CIELO
El término hebreo scha·má·yim (siempre en plural), que se traduce “cielo(s)”, parece designar en su sentido básico lo que es “alto” o “encumbrado”. (Sl 103:11; Pr 25:3; Isa 55:9.) La etimología de la palabra griega para cielo (ou·ra·nós) es incierta.
Los cielos físicos. En el lenguaje original el término cielo abarca el ámbito completo de los cielos físicos, y el contexto por lo general ayuda a precisar su significado.
La atmósfera terrestre. La palabra “cielo(s)” puede aplicar a toda la atmósfera terrestre, donde se forman el rocío y la escarcha (Gé 27:28; Job 38:29), donde vuelan los pájaros (Dt 4:17; Pr 30:19; Mt 6:26), donde soplan los vientos (Sl 78:26), donde resplandece el relámpago (Lu 17:24) y donde están las nubes que dejan caer su lluvia, nieve o piedras de granizo (Jos 10:11; 1Re 18:45; Isa 55:10; Hch 14:17). A veces “cielo” se refiere al firmamento o bóveda celeste. (Mt 16:1-3; Hch 1:10, 11.)
Esta región atmosférica corresponde con la “expansión [heb. ra·qí·aʽ]” formada durante el segundo período creativo, de la que se habla en Génesis 1:6-8. Es a ese “cielo” al que se hace referencia en Génesis 2:4, Éxodo 20:11 y 31:17 cuando se alude a la creación de “los cielos y la tierra”. (Véase EXPANSIÓN.)
El que se hiciera esta expansión sirvió para separar las aguas que estaban sobre la superficie terrestre de las que quedaron encima de la expansión. Esto explica lo que se informa con respecto al diluvio universal del día de Noé: “Fueron rotos todos los manantiales de la vasta profundidad acuosa, y las compuertas de los cielos fueron abiertas”. (Gé 7:11; compárese con Pr 8:27, 28.) Las aguas suspendidas por encima de la expansión debieron precipitarse bruscamente y también en forma de lluvia. Cuando este vasto depósito se vació, las ‘compuertas de los cielos se cerraron’ por decirlo así. (Gé 8:2.)
Espacio sideral. Los “cielos” físicos comprenden tanto la atmósfera terrestre como las regiones del espacio sideral con sus cuerpos estelares, “todo el ejército de los cielos”: el Sol, la Luna, las estrellas y las constelaciones. (Dt 4:19; Isa 13:10; 1Co 15:40, 41; Heb 11:12.) En el primer versículo de la Biblia se alude a la creación de esos cielos estrellados antes de la preparación de la Tierra para la vida del hombre. (Gé 1:1.) Tanto estos cielos como la expansión, muestran la gloria de Dios, pues son la obra de sus “dedos”. (Sl 8:3; 19:1-6.) Todos esos cuerpos celestes están controlados por los “estatutos de los cielos” que Dios ha establecido, unos estatutos que los astrónomos todavía son incapaces de comprender a pesar de la tecnología moderna y sus avanzados conocimientos matemáticos. (Job 38:33; Jer 33:25.) No obstante, sus hallazgos confirman lo imposible que es para el hombre medir los cielos o siquiera contar las estrellas. (Jer 31:37; 33:22; véase ESTRELLA.) Dios no solo las cuenta, sino que hasta las llama por nombre. (Sl 147:4; Isa 40:26.)
“En medio del cielo” y las ‘extremidades de los cielos’. La expresión “en medio del cielo” aplica a la capa de la atmósfera donde vuelan las aves, como, por ejemplo, el águila. (Rev 8:13; 14:6; 19:17; Dt 4:11 [heb. “corazón de los cielos”].) Un sentido parecido tiene la expresión “entre la tierra y los cielos”. (1Cr 21:16; 2Sa 18:9.) El que se predijera que las fuerzas que atacarían Babilonia avanzarían desde “la extremidad de los cielos”, debe significar que llegarían desde el horizonte distante (donde parece que se juntan la tierra y el cielo, y donde parece que sale el Sol y se pone). (Isa 13:5; compárese con Sl 19:4-6.) De manera similar, la expresión “desde las cuatro extremidades de los cielos” debe referirse a los cuatro puntos cardinales, con lo que se quiere dar a entender la totalidad de la Tierra. (Jer 49:36; compárese con Da 8:8; 11:4; Mt 24:31; Mr 13:27.) Como los cielos rodean la Tierra por todos lados, el que Jehová vea todo lo que está “bajo los cielos enteros” significa que ve todo el planeta. (Job 28:24.)
