegó a ser rey, instituyó la adoración del becerro, pues temía que el pueblo se rebelase en contra de su gobernación si iba continuamente a Jerusalén para adorar. (1Re 11:38; 12:26-33.) La adoración idolátrica del becerro y el culto a Baal, importado de Tiro durante el reinado de Acab, persistieron durante todos los días del reino de las diez tribus. (1Re 16:30-33.) Sin embargo, no todos apostataron. Durante el reinado de Acab, todavía había un resto de 7.000 personas que nunca habían doblado la rodilla delante de Baal ni le habían besado, y esto en un tiempo en que los profetas de Jehová estaban siendo ejecutados con la espada, seguramente por instigación de Jezabel, esposa de Acab. (1Re 19:1, 2, 14, 18; Ro 11:4; véase BECERRO [Adoración de becerros].)
A excepción de la erradicación de la adoración de Baal que llevó a cabo Jehú (2Re 10:20-28), no hay registro de ninguna reforma religiosa emprendida por un monarca del reino de diez tribus. Ni el pueblo ni los gobernantes del reino septentrional prestaron atención a los profetas que en repetidas ocasiones les envió Jehová, de modo que el Todopoderoso finalmente los abandonó en manos de los asirios, debido a su sórdida trayectoria de idolatría. (2Re 17:7-23.)
En el reino de Judá la situación no fue muy diferente, aparte de las reformas que llevaron a cabo algunos reyes. Si bien el reino se había dividido como consecuencia directa de la idolatría, Rehoboam, el hijo de Salomón, no tomó en serio la disciplina de Jehová y evitó la idolatría. Tan pronto como pudo asegurar su posición, él y todo el pueblo de Judá apostataron. (2Cr 12:1.) La gente se ocupó en la construcción de lugares altos, donde colocaron columnas sagradas y postes sagrados, y se entregó a la prostitución ceremonial. (1Re 14:23, 24.) Aunque Abiyam manifestó fe en Jehová cuando luchó contra Jeroboán y se le bendijo con la victoria, después imitó en buena medida el proceder pecaminoso de su padre y predecesor en el trono, Rehoboam. (1Re 15:1, 3; 2Cr 13:3-18.)
Los siguientes dos reyes de Judá, Asá y Jehosafat, sirvieron a Jehová fielmente y procuraron erradicar del reino la idolatría. Pero Judá estaba tan inmersa en la adoración que se practicaba en los lugares altos, que pese a los esfuerzos de ambos reyes por destruirlos, parece ser que se conservaron en secreto o proliferaron de nuevo. (1Re 15:11-14; 22:42, 43; 2Cr 14:2-5; 17:5, 6; 20:31-33.)
El reinado del siguiente rey de Judá, Jehoram, dio comienzo con una brutal matanza y abrió un nuevo capítulo en la práctica idolátrica de Judá, un rebrote que se atribuye al hecho de que Jehoram estaba casado con la idólatra Atalía, la hija de Acab. (2Cr 21:1-4, 6, 11.) Cuando Ocozías sucedió a su padre Jehoram en el trono, la reina madre, Atalía, fue su consejera. Tanto durante su reinado como durante el de Atalía, que posteriormente usurpó el trono, la idolatría tuvo la sanción de la corona. (2Cr 22:1-3, 12.)
Al comienzo del reinado de Jehoás, después de la ejecución de Atalía, se instauró de nuevo la adoración verdadera. Sin embargo, después de la muerte del sumo sacerdote Jehoiadá, volvió a introducirse el culto a los ídolos por instigación de los príncipes de Judá. (2Re 12:2, 3; 2Cr 24:17, 18.) Por consiguiente, Jehová abandonó a las fuerzas militares judaítas en manos de los invasores sirios, y a Jehoás le dio muerte su propia servidumbre. (2Cr 24:23-25.)
La ejecución del juicio de Dios sobre Judá y la violenta muerte de Jehoás debieron causar una profunda impresión en su hijo Amasías, de tal modo que al comienzo de su reinado obró con rectitud a los ojos de Jehová. (2Cr 25:1-4.) No obstante, después de derrotar a los edomitas, se llevó sus imágenes y se puso a rendirles culto. (2Cr 25:14.) La retribución por este proceder vino con la derrota que el reino septentrional le infligió a Judá y cuando más tarde unos conspiradores dieron muerte a Amasías. (2Cr 25:20-24, 27.) Si bien por lo general se dice que Azarías (Uzías) y su hijo Jotán obraron con rectitud a los ojos de Jehová, sus súbditos siguieron practicando la idolatría en los lugares altos. (2Re 15:1-4, 32-35; 2Cr 26:3, 4, 16-18; 27:1, 2.)
