PRESENCIA
La palabra griega pa·rou·sí·a, que suele traducirse por “presencia”, se forma con pa·rá (junto a) y ou·sí·a (derivada de ei·mí, “ser” o “estar”). Por consiguiente, pa·rou·sí·a significa literalmente la “acción de estar junto a [algo]”, es decir, “presencia”. En las Escrituras Griegas Cristianas se usa esa palabra 24 veces, la mayoría de ellas con relación a la presencia de Cristo en conexión con su Reino mesiánico. (Mt 24:3; véase apéndice de NM, pág. 1576.)
Muchas versiones difieren en la manera de traducir esta palabra. En algunos textos traducen pa·rou·sí·a por “presencia”, pero con más frecuencia la traducción es “venida”. Este hecho ha dado base a la expresión “segunda venida” o “segundo advenimiento” de Jesucristo (adventus [“advenimiento” o “venida”] es la manera como la Vulgata latina traduce pa·rou·sí·a en Mt 24:3). Aunque la presencia de Jesús implica forzosamente su llegada al lugar donde está presente, traducir pa·rou·sí·a por “venida” coloca el énfasis en la llegada y oscurece su subsiguiente presencia. Aunque los lexicógrafos admiten “llegada” y “presencia” como traducciones de pa·rou·sí·a, por lo general reconocen que la idea principal que transmite esa palabra es la presencia de la persona.
El Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento (de W. E. Vine, 1984, vol. 1, pág. 50) dice: “PAROUSIA [...] denota tanto una llegada como una consiguiente presencia con. Por ejemplo, en una carta sobre papiro [escrita en griego] una dama habla de la necesidad de su parousia en un lugar a fin de [atender] unos asuntos relacionados con su propiedad allí. [...] Cuando se usa del retorno de Cristo, en el Arrebatamiento de la Iglesia, significa no meramente Su llegada momentánea a por Sus santos, sino su presencia con ellos desde aquel momento hasta Su revelación y manifestación al mundo”. El Diccionario de la Biblia (edición de Serafín de Ausejo, Barcelona, Herder, 1981, col. 1451) explica que “en el mundo helenístico de oriente se halla la palabra [pa·rou·sí·a] [...] como término clásico para designar la visita oficial del rey o del emperador”. (Véase también Mt 24:3, BJ, nota.)
Aunque, por supuesto, los escritos seglares griegos sirven de ayuda para determinar el sentido de este término griego, aún es más eficaz examinar el uso que se le da en la misma Biblia. Por ejemplo, en Filipenses 2:12 Pablo dice que los cristianos filipenses obedecían “no durante [su] presencia [pa·rou·sí·ai] solamente, sino ahora con mucha más prontitud durante [su] ausencia [a·pou·sí·ai]”. Igualmente, en 2 Corintios 10:10, 11, después de referirse a los que decían que ‘sus cartas eran de peso y enérgicas, pero su presencia [pa·rou·sí·a] en persona era débil y su habla desdeñable’, Pablo añade: “Tome en cuenta esto tal hombre, que lo que somos en nuestra palabra por cartas estando ausentes [a·pón·tes], eso mismo también seremos en acción estando presentes [pa·rón·tes]”. (Compárese también con Flp 1:24-27.) De modo que el contraste se hace entre presencia y ausencia, no entre llegada (o venida) y partida.
En vista de lo antedicho, J. B. Rotherham explica en el apéndice de su versión inglesa (pág. 271): “En esta edición la palabra parousia se traduce de manera uniforme por ‘presencia’ (se ha descartado ‘venida’ como traducción de esta palabra). [...] El sentido de ‘presencia’ se muestra de manera tan clara en contraste con ‘ausencia’ [...] que la pregunta que surge naturalmente es: ¿por qué no traducirla siempre así?”.
De las palabras de Jesús registradas en Mateo 24:37-39 y Lucas 17:26-30 se desprende que su pa·rou·sí·a no es simplemente una venida momentánea seguida de una rápida partida, sino, más bien, una presencia que abarca un período de tiempo. En esos pasajes se comparan los “días de Noé” con “la presencia del Hijo del hombre” (“los días del Hijo del hombre”, según el registro de Lucas). Por lo tanto, Jesús no limita la comparación a la venida del Diluvio como un punto culminante final durante los días de Noé, aunque muestra que su propia “presencia” (o “días”) verá una culminación similar. Como los “días de Noé” en realidad abarcaron un período de años, hay base para creer que la predicha “presencia [o “días”] del Hijo del hombre” abarcaría de igual manera un período de años, que culminarán con la destrucción de los que no presten atención a la oportunidad que se les da de buscar liberación.
