El día que la armonía reine en el mundo
¿HA OBSERVADO usted a dos bailarines, patinadores o trapecistas diestros? Todos sus movimientos son obras de arte, magistrales demostraciones de cooperación y coordinación. ¡Qué agradable sería la vida si se pareciera un poco más a tales espectáculos armoniosos y estuviese libre de fricciones y conflictos! Pero lo cierto es que muchos seres humanos hoy “no [están] dispuestos a ningún acuerdo”, como bien predijo la Biblia (2 Timoteo 3:1-5).
A pesar de estas dificultades, millones de personas que aman la justicia están aprendiendo a vivir en paz y concordia con sus semejantes. ¿De qué manera? Al aceptar la invitación que recoge la Biblia en Isaías 48:17, 18: “Yo, Jehová, soy tu Dios, Aquel que te enseña para que te beneficies a ti mismo, Aquel que te hace pisar en el camino en que debes andar. ¡Oh, si realmente prestaras atención a mis mandamientos! Entonces tu paz llegaría a ser justamente como un río, y tu justicia como las olas del mar”.
Cuando aceptamos esta exhortación, Jehová pasa a ser, en cierto sentido, nuestro Benefactor, y nos enseña a “andar” en verdadera paz y armonía. Claro, siempre queda la opción de adoptar las teorías y filosofías de los hombres imperfectos, pero sería una auténtica locura. La historia ha confirmado vez tras vez la verdad fundamental que enuncia Jeremías 10:23: “Al hombre terrestre no le pertenece su camino. No pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso”. En otras palabras, carecemos de las aptitudes necesarias para gobernarnos y formular un código moral adecuado que tenga validez universal. Quien sí es competente para hacerlo es Dios (Isaías 33:22).
Verdadera paz y armonía
Dentro de poco, Dios hará que reine la armonía en nuestro planeta. Promete que “la tierra ciertamente estará llena del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mismísimo mar” (Isaías 11:9). En efecto, acabará triunfando la paz eterna.
De hecho, las criaturas disfrutarán de una nueva armonía, pues Dios enseñará a sus súbditos terrestres a cuidar debidamente del planeta. Por así decirlo, incluso celebrará “un pacto” con todas las fieras para que no perturben la paz y vivan sometidas al hombre (Oseas 2:18; Génesis 1:26-28; Isaías 11:6-8).
No es un sueño irrealizable. Tan solo en el Sermón del Monte, Jesús mencionó esta esperanza dos veces. La primera dijo: “Felices son los de genio apacible, puesto que ellos heredarán la tierra”. La segunda fue cuando, al enseñar a orar a sus discípulos, se dirigió a Dios como “Padre nuestro” y le dijo: “Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra” (Mateo 5:5; 6:9, 10). Y cuando su vida tocaba a su fin, Jesús resumió la esperanza para el hombre en una hermosa palabra: “paraíso” (Lucas 23:43). Sin duda, la sangre que derramó Jesús garantiza que la esperanza de vivir en una Tierra paradisíaca se hará realidad (Juan 3:16).
[Ilustración de la página 12]
Dios convertirá la Tierra en un paraíso donde las criaturas disfrutarán de una nueva armonía