JUAN
(equivalente en español del nombre Jehohanán, que significa: “Jehová Ha Mostrado Favor; Jehová Ha Sido Benévolo”).
1. Juan el Bautista, hijo de Zacarías y Elisabet; fue el precursor de Jesús. Tanto el padre como la madre de Juan pertenecían a la casa sacerdotal de Aarón. Zacarías era un sacerdote de la división de Abías. (Lu 1:5, 6.)
Nacimiento milagroso. En el año 3 a. E.C., durante el tiempo de servicio asignado a la división de Abías, le llegó el turno a Zacarías de disfrutar del excepcional privilegio de ofrecer incienso en el santuario. Mientras estaba de pie ante el altar de incienso, se le apareció el ángel Gabriel con el anuncio de que tendría un hijo que se habría de llamar Juan. Este hijo sería nazareo toda su vida, como Sansón. Llegaría a ser grande a los ojos de Jehová e iría delante de Él “para alistar para Jehová un pueblo preparado”. El nacimiento de Juan se debería a un milagro de Dios, ya que Zacarías y Elisabet eran de edad avanzada. (Lu 1:7-17.)
Mientras Elisabet estaba en su sexto mes de embarazo, recibió la visita de su parienta María, que para entonces se hallaba encinta por obra del espíritu santo. Tan pronto como Elisabet oyó el saludo de su parienta, el niño que estaba en su matriz saltó, y ella, llena de espíritu santo, reconoció al niño que nacería de María como su “Señor”. (Lu 1:26, 36, 39-45.)
Cuando nació el hijo de Elisabet, los vecinos y parientes querían llamarlo por el nombre de su padre, pero ella dijo: “¡No, por cierto!, sino que será llamado Juan”. Luego le preguntaron a su padre cómo quería que se llamase el niño. Como había dicho el ángel, Zacarías no había podido hablar desde que Gabriel le hizo el anuncio, de modo que escribió en una tablilla: “Juan es su nombre”. A continuación la boca de Zacarías se abrió y empezó a hablar. Al ver esto, todos reconocieron que la mano de Jehová estaba con el niño. (Lu 1:18-20, 57-66.)
Principio de su ministerio. Juan pasó los primeros años de su vida en la serranía de Judea, donde vivían sus padres. “Siguió creciendo y haciéndose fuerte en espíritu, y continuó en los desiertos áridos hasta el día de mostrarse abiertamente a Israel.” (Lu 1:39, 80.) Según Lucas, Juan inició su ministerio en el año decimoquinto del reinado de Tiberio César. Para entonces, tendría unos treinta años de edad. Aunque no hay registro de que participase en el servicio sacerdotal en el templo, esa era la edad en la que los sacerdotes emprendían de lleno sus deberes. (Nú 4:2, 3.) Augusto murió el 17 de agosto del año 14 E.C., y el senado romano nombró emperador a Tiberio el 15 de septiembre del mismo año. Por lo tanto, su decimoquinto año abarcaría desde finales del año 28 E.C. hasta agosto o septiembre del año 29 E.C. Dado que Jesús se presentó para bautizarse en el otoño (también hacia los treinta años de edad), Juan, que era seis meses mayor, debió comenzar su ministerio en la primavera de 29 E.C. (Lu 3:1-3, 23.)
Juan dio comienzo a su predicación en el desierto de Judea diciendo: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado”. (Mt 3:1, 2.) Llevaba ropa de pelo de camello y un cinturón de cuero alrededor de sus lomos, una vestidura semejante a la del profeta Elías. El alimento de Juan consistía en langostas (saltamontes) y miel silvestre. (2Re 1:8; Mt 3:4; Mr 1:6.) Era un maestro, de modo que sus discípulos le llamaban “Rabí”. (Jn 3:26.)
