“Tiempo de callar”
“SI EL hablar es plata, el callar es oro.” Así reza un antiguo proverbio, al parecer de origen oriental. El libro Glosas de Sabiduría, de Sem Tob (edición de Agustín García Calvo), da su equivalente en hebreo: “Si el hablar vale un siclo de plata, vale el callar un talento de oro”. El sabio rey Salomón escribió: “Para todo hay un tiempo señalado, aun un tiempo para todo asunto bajo los cielos: [...] tiempo de callar y tiempo de hablar” (Ecl. 3:1, 7).
Ahora bien, ¿cuándo es tiempo de callar en vez de hablar? El verbo callar (con sus formas derivadas) y el sustantivo silencio aparecen en total más de cien veces en las páginas de la Biblia. El contexto en que se usan tales términos revela que es apropiado guardar silencio en por lo menos tres aspectos de la vida. Examinemos, pues, el papel que desempeña el silencio como 1) señal de respeto, 2) muestra de prudencia y discernimiento, y 3) ayuda para la meditación.
Señal de respeto
El silencio es una señal de respeto o de honra. El profeta Habacuc declaró: “Jehová está en su santo templo. ¡Guarde silencio delante de él, toda la tierra!” (Hab. 2:20). La Biblia anima a todo siervo de Dios a que “espere, aun callado, la salvación de Jehová” (Lam. 3:26). Y el salmista exhortó: “Guarda silencio delante de Jehová y espéralo con anhelo. No te muestres acalorado a causa de ninguno que esté logrando éxito en su camino” (Sal. 37:7).
¿Podemos alabar a Jehová sin pronunciar ni una sola palabra? Pues bien, ¿no nos quedamos a veces mudos de asombro al contemplar la belleza de la creación? Y cuando reflexionamos en el esplendor de las cosas creadas, ¿acaso no alabamos al Creador en lo profundo de nuestro ser? David comenzó uno de sus salmos con estas palabras: “Para ti hay alabanza —silencio—, oh Dios, en Sión; y a ti se te pagará el voto” (Sal. 65:1).
No solo Jehová mismo merece respeto, sino también sus palabras. Por ejemplo, cuando el profeta Moisés pronunció su discurso de despedida, él y los sacerdotes le dijeron a la nación de Israel: “Guarda silencio [...]. Y tienes que escuchar la voz de Jehová tu Dios”. Escuchar atentamente era algo que hasta los niños israelitas debían hacer cuando todo el pueblo se juntaba para oír la lectura de la Ley de Dios. “Congrega al pueblo —dijo Moisés—, los hombres y las mujeres y los pequeñuelos [...,] a fin de que aprendan.” (Deu. 27:9, 10; 31:11, 12.)
De igual manera, los siervos de Jehová de la actualidad deben escuchar respetuosamente lo que se dice en las reuniones cristianas y en las asambleas. Sería una falta de respeto conversar sin necesidad mientras se enseñan importantes verdades bíblicas desde la plataforma. En efecto, durante el programa de las reuniones, es tiempo de callar y escuchar.
También es señal de respeto escuchar atentamente a la persona con quien conversamos. El patriarca Job dijo a quienes lo acusaban: “Instrúyanme, y yo, por mi parte, callaré”. Job estaba dispuesto a guardar silencio mientras ellos hablaban. Y cuando a él le llegó el turno de expresarse, les solicitó: “Guarden silencio delante de mí, para que yo mismo hable” (Job 6:24; 13:13).
Muestra de prudencia y discernimiento
La Biblia afirma que “el que tiene refrenados sus labios está actuando discretamente”, y también dice que “el hombre de discernimiento amplio es uno que guarda silencio” (Pro. 10:19; 11:12). Veamos de qué manera tan admirable actuó Jesús con prudencia y discernimiento sin pronunciar palabra. Por ejemplo, cuando sus enemigos generaron un ambiente de hostilidad hacia él, comprendió que de nada serviría hablar, así que “se quedó callado” (Mat. 26:63). Más tarde, cuando fue acusado ante Pilato, Jesús “no contestó nada”. Antes bien, fue prudente y prefirió que los actos que había realizado en público hablaran por sí mismos (Mat. 27:11-14).