La naturaleza de la “parousía” de Cristo. No cabe duda de que una pa·rou·sí·a o presencia puede ser visible; en realidad en seis de las ocasiones que aparece la palabra se refiere a la presencia humana y visible de hombres como Estéfanas, Fortunato, Acaico, Tito y Pablo. (1Co 16:17; 2Co 7:6, 7; 10:10; Flp 1:26; 2:12.) No obstante, una pa·rou·sí·a también puede ser invisible, como lo indica el uso que hace Pablo de la forma verbal relacionada (pá·rei·mi) cuando habla de estar “presente en espíritu” aunque ausente en cuerpo. (1Co 5:3.) Asimismo, el historiador judío Josefo hizo referencia en el texto griego de su obra a la pa·rou·sí·a de Dios en el monte Sinaí, y mencionó que su presencia invisible se manifestó por los truenos y relámpagos. (Antigüedades Judías, libro III, cap. V, sec. 2.)
Las palabras de Jehová a Moisés con relación al arca del pacto que se hallaba en el Santísimo del tabernáculo, dan base bíblica a la idea de una presencia invisible. Jehová dijo: “Y allí ciertamente me presentaré a ti, y hablaré contigo desde más arriba de la cubierta”. (Éx 25:22.) La presencia de Dios no pudo ser visible, pues las Escrituras son explícitas al afirmar que ‘nadie ha visto a Dios jamás’, ni siquiera Moisés, ni el sumo sacerdote que entraba en el Santísimo. (Jn 1:18; Éx 33:20.) Cuando el rey Salomón inauguró el templo de Jerusalén, la nube de “la gloria de Jehová” llenó la casa. Es cierto que el propio Salomón dijo que Jehová ‘residía en el templo’, pero también declaró: “Pero ¿verdaderamente morará Dios sobre la tierra? ¡Mira! Los cielos, sí, el cielo de los cielos, ellos mismos no pueden contenerte; ¡cuánto menos, pues, esta casa que yo he edificado!”. Sin embargo, los ojos de Jehová observarían continuamente aquella casa y Él escucharía desde “el lugar de [Su] morada, en los cielos”, las oraciones que desde allí se hiciesen. (1Re 8:10-13, 27-30; compárese con Hch 7:45-50.)
Estos relatos ponen de manifiesto la facultad de Dios de ‘estar presente’ en la Tierra en espíritu (por lo tanto, de manera invisible) sin abandonar los cielos. Su presencia bien puede hacerse patente mediante un ángel que actúa y habla en Su nombre, incluso diciendo: “Yo soy el Dios de tu padre”, como hizo el ángel que habló a Moisés desde la zarza ardiente. (Éx 3:2-8; compárese con Éx 23:20; 32:34.) De manera semejante, aunque Jehová también le dijo a Moisés que ‘vendría’ a él en el monte Sinaí y ‘descendería’ en aquel lugar (Éx 19:9, 11, 18, 20), los escritos apostólicos muestran que Él se le presentó y le entregó su pacto por medio de ángeles. (Gál 3:19; Heb 2:2; véase ROSTRO.)
Como a Jesucristo, el Hijo resucitado de Jehová, se le concedió ‘toda autoridad en el cielo y sobre la tierra’, y llegó a ser “la representación exacta de su mismo ser [el de Dios]”, él también debería poder estar presente invisiblemente de una manera similar. (Mt 28:18; Heb 1:2, 3.) Podemos notar con respecto a esto que incluso cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, pudo efectuar curaciones estando lejos de la persona, igual que si hubiera estado allí presente. (Mt 8:5-13; Jn 4:46-53.)
También es evidente que Jehová Dios ha sometido a los ángeles a los mandatos de su Hijo glorificado. (1Pe 3:22.) Los textos que tratan de la presencia de Jesús suelen presentarlo ‘acompañado’ de huestes angélicas o ‘enviando’ a sus ángeles. (Mt 13:37-41, 47-49; 16:27; 24:31; Mr 8:38; 2Te 1:7.) Sin embargo, este hecho no significa que su predicha presencia en poder y gloria del Reino consista únicamente en enviar mensajeros o diputados angélicos en misiones terrestres, pues esto ya se hacía en el siglo I E.C. en relación con los apóstoles y otros. (Hch 5:19; 8:26; 10:3, 7, 22; 12:7-11, 23; 27:23.) Tanto las parábolas de Jesús como otros textos muestran que su presencia es como la de un amo que vuelve a su casa o como la de un hombre a quien se le otorga poder real y regresa para hacerse cargo de su dominio; además, la presencia de Jesús implica una inspección y juicio por él, seguido de la ejecución de ese juicio y el pago de la recompensa a los que se ha hallado en una condición aprobada. (Mt 24:43-51; 25:14-45; Lu 19:11-27; compárese con Mt 19:28, 29.) Puesto que el poder real de Jesús abarca toda la Tierra, su presencia es mundial (compárese con Mt 24:23-27, 30), y las palabras inspiradas de Pablo en 1 Corintios 15:24-28, así como las referencias al reinado de Cristo que se hacen en Revelación (5:8-10; 7:17; 19:11-16; 20:1-6; 21:1-4, 9, 10, 22-27), indican que la presencia de Cristo corresponde al tiempo en que dirige plenamente su atención a toda la Tierra y su población, y concentra toda la fuerza de su poder real en llevar a cabo la voluntad de su Padre para la Tierra y sus habitantes. (Compárese con Mt 6:9, 10.)