Propósito de su obra. Juan predicó el bautismo para perdón de pecados para aquellos que se arrepintiesen, y limitó su bautismo a los judíos y prosélitos de la religión judía. (Mr 1:1-5; Hch 13:24.) El que se enviase a Juan fue muestra de la bondad de Dios para con los judíos. Ellos estaban en una relación de pacto con Jehová, pero eran culpables de pecados cometidos contra el pacto de la Ley. Juan les mostró que habían roto el pacto, e instó a los de corazón honrado a que se arrepintieran. Su bautismo en agua simbolizaba este arrepentimiento y fue el primer paso para que reconocieran al Mesías. (Hch 19:4.) A Juan acudieron toda clase de personas para ser bautizadas, entre ellas prostitutas y recaudadores de impuestos (Mt 21:32), así como fariseos y saduceos, contra quienes Juan dirigió un mensaje severísimo del juicio que se avecinaba. No los perdonó, sino que les llamó “prole de víboras” y les mostró que su confianza en que eran descendientes de Abrahán no tenía ningún valor. (Mt 3:7-12.)
Juan enseñaba a los que acudían a él a que compartieran sus bienes, a no cometer extorsión, a estar satisfechos con lo que tenían y a no hostigar a nadie. (Lu 3:10-14.) También enseñó a sus seguidores bautizados a orar a Dios. (Lu 11:1.) En aquel tiempo “el pueblo [estaba] en expectación, y todos [razonaban] en sus corazones acerca de Juan: ‘¿Acaso será él el Cristo?’”. Juan negó serlo, y declaró que el que llegaría después de él sería mucho mayor. (Lu 3:15-17.) Cuando los sacerdotes y los levitas hablaron con él en Betania, al otro lado del Jordán, y le preguntaron si era Elías o “El Profeta”, él confesó que no lo era. (Jn 1:19-28.)
Aunque Juan no hizo milagros como Elías (Jn 10:40-42), vino con el espíritu y poder de aquel profeta. Llevó a cabo una obra poderosa al “volver los corazones de padres a hijos, y los desobedientes a la sabiduría práctica de los justos”. Cumplió el propósito para el que se le había enviado: “Alistar para Jehová un pueblo preparado”. En efecto, a ‘muchos de los hijos de Israel los volvió a Jehová su Dios’. (Lu 1:16, 17.) Fue el precursor del representante de Jehová: Jesucristo.
Juan presenta al “Cordero de Dios”. En el otoño de 29 E.C., Jesús fue a Juan para ser bautizado. Al principio, Juan objetó, consciente de que era pecador y de la justicia de Jesús, pero este insistió. Dios le había prometido a Juan una señal que le permitiese identificar al Hijo de Dios. (Mt 3:13; Mr 1:9; Lu 3:21; Jn 1:33.) Cuando Jesús fue bautizado, se cumplió la señal: Juan vio el espíritu de Dios descender sobre Jesús y oyó la propia voz de Dios reconocerle como su Hijo. Por lo visto, nadie más estuvo presente en aquel acto. (Mt 3:16, 17; Mr 1:9-11; Jn 1:32-34; 5:31, 37.)
Jesús estuvo en el desierto durante unos cuarenta días después de su bautismo. A su regreso, Juan señaló a Jesús ante sus discípulos como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. (Jn 1:29.) Al día siguiente, Andrés y otro discípulo, probablemente Juan el hijo de Zebedeo, fueron presentados al Hijo de Dios. (Jn 1:35-40.) De ese modo, Juan el Bautista, como “portero” fiel del “aprisco” israelita, empezó a ceder sus discípulos al “pastor excelente”. (Jn 10:1-3, 11.)
Mientras los discípulos de Jesús bautizaban en el país de Judea, Juan bautizaba en Enón, cerca de Salim. (Jn 3:22-24.) Por entonces le informaron que Jesús estaba haciendo muchos discípulos, pero Juan no tuvo celos, sino que respondió: “Este gozo mío se ha hecho pleno. Aquel tiene que seguir aumentando, pero yo tengo que seguir menguando”. (Jn 3:26-30.)
Últimos días de su ministerio. Esta declaración de Juan quedaría confirmada. Después de un año o más de ministerio activo, fue apartado a la fuerza de su campo de actividad. Herodes Antipas lo encarceló porque Juan había censurado su matrimonio adúltero con Herodías, la mujer que había arrebatado a su hermano Filipo. Antipas, que era un judío prosélito nominal y estaba obligado a cumplir la Ley, temía a Juan, pues sabía que era un varón justo. (Mr 6:17-20; Lu 3:19, 20.)