Durante el reinado de Acaz, el hijo de Jotán, las condiciones religiosas de Judá se degradaron aún más. Acaz mismo llegó a practicar la idolatría a un grado nunca visto en Judá; fue el primer rey de Judá del que se dice que sacrificó a su hijo en el fuego como acto religioso falso. (2Re 16:1-4; 2Cr 28:1-4.) Jehová castigó a Judá permitiendo que sus enemigos la derrotasen. Sin embargo, en lugar de arrepentirse, Acaz supuso que Siria les había derrotado porque los reyes sirios tenían el favor de sus dioses, por lo que decidió ofrecer sacrificios en honor de esas deidades con el fin de atraerse su favor. (2Cr 28:5, 23.) Además, cerró las puertas del templo y rompió en pedazos sus utensilios. (2Cr 28:24.)
Aunque Acaz no sacó provecho alguno de la disciplina de Jehová, su hijo Ezequías sí se benefició. (2Cr 29:1, 5-11.) En el primer año de su reinado, reinstauró la adoración verdadera de Jehová. (2Cr 29:3.) Durante su gobernación se destruyeron ramificaciones de la adoración falsa no solo en Judá y Benjamín, sino también en Efraín y Manasés. (2Cr 31:1.)
No obstante, Manasés, el hijo de Ezequías, volvió a dar auge a la idolatría (2Re 21:1-7; 2Cr 33:1-7), un hecho para el que la Biblia no da ninguna explicación. Puede ser que consejeros y príncipes que no estaban dedicados exclusivamente al servicio de Jehová no diesen en un principio buena orientación a Manasés, que había empezado a gobernar a los doce años. Sin embargo, a diferencia de Acaz, cuando se le condujo cautivo a Babilonia, respondió a esta medida disciplinaria de Jehová y se arrepintió, lo que le llevó a emprender a su regreso un programa de reformas en Jerusalén. (2Cr 33:10-16.) Posteriormente, su hijo Amón reanudó los sacrificios a las imágenes esculpidas. (2Cr 33:21-24.)
Con el reinado de Josías llegó una erradicación completa de la idolatría en Judá. Se profanaron todos los santuarios del culto idolátrico en Judá, e incluso los de las ciudades de Samaria. Así mismo, dejó sin negocio a los sacerdotes de las deidades extranjeras y a todos los que ofrecían humo de sacrificio a Baal, al Sol, a la Luna, a las constelaciones zodiacales y a todo el ejército de los cielos. (2Re 23:4-27; 2Cr 34:1-5.) Con todo, esta campaña a gran escala contra la idolatría no supuso una reforma de efecto permanente. Los últimos cuatro reyes de Judá, Jehoacaz, Jehoiaquim, Joaquín y Sedequías, persistieron en la idolatría. (2Re 23:31, 32, 36, 37; 24:8, 9, 18, 19; véanse ASTRÓLOGOS; LUGARES ALTOS; ZODIACO.)
Las diversas referencias a la idolatría que aparecen en los escritos de los profetas iluminan los hechos acaecidos durante los últimos años del reino de Judá. Los lugares del culto idolátrico, la prostitución ceremonial y el sacrificio de niños continuaron existiendo (Jer 3:6; 17:1-3; 19:2-5; 32:29, 35; Eze 6:3, 4), y hasta los levitas se hicieron culpables de practicar idolatría. (Eze 44:10, 12, 13.) El profeta Ezequiel fue llevado en visión hasta el templo de Jerusalén, donde vio a un ídolo detestable, un “símbolo de celos”, y la representación de reptiles y bestias asquerosas que eran veneradas, así como también el culto a Tamuz y al Sol. (Eze 8:3, 7-16.)
A pesar de que los israelitas adoraron a los ídolos, hasta el extremo de sacrificar a sus propios hijos en el fuego, también practicaron una forma aparente de adoración a Jehová y llegaron a creer que no les sobrevendría calamidad alguna. (Jer 7:4, 8-12; Eze 23:36-39.) Al haberse hundido en la idolatría, llegaron a hacerse tan irreflexivos, que cuando por fin les sobrevino la calamidad que Dios había predicho en su Palabra y Jerusalén fue desolada (en 607 a. E.C.), la atribuyeron a no haberle ofrecido a la “reina de los cielos” humo de sacrificio y libaciones. (Jer 44:15-18; véase REINA DE LOS CIELOS.)
Por qué se entregó Israel a la idolatría. Hubo muchos factores que hicieron que tantos israelitas abandonaran en repetidas ocasiones la adoración verdadera. Por ser una de las obras de la carne, la idolatría era atractiva para los deseos de la carne. (Gál 5:19-21.) Una vez establecidos en la Tierra Prometida, puede que los israelitas hayan observado cómo sus vecinos paganos, a quienes no habían expulsado en su totalidad, obtenían buenas cosechas debido a su mayor experiencia en cultivar la tierra. Es probable que muchos preguntaran y siguieran el consejo de sus vecinos cananeos en cuanto a lo que se necesitaba para agradar al Baal o Señor de cada región. (Sl 106:34-39.)