Nosotros también hacemos bien en guardar silencio cuando otras personas nos provocan. Un proverbio dice: “El que es tardo para la cólera abunda en discernimiento, pero el que es impaciente está ensalzando la tontedad” (Pro. 14:29). Si nos apresuramos a responder a la provocación, probablemente digamos algo que no deberíamos. Y luego, puede que comprendamos que nuestras palabras han sido insensatas y nos moleste la conciencia.
Cuando nos hallamos ante personas que no obedecen a Jehová, lo más prudente es tener cuidado con lo que decimos. Por eso, si al participar en el ministerio nos encontramos con personas que se burlan de nosotros, el silencio bien puede ser la mejor respuesta. Además, si nuestros compañeros de clase o de trabajo cuentan chistes subidos de tono o emplean lenguaje vulgar, lo mejor sería quedarnos callados para no dar la impresión de que aprobamos lo que están haciendo (Efe. 5:3). El salmista escribió: “Pondré un bozal, sí, como guardia para mi propia boca, mientras esté alguien inicuo enfrente de mí” (Sal. 39:1).
“El hombre de discernimiento amplio” no traiciona la confianza que los demás han puesto en él (Pro. 11:12). Por lo tanto, ningún cristiano verdadero debería divulgar asuntos confidenciales. En especial, los ancianos cristianos deben ser muy cautelosos a este respecto, a fin de no perder la confianza de los miembros de la congregación.
El silencio es muy provechoso en otro sentido. El escritor inglés del siglo XIX Sydney Smith hizo este comentario irónico sobre uno de sus conocidos: “En los raros momentos en que se queda callado, es un verdadero placer conversar con él”. La conversación con un amigo debería ser una vía de dos direcciones. Por eso, para saber conversar hay que saber escuchar.
El rey Salomón dio esta advertencia: “En la abundancia de palabras no deja de haber transgresión, pero el que tiene refrenados sus labios está actuando discretamente” (Pro. 10:19). Así es: cuanto menos se habla, menor es la posibilidad de decir algo indiscreto. De hecho, “aun el tonto, cuando guarda silencio, será tenido por sabio; cualquiera que cierra sus propios labios, por entendido” (Pro. 17:28). Por lo tanto, pidámosle a Jehová que ‘ponga vigilancia sobre la puerta de nuestros labios’ (Sal. 141:3).
El silencio nos ayuda a meditar
Con referencia al hombre que sigue la senda de la justicia, las Escrituras dicen que “día y noche lee [la] ley [de Dios] en voz baja” (Sal. 1:2). La Biblia del Peregrino lo vierte así: “Medita su ley día y noche”. ¿Qué circunstancias son las más propicias para tal meditación? Veamos algunos ejemplos.
En cierta ocasión, Isaac, el hijo del patriarca Abrahán, “estaba afuera paseando a fin de meditar [...] como al caer la tarde” (Gén. 24:63). Isaac eligió un momento y un lugar tranquilos para meditar. El rey David, por su parte, aprovechaba el silencio de la noche (Sal. 63:6). Y Jesús, quien era perfecto, tomó medidas concretas para satisfacer su necesidad de reflexionar a solas, alejado del clamor de las multitudes, en lugares aislados como montañas y desiertos (Mat. 14:23; Luc. 4:42; 5:16).
Es indudable el valor que tienen los momentos de silencio y soledad. Crean una atmósfera propicia para hacerse un saludable autoexamen, algo imprescindible para mejorar como personas. Además, proporcionan tranquilidad mental. Meditar durante los momentos de sosiego puede infundirnos modestia y humildad, así como un mayor aprecio por las cosas realmente importantes de la vida.
Sin embargo, aunque el silencio puede ser muy beneficioso, también hay un “tiempo de hablar” (Ecl. 3:7). En nuestros días, los siervos de Jehová están predicando las buenas nuevas del Reino de Dios “en toda la tierra habitada” (Mat. 24:14). A medida que aumentan en número, el alegre sonido de su predicación se oye con mayor fuerza (Miq. 2:12). Por consiguiente, siga declarando con entusiasmo las buenas nuevas del Reino y hablando sobre las maravillosas obras de Dios. Y mientras lo hace, no olvide que, a veces, “el callar es oro”.
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Durante las reuniones cristianas debemos escuchar y aprender
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Si alguien nos insulta en nuestro ministerio, el silencio puede ser la mejor respuesta
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El silencio propicia la meditación