Basándose en los textos que muestran a Jesús “viniendo en las nubes con gran poder y gloria” (Mr 13:26; Rev 1:7), se ha llegado a la conclusión de que su presencia tiene que ser visible. Sin embargo, como se muestra en el artículo NUBE (Uso figurado), cuando se habla de nubes en relación con otras manifestaciones divinas, estas comunican la idea de invisibilidad más bien que de visibilidad. Además, la expresión ‘ver’ también se emplea en sentido figurado: percibir con la mente y el corazón. (Isa 44:18; Jer 5:21; Eze 12:2, 3; Mt 13:13-16; Ef 1:17, 18.) Negar este uso significaría negar también que lo opuesto a la vista, es decir, la ceguera, pudiera usarse en sentido figurado o espiritual y no solo literal. Jesús usó en varias ocasiones la vista y la ceguera con ese sentido figurado o espiritual. (Jn 9:39-41; Rev 3:14-18; compárese también con 2Co 4:4; 2Pe 1:9.) Después que Jehová se dirigió a Job “desde la tempestad de viento” (probablemente acompañada de nubes), este dijo: “De oídas he sabido de ti, pero ahora mi propio ojo de veras te ve”. (Job 38:1; 42:5.) Job sin duda no se refería a que lo veía con sus ojos, sino mentalmente y con el corazón, pues la Biblia dice sin ambages que “a Dios ningún hombre lo ha visto jamás”. (Jn 1:18; 5:37; 6:46; 1Jn 4:12.)
La propia declaración de Jesús de que con su muerte sacrificaría su carne a favor de la vida del mundo (Jn 6:51), y el que el apóstol Pablo dijera que el resucitado Jesús “mora en luz inaccesible, a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver“ (1Ti 6:14-16), son buena prueba contra la idea de que la presencia de Jesús sea visible (en forma corporal visible a los ojos humanos). Por lo tanto, Jesús podía decir a sus discípulos: “Un poco más y el mundo ya no me contemplará”. Es verdad que sus discípulos le contemplarían, no solo porque se les aparecería después de su resurrección, sino también porque al debido tiempo ellos serían resucitados para unirse a él en los cielos y ‘contemplar la gloria que su Padre le había dado’. (Jn 14:19; 17:24.) Pero el mundo en general no lo contemplaría después de su resurrección como criatura celestial (1Pe 3:18), pues Jesús limitó sus apariciones a sus discípulos. De igual modo, solo ellos vieron su ascensión al cielo, el mundo no la vio, y los ángeles que estuvieron presentes les aseguraron a los discípulos que el regreso de Jesús sería “de la misma manera” (gr. tró·pos, no mor·fḗ, “forma”), es decir, sin una exhibición pública, discernida solo por sus fieles seguidores. (Hch 1:1-11.)
No hay duda de que un corazón torcido en el que se alientan esperanzas equívocas relacionadas con la presencia de Cristo puede justificar la actitud de las personas ridiculizadoras, de quienes se predijo que en “los últimos días” se mofarían, diciendo: “¿Dónde está esa prometida presencia de él? Pues, desde el día en que nuestros antepasados se durmieron en la muerte, todas las cosas continúan exactamente como desde el principio de la creación”. (2Pe 3:2-4; compárese con 1:16.)
Sin duda los hombres serán conscientes de lo que ocurra en “la revelación” (gr. a·po·ká·ly·psis) de Jesucristo “con sus poderosos ángeles en fuego llameante, al traer él venganza sobre los que no conocen a Dios y sobre los que no obedecen las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús”. (2Te 1:7-9.) Sin embargo, esto no excluye el hecho de que habrá una presencia invisible antes de esa revelación, presencia que no disciernen las personas en general, sino solo los fieles. Podemos recordar que cuando Jesús comparó su presencia con los “días de Noé”, declaró que en el tiempo de Noé las personas “no hicieron caso” hasta que les sobrevino la destrucción por agua, y añadió: “Así será la presencia del Hijo del hombre”. (Mt 24:37-39.)
