DIVORCIO
La disolución legal de la unión marital, es decir la ruptura del vínculo matrimonial entre esposo y esposa. Varios de los términos que se emplearon en los idiomas originales para el verbo “divorciarse” tienen el sentido literal de ‘despedir’ (Dt 22:19, nota), ‘dejar ir’, ‘soltar’ (Mt 1:19, nota; 19:3, nota), ‘expulsar’, ‘echar fuera’ (Le 22:13, nota) y ‘cortar’. (Compárese con Dt 24:1, 3, donde la expresión “certificado de divorcio” significa literalmente “libro de cortamiento”.)
Cuando Jehová unió a Adán y Eva en matrimonio, no dispuso medio alguno para un eventual divorcio, cosa que Jesús dejó muy clara en su respuesta a la pregunta que le hicieron los fariseos: “¿Es lícito para un hombre divorciarse de su esposa por toda suerte de motivo?”. Jesucristo les explicó que el propósito de Dios era que el hombre dejara a sus padres y se uniera a su esposa, para así llegar a ser una sola carne, y añadió: “De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por lo tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre”. (Mt 19:3-6; compárese con Gé 2:22-24.) A renglón seguido, los fariseos preguntaron: “Entonces, ¿por qué prescribió Moisés dar un certificado de despedida y divorciarse de ella?”. La respuesta de Jesús fue: “Moisés, en vista de la dureza del corazón de ustedes, les hizo la concesión de que se divorciaran de sus esposas, pero tal no ha sido el caso desde el principio”. (Mt 19:7, 8.)
Aunque a los israelitas les estaba permitido divorciarse por varias razones como una concesión, Jehová Dios reglamentó el divorcio en su Ley dada a Israel por medio de Moisés. Deuteronomio 24:1 dice: “En caso de que un hombre tome a una mujer y de veras la haga su posesión como esposa, entonces tiene que suceder que si ella no hallara favor a sus ojos por haber hallado él algo indecente de parte de ella, entonces él tendrá que escribirle un certificado de divorcio y ponérselo en la mano y despedirla de su casa”. No se especifica la naturaleza de la ‘indecencia’ (literalmente, “la desnudez de una cosa”), pero no podía ser adulterio porque, según la ley de Dios dada a Israel, la muerte, no el divorcio, era la sanción prescrita para aquellos que fuesen culpables de adulterio. (Dt 22:22-24.) Parece que en un principio la ‘indecencia’ que le daba al esposo hebreo base para el divorcio tenía que ver con acciones graves, como el que la esposa le demostrara gran falta de respeto o le acarrease vergüenza a la familia. Y ya que la Ley decía: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”, no es razonable suponer que pudieran usarse impunemente faltas insignificantes como excusas para divorciarse de la esposa. (Le 19:18.)
En los días de Malaquías muchos esposos judíos fueron desleales a sus esposas: se divorciaban de ellas por toda suerte de motivos, y así se libraban de las esposas de su juventud con el fin, tal vez, de casarse con mujeres paganas más jóvenes. En lugar de apoyar la ley de Dios, los sacerdotes permitieron este proceder y, en consecuencia, incurrieron en el desagrado de Jehová. (Mal 2:10-16.) Asimismo, parece que en el tiempo de Jesús los judíos se amparaban en muy diversas razones para divorciarse, como se ve por la pregunta que los fariseos le hicieron a Jesús: “¿Es lícito para un hombre divorciarse de su esposa por toda suerte de motivo?”. (Mt 19:3.)
Según la costumbre israelita, el hombre pagaba una dote por la mujer que llegaba a ser su esposa y se la consideraba su posesión. Ella disfrutaba de muchas bendiciones y privilegios, pero tenía un papel subordinado en la unión marital. Su posición se muestra además en Deuteronomio 24:1-4, donde se menciona que el marido podía divorciarse de su esposa, pero no que la esposa pudiera divorciarse de su esposo; por ser considerada propiedad del esposo, no podía divorciarse de él. La primera mención extrabíblica de una israelita que intentó divorciarse de su esposo fue la de Salomé, la hermana del rey Herodes, quien envió a su esposo, el gobernador de Idumea, un certificado de divorcio disolviendo su matrimonio. (Antigüedades Judías, libro XV, cap. VII, sec. 10.) Las palabras de Jesús: “Si alguna vez una mujer, después de divorciarse de su esposo, se casa con otro, ella comete adulterio”, parecen indicar que, o bien el divorcio por iniciativa de la mujer ya había empezado a surgir en su día, o que preveía que esa situación se produciría. (Mr 10:12.)