Los cielos nubosos. Los escritores bíblicos también utilizan la palabra hebrea schá·jaq para referirse a la expansión o atmósfera que rodea la Tierra donde están las nubes (Dt 33:26; Pr 3:20; Isa 45:8), o también a la bóveda o cúpula celeste, azul durante el día y tachonada de estrellas por la noche. (Sl 89:37.) Esta palabra tiene el significado primario de algo batido muy fino, pulverizado, como una “capa tenue de polvo” (schá·jaq). (Isa 40:15; 2Sa 22:43.) La palabra schá·jaq también se traduce por “nube” y “cielo nublado”, aunque en la mayoría de los casos se usa simplemente para referirse a lo que está muy por encima del hombre y no a un aspecto particular del “cielo”. (Sl 57:10; 108:4.)
Estos dos significados están relacionados, pues las finas partículas de polvo, las moléculas de vapor de agua y, hasta cierto grado, las moléculas de oxígeno, nitrógeno, anhídrido carbónico y otros gases que se encuentran en la atmósfera, dispersan los rayos de luz, y los más difundidos, los azules, dan al cielo despejado su característico color azul. Además, las nubes se forman cuando el aire caliente que se eleva desde la Tierra se enfría hasta lo que se llama “punto de rocío”, y el vapor de agua que hay en él se condensa alrededor de diminutas partículas de polvo. (Compárese con Job 36:27, 28; véase NUBE.)
Jehová dice que Él es Aquel que “[bate] los cielos nublados, duros como un espejo fundido”, de modo que da un límite definido o una clara demarcación a la bóveda celeste de color azul. (Job 37:18.) Las partículas que forman la atmósfera están sometidas a la atracción de la fuerza de la gravedad, que las mantiene dentro de sus límites. (Gé 1:6-8.) Estas reflejan la luz del Sol como si fueran un espejo, por lo que el cielo parece claro, mientras que si no existiera la atmósfera y alguien pudiera observar el cielo desde la Tierra, solo vería oscuridad, un fondo negro sobre el que refulgirían los cuerpos celestes, como sucede en el caso de la Luna, que carece de atmósfera. Los astronautas han podido observar la atmósfera de la Tierra desde el espacio sideral y la han visto como un halo relumbrante.
Jehová se valió de lenguaje figurado al advertir a Israel que debido a su desobediencia, los cielos que estaban sobre sus cabezas llegarían a ser cobre; la tierra debajo de ellos, hierro, y la lluvia que les caería, ceniza y polvo. En tales condiciones de sequía, el cielo “cerrado” y sin nubes se volvería rojizo, de color de cobre, pues la mayor cantidad de partículas de polvo en la atmósfera difunden la luz azul hasta el punto de destacar más las ondas rojas, de la misma manera que el Sol parece rojo cuando se pone como consecuencia de que los rayos deben atravesar un mayor espesor en la atmósfera. (Dt 28:23, 24; compárese con 1Re 8:35, donde “cielo” se emplea para referirse a la expansión.)
Cuando Jesús ascendió al cielo, una nube se lo llevó de la vista de los discípulos. “Estando ellos mirando con fijeza al cielo”, se les aparecieron unos ángeles y les dijeron: “Varones de Galilea, ¿por qué están de pie mirando al cielo? Este Jesús que fue recibido de entre ustedes arriba al cielo, vendrá así de la misma manera como lo han contemplado irse al cielo”. (Hch 1:9-11.) Lo que los ángeles querían decir a los discípulos era que no había razón para mirar con fijeza al cielo a la espera de que Jesús se apareciese de nuevo ante su vista, pues la nube se lo había llevado y ya era invisible. Regresaría de la misma manera, es decir, de manera invisible, sin que lo advirtieran los ojos físicos.
“Los cielos de los cielos.” La expresión “los cielos de los cielos” parece referirse a los cielos más elevados. En vista de que los cielos se extienden desde la Tierra en todas direcciones, “los cielos de los cielos” deben abarcar todos los cielos físicos, sin importar cuán vastos sean. (Dt 10:14; Ne 9:6.)
Salomón, el constructor del templo de Jerusalén, manifestó que los “cielos, sí, el cielo de los cielos” no pueden contener a Dios. (1Re 8:27.) Como Creador de los cielos, la posición de Jehová es muy superior a la de estos, y “solo su nombre es inalcanzablemente alto. Su dignidad está por encima de tierra y cielo”. (Sl 148:13.) Jehová mide los cielos físicos con la misma facilidad con la que un hombre toma la medida de un objeto abriendo la mano y colocándolo entre los dedos pulgar y meñique extendidos. (Isa 40:12.) Sin embargo, las palabras de Salomón no significan que Dios no tenga un lugar de residencia específico, ni tampoco que sea omnipresente, en el sentido de estar literalmente en todo y en todas partes, pues Salomón también dijo que Jehová oye “desde los cielos, el lugar establecido de [su] morada”, es decir, la región de los espíritus. (1Re 8:30, 39.)