Los sucesos que señalan su presencia. Jesús había prometido que estaría con sus seguidores en sus reuniones (Mt 18:20), y también les aseguró que estaría ‘con ellos’ en su obra de hacer discípulos “todos los días hasta la conclusión del sistema de cosas”. (Mt 28:19, 20.) Sin embargo, la pa·rou·sí·a mencionada en Mateo 24:3 y en otros textos relacionados sin duda tiene que significar algo más. Lógicamente se refiere a una presencia especial que afecta directamente a todos los habitantes de la Tierra y está conectada de manera inseparable con la manifestación de la plena autoridad de Jesús como el Rey ungido de Dios.
Entre los acontecimientos que señalan la presencia de Jesús en el poder del Reino están: la resurrección de sus seguidores que han muerto, pues son coherederos con él del Reino celestial (1Co 15:23; Ro 8:17); el que Cristo junte y reúna a él a otros seguidores que viven en el tiempo de su presencia (Mt 24:31; 2Te 2:1); el que ‘reduzca a la nada’ al apóstata “hombre del desafuero”, llevándolo a cabo ‘por la manifestación [e·pi·fa·néi·ai] de la presencia [de Jesús]” (2Te 2:3-8; véase HOMBRE DEL DESAFUERO); la destrucción de todos aquellos que no prestan atención a la oportunidad de liberación que se les brinda (Mt 24:37-39), e, inevitablemente, la introducción de su reinado de mil años (Rev 20:1-6). Véase también el artículo TRANSFIGURACIÓN, en el que se explica cómo se capacitó a los que presenciaron aquella visión de Cristo en la gloria del Reino para que familiarizaran a otros con “el poder y la presencia de nuestro Señor Jesucristo”. (2Pe 1:16-18.)
Condiciones que acompañan su presencia. El libro de Revelación presenta con expresiones simbólicas mucha información relacionada con la presencia de Cristo, así como con su manifestación y revelación. El cuadro simbólico del jinete coronado que cabalga en un caballo blanco, descrito en Revelación 6:1, 2, corresponde con el del jinete de Revelación 19:11-16, que es el “Rey de reyes y Señor de señores”, Cristo Jesús. El capítulo 6 de Revelación muestra que cuando Cristo cabalga como rey victorioso, no elimina inmediatamente la iniquidad de la Tierra, sino que cabalga acompañado de la guerra que quita “de la tierra la paz”, de la escasez de alimento y de la plaga mortífera. (Rev 6:3-8.) Estas palabras están a su vez en paralelo con los rasgos que se hallan en la profecía de Cristo registrada en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21. Por lo tanto, se desprende que la profecía de Jesús registrada en los evangelios, que claramente comprende la destrucción de Jerusalén y su templo (que ocurrió en el año 70 E.C.), tiene también una aplicación durante la presencia de Cristo, y por ello suministra una “señal” que permite determinar cuándo está presente Jesús y gobernando desde los cielos como Rey mesiánico. (Mt 24:3, 32, 33; Lu 21:29-31.)
En otras referencias a la presencia de Cristo suele animarse a ser fieles y perseverar hasta ese tiempo y también durante dicho período. (1Te 2:19; 3:12, 13; 5:23; Snt 5:7, 8; 1Jn 2:28.)
La presencia del día de Jehová. En su segunda carta, Pedro exhorta a sus hermanos a seguir “esperando y teniendo muy presente la presencia del día de Jehová”, demostrándolo por su modo de vivir. (2Pe 3:11, 12.) Deben tener muy presente el día de juicio de Jehová constantemente, como un acontecimiento que está por ocurrir. En ese “día de Jehová”, los “cielos” gubernamentales de este mundo inicuo serán destruidos como si fuese por fuego y los “elementos” que lo constituyen no resistirán su intenso calor, sino que se derretirán. El sistema de cosas actual bajo el control del Diablo habrá llegado a su fin.
Como Jehová Dios actúa por medio de su Hijo y Rey nombrado, Cristo Jesús (Jn 3:35; compárese con 1Co 15:23, 24), se desprende que existe una relación entre esta prometida “presencia” de Jehová y la “presencia” de Cristo Jesús. Lógicamente, los que se burlan de la proclamación de una se burlarán de la proclamación de la otra. La actitud de las personas que vivían antes del Diluvio vuelve a mencionarse como ejemplo correspondiente. (2Pe 3:5-7; compárese con Mt 24:37-39.)
La presencia del desaforado. En 2 Tesalonicenses 2:9-12 el apóstol habla de la “presencia del desaforado” y dice que es “según la operación de Satanás con toda obra poderosa y señales y portentos presagiosos mentirosos y con todo engaño injusto”. Esto es una demostración más de que la pa·rou·sí·a significa más que solo una venida o llegada momentánea, pues es obvio que para llevar a cabo todas estas obras, señales y portentos, así como este engaño, se requiere un período de tiempo de cierta duración.