Certificado de divorcio. Los abusos que se produjeron más tarde no deberían movernos a concluir que la concesión recogida en la ley mosaica facilitaba al esposo israelita la consecución del divorcio. Para hacerlo se seguía un procedimiento legal. El esposo tenía que redactar un documento —“escribirle [a su esposa] un certificado de divorcio”— y, hecho esto, “ponérselo en la mano y despedirla de su casa”. (Dt 24:1.) Aunque las Escrituras no entran en más detalles, parece que este procedimiento incluía el consultar a hombres debidamente autorizados, que primero intentarían reconciliar a la pareja. El tiempo que tomaba la preparación del certificado y la tramitación legal del divorcio daba lugar a que el esposo reconsiderara su decisión. Como el divorcio tenía que estar bien justificado, la observancia rigurosa de la ley evitaba que se hiciera precipitadamente. Además, así también se protegían los derechos e intereses de la esposa. Las Escrituras no dicen nada respecto al contenido del “certificado de divorcio”.
Segundas nupcias de cónyuges divorciados. En Deuteronomio 24:1-4 también se estipulaba que la mujer divorciada tendría “que salir de la casa de él e ir y llegar a ser de otro hombre”, lo que significaba que estaba libre para casarse de nuevo. De igual manera, se decía: “Si este último hombre le ha cobrado odio y le ha escrito un certificado de divorcio y se lo ha puesto en la mano y la ha despedido de su casa, o en caso de que muriera el último hombre que la haya tomado por esposa, no se permitirá al primer dueño de ella que la despidió tomarla de nuevo para que llegue a ser su esposa después que ella ha sido contaminada; porque eso es cosa detestable ante Jehová, y no debes conducir al pecado la tierra que Jehová tu Dios te da como herencia”. Al primer marido le estaba prohibido tomar de nuevo a la esposa de la que se había divorciado, quizás para evitar la posibilidad de que ambos tramaran el divorcio de ella de su segundo marido o, incluso, la muerte de este, con el fin de volver a casarse. Tomarla de nuevo era una inmundicia a los ojos de Dios, y ya que el primer marido la había despedido por ser una mujer en la que había hallado “algo indecente”, hacía el ridículo si volvía a tomarla después de haber estado unida legalmente a otro hombre.
Seguramente, el que el primer esposo no pudiese volver a casarse con la esposa de la que se había divorciado, después que ella se había casado de nuevo —aunque su segundo marido se divorciase de ella o muriese—, hacía que el esposo que tuviese la intención de poner fin a su matrimonio reflexionase seriamente antes de hacerlo. (Jer 3:1.) Sin embargo, no se especifica prohibición alguna en el supuesto de que ella no se hubiese casado de nuevo después de haberse consumado el divorcio.
Despido de esposas paganas. Antes de que los israelitas entraran en la Tierra Prometida, se les dijo que no formaran alianzas matrimoniales con sus habitantes paganos. (Dt 7:3, 4.) No obstante, en los días de Esdras los judíos habían tomado esposas extranjeras, y, en oración a Dios, Esdras reconoció su culpabilidad en este asunto. En respuesta a su exhortación y en reconocimiento de su error, los hombres de Israel que habían tomado esposas extranjeras las despidieron “junto con hijos”. (Esd 9:10–10:44.)
Sin embargo, como se desprende del consejo inspirado de Pablo, los cristianos que provenían de diversas naciones (Mt 28:19) no tenían que divorciarse de sus cónyuges por no ser estos adoradores de Jehová, ni siquiera separarse de ellos. (1Co 7:10-28.) Pero cuando se trataba de contraer un nuevo matrimonio, a los cristianos se les aconsejaba casarse “solo en el Señor”. (1Co 7:39.)