De modo que el término “cielos” en sentido físico es muy abarcador. Puede referirse a las zonas más lejanas del espacio universal o a algo que simplemente es más alto o encumbrado de lo habitual. Por eso se dice que los que están a bordo de un barco sacudido por una tormenta “suben a los cielos, bajan a los fondos”. (Sl 107:26.) Asimismo, los edificadores de la Torre de Babel intentaron construir una estructura que tuviera su “cúspide en los cielos”, como si fuera un “rascacielos”. (Gé 11:4; compárese con Jer 51:53.) Y la profecía de Amós 9:2 habla de hombres que “suben a los cielos” en un vano esfuerzo por eludir los juicios de Jehová, expresión con la que se indica que intentarían hallar escape en las elevadas regiones montañosas.
Cielos espirituales. Las mismas palabras del lenguaje original que se utilizan para referirse a los cielos físicos se aplican también a los cielos espirituales. Como se ha visto, Jehová Dios no reside en los cielos físicos, pues es un Espíritu, pero como es “Alto y Excelso” y reside en “la altura” (Isa 57:15), es apropiado el uso de esta palabra hebrea, cuyo sentido básico es “elevado” o “encumbrado”, para designar la “excelsa morada de santidad y hermosura” de Dios. (Isa 63:15; Sl 33:13, 14; 115:3.) Como el Hacedor de los cielos físicos (Gé 14:19; Sl 33:6), Jehová es también su Dueño (Sl 115:15, 16), y puede hacer cualquier cosa en ellos, incluso actos milagrosos. (Sl 135:6.)
Por todo esto, en muchos textos la palabra “cielos” representa a Dios mismo y su posición soberana. Su trono está en los cielos, es decir, en la región de los espíritus bajo su dominio. (Sl 103:19-21; 2Cr 20:6; Mt 23:22; Hch 7:49.) Desde su posición suprema o última, Jehová ‘mira desde’ encima de los cielos y la Tierra físicos (Sl 14:2; 102:19; 113:6), y desde esa posición encumbrada también habla, satisface peticiones y pronuncia juicio. (1Re 8:49; Sl 2:4-6; 76:8; Mt 3:17.) Por consiguiente, leemos que Ezequías e Isaías “siguieron orando [...] y clamando a los cielos por socorro” ante una grave amenaza. (2Cr 32:20; compárese con 2Cr 30:27.) Jesús también usó los cielos como representación de Dios cuando preguntó a los líderes religiosos si el bautismo de Juan era “del cielo, o de los hombres” (Mt 21:25; compárese con Jn 3:27); y el hijo pródigo confesó haber pecado “contra el cielo” y contra su propio padre. (Lu 15:18, 21.) Por lo tanto, la expresión “el reino de los cielos” no significa solo que tiene su sede en los cielos espirituales y que domina desde allí, sino también que es “el reino de Dios”. (Da 2:44; Mt 4:17; 21:43; 2Ti 4:18.)
Además, fue también debido a su posición celestial por lo que tanto hombres como ángeles levantaron las manos o el rostro hacia los cielos al invocar a Dios para que actuase (Éx 9:22, 23; 10:21, 22), al prestar juramento (Da 12:7) y al orar (1Re 8:22, 23; Lam 3:41; Mt 14:19; Jn 17:1). En Deuteronomio 32:40 Jehová dice que ‘alza al cielo su mano en juramento’. El texto de Hebreos 6:13 permite deducir que esas palabras significan que Jehová jura por sí mismo. (Compárese con Isa 45:23.)
El lugar de habitación de los ángeles. Los cielos espirituales son también el “propio y debido lugar de habitación” de los hijos espíritus de Dios. (Jud 6; Gé 28:12, 13; Mt 18:10; 24:36.) La expresión “ejército de los cielos”, aplicada en numerosas ocasiones a la creación estelar, también se usa con referencia a estos hijos angélicos de Dios (1Re 22:19; compárese con Sl 103:20, 21; Da 7:10; Lu 2:13; Rev 19:14), y a veces se personifican los “cielos” para representar a los ángeles, “la congregación de los santos”. (Sl 89:5-7; compárese con Lu 15:7, 10; Rev 12:12.)
Como representación de gobierno. Hemos visto que los cielos pueden referirse a Jehová Dios en su posición soberana. De manera que cuando Daniel le dijo a Nabucodonosor que lo que iba a experimentar le haría “[saber] que los cielos están gobernando”, significaba lo mismo que saber “que el Altísimo es Gobernante en el reino de la humanidad”. (Da 4:25, 26.)