Mientras se hallaba en prisión, según parece en Tiberíades, Juan oyó de las obras poderosas de Jesús y que hasta había resucitado al hijo de una viuda en Naín. Deseando que Jesús mismo se lo confirmase, envió a dos de sus discípulos para que le preguntaran: “¿Eres tú Aquel Que Viene, o hemos de esperar a uno diferente?”. Jesús no contestó directamente, sino que, ante los discípulos de Juan, sanó a muchas personas, e incluso expulsó demonios. Luego les dijo que le informasen que los ciegos, los sordos y los cojos eran sanados, y que las buenas nuevas se estaban predicando. Así que el testimonio de las obras de Jesús, no simples palabras, confortó a Juan y le dio la seguridad de que Jesús era verdaderamente el Mesías (Cristo). (Mt 11:2-6; Lu 7:18-23.) Después de que se marcharon los mensajeros de Juan, Jesús reveló a las muchedumbres que Juan era más que un profeta; de hecho, era aquel de quien había escrito Malaquías, el profeta de Jehová. También aplicó a Juan la profecía de Isaías 40:3, como previamente había hecho Zacarías, el padre de Juan. (Mal 3:1; Mt 11:7-10; Lu 1:67, 76; 7:24-27.)
Jesucristo también explicó a sus discípulos que la venida de Juan cumplía la profecía de Malaquías 4:5, 6, en la que se anunciaba que Dios enviaría a Elías el profeta antes de la venida del día de Jehová, grande e inspirador de temor. Sin embargo, a pesar de la importancia que tuvo Juan (“Entre los nacidos de mujer no ha sido levantado uno mayor que Juan el Bautista”), no llegaría a formar parte de la clase de la “novia” que participaría con Cristo en su Reino celestial (Rev 21:9-11; 22:3-5), pues Jesús dijo: “El que sea de los menores en el reino de los cielos es mayor que él”. (Mt 11:11-15; 17:10-13; Lu 7:28-30.) Jesús también implícitamente defendió a Juan contra la acusación de que tenía demonio. (Mt 11:16-19; Lu 7:31-35.)
Algún tiempo después, Herodías desató su furia contra Juan. Durante la celebración del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías deleitó a Herodes con su danza, de tal modo que juró darle cualquier cosa que pidiese. Influida por su madre, pidió la cabeza de Juan. Herodes, obligado por su juramento y debido a los que estaban presentes, accedió a su petición. Juan fue decapitado en prisión y su cabeza le fue entregada a la muchacha en una bandeja, que llevó a su madre. Más tarde, los discípulos de Juan se llevaron su cuerpo y lo enterraron, e informaron del asunto a Jesús. (Mt 14:1-12; Mr 6:21-29.)
Tras la muerte de Juan, Herodes oyó del ministerio de Jesús: su predicación, curaciones y expulsión de demonios. Estaba asustado, pues temía que Jesús fuese realmente Juan resucitado. Por eso estaba muy interesado en verle, no para oír su predicación, sino para asegurarse de quién era. (Mt 14:1, 2; Mr 6:14-16; Lu 9:7-9.)
Termina el bautismo de Juan. El bautismo de Juan continuó hasta el día del Pentecostés de 33 E.C., cuando se derramó el espíritu santo. A partir de entonces se predicó el bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo”. (Mt 28:19; Hch 2:21, 38.) Por tanto, los que después se bautizaron en el bautismo de Juan tenían que volverse a bautizar en el nombre del Señor Jesús con el fin de recibir el espíritu santo. (Hch 19:1-7.)
2. Padre del apóstol Simón Pedro. En Juan 1:42 y 21:15-17 se le llama Juan según el Manuscrito Sinaítico y las versiones antiguas en latín, mientras que otros manuscritos y versiones le dan el nombre de “Joná”. Jesús le llamó Jonás en Mateo 16:17.
