La razón de nuestra existencia
LAS Escrituras revelan que nuestro Creador, Jehová Dios, nunca obra sin un propósito definido. Un buen ejemplo es el del ciclo del agua, esencial para la vida en la Tierra, el cual se describe en estos términos poéticos y exactos a la vez: “Los ríos corren hacia el mar, y luego vuelven a sus fuentes para volver a vaciarse en el mar, pero el mar jamás se llena” (Eclesiastés 1:7, Traducción en lenguaje actual).
La Biblia establece una semejanza entre la confiabilidad de las promesas divinas y el ciclo del agua. Hoy es sabido que el agua contenida en los océanos y los lagos se evapora debido al calor del sol y posteriormente cae sobre la Tierra en forma de precipitación. Aludiendo a dicho proceso, Jehová dice: “Así resultará ser mi palabra que sale de mi boca. No volverá a mí sin resultados, sino que ciertamente hará aquello en que me he deleitado, y tendrá éxito seguro en aquello para lo cual la he enviado” (Isaías 55:10, 11).
El agua limpia que se precipita sobre el terreno desde las nubes hace posible la vida en el planeta. De igual modo, la “palabra que sale de [...] la boca” de Dios sustenta la vida espiritual. El mismo Jesucristo lo indicó diciendo: “No de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová” (Mateo 4:4).
Nutrirnos con el alimento espiritual que viene de Dios nos permite armonizar nuestra vida con el propósito divino; pero antes hay que saber cuál es ese propósito. Por ejemplo, ¿para qué creó Dios la Tierra? ¿Y qué repercusiones tiene esto en cada uno de nosotros? Veamos.
El propósito de Dios para la Tierra
Como Dios quería lo mejor para la especie humana, instaló a la primera pareja, Adán y Eva, en un jardín paradisíaco llamado Edén y luego les mandó que tuvieran hijos: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra” (Génesis 1:26-28; 2:8, 9, 15).
¿Qué se deduce de este mandato? ¿No salta a la vista que Dios quería que toda la Tierra fuera cultivada hasta convertirse en el hogar paradisíaco de la humanidad? “En cuanto a los cielos, a Jehová pertenecen los cielos, pero la tierra la ha dado a los hijos de los hombres”, asegura su Palabra (Salmo 115:16).
No obstante, para que los humanos pudieran gozar eternamente de la Tierra, como era la voluntad divina, tendrían que honrar a Jehová obedeciéndolo. ¿Hizo eso Adán? No, sino que fue desobediente y pecó. ¿Con qué consecuencias? Todos sus hijos heredamos el pecado y la muerte, tal como explica la Biblia: “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado” (Romanos 5:12).
Esa es la razón por la que todos morimos y por la que la Tierra todavía no ha sido cultivada hasta convertirse en un paraíso. ¿Habrá cambiado, entonces, el propósito de Dios para la Tierra?
No, pues recordemos que Dios dijo que la palabra que sale de su boca no volverá a él sin resultados, sino que “tendrá éxito seguro” en su misión; además, él prometió: “Todo lo que es mi deleite haré” (Isaías 45:18; 46:10; 55:11). Y su deleite, o propósito original, es que esta Tierra sea un paraíso poblado de seres humanos que le sirvan felices para siempre (Salmo 37:29; Isaías 35:5, 6; 65:21-24; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4).
Cómo cumplirá Dios su propósito
En su insuperable sabiduría y amor, Jehová proporcionó el medio para rescatar a los hombres del pecado heredado y sus secuelas, es decir, la imperfección y, al final, la muerte. ¿De qué manera? Al hacer que naciera un hijo que, a diferencia de todos los demás, estuviera libre del pecado adánico y mediante el cual las personas merecedoras podrían alcanzar la vida eterna (Mateo 20:28; Efesios 1:7; 1 Timoteo 2:5, 6). Ahora bien, ¿cómo se llevó a cabo el rescate?
Jehová envió al ángel Gabriel para anunciar a una virgen llamada María que tendría un hijo concebido de manera milagrosa, dado que ella no estaba “teniendo coito con varón alguno”. El milagro consistió en que Dios transfirió la vida de su Hijo primogénito desde el cielo a un óvulo en la matriz de María, de modo que ella quedó encinta por obra del espíritu santo de Dios (Lucas 1:26-35).