Sin embargo, el término “cielos” puede referirse, aparte de al Soberano Supremo, a otras potencias gobernantes ensalzadas o encumbradas por encima de los pueblos sometidos. En Isaías 14:12 se alude a la dinastía de reyes babilonios que Nabucodonosor representaba y se la asemeja a una estrella, un “resplandeciente, hijo del alba”. Con la conquista de Jerusalén en el año 607 a. E.C., aquella dinastía babilonia elevó su trono “por encima de las estrellas de Dios”, es decir, de la línea davídica de reyes de Judá (a Jesucristo mismo, heredero del trono davídico, se le llama “la brillante estrella de la mañana” en Rev 22:16; compárese con Nú 24:17). Al derrocar el trono davídico, divinamente autorizado, la dinastía babilonia en realidad se ensalzó a sí misma hasta los cielos. (Isa 14:13, 14.) El árbol simbólico del sueño de Nabucodonosor, cuya altura ‘alcanzaba a los cielos’, también representó la encumbrada grandiosidad y extenso dominio de esta dinastía. (Da 4:20-22.)
Nuevos cielos y nueva tierra. La relación existente entre los “cielos” y la gobernación ayuda a entender el significado de la expresión “nuevos cielos y una nueva tierra”, que aparece en Isaías (65:17; 66:22) y que cita el apóstol Pedro en 2 Pedro 3:13. Observando tal relación, la Cyclopædia de M’Clintock y Strong (1891, vol. 4, pág. 122) comenta: “En Isa LXV, 17, un nuevo cielo y una nueva tierra significan un nuevo gobierno, un nuevo reino, una nueva gente”.
Tal como la “tierra” puede referirse a una sociedad de personas (Sl 96:1; véase TIERRA), así también los “cielos” pueden simbolizar el dominio o gobierno sobre esa “tierra”. La profecía de Isaías sobre la promesa de los “nuevos cielos y una nueva tierra” anunciaba en primer lugar la restauración de Israel del exilio en Babilonia. Los israelitas entraron en un nuevo sistema de cosas cuando regresaron a su tierra natal. Dios utilizó de manera especial a Ciro el Grande para llevar a cabo esa restauración. Una vez en Jerusalén, Zorobabel (un descendiente de David) fue gobernador, y Josué, sumo sacerdote. En consonancia con el propósito de Jehová, este nuevo sistema gubernativo, o “nuevos cielos”, dirigió y supervisó al pueblo. (2Cr 36:23; Ag 1:1, 14.) Por ello, como predijo el versículo 18 del capítulo 65 de Isaías, Jerusalén llegó a ser “una causa para gozo y [...] su pueblo una causa para alborozo”.
Sin embargo, la cita de Pedro muestra que sobre la base de la promesa de Dios, podía anticiparse un cumplimiento futuro de esta profecía. (2Pe 3:13.) Dado que en este caso la promesa divina se relaciona con la presencia de Cristo Jesús, como se muestra en el versículo 4, los “nuevos cielos y una nueva tierra” tienen que referirse al reino mesiánico de Dios y su dominio sobre súbditos obedientes. Por medio de su resurrección y ascensión a la diestra de Dios, Cristo Jesús llegó a ser “más alto que los cielos” (Heb 7:26), en el sentido de que, debido a ello, se le colocó “muy por encima de todo gobierno y autoridad y poder y señorío, [...] no solo en este sistema de cosas, sino también en el que ha de venir”. (Ef 1:19-21; Mt 28:18.)
Como “participantes del llamamiento celestial” (Heb 3:1), Dios designa a los seguidores ungidos de Jesús “herederos” en unión con Cristo, por medio de quien Él se propuso “reunir todas las cosas de nuevo”. “Las cosas en los cielos”, es decir, los llamados a la vida celestial, son los primeros a los que se reúne en unión con Dios mediante Cristo. (Ef 1:8-11.) Tienen la herencia “reservada en los cielos” (1Pe 1:3, 4; Col 1:5; compárese con Jn 14:2, 3), están “matriculados en los cielos” y allí es donde tienen su “ciudadanía”. (Heb 12:20-23; Flp 3:20.) Forman la “Nueva Jerusalén”, a la que en la visión de Juan se ve descender “del cielo desde Dios”. (Rev 21:2, 9, 10; compárese con Ef 5:24-27.) Siendo que al principio se dice que esta visión es de “un nuevo cielo y una nueva tierra” (Rev 21:1), ambos tienen que estar representados en lo que se menciona a continuación. Por consiguiente, el “nuevo cielo” debe referirse a Cristo y su “novia”, la “Nueva Jerusalén”, y la “nueva tierra”, a los ‘pueblos de la humanidad’, que son sus súbditos y reciben las bendiciones de su gobierno, tal como se indica en los versículos 3 y 4.