3. El apóstol Juan, hijo de Zebedeo y, al parecer, de Salomé (compárese con Mt 27:55, 56; Mr 15:40), y hermano del apóstol Santiago. Es probable que Juan fuese más joven que Santiago, ya que a este se le suele nombrar en primer lugar cuando se les menciona a los dos. (Mt 10:2; Mr 1:19, 29; 3:17; 10:35, 41; Lu 6:14; 8:51; 9:28; Hch 1:13.) Zebedeo se casó con Salomé, de la casa de David, que posiblemente era hermana carnal de María, la madre de Jesús.
Antecedentes. Parece que Juan provenía de una familia acomodada. Eran dueños de un negocio de pesca lo suficientemente grande como para tener socios y empleados. (Mr 1:19, 20; Lu 5:9, 10.) Salomé, la esposa de Zebedeo, estuvo entre las mujeres que acompañaron y sirvieron a Jesús mientras estaba en Galilea (compárese con Mt 27:55, 56; Mr 15:40, 41), y fue una de las que llevó especias con el fin de preparar el cuerpo de Jesús para su entierro. (Mr 16:1.) Del relato bíblico se desprende que Juan debió tener casa propia. (Jn 19:26, 27.)
Zebedeo y Salomé eran hebreos fieles, y debieron criar a Juan en la enseñanza de las Escrituras. Por lo general, se da por sentado que Juan era el discípulo de Juan el Bautista que se hallaba con Andrés cuando aquel les anunció: “¡Miren, el Cordero de Dios!”. El hecho de que aceptase rápidamente a Jesús como el Cristo revela su conocimiento de las Escrituras Hebreas. (Jn 1:35, 36, 40-42.) Aunque no se dice que Zebedeo se hiciera discípulo de Juan el Bautista o de Cristo, no parece que se haya opuesto a que sus dos hijos fuesen predicadores de tiempo completo con Jesús.
Cuando Juan y Pedro fueron llevados ante los gobernantes judíos, se les consideró “iletrados y del vulgo”. Sin embargo, esta expresión no quiere decir que fuesen incultos o analfabetos, sino que no habían estudiado en las escuelas rabínicas. Se dice, más bien, que “empezaron a reconocer, acerca de ellos, que solían estar con Jesús”. (Hch 4:13.)
Llega a ser discípulo de Cristo. Después de ser presentado a Jesucristo en el otoño de 29 E.C., Juan debió seguir a Jesús hasta Galilea y ser testigo ocular de su primer milagro en Caná. (Jn 2:1-11.) Puede que haya acompañado a Jesús desde Galilea a Jerusalén, y de nuevo cuando regresó a Galilea por Samaria; lo vívido del relato que escribió parece indicar que fue testigo ocular de los acontecimientos narrados. No obstante, el registro no lo especifica. (Jn 2–5.) Sin embargo, Juan continuó con su negocio de pesca durante algún tiempo. Al año siguiente, mientras Jesús caminaba junto al mar de Galilea, Santiago y Juan estaban en la barca con su padre Zebedeo remendando sus redes. Él los llamó a un servicio de tiempo completo para que fuesen “pescadores de hombres”, y el relato de Lucas informa: “De modo que volvieron a traer las barcas a tierra, y abandonaron todo y le siguieron”. (Mt 4:18-22; Lu 5:10, 11; Mr 1:19, 20.) Más tarde, se les seleccionó para ser apóstoles del Señor Jesucristo. (Mt 10:2-4.)
Juan fue uno de los tres discípulos más allegados a Jesús. Él se llevó a Pedro, Santiago y Juan a la montaña de la transfiguración. (Mt 17:1, 2; Mr 9:2; Lu 9:28, 29.) También fueron los únicos apóstoles a los que se permitió entrar con Jesús en la casa de Jairo. (Mr 5:37; Lu 8:51.) Los tres tuvieron el privilegio de ser aquellos con los que Jesús se adentró más en el jardín de Getsemaní durante la noche en que fue traicionado, aunque entonces no captaron el significado pleno de la ocasión, pues hasta se quedaron dormidos tres veces y Jesús tuvo que despertarlos. (Mt 26:37, 40-45; Mr 14:33, 37-41.) Juan ocupó el lugar que quedaba al lado de Jesús en su última Pascua, en la que instituyó la Cena del Señor (Jn 13:23), y fue el discípulo que recibió el honor excepcional de que se le confiara el cuidado de la madre de Jesús cuando este murió. (Jn 21:7, 20; 19:26, 27.)