José piensa en divorciarse. Estando María prometida en matrimonio a José, se halló que estaba encinta por espíritu santo: “Sin embargo, José su esposo, porque era justo y no quería hacer de ella un espectáculo público, tenía la intención de divorciarse de ella secretamente”. (Mt 1:18, 19.) Como para los judíos de aquel tiempo los esponsales vinculaban ineludiblemente a la pareja, es procedente el uso de la palabra “divorciarse” en este contexto.
Si una joven comprometida tenía relaciones sexuales con otro hombre, era lapidada, al igual que se hacía con la mujer adúltera. (Dt 22:22-29.) Para poder sentenciar a muerte por apedreamiento a una persona, se requería que su culpabilidad se demostrase por el testimonio de dos testigos. (Dt 17:6, 7.) Es evidente que José no tenía testigos que acusasen a María, y aunque estaba embarazada, José no tuvo una explicación satisfactoria de los hechos hasta que el ángel de Jehová le informó. (Mt 1:20, 21.) No se dice si el ‘divorcio en secreto’ que José se proponía hacer incluiría la entrega de un certificado, pero seguramente él se apegaría a los principios expresados en Deuteronomio 24:1-4 y le otorgaría el divorcio a María en presencia de solo dos testigos, con lo que la situación quedaría zanjada legalmente y evitaría exponerla sin necesidad a la vergüenza. Si bien Mateo no da todos los detalles relacionados con el procedimiento que José pensaba seguir, sí indica que deseaba tratar con misericordia a María. Al optar por este proceder, no se dice que obrase de modo injusto, al contrario, si “[tuvo] la intención de divorciarse de ella secretamente”, fue “porque era justo y no quería hacer de ella un espectáculo público”. (Mt 1:19.)
Condiciones que impedían el divorcio en Israel. Según la ley de Dios dada a Israel, bajo ciertas condiciones era imposible divorciarse. Podía darse el caso de que un hombre tomara una esposa, tuviese relaciones con ella y luego llegara a odiarla. Podía declarar con falsedad que no era virgen cuando se casó con ella, lo que suponía acusarla injustamente de actos escandalosos y acarrearle un mal nombre. Si los padres de la muchacha demostraban que su hija había sido virgen al tiempo de casarse, los hombres de la ciudad tenían que disciplinar al esposo que la había acusado con falsedad, imponiéndole una multa de cien siclos de plata (220 dólares [E.U.A.]), que daban al padre de la muchacha, y ella tenía que continuar siendo la esposa de aquel hombre, pues estaba escrito: “No se le permitirá divorciarse de ella en todos sus días”. (Dt 22:13-19.) Asimismo, si se descubría que un hombre tenía relaciones con una virgen que no estaba comprometida, la Ley prescribía: “El hombre que se acostó con ella entonces tiene que dar al padre de la muchacha cincuenta siclos de plata (110 dólares [E.U.A.]), y ella llegará a ser su esposa debido a que la humilló. No se le permitirá divorciarse de ella en todos sus días”. (Dt 22:28, 29.)
¿Sobre qué única base bíblica podría divorciarse el cristiano?
Jesús dijo en su Sermón del Monte: “Además se dijo: ‘Cualquiera que se divorcie de su esposa, déle un certificado de divorcio’. Sin embargo, yo les digo que todo el que se divorcie de su esposa, a no ser por motivo de fornicación, la expone al adulterio, y cualquiera que se case con una divorciada comete adulterio”. (Mt 5:31, 32.) Posteriormente, después de decirles a los fariseos que la concesión de divorcio registrada en la ley mosaica no había sido una disposición vigente “desde el principio”, comentó: “Yo les digo que cualquiera que se divorcie de su esposa, a no ser por motivo de fornicación, y se case con otra, comete adulterio”. (Mt 19:8, 9.) En nuestro día, suele distinguirse entre “fornicación” y “adulterio”: el primer término aplica a la persona que tiene relaciones sexuales con otra del sexo opuesto sin estar casada, y el segundo, a la persona casada que consiente en tener ayuntamiento sexual con alguien del sexo opuesto que no es su cónyuge legal. Sin embargo, como se explica en el artículo FORNICACIÓN, este término traduce la palabra griega por·néi·a, que engloba toda forma de acto sexual ilícito fuera del matrimonio bíblico. En consecuencia, las palabras de Jesús en Mateo 5:32 y 19:9 indican que la única base válida para el divorcio es que uno de los dos cónyuges cometa por·néi·a. Dada esta circunstancia, un cristiano podría valerse de este recurso y divorciarse de su cónyuge, con lo que quedaría libre para casarse de nuevo, si lo desease, con una persona de su misma fe. (1Co 7:39.)