Tercer cielo. En 2 Corintios 12:2-4 el apóstol Pablo habla de alguien que fue “arrebatado [...] hasta el tercer cielo” y “al paraíso”. Puesto que en las Escrituras no se menciona a ninguna otra persona que haya pasado por tal experiencia, lo más probable es que fuese la suya propia. Aunque hay quien ha intentado relacionar la referencia de Pablo al tercer cielo con el punto de vista de los rabinos primitivos de que había diferentes niveles en el cielo, hasta un total de “siete cielos”, este punto de vista no tiene ningún apoyo en las Escrituras. Como hemos visto, no se habla de los cielos como si estuvieran divididos en plataformas o niveles, sino que a la luz del contexto debe determinarse si se trata de los cielos que están en la expansión atmosférica de la Tierra, de los cielos del espacio sideral, de los cielos espirituales, etc. En este caso, la expresión “tercer cielo” parece hacer referencia al grado superlativo de la gobernación del Reino mesiánico. Nótese cómo ciertas palabras y expresiones se repiten tres veces en Isaías 6:3, Ezequiel 21:27, Juan 21:15-17 y Revelación 4:8, con el propósito obvio de expresar intensidad.
“El cielo anterior y la tierra anterior habían pasado.” La visión de Juan dice que el “cielo anterior y la tierra anterior habían pasado”. (Rev 21:1; compárese con 20:11.) Las Escrituras Griegas Cristianas muestran que los gobiernos terrestres y sus pueblos están sujetos a la gobernación de Satanás. (Mt 4:8, 9; Jn 12:31; 2Co 4:3, 4; Rev 12:9; 16:13, 14.) El apóstol Pablo habló de las “fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales”, con sus gobiernos, autoridades y gobernantes mundiales. (Ef 6:12.) Por lo tanto, el que el “cielo anterior” hubiera pasado indica el fin de los gobiernos políticos influidos por Satanás y sus demonios. Esto armoniza con lo que menciona 2 Pedro 3:7-12 en cuanto a la destrucción como si fuera por fuego de “los cielos […] que existen ahora”. De forma parecida, Revelación 19:17-21 describe la aniquilación de un sistema político mundial y de sus apoyadores, pues menciona que la simbólica bestia salvaje es arrojada “al lago de fuego que arde con azufre”. (Compárese con Rev 13:1, 2.) En cuanto al Diablo, Revelación 20:1-3 muestra que es arrojado al “abismo” por mil años y que después es “desatado por un poco de tiempo”.
El abatimiento de lo que está ensalzado. Como los cielos representan lo que está elevado, derrocar, ‘mecer’ o ‘agitar’ los cielos en ocasiones quiere decir abatir aquello que está ensalzado. También se dice que Jehová arrojó “del cielo a la tierra la hermosura de Israel” cuando esta nación sufrió desolación. Formaban parte de dicha hermosura el reino de Israel, los gobernantes principescos y el poder de estos, pero dicha hermosura fue devorada como por fuego. (Lam 2:1-3.) Babilonia, la potencia que conquistó Israel, experimentó más tarde una agitación de su propio “cielo” y un mecimiento de su “tierra”, cuando los medos y los persas acabaron con ella y sus dioses celestiales resultaron falsos e incapaces de evitar que perdiese su dominación. (Isa 13:1, 10-13.)
De manera similar, se profetizó que a pesar de su posición ensalzada hasta los cielos, Edom no se salvaría de la destrucción, y que la espada de juicio de Jehová se empaparía en las alturas o “cielos” de Edom sin que esta nación pudiera recibir ayuda alguna de ninguna fuente celestial o ensalzada. (Isa 34:4-7; compárese con Abd 1-4, 8.) Los que hacen grandes alardes, hablando inicuamente en un estilo elevado como si “[pusieran] su boca en los mismísimos cielos”, ciertamente serán arruinados. (Sl 73:8, 9, 18; compárese con Rev 13:5, 6.) La ciudad de Capernaum tenía motivos para sentirse muy favorecida debido a la atención que recibió de Jesús durante su ministerio. Sin embargo, ya que no respondió a sus obras poderosas, Jesús preguntó: “¿Acaso tú serás ensalzada hasta el cielo?”, y a continuación predijo: “Hasta el Hades bajarás”. (Mt 11:23.)
Oscurecimiento de los cielos. El oscurecimiento de los cielos o de los cuerpos estelares se usa a menudo para representar el cambio de unas condiciones prósperas o favorables a unas perspectivas o condiciones tenebrosas, como cuando las nubes eclipsan por completo la luz tanto de día como de noche. (Compárese con Isa 50:2, 3, 10.) Este uso de los cielos físicos con relación a las perspectivas humanas tiene cierto parecido a la antigua expresión árabe “su cielo ha caído a la tierra”, en el sentido de que la superioridad o prosperidad de alguien ha disminuido sensiblemente. Por supuesto, en ocasiones, Dios ha expresado su ira por medio de fenómenos celestes, algunos de los cuales han provocado literalmente el oscurecimiento de los cielos. (Éx 10:21-23; Jos 10:12-14; Lu 23:44, 45.)