Juan en su evangelio. En su evangelio, Juan nunca se refiere a sí mismo por nombre, sino como uno de los hijos de Zebedeo o como el discípulo a quien Jesús amaba. Cuando habla de Juan el Bautista, le llama simplemente “Juan”, a diferencia de los otros evangelistas. Lo más natural es que esto lo hiciese alguien del mismo nombre, ya que no crearía ninguna confusión en cuanto a la persona de quien estaba hablando. Los demás tendrían que usar un sobrenombre, título u otros términos descriptivos para distinguir a quién se referían, como hace el propio Juan cuando habla de una de las Marías. (Jn 11:1, 2; 19:25; 20:1.)
Al examinar el escrito de Juan desde este punto de vista, resulta evidente que él era quien estaba con Andrés cuando Juan el Bautista les presentó a Jesucristo, aunque su nombre no se menciona. (Jn 1:35-40.) Después de la resurrección de Jesús, Juan adelantó a Pedro mientras corrían hacia la tumba para investigar si efectivamente había resucitado. (Jn 20:2-8.) Tuvo el privilegio de ver al resucitado Jesús aquella misma noche (Jn 20:19; Lu 24:36) y de nuevo a la semana siguiente. (Jn 20:26.) Fue uno de los siete que volvieron a la pesca y a quienes Jesús se apareció. (Jn 21:1-14.) Juan también estaba presente en la montaña de Galilea donde Jesús se apareció a los discípulos tras su resurrección y oyó personalmente el mandato: “Hagan discípulos de gente de todas las naciones”. (Mt 28:16-20.)
Historia posterior de Juan. Después de la ascensión de Jesús, Juan estaba en Jerusalén reunido con unos 120 discípulos cuando se escogió a Matías por sorteo y se le contó con los otros once apóstoles. (Hch 1:12-26.) También estaba presente cuando se derramó el espíritu en el día del Pentecostés y vio cómo aquel día se añadieron 3.000 personas a la congregación. (Hch 2:1-13, 41.) Él y Pedro declararon ante los gobernantes judíos el principio que siguió la congregación del pueblo de Dios: “Si es justo a vista de Dios escucharles a ustedes más bien que a Dios, júzguenlo ustedes mismos. Pero en cuanto a nosotros, no podemos dejar de hablar de las cosas que hemos visto y oído”. (Hch 4:19, 20.) Y se unió a los apóstoles cuando dijeron al Sanedrín: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. (Hch 5:27-32.)
Tras la muerte de Esteban a manos de judíos enfurecidos, surgió gran persecución contra la congregación en Jerusalén, y se esparció a los discípulos. Pero Juan y los demás apóstoles permanecieron en Jerusalén. Cuando la predicación de Felipe el evangelizador hizo que muchos aceptaran la palabra de Dios en Samaria, el cuerpo gobernante despachó a Pedro y a Juan para que ayudasen a estos nuevos discípulos a recibir el espíritu santo. (Hch 8:1-5, 14-17.) Pablo dijo posteriormente que Juan era uno de los “que parecían ser columnas” de la congregación de Jerusalén. En su calidad de miembro del cuerpo gobernante, Juan dio a Pablo y Bernabé “la mano derecha de la coparticipación” cuando se les envió con la misión de predicar a las naciones gentiles. (Gál 2:9.) Juan estaba presente en la conferencia del cuerpo gobernante sobre la cuestión de la circuncisión para los conversos gentiles celebrada en 49 E.C. (Hch 15:5, 6, 28, 29.)