Si una persona casada tuviese relaciones sexuales con alguien de su mismo sexo, incurriría en un acto sucio y repulsivo (homosexualidad) y, de no arrepentirse, no podría ser contado entre los herederos del Reino. Las Escrituras también condenan el ayuntamiento con animales: la bestialidad. (Le 18:22, 23; Ro 1:24-27; 1Co 6:9, 10.) Todos estos actos —sucios en sumo grado— quedan englobados en el amplio concepto de por·néi·a. Además, ha de decirse que bajo la ley mosaica la homosexualidad y la bestialidad comportaban la pena de muerte y dejaban al cónyuge inocente en libertad para casarse de nuevo. (Le 20:13, 15, 16.)
Por otra parte, Jesucristo dijo que “todo el que sigue mirando a una mujer a fin de tener una pasión por ella ya ha cometido adulterio con ella en su corazón”. (Mt 5:28.) Sin embargo, no quiso decir con esto que ese sentimiento interior, no materializado, daba base para el divorcio. Con sus palabras, Jesús puso de manifiesto que el corazón debe mantenerse limpio y que no es procedente albergar pensamientos y deseos impropios. (Flp 4:8; Snt 1:14, 15.)
La ley rabínica judía realzaba el deber que tenía la pareja de hacer uso del débito conyugal, y si la esposa era estéril, permitía que el esposo se divorciara de ella. Sin embargo, en las Escrituras no hay base alguna que le otorgue al cristiano esa prerrogativa. La prolongada esterilidad de Sara no le dio base a Abrahán para divorciarse de ella, como tampoco —por la misma razón— pensó Isaac en divorciarse de Rebeca, Jacob de Raquel o el sacerdote Zacarías de Elisabet. (Gé 11:30; 17:17; 25:19-26; 29:31; 30:1, 2, 22-25; Lu 1:5-7, 18, 24, 57.)
No hay nada en las Escrituras que justifique a un cristiano divorciarse de su cónyuge por ser este incapaz de pagar el débito conyugal, haber perdido su sano juicio o contraído una enfermedad incurable o repulsiva. El espíritu de amor, que es propio de los cristianos, induce, no al divorcio, sino a tratar con conmiseración a ese cónyuge. (Ef 5:28-31.) Tampoco otorga la Biblia al cristiano el derecho de divorciarse de su cónyuge por ser de diferente religión; muestra, más bien, que si permanecen juntos, el cónyuge cristiano puede atraer al incrédulo a la fe verdadera. (1Co 7:12-16; 1Pe 3:1-7.)
Cuando Jesús dijo en el Sermón del Monte que ‘todo el que se divorciara de su esposa por cualquier otro motivo que no fuese el de la fornicación, la exponía al adulterio, y que cualquiera que se casara con una divorciada cometería adulterio’ (Mt 5:32), mostró que si el divorcio se producía por motivos ajenos a la por·néi·a de la esposa, el esposo la dejaría ante el riesgo de incurrir en adulterio en el futuro. Siendo que la base del divorcio no era el adulterio, no tenía verdadero valor desvinculante y, por lo tanto, no la dejaba en libertad para casarse con otro hombre y hacer vida conyugal con él. Además, cuando Cristo dijo que cualquiera que “se case con una divorciada comete adulterio”, se refería a una mujer divorciada por razones ajenas al “motivo de fornicación” (por·néi·a). Su divorcio, aunque legalmente válido, no tenía el refrendo de las Escrituras.