Ese día de oscuridad se produjo en Judá para que se cumpliera el juicio de Jehová por medio de su profeta Joel, y terminó con la desolación de Judá a manos de Babilonia. (Joe 2:1, 2, 10, 30, 31; compárese con Jer 4:23, 28.) No parecía haber ninguna esperanza de ayuda procedente de una fuente celestial; como se había predicho en Deuteronomio 28:65-67, “noche y día estarás lleno de pavor”, sin ningún alivio o esperanza de una mañana iluminada por el Sol o de un atardecer iluminado por la Luna. No obstante, por medio del mismo profeta Joel, Jehová advirtió a los enemigos de Judá que experimentarían la misma situación cuando Él ejecutara juicio sobre ellos. (Joe 3:12-16.) Ezequiel e Isaías emplearon este mismo cuadro figurativo cuando predijeron el juicio de Dios sobre Egipto y Babilonia, respectivamente. (Eze 32:7, 8, 12; Isa 13:1, 10, 11.)
El día del Pentecostés, el apóstol Pedro citó de la profecía de Joel cuando exhortó a una muchedumbre de oyentes con las palabras: “Sálvense de esta generación torcida”. (Hch 2:1, 16-21, 40.) Los de aquella generación que no prestaron atención vieron un tiempo de severa oscuridad cuando los romanos sitiaron y por fin destruyeron Jerusalén menos de cuarenta años después. Sin embargo, antes que Pedro, Jesús había pronunciado una profecía similar, que, como él mismo indicó, tendría que cumplirse durante su presencia. (Mt 24:29-31; Lu 21:25-27; compárese con Rev 6:12-17.)
Permanencia de los cielos físicos. Aunque Elifaz el temanita dijo de Dios: “¡Mira! En sus santos él no tiene fe, y los cielos mismos realmente no son limpios a sus ojos”, Jehová le respondió que tanto él como sus dos compañeros ‘no habían hablado acerca de él lo que era verídico, como su siervo Job’. (Job 15:1, 15; 42:7.) Por otro lado, en Éxodo 24:10 se usan los cielos para representar la pureza. De modo que la Biblia no da ninguna razón para que Dios tenga que destruir los cielos físicos.
Con el fin de mostrar que los cielos físicos son permanentes, se les compara a cosas que son eternas, como los resultados pacíficos y justos del reino davídico heredado por el Hijo de Dios. (Sl 72:5-7; Lu 1:32, 33.) De modo que no deben entenderse literalmente textos como el Salmo 102:25, 26, que dice que los cielos “perecerán” y ‘se gastarán como una prenda de vestir’.
En Lucas 21:33 Jesús afirma: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras de ningún modo pasarán”. Otros textos indican que “el cielo y la tierra” durarán para siempre. (Gé 9:16; Sl 104:5; Ec 1:4.) Por lo tanto, bien pudiera ser que “el cielo y la tierra” de los que habló Jesús fueran simbólicos, tal como lo son “el cielo anterior y la tierra anterior” mencionados en Revelación 21:1. (Compárese con Mateo 24:35.)
En el Salmo 102:25-27 se pone de relieve el hecho de que Dios es eterno e imperecedero, mientras que los cielos y la tierra físicos sí son perecederos, es decir, podrían ser destruidos si ese fuese el propósito de Dios. A diferencia de la existencia eterna de Dios, la permanencia de cualquier parte de su creación física depende de Él. En la Tierra, por ejemplo, la creación física tiene que experimentar un proceso continuo de renovación para conservar su forma actual. En el Salmo 148 se indica que los cielos físicos dependen de la voluntad y el poder sostenedor de Dios, y después de referirse al Sol, la Luna y las estrellas, junto con otras creaciones de Dios, el versículo 6 dice que Él “los tiene subsistiendo para siempre, hasta tiempo indefinido. Ha dado una disposición reglamentaria, y esta no pasará”.
Las palabras del Salmo 102:25, 26 aplican a Jehová Dios, pero el apóstol Pablo las cita con referencia a Jesucristo. La razón es que el Hijo unigénito de Dios fue el Agente personal que Él utilizó cuando creó el universo físico. Pablo contrasta la permanencia del Hijo con la de la creación física, que Dios podría ‘envolver igual que una capa’ y apartar si así lo deseara. (Heb 1:1, 2, 8, 10-12; compárese con 1Pe 2:3, nota.)