Formar alianzas matrimoniales con los idólatras también indujo a la apostasía. (Jue 3:5, 6.) La promiscuidad sexual relacionada con la idolatría se convirtió en una tentación muy grande. Sirve de ejemplo lo que ocurrió en Sitim, en las llanuras de Moab, donde miles de israelitas se dieron a la inmoralidad y participaron en adoración falsa. (Nú 22:1; 25:1-3.) Para algunos, tal vez haya sido tentador el poder entregarse a la borrachera en los santuarios de los dioses falsos. (Am 2:8.)
También les atraía poder supuestamente conocer de antemano lo que el futuro les iba a deparar. Este interés nacía del deseo de asegurarse de que todo iba a ir bien. Como muestras de este proceder están Saúl, que consultó a una médium espiritista, y Ocozías, que envió a inquirir de Baal-zebub, el dios de Eqrón. (1Sa 28:6-11; 2Re 1:2, 3.)
La adoración de ídolos: una necedad. En numerosas ocasiones las Escrituras dejan bien claro cuán tonto es confiar en dioses de madera, piedra o metal. Isaías describe la fabricación de ídolos y muestra lo estúpido que es el que alguien use parte de la madera de un árbol para cocinar su alimento y para calentarse, y luego con el resto se haga un dios al que dirigirse por ayuda. (Isa 44:9-20.) Este mismo profeta escribió que en el día de la furia de Jehová los adoradores falsos arrojarán sus ídolos, que nada valen, a las musarañas y a los murciélagos. (Isa 2:19-21.) “Ay del que dice al pedazo de leña: ‘¡Oh, sí, despierta!’, a una piedra muda: ‘¡Oh, despierta!’.” (Hab 2:19.) Los que hacen ídolos mudos llegarán a ser como ellos, es decir, inanimados. (Sl 115:4-8; 135:15-18; véase Rev 9:20.)
Punto de vista sobre la idolatría. Para los siervos fieles de Jehová, los ídolos siempre han sido algo aborrecible. Las Escrituras a menudo se refieren a los dioses falsos y a los ídolos en términos desdeñosos, como algo que carece de valor (1Cr 16:26; Sl 96:5; 97:7), horrible (1Re 15:13; 2Cr 15:16), vergonzoso (Jer 11:13; Os 9:10), detestable (Eze 16:36, 37) y repugnante (Eze 37:23). Con frecuencia se les llama “ídolos estercolizos”, una expresión que traduce el término hebreo guil·lu·lím, emparentado con una palabra que significa “estiércol”. (1Re 14:10; Sof 1:17.) Esta expresión de desprecio, que aparece por primera vez en Levítico 26:30, se puede hallar unas cuarenta veces tan solo en el libro de Ezequiel, empezando en el versículo 4 del capítulo 6.
El fiel Job reconoció que incluso si su corazón fuese seducido en secreto a fijarse en los cuerpos celestiales, como la Luna, y su ‘mano procediese a besar su boca’ (el gesto, al parecer, de lanzar un beso con la mano con intención idolátrica), habría negado a Dios y se habría vuelto idólatra. (Job 31:26-28; compárese con Dt 4:15, 19.) Con referencia a alguien que practicaba la justicia, Jehová dijo por medio del profeta Ezequiel: “Sus ojos no levantó a los ídolos estercolizos de la casa de Israel”, en el sentido de no hacerles súplicas o esperar su ayuda. (Eze 18:5, 6.)
Otro excelente ejemplo de huir de la idolatría fue el de los tres hebreos, Sadrac, Mesac y Abednego, quienes rehusaron inclinarse delante de la imagen de oro erigida por el rey Nabucodonosor en la llanura de Dura, aunque se les amenazó con morir en el horno ardiente. (Da 3.)
Los cristianos primitivos siguieron el consejo inspirado: “Huyan de la idolatría” (1Co 10:14), y los que hacían imágenes veían al cristianismo como una amenaza para sus negocios lucrativos. (Hch 19:23-27.) Los historiadores informan que los cristianos que vivían en el Imperio romano se colocaron a menudo en una posición similar a la de los tres hebreos por no participar en actos idolátricos. El reconocer el carácter divino del emperador como cabeza del Estado ofreciendo tan solo un poco de incienso podría haber librado de la muerte a estos cristianos, pero pocos transigieron. Entendieron claramente que, si se habían vuelto de los ídolos para servir al Dios verdadero (1Te 1:9), el regresar a la idolatría significaría ser excluidos de la Nueva Jerusalén y perder el premio de la vida. (Rev 21:8; 22:14, 15.)
Incluso hoy día los siervos de Jehová deben guardarse de los ídolos. (1Jn 5:21.) La Biblia profetiza que se ejercerían grandes presiones sobre todos los habitantes de la Tierra para que adorasen a la simbólica “bestia salvaje” y a su “imagen”. Nadie que persista en tal adoración idolátrica recibirá el premio que Dios da: la vida eterna. “Aquí está lo que significa aguante para los santos.” (Rev 13:15-17; 14:9-12; véase COSA REPUGNANTE, COSA ASQUEROSA.)