Marcos, al igual que Mateo (Mt 19:3-9), registró lo que dijo Jesús a los fariseos con relación al divorcio y citó a Cristo cuando dijo: “Cualquiera que se divorcie de su esposa y se case con otra comete adulterio contra ella, y si alguna vez una mujer, después de divorciarse de su esposo, se casa con otro, ella comete adulterio”. (Mr 10:11, 12.) Una declaración similar se hace en Lucas 16:18: “Todo el que se divorcia de su esposa y se casa con otra comete adulterio, y el que se casa con una mujer divorciada de un esposo comete adulterio”. Leídos por separado, estos versículos parecen prohibir el divorcio a los seguidores de Cristo sea cual sea la circunstancia, o, cuando menos, indicar que un divorciado no podría casarse de nuevo, a no ser que muriese el cónyuge del que se divorció. Sin embargo, estas palabras de Jesús, según aparecen en Marcos y Lucas, deben entenderse a la luz de la declaración más completa registrada por Mateo. En esta se incluye la frase “a no ser por motivo de fornicación” (Mt 19:9; véase también Mt 5:32), mostrando que lo que Marcos y Lucas escribieron sobre el divorcio al citar a Jesús aplicaría siempre que la razón para el divorcio no hubiese sido la fornicación (por·néi·a) de uno de los cónyuges.
Sin embargo, una persona no está obligada bíblicamente a divorciarse de un cónyuge adúltero arrepentido. El esposo o esposa cristiano puede responder con misericordia, al igual que Oseas, que al parecer tomó de nuevo a su esposa adúltera Gómer, y Jehová, que mostró misericordia al Israel arrepentido que había sido culpable de adulterio espiritual. (Os 3.)
Se restablece la norma original de Dios. Con sus palabras, Jesús dejó claro que se restablecía la elevada norma sobre el matrimonio que Dios fijó en un principio, y que aquellos que llegaran a ser sus discípulos tendrían que adherirse a esa norma. Aunque las concesiones recogidas en la ley mosaica continuaban vigentes, sus verdaderos discípulos, que se interesarían en hacer la voluntad del Padre y en ‘hacer’ o poner por obra los dichos enseñados por Jesús (Mt 7:21-29), no se ampararían en dichas concesiones a fin de ‘endurecer su corazón’ hacia sus cónyuges. (Mt 19:8.) No violarían el principio original que gobierna el matrimonio por el afán de divorciarse de sus cónyuges a toda costa y sobre bases distintas a la que Jesús indicó: la fornicación (por·néi·a).
La persona soltera que cometiese fornicación con una prostituta llegaría a ser “un solo cuerpo” con ella. De igual manera, el adúltero se constituiría “un solo cuerpo”, no con su esposa, con quien ya lo era, sino con aquella con la que tuviese relaciones inmorales. En consecuencia, no solo pecaría contra sí mismo, su propio cuerpo, sino contra el “solo cuerpo” que hasta ese momento formaba con su esposa. (1Co 6:16-18.) Esa es la razón por la que el adulterio proporciona una base válida para desatar el vínculo conyugal con el respaldo de los principios bíblicos, y cuando esas condiciones se dan, el divorcio da fin al matrimonio legal y deja en libertad al cónyuge inocente para casarse de nuevo con toda dignidad. (Heb 13:4.)
El divorcio en sentido figurado. Las relaciones conyugales se emplean en la Biblia en sentido figurado. (Isa 54:1, 5, 6; 62:1-6.) Del mismo modo, se hace referencia al divorcio o a la acción de despedir a una esposa en términos simbólicos. (Jer 3:8.)
En 607 a. E.C., el reino de Judá fue echado abajo, Jerusalén sufrió destrucción y a los habitantes de la tierra se los llevaron al cautiverio babilonio. Años antes de que esto ocurriese, Jehová había profetizado a judíos que llegarían a estar en cautiverio: “¿Dónde, pues, está el certificado de divorcio de la madre de ustedes, a la cual yo despedí?”. (Isa 50:1.) La “madre” u organización nacional había sido despedida por una razón justa, no porque Jehová rompiese unilateralmente su pacto e iniciase una tramitación de divorcio, sino debido a sus pecados contra la ley del pacto. Sin embargo, hubo un resto de israelitas arrepentidos que le oró a Jehová a fin de que los aceptase de nuevo en aquella relación de esposa y los restaurase a su tierra. Por causa de su propio nombre, en 537 a. E.C., cuando los setenta años de desolación terminaron, Jehová restauró de nuevo a su pueblo y lo condujo a su tierra. (Sl 137:1-9; véase MATRIMONIO.)