Jesucristo, aún sobre la Tierra, había dejado entrever que Juan sobreviviría a los demás apóstoles. (Jn 21:20-22.) Y así fue, pues Juan sirvió fielmente a Jehová por unos setenta años. Hacia el fin de su vida, estuvo exiliado en la isla de Patmos “por hablar acerca de Dios y por dar testimonio de Jesús”. (Rev 1:9.) Este hecho demuestra que se mantenía muy activo en predicar las buenas nuevas, incluso a una edad muy avanzada (alrededor del año 96 E.C.).
Mientras estuvo en Patmos, fue favorecido con la maravillosa visión de la Revelación, que puso por escrito con absoluta fidelidad. (Rev 1:1, 2.) Por lo general se cree que el emperador Domiciano lo exilió y que su sucesor, el emperador Nerva (96-98 E.C.), lo liberó. Según la tradición, Juan fue a Éfeso, donde escribió su evangelio y sus tres cartas, llamadas la Primera, la Segunda y la Tercera de Juan, alrededor del año 98 E.C., y, también según la tradición, se cree que murió en Éfeso cerca del año 100 E.C., durante la gobernación del emperador Trajano.
Su personalidad. Los eruditos suelen llegar a la conclusión de que Juan era una persona pasiva, sentimental e introspectiva. Cierto comentarista dice: “Juan, con su mente contemplativa, majestuosa e idealista, pasó por la vida como un ángel”. (Commentary on the Holy Scriptures, de Lange, traducción y edición de P. Schaff, 1976, vol. 9, pág. 6) Basan su evaluación de la personalidad de Juan en el hecho de que habla mucho acerca del amor y que no se le da tanta importancia en Hechos de Apóstoles como a Pedro y Pablo. También indican que al parecer dejó a Pedro llevar la delantera al hablar cuando estaba con él.
Es verdad que cuando Pedro y Juan estaban juntos, Pedro siempre se destaca como el vocero. Pero los relatos no dicen que Juan se mantuviera en silencio. Al contrario, cuando estuvieron ante los gobernantes y los ancianos, tanto Pedro como Juan hablaron sin temor. (Hch 4:13, 19.) Asimismo, Juan habló con denuedo ante el Sanedrín, al igual que hicieron los demás apóstoles, aunque solo se menciona a Pedro por nombre. (Hch 5:29.) Y en cuanto a ser una persona activa y enérgica, ¿no demostró gran vitalidad al correr con más rapidez que Pedro para llegar a la tumba de Jesús? (Jn 20:2-8.)
Jesús les dio a Juan y a su hermano Santiago el sobrenombre Boanerges (que significa “Hijos del Trueno”) cuando comenzaron su ministerio como apóstoles. (Mr 3:17.) Este título denota que Juan no era un sentimentalista blando o pasivo, sino, más bien, que tenía una personalidad dinámica. Cuando una aldea samaritana rehusó recibir a Jesús, estos “Hijos del Trueno” estuvieron dispuestos a hacer bajar fuego del cielo para aniquilar a sus habitantes. Con anterioridad, Juan había intentado impedir que un hombre expulsara demonios en el nombre de Jesús. En ambos casos, Jesús lo censuró y corrigió. (Lu 9:49-56.)
En esas ocasiones los dos hermanos mostraron falta de entendimiento y que aún estaban lejos de mostrar el equilibrio y el espíritu misericordioso y amoroso que desarrollaron más tarde. Sin embargo, en ambas ocasiones manifestaron su lealtad y una personalidad decidida y vigorosa, que, una vez bien encauzada, los convirtió en testigos fuertes, enérgicos y fieles. Santiago murió como mártir a manos de Herodes Agripa I (Hch 12:1, 2), y Juan, el último apóstol en morir, aguantó como una columna “en la tribulación y reino y aguante en compañía con Jesús”. (Rev 1:9.)
La petición que la madre de Santiago y Juan le hizo a Cristo de que concediera a sus hijos sentarse junto a él en su Reino, provocó la indignación de los demás apóstoles por el espíritu ambicioso que ambos demostraron. No obstante, Jesús aprovechó la oportunidad para explicar que el mayor entre ellos sería el que sirviese a los demás. Luego señaló que incluso él había venido a servir y a dar su vida como rescate por muchos. (Mt 20:20-28; Mr 10:35-45.) Sin embargo, aun cuando el deseo de ambos hermanos fuese egoísta, el incidente revela su fe en la realidad del Reino.
