¿Cómo resuelve usted las diferencias?
Un movimiento desafortunado, y el tercer elefante de porcelana de un juego de cinco cayó de la repisa. Esta pieza tendrá que restaurarse para que no se pierda la armonía de todo el juego. Sin embargo, el trabajo es delicado, y usted no cree que pueda hacerlo. Tendrá que pedir ayuda o incluso recurrir a un especialista para que la restaure.
LA ARMONÍA entre los hermanos espirituales es mucho más preciosa que simples adornos. El salmista lo indicó bien en canción: “¡Miren! ¡Qué bueno y qué agradable es que los hermanos moren juntos en unidad!”. (Salmo 133:1.) Resolver una diferencia que haya surgido con un hermano cristiano puede ser a veces un asunto delicado. Por otra parte, algunas personas no se encargan de ello de la manera apropiada. A menudo la “restauración” es innecesariamente dolorosa o no es muy sólida, y deja feas señales.
Algunos cristianos intentan envolver sin necesidad a los ancianos nombrados en asuntos que podrían resolver personalmente. Es posible que se deba a que no están seguros de qué hacer. “Muchos de nuestros hermanos no saben cómo aplicar el consejo bíblico para resolver diferencias”, comentó un hermano con experiencia en ofrecer consejo bíblico. “En muchas ocasiones —continuó— no siguen el modo de hacer las cosas que enseñó Jesús.” Pues bien, ¿qué dijo Jesús sobre cómo debe resolver el cristiano las diferencias con su hermano? ¿Por qué es esencial entender bien este consejo y aprender a aplicarlo?
Diferencias menores
“Por eso, si estás llevando tu dádiva al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu dádiva allí enfrente del altar, y vete; primero haz las paces con tu hermano, y luego, cuando hayas vuelto, ofrece tu dádiva.” (Mateo 5:23, 24.)
Cuando Jesús dijo estas palabras, los judíos tenían por costumbre ofrecer sacrificios, o presentar dádivas, en el altar del templo de Jerusalén. Si un judío agraviaba a un compañero israelita, el ofensor podía presentar una ofrenda quemada completa o una ofrenda por el pecado. Jesús ubica el ejemplo en el punto más crítico. Cuando la persona llega al altar y está a punto de ofrecer su dádiva a Dios, recuerda que su hermano tiene algo contra él. Sí, el israelita debía entender que la reconciliación con su hermano tenía prioridad sobre la realización de ese deber religioso.
Aunque tales ofrendas eran un requisito de la Ley mosaica, no eran en sí mismas lo más importante a los ojos de Dios. El profeta Samuel dijo al infiel rey Saúl: “¿Se deleita tanto Jehová en ofrendas quemadas y sacrificios como en que se obedezca la voz de Jehová? ¡Mira! El obedecer es mejor que un sacrificio, el prestar atención que la grasa de carneros”. (1 Samuel 15:22.)
En su Sermón del Monte, Jesús repitió esta prioridad y mostró a sus discípulos que deben resolver sus diferencias antes de presentar sus ofrendas. En la actualidad, las ofrendas que se requieren de los cristianos son de naturaleza espiritual: “sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de labios que hacen declaración pública de su nombre”. (Hebreos 13:15.) No obstante, el principio sigue siendo válido. El apóstol Juan muestra que de igual modo sería en vano decir que amamos a Dios si odiamos a nuestro hermano. (1 Juan 4:20, 21.)
Es interesante que la persona que recuerda que su hermano tiene algo contra ella es quien tiene que dar el primer paso. Es probable que la humildad que demuestra de este modo produzca buenos resultados. También es probable que la persona ofendida no rehúse cooperar con alguien que acude a ella reconociendo sus propias faltas. La Ley mosaica estipulaba que se devolviera en su totalidad cualquier cosa tomada ilícitamente y, además, debía añadirse una quinta parte de su valor. (Levítico 6:5.) De igual modo, el ofensor puede facilitar las relaciones pacíficas y armoniosas si demuestra el deseo de ir más allá de lo requerido, en el sentido más estricto de la expresión, para reparar cualquier daño que haya causado.
Sin embargo, no siempre se tiene éxito cuando se intentan restaurar las relaciones pacíficas. El libro de Proverbios nos recuerda que es difícil resolver diferencias con alguien a quien se le hace difícil reaccionar. Proverbios 18:19 dice: “El hermano contra quien se ha transgredido es más que un pueblo fuerte; y hay contiendas que son como la barra de una torre de habitación”. Otra traducción lee: “El hermano ofendido es más difícil de ganar que una ciudad fortificada, y las contiendas son como cerrojos de castillo”. (La Biblia de las Américas.) Sin embargo, es probable que, con el tiempo, los esfuerzos sinceros y humildes tengan éxito en el caso de compañeros de creencia que desean agradar a Dios. Pero cuando se supone que se ha cometido un pecado craso, es necesario aplicar el consejo de Jesús recogido en el capítulo 18 de Mateo.
Cómo resolver diferencias serias
“Además, si tu hermano comete un pecado, ve y pon al descubierto su falta entre tú y él a solas. Si te escucha, has ganado a tu hermano. Pero si no escucha, toma contigo a uno o dos más, para que por boca de dos o tres testigos se establezca todo asunto. Si no les escucha a ellos, habla a la congregación. Si no escucha ni siquiera a la congregación, sea para ti exactamente como hombre de las naciones y como recaudador de impuestos.” (Mateo 18:15-17.)