Diversas expresiones poéticas y figurativas. Como los cielos físicos desempeñan una parte vital en sostener la vida en la Tierra y hacer que esta prospere —por medio de la luz del Sol, la lluvia, el rocío, los vientos refrescantes y otros beneficios atmosféricos—, se dice de manera poética que son el “buen almacén” de Jehová. (Dt 28:11, 12; 33:13, 14.) Jehová abre sus “puertas” para bendecir a sus siervos, como cuando hizo que el maná, “el grano del cielo”, descendiese sobre el suelo. (Sl 78:23, 24; Jn 6:31.) Las nubes son como “jarros de agua” en las cámaras superiores de ese almacén, y la lluvia fluye como si fuera por “conductos”, ya que hay ciertos factores, como las montañas o hasta la intervención milagrosa de Dios, que hacen que el agua se condense y se precipite en forma de lluvia sobre regiones específicas. (Job 38:37; Jer 10:12, 13; 1Re 18:41-45.) Por otro lado, el que Dios retirase su bendición resultó en que en ocasiones se ‘cerrasen’ los cielos sobre la tierra de Canaán, de modo que llegaron a ser tan duros de apariencia y tan poco porosos como el hierro, con un brillo metálico de color de cobre y una atmósfera seca y llena de polvo. (Le 26:19; Dt 11:16, 17; 28:23, 24; 1Re 8:35, 36.)
Esto ayuda a entender el cuadro presentado en Oseas 2:21-23. Habiendo predicho los resultados devastadores de la infidelidad de Israel, Jehová habla del tiempo de su restauración y de las bendiciones resultantes. En aquel día, dice Dios, “responderé a los cielos, y ellos, por su parte, responderán a la tierra; y la tierra, por su parte, responderá al grano y al vino dulce y al aceite; y ellos, por su parte, responderán a Jezreel”. Con estas palabras se representa la petición de Israel de recibir la bendición de Jehová formulada a través de una cadena de elementos de la creación de Dios. Por esa razón se les ve personificados, como si pudiesen hacer una solicitud o petición. Israel pide grano, vino y aceite; estos productos, a su vez, buscan su alimento y agua de la tierra, que, con el fin de suministrar esta necesidad, requiere (o, figurativamente, pide) sol, lluvia y rocío de los cielos, y estos (hasta ese momento ‘cerrados’ debido a que Dios había retirado su bendición) solo pueden responder si Dios acepta la petición y devuelve su favor a la nación, poniendo de esta manera en movimiento el ciclo productivo. La profecía dio la seguridad de que Él lo haría.
En 2 Samuel 22:8-15 David al parecer usa una tremenda tormenta para representar el efecto de la intervención de Dios a su favor para librarle de sus enemigos. La intensidad de esta tormenta simbólica agita el fundamento de los cielos, que ‘se doblan hacia abajo’ con nubes bajas y oscuras. Compárese con los fenómenos de una tormenta literal descritos en Éxodo 19:16-18 y también con las expresiones poéticas registradas en Isaías 64:1, 2.
Se dice con frecuencia que Jehová, el “Padre de las luces celestes” (Snt 1:17), ha ‘extendido los cielos’, tal como se haría con una tela para tienda. (Sl 104:1, 2; Isa 45:12.) La apariencia de los cielos a los ojos de un ser humano en la Tierra, tanto de día como de noche, cuando se ven estrellados, es como la de una inmensa bóveda. En el símil que se encuentra en Isaías 40:22, se habla de extender una “gasa fina”, en vez de la tela para tienda, que es más áspera. Esto ilustra la delicadeza de la bóveda celeste. En una noche clara, las miríadas de estrellas parecen un tejido de encaje extendido sobre el aterciopelado fondo negro del espacio. Incluso la enorme galaxia conocida como la Vía Láctea, donde se halla nuestro sistema solar, parece una gasa tenue desde la Tierra.
De lo susodicho se puede aprender que siempre hay que examinar el contexto a la hora de determinar el sentido de estas expresiones figurativas. Así, cuando Moisés invocó a “los cielos y la tierra” para que sirvieran de testigos de lo que había declarado a Israel, es obvio que no se refería a la creación inanimada, sino, más bien, a los residentes inteligentes que habitan en los cielos y en la Tierra. (Dt 4:25, 26; 30:19; compárese con Ef 1:9, 10; Flp 2:9, 10; Rev 13:6.) A ellos también se alude en Jeremías 51:48 cuando se habla del regocijo de los cielos y la Tierra por la caída de Babilonia. (Compárese con Rev 18:5; 19:1-3.) Del mismo modo, deben ser los cielos espirituales los que ‘destilan la justicia’, según Isaías 45:8. En otros casos se alude a los cielos literales, pero se habla de ellos en sentido figurado, diciendo que se regocijan o gritan con voz fuerte. Ante la venida de Jehová para juzgar la tierra, según se describe en el Salmo 96:11-13, los cielos, y también la tierra, el mar y el campo, adoptan un talante alegre. (Compárese con Isa 44:23.) Los cielos físicos también alaban a su Creador, de la misma manera que un objeto de hermoso diseño da honra al artesano que lo ha hecho. Es como si en realidad hablaran del poder, la sabiduría y la majestad de Jehová. (Sl 19:1-4; 69:34.)