Por supuesto, si la personalidad de Juan hubiese sido como la pintan los comentaristas religiosos —débil, poco práctica, pusilánime, introvertida—, probablemente Jesucristo no lo hubiese escogido para escribir el conmovedor y poderoso libro de Revelación, en el que Cristo estimula repetidas veces a los cristianos a ser vencedores del mundo, habla de las buenas nuevas que se predicarían por todo el mundo y pronuncia los juicios atronadores de Dios.
Es verdad que Juan habla acerca del amor más que los otros evangelistas, pero esto no prueba que fuese un sentimentalista blando. Al contrario, el amor es una cualidad poderosa. Toda la Ley y los Profetas se basaban en el amor. (Mt 22:36-40.) “El amor nunca falla.” (1Co 13:8.) El amor “es un vínculo perfecto de unión”. (Col 3:14.) La clase de amor que Juan recomendó se adhiere a los principios y es capaz de reprender con fuerza, corregir y disciplinar, así como de ejercer bondad y misericordia.
Dondequiera que aparece en los tres relatos sinópticos del Evangelio, así como en todos sus propios escritos, Juan siempre manifiesta el mismo amor y lealtad firmes a Jesucristo y su Padre, Jehová. Su lealtad y odio por lo que es malo se hacen patentes cuando menciona los malos motivos o rasgos que hay tras las acciones de otros. Solo él especifica que Judas fue quien se quejó y por qué lo hizo cuando María usó un ungüento caro para ungir los pies de Jesús: porque llevaba la caja del dinero y era ladrón. (Jn 12:4-6.) Él señala que Nicodemo fue a Jesús ‘al amparo de la noche’. (Jn 3:2.) También indica la seria falta de José de Arimatea: “Era discípulo de Jesús, pero secreto por su temor a los judíos”. (Jn 19:38.) Juan no podía aprobar el hecho de que alguien profesara ser un discípulo de su Maestro y, sin embargo, se avergonzara de ello.
Juan había cultivado el fruto del espíritu a un grado mucho mayor cuando escribió su Evangelio y las cartas que cuando era un joven recién asociado con Jesús. Obviamente, ya no era la misma persona que había pedido un puesto especial en el Reino. En sus escritos podemos hallar la expresión de su madurez y buen consejo para ayudarnos a imitar su proceder fiel, leal y enérgico.
4. Juan Marcos. Uno de los discípulos de Jesús y escritor de “Las buenas nuevas según Marcos”. A menudo se le llama Marcos el evangelista, pero este era su sobrenombre. La casa que su madre, María, tenía en Jerusalén fue un lugar de reunión para los discípulos. (Hch 12:12.) Marcos acompañó a Pablo y Bernabé en la primera gira misional de Pablo (Hch 12:25; 13:5), pero los dejó en Perga de Panfilia y regresó a Jerusalén. (Hch 13:13.) Por esta razón Pablo rehusó más tarde llevarlo en su siguiente viaje, de modo que Bernabé fue en otra dirección, llevándose a Marcos. (Hch 15:36-41.) No obstante, es obvio que con el tiempo Marcos demostró que era un trabajador confiable y diligente, porque cuando Pablo escribió a Timoteo desde Roma, donde estaba encarcelado, le dijo: “Toma a Marcos y tráelo contigo, porque me es útil para ministrar”. (2Ti 4:11; véase MARCOS.)
5. Gobernante judío (posiblemente emparentado con el sacerdote principal Anás) que junto con Anás y Caifás hizo detener a los apóstoles y que se les llevara a su presencia. Aunque tenían la prueba de que Pedro había efectuado un milagro al sanar a un cojo, ordenaron a Pedro y a Juan que dejaran de predicar y los amenazaron. Pero como no tenían base para tomar acción contra los apóstoles y además temían al pueblo, los pusieron en libertad. (Hch 3:1-8; 4:5-22.)