¿Qué debía hacer un judío (o, posteriormente, un cristiano) que tuviera serias dificultades con otro adorador de Jehová? Quien creyera que se había cometido un pecado contra él tenía que dar el primer paso. Debía tratar el asunto con el ofensor en privado. Si no buscaba apoyo externo, se le haría más fácil ganar al hermano especialmente si solo se había tratado de un malentendido que podía aclararse con rapidez. Todo se resuelve más fácilmente si los implicados son los únicos que conocen el asunto.
Sin embargo, es posible que este primer paso no sea suficiente. En ese caso, Jesús dijo: “Toma [...] a uno o dos más”. Estos bien podrían ser testigos presenciales. Es posible que hayan oído a uno de los implicados calumniar al otro, o que hayan sido testigos de un convenio escrito con el que ahora las dos partes no están de acuerdo. Por otro lado, estos a quienes se toma pueden convertirse en testigos cuando se presenten testimonios, ya sean escritos u orales, a fin de establecer la razón del problema. De nuevo, solo deberían enterarse de este “uno o dos más”, es decir, el menor número posible. De este modo se evita que el asunto se complique si solo se trata de un malentendido.
¿Qué motivos debe tener la persona ofendida? ¿Debe intentar humillar a su compañero cristiano y querer que se arrastre ante él? En vista del consejo de Jesús, los cristianos no deberían apresurarse a condenar a sus hermanos. Si el transgresor reconoce su falta, pide disculpas e intenta rectificar el asunto, aquel contra quien se ha cometido el pecado habrá ‘ganado a su hermano’. (Mateo 18:15.)
Si no se podía resolver el problema de este modo, tenía que llevarse a la congregación. En un principio estas palabras se referían a los ancianos judíos, pero más tarde se aplicaron a los ancianos de la congregación cristiana. Es posible que el malhechor no arrepentido tenga que ser expulsado de la congregación. Esto es lo que quiere decir considerarle “exactamente como hombre de las naciones y como recaudador de impuestos”, personas con quienes los judíos no se relacionaban. Ningún cristiano en particular podía tomar esta seria medida. Los ancianos nombrados, que representan a la congregación, son los únicos autorizados para tomar tal acción. (Compárese con 1 Corintios 5:13.)
La posibilidad de expulsar a un malhechor que no se arrepiente muestra que Mateo 18:15-17 no se refiere a diferencias menores. Jesús se refería a ofensas graves, aunque del tipo que pudieran resolverse entre las partes implicadas. Por ejemplo, pudiera tratarse de alguna calumnia que afectara seriamente la reputación de la víctima. O pudiera tener que ver con asuntos económicos, pues los versículos siguientes recogen la ilustración de Jesús del esclavo inmisericorde a quien se perdonó una gran deuda. (Mateo 18:23-35.) Un préstamo que no se devuelve en el tiempo previsto pudiera ser una dificultad pasajera que resolvieran fácilmente las dos partes. Pero podría convertirse en un pecado grave, a saber, robo, si el prestatario rehusara obstinadamente devolver lo que debe.
Otros pecados no pueden arreglarse simplemente entre dos cristianos. Bajo la Ley mosaica los pecados serios tenían que informarse. (Levítico 5:1; Proverbios 29:24.) De igual modo, los pecados crasos que afectan la pureza de la congregación tienen que informarse a los ancianos cristianos.
Sin embargo, la mayoría de los roces entre cristianos no son de esa naturaleza.
¿Podría simplemente perdonar?
Justo después de explicar cómo resolver diferencias serias, Jesús enseñó otra importante lección. Leemos: “Entonces se acercó Pedro y le dijo: ‘Señor, ¿cuántas veces ha de pecar contra mí mi hermano y he de perdonarle yo? ¿Hasta siete veces?’. Jesús le dijo: ‘No te digo: Hasta siete veces, sino: Hasta setenta y siete veces’”. (Mateo 18:21, 22.) En otra ocasión Jesús dijo a sus discípulos que perdonaran “siete veces al día”. (Lucas 17:3, 4.) Esta es una clara invitación a que los seguidores de Cristo resuelvan sus diferencias perdonándose libremente unos a otros.
Esta faceta de la vida cristiana requiere un esfuerzo considerable. “Algunos hermanos sencillamente no saben perdonar”, dijo la misma persona citada al principio. Y añadió: “Parecen sorprenderse cuando se les explica que pueden perdonar para, ante todo, mantener la paz en la congregación cristiana”.
El apóstol Pablo escribió: “Continúen soportándose unos a otros y perdonándose liberalmente unos a otros si alguno tiene causa de queja contra otro. Como Jehová los perdonó liberalmente a ustedes, así también háganlo ustedes”. (Colosenses 3:13.) Por lo tanto, antes de hablar con un hermano que creemos que nos ha ofendido, sería conveniente meditar en las siguientes preguntas: ¿Tiene suficiente importancia la ofensa como para hablar con el hermano? ¿Me resulta realmente imposible olvidar lo pasado en el verdadero espíritu del cristianismo? Si yo estuviera en su lugar, ¿no me gustaría que me perdonasen? Y si decido no perdonar, ¿puedo esperar que Dios conteste mis oraciones y me perdone a mí? (Mateo 6:12, 14, 15.) Estas preguntas pueden ayudarnos a ser perdonadores.
Una de nuestras responsabilidades importantes como cristianos es mantener la paz en la congregación del pueblo de Jehová. Por lo tanto, pongamos en práctica el consejo de Jesús, lo cual nos ayudará a perdonar libremente. Este espíritu perdonador contribuirá al amor fraternal, que es la marca identificadora de los discípulos de Jesús. (Juan 13:34, 35.)
[Fotografía en la página 23]
Los cristianos pueden resolver sus diferencias aplicando el consejo de Jesús