Ascensión al cielo. En 2 Reyes 2:11, 12 se narra la ascensión del profeta Elías “a los cielos en la tempestad de viento”. Estos son los cielos atmosféricos, donde se forman tempestades de viento, no los cielos espirituales de la presencia de Dios. Elías no murió en esa ascensión, sino que siguió viviendo varios años después de ser apartado así de su sucesor, Eliseo. Tampoco ascendió a los cielos espirituales cuando más tarde murió, pues Jesús dijo claramente cuando estuvo en la Tierra que ‘ningún hombre había ascendido al cielo’. (Jn 3:13; véase ELÍAS núm. 1 [Eliseo le sucede].) En el Pentecostés, Pedro dijo asimismo que “David no ascendió a los cielos”. (Hch 2:34.) En realidad, no hay nada en las Escrituras que indique que antes de la venida de Cristo se hubiera ofrecido a los siervos de Dios una esperanza celestial. Tal esperanza aparece por primera vez en las expresiones de Jesús a sus discípulos (Mt 19:21, 23-28; Lu 12:32; Jn 14:2, 3), quienes solo la entendieron a cabalidad después del Pentecostés del año 33 E.C. (Hch 1:6-8; 2:1-4, 29-36; Ro 8:16, 17.)
Las Escrituras muestran que Cristo Jesús fue el primer humano que ascendió a los cielos, al lugar de la presencia de Dios. (1Co 15:20; Heb 9:24.) Cuando ascendió al cielo y presentó allí su sacrificio de rescate, ‘abrió el camino’ para los que vendrían después: los miembros engendrados por espíritu de su congregación. (Jn 14:2, 3; Heb 6:19, 20; 10:19, 20.) Cuando estos resucitan, deben llevar “la imagen del celestial”, Cristo Jesús, para ascender a los cielos de la región de los espíritus, pues “carne y sangre” no pueden heredar el reino celestial. (1Co 15:42-50.)
¿Cómo pueden personas que están en “lugares celestiales” seguir viviendo en la Tierra?
En su carta a los Efesios, el apóstol Pablo habla de los cristianos que en aquel entonces vivían en la Tierra como si ya disfrutasen de una posición celestial, levantados y “[sentados] juntos en los lugares celestiales en unión con Cristo Jesús”. (Ef 1:3; 2:6.) El contexto muestra que así es como Dios ve a los cristianos ungidos debido a que los ha ‘asignado como herederos’ con su Hijo en la heredad celestial. Estando aún en la Tierra, han sido ensalzados o ‘levantados’ por medio de tal asignación. (Ef 1:11, 18-20; 2:4-7, 22.) Esta puntualización puede aclarar también la visión simbólica registrada en Revelación 11:12, y ayuda a entender asimismo el cuadro profético de Daniel 8:9-12, donde se habla de algo, previamente identificado como una potencia política, que iba “haciéndose mayor hasta llegar al mismo ejército de los cielos”, e incluso hacía que algunos de ese ejército y de las estrellas cayesen a la Tierra. En Daniel 12:3 se dice que aquellos siervos de Dios que estuvieran en la Tierra en el predicho tiempo del fin brillarían “como las estrellas hasta tiempo indefinido”. Nótese también el uso simbólico que se hace del término estrellas en los capítulos 1 al 3 del libro de Revelación, “estrellas” que, según el contexto, representan a personas que obviamente viven en la Tierra y pasan por experiencias y tentaciones, pues se dice que estas “estrellas” son responsables de las congregaciones que están bajo su cuidado. (Rev 1:20; 2:1, 8, 12, 18; 3:1, 7, 14.)
El camino a la vida celestial. El camino a la vida celestial requiere más que solo mostrar fe en el sacrificio de rescate de Cristo y tener obras de fe en obediencia a las instrucciones de Dios. Los escritos inspirados de los apóstoles y los discípulos muestran que también Dios, mediante su Hijo, ha de llamar y escoger a la persona. (2Ti 1:9, 10; Mt 22:14; 1Pe 2:9.) Esta invitación requiere varios pasos o acciones, tanto por parte de Dios como de la persona, a fin de que esta pueda recibir la herencia celestial. Entre estos pasos o acciones están: declarar justo al cristiano que ha sido llamado (Ro 3:23, 24, 28; 8:33, 34), ‘engendrarlo’ con espíritu santo (Jn 1:12, 13; 3:3-6; Snt 1:18), bautizarlo en la muerte de Cristo (Ro 6:3, 4; Flp 3:8-11), ungirlo (2Co 1:21; 1Jn 2:20, 27) y santificarlo (Jn 17:17). Aquel a quien se llama debe mantener integridad hasta la muerte (2Ti 2:11-13; Rev 2:10), y después de que se ha probado fiel a su llamamiento y selección (Rev 17:14), por fin se le resucita a la vida celestial como una criatura espíritu. (Jn 6:39, 40; Ro 6:5; 1Co 15:42-49; véanse DECLARAR JUSTO; RESURRECCIÓN; SANTIFICACIÓN; UNGIDO, UNGIR.)