Nueve meses más tarde, Jesús nació como un humano perfecto, semejante al primer hombre, Adán. A su debido tiempo estuvo en condiciones de sacrificar su vida humana perfecta, constituyéndose así en el ‘segundo Adán’ y sentando las bases para liberar del pecado y la muerte a todos los que fueran fieles a Dios (1 Corintios 15:45, 47).
Indudablemente, el gran amor que Dios nos ha mostrado tiene que conmovernos. Como leemos, “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). Ahora, el asunto es: ¿Cómo correspondemos al amor de Dios? ¿No deberíamos mostrar gratitud por su don? Algunos lo han hecho, como veremos a continuación.
Una vida con sentido
Denise, citada en el artículo anterior, descubrió que honrar a Dios obedeciendo sus leyes le daba sentido y dirección a su vida. Ella dice: “Aprendí en la Biblia que además de tener un propósito a largo plazo para la humanidad, Dios tiene un trabajo específico para sus siervos. No me imagino que pueda haber algo más satisfactorio en la vida que usar el libre albedrío que él me ha dado para alabarlo viviendo en armonía con su propósito”.
Nosotros podemos hacer lo mismo averiguando cuál es la voluntad de Dios y cumpliéndola. Mientras esperamos el tiempo en que se reciba la totalidad de los beneficios derivados del rescate, los cuales nos permitirán gozar de perfección en un nuevo mundo de justicia, debemos tomar medidas urgentes para satisfacer el anhelo espiritual que Dios ha implantado en cada ser humano.
Dave, a quien nos referimos en el primer artículo de esta serie, es uno de los que ha saciado su hambre espiritual y ha resuelto sus interrogantes sobre el sentido de la vida. “Mirando atrás —relata—, veo que mi vida antes de conocer el propósito de Dios era un cúmulo de vanos esfuerzos. Aunque en aquel momento no lo sabía, el vacío que sentía era en realidad una necesidad espiritual insatisfecha. Ya no he vuelto a sentirme así. Ahora sé por qué existo y cómo debo vivir la vida.”
Al contrario de las ideas de los hombres imperfectos, lo que Jehová nos revela a través de la Biblia sobre el sentido de la existencia produce auténtica satisfacción: existimos para cumplir su propósito, esto es, alabar su nombre y cultivar una buena relación con él. Regocijémonos, pues, ahora y por siempre, en la realidad de estas palabras inspiradas: “¡Feliz es el pueblo cuyo Dios es Jehová!” (Salmo 144:15).
[Ilustración y recuadro de la página 8]
LA CUESTIÓN DEL SUFRIMIENTO
Se ha dicho que el sufrimiento es uno de los principales obstáculos para comprender por qué existimos. Viktor Frankl escribió: “Cualquiera de los distintos aspectos de la existencia conserva un valor significativo, el sufrimiento también. El realismo nos avisa de que el sufrimiento es una parte consustancial de la vida, como [...] la muerte”.
La Biblia explica la razón del sufrimiento y la muerte. No son culpa de Dios; son la trágica consecuencia de que nuestros primeros padres hayan optado por independizarse de su Creador. Todos sus descendientes hemos heredado esa tendencia pecaminosa, que es la raíz del sufrimiento humano.
Aunque comprender la razón de nuestra existencia no nos soluciona todos los problemas, sí nos proporciona los elementos necesarios para lidiar con ellos. Aparte de eso, nos da una esperanza para el futuro, pues sabemos que Dios acabará para siempre con el sufrimiento y la muerte.
[Ilustración de la página 7]
La Biblia establece una semejanza entre la confiabilidad de las promesas de Dios y el maravilloso ciclo del agua
[Ilustración]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
Lluvia
Evaporación
Evaporación
Lagos, ríos
Océanos
[Ilustración de las páginas 8 y 9]
¿Por qué podemos estar seguros de que en el futuro la Tierra será un paraíso habitado por personas sanas y felices?
[Ilustración de la página 9]
‘No me imagino que pueda haber algo más satisfactorio en la vida que usar el libre albedrío para servir a Dios.